Hace unos días me ocurrió una cosa peculiar: vino a verme un consultor. Yo sólo los conocía por referencias. Bueno, no, una vez vi un par de ellos, pero fue en El Salvador y eran consultores internacionales que vivían a todo trapo a base de organizar eventos formativos con ayuda gringa. Pero aquí no me había tropezado ninguno y hasta pensaba que en León no había. Pero sí. Sorprendente.
Un tipo peculiar. Me había llamado días antes, se había presentado así, como consultor, y me había pedido cita. Yo creo que es muy de consultores eso de pedir cita. Se la di para dos semanas después, porque a mí, si nos ponemos a darnos pote, no se me acoquina fácilmente, si me permiten la poca humildad y me la disculpan por ser asturiano. Me anticipó telefónicamente que su labor consistía más que nada en organizar cursos de formación para funcionarios, por encargo de diversas administraciones. Ahora, según me decía, estaba interesado en formar al personal administrativo en temas de ética pública. Ya lo había emplazado para dentro de quince días, pero en ese momento estuve tentado de retrasar seis meses más nuestro encuentro. ¡Cursos de ética pública para personal de la Administración! En este país. Qué atrevimiento. Más lógico sería ver a Don Quijote enseñando a los molinos a girar sus aspas para el otro lado.
No me pareció mala gente. Tampoco había por qué esperarlo así. Su mayor problema eran los puntos suspensivos, pues no terminaba ninguna frase y eso me pone muy nervioso. Todas se las acababa yo y luego me preguntaba a cuento de qué tengo yo que rematar el verbo interrupto de los demás. Yo creo que nos entendíamos poco, pero hablamos más de una hora, él entrecortadamente y yo de seguido. Es gran imprudencia pedirle opinión de algo a un profesor el día que no tuvo clase: la ocasión para largar la pintan calva. Deformación profesional pura y simple.
No nos entendíamos demasiado porque el buen hombre entró hablando el lenguaje al uso en ese mundo de la formación de lo que sea, que si competencias, que si la importancia del diálogo, que si la influencia del equilibrio personal en el rendimiento profesional. Un cruce típico de Paolo Coelho y Escrivá , con unas gotitas de Dalai Lama, al estilo de muchos pijo-progres de ahora, aunque ellos no suelan conocer quiénes son sus precursores y ejemplos. A buen sitio fue a parar. Yo no quería ser descortés, pero tampoco podía seguirle el rollo, no fuera a tomarme por una de sus víctimas. Así que le dije, más o menos suavemente, qué cosas me parecían zarandajas y cuentos chinos. No sólo no se inmutó, sino que se puso a darme la razón con tanto empeño que también ahí tuve que frenarlo un poco.
Luego sacó un papel en el que estaba impreso el programa de uno de esos cursos de ética para funcionarios levitantes. Contraataqué y le dije que menos moralina barata, menos diagrama y más Constitución y Código Penal, que la única manera de que los funcionarios aterrizasen en la ética pública es mostrándoles los colmillos de los tipos penales y hasta los incisivos de la responsabilidad civil. Se puso a tomar apuntes como loco y yo me quedé pensando: ya sé qué rollo le va a colocar al próximo reticente que se encuentre en sus visitas, la versión leninista del budismo administrativo tan en boga, mi versión. Ganas me dieron de decirle que mejor modelo que el de Lenin para esos menesteres era el de Pol Pot, pero temí que no me entendiera la broma; o algo peor.
Cuando vi el reloj y recordé mi estrés me quedé el silencio. Él intentó un par de temas más, pero no le acabé las frases, con lo que se notó que tocaba disolver la consulta. Apresuradamente me preguntó si no veía yo posibilidad de colocar alguno de esos magníficos cursos formativos al personal universitario y que siempre se podía invitar a dar unas charlas a un tipo tan brillante como un servidor. Nuevo desliz del buen señor. Mientras recordaba que mi mujer, para sumar puntos para la promoción a división de honor, estaba en ese momento en uno de los dichosos cursos formativos, rama didáctica para dummies, lo remití a la autoridad correspondiente, que para eso tenemos un Vicerrector de Calidad y Arroz con Leche (o como se llame ese puesto crucial) y le dije que yo no daba esos cursos si no me permitían llevar metralleta y un par de bombas fétidas como las de cuando niños. Fue el instante en que él también miró el reloj y descubrió su propia prisa, pero antes de que saliera de mi despacho, y por pura curiosidad morbosa, le pedí una tarjeta. ¡No llevaba! Se limitó a darme un número de móvil. Con lo que, sumado todo, me quedé meditando seriamente quién sería ese señor y para que habría ido a verme, tal vez un ángel que a base de trabajo de campo se está acreditando para llegar a arcángel, tal vez un mensajero del Averno, puede que un prejubilado cachondo, quizá un agente del CNI tirando de alguna correa. Así que he hecho las maletas a toda prisa y escribo estas líneas en Barajas, a modo de testimonio para la posteridad por si soy abducido por la secta del Diagrama Funcionarial Ético, y dentro de un par de horas mi piro para Colombia, lugar mucho más seguro, visto lo visto.
Un tipo peculiar. Me había llamado días antes, se había presentado así, como consultor, y me había pedido cita. Yo creo que es muy de consultores eso de pedir cita. Se la di para dos semanas después, porque a mí, si nos ponemos a darnos pote, no se me acoquina fácilmente, si me permiten la poca humildad y me la disculpan por ser asturiano. Me anticipó telefónicamente que su labor consistía más que nada en organizar cursos de formación para funcionarios, por encargo de diversas administraciones. Ahora, según me decía, estaba interesado en formar al personal administrativo en temas de ética pública. Ya lo había emplazado para dentro de quince días, pero en ese momento estuve tentado de retrasar seis meses más nuestro encuentro. ¡Cursos de ética pública para personal de la Administración! En este país. Qué atrevimiento. Más lógico sería ver a Don Quijote enseñando a los molinos a girar sus aspas para el otro lado.
No me pareció mala gente. Tampoco había por qué esperarlo así. Su mayor problema eran los puntos suspensivos, pues no terminaba ninguna frase y eso me pone muy nervioso. Todas se las acababa yo y luego me preguntaba a cuento de qué tengo yo que rematar el verbo interrupto de los demás. Yo creo que nos entendíamos poco, pero hablamos más de una hora, él entrecortadamente y yo de seguido. Es gran imprudencia pedirle opinión de algo a un profesor el día que no tuvo clase: la ocasión para largar la pintan calva. Deformación profesional pura y simple.
No nos entendíamos demasiado porque el buen hombre entró hablando el lenguaje al uso en ese mundo de la formación de lo que sea, que si competencias, que si la importancia del diálogo, que si la influencia del equilibrio personal en el rendimiento profesional. Un cruce típico de Paolo Coelho y Escrivá , con unas gotitas de Dalai Lama, al estilo de muchos pijo-progres de ahora, aunque ellos no suelan conocer quiénes son sus precursores y ejemplos. A buen sitio fue a parar. Yo no quería ser descortés, pero tampoco podía seguirle el rollo, no fuera a tomarme por una de sus víctimas. Así que le dije, más o menos suavemente, qué cosas me parecían zarandajas y cuentos chinos. No sólo no se inmutó, sino que se puso a darme la razón con tanto empeño que también ahí tuve que frenarlo un poco.
Luego sacó un papel en el que estaba impreso el programa de uno de esos cursos de ética para funcionarios levitantes. Contraataqué y le dije que menos moralina barata, menos diagrama y más Constitución y Código Penal, que la única manera de que los funcionarios aterrizasen en la ética pública es mostrándoles los colmillos de los tipos penales y hasta los incisivos de la responsabilidad civil. Se puso a tomar apuntes como loco y yo me quedé pensando: ya sé qué rollo le va a colocar al próximo reticente que se encuentre en sus visitas, la versión leninista del budismo administrativo tan en boga, mi versión. Ganas me dieron de decirle que mejor modelo que el de Lenin para esos menesteres era el de Pol Pot, pero temí que no me entendiera la broma; o algo peor.
Cuando vi el reloj y recordé mi estrés me quedé el silencio. Él intentó un par de temas más, pero no le acabé las frases, con lo que se notó que tocaba disolver la consulta. Apresuradamente me preguntó si no veía yo posibilidad de colocar alguno de esos magníficos cursos formativos al personal universitario y que siempre se podía invitar a dar unas charlas a un tipo tan brillante como un servidor. Nuevo desliz del buen señor. Mientras recordaba que mi mujer, para sumar puntos para la promoción a división de honor, estaba en ese momento en uno de los dichosos cursos formativos, rama didáctica para dummies, lo remití a la autoridad correspondiente, que para eso tenemos un Vicerrector de Calidad y Arroz con Leche (o como se llame ese puesto crucial) y le dije que yo no daba esos cursos si no me permitían llevar metralleta y un par de bombas fétidas como las de cuando niños. Fue el instante en que él también miró el reloj y descubrió su propia prisa, pero antes de que saliera de mi despacho, y por pura curiosidad morbosa, le pedí una tarjeta. ¡No llevaba! Se limitó a darme un número de móvil. Con lo que, sumado todo, me quedé meditando seriamente quién sería ese señor y para que habría ido a verme, tal vez un ángel que a base de trabajo de campo se está acreditando para llegar a arcángel, tal vez un mensajero del Averno, puede que un prejubilado cachondo, quizá un agente del CNI tirando de alguna correa. Así que he hecho las maletas a toda prisa y escribo estas líneas en Barajas, a modo de testimonio para la posteridad por si soy abducido por la secta del Diagrama Funcionarial Ético, y dentro de un par de horas mi piro para Colombia, lugar mucho más seguro, visto lo visto.
3 comentarios:
Buen viaje profesor.
¿Cuánto creen vuecencias que se ahorraría el Erario Público si se eliminasen las subvenciones para memeces?
Conste que sí creo que hay aportaciones muy interesantes de la gestión de personal, y de ese invento llamado "Ética en las organizaciones" (Regulatory Compliance etc.) al ámbito de la Administración: sobre incentivos perversos, sobre conflictos de intereses, etc. Pero según parece, lo que este consultor le ofrecía se parecía tanto a lo de la Corporate Ethics como los Lunnis a una peli porno.
(Aunque, ahora que lo pienso, el Lunni violeta ese...).
Me había llamado días antes, se había presentado así, como consultor, y me había pedido cita. Yo creo que es muy de consultores eso de pedir cita. Se la di para dos semanas después, porque a mí, si nos ponemos a darnos pote, no se me acoquina fácilmente, si me permiten la poca humildad y me la disculpan por ser asturiano.
¡Ja, ja, ja! ¡Genial!
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