Uno de los tópicos hoy muy habituales que me ponen de peor humor es ese de que los trapos sucios se lavan en casa, que las disputas se dirimen en familia. ¿Qué casa? ¿Qué familia? ¿Cuántas casas y cuántas familias tiene usted? En sentido muy estricto puede tener su razón de ser. No hay por qué poner al mundo por testigo de las rencillas domésticas. Qué lamentable que una pareja se tire los trastos a la cabeza en una sala de espera de la Seguridad Social o que padres e hijos se voceen en el autobús. Pero ¿es aplicable el dicho a los asuntos que tienen una dimensión pública y que afectan a los dineros de todos y al interés general?
Un ejemplo. Supongamos que los del PP salieran con que los asuntos de corrupción de los que se acusa a algunos de sus altos cargos son temas de la vida interna del partido que no tienen por qué mostrarse a la opinión pública y que se deben ventilar de puertas adentro. ¿Qué diríamos? Como mínimo, que qué cara más dura y que no son ésas las reglas del juego en un Estado de Derecho, puesto que afectan a cosas bastante más importantes que las relaciones y los comportamientos dentro del propio grupo. Cosa distinta es que en público no se deban manejar falsas acusaciones ni se pueda injuriar o calumniar impunemente. Pero para evitar tal impunidad existen garantías e instrumentos jurídicos al alcance de quienes se sientan injustamente vejados.
Me cuentan que en un reciente Consejo de Gobierno de mi universidad un señor pidió la palabra para expresar su disgusto por una columna que recientemente publiqué en un periódico leonés y en el que manifestaba que el rector anterior debía dar cuenta, en la forma y lugar que estimara procedentes, de la situación en que había dejado la economía de la institución. Por supuesto que dicho orador está en su derecho de discrepar con un servidor, pero lo que no me convence nada es su alegación de que esas opiniones no deben sacarse a la luz pública. ¿Por qué? ¿De quién es la universidad? ¿Quien la paga? ¿Sólo nos afectan a nosotros, a los de dentro, su buen o mal gobierno? Y, por cierto, ni ese colega ni sus compañeros de antaño han dicho ni mu sobre el fondo de la cuestión, sobre cómo están las cuentas y por qué. Pues que hablen libremente en lugar de implorar silencios como el suyo.
Con todo el respeto, y salvando todas las distancias que haya que salvar, me parece que esos planteamientos nos acercan peligrosamente al proceder de “familias” muy poco ejemplares. El ejemplo más extremo nos lo da la Mafia. En la Mafia rige una muy estricta ley del silencio y, ciertamente, se procura que los conflictos se resuelvan según sus propias normas y sin luz ni taquígrafos. Y ya sabemos cómo son sus soluciones cuando alguien se sale del camino marcado o cae en desgracia, o cuando cambian los jefes y la correlación de fuerzas.
Bajo la luz pública no caben ni la indefensión ni la impunidad. Si alguien critica o reta en un periódico, por ejemplo, se puede replicar; si alguno yerra en sus juicios, cabe corregirlo; si hay quien opina con inadecuada información, es posible hacer valer la información correcta. Pero limitarse a atacar al mensajero y a pedirle que se muerda la lengua es una manera de otorgar: el que manda callar, otorga. El que manda callar o no tiene arrestos para debatir o se sabe sin argumentos.
Mil y una veces se escucha la misma cantinela. Usted lamenta en público el sistema de concursos y le replican que por qué no se calla, pues con tales alegatos deslegitima la institución. Usted denuncia manejos o incompetencia en la gestión y le repiten el mismo cuento. Mientras un grupo domina le dicen que no se queje de sus mañas, por la cuenta que le tiene, o que se atenga a las consecuencias. Cuando ese grupo ya no manda, le indican que siga en silencio, esta vez por el bien de la colectividad. El caso es achantar siempre, todo el rato, primero para que sigan en lo suyo y más tarde para que lo suyo, en su caso, quede en el olvido y se pase página como si tal cosa.
Pues no. Sin crítica no hay transparencia y en la oscuridad todos los gatos son pardos y hasta nos pueden dar gato por liebre. Nunca sobran críticos ni debatidores y suelen abundar en demasía los discretos, resignados y sumisos. Y en las universidades más. Y así nos va.
Un ejemplo. Supongamos que los del PP salieran con que los asuntos de corrupción de los que se acusa a algunos de sus altos cargos son temas de la vida interna del partido que no tienen por qué mostrarse a la opinión pública y que se deben ventilar de puertas adentro. ¿Qué diríamos? Como mínimo, que qué cara más dura y que no son ésas las reglas del juego en un Estado de Derecho, puesto que afectan a cosas bastante más importantes que las relaciones y los comportamientos dentro del propio grupo. Cosa distinta es que en público no se deban manejar falsas acusaciones ni se pueda injuriar o calumniar impunemente. Pero para evitar tal impunidad existen garantías e instrumentos jurídicos al alcance de quienes se sientan injustamente vejados.
Me cuentan que en un reciente Consejo de Gobierno de mi universidad un señor pidió la palabra para expresar su disgusto por una columna que recientemente publiqué en un periódico leonés y en el que manifestaba que el rector anterior debía dar cuenta, en la forma y lugar que estimara procedentes, de la situación en que había dejado la economía de la institución. Por supuesto que dicho orador está en su derecho de discrepar con un servidor, pero lo que no me convence nada es su alegación de que esas opiniones no deben sacarse a la luz pública. ¿Por qué? ¿De quién es la universidad? ¿Quien la paga? ¿Sólo nos afectan a nosotros, a los de dentro, su buen o mal gobierno? Y, por cierto, ni ese colega ni sus compañeros de antaño han dicho ni mu sobre el fondo de la cuestión, sobre cómo están las cuentas y por qué. Pues que hablen libremente en lugar de implorar silencios como el suyo.
Con todo el respeto, y salvando todas las distancias que haya que salvar, me parece que esos planteamientos nos acercan peligrosamente al proceder de “familias” muy poco ejemplares. El ejemplo más extremo nos lo da la Mafia. En la Mafia rige una muy estricta ley del silencio y, ciertamente, se procura que los conflictos se resuelvan según sus propias normas y sin luz ni taquígrafos. Y ya sabemos cómo son sus soluciones cuando alguien se sale del camino marcado o cae en desgracia, o cuando cambian los jefes y la correlación de fuerzas.
Bajo la luz pública no caben ni la indefensión ni la impunidad. Si alguien critica o reta en un periódico, por ejemplo, se puede replicar; si alguno yerra en sus juicios, cabe corregirlo; si hay quien opina con inadecuada información, es posible hacer valer la información correcta. Pero limitarse a atacar al mensajero y a pedirle que se muerda la lengua es una manera de otorgar: el que manda callar, otorga. El que manda callar o no tiene arrestos para debatir o se sabe sin argumentos.
Mil y una veces se escucha la misma cantinela. Usted lamenta en público el sistema de concursos y le replican que por qué no se calla, pues con tales alegatos deslegitima la institución. Usted denuncia manejos o incompetencia en la gestión y le repiten el mismo cuento. Mientras un grupo domina le dicen que no se queje de sus mañas, por la cuenta que le tiene, o que se atenga a las consecuencias. Cuando ese grupo ya no manda, le indican que siga en silencio, esta vez por el bien de la colectividad. El caso es achantar siempre, todo el rato, primero para que sigan en lo suyo y más tarde para que lo suyo, en su caso, quede en el olvido y se pase página como si tal cosa.
Pues no. Sin crítica no hay transparencia y en la oscuridad todos los gatos son pardos y hasta nos pueden dar gato por liebre. Nunca sobran críticos ni debatidores y suelen abundar en demasía los discretos, resignados y sumisos. Y en las universidades más. Y así nos va.
2 comentarios:
Hola
Excelente comentario, en estos dias en un foro de funcionarios, ecribi algo parecido. Les decia que tenia la impresion de que habia "algo" de lo que no se hablaba (me imagino que por lo mismo que dices aqui, de que los trapos se lavan en casa)y les daba mi opinion como psicologa qe me parecia que eso de lo que no se habla es lo que mas enferma. En mi trabajo nunca se puede hablar de nada pues entonces estas haciendo oposición. Y mi opinion es que si los temas no se hablan no hay reflexion posible y sin reflexión el cambio se hace inalcanzable.
Este fenómeno que comenta tiene otra manifestación muy interesante: y es la apelación al "diálogo" y al "consenso" para evitar críticas; la crítica es desagradable; y al fin y al cabo, el que se abstiene de criticar para facilitar el "consenso" ya sabe que alguna migajilla pillará, o, en todo caso, quedará a salvo de las represalias de estos forofos del consenso que, cuando tienen algo de poder, pueden hacer palidecer a Calígula.
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