Supongamos que se tratara de empresas. Y ya que tan de moda se ha puesto lo de las evaluaciones por un tubo, evaluémoslas.
El director general de cada una de estas empresas se elige por votación universal ponderada entre el personal que en ella trabaja y los clientes y usuarios de sus servicios. Ni que decir tiene que en las campañas los aspirantes ofrecen a sus electores de todo y en abundancia, salvo rigor y exigencia, pues eso no da votos.
En cuanto a la selección del personal, se busca ante todo que vayan llegando a los puestos más altos y mejor remunerados aquellos trabajadores de la propia localidad y que comenzaron allí mismo de aprendices. En realidad, los procesos de selección están organizados para que, a ser posible, no se entrometa nadie que provenga de otra empresa, sea cual sea su cualificación. Como se ve, estas empresas no compiten entre sí, pues cada una prefiere a los suyos por ser suyos y porque hablan con un acento más gracioso. Con todo, de vez en cuando y por azar se cuela algún foráneo, en cuyo caso se le permite que pase por el centro de trabajo un día a la semana y que se quede el resto del tiempo en su ciudad de origen.
En cuanto a la organización del trabajo y la producción, rige también un sistema muy democrático. Si, por ejemplo, se plantea que se fabrique un nuevo producto, se consulta a los trabajadores y éstos van decidiendo si les apetece o no trabajar en eso o prefieren seguir más tranquilos y a su aire.
Los rectores de la empresa hace tiempo que, para dar gusto a sus electores, se equivocaron a posta en sus cálculos e hincharon las plantillas tanto, que ahora sobra gente y no hay tajo para todos. De ahí que estén animando a prejubilarse a los trabajadores más expertos. Esta política se complementa con un sutil sistema de penalizaciones: al trabajador muy inquieto y laborioso, se le obliga a pasarse el día haciendo papeles, presentando memorias, justificantes y firmas, para que ese modo se relaje y no fastidie tanto a los compañeros ni suba el listón hasta niveles que pueden atentar contra el principio de igualdad.
¿Qué diríamos de empresas así? Que parecen un invento de los hermanos Marx y que no resultarán muy eficientes. Pues téngase en cuenta que así son las universidades españolas. Eso sí, dicen que con el cambio de los planes de estudios y los métodos docentes seremos de lo mejorcito de Europa.
El director general de cada una de estas empresas se elige por votación universal ponderada entre el personal que en ella trabaja y los clientes y usuarios de sus servicios. Ni que decir tiene que en las campañas los aspirantes ofrecen a sus electores de todo y en abundancia, salvo rigor y exigencia, pues eso no da votos.
En cuanto a la selección del personal, se busca ante todo que vayan llegando a los puestos más altos y mejor remunerados aquellos trabajadores de la propia localidad y que comenzaron allí mismo de aprendices. En realidad, los procesos de selección están organizados para que, a ser posible, no se entrometa nadie que provenga de otra empresa, sea cual sea su cualificación. Como se ve, estas empresas no compiten entre sí, pues cada una prefiere a los suyos por ser suyos y porque hablan con un acento más gracioso. Con todo, de vez en cuando y por azar se cuela algún foráneo, en cuyo caso se le permite que pase por el centro de trabajo un día a la semana y que se quede el resto del tiempo en su ciudad de origen.
En cuanto a la organización del trabajo y la producción, rige también un sistema muy democrático. Si, por ejemplo, se plantea que se fabrique un nuevo producto, se consulta a los trabajadores y éstos van decidiendo si les apetece o no trabajar en eso o prefieren seguir más tranquilos y a su aire.
Los rectores de la empresa hace tiempo que, para dar gusto a sus electores, se equivocaron a posta en sus cálculos e hincharon las plantillas tanto, que ahora sobra gente y no hay tajo para todos. De ahí que estén animando a prejubilarse a los trabajadores más expertos. Esta política se complementa con un sutil sistema de penalizaciones: al trabajador muy inquieto y laborioso, se le obliga a pasarse el día haciendo papeles, presentando memorias, justificantes y firmas, para que ese modo se relaje y no fastidie tanto a los compañeros ni suba el listón hasta niveles que pueden atentar contra el principio de igualdad.
¿Qué diríamos de empresas así? Que parecen un invento de los hermanos Marx y que no resultarán muy eficientes. Pues téngase en cuenta que así son las universidades españolas. Eso sí, dicen que con el cambio de los planes de estudios y los métodos docentes seremos de lo mejorcito de Europa.
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