(Publicado hoy el El Mundo de León).
Leo en este periódico las informaciones sobre las quejas porque en unas oposiciones para cubrir 40 plazas de auxiliar administrativo en la Diputación “una buena parte de los candidatos que han sido calificados con las mejores notas sean familiares directos de funcionarios o cargos políticos del Partido Popular”. Ignoro si hubo trampa o decencia, pero hay que ver lo mal pensada y picajosa que es la gente.
¿No quedamos en que la familia es célula básica de la sociedad? Pues por qué no va serlo también de la Administración. ¿Y no va a servir más fielmente a la Administración quién la mamó desde pequeño, viendo a su padre, por ejemplo, desvivirse por las instituciones y dejar en el empeño lo mejor de sus energías, pasando incluso privaciones por causa de su amor al interés general? ¿Ha de chocarnos que haga mejor los ejercicios de la oposición quien desde la infancia se acostumbró a oír en casa hablar de reglamentos, escalafones, transparencia y hasta del sacrosanto principio de mérito y capacidad? ¿No servirá mejor al Estado y a sus variados entes quien lleva hasta en los genes el apego al servicio público y la vocación de funcionario? Ahora que está de moda la novela histórica y que nos perdemos en nostalgias de tradiciones, ¿no será el momento adecuado para volver a vincular el gobierno de los asuntos comunes a una Corte formada por familias bien seleccionadas y aglutinada por lealtades personales a los jefes, en lugar de seguir con el frío concepto de burocracia que Max Weber colocó como pilar del Estado moderno?
Es más, ya metidos en gastos y reformas, los puestos administrativos deberían ser hereditarios y así las familias que velan por el bien común evitarían los sinsabores del paro y la desazón hipotecaria, cosa que repercutiría en un trato más cordial con el áspero administrado.
¿No quedamos en que la familia es célula básica de la sociedad? Pues por qué no va serlo también de la Administración. ¿Y no va a servir más fielmente a la Administración quién la mamó desde pequeño, viendo a su padre, por ejemplo, desvivirse por las instituciones y dejar en el empeño lo mejor de sus energías, pasando incluso privaciones por causa de su amor al interés general? ¿Ha de chocarnos que haga mejor los ejercicios de la oposición quien desde la infancia se acostumbró a oír en casa hablar de reglamentos, escalafones, transparencia y hasta del sacrosanto principio de mérito y capacidad? ¿No servirá mejor al Estado y a sus variados entes quien lleva hasta en los genes el apego al servicio público y la vocación de funcionario? Ahora que está de moda la novela histórica y que nos perdemos en nostalgias de tradiciones, ¿no será el momento adecuado para volver a vincular el gobierno de los asuntos comunes a una Corte formada por familias bien seleccionadas y aglutinada por lealtades personales a los jefes, en lugar de seguir con el frío concepto de burocracia que Max Weber colocó como pilar del Estado moderno?
Es más, ya metidos en gastos y reformas, los puestos administrativos deberían ser hereditarios y así las familias que velan por el bien común evitarían los sinsabores del paro y la desazón hipotecaria, cosa que repercutiría en un trato más cordial con el áspero administrado.
1 comentario:
En fin. Como es la gente. Malevolos¡¡¡. Pues eso no es nada. Algunos desconsolados se inventan hasta que hay cambios completos de sobres vamos unos revuelos por los pasillos. El caso es consolarse de alguna forma.
En otro orden de cosas donde esté el aspirante que lo ha mamado desde pequeño en familia; atento a las opiniones de sus congeneres funcionarios en cada comida sobre como debería organizarse tal o cual servicio que se quite todo; estos chicos cuando acceden tienen un vagage y ello redundará en una mayor calidad en la prestación los servicos administrativos. etc etc.
Yo mismo realmente que puedo hacer... Mi mejor contribución a la sociedad será cuidar las vaques que es lo que he mamado desde los cinco años.
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