El otro día mi mujer y yo íbamos a embarcarnos en eso que los curas llamaban el débito conyugal. Pero, como andamos enfrascados (sobre todo ella) en reformas de planes de estudios y en memorias de títulos a la pedagógica manera, Bolonia se nos metió en la cama, como quien dice. Me dio por pensar que debíamos adaptar nuestras artes amatorias al Sistema Europeo, más que nada para que nuestro proceder tenga reconocimiento supranacional y por si un día nos apuntamos a un intercambio con suecas o eslovacos o tenemos que acabar ejerciendo en otro país. A buena hora la peregrina ocurrencia.
Primero nos preguntamos cómo se valoraría nuestro ayuntamiento en créditos ECTS. Así que decidimos posponer nuestros hábitos magistrales y tomarnos cada uno unas horas de trabajo personal previo. Calculamos que lo adecuado podían ser unas tres horas y en ellas cada cual se retiró a repasar unas lecturas bien seleccionadas sobre orgasmos y apareamientos reglamentarios, amén de a tratar de a autoevaluarnos, cada uno por sí y para sí. Cuando nos reencontramos andábamos ya medio cansados y, por seguir con los nuevos métodos, juzgamos que lo más correcto en ese instante era que cada uno hiciera una pequeña exposición oral, seguida del correspondiente debate sobre las posturas y los detalles así expuestos. Después de unas cuantas vueltas acabamos coincidiendo en las líneas esenciales del tema y creímos que era buen momento para el uso de las nuevas tecnologías, aspecto que también se prima grandemente en las recientes titulaciones. Fue sorprendente el rendimiento que sacamos a esas nuevas herramientas, he de reconocerlo. Al principio costó un poco, por falta de amplitud de miras, pero luego fue coser y cantar.
Ya medio exhaustos, pero todavía contentos, nos acordamos de que para la aprobación de los nuevos títulos se exige un riguroso inventario de los medios disponibles. De modo que nos tomamos una horita para enumerar por escrito la infraestructura con que contamos para nuestros encuentros. Así, una cama matrimonial de las de toda la vida, un baño con bidé y todo lo que el buen aseo requiere, una modesta vivienda que suele recibir la visita inesperada de algún cuñado cuando nos disponemos a tomarnos la lección y un frío garaje que nunca nos ha parecido lugar tentador para enseñarnos nada.
Entre flautas y pitos se nos hizo tardísimo, pero, con todo, como andábamos urgidos por los plazos, no quisimos dejar el examen final para otro día. Pero hete aquí que se nos había olvidado precisar con antelación la manera en que nos evaluaríamos. ¿Sería mejor una prueba oral o un sistema de trabajos? ¿Un único examen final o una detallada evaluación continua? Decidimos, tal como hoy se estila, combinar un poco de todo, lo cual nos costó su tiempo y aumentó el inevitable cansancio.
Menos mal que, antes de que fuera demasiado tarde, caímos en la cuenta de que se no habíamos pasado fijar detalladamente los objetivos del plan. El objetivo general nos pareció claro a los dos al principio y acordamos que era el de darnos amoroso placer. Con todo, pronto surgieron dudas y discrepancias a la hora de determinar los fines secundarios. Uno decía que podría tratarse de desarrollar libremente la personalidad, mientras que al otro le parecía que era más conveniente poner que importa mucho el adecuado relax tras los avatares de cada jornada; porfiaba el uno con que no podía dejar de incluirse el logro del conveniente equilibrio entre bienestar físico e inteligencia emocional, al tiempo que opinaba el otro que tampoco era moco de pavo el ahorro de tiempo, dinero y energía que se obtiene al arreglarse en casa. Como suele pasar en este tipo de comisiones, pronto decidimos que lo mejor era enumerar todos esos objetivos y que, de tal manera, nos quedaba un plan bien chulo y al gusto de cualquiera.
Ah, pero, ¿y los fines subjetivos del plan? ¿Qué habilidades y dones se trata de impulsar o extender con él? Aquí el esquema conceptual lo teníamos bien claro, pues estamos habituados a la nueva escolástica pedagógica y sus sutilezas cuasiteológicas: debíamos distinguir entre competencias, habilidades y destrezas. La santísima trinidad de la nueva enseñanza. Eso ya fue la hecatombe. A mí me parecía que la competencia sexual consiste en el buen adiestramiento del cuerpo a fin de no incurrir en el temible gatillazo masculino o femenino, pero mi mujer observó, con buen criterio, que si decíamos adiestramiento, convendría más incluirlo en el capítulo de destrezas. Bueno, ya teníamos algo. Entonces, ¿qué metemos en lo de competencias? A ella, muy en su línea, se le ocurrió que a la competencia había que darle un tratamiento más institucional, por lo que me propuso que como tal consideráramos la práctica sexual autorizada por ley o contrato, excluyendo de los objetivos, por tanto, esos arrebatos que siempre acaban en gresca y remordimientos. No me pareció mal, ni podía parecérmelo, pero le hice ver que lo de por ley o contrato seguía siendo demasiado amplio y podía abarcar acuerdos de sexo fugaz bajo precio. Así que convinimos dejar en esa casilla una declaración abierta y no muy comprometida: el plan pretende desarrollar competencias para el sexo competente. Oye, y que cada uno entienda lo que quiera.
¿Y las habilidades? Ambos nos pusimos a desgranar virtuosismos a toda velocidad, que si esto, que si lo otro, que si por aquí, que si por allá, que si así, que si asá. Pero cuando se nos agotó la imaginación y nos llegó un nuevo bostezo, nos dio por pensar que eso más bien eran destrezas, destrezas sexuales. Gracias a eso acabamos de cumplimentar el apartado de destrezas tal que así: el plan se propone el desarrollo equilibrado y complementario -dos calificativos fundamentales en este tipo de papeleos-, transversal incluso -más fundamental aún-, de una serie escalonada de destrezas sexuales, de modo que se da por supuesto que el sexo que se ha de aprender es el sexo diestro.
Primero nos preguntamos cómo se valoraría nuestro ayuntamiento en créditos ECTS. Así que decidimos posponer nuestros hábitos magistrales y tomarnos cada uno unas horas de trabajo personal previo. Calculamos que lo adecuado podían ser unas tres horas y en ellas cada cual se retiró a repasar unas lecturas bien seleccionadas sobre orgasmos y apareamientos reglamentarios, amén de a tratar de a autoevaluarnos, cada uno por sí y para sí. Cuando nos reencontramos andábamos ya medio cansados y, por seguir con los nuevos métodos, juzgamos que lo más correcto en ese instante era que cada uno hiciera una pequeña exposición oral, seguida del correspondiente debate sobre las posturas y los detalles así expuestos. Después de unas cuantas vueltas acabamos coincidiendo en las líneas esenciales del tema y creímos que era buen momento para el uso de las nuevas tecnologías, aspecto que también se prima grandemente en las recientes titulaciones. Fue sorprendente el rendimiento que sacamos a esas nuevas herramientas, he de reconocerlo. Al principio costó un poco, por falta de amplitud de miras, pero luego fue coser y cantar.
Ya medio exhaustos, pero todavía contentos, nos acordamos de que para la aprobación de los nuevos títulos se exige un riguroso inventario de los medios disponibles. De modo que nos tomamos una horita para enumerar por escrito la infraestructura con que contamos para nuestros encuentros. Así, una cama matrimonial de las de toda la vida, un baño con bidé y todo lo que el buen aseo requiere, una modesta vivienda que suele recibir la visita inesperada de algún cuñado cuando nos disponemos a tomarnos la lección y un frío garaje que nunca nos ha parecido lugar tentador para enseñarnos nada.
Entre flautas y pitos se nos hizo tardísimo, pero, con todo, como andábamos urgidos por los plazos, no quisimos dejar el examen final para otro día. Pero hete aquí que se nos había olvidado precisar con antelación la manera en que nos evaluaríamos. ¿Sería mejor una prueba oral o un sistema de trabajos? ¿Un único examen final o una detallada evaluación continua? Decidimos, tal como hoy se estila, combinar un poco de todo, lo cual nos costó su tiempo y aumentó el inevitable cansancio.
Menos mal que, antes de que fuera demasiado tarde, caímos en la cuenta de que se no habíamos pasado fijar detalladamente los objetivos del plan. El objetivo general nos pareció claro a los dos al principio y acordamos que era el de darnos amoroso placer. Con todo, pronto surgieron dudas y discrepancias a la hora de determinar los fines secundarios. Uno decía que podría tratarse de desarrollar libremente la personalidad, mientras que al otro le parecía que era más conveniente poner que importa mucho el adecuado relax tras los avatares de cada jornada; porfiaba el uno con que no podía dejar de incluirse el logro del conveniente equilibrio entre bienestar físico e inteligencia emocional, al tiempo que opinaba el otro que tampoco era moco de pavo el ahorro de tiempo, dinero y energía que se obtiene al arreglarse en casa. Como suele pasar en este tipo de comisiones, pronto decidimos que lo mejor era enumerar todos esos objetivos y que, de tal manera, nos quedaba un plan bien chulo y al gusto de cualquiera.
Ah, pero, ¿y los fines subjetivos del plan? ¿Qué habilidades y dones se trata de impulsar o extender con él? Aquí el esquema conceptual lo teníamos bien claro, pues estamos habituados a la nueva escolástica pedagógica y sus sutilezas cuasiteológicas: debíamos distinguir entre competencias, habilidades y destrezas. La santísima trinidad de la nueva enseñanza. Eso ya fue la hecatombe. A mí me parecía que la competencia sexual consiste en el buen adiestramiento del cuerpo a fin de no incurrir en el temible gatillazo masculino o femenino, pero mi mujer observó, con buen criterio, que si decíamos adiestramiento, convendría más incluirlo en el capítulo de destrezas. Bueno, ya teníamos algo. Entonces, ¿qué metemos en lo de competencias? A ella, muy en su línea, se le ocurrió que a la competencia había que darle un tratamiento más institucional, por lo que me propuso que como tal consideráramos la práctica sexual autorizada por ley o contrato, excluyendo de los objetivos, por tanto, esos arrebatos que siempre acaban en gresca y remordimientos. No me pareció mal, ni podía parecérmelo, pero le hice ver que lo de por ley o contrato seguía siendo demasiado amplio y podía abarcar acuerdos de sexo fugaz bajo precio. Así que convinimos dejar en esa casilla una declaración abierta y no muy comprometida: el plan pretende desarrollar competencias para el sexo competente. Oye, y que cada uno entienda lo que quiera.
¿Y las habilidades? Ambos nos pusimos a desgranar virtuosismos a toda velocidad, que si esto, que si lo otro, que si por aquí, que si por allá, que si así, que si asá. Pero cuando se nos agotó la imaginación y nos llegó un nuevo bostezo, nos dio por pensar que eso más bien eran destrezas, destrezas sexuales. Gracias a eso acabamos de cumplimentar el apartado de destrezas tal que así: el plan se propone el desarrollo equilibrado y complementario -dos calificativos fundamentales en este tipo de papeleos-, transversal incluso -más fundamental aún-, de una serie escalonada de destrezas sexuales, de modo que se da por supuesto que el sexo que se ha de aprender es el sexo diestro.
Muy bien. Ahora a por las habilidades otra vez. ¿Cuáles habilidades sexuales podrían ser ésas que no eran lo mismo que las competencias y las destrezas? Después de discutir varias hipótesis nada satisfactorias, reparamos en que la solución la teníamos al alcance de la mano: un plan sexual debe servir para desarrollar la habilidad sexual. ¡Pues claro! Ya lo teníamos: se pretende desarrollar genéricamente la habilidad sexual mediante la enseñanza y la práctica de una serie de habilidades que son, todas ellas e interconectadamente, habilidades sexuales.
El último toque al plan se lo dimos al poner expresamente de manifiesto que en la enseñanza y ejercitación de esas competencias, habilidades y destrezas, que tenían en común el ser competencias sexuales, habilidades sexuales y destrezas sexuales, puesto que estábamos ante un plan sexual y no de otro tipo, se procuraría que en todo momento interpenetrara una perspectiva de género, sin que, por tanto, fuera mayor la penetración en un género u otro, al mismo tiempo que se tendría muy en cuenta cualquier enfoque de ayuda al desarrollo y de solidaridad con los más necesitados.
Nos quedó tan estupendo y fue tal nuestro entusiasmo, que decidimos posponer para otro día el comienzo de las clases y nos tomamos un nuevo tiempo para enviar el plan a la ANECA, a fin de que esta simpática Agencia lo evaluara con la competencia, habilidad y destreza que la caracterizan. Estábamos muy ilusionados, pero ayer mismo nos llegó la respuesta, que nos cayó como jarro de agua fría en mitad del clímax. A juicio de los anónimos evaluadores, el personal llamado a implementar (así dice, implementar) el nuevo plan no está suficientemente cualificado, pues ni mi mujer ni un servidor hemos sido nunca investigadores principales en grandes proyectos sexuales, ni hemos formado en ese campo a un número suficiente de discípulos, y, sobre todo (aquí el énfasis de los evaluadores es fuerte), carecemos de experiencia de gestión en instituciones sexuales.
Así que qué quieren que les diga. Comprenderán ustedes, queridos amigos, las decisiones radicales que nos hemos visto obligados a tomar. Vamos a poner a medias un puticlub y a repartirnos en él los cargos de chulo y madame según la naturaleza de las cosas, y en los ratos libres dispararemos a todo lo que se mueva, para poder, así, acreditar la próxima vez una experiencia suficiente y un curriculum lo bastante variado; lo bastante variado como para que lo juzgue positivamente un evaluador que lo más seguro que será inexperto, precoz y medio impotente. Pero adaptarse o morir; es lo que hay. Lo que está claro es que no podemos seguir haciéndonos el amor de espaldas a los nuevos pedagogos. Por si acaso, no vaya a ser que por darles la espalda volvamos a las andadas y pase una desgracia.
El último toque al plan se lo dimos al poner expresamente de manifiesto que en la enseñanza y ejercitación de esas competencias, habilidades y destrezas, que tenían en común el ser competencias sexuales, habilidades sexuales y destrezas sexuales, puesto que estábamos ante un plan sexual y no de otro tipo, se procuraría que en todo momento interpenetrara una perspectiva de género, sin que, por tanto, fuera mayor la penetración en un género u otro, al mismo tiempo que se tendría muy en cuenta cualquier enfoque de ayuda al desarrollo y de solidaridad con los más necesitados.
Nos quedó tan estupendo y fue tal nuestro entusiasmo, que decidimos posponer para otro día el comienzo de las clases y nos tomamos un nuevo tiempo para enviar el plan a la ANECA, a fin de que esta simpática Agencia lo evaluara con la competencia, habilidad y destreza que la caracterizan. Estábamos muy ilusionados, pero ayer mismo nos llegó la respuesta, que nos cayó como jarro de agua fría en mitad del clímax. A juicio de los anónimos evaluadores, el personal llamado a implementar (así dice, implementar) el nuevo plan no está suficientemente cualificado, pues ni mi mujer ni un servidor hemos sido nunca investigadores principales en grandes proyectos sexuales, ni hemos formado en ese campo a un número suficiente de discípulos, y, sobre todo (aquí el énfasis de los evaluadores es fuerte), carecemos de experiencia de gestión en instituciones sexuales.
Así que qué quieren que les diga. Comprenderán ustedes, queridos amigos, las decisiones radicales que nos hemos visto obligados a tomar. Vamos a poner a medias un puticlub y a repartirnos en él los cargos de chulo y madame según la naturaleza de las cosas, y en los ratos libres dispararemos a todo lo que se mueva, para poder, así, acreditar la próxima vez una experiencia suficiente y un curriculum lo bastante variado; lo bastante variado como para que lo juzgue positivamente un evaluador que lo más seguro que será inexperto, precoz y medio impotente. Pero adaptarse o morir; es lo que hay. Lo que está claro es que no podemos seguir haciéndonos el amor de espaldas a los nuevos pedagogos. Por si acaso, no vaya a ser que por darles la espalda volvamos a las andadas y pase una desgracia.
2 comentarios:
Profesor, el chulo (mejor los ) no suele coincidir con el dueño del club.
Espero que cuando inaugure me haga llegar un aviso para "estrenarme" allí.
Que no olvidemos que el mejor polvo...el pagado.
Magnífico. Al final venderemos todos nuestro cuerpo a la mayor gloria de los baremos de la Aneca.
Otro punto de vista en:
http://profesor-anecado.blogspot.com/
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