¿Cómo salimos adelante? ¿Cómo conseguimos sobrevivir a la infancia en medio de tales peligros? ¿Qué clase de irresponsables eran nuestros padres? ¿En qué libertinajes incurrimos desde bebés y que pudieron costarnos la vida y la integridad física y moral? Se me pone la piel de gallina sólo de pensarlo. Todos los de mi pueblo gateando por los prados cuando aún no habíamos aprendido a andar, tocando a las vacas, ay, embarrándonos, bebiendo leche recién ordeñada y, por supuesto, sin pasteurizar. Y nada de potitos, patatas desde que salía el primer diente. En mis recuerdos más lejanos me veo sentado a la orilla de la tierra de labranza, jugando con los terrones y tratando de coger lombrices, mientras mi padre y mi madre, azada en ristre, sembraban alubias (fabes) o plantaban lechugas. A la escuela íbamos desde los cinco años caminando solos, varios kilómetros, en invierno bajo la lluvia y el frío, con madreñes o chanclos. Dos o tres días a la semana comíamos fabada, también los más pequeños, con su dosis generosa de morcilla, tocino (entonces no sabíamos que comer tocino es de mal gusto, pero que bacon sí se puede), lacón y chorizo. Mi madre de niño me llevaba a la cama, al amanecer, un ponche a base de huevo crudo batido y vino blanco peleón. Toma pelotazo para echar a andar.
¿Era mi madre una asesina? ¿Mi padre un desalmado? ¿Mi pueblo el infierno de la infancia? No, amigos, aquello era el paraíso. Mis viejos trabajaban de sol a sol. Todos los niños éramos intensamente felices, alegres, dichosos. Y sanos. Y adquirimos buenas habilidades (trepar a los árboles, saltar zanjas, saber cómo sujetar a una vaca, plantar hortalizas, no respirar cuando se coge una ortiga) que aún hoy le permiten a uno, con la cuarentena más que servida, salir del paso cuando hay que saltar un charquito o rescatar a algún cuitado urbanita de las fauces temibles de una abeja.
Y luego en la ciudad, desde los diez años. Salíamos solos y en pandilla por las calles del barrio. Jugábamos al fútbol en descampados donde había de todo: piedras, cristales, palos, barro, perros. Íbamos solos hasta el colegio, caminando, sin que un papá nos llevara en coche masacrados de bufandas. Las actividades extraescolares nos las montábamos propiamente fuera de la escuela, en billares y boleras. A veces había peleas y puñetazos, y bien libre estabas de quejarte en casa si te había tocado con los perdedores, no fuera a empeorar tu situación.
¿Seré un inconsciente? ¿No me daré cuenta, acaso, de que mi psique padece todos los traumas imaginables como consecuencia de aquella disoluta y arriesgada vida impúber? ¿Será consecuencia de aquel ríspido ambiente el que yo ahora me indigne cuando veo a tanto capullín de mírame y no me toques? ¿Será por el abandono sufrido antaño por lo que ahora me provocan impulsos homicidas esos papás atildados y untuosos que vienen a mi despacho a explicarme que su hijo/a estudia mucho, mucho, mucho, pero que este modo de exigir no es normal y que pobre chico/a, por los traumas que los profesores le causamos está yendo ahora a una terapia tántrica muy buena, combinada con una dieta baja en aminoácidos, y que si no puedo, anda porfa, subirle la nota un poco, cuatro puntitos de nada? Mi alternativa, en el pasado, si los puntitos no me alcanzaban, estaba clara: a trabajar con las vacas, que ellas tampoco tienen carrera; ni la necesitan. O carrera o carro. Tú eliges. ¿Será que ahora me sigue gustando el fútbol porque en aquel tiempo era fútbol lo que jugábamos en parques, prados, campos y descampados, en lugar de asistir, conducido por un progenitor de gesto bobalicón y orgullo de canguro, a clases de ajedrez, o ballet, o tiro con arco, o esgrima, o clavicémbalo, o tuba?
No estoy bajo un ataque de nostalgia, no. Más bien de mala leche. Miro a mi alrededor. No veo a Pepita, que lleva años sin venir por el trabajo (esto es la Universidad, ya lo sé. Véase mi viejo articulillo recién colgado, ayer) más que una horita cada cuatro semanas. No pregunto dónde anda, pues sé la respuesta que todos me darían, con un mohín de reproche por lo intempestivo e inhumano de mi interrogación. Es que tuvo un niño, ¿no te acuerdas? Eso me contestarían. Y líbrenme los dioses de replicar, sí, ya sé, pero hace cuatro años. Porque el enojo crecería, al responderme que ahora es lo peor y cuando más atención requieren. Y que qué horror, porque los llevas a la guardería y te cogen todos los microbios. Antes mis amigos y colegas iban al bar todos los días un rato, y al fútbol una vez a la semana. Ahora sólo van al pediatra, con su criaturita, esa cosa enfermiza, fofa, ruidosa, impertinente. Sí, sí, me gustan los niños, aunque no lo parezca. Pero he dicho los niños, no los semovientes embutidos que hacen a diario la ruta entre la casa y el pediatra, o entre la casa y el lugar donde imparte las clases de tuba, a 100 euros la hora, ese exiliado ruso que sueña con tirarse a la mamá. O al papá. O a toda la familia.
No hace mucho un buen amigo tuvo descendencia. Enhorabuena, of course. Alguien deberá cotizar cuando a uno le toque pillar pensión. Pero, aparte de eso, la sensación es guapa, lo sé y lo recuerdo. Una monada de chaval, dicen. Digo dicen porque sus papis, al cabo de los meses, aún procuran no sacarlo de casa. No sea que se enfríe, se resfríe, se constipe, se acatarre o tenga una diarreíta, con tanto virus que hay por ahí, hija. El caso es que el otro día vi a mi amigo. Nos reunió un compromiso absolutamente ineludible, que por eso apareció él. No pude evitar preguntarle por qué ya casi nunca va a la oficina. Ni a ningún lado. Su mujer no trabaja. Antes creo que buscaba trabajo. Ahora, puf, imagínate, como para ponerse a trabajar, con lo que da que hacer un niño, que te tiene todo el día esclavo. Y eso que éste es bueno y duerme bien. Todos, al parecer, son especialmente buenos, lo que no les impide, a los muy cabronazos, esclavizar a toda la familia, la política incluida, y frustrarle el descanso al obrero del quinto a base de barritos nocturnos, matutinos y vespertinos. Pobres, es que se expresan así. A veces se me olvida. Lo que no puedes hacer es decirles que se callen o griten más bajito, porque luego vienen las reacciones psicosomáticas que les provocan angustia y anemia. El caso es que mi amigo me miró muy serio y, sin rastro de ironía, me contestó que tenían que estar los dos, papá y mamá, todo el día con su bebé, pendientes y atentos, pues no sabe cuándo se va a despertar, qué puede necesitar o cuándo surge un imprevisto. Que son muy absorbentes, los niños, ya sabes. Sí, ya veo. Absorbentes. Como los dodotis. Absorbentes. Tan ricos. Angelitos de los demonios. Con lo que ellos quieren a sus papás y lo que les gusta tenerlos todo el santo día mirándoles el pitín a ver si van a orinar otra gotita. No lo cojas así, Borja Xuacu, ¿no ves que nos dijo el pediatra que se le vienen gases si se le dobla la orejita? Ay, mira qué pedete. Tenemos que decírselo a la abuela, que ya tira pedetes. Mi niño. Le propuse a mi amigo, viejo juerguista con solera, irnos de copas, y me miró aterrado. Creo que hasta me odió un poco. No era envidia. Ni mucho menos. Era desprecio. Posiblemente me considera ya un perverso cruce de narcisista y hedonista. El otro día leyó que hay sujetos así porque no han salido de la fase anal, que diría un freudiano; o porque sus hormonas no producen una enzima que induce la empatía psico-física con los niños. Encima. Sí, venía el otro día en uno de los fascículos de Padres100. Los estamos coleccionando y aprendes cosas buenísimas y muy útiles. ¿Te los pasos y vas viendo?
Esto parece la guerra. Cada parto dos bajas, papi y mami. Más el bebé, que en su puta vida va a conocer el gusto de soltarle una pedrada a un vecino amigo, sacar un grillo de su cueva o merendarse a pelo una manzana recién caída del árbol. Un zombie, garantizado. For ever. Llegará a los treinta y nueve y seguirá convencido de que lo más sublime del mundo se halla en su pipí y sus pedetes. Es muy sensible mi John Xuaquín, todo le afecta, hija. Ya no sé que darle. A ver si acaba la carrera y se centra. Lo que pasa que hay un profesor que le tiene ojeriza. Ya va a hablar mi Borja Xuacu con un primo suyo que es vecino del Rector. A ver si lo arreglamos, pobrecíto mío, mi chiquirriquitín. Y eso que ahora está con el tratamiento que le da aquel psiquiatra de Barcelona que le recomendó mi cuñada y vamos tirando.
Probable, que no deseado, desenlace. EFE: Niño de cuarenta y dos años, de nombre John Xuacu, ataca a sus padres con una katana. Cuando la policía llegó, lo encontró chapoteando en un charco de orines y sangre. Y sonreía. Mi niño.
¿Era mi madre una asesina? ¿Mi padre un desalmado? ¿Mi pueblo el infierno de la infancia? No, amigos, aquello era el paraíso. Mis viejos trabajaban de sol a sol. Todos los niños éramos intensamente felices, alegres, dichosos. Y sanos. Y adquirimos buenas habilidades (trepar a los árboles, saltar zanjas, saber cómo sujetar a una vaca, plantar hortalizas, no respirar cuando se coge una ortiga) que aún hoy le permiten a uno, con la cuarentena más que servida, salir del paso cuando hay que saltar un charquito o rescatar a algún cuitado urbanita de las fauces temibles de una abeja.
Y luego en la ciudad, desde los diez años. Salíamos solos y en pandilla por las calles del barrio. Jugábamos al fútbol en descampados donde había de todo: piedras, cristales, palos, barro, perros. Íbamos solos hasta el colegio, caminando, sin que un papá nos llevara en coche masacrados de bufandas. Las actividades extraescolares nos las montábamos propiamente fuera de la escuela, en billares y boleras. A veces había peleas y puñetazos, y bien libre estabas de quejarte en casa si te había tocado con los perdedores, no fuera a empeorar tu situación.
¿Seré un inconsciente? ¿No me daré cuenta, acaso, de que mi psique padece todos los traumas imaginables como consecuencia de aquella disoluta y arriesgada vida impúber? ¿Será consecuencia de aquel ríspido ambiente el que yo ahora me indigne cuando veo a tanto capullín de mírame y no me toques? ¿Será por el abandono sufrido antaño por lo que ahora me provocan impulsos homicidas esos papás atildados y untuosos que vienen a mi despacho a explicarme que su hijo/a estudia mucho, mucho, mucho, pero que este modo de exigir no es normal y que pobre chico/a, por los traumas que los profesores le causamos está yendo ahora a una terapia tántrica muy buena, combinada con una dieta baja en aminoácidos, y que si no puedo, anda porfa, subirle la nota un poco, cuatro puntitos de nada? Mi alternativa, en el pasado, si los puntitos no me alcanzaban, estaba clara: a trabajar con las vacas, que ellas tampoco tienen carrera; ni la necesitan. O carrera o carro. Tú eliges. ¿Será que ahora me sigue gustando el fútbol porque en aquel tiempo era fútbol lo que jugábamos en parques, prados, campos y descampados, en lugar de asistir, conducido por un progenitor de gesto bobalicón y orgullo de canguro, a clases de ajedrez, o ballet, o tiro con arco, o esgrima, o clavicémbalo, o tuba?
No estoy bajo un ataque de nostalgia, no. Más bien de mala leche. Miro a mi alrededor. No veo a Pepita, que lleva años sin venir por el trabajo (esto es la Universidad, ya lo sé. Véase mi viejo articulillo recién colgado, ayer) más que una horita cada cuatro semanas. No pregunto dónde anda, pues sé la respuesta que todos me darían, con un mohín de reproche por lo intempestivo e inhumano de mi interrogación. Es que tuvo un niño, ¿no te acuerdas? Eso me contestarían. Y líbrenme los dioses de replicar, sí, ya sé, pero hace cuatro años. Porque el enojo crecería, al responderme que ahora es lo peor y cuando más atención requieren. Y que qué horror, porque los llevas a la guardería y te cogen todos los microbios. Antes mis amigos y colegas iban al bar todos los días un rato, y al fútbol una vez a la semana. Ahora sólo van al pediatra, con su criaturita, esa cosa enfermiza, fofa, ruidosa, impertinente. Sí, sí, me gustan los niños, aunque no lo parezca. Pero he dicho los niños, no los semovientes embutidos que hacen a diario la ruta entre la casa y el pediatra, o entre la casa y el lugar donde imparte las clases de tuba, a 100 euros la hora, ese exiliado ruso que sueña con tirarse a la mamá. O al papá. O a toda la familia.
No hace mucho un buen amigo tuvo descendencia. Enhorabuena, of course. Alguien deberá cotizar cuando a uno le toque pillar pensión. Pero, aparte de eso, la sensación es guapa, lo sé y lo recuerdo. Una monada de chaval, dicen. Digo dicen porque sus papis, al cabo de los meses, aún procuran no sacarlo de casa. No sea que se enfríe, se resfríe, se constipe, se acatarre o tenga una diarreíta, con tanto virus que hay por ahí, hija. El caso es que el otro día vi a mi amigo. Nos reunió un compromiso absolutamente ineludible, que por eso apareció él. No pude evitar preguntarle por qué ya casi nunca va a la oficina. Ni a ningún lado. Su mujer no trabaja. Antes creo que buscaba trabajo. Ahora, puf, imagínate, como para ponerse a trabajar, con lo que da que hacer un niño, que te tiene todo el día esclavo. Y eso que éste es bueno y duerme bien. Todos, al parecer, son especialmente buenos, lo que no les impide, a los muy cabronazos, esclavizar a toda la familia, la política incluida, y frustrarle el descanso al obrero del quinto a base de barritos nocturnos, matutinos y vespertinos. Pobres, es que se expresan así. A veces se me olvida. Lo que no puedes hacer es decirles que se callen o griten más bajito, porque luego vienen las reacciones psicosomáticas que les provocan angustia y anemia. El caso es que mi amigo me miró muy serio y, sin rastro de ironía, me contestó que tenían que estar los dos, papá y mamá, todo el día con su bebé, pendientes y atentos, pues no sabe cuándo se va a despertar, qué puede necesitar o cuándo surge un imprevisto. Que son muy absorbentes, los niños, ya sabes. Sí, ya veo. Absorbentes. Como los dodotis. Absorbentes. Tan ricos. Angelitos de los demonios. Con lo que ellos quieren a sus papás y lo que les gusta tenerlos todo el santo día mirándoles el pitín a ver si van a orinar otra gotita. No lo cojas así, Borja Xuacu, ¿no ves que nos dijo el pediatra que se le vienen gases si se le dobla la orejita? Ay, mira qué pedete. Tenemos que decírselo a la abuela, que ya tira pedetes. Mi niño. Le propuse a mi amigo, viejo juerguista con solera, irnos de copas, y me miró aterrado. Creo que hasta me odió un poco. No era envidia. Ni mucho menos. Era desprecio. Posiblemente me considera ya un perverso cruce de narcisista y hedonista. El otro día leyó que hay sujetos así porque no han salido de la fase anal, que diría un freudiano; o porque sus hormonas no producen una enzima que induce la empatía psico-física con los niños. Encima. Sí, venía el otro día en uno de los fascículos de Padres100. Los estamos coleccionando y aprendes cosas buenísimas y muy útiles. ¿Te los pasos y vas viendo?
Esto parece la guerra. Cada parto dos bajas, papi y mami. Más el bebé, que en su puta vida va a conocer el gusto de soltarle una pedrada a un vecino amigo, sacar un grillo de su cueva o merendarse a pelo una manzana recién caída del árbol. Un zombie, garantizado. For ever. Llegará a los treinta y nueve y seguirá convencido de que lo más sublime del mundo se halla en su pipí y sus pedetes. Es muy sensible mi John Xuaquín, todo le afecta, hija. Ya no sé que darle. A ver si acaba la carrera y se centra. Lo que pasa que hay un profesor que le tiene ojeriza. Ya va a hablar mi Borja Xuacu con un primo suyo que es vecino del Rector. A ver si lo arreglamos, pobrecíto mío, mi chiquirriquitín. Y eso que ahora está con el tratamiento que le da aquel psiquiatra de Barcelona que le recomendó mi cuñada y vamos tirando.
Probable, que no deseado, desenlace. EFE: Niño de cuarenta y dos años, de nombre John Xuacu, ataca a sus padres con una katana. Cuando la policía llegó, lo encontró chapoteando en un charco de orines y sangre. Y sonreía. Mi niño.
6 comentarios:
Siguiendo el hilo: Pa/madre posmoderno/s llaman a amigos para quedar. Primer problema: como tienen tan poco tiempo llaman a todos los amigos, los juntan a todos en una cita única: solteros, casados, con hijos, sin hijos, con pareja, sin pareja, primos, vecinos, a todos en hermoso cóctel molotov. Que no tienen mucho en común, ¡pues se habla del niño! Segundo problema: siempre hay alguien que no puede dejar a sus hijos con nadie (pese a que todos tienen sueldos decentes y pueden comprarse monovolúmenes y adosados) y opta por traerlos a la cita. Ligado al anterior, tercer problema: generalmente intentan quedar ¡para merendar! (¿a cuántos adultos conoce que merienden?) O, tercer problema bis: hay que buscar un local donde te puedas sentar, donde no haya humo, que no esté muy lleno, que no tenga la música muy alta, donde no haya corrientes, ni mesas con esquinas en pico, donde no se resbale y, además, los niños puedan correr y saltar y conocer a otros niños –sus padres no tendrán vida social, pero ellos...-. A ser posible, un local que tenga una de esas “piscinas” llenas de bolas de colores, o un inmenso prado con columpios. Resultado: terminas en el MacDonals, en un merendero a las afueras o en el IKEA. O en un macrocentro comercial tomando café y preguntándote que haces ahí. O en una terraza muerto de frío mientras el niño duerme, bien tapadito. Y si no duerme, peor: te tomas la cerveza intentando mantener una conversación con personas que no te miran a los ojos porque están buscando al niño y que se levantan sobresaltadas cada vez que le acecha algún peligro. Si los ma/padres postmodernos quieren seguir manteniendo la amistad de quienes no tienen hijos, que les dejen en casa cuando salgan.
lo más terrible de todo no es el final de la historia con la katana y tal , lo más terrible e indignante es la posibilidad "real" que se le presenta a esa mater/pater amantísimo/a de poder acudir a un primo suyo que es amigo del rector y que puede intentar solucionarlo, me gustaría que el cuento acabase con el rector intentando enchufar y recomendar a Jhon Xuaco y el catedrático soltándole una patada en los cojones al rector y recomendando al decano a la lumbrera pero para que se fuese inmediatamente de la facultad de Derecho con rumbo a coger la katana , el resto ya está escrito.
El enchufe y la recomendación son un cáncer, el triunfo de la voluntad, el esfuerzo personal en el estudio y las ganas de aprender de tus mentores y colaborar posteriormente en el bien común de la patria no sólo traen satisfacción personal y compensaciones económicas sino algo que existe a nivel personal que es el honor.
Je, no puedo estar más de acuerdo con el artículo.
Un texto muy simpático, y muy cachondo, supongo que a sus hijos -deduzco que tiene puesto que recuerda la sensación guapa- los ha criado su madre, y a usted le habrá tocado, de vez en cuando, lo de las actividades extraescolares. Y si no es así, pido disculpas. Que PADRE Y MADRE, LOS DOS, se sientan implicados en el cuidado DIARIO de un niño, me parece estupendo (no entro en lo de faltar al trabajo, no conozco a trabajadores de la universidad, que parecen ser los que pueden desaparecer sin que nadie pregunte por ellos y seguir cobrando). Cuidar hijos es aburrido, muy aburrido, también para la madre y el padre. Así que juntos se lleva mucho mejor. No es que el niño necesite a los dos, es que CADA UNO DE ELLOS NECESITA AL OTRO. O no lo necesita, pero se lleva mucho mejor si está presente. De acuerdo que no se les debe educar para tontos y que está mal sobreprotegerlos , en eso tiene razón. Pero no en burlarse de la presencia de AMBOS padres: ¡ya era hora de que sucediese! (Y qué poco sucede todavía)
Que no, amiga mía, que no. Que me parece absolutamente perfecto que padre y madre se reparatan las atenciones y cuidados del niño, por supuesto, seguro, sin la más mínima duda. Lo que me hace gracia es que tales atenciones de ambos tengan que ser siempre y en todo momento:
a) Permanentes.
b) Simultáneas.
c) Absorventes y extenuantes.
d) Radicalmente embotadoras de la sensibilidad personal y social de los progenitores, de modo que tal condición de padres les hacer perder interés por cualquier otro asunto del mundo y la sociedad.
e) Obnubiladores de toda capacidad crítica y de discernimiento, de modo que todo lo que hace el niño parezca sublime a sus papás, incluido clavarle un tenedor al vecinito o echar piedrecitas -qué mono- en la sopa del comensal de al lado, en el restaurante, por ejemplo. ¿Usted no se cabrea a veces, cuando ve lo que se ve por ahí? Seguro que sí.
Sobre lo otro no voy a extenderme, pues es personal y es mi palabra meramente, creíble o no. Pero a mí no me ha criado ni me criará un hijo ni su madre. De mis asuntos me encargo yo, y de los que tenga en sociedad, a medias.
Gracias por su comentario y un saludo solidario.
bueno,bueno,parece querido garciaamado que me ha leido la mente,estoy más que harta de que mis amigísimas me llamen para tomar café y aparezcan con su churunbel, llorón, maleducado, y tonto del culo,¿la culpa de quién es? pues en mi humilde opinión de sus padres porque hoy en día tienes un niño y no sé que tipo de virus te ataca que te conviertes en una especie de bobón, ay! no les coca-cola que no duerme, la ropita del corte, se ha caido! corriendo a urgencias, jarabes para todo, abrigados hasta el tuétano, en fin no sigo porque todavía me denuncian esos padres/ madres obsesivos. Yo crecí en mi pueblo, corría por la huerta, ordeñé vacas, y hasta bebí leche sin hervir. Resultado soy normal!, y sí, algún día tendré hijos pero seguro que los míos saben lo que es una hazada, y que si te caes te levantas solo
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