Andamos a la que salta. No se nos pasa una. Menudos linces. Cada nueva reforma universitaria abre posibilidad de negocietes nuevos. También ayuda a que sobrevivan algunas actividades que, si no fuera así, se agostarían sin remisión, dado el enorme interés que los asuntos académicos despiertan en este país de nuevos ricos con ínfulas y profesionales cuyo prestigio y preparación se presupone, como se decía del valor de los soldados.
Las asignaturas de libre configuración fueron la salvación de congresos y cursos de verano. Los estudiantes se matriculan movidos por el muy académico propósito de hacerse con esos créditos que se regalan a cambio de la inscripción y de estar de cuerpo presente. Y a los profesores se nos da vidilla así. Es una pena que con la reforma iniciada posiblemente se vaya a chafar el invento, antes de que se haya puesto a punto el inhibidor del bostezos estudiantiles o el medidor de ronquidos reflexivos.
Pero no hay problema, la alternativa ya está en camino y se avizoran nuevos públicos cautivos. Esta vez serán los mismísimos profesores, especialmente los más jóvenes, los que tendrán que pasar por el aro. Resulta que ya funcionan los baremos para las acreditaciones profesorales. Póngame un kilo de solomillo, tres cuartos de alitas de pollo y medio de pechugas de pavo. De sesos con cien gramos basta. Traducido: tanto por publicaciones en revistas de impacto impactante, tanto por cargos académicos, tanto por cursos de actualización pedagógica para lerdos y churris con powerpoint y tanto por comunicaciones en congresos. Y ya vemos a todo el personal buscándose la vida e inscribiéndose en cosas a las que nunca pensó rebajarse. Mis queridos pedagogos ya tienen asegurada la rentabilidad de su chiringuito, para empezar. Por algo son ellos los que nos hacen las reformas.
Voy a buscarme el problema de hoy y a seguir ganando amigos. Hace algunos meses, un colega de letras al que tengo gran aprecio y que organiza un congreso interesante e interdisciplinar me pidió que contactara con algunos profesores de lo jurídico para que presentaran comunicaciones. Así se hizo y hoy uno de ellos me envía un mensaje del siguiente tenor: que la organización le escribió para indicarle que por supuesto había sido aceptada su comunicación y que podía pagar los cien euros del ala cuando quisiera. No sale de su asombro mi amigo. No pensaba cobrar por su colaboración, por supuesto, pero no imaginaba que tendría que pagar. Lo que pasa es que los de Derecho seguimos instalados en la inopia y vivimos de espaldas a los imparables progresos de la ciencia. Se nota que pasamos pocos controles de calidad y, para colmo, no sabemos autoevaluarnos.
Al mismo tiempo, llega a mis manos el folleto de un congreso de una disciplina jurídica que se organiza en otra Universidad. También piden una pasta a todo aquel que quiera presentar comunicación. Curioso. Me quedo pensando en cuáles serán las razones de esta moda de la que no era muy consciente un retrógrado como éste que suscribe.
Vaya por delante mi altísima estima personal e intelectual para todos los organizadores de tales eventos y mi respeto por el trabajo que se toman. No quiero molestarlos a ellos, para nada, sólo divagar sobre las modas y los modos que en estos tiempos se imponen. Si mis conclusiones no son políticamente correctas ni están a tono con las irresistibles anecacas, créanme que lo lamento. Habrá que ir pensando en la prejubilación. Adaptarse o morir. Pues morir.
El caso es que, puesto que se está volviendo difícil lograr las dichosas acreditaciones si no se consiguen puntos en todos los apartados del baremo de marras y dado que uno de esos apartados es el de aportaciones a congresos, los aspirantes van a tener que buscarse congresos en los que colocar su rollete. No puntúa la calidad de los contenidos de tales comunicaciones, sólo faltaba, sino que van al peso. Tantas comunicaciones, a tanto cada una, tantos puntitos. Así que qué cosa más natural: el que quiera la certificación de comunicante que da los puntos en cuestión, que pague. Es una inversión para el día de mañana. “¿A ti por cuánto te salió ese curriculum tan guapo que te has hecho?”. “A mí por tres mil euros”. “Chico, qué chollo”.
Las asignaturas de libre configuración fueron la salvación de congresos y cursos de verano. Los estudiantes se matriculan movidos por el muy académico propósito de hacerse con esos créditos que se regalan a cambio de la inscripción y de estar de cuerpo presente. Y a los profesores se nos da vidilla así. Es una pena que con la reforma iniciada posiblemente se vaya a chafar el invento, antes de que se haya puesto a punto el inhibidor del bostezos estudiantiles o el medidor de ronquidos reflexivos.
Pero no hay problema, la alternativa ya está en camino y se avizoran nuevos públicos cautivos. Esta vez serán los mismísimos profesores, especialmente los más jóvenes, los que tendrán que pasar por el aro. Resulta que ya funcionan los baremos para las acreditaciones profesorales. Póngame un kilo de solomillo, tres cuartos de alitas de pollo y medio de pechugas de pavo. De sesos con cien gramos basta. Traducido: tanto por publicaciones en revistas de impacto impactante, tanto por cargos académicos, tanto por cursos de actualización pedagógica para lerdos y churris con powerpoint y tanto por comunicaciones en congresos. Y ya vemos a todo el personal buscándose la vida e inscribiéndose en cosas a las que nunca pensó rebajarse. Mis queridos pedagogos ya tienen asegurada la rentabilidad de su chiringuito, para empezar. Por algo son ellos los que nos hacen las reformas.
Voy a buscarme el problema de hoy y a seguir ganando amigos. Hace algunos meses, un colega de letras al que tengo gran aprecio y que organiza un congreso interesante e interdisciplinar me pidió que contactara con algunos profesores de lo jurídico para que presentaran comunicaciones. Así se hizo y hoy uno de ellos me envía un mensaje del siguiente tenor: que la organización le escribió para indicarle que por supuesto había sido aceptada su comunicación y que podía pagar los cien euros del ala cuando quisiera. No sale de su asombro mi amigo. No pensaba cobrar por su colaboración, por supuesto, pero no imaginaba que tendría que pagar. Lo que pasa es que los de Derecho seguimos instalados en la inopia y vivimos de espaldas a los imparables progresos de la ciencia. Se nota que pasamos pocos controles de calidad y, para colmo, no sabemos autoevaluarnos.
Al mismo tiempo, llega a mis manos el folleto de un congreso de una disciplina jurídica que se organiza en otra Universidad. También piden una pasta a todo aquel que quiera presentar comunicación. Curioso. Me quedo pensando en cuáles serán las razones de esta moda de la que no era muy consciente un retrógrado como éste que suscribe.
Vaya por delante mi altísima estima personal e intelectual para todos los organizadores de tales eventos y mi respeto por el trabajo que se toman. No quiero molestarlos a ellos, para nada, sólo divagar sobre las modas y los modos que en estos tiempos se imponen. Si mis conclusiones no son políticamente correctas ni están a tono con las irresistibles anecacas, créanme que lo lamento. Habrá que ir pensando en la prejubilación. Adaptarse o morir. Pues morir.
El caso es que, puesto que se está volviendo difícil lograr las dichosas acreditaciones si no se consiguen puntos en todos los apartados del baremo de marras y dado que uno de esos apartados es el de aportaciones a congresos, los aspirantes van a tener que buscarse congresos en los que colocar su rollete. No puntúa la calidad de los contenidos de tales comunicaciones, sólo faltaba, sino que van al peso. Tantas comunicaciones, a tanto cada una, tantos puntitos. Así que qué cosa más natural: el que quiera la certificación de comunicante que da los puntos en cuestión, que pague. Es una inversión para el día de mañana. “¿A ti por cuánto te salió ese curriculum tan guapo que te has hecho?”. “A mí por tres mil euros”. “Chico, qué chollo”.
¿No sería mejor que se compraran directamente las acreditaciones? Por una de titular, chiquicientos euros; por la de cátedro, tropecientos. Pero no, el sistema prefiere los pagos fraccionados. Los cursos de motivación de estudiante con nuevas tecnologías y masaje lumbar, a tanto; los congresos con comunicación, a tanto. Honorables móviles, culto desinteresado a la ciencia. Como si un día las mujeres (y hombres) de la vida tuvieran que acreditarse para llegar a madames (¿y messieurs?) y nos fueran buscando por ahí: “Ven conmigo, corazón, que te hago lo que ni te imaginas y encima te pago yo a ti; anda, porfa, que me faltan tres revolcones viciosos para acreditarme ante la ANECAMA”.
Insisto, los de Derecho tenemos unas costumbres que deberíamos ir desterrando. Conozco más de uno que se encuentra en edad de acreditarse para catedrático y que se halla sumido en la perplejidad, pues ha publicado tres monografías gordísimas y de máxima calidad y resulta que no le alcanzan los puntos y capta ahora que mejor habría hecho si hubiera acumulado diplomas de pedagogía para dummies y comunicaciones en congresos de amiguetes y si hubiera partido sus libros grandes en veinte artículos pequeños. Esta temporada la ciencia se lleva corta y con mucho escote. Consecuencia todo ello de que quienes juzgan y evalúan ni son de la disciplina de los aspirantes ni están en condiciones de entender ni papa de lo que en los escritos de los candidatos se contiene. Así que módulos objetivos y juicio al peso. Si Einstein se presentara, las iba a pasar más canutas que Cascorro y ya se iba a enterar en carne propia de lo que es la relatividad. El mérito y la capacidad se venden en Alimerka, sección de charcutería.
Cada día doy más gracias a los hados porque mi situación, hoy por hoy, me exonera de pasar por tales horcas caudinas. Dentro de algunas décadas los historiadores de la ciencia española (?) se preguntarán por qué hay un vacío tan grande en los años 2008 y siguientes. La respuesta será sencilla: todos los investigadores estaban preparando su currículum para las acreditaciones y no les quedó tiempo para investigar un carajo. La burocracia se ha comido la universidad. Con ayuda de los pedagogos, cómo no.
Prometo que mañana ya no escribo sobre estas zarandajas gremiales. Total, es perder el tiempo. El pensar en batallas perdidas provoca melancolía.
Insisto, los de Derecho tenemos unas costumbres que deberíamos ir desterrando. Conozco más de uno que se encuentra en edad de acreditarse para catedrático y que se halla sumido en la perplejidad, pues ha publicado tres monografías gordísimas y de máxima calidad y resulta que no le alcanzan los puntos y capta ahora que mejor habría hecho si hubiera acumulado diplomas de pedagogía para dummies y comunicaciones en congresos de amiguetes y si hubiera partido sus libros grandes en veinte artículos pequeños. Esta temporada la ciencia se lleva corta y con mucho escote. Consecuencia todo ello de que quienes juzgan y evalúan ni son de la disciplina de los aspirantes ni están en condiciones de entender ni papa de lo que en los escritos de los candidatos se contiene. Así que módulos objetivos y juicio al peso. Si Einstein se presentara, las iba a pasar más canutas que Cascorro y ya se iba a enterar en carne propia de lo que es la relatividad. El mérito y la capacidad se venden en Alimerka, sección de charcutería.
Cada día doy más gracias a los hados porque mi situación, hoy por hoy, me exonera de pasar por tales horcas caudinas. Dentro de algunas décadas los historiadores de la ciencia española (?) se preguntarán por qué hay un vacío tan grande en los años 2008 y siguientes. La respuesta será sencilla: todos los investigadores estaban preparando su currículum para las acreditaciones y no les quedó tiempo para investigar un carajo. La burocracia se ha comido la universidad. Con ayuda de los pedagogos, cómo no.
Prometo que mañana ya no escribo sobre estas zarandajas gremiales. Total, es perder el tiempo. El pensar en batallas perdidas provoca melancolía.
3 comentarios:
Ya que hablamos de acreditaciones y anecas, ¿no es inconstitucional, inmoral y antiestético que los dos expertos de las áreas de conocimiento, a los que la comisión va a recurrir, sean secretos? ¿No tiene derecho quien se presenta a un procedimiento objetivo de evaluación, a saber quién le evalúa? ¿Y si por alguna razón me llevo muy mal con uno de esos miembros? ¿Cómo le recuso si no sé quién es? ¿Qué coño de objetividad gana el procedimiento cuando los evaluadores se esconden como si fuesen putas en tarde de redada? ¿Tan mal lo van a hacer, tan poca vergüenza tienen, que no pueden decir su nombre? Si lo de esconderse mola, y el secretismo es bueno, hagámos secretos a los jueces, a los notarios, a los evaluadores de nuestros hijos, a los policías? ¿Cuándo dejó de estar mal visto tirar la piedra y esconder la mano? ¿No tiene el administrado derecho a saber dónde está su expediente, quién lo está examinando y cuánto queda para que termine?
Eso por no hablar de los méritos que se exigen ahora para ser acreditado (que no es lo mismo que titular!!!!!): la mitad más uno de los catedráticos de este país no los ha tenido jamás en su vida.
Qué morro tiene todo el mundo, joder.
Leyendo el Documento de la ANECA "Principios y Orientaciones para la Aplicación de los Criterios de Evaluación", encuentro lo que en mi opinión es una de las traiciones más sectarias que se han hecho a un grupo de jóvenes brillantes que se creyeron las promesas de los distintos Gobiernos: Los contratados "Ramón y Cajal".
En la página 62 del citado Documento dice textualmente:
"Los periodos de dedicación de los Contratados Ramón y Cajal computan a mitad de tiempo respecto a la dedicación completa."
La mayoría de estos contratados, casi me atrevo a decir que TODOS, son jóvenes de menos de 40 años con unos CV's que de sobra obtienen el máximo de la puntuación correspondiente a la actividad investigadora, pero que debido a esta limitación van a conseguir muy dificilmente el mínimo necesario en la actividad docente.
Mi opinión es los tratan como si estuvieran estorbando, son como apestados, ya que han sido contratados sin que las "sucias" manos de los rectores hayan manchado su incorporación a la universidad española, y podrían "contagiar" al resto de la comunidad universitaria. Y eso que cada vez que cualquier autoridad habla de ellos, presume de esta figura académica.
Queridos amigos, vamos a ver si nos podemos aclarar un poco. Aunque sean secretos los que dan la geta no lo son, y contra ellos uno puede acudir en tiempo y forma. Finalmente serán los "miembros y miembras" de cada Comisión los que tengan que decir quien se acredita y quien no, poco importa si quienes les han iluminado son secretos o el Oráculo de Delfos. Ellos y ellas son los responsables y responsablas del "acto administrativo" de decir tu si y tu no. Yo por ahí no me preocuparía más de lo justo (aunque reconozco que lo justo es mucho). Lo grave es que nos la hemos tragado. Ya hablamos de esto como un hecho consumado. Ya se olvidó quien
ha sido elegido y el modo de hacerlo. Mirad los CV miradlos. Algunos son "admirables", la mayoría fácilmente superables por muchos colegas en su misma área. Qué más da cómo robe el ladrón. Qué más da cómo mienta el mentiroso. Puede importar la forma pero no tanto como para olvidar la clave. Y la clave es que ser ladrón o ser mentiroso. La clave aquí en esto es que se han puesto A DEDO a unos cuantos que van a hacer la segunda IDONEIDAD de la historia reciente de la triste universidad española. Lo demás son detalles.
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