Cómo he disfrutado con la lectura del artículo de Antonio Elorza que aparece hoy en El País. No tiene desperdicio, léanlo entero. Lo que más me ha gustado es esta parte que recorto y donde se explica muy bien lo guaperas que nos veíamos los españoles últimamente, en plan nuevos ricos despreocupados. Hace unas semanas un servidor, modestamente, decía aquí mismo que viva la crisis si sirve para que se nos quite esta facha de pijos irredentos que se nos ha puesto:
Las vacaciones del año 8. Por Antonio Elorza (fragmento).
(...)
En economía tiene lugar un fenómeno conocido como histéresis de los costes, aplicable también a la evolución de los consumos privados. Cuando se interrumpe un proceso de crecimiento económico en una empresa y se entra en una fase de recesión, la disminución de los costes no puede seguir la misma curva, situándose siempre en un nivel más alto, ya que hay costes fijos previamente comprometidos que no pueden ser eliminados. Sucede otro tanto en la evolución del consumo. Los españoles (no todos) se habían acostumbrado a una fase de mejora en sus ingresos en los últimos 15 años, con la consiguiente proliferación de formas de consumo ostentoso. Les costará mucho renunciar a los hábitos contraídos con la bonanza.
Si a comienzos de los ochenta era prácticamente imposible encontrar en Madrid una guía turística de Turquía, ahora lo que no resulta posible es ir por parte alguna del mundo sin tropezarse con grupos de españoles cargados de compras del bazar correspondiente o hablando de su último viaje a Irán, a Capadocia o en uno de los cruceros de masas por el Nilo. Eso sí, no siempre de acuerdo con una correlación entre ese turismo y el nivel cultural; en pocos aspectos la persistente miseria del medio estudiantil y las limitaciones de nuestras clases medias enriquecidas pueden apreciarse como en éste.
Otro indicador de ese tipo de consumo practicado por los miembros de nuestra sociedad opulenta es la increíble proliferación de restaurantes de semilujo, incluso muchos de ellos con aspecto popular, cuya estructura de precios hubiera alejado sin duda a los clientes hace aún pocos años. Y, en fin, ningún objeto más demostrativo de ostentación que los 4 - 4, que han invadido las calles de nuestras ciudades, con el incremento del riesgo para todos (para la visibilidad de otros automovilistas son auténticos muros, sin contar la prepotencia de sus conductores), el gran consumo de carburante y la consiguiente emisión de CO2. Es en gran medida el símbolo de una era de feliz y estúpida autosatisfacción, que los Gobiernos han debido de encontrar natural, ya que hasta hace poco a nadie se le ocurrió en España someter a una fiscalidad especial a tantos poseedores de cortijos imaginarios.
De haber seguido el ascenso a los cielos del bienestar económico, en este país alegre y confiado se hubieran organizado pronto excursiones para visitar la banquisa de ese Polo Norte en trance de desaparición en medio de la indiferencia general, del mismo modo que son visitados Birmania y el Tíbet sin que los que se asoman a esas tragedias produzcan otra cosa que fotos digitales para enseñar luego a los amigos. Ningún signo de denuncia por parte de tantos visitantes españoles llega a los medios de comunicación, salvo que sobrevenga un incidente que afecte a su seguridad. Claro que en este punto, nuestro progresista Gobierno marca la pauta. Moratinos se ocupa del problema de Oriente Próximo, pero en las demás causas que de modo inmediato conciernen a los derechos humanos impera una escandalosa inhibición. A Ingrid Betancourt se la tendría en el corazón por parte de España, según dijo el presidente Zapatero, sólo que al mismo tiempo el tema de las FARC como tal no interfirió nunca en el trato cordialísimo con su avalista Hugo Chávez. Y sobre Birmania y Tíbet, sobre Darfur, silencio impuesto desde arriba, como para nuestro equipo olímpico, no vayamos a incomodar a China. Gocemos del sol de Varadero y del contoneo de las mulatas, o de la virilidad de los mulatos, en La Habana, mientras el Gobierno español encabeza la gratuita recuperación de la cordialidad de la Unión Europea con la dictadura castrista, sin que ni siquiera tenga lugar como pago de tales servicios la devolución del centro cultural español del Malecón habanero, incautado por Fidel en 2003.
En economía tiene lugar un fenómeno conocido como histéresis de los costes, aplicable también a la evolución de los consumos privados. Cuando se interrumpe un proceso de crecimiento económico en una empresa y se entra en una fase de recesión, la disminución de los costes no puede seguir la misma curva, situándose siempre en un nivel más alto, ya que hay costes fijos previamente comprometidos que no pueden ser eliminados. Sucede otro tanto en la evolución del consumo. Los españoles (no todos) se habían acostumbrado a una fase de mejora en sus ingresos en los últimos 15 años, con la consiguiente proliferación de formas de consumo ostentoso. Les costará mucho renunciar a los hábitos contraídos con la bonanza.
Si a comienzos de los ochenta era prácticamente imposible encontrar en Madrid una guía turística de Turquía, ahora lo que no resulta posible es ir por parte alguna del mundo sin tropezarse con grupos de españoles cargados de compras del bazar correspondiente o hablando de su último viaje a Irán, a Capadocia o en uno de los cruceros de masas por el Nilo. Eso sí, no siempre de acuerdo con una correlación entre ese turismo y el nivel cultural; en pocos aspectos la persistente miseria del medio estudiantil y las limitaciones de nuestras clases medias enriquecidas pueden apreciarse como en éste.
Otro indicador de ese tipo de consumo practicado por los miembros de nuestra sociedad opulenta es la increíble proliferación de restaurantes de semilujo, incluso muchos de ellos con aspecto popular, cuya estructura de precios hubiera alejado sin duda a los clientes hace aún pocos años. Y, en fin, ningún objeto más demostrativo de ostentación que los 4 - 4, que han invadido las calles de nuestras ciudades, con el incremento del riesgo para todos (para la visibilidad de otros automovilistas son auténticos muros, sin contar la prepotencia de sus conductores), el gran consumo de carburante y la consiguiente emisión de CO2. Es en gran medida el símbolo de una era de feliz y estúpida autosatisfacción, que los Gobiernos han debido de encontrar natural, ya que hasta hace poco a nadie se le ocurrió en España someter a una fiscalidad especial a tantos poseedores de cortijos imaginarios.
De haber seguido el ascenso a los cielos del bienestar económico, en este país alegre y confiado se hubieran organizado pronto excursiones para visitar la banquisa de ese Polo Norte en trance de desaparición en medio de la indiferencia general, del mismo modo que son visitados Birmania y el Tíbet sin que los que se asoman a esas tragedias produzcan otra cosa que fotos digitales para enseñar luego a los amigos. Ningún signo de denuncia por parte de tantos visitantes españoles llega a los medios de comunicación, salvo que sobrevenga un incidente que afecte a su seguridad. Claro que en este punto, nuestro progresista Gobierno marca la pauta. Moratinos se ocupa del problema de Oriente Próximo, pero en las demás causas que de modo inmediato conciernen a los derechos humanos impera una escandalosa inhibición. A Ingrid Betancourt se la tendría en el corazón por parte de España, según dijo el presidente Zapatero, sólo que al mismo tiempo el tema de las FARC como tal no interfirió nunca en el trato cordialísimo con su avalista Hugo Chávez. Y sobre Birmania y Tíbet, sobre Darfur, silencio impuesto desde arriba, como para nuestro equipo olímpico, no vayamos a incomodar a China. Gocemos del sol de Varadero y del contoneo de las mulatas, o de la virilidad de los mulatos, en La Habana, mientras el Gobierno español encabeza la gratuita recuperación de la cordialidad de la Unión Europea con la dictadura castrista, sin que ni siquiera tenga lugar como pago de tales servicios la devolución del centro cultural español del Malecón habanero, incautado por Fidel en 2003.
(...)
1 comentario:
ay, españolitos paletos, "poseedores de cortijos imaginarios" (frase genial); más de un idiota conozco que anda inflándose a ansiolíticos ante la insoportable dureza de la bofetada (aristotélica) de realidad que le ha propinado la crisis
otra cosa: los opinadores de cabecera de El País -y, obviamente, los editorialistas- le dan mucha caña a zapatero; pero ahora, sólo ahora; dicen por ahí que esto no tiene mucho que ver con la independencia, el rigor y la objetividad en el ejercicio de la segunda profesión más vieja del mundo (y pido perdón a las putas por la comparación), sino más bien con los derechos del fútbol y cosas de este estilo, prosaicas, demasiado prosaicas
ay, españolitos...
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