(Publicado en la edición de León de El Mundo, 7 de agosto de 2008)
La vida social es un sobresalto continuo, pero a un servidor le sorprende más que nada el éxito de los mentirosos compulsivos, cantamañanas que triunfan y trepan a base de embustes continuos y de tapar una trola con otra más gorda. Y no me refiero a políticos sonrientes ni a inventores de naciones con pedigrí, sino a esos tipos del montón que cada día nos encontramos en el trabajo o a la salida de misa.
En mi periplo universitario he conocido unos cuantos. A uno, por ejemplo, le daba por inventarse que se trajinaba con fruición a todas las compañeras, incluidas las señoras de sus colegas. Era feo, pequeñajo y sin salero, y, sorprendentemente, jamás le partieron la cara. Pero el mejor fue un trolero que durante años tuve cerca en cierta ciudad. Un día por la mañana lo veías haciendo la compra en el Alimerka y esa misma tarde llegaba y te contaba que acababa regresar de Nueva York, donde había dado una conferencia por invitación de la ONU. Tan pronto te decía que media Patagonia era de su familia como que lo iban a hacer consejero del Banco de Bilbao o que había sido cónsul en California. Por supuesto, le encantaba inventarse enfermedades. Se cuentan por docenas los cánceres de su mujer y por cientos las ocasiones en que él mismo estuvo al borde de la muerte. Una vez le oí atribuir a la quimioterapia su galopante alopecia común.
Pero lo raro no es que haya personajes que están con una chota. Lo llamativo es el éxito social y profesional de los embusteros de este calibre. Donde llegan, triunfan. ¿Por qué? Porque son maestros de la adulación y especialistas en buscarle el punto G al mandamás de turno. Lo mismo ensalzan los ojos del estrábico que alaban el vaivén de las caderas del cojo, y ya se sabe que por un par de requiebros hasta el más pintado pierde los papeles y concede sus favores.
De este sujeto oí muchas veces echar pestes, hasta que los mismos venían y contaban aquello de “es un poco raro, pero en el fondo muy buen chaval”. Averiguabas enseguida que les había ofrecido participación en algún negocio ficticio o tajada en una operación inventada. Ellos sabían que no había tal, pero sólo porque se dirigiera a ellos y les dijera olé tu cuerpo serrano, ya eran dichosos. Así de barata vendemos el alma a cualquier truhán. Y tengo entendido que con cargos ministeriales y autonómicos y con algunos vicerrectores de investigación funciona aún mejor. Tienen su vanidad, se sienten solos y necesitan un perrito que les ladre, aunque sea el más vil chucho callejero.
En realidad, también a los caballos les viene muy bien que los ayuden en determinadas operaciones íntimas y delicadas y acaban cogiéndole cariño al operario. Nihil novum sub sole.
En mi periplo universitario he conocido unos cuantos. A uno, por ejemplo, le daba por inventarse que se trajinaba con fruición a todas las compañeras, incluidas las señoras de sus colegas. Era feo, pequeñajo y sin salero, y, sorprendentemente, jamás le partieron la cara. Pero el mejor fue un trolero que durante años tuve cerca en cierta ciudad. Un día por la mañana lo veías haciendo la compra en el Alimerka y esa misma tarde llegaba y te contaba que acababa regresar de Nueva York, donde había dado una conferencia por invitación de la ONU. Tan pronto te decía que media Patagonia era de su familia como que lo iban a hacer consejero del Banco de Bilbao o que había sido cónsul en California. Por supuesto, le encantaba inventarse enfermedades. Se cuentan por docenas los cánceres de su mujer y por cientos las ocasiones en que él mismo estuvo al borde de la muerte. Una vez le oí atribuir a la quimioterapia su galopante alopecia común.
Pero lo raro no es que haya personajes que están con una chota. Lo llamativo es el éxito social y profesional de los embusteros de este calibre. Donde llegan, triunfan. ¿Por qué? Porque son maestros de la adulación y especialistas en buscarle el punto G al mandamás de turno. Lo mismo ensalzan los ojos del estrábico que alaban el vaivén de las caderas del cojo, y ya se sabe que por un par de requiebros hasta el más pintado pierde los papeles y concede sus favores.
De este sujeto oí muchas veces echar pestes, hasta que los mismos venían y contaban aquello de “es un poco raro, pero en el fondo muy buen chaval”. Averiguabas enseguida que les había ofrecido participación en algún negocio ficticio o tajada en una operación inventada. Ellos sabían que no había tal, pero sólo porque se dirigiera a ellos y les dijera olé tu cuerpo serrano, ya eran dichosos. Así de barata vendemos el alma a cualquier truhán. Y tengo entendido que con cargos ministeriales y autonómicos y con algunos vicerrectores de investigación funciona aún mejor. Tienen su vanidad, se sienten solos y necesitan un perrito que les ladre, aunque sea el más vil chucho callejero.
En realidad, también a los caballos les viene muy bien que los ayuden en determinadas operaciones íntimas y delicadas y acaban cogiéndole cariño al operario. Nihil novum sub sole.
2 comentarios:
Son la ostia los mentirosos, como aquel hecho real convertido en chiste. Uno de La Bañeza que iba de fuerte empresario de hierros y a su oficina llegan dos señores a los que hace pasar y les dice que esperen un instante allí mismo, que está concluyendo una llamada telefónica pero que ya mismo acaba. Y delante de los señores empieza a decir oye ya os mandé 10 millones (de las pts)y la próxima semana en cuanto tenga aquí la mercancía os pago los otros 25, venga un abrazo. Cuelga el teléfono y les dice a los visitantes : Díganme y le dicen : no, que veníamos a darle de alta el teléfono.
hola amiguuuuu
mandame un correo que he perdido tu direccion con un crack de mni ordenador
abrazo
rafael antuña
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