Como es sábado de verano, vienen hoy simpáticos los periódicos. Hay que ver qué cosas son noticia y hay que ver qué cosas siguen pasando en este mundo que parecía que progresaba. Resulta, sin ir más lejos, que el tal Pascal, el comilón suizo que había desaparecido tras los postres en El Bulli y al que muchos imaginamos convertido en espuma de relojero deconstruido y servido a tropecientos mil euros el gramo, reaparece en su país tranquilamente, la Interpol envía a los Mossos un fax diciendo que tranquilos, está vivo el tipo y no murió de sobredosis de cochinadas de diseño, y los Mossos no se enteran en tres días y montan una operación del copón para seguir buscándolo, y todo porque se indispuso en mosso encargado del fax y no tenían otro que supiera leer faxes. Yo sospecho que el problema es que el fax estaba en inglés, porque ya se sabe que Interpol es como Air Berlin y no hacen más que putear a los catalanoparlantes para que no entiendan las cosas como Dios manda.
Pero mi titular preferido de hoy es el siguiente de El Mundo (edición impresa): “¿Era Kafka un adicto al porno?”. Me abalancé sobre el texto, pues, quieras que no, si te gusta escribir cosas siempre sueñas con que un día un crítico de tu obra afirme aquello de “asoman en su prosa elementos kafkianos, adobados con una minuciosidad en la descripción muy de Proust y un apego a los paisajes cerrados que nos retrotrae al universo faulkneriano”. Sí, de acuerdo, yo tampoco sé qué carajo es un paisaje cerrado y por qué la pesantez de Proust ha de servir de modelo de nada que no sean las narraciones de esa tía carnal muy carnal que en dos horas te cuenta con pelos y señales lo que ha hecho en los cinco minutos anteriores. Ah, pero lo de Kafka es distinto, ahí sí, que te digan que una narración tuya tiene huellas de Kafka significa que no importa que se te haya ido la olla con el cuento y que está muy bien que todo te haya quedado tan raro, porque para normal ya está lo normal y no vas a ir contándolo por ahí sin verle oscuras dimensiones foucaltianas y perversos manejos de poderes siempre ocultos y opacos y tal y cual.
Retomemos el hilo. Pues que como a uno le gusta Kafka y siempre le pareció un tipo tan triste como para escribir esas cosas tan buenas, me puse a leer y el subtítulo de la noticia aumentó mi ansiedad: “Un biógrafo desvela el lado oscuro del escritor checo y demiente que el judaísmo y el enfrentamiento con su padre fueran relevantes”. Ya está, me dije, me parezco lo suficiente a Kafka, así que ya puedo perpetrar la historia del señor K convertido en investigador principal de un proyecto de investigación financiado por el Ministerio o en candidato a acreditarse para titular de universidad. Efectivamente, tampoco en mi caso y en mi obra resulta relevante el judaísmo, pues no soy judío, aunque carezco de prepucio desde la juventud; y, en lo que se refiere a enfrentamientos con mi padre, tuve los justos en su momento, unas veces porque me mandaba a ordeñar las vacas cuando en la tele echaban partido del Madrid en la Copa de Europa, y otras veces, las más, porque no me dejaba llevar melena en plan Los Chichos o Los Chunguitos.
Y, en cuanto al otro asunto, pues qué quieren que les diga, la verdad, pues que sí: me gusta el porno. Hombre, adicto lo que se dice adicto, no sé. Pero, vaya, cuando llega la noche, has cenado guapamente, te llevas adonde la tele un chupito de algo, te enciendes un cigarrillo rico y ves a tu señora en el sofá de enfrente con cara de no odiarte aún y pese a todo, ¿qué vas a contemplar en la pantalla? ¿Identity? ¿Un partido entre el Arsenal y el campeón de la liga búlgara? ¿Una película argentina de mucha pena porque nacimos para la gloria y acabamos en la Patagonia con los consuegros?
Así que, satisfecho y esperanzado, me digo que yo también tengo mi “lado oscuro”, aunque no sea checo ni judío ni ma haya acojonado varias veces antes de casarme, y que mejor lo revelo yo mismo aquí y ahora, para que no se descubra dentro de ochenta años, cuando un biógrafo pervertido ponga sobre la mesa mis pelis y revistas. Porque eso le acaba de ocurrir al bueno de Franz, que a los ochenta y tantos años de su muerte va un tal James Hawes y suelta que el escritor compraba unas revistas llamadas Amethyst y Opaletor (no sé por qué, pero el título de ésta última me parece más propio de una publicación oficial del BNG), en las que aparecían imágenes eróticas “transgresoras”, tales como “felaciones efectuadas por animales”. Para que luego se crean los pastores de por aquí que todo lo inventaron ellos.
“Lado oscuro”, ya ven. La polémica está que arde, ya que, por ejemplo, se debate sobre si las revistas las tenía bajo llave para que no se las pillara nadie o porque guardaba en el mismo cajón su libreta de ahorro. Apasionante. Esto me hace pensar en otro detalle que voy a adelantar yo a mis biógrafos, porque igual no lo averiguan por sus propios medios. Allá por mis trece o catorce años no había en esto que llaman España revistas pornos ni cosa parecida. Tenían alguna los hijos de papás que viajaban, y también los curas que las decomisaban en los colegios de pago de los ricos. Pero un servidor carecía esos medios para el pecado que sólo estaban al alcance de los partidarios del Régimen. ¿Que te quedaba, entonces, para acompañarte a ti mismo en el íntimo trance? Pues los anuncios de sujetadores y fajas en las revistas del corazón, Lecturas, Semana y tal. Sí, sí, he dicho fajas. Ahora que me digan si no es oscurísimo mi lado oscuro. Por cierto, otro día hablaremos de lo que significaron las fajas femeninas para los de mi generación, pero ahora estamos en que yo tenía mi colección de señoras de Playtex bien escondida, pero a mano, y un día desapareció. Supongo que fue mi madre quien se topó aquel yacimiento al hacer zafarrancho, pero nunca se habló del tema, porque allá por entonces los padres y los hijos no hablaban de esas cosas, lo cual refuerza nuestro lado oscuro y nos convierte en estos seres atormentados, pornógrafos y pajilleros, dispuestos a escribir cualquier cosa para “exorcizar los demonios del pasado”, como diría también un crítico que no supiera qué decir.
El caso es que los historiadores de la literatura y biógrafos kafkianos se han puesto ahora mismo a discutir si Kafka se cae “del pedestal” o no por causa de esas revistillas que se le han descubierto. Manda narices. Así estamos, a estas alturas. La ociosidad es madre de todos los vicios. De todos los vicios de los investigadores, quiero decir.
Pero mi titular preferido de hoy es el siguiente de El Mundo (edición impresa): “¿Era Kafka un adicto al porno?”. Me abalancé sobre el texto, pues, quieras que no, si te gusta escribir cosas siempre sueñas con que un día un crítico de tu obra afirme aquello de “asoman en su prosa elementos kafkianos, adobados con una minuciosidad en la descripción muy de Proust y un apego a los paisajes cerrados que nos retrotrae al universo faulkneriano”. Sí, de acuerdo, yo tampoco sé qué carajo es un paisaje cerrado y por qué la pesantez de Proust ha de servir de modelo de nada que no sean las narraciones de esa tía carnal muy carnal que en dos horas te cuenta con pelos y señales lo que ha hecho en los cinco minutos anteriores. Ah, pero lo de Kafka es distinto, ahí sí, que te digan que una narración tuya tiene huellas de Kafka significa que no importa que se te haya ido la olla con el cuento y que está muy bien que todo te haya quedado tan raro, porque para normal ya está lo normal y no vas a ir contándolo por ahí sin verle oscuras dimensiones foucaltianas y perversos manejos de poderes siempre ocultos y opacos y tal y cual.
Retomemos el hilo. Pues que como a uno le gusta Kafka y siempre le pareció un tipo tan triste como para escribir esas cosas tan buenas, me puse a leer y el subtítulo de la noticia aumentó mi ansiedad: “Un biógrafo desvela el lado oscuro del escritor checo y demiente que el judaísmo y el enfrentamiento con su padre fueran relevantes”. Ya está, me dije, me parezco lo suficiente a Kafka, así que ya puedo perpetrar la historia del señor K convertido en investigador principal de un proyecto de investigación financiado por el Ministerio o en candidato a acreditarse para titular de universidad. Efectivamente, tampoco en mi caso y en mi obra resulta relevante el judaísmo, pues no soy judío, aunque carezco de prepucio desde la juventud; y, en lo que se refiere a enfrentamientos con mi padre, tuve los justos en su momento, unas veces porque me mandaba a ordeñar las vacas cuando en la tele echaban partido del Madrid en la Copa de Europa, y otras veces, las más, porque no me dejaba llevar melena en plan Los Chichos o Los Chunguitos.
Y, en cuanto al otro asunto, pues qué quieren que les diga, la verdad, pues que sí: me gusta el porno. Hombre, adicto lo que se dice adicto, no sé. Pero, vaya, cuando llega la noche, has cenado guapamente, te llevas adonde la tele un chupito de algo, te enciendes un cigarrillo rico y ves a tu señora en el sofá de enfrente con cara de no odiarte aún y pese a todo, ¿qué vas a contemplar en la pantalla? ¿Identity? ¿Un partido entre el Arsenal y el campeón de la liga búlgara? ¿Una película argentina de mucha pena porque nacimos para la gloria y acabamos en la Patagonia con los consuegros?
Así que, satisfecho y esperanzado, me digo que yo también tengo mi “lado oscuro”, aunque no sea checo ni judío ni ma haya acojonado varias veces antes de casarme, y que mejor lo revelo yo mismo aquí y ahora, para que no se descubra dentro de ochenta años, cuando un biógrafo pervertido ponga sobre la mesa mis pelis y revistas. Porque eso le acaba de ocurrir al bueno de Franz, que a los ochenta y tantos años de su muerte va un tal James Hawes y suelta que el escritor compraba unas revistas llamadas Amethyst y Opaletor (no sé por qué, pero el título de ésta última me parece más propio de una publicación oficial del BNG), en las que aparecían imágenes eróticas “transgresoras”, tales como “felaciones efectuadas por animales”. Para que luego se crean los pastores de por aquí que todo lo inventaron ellos.
“Lado oscuro”, ya ven. La polémica está que arde, ya que, por ejemplo, se debate sobre si las revistas las tenía bajo llave para que no se las pillara nadie o porque guardaba en el mismo cajón su libreta de ahorro. Apasionante. Esto me hace pensar en otro detalle que voy a adelantar yo a mis biógrafos, porque igual no lo averiguan por sus propios medios. Allá por mis trece o catorce años no había en esto que llaman España revistas pornos ni cosa parecida. Tenían alguna los hijos de papás que viajaban, y también los curas que las decomisaban en los colegios de pago de los ricos. Pero un servidor carecía esos medios para el pecado que sólo estaban al alcance de los partidarios del Régimen. ¿Que te quedaba, entonces, para acompañarte a ti mismo en el íntimo trance? Pues los anuncios de sujetadores y fajas en las revistas del corazón, Lecturas, Semana y tal. Sí, sí, he dicho fajas. Ahora que me digan si no es oscurísimo mi lado oscuro. Por cierto, otro día hablaremos de lo que significaron las fajas femeninas para los de mi generación, pero ahora estamos en que yo tenía mi colección de señoras de Playtex bien escondida, pero a mano, y un día desapareció. Supongo que fue mi madre quien se topó aquel yacimiento al hacer zafarrancho, pero nunca se habló del tema, porque allá por entonces los padres y los hijos no hablaban de esas cosas, lo cual refuerza nuestro lado oscuro y nos convierte en estos seres atormentados, pornógrafos y pajilleros, dispuestos a escribir cualquier cosa para “exorcizar los demonios del pasado”, como diría también un crítico que no supiera qué decir.
El caso es que los historiadores de la literatura y biógrafos kafkianos se han puesto ahora mismo a discutir si Kafka se cae “del pedestal” o no por causa de esas revistillas que se le han descubierto. Manda narices. Así estamos, a estas alturas. La ociosidad es madre de todos los vicios. De todos los vicios de los investigadores, quiero decir.
1 comentario:
Ya lo tengo. Un I+D+i+ñ sobre kómo y kuándo se la kafkaba.
Desta nos forramos, hoyga.
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