Un muy querido compañero, Miguel Ángel Alegre, profesor titular de Derecho Constitucional en esta Universidad de León, me envía el texto que a continuación recojo con gusto. En su mensaje me dice que le apetece compartir el texto conmigo porque "coincidimos en varios aspectos, y también porque discrepamos en otros". Honor que me hace. Sé que en algunos temas nuestras ideas son bien distintas, pero también sé que con personas como él la discrepancia es un placer y un enriquecimiento. Si no estoy muy equivocado, la ética democrática es eso, debatir amigablemente pisando el terreno común del respeto al otro y a sus ideas y de la fe en la libertad. Creo que algo tiene que ver también lo que llaman democracia deliberativa.
Ahí va el texto de Miguel Ángel Alegre, que se titula Ellos y nosotros (o lo que España se merece):
En España la gente tiene problemas verdaderamente importantes, que no dejan de ser internos por el hecho de ser globales: pobreza, desigualdades, corrupción, terrorismo, envejecimiento demográfico, degradación y deterioro del medio ambiente (y, por tanto, de la salud), crisis de valores que genera un caldo de cultivo adverso para la paz, la tolerancia y la efectiva vigencia de los derechos, embrutecimiento del individuo y su manipulación por parte de los medios (lo cual interesa muy mucho al sistema y a quienes en cada momento lo controlan).
A ellos cabe añadir la creciente violencia y radicalización en todos los ámbitos, especialmente en el doméstico y entre la juventud, brotes de intolerancia y xenofobia (en particular frente a una inmigración en continuo ascenso, que cuesta vidas humanas y que, por masiva y descontrolada, supone una seria amenaza para la seguridad y la convivencia), marginalidad, drogadicción, carencias y puntos débiles del sistema educativo a todos los niveles, creciente desarraigo del individuo y desvertebración de la familia y de la sociedad (bajo eufemismos como “aldea global”, “movilidad geográfica” y similares) en un mundo tecnificado y deshumanizado, intervención en conflictos bélicos, etc.
Sin embargo ellos, los políticos que nos gobiernan, prefieren que miremos hacia otro lado. Sólo rinden culto a la imagen y al eufemismo; manipulan todo, deforman conceptos, disfrazan la realidad. Nuestra ignorancia de lo que el marketing esconde, es la garantía de su permanencia. Les encanta azuzarnos a través de sus altavoces mediáticos: cuanto más enfrentados estemos entre nosotros, menos nos fijaremos en sus miserias. Son refractarios al estudio, al conocimiento, a la sensatez, al sentido común. Ideológicamente se alimentan de algunos tópicos rancios y unas pocas consignas delirantes elaboradas por sus asesores, que acaban creyéndose a fuerza de repetir unos u otras según la ocasión. Pasan por solidarios dilapidando generosamente el dinero de todos en lo que más convenga para sus intereses partidistas. Administran la “cultura” con descaro y sectarismo apabullantes, y a los “artistas” que los apoyaron en campaña, los encontramos luego hasta en la sopa. En la medida en que les es posible, colocan en las más altas instituciones del Estado a personas de probada fidelidad a la causa. Entierran el principio de separación de poderes. Consiguen que la mayoría parlamentaria dé a las leyes el contenido que ellos quieren, para así poder presentar como escrupuloso cumplimiento de la ley, y firme defensa del Estado de Derecho, el ejercicio de su santa voluntad. Cuando la crisis económica aprieta y su manifiesta incapacidad queda en evidencia, no tienen reparo alguno en echar mano de asuntos que distraigan la atención, y poner al servicio de tales estratagemas todos los recursos humanos y económicos que sean necesarios. Da igual que estén en juego los muertos o los vivos: lo mismo les da perturbar el descanso de los fallecidos en la guerra civil y avivar el odio de los que quedaron, que propugnar una ampliación del aborto para legitimar conductas hasta ahora delictivas y dejar el derecho a la vida (y por tanto todos los demás) reducido a papel mojado (aún más, si cabe). Trivializan hasta el esperpento las relaciones personales, afectivas y familiares. Deciden lo que es políticamente correcto y lo que no, reparten etiquetas de antidemócratas y antipatriotas a los que osan decir que no piensan como ellos.
Nos instalan en el más indolente relativismo: no hay opciones moralmente mejores que otras, nada es bueno ni malo, todo vale. Sin embargo, luego enarbolan la bandera de la tolerancia cero frente a fenómenos que son consecuencia directa del ambiente que ellos han contribuido a fomentar. Nos hacen creer ese cuento de que todas las ideas y opiniones son igualmente válidas y defendibles (incluso aquellas cuya puesta en práctica implica la eliminación de seres humanos). No escatiman esfuerzos para sacar adelante cualquier medida con tal de que supuestamente la sociedad la demande. Es curioso cómo funciona esto de la demanda social: convencen a la gente de que tiene que pedir algo, se lo dan y luego la gente les vota porque se lo han dado. Pretenden que confundamos los medios con los fines: la herramienta es el fin en sí mismo; lo que importa es la tecnología, no las implicaciones éticas de lo que se haga con ella. Disfrazan de progreso tecnológico la cara más feroz de la sociedad de consumo: no eres nadie si no tienes lo último.
En el terreno educativo, han trabajado a fondo. Llaman educación al adoctrinamiento que ellos imparten, y adoctrinamiento a la educación que otros intentan impartir. A fuerza de devaluar el respeto a la vida y a los valores que nos convierten en seres civilizados, han atrofiado la sensibilidad y el sentido crítico de los alumnos, trasformándolos en testigos impasibles de una vorágine autodestructiva. Da igual que la consecuencia sea poner en circulación a millones de analfabetos trastornados: lo que importa es que los que hoy son adeptos con carnet de ciudadanos, serán los votantes del mañana; aquí sí se mira a largo plazo.
Mientras tanto, la oposición actúa de forma discreta, tibia y descafeinada. Bastante tienen con cargar con el peso de sus complejos desde la debilidad provocada por sus propias carencias. Como saben que no pueden permitirse perder el voto “de centro”, vuelven más laxos sus principios y más anchas sus mangas y tragaderas. Cumplen su papel como un mero trámite, pero nunca alzarán su voz por encima de un determinado nivel de decibelios: ellos también son beneficiarios del sistema. También copan puestos en las administraciones públicas, también viven del despilfarro, de la financiación autonómica y del pacto local. Además, se supone que algún día aspiran a gobernar, y eso les dota de una especial empatía para ponerse en el lugar de los que ahora lo hacen: hoy por ti, mañana por mí.
En fin: lo cierto es que unos y otros actúan con absoluta impunidad y con la tranquilidad de saber que no podemos juzgarles. Nos tienen comprados y bien amarrados: nos amordazan con ayudas, becas, subvenciones, subsidios... y sabido es que no se puede ser juez y parte. Al votarles nos convertimos en sus cómplices. Nos merecemos lo que tenemos y lo que nos espera.
A ellos cabe añadir la creciente violencia y radicalización en todos los ámbitos, especialmente en el doméstico y entre la juventud, brotes de intolerancia y xenofobia (en particular frente a una inmigración en continuo ascenso, que cuesta vidas humanas y que, por masiva y descontrolada, supone una seria amenaza para la seguridad y la convivencia), marginalidad, drogadicción, carencias y puntos débiles del sistema educativo a todos los niveles, creciente desarraigo del individuo y desvertebración de la familia y de la sociedad (bajo eufemismos como “aldea global”, “movilidad geográfica” y similares) en un mundo tecnificado y deshumanizado, intervención en conflictos bélicos, etc.
Sin embargo ellos, los políticos que nos gobiernan, prefieren que miremos hacia otro lado. Sólo rinden culto a la imagen y al eufemismo; manipulan todo, deforman conceptos, disfrazan la realidad. Nuestra ignorancia de lo que el marketing esconde, es la garantía de su permanencia. Les encanta azuzarnos a través de sus altavoces mediáticos: cuanto más enfrentados estemos entre nosotros, menos nos fijaremos en sus miserias. Son refractarios al estudio, al conocimiento, a la sensatez, al sentido común. Ideológicamente se alimentan de algunos tópicos rancios y unas pocas consignas delirantes elaboradas por sus asesores, que acaban creyéndose a fuerza de repetir unos u otras según la ocasión. Pasan por solidarios dilapidando generosamente el dinero de todos en lo que más convenga para sus intereses partidistas. Administran la “cultura” con descaro y sectarismo apabullantes, y a los “artistas” que los apoyaron en campaña, los encontramos luego hasta en la sopa. En la medida en que les es posible, colocan en las más altas instituciones del Estado a personas de probada fidelidad a la causa. Entierran el principio de separación de poderes. Consiguen que la mayoría parlamentaria dé a las leyes el contenido que ellos quieren, para así poder presentar como escrupuloso cumplimiento de la ley, y firme defensa del Estado de Derecho, el ejercicio de su santa voluntad. Cuando la crisis económica aprieta y su manifiesta incapacidad queda en evidencia, no tienen reparo alguno en echar mano de asuntos que distraigan la atención, y poner al servicio de tales estratagemas todos los recursos humanos y económicos que sean necesarios. Da igual que estén en juego los muertos o los vivos: lo mismo les da perturbar el descanso de los fallecidos en la guerra civil y avivar el odio de los que quedaron, que propugnar una ampliación del aborto para legitimar conductas hasta ahora delictivas y dejar el derecho a la vida (y por tanto todos los demás) reducido a papel mojado (aún más, si cabe). Trivializan hasta el esperpento las relaciones personales, afectivas y familiares. Deciden lo que es políticamente correcto y lo que no, reparten etiquetas de antidemócratas y antipatriotas a los que osan decir que no piensan como ellos.
Nos instalan en el más indolente relativismo: no hay opciones moralmente mejores que otras, nada es bueno ni malo, todo vale. Sin embargo, luego enarbolan la bandera de la tolerancia cero frente a fenómenos que son consecuencia directa del ambiente que ellos han contribuido a fomentar. Nos hacen creer ese cuento de que todas las ideas y opiniones son igualmente válidas y defendibles (incluso aquellas cuya puesta en práctica implica la eliminación de seres humanos). No escatiman esfuerzos para sacar adelante cualquier medida con tal de que supuestamente la sociedad la demande. Es curioso cómo funciona esto de la demanda social: convencen a la gente de que tiene que pedir algo, se lo dan y luego la gente les vota porque se lo han dado. Pretenden que confundamos los medios con los fines: la herramienta es el fin en sí mismo; lo que importa es la tecnología, no las implicaciones éticas de lo que se haga con ella. Disfrazan de progreso tecnológico la cara más feroz de la sociedad de consumo: no eres nadie si no tienes lo último.
En el terreno educativo, han trabajado a fondo. Llaman educación al adoctrinamiento que ellos imparten, y adoctrinamiento a la educación que otros intentan impartir. A fuerza de devaluar el respeto a la vida y a los valores que nos convierten en seres civilizados, han atrofiado la sensibilidad y el sentido crítico de los alumnos, trasformándolos en testigos impasibles de una vorágine autodestructiva. Da igual que la consecuencia sea poner en circulación a millones de analfabetos trastornados: lo que importa es que los que hoy son adeptos con carnet de ciudadanos, serán los votantes del mañana; aquí sí se mira a largo plazo.
Mientras tanto, la oposición actúa de forma discreta, tibia y descafeinada. Bastante tienen con cargar con el peso de sus complejos desde la debilidad provocada por sus propias carencias. Como saben que no pueden permitirse perder el voto “de centro”, vuelven más laxos sus principios y más anchas sus mangas y tragaderas. Cumplen su papel como un mero trámite, pero nunca alzarán su voz por encima de un determinado nivel de decibelios: ellos también son beneficiarios del sistema. También copan puestos en las administraciones públicas, también viven del despilfarro, de la financiación autonómica y del pacto local. Además, se supone que algún día aspiran a gobernar, y eso les dota de una especial empatía para ponerse en el lugar de los que ahora lo hacen: hoy por ti, mañana por mí.
En fin: lo cierto es que unos y otros actúan con absoluta impunidad y con la tranquilidad de saber que no podemos juzgarles. Nos tienen comprados y bien amarrados: nos amordazan con ayudas, becas, subvenciones, subsidios... y sabido es que no se puede ser juez y parte. Al votarles nos convertimos en sus cómplices. Nos merecemos lo que tenemos y lo que nos espera.
13 comentarios:
La redacción no es muy ilusionante que digamos, la lógica menos aún, ... pero creo que puedo compartir sin excesivo esfuerzo la premisa-título (llamarla 'conclusión' sería arrebatadamente generoso): nos merecemos lo que hay, en cuanto ciudadanía que ha abdicado de varios deberes: del deber de pensamiento, del deber de participación, del deber de control, ...
Por supuesto que es aplicable a todas las sociedades. Pondré un ejemplillo insubstancial: hasta hace unas semanas, sentía una cierta simpatía por Barack Obama. Desde que McCain escogió (?) a la Palin como vicepresidente (con una probabilidad del 15-20% de convertirse temprano o tarde en presidente, tablas actuariales en la mano, si McCain ganara, habida cuenta de la edad y del historial médico del gagacandidato gagapresidencial) he cambiado opción: faccio il tifo inmoderadamente por el ticket McCain-Palin. ¿Por qué? Sencillísimo: porque se lo merecen.
Salud a todos,
Un texto muy... ¿fascista?
Con todo el respeto que merece la persona, el autor, creo que el texto es algo apocalíptico, no muy sutil, partidariamente orientado (con todo el derecho, faltaría más), un poco resignado, ligeramente desenfocado, ciertamente algo reaccionario en algunos pasajes sobre moral, anti-político (y por eso mismo político), pelín confuso e implícitamente claudicante.
Me llama la atención esto, que en principio me parece disonante con el tono general del discurso: "Nos tienen comprados y bien amarrados: nos amordazan con ayudas, becas, subvenciones, subsidios...".
Creo que no he recibido una sola ayuda, subvención, beca o subsidio público, y prometo que hasta hoy pensaba que en España había muchos como yo. Aun así, estoy muy de acuerdo en que se ayude a las personas que lo necesitan con subsidios y ayudas (y defiendo que haya un sistema educativo público y gratuito y que exista un sistema universalista de asistencia sanitaria, para todos)
Pero, sigo: como soy un ingenuo, yo creía que no eran Zetapé y los virreyes autonómicos de todos los partidos (o "los políticos") los que "dan" ayudas y subsidios, y creía que estas ayudas, subsidios y becas no se dan para "comprar" votantes, sino que se diseñan (muchas veces muy mal) para hacer efectivos los mandatos de optimización del capítulo III de la CE en el marco competencial en ella establecido...
Yo pensaba, honestamente, que estas ayudas y subsidios habían sido aprobados por las mayorías contingentes (y revocables) en el parlamento central y en las cámaras autonómicas, o dictadas por los gobiernos central y autonómicos elegidos por la peña (gobiernos igualmente revocables, si son inútiles, y desde luego, inutilidad no falta en este país).
Yo pensaba que estas ayudas y subsidios habían sido escritos en normas positivas de diverso rango (publicadas a su vez en los correspondientes boletines oficiales) y ejecutados después por las administraciones con el (inevitable) margen de discrecionalidad...con el fin de ayudar a las personas que necesitaban esas ayudas y subsidios... (a los amiguetes siempre les cae algo, claro, pero coño, para eso, creía yo, está el pueblo, para protestar y levantarse contra la ignominia...)
De acuerdo, estaba muy equivocado. Pero a propósito de final del texto ("Nos tienen comprados, etc..."), me queda una pregunta, seguramente también muy ingenua: ¿es que en España es obligatorio pedir/ aceptar subvenciones y ayudas públicas?
Más que apocalíptico me parece excesivamente generoso y pelin blandito con la cuadrilla de indocumentados que gestionan nuestros destinos, que ni copiar saben.
Ahora la situación económica obliga a hacer recortes presupuestarios y derivado de ello aparecen en los medios noticias de reducción/reorganización/supresión de Consejerías y Departamentos Varios; me pregunto si eran necesarios y si la respuesta es no,¿ para que coj... existían previamente ?, con la consiguiente desaparición de algunos Altos Cargos Público-Políticos de ese su escenario, cuestión convenientemente aireada en los medios adeptos a cada régimen, para posteriormente entrar sigilosamente en puestos de alta responsabilidad, ergo de alta remuneración, en ciertas Empresas Públicas, convenientemente controladas por los correspondientes Aparatos.
No sé si el tamaño importa, pero creo que sí interesa tener un buen Aparato.
¡Ah! ¡Ah! ¡Ya lo he pillado!
Ellos son Cetapé.
Buf, quesques mucho nivel. Lo he tenido que leer dos veces.
La segunda no lo entendí.
Respuesta del autor:
Agradezco sinceramente los comentarios al texto y las críticas que lo enriquecen. Es una satisfacción comprobar en carnes propias que el blog de nuestro amigo García Amado tiene un público tan atento y receptivo. Lo menos que puedo hacer es corresponder a la atención de "un amigo", "roland freisler", "liberal igualitario", "rogelio", "antetodomuchacalma" y los demás lectores, comentando brevemente algunas cuestiones planteadas en los comentarios:
- Siento que a algunos no les haya gustado mi redacción. Hasta ahora nadie me lo había dicho, pero alguna vez tenía que ser la primera. Diré en mi descargo que este texto trata de ser un ejercicio de sinceridad, una reflexión en voz alta, un modo de expresar mi percepción sobre la bajísima calidad de nuestra democracia; por lo que ni la ortodoxia jurídica o sintáctica, ni la trabazón lógica o ilación argumental, me parecían en este caso objetivos prioritarios. Ciertamente, escribí este texto sin contar antes hasta diez, pero a día de hoy mantengo cada palabra... y cada coma.
- Lo sabía, sabía que alguien consideraría el texto fascista. No sé si lamentarlo o alegrarme, porque no hace sino darme la razón.
- Todo aquel que me conozca un poco podrá tachar este texto de todo (y seguramente con razón), menos de "partidariamente orientado". Tiene razón "liberal igualitario" en su argumentación sobre los subsidios, becas, pensiones, etc. Naturalmente, no me estaba refiriendo a las personas que disfrutan esas ayudas con toda justicia para remediar o aliviar una situación de necesidad. Por lo demás, claro que no es obligatorio pedir/aceptar ayudas o subvenciones públicas. Precisamente por eso digo que el pedirlas o aceptarlas nos convierte en juez y parte.
- Me sorprende la variedad de reacciones suscitadas: desde quien considera el texto excesivamente generoso hasta quien se ha visto en serias dificultades para comprenderlo.
A todos, una vez más, muchas gracias: por debatir sobre el texto, por aportar al mismo una rica variedad de perspectivas, por bajarme los humos, y por la cura de humildad, que a nadie le viene mal de vez en cuando.
Profesor Alegre
cuando he calificado su texto lo he hecho entre interrogantes, porque gran parte de sus reflexiones las podemos suscribir perfectamente los fascistas (bueno, yo soy neonazi pero ya sabe que para las ma(n)sas somos fascistas para diferenciarnos de los sociatas de ZP)y otras no.
Lo que me cuesta más trabajo entender es que en su amable respuesta a nuestros comentarios afirma Vd que : "...bajísima calidad de nuestra democracia;...". Pues bien, que un gran constitucionalista como Vd que ha investigado en profundidad la dignidad de la persona (entre otras cosas), crea equivocadamente que nuestro sistema político actual es una democracia, es equiparable a que este humilde aprendiz de jurista afirmase con un par que Kelsen fue el iusnaturalista más preclaro, con las nefastas consecuencias que acarrea semejante error, siendo la primera la desazón como lector de ver como prestigiosos juristas pretenden desasnarnos mintiéndonos.
prof. Alegre,
Me contaron la historia real de un profesor universitario que le escribió a su novia una carta de pedida de matrimonio con notas a pie de página y aparato bibliográfico al final. Quiero decir que comprendo la naturaleza de su texto ("un ejercicio de sinceridad, una reflexión en voz alta"). Mi comentario también se situaba en ese plano.
Tuve la impresión, quizás equivocada, de que el texto era un poco partidario. No tengo el gusto de conocerle, pero tampoco tengo ninguna razón para poner en duda lo que dice ("Todo aquel que me conozca un poco podrá tachar este texto de todo (y seguramente con razón), menos de "partidariamente orientado"). Acaso habría sido más exacto decir que no comparto ciertas tesis normativas que laten en su escrito. Leyendo su comentario me doy cuenta de que al menos compartimos algo. Su amable respuesta le honra.
Un saludo cordial y suerte.
Pd. Freisler: si la memoria no me falla, en efecto, nadie se ha atrevido jamás a llamar al gran Hans Kelsen "el iusnaturalista más preclaro". Pero no crea usted que desbarra tanto (en este punto). Creo recordar que fue Alf Ross el que le llamó falso positivista.
Estimado roland freisler:
Gracias por su aclaración y por su referencia a mis trabajos. Parece que la cuestión es, entonces, si nuestro actual sistema político es una democracia. Resulta aquí inevitable sacar a relucir las distinciones, que sin duda conoce, entre -por un lado- democracia formal, procesal o procedimental frente a democracia real y sustantiva, y -por otro- democracia directa frente a democracia representativa. Entiendo que tenemos una democracia desde un punto de vista formal (Constitución que refleja el principio de separación de poderes y el origen popular de los mismos, posibilidad de elegir cada cuatro años a nuestros representantes...). Pero la escasísima o nula calidad de nuestra democracia a la que yo me refería se observa cuando esa democracia formal se compara con la realidad. Cuando la libertad es más formal que real, cuando la seguridad y la convivencia son más bien una ficción, cuando el más básico de los derechos no se respeta (y por tanto, tampoco los demás), es muy dudoso (por decirlo suavemente) que pueda decirse que estemos en una democracia real. Si a ello unimos que la democracia directa apenas tiene presencia en nuestro sistema político, basado en la elección periódica de los representantes, podemos darnos cuenta del peligro de que nuestra democracia haya quedado reducida a ese mínimo formalismo de ir a votar cada cuatro años, lo cual no es más que un mínimo, un punto de partida a partir del cual construir una verdadera democracia, lo cual es responsabilidad no sólo de la clase política que padecemos, sino también de los ciudadanos.
Siempre digo a mis alumnos que es significativo de lo que ocurre que los periodistas suelan referirse a las elecciones como "fiesta de la democracia". La democracia -entiendo yo- no debería ser cosa de un día: no debería ser una fiesta cuya celebración empieza y termina en el instante de depositar el voto, sino una forma de vida basada, entre otras cosas, en el respeto a los derechos y el ejercicio responsable de los deberes. Poderes públicos y ciudadanos tenemos aún mucho que avanzar en ese terreno.
Sólo una puntualización más para "antetodomuchacalma": Efectivamente, "ellos son Cetapé", pero no sólo Cetapé. En realidad los papeles de gobierno y oposición son intercambiables en el texto: lo digo en el sentido de que, si se cambiaran las tornas políticas, el texto podría mantenerse prácticamente en los mismos términos.
Gracias de nuevo.
Gracias también a liberal igualitario por su nueva aportación. No conocía la anécdota, pero seguro que más de un profesor universitario habrá incorporado notas y bibliografía a su carta de declaración. Seguramente yo mismo no me resistiría a hacerlo si me viera a día de hoy en ese trance. Aparte de esto: de verdad que es un placer este diálogo, y esta experiencia de encontrar puntos en común con personas tan distintas entre sí. Un cordial saludo
Profesor Alegre
Lo de democracia formal es una categoría dogmática que como afirma Vd poco tiene que ver con la realidad.
No acabo de entender los esfuerzos que hace por intentar mantener el MATRIX en que vivimos, cuando escribe : "...es muy dudoso (por decirlo suavemente)que pueda decirse que estemos en una democracia real." Y yo le planteo ¿dónde está la duda? en mi humilde opinión no hay duda, nuestro sistema no es una democracia y ,por tanto, ningún análisis de ninguna institución jurídica puede partir de la afirmación del estilo de : estamos en democracia, esto es una democracia, los demócratas queremos, etc... Ni tampoco considero que el análisis de cualquier institución real pueda partir de una base hipotética : vamos a imaginarnos que nuestro sistema es el democrático entonces el Dº penal del enemigo bla bla...
Fuera aparte, si Vd ve que lo que queda practicamente es ir a votar cada 4 años eso de votar también ocurre (tal vez con menos periodicidad o con más, dependiendo de la coyuntura) en otras formas de convivencia social liberticidas. Luego el votar no es un rasgo plenamente democrático.
Los ciudadanos, si no somos imbéciles , debemos de acabar con la democracia ya que hasta los más acérrimos defensores del sistema reconocen que es el menos malo, es decir, es malo pero menos , si simplificamos el menos del denominador queda malo, por lo que su reflexión de que poderes públicos y ciudadanos debemos avanzar hacia la consecución de respeto de derechos y tal dentro de un sistema "malo" es inaceptable porque intrinsicamente estamos en un sistema malo.
Hecho de menos la elocuencia de Garciamado para poderme expresarme mejor, creo que Vd entienda que lo que propongo es buscar el sistema de convivencia "bueno" y no seguir alabando y ponderando uno "malo" ¿se imagina a Pasteur que se hubiese conformado con seguir aplicando cataplasmas porque era menos malo que las sangrías?
Estimado roland freisler: ciertamente, a veces tengo la desagradable sensación de estar engañando a mis alumnos cuando les explico nuestro sistema político como un sistema "democrático"; eso sí, trato de hacerles ver las carencias de su funcionamiento y la distancia entre la Constitución y la realidad, como venimos haciendo estos días. Ayer leía en algún periódico (siento no recordar ahora el autor) un artículo periodístico en el que se traía a colación un texto fundamental que nos remonta a las raíces del constitucionalismo moderno: el artículo 16 de la Declaración francesa de 1789, de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, a tenor del cual "Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de poderes determinada, carece de Constitución". El autor venía a concluir que en España no tenemos de hecho constitución, porque ni están garantizados los derechos ni existe una real separación de poderes. De nuevo volvemos, pues, a lo mismo: tenemos derechos y separación de poderes formalmente pero no realmente (o al menos no de manera plena). Llegados a este punto, entonces, creo que es importante recordar la distinción, también clásica, entre las críticas al funcionamiento del sistema y las críticas al sistema mismo. Las primeras, pueden servir para mejorarlo, cosa que no puede decirse respecto de las segundas. Comparto la opinión de que el sistema democrático es el menos malo (y por tanto el preferible mientras no se invente otro mejor); pero considero que es susceptible de mejorar en la medida en que se corrijan sus defectos, carencias y corruptelas y se profundice en valores cuya ausencia conduce al sinsentido. Espero, al menos, haberle aclarado mi punto de vista. Un cordial saludo.
Profesor Alegre
Su punto de vista perfectamente aclarado. Muchas gracias por su tiempo y por no discriminarme por mi opinión política radical.
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