23 octubre, 2008

Conciencias de hormigón

(Publicado por el menda hoy en El Mundo de León)
Mi compañera de página de los jueves, Eloísa Otero, daba cuenta en su columna de la pasada semana de cómo muchos medios de información están por estos pagos en manos de constructores y de cómo están despidiendo periodistas ahora que no se venden pisos. O sea, y si lo entiendo bien, que si el negocio inmobiliario va mal, hay menos de qué informar. Curioso. Estas historias de la construcción darían para sabrosos reportajes y hasta para novelas divertidas, como aquella que hace años nos regaló el maestro Sosa Wagner, Hígado de oca a las uvas, que deberíamos releer en estos días de turbulencias financieras con aroma de cemento.
Durante los últimos años todos hemos oído hasta la náusea esas narraciones de hombres que empezaron con una carretilla y que acabaron haciendo una fortuna a base de convertir nuestros paisajes en una neurosis enladrillada. El personaje gana si se subraya que era medio analfabeto y contaba por los dedos hasta que pudo contratar contables de colmillo retorcido. No importa que sepamos que mucha de su riqueza se nutre de la habilidad para manejar dinero oscuro, llevarse políticos al huerto y dársela con queso a Hacienda. Más los admiramos si vemos en su éxito las mañas del pícaro, y últimamente no había cena de gala, premio pomposo o evento académico que no se adornara con la presencia de esos artistas del pelotazo inmobiliario.
Compraron periódicos, inventaron compañías aéreas, colonizaron ayuntamientos, sedujeron a rectores, halagaron a jueces, conquistaron conciencias y se agenciaron títulos. Llegamos a pensar que, alzados sobre sus cuentas, todos acabaríamos ricos y felices. Ahora que su negocio flaquea, abandonan el barco, exigen subvenciones, se retiran a sus lujosos cuarteles de invierno y se nos queda esta cara de pardillos escaldados.
Puede que estemos ante una buena ocasión para el propósito de enmienda y la penitencia, para que reparemos en que teníamos un campus verde para que la universidad creciera donde ahora campan por sus respetos las grúas, para que apreciemos las ventajas de la información libre frente al periodismo mercenario, para que fiemos el progreso social al esfuerzo del trabajador y al riesgo cierto de las empresas pequeñas de toda la vida.
Como primera medida, propongo que el próximo doctorado honoris causa de nuestra Universidad se conceda a una víctima de nuestros deslumbramientos: a un obrero de la construcción en paro, a una familia ahogada por las hipotecas o a algún periodista de a pie empeñado en contarnos las verdades contra el viento de los bancos y la marea de los ladrillos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La Banda de Robin Jode, políticos-banqueros-empresarios unidos, en su constante lucha contra la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político debe seguir despojando al débil para dárselo al poderoso.

Alvargonzalo dijo...

Aunque de acuerdo con su propuesta universitaria, sugiero:
¿y una poda a esa viña de rapiña?
Ricos, que son unos ricos.