30 septiembre, 2013

Rebajas en másteres y ligueros.

Tenía que pasar. Pronto te regalarán unos juguetes eróticos por matricularte en un máster sobre burbujing en aguas minerales, avalado por la Unión Europea.
Vean aquí.

Gesticulando en Bélgica. Por Francisco Sosa Wagner



Voy a dar ideas renovadas a los inquisidores de la lengua, a quienes hoy tratan de exigir el uso de un idioma en algunas regiones españolas con el mismo talante con el que antaño se trataba de imponer “la lengua del imperio”.

Aclaro de antemano, porque es de justicia, que las aportaciones que dejo en esta Sosería no tienen mérito alguno pues se alimentan de la rica experiencia que vivo en Bélgica, un país admirable que ha tenido y tiene deslumbrantes cabezas pero que también alberga zoquetes de apreciable envergadura. O, si queremos decirlo de forma más culta, beocios o intonsos que parecen haber seguido cursos especializados para adquirir tal grado.

Allí, en Flandes, en el lugar donde un día se puso el sol (según Marquina), el propietario de una freiduría que lleva el rótulo “Frituur Grand Place” ha recibido la orden de buscar un nombre flamenco para su negocio. Y en un colegio cercano se puede rechazar a los niños que no hablen o no comprendan suficientemente el neerlandés. También hay una campaña abierta que promueve la delación de cualquier ciudadano que se permita utilizar alguna lengua que no sea la neerlandesa.

Pero lo bueno y verdaderamente revolucionario ha ocurrido en Menin, pueblo del Flandes oriental, que comparte su calle principal con el municipio francés fronterizo de Halluin, donde la alcaldesa ha pedido hace poco al personal de su Ayuntamiento que recurra a pictogramas o, en su defecto, al lenguaje de gestos para impedir a los ciudadanos que se acerquen a sus oficinas que utilicen la lengua de Rousseau.

Hay que añadir que, en esta localidad, el neerlandés se habla por más de la mitad de la población pero el francés también se usa cotidianamente por la mitad de sus habitantes y además se considera que al menos un tercio es perfectamente bilingüe.

El problema, realmente arduo, se planteaba cuando un ciudadano se acercaba a una ventanilla y no comprendía una sola palabra de neerlandés. ¿Qué hacer? se preguntaban los funcionarios obligados a aplicar las leyes de lenguas aprobadas en 1966. La respuesta de la alcaldesa ha sido clara: “es preciso pensar una fórmula que impida el uso de la lengua francesa porque hay un riesgo cierto de afrancesamiento de nuestro pueblo”.

Y por ahí hemos llegado al pictograma y al lenguaje de gestos. Que no hay más remedio que usar en estos casos de contumaces ignorantes del neerlandés. Aunque la compasión de la alcaldesa ha venido a solucionar situaciones singulares. Tal por ejemplo la ayuda médica urgente, momento delicado que abre la puerta al uso del francés pero entendiendo “tales excepciones de forma extremadamente limitadas”.

Los superiores de la alcaldesa la han respaldado y así, desde el Gobierno flamenco, el ministro de la Integración (?) ha juzgado la medida como “excelente” y ha aportado un argumento definitivo: en Lille (ciudad cercana francesa) un ciudadano no puede utilizar el neerlandés.

Introducido y aceptado el lenguaje de gestos ¿qué tal si empezamos por dirigirnos a la alcaldesa con ese que destaca el dedo medio y mantiene los demás abatidos, conocido vulgarmente con el nombre de “peineta”?

28 septiembre, 2013

¿Cuánto nos importa la información que nos dan los periódicos?


 (Las imágenes corresponden a obras de Rosa García Morán. Ver aquí y aquí)

                Se ha estado diciendo, seguro que con bastante fundamento, que los propios medios de comunicación no se limitan a informar, sino que constituyen la información, dan valor informativo a lo que comunican y glosan y que, así, determinan qué interesa o no a los ciudadanos que buscan estar informados. De todas las cosas que pasan, el que informa hace su selección e incita nuestro interés. Luego seguimos lo que nos van contando y estamos pendientes precisamente de esos temas.
                Ahora nos topamos con un nuevo fenómeno, el de la pérdida galopante de público para los medios informativos, muy en especial los periódicos. La gente ya no compra periódicos, pero tampoco despunta el seguimiento de la prensa en internet. La explicación más fácil es que la gente ya no tiene interés por la información, o lo tiene cada vez menos. Me cuesta creerlo. La cuestión es a qué llamamos información y de qué se debe o no informar.
                Veo año tras años que mis estudiantes no están al corriente de las últimas noticias de los periódicos, no se ocupan apenas de ese tipo de actualidad. ¿Cargamos contra los jóvenes, empezando por los universitarios? Tendrán sus culpas, tienen unas cuantas, pero esas explicaciones fáciles suelen ser poco fiables. Sólo tiene uno que mirarse a sí mismo. A mí cada vez me resultan más ajenos e indiferentes los contenidos de los periódicos, al menos los de portada y que los medios más destacan. Cuando voy a los periódicos, paso veloz y distante sobre buena parte de la información llamada política, me detengo a veces en otro tipo de noticias referidas a historias de la gente y, desde luego, me deleito con algunas tribunas y unos cuantos columnistas. El placer de la lectura de Manuel Jabois, por ejemplo, lo gozará cualquiera que valore la buena escritura y el estilo chispeante. No es el único, hay un puñado de plumas de gran calidad en la prensa. Creo que, en conjunto, los columnistas de El Mundo se llevan la palma. Pero no nos desviemos. ¿Por qué a tantos, jóvenes y no tanto, ya nos tientan tan pocas cosas de las que los periódicos nos meten por los ojos?
                Es probable que haya ocurrido un divorcio, que se haya cortado aquella pauta, la de que nos interesemos por lo que a los periódicos les interesa. Ya no hacen valer su ley en ese terreno. Los ciudadanos se están liberando de esa imposición, sea para bien o sea para mal. Ahí tendríamos otra buena razón de la caída de los medios escritos de información, de su ruina imparable. Lo que nos dan no nos seduce y de lo que nos interesa no nos hablan apenas.
                Día sí y día también, veo en las portadas de toda la prensa española noticias sobre Artur Mas y la cuestión del llamado derecho a decidir de los catalanes. Debe de hacer meses y meses que no hago ni el menor caso de eso. Cuando lo tratan en la radio, cambio de emisora o pongo un rato de música. En los editoriales de los periódicos dan vueltas a Mas y sus cosas y a las reacciones de tal o cual partido estatal o catalán. Es obvio que no los leo, ninguna gana, cero curiosidad. Naturalmente, tampoco me asomo a lo que se diga y se repita sobre el caso Bárcenas o el caso de los eres andaluces. Los hechos originales los atiendo, claro que sí, pero lo que ayer, hoy y mañana digan este o aquel partido sobre tales temas me trae al fresco. ¿Urdangarín, su infanta, el Rey y la Corte entera? Ruido, ruido y más ruido. Hechos tremendos en la base, pero nula relevancia de tanta tinta una vez que uno ya sabe lo que tenía que saber y que es consciente de que todo ese hablar es una forma de no hacer, un fingimiento de ocupación para que vaya cundiendo el sueño y la apatía, maniobras de despiste, fingimiento de que el tema se trata, pero para que nada se mueva. El agotamiento mediático como vía para la impunidad, en todos los sentidos de la palabra impunidad. ¿Lo que dijo Rajoy en la ONU? Por favor, Rajoy es el paradigma del hablar sin decir y del mentir hasta con los silencios. ¿Cómo puede uno gastarse un cuarto de hora en la lectura de lo que no es más que una exégesis de la inanidad política?  ¿Las últimas declaraciones de Rubalcaba sobre el asunto catalán o sobre las pensiones o sobre el sueldo de los funcionarios? Valen menos que la opinión de mi peluquero sobre ese tema y otros miles. Además, ¿no está el PSOE radicalmente comprometido con el mantenimiento de este régimen político de dominación alienante? Pues no hay más que hablar ni más que leer.
                La deserción de los lectores, hasta de los vocacionales, responde a que vamos descubriendo que vitalmente no nos concierne lo que nos cuentan. Es como si cada día nos bombardeasen con páginas y páginas sobre las andanzas de unas moscas. Hoy la mosca tal se posó en una naranja, ayer la mosca cual recorrió durante una hora los cristales de una ventana, es previsible que este mes se nos metan tres moscas en el garaje… Diablos, tú ya sabes que hay moscas, pero sus peripecias no te resultan nada apasionantes porque no son cosas que te ocupen ni te preocupen, ni te estimulan ni te excitan curiosidad ninguna, todo lo más lamentas no haber comprado un buen insecticida en el súper. Mas, Rajoy, Rubalcaba, la Casa Real, la alcaldesa de Madrid, el ministro de esto o de lo otro son moscas. Cojoneras, pero moscas.
                Otro ejemplo reciente, el jaleo con Gibraltar. Creo que ni tres líneas de letra menuda he mirado desde que el tema saltó. Porque no es tema, no lo es para mí. ¿Por qué? Porque el que me interese presupone que me importa que esa roca y esa gente sean ingleses o españoles, zulús o bantúes. Necesitaría yo fijaciones u obsesiones que no tengo, sentimientos que me son completamente extraños; para empezar, algún tipo de monomanía nacionalista, querencia a los rebaños y morriña de pastores. Es lo mismo con la cuestión de Cataluña. Ni sé qué es el derecho a decidir ni qué norma moral o jurídica lo funda, ni me afecta vitalmente que los catalanes lo ejerzan o no o qué resulte de un referéndum.
                Puestos a dedicarle tiempo a lo materialmente inútil, prefiero leer una buena novela, distraerme con un poema o hasta averiguar qué tal está jugando esta temporada el Sporting de Gijón. Si mueven nuestro interés la utilidad inmediata o el placer o la curiosidad por lo que no conocemos, resulta que ni utilidad ni placer nos reportan ni curiosidad genuina nos satisfacen las pesadísimas informaciones sobre si Mas dijo que el referéndum será en carnaval o sobre si el Ministro de Exteriores amenaza con poner donde Gibraltar una verja con campanillas. Además, algunos, muchos, sentimos que no faltan Estados, sino que sobran. Hace tiempo que pregunto cómo puedo hacerme finlandés, y nadie me responde. Mi mayor sueño político sería ése, que cada cual pudiera elegir su nacionalidad con total independencia de dónde viva o de dónde haya nacido o quiénes sean sus padres. ¿Por qué no puedo yo, vamos a ver, escoger ser noruego o canadiense y someterme a las normas de ese Estado, mientras haya Estados? ¡Mercado libre para la nacionalidad ya! Que se queden con España y con Cataluña y con las informaciones sobre sus anécdotas políticas los de la unidad de destino en lo universal o el proyecto sugerente de vida en común de uno y otro lado.
                Si tantas cosas de primera página a diario me caen lejanas a mí, qué puedo esperar de jóvenes menos contaminados o de conciudadanos menos dados a la letra impresa. Alguno dirá que es suicida este desinterés, ya que lo que hagan Rajoy o Rubalcaba o lo que pase con Mas y las tropas nacionales acabará afectándome. Sí y no. Puedo reconocer que me afecte algo todo eso, pero no hay en ello razón para que me interese leer vacuidades diarias y variada casquería sobre dichos temas. También me afectará en algo la cantidad de polen que haya en la atmósfera la primavera próxima y no me dedico por eso a leer a diario sobre la evolución previsible de los álamos o los rododendros. Tocará mi bolsillo el cambio que haya en los precios del atún la próxima temporada, pero no me veo buscando información a diario y todo el año sobre los bancos de esos peces y sobre si se están poniendo bien gorditos o se quedan flacuchos.
                Cada cual tiene sus placeres, y de ellos les gusta saber. Por ejemplo, a mí me da mucho gusto estar al tanto de las novedades literarias. Me puse el otro día con la última novela de Vargas Llosa, Un héroe discreto, y apenas pude dormirme durante tres noches seguidas, hasta que terminé la lectura de esa maravilla. No sé a qué clase de pervertidos puede darles gusto la información sobre las últimas declaraciones de Elena Valenciano o de Dolores de Cospedal. Por otro lado, cada quien se ocupa o debería preocuparse de lo que repercuta en su pan o el de sus hijos. A eso voy ahora. ¿Tienen alguna razón mis estudiantes de primero de Derecho, mismamente, para procurar estar al corriente de la vida política de este país, en los términos cutres en que se desarrolla en el día a día? No. ¿Por qué? Porque ellos en el fondo saben que tendrán que buscarse la vida aquí o en la Conchinchina, seguramente en la Conchinchina, y que para tener futuro más les vale emplear su tiempo en aprender ruso o en hacer macramé.
                No estoy lanzando una llamada a la indiferencia política y menos la de los jóvenes. Pero leer estos periódicos nuestros y saber de esas cosas que nos narran no tiene nada que ver con la política. Es como empollarse el Hola, pero menos entretenido. Entre las portadas de El País o las del Marca, entiendo y casi aplaudo que les atraigan más las del Marca. Cristiano Ronaldo tiene más glamour que Rajoy y dice menos mentiras. Lo de aquí ahora no es política, noble palabra, es alienación entintada. La prensa pone realce a la banalidad cínica. La catadura de estos políticos y de esta política merecería el silencio. Los periódicos todavía no se han dado cuenta. Por eso estamos ignorando a los periódicos. Primero no escuchamos esa palabrería pueril, después dejamos de votar(los), algún día nos pondremos a hacer algo. Al tiempo.
                Tengo un hijo mayor en EEUU y una hija pequeña en casa. Si pienso en su presente y su futuro, veo todavía más justificada mi indiferencia por lo que sale hoy mismo en los medios informativos. A ellos no les afectará nada que Mas haga el referéndum o que Cataluña sea independiente o mediopensionista o que Gibraltar pase a España o sea reconocido por la FIFA. ¿Cómo que no?, me replicará alguien, son cosas que pueden tener efectos económicos sobre eso que llaman el conjunto de los españoles. Pues será, pero quién me dice a mí que mis hijos van a vivir en España o depender de esta pamplina de Estado. Uno seguramente ya no va a volver, salvo de veraneo y a gastarse unos dólares, la otra es perfectamente posible que tenga que irse o que lo quiera. Si me hace caso a mí, se marchará con viento fresco. ¿Que los catalanes hablen un día solo catalán y los de Guadalajara sólo castellano? Allá cada uno, por mí como si adoptan el checo como idioma oficial en Murcia. Elsa va a verse y chatear durante su vida con alcarreños, catalanes, murcianos, rusos o checos y se van a entender en inglés. Y si alguno no entiende al otro porque nada más que sabe checo, pues que se joda, quién le manda montárselo de medieval en el siglo XXI.
                Gustará o no gustará, pero las fronteras van camino de desaparecer, al menos en sus efectos sociales. La referencia vital y geográfica de todo el que tenga menos de treinta años, o más pero con dos dedos de frente, es el mundo. En el mundo cada cual hará su vida y trabará sus relaciones de todo tipo. Por eso lo que interesa es el mundo, no lo que declaró ayer sobre el paro el presidente de una Comunidad Autónoma o el alcalde de Segovia. Porque, bien pensado, ¿por qué ha de ser más interesante y merecer atención mayor lo que declare sobre cualquier cosa el Presidente de Galicia, la Ministra de Empleo o el alcalde de Lalín que lo que diga yo u opine mi amigo peluquero?
                ¿Entonces de qué deberían ocuparse los periódicos para no perder clientela? De otras historias. A nuestro alrededor están pasando sin parar cosas interesantísimas, pero los periodistas no se enteran, ellos andan acompañando a Rajoy en sus viajes por si un día dice que desayunó cereales y eso se vuelve noticia de portada. ¿Acaso no ha estado media España viendo con fruición en la tele aquel programa de Españoles en el mundo? ¿Por qué atraía? Porque eran historias infinitamente más llamativas y curiosas que toda la vida entera de Rubalcaba o Rajoy, quienes se la han pasado haciendo frases para disimular que no son nada, nada.
                En mi Universidad, mi colega de Derecho Penal y yo organizamos hace pocas semanas un seminario estupendísimo sobre presunción de inocencia, con conferencias y charlas de unos expertos de tomo y lomo. A ningún periodista se le ocurrió que ahí podía haber tema, ningún periódico local dijo esta noticia es mía o aquí cabe una entrevista que tendrá lectores. No, seguro que andaban todos pendientes de si el alcalde de León se rascaba el juanete o si van a cambiar el concejal encargado de parques y jardines o si la presidente de la Diputación se habrá echado otro novio o seguirá con el mismo. Los periodistas ya no saben mirar alrededor y, para colmo, piensan que al lector sí le importa lo que dijo un concejal sobre la próxima siembra de margaritas y no le interesa que le explique un experto qué es eso de la presunción de inocencia o cómo era la vida en esta tierra leonesa cuando estaban aquí las legiones romanas.
                Para terminar con el tema de los periódicos y su crisis, permítaseme una chulería final. Déjenme a mí (y como digo a mí, digo a muchos) a los mandos de un diario durante un año, con posibilidad de determinar los contenidos y poder para buscar colaboradores. Me apuesto unas cenas a que las ventas no bajan, suben, y suben bastante. De las cosas de la Diputación o del PP o del PSOE, una paginita sola, tras la sección de deportes. El resto, contenidos que a la gente afecten y gusten. Noticias, puras noticias, pero que lo sean de verdad, no estos simulacros con los que se aparenta que algo sucede mientras nada pasa. Y unos toquecitos artísticos y literarios, por qué no. ¿Acaso los periódicos de antaño no publicaban maravillosos novelones por entregas? Si hablamos de lo que yo tengo cerca, León, ¿no tiene León la más exquisita lista de grandes novelistas actuales en castellano? Miren: Andrés Trapiello, Julio Llamazares, José María Merino, Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio… Pues como si nada. Los periódicos de esta tierra se extienden sobre lo que le dijo en el Ayuntamiento o la Diputación el del PSOE al del PP o el del PP al de IU. Apasionante y didáctico a más no poder.
                Mueren los periódicos, sí y es triste. Pero no es culpa nuestra, es suya. No han querido ver que deseamoss que nos informen y que nos entretengan, que nos ilustren y nos enseñen lo que pasa por ahí, no que nos den la matraca sin parar con naderías que ya a nadie engañan y que ni el más degenerado se toma en serio.

26 septiembre, 2013

LOS NUEVOS CRITERIOS DE EVALUACIÓN DEL PROFESORADO UNIVERSITARIO A DEBATE (Un artículo que se publicará en El País el 5 de mayo de 2023).



                Nunca es completo el acuerdo sobre el mejor sistema de selección y promoción del profesorado universitario. Cuando no se había terminado el siglo XX, se criticaba la endogamia a que daban pie los sistemas de la LAU y la LRU, se discutía sobre las ventajas e inconvenientes de las habilitaciones, primero, y del sistema de acreditaciones por agencias evaluadoras, en especial la tan recordada ANECA, después. Una reforma sucedía a la otra y luego venía una más, pero, con todo y pese a múltiples cambios de detalle, se ha mantenido hasta hoy, 2023, el sistema de acreditación por agencias ante las que los candidatos presentan su currículum, sea para acceder a plazas de profesores contratados, sea para poder concurrir a puestos funcionariales de profesor titular o catedrático de Universidad.
                La última revisión del sistema aconteció hace ya cinco años, en 2018, y resultó problemática desde el momento en que daba singular valor a nuevos méritos de los aspirantes, junto a la consideración, en verdad menguante, de las pautas tradicionales, como la trayectoria investigadora y la experiencia docente. Particularmente complicada ha resultado la aplicación de un nuevo criterio que permite sumar hasta un veinticinco por ciento de los puntos necesarios para acreditarse para cualesquiera figuras de profesor. Se trata de lo que popularmente se conoce como dedo en el culo, si bien en el Real Decreto de 27 de septiembre de 2018 recibe el nombre más pomposo de mérito “por persistencia anal”. El apartado j) del artículo 43 del citado Real Decreto lo describe en los siguientes términos: “Hasta un veinticinco por ciento de los puntos necesarios para la obtención de la acreditación los obtendrá el candidato que aporte certificación fehaciente de que durante los dos años previos a la fecha de su solicitud y en horario laboral ha permanecido un mínimo de mil horas con el dedo corazón de su mano derecha introducido en la cavidad rectal”.
                La norma en cuestión fue fruto de arduas negociaciones y del acuerdo final entre el Ministerio del ramo, la Conferencia de Rectores, los partidos de la oposición y los sindicatos, y pese a que el Consejo de Estado apuntó algunas objeciones, de carácter formal, unas, y otras relativas al encaje constitucional del precepto.
                Los problemas no nacieron de la resistencia del profesorado, pues buena parte del personal docente de las universidades acogió con alivio esa reforma que suavizaba un tanto las exigencias atinentes a la calidad de la docencia o de la investigación o a la transferencia del conocimiento. Fueron bastantes los que opinaron que semejante requisito no era menos apropiado o viable que muchos de los hasta entonces vigentes, en especial los que asignaban muy relevante consideración a la realización de cursos de actualización pedagógica o al desempeño de cargos de gobierno en universidades, facultades o departamentos universitarios. Como declaró en su día el Presidente de la CRUE, una de las indudables ventajas del criterio de persistencia anal proviene de que es posible simultanear esa actividad con otras, como la lectura de textos científicos y doctrinales, la asistencia a congresos o, inclusive, la presentación de ponencias, comunicaciones y paneles en eventos académicos. De hecho, y pasados unos primeros meses de desconcierto y rubor, ya es común y habitual ver a todo tipo de profesores y profesoras que se mantienen en esa postura, con el dedo corazón entre las nalgas, mientras peroran ante sus estudiantes, asisten a reuniones de todo tipo de juntas y comisiones universitarias o dictan sus conferencias en congresos de altísimo nivel científico. Incluso los catedráticos, muchos de los cuales eran en los primeros tiempos reticentes, han adoptado el nuevo hábito, una vez que se ha establecido también un sistema atenuado de acreditación para el acceso a las nuevas figuras de catedrático B y A y puesto que el criterio dígito-anal está vigente en idénticos términos a esos efectos. Fue muy comentada, en los primeros tiempos, una concentración de catedráticos para quejarse por dicha reforma, pero en la que la gran mayoría de los concurrentes tenían su dedo puesto de esa manera y en tal sitio, por si acaso y por no perder comba.
                Las dificultades e inconvenientes vinieron por la muy defectuosa técnica legal de aquel citado artículo, mala técnica legal que provocó enormes debates sobre interpretaciones posibles y formas de aplicación. Para empezar, muchos profesores zurdos expresaron su incomodidad porque fuera necesariamente  el de la mano derecha el dedo insertable. Ante el primer recurso por ese motivo, la Audiencia Provincial de Jaén sentenció que procedía una interpretación amplia y no formalista de los términos de la norma, de manera que cada profesor, según su ideología, creencias y lateralidad, ha de poder elegir si se mete en el trasero el dedo corazón de su mano derecha o de su mano izquierda, si bien en la misma sentencia se puntualiza que una mínima fidelidad a la voluntad del legislador legítimo impide que se pueda cambiar de mano, una vez que la elección primera ha tenido lugar. Se explica también, a modo de obiter dictum, que no sería de recibo que el dedo elegido fuera otro diferente del dedo corazón, pues han de respetarse las razones que llevaron al autor de la norma a preferir el dedo más largo y cuyo manejo a ese fin, además, provoca menos lesiones en articulaciones, tendones y músculos.
                Aun con esa jurisprudencia, que fue de inmediato asumida por la Agencia evaluadora, los problemas prácticos no cesaron, ya que la cuestión siguiente la plantearon aquellos aspirantes a acreditación que, por muy penosas circunstancias de su pasada biografía, carecían de dedos. Fue la propia Administración la que, siguiendo la propuesta de la CRUE, aclaró mediante Orden Ministerial que, en tales casos especialísimos y desdichados y a efectos de evitar discriminaciones indebidas, computaría idénticamente la inserción anal de cualquier objeto de tamaño y textura semejantes a las del dedo y siempre que no hubiera riesgos sanitarios.
                Por su lado, varias asociaciones de catedráticos de universidad, sin cuestionar la filosofía de fondo, hicieron una solicitud que resultó muy polémica, pues reclamaron que se equiparase en valor académico y en puntos para la acreditación el tiempo que un catedrático permaneciera con su dedo introducido en el ano de sus becarios, o en la vagina, en su caso y si la hubiere. Por vía de hecho la Agencia evaluadora aceptó esa extensión del criterio, aunque hay quien dice que semejante política obedece a que las distintas secciones de la Agencia están integradas principalmente por catedráticos.
                Pero unas cosas traen otras, y más cuando el legislador no destaca por su previsión y por la minucia en sus regulaciones. Pues, en efecto, enseguida algunos colectivos de profesoras alegaron un trato discriminatorio por el hecho de que no pudieran usar ellas sus vaginas a esos efectos contractuales y de promoción profesional, viéndose obligadas a emplear el otro conducto, con desconocimiento patente de los pormenores del cuerpo femenino y atentado grosero a la justicia, que, bien se sabe, exige tratar igualmente lo igual y desigualmente lo desigual. Como no podía ser menos, una nueva Orden Ministerial añadió pautas interpretativas del Real Decreto anterior y asumió estas reclamaciones de las profesoras.
                En cuanto al modo de certificar las seiscientas horas de autopenetración digital, hubo también sus más y sus menos. Por lo pronto, casi todas las universidades incorporaron a sus reglamentos internos una cláusula que sentaba la presunción de que quienes ejercían cargos de gobierno, electivos o por designación, daban satisfacción al requisito durante todas las horas de su desempeño. En cuanto al resto del profesorado, se estipuló que correspondía a los decanatos emitir los correspondientes certificados para el personal de las facultades y se reconoció el derecho de los órganos directivos a efectuar inspecciones oculares siempre que lo estimen precedente.
                Hoy el criterio funciona ya pacíficamente y a pedir de boca. Ya ni a los estudiantes extraña ver al profesorado en tan meritoria actitud en las aulas, los pasillos o las cafeterías del campus. Hasta los de ciencias duras han decidido recortar un agujero en la parte posterior de sus batas, a fin de no verse constantemente en la ingrata obligación de andar con su indumentaria laboral remangada. En términos generales hay satisfacción entre el personal, pues se considera que es un mérito que está al alcance de todos y que da fe, como pocos, de la vocación universitaria y del esmero y la constancia como virtudes académicas prominentes. En los primeros meses de aplicación había quien decía que dolía, pero la práctica misma acabó por demostrar a todos que no era para tanto y que el supuesto dolor era un prejuicio más, proveniente de otros tiempos con menos libertad y otro tipo de relaciones sociales.
                Puede decirse que hay satisfacción en las universidades y más con el florecimiento de nuevos cursos de formación de profesores en los que se enseñan desde medios de lubricación hasta trucos para obtener del nuevo sistema rendimientos adicionales, sumando placer personal a la indudable ventaja curricular. De hecho, en una reciente foto de un grupo de rectores reunidos, se les veía a todos sonrientes y dicharacheros y con el dedo incrustado en el pompis, haciendo currículum de modo enteramente compatible con el digno desempeño de su cargo y la plena asunción de su alta responsabilidad.

24 septiembre, 2013

Lecciones para España de unas elecciones. Por Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes*



(Publicado hoy en El Mundo)

QUIEN HAYA tenido la oportunidad de seguir en los medios de comunicación alemanes las elecciones celebradas el pasado día 22 habrá podido advertir algunas diferencias con nuestras prácticas. Pues resulta que son los alemanes unos tipos aburridos quienes no gustan de plantear problemas cósmicos acerca de su propia naturaleza (¿somos alemanes o bávaros, sajones o renanos?), ni de la estructura del Estado (¿somos federales, cuasi federales, confederales, autonomistas de primera o de segunda?), ni tampoco tienen partidos monárquicos que anden a la busca de un tierno descendiente de los Hohenzollern para entronizarlo y sustituir a la actual república ni nadie desea reconstruir la antigua y poderosa Prusia a pesar de las muchas horas de gloria que dio al orgullo teutón...
Ninguna de estas emociones fuertes ha podido vivir quien haya seguido las incidencias y las noticias del proceso electoral que ha tenido lugar más allá del Rin. Más bien se habrá tenido que contentar con debates acerca de las guarderías o sobre el coste de la energía que ha aumentado como consecuencia del abandono por el Gobierno de la señora Merkel de la opción nuclear tras el accidente de Fukushima. O sobre los alquileres de viviendas, la privacidad en las comunicaciones vía internet, el trabajo doméstico, la ocupación de los abuelos con los nietos, las pensiones, la financiación de los hospitales, los médicos de familia, el trabajo del cónyuge que prefiere quedarse en casa, la lucha contra el ruido y otras cuestiones de este fastidioso tenor.
Dicho en términos de géneros literarios: poca poesía épica; por el contrario, prosa y, con respeto para los protagonistas, prosa pedestre. Nada pues de hazañas vistosas, sustituidas éstas como han sido por la discusión sobre humildes cambios en esta o en aquella ley o, más oscuro aún, en el reglamento sobre la asistencia infantil.
Para quienes buscamos las aventuras leyendo la Odisea, El Conde de Montecristo o El Buscón o iniciando un viaje exótico del que traer historias sacadas al oro de la tierra o a las entrañas de los mares, este sosiego de una campaña electoral nos parece una de las formas civilizadas de las que dispone el ser humano para conducirse en sociedad sin atropellos ni aspavientos.
Nos sentimos aliviados quienes creemos que el delicado sistema democrático solo puede mantenerse si sus actores discrepan educadamente en lo accesorio pero creen en lo esencial. Quienes admiten los ingredientes básicos del invento para divergir tan solo en lo secundario; en fin, quienes no quieren cortar, en cada recodo de la Historia, la cinta de una nueva era del universo sino solventar modestamente y de la manera menos fastidiosa posible los problemas del vecino.
Precisamente por ello se exige a los partidos políticos alemanes la adhesión a la Constitución y a sus valores y principios fundamentales, entre los que se encuentran aquellos que componen la «cláusula de eternidad» y que son la estructura federal de la República, la participación de los länder en la legislación de la federación y la salvaguardia y protección de los derechos fundamentales.
A lo largo de la vida de la República, desde las primeras elecciones que estabilizaron el régimen salido del acuerdo con las potencias vencedoras, las leyes electorales se han modificado en diversas ocasiones para acoger variaciones como la mayoría de edad, el voto de extranjeros u otras cuestiones más técnicas. La última reforma ha ido dirigida a afinar la proporcionalidad en la atribución de los escaños, asunto que había sido planteado a los magistrados constitucionales en 2012. Como consecuencia de sus pronunciamientos, los partidos políticos acordaron una alteración de la ley que se ha aplicado ya en estos comicios de septiembre de 2013.
Adviértase la diferencia con nuestro país, donde el Gobierno socialista anterior, consciente de la necesidad de buscar una salida a nuestro sistema electoral injusto y obsoleto, pidió un dictamen al Consejo de Estado en 2008 que este emitió en febrero de 2009. En él, con gran equilibrio argumental y fino apoyo técnico, se daban fórmulas bien precisas para abordar tal reforma, que duerme un sueño pegajoso, pesado y gris en alguna gaveta ministerial.
En la hora presente, en Alemania, la atribución de los escaños se realiza combinando sabiamente los criterios mayoritario y proporcional porque cada papeleta que el ciudadano toma en sus manos contiene dos votos: el primero sirve para seleccionar, por el sistema mayoritario, al diputado de una comarca; el segundo va dirigido a un partido político que dispone de una lista cerrada en el espacio del land para atribuir los escaños. Varias son las ventajas de esta doble forma de pronunciarse el elector: la cercanía a un candidato, pues se vota a una cara, y la proporcionalidad exigible a todo sistema representativo. Además, un elector puede votar de forma distinta y por tanto no está encadenado a una opción política única.
El Tribunal Constitucional de Karlsruhe ha obligado a afinar a la hora de la distribución de escaños, consecuencia de este segundo voto, con la mirada puesta siempre en asegurar la máxima igualdad. Por ello surgen los escaños llamados «excedentes» y «de compensación» que aumentan el número inicial de escaños.
De nuevo adviértase la diferencia con nuestro medio, empecinados como estamos en la discusión sobre las listas abiertas o desbloqueadas, desaconsejadas por buena parte de los expertos pues tendrían un doble efecto demoledor: destruir internamente a los partidos y, al mismo tiempo, destruir la cámara así elegida.
Preciso es añadir que los escaños solo se distribuyen entre aquellas formaciones políticas que hayan obtenido al menos tres diputados por el voto primero o alcancen el 5% de los segundos votos emitidos en un land. Esta cautela hunde sus raíces en la constante preocupación alemana de dar estabilidad a la Cámara y al Gobierno para conjurar los desgarros vividos en la época de Weimar.
En estas recientes elecciones la democracia cristiana (con su partido hermano bávaro) han rozado la mayoría absoluta. Con todo, se está debatiendo la búsqueda de un segundo partido para gobernar en coalición porque esa es la tradición que viene desde la época de Adenauer, quien prefirió como pareja de baile a los liberales que luego seguirían siendo perejil de todas las salsas políticas: con Willly Brandt, con Helmut Schmidt, con Helmut Kohl, con la propia Angela Merkel. Hasta hoy que han sido barridos del mapa político.
Otra razón que avala la necesidad de un segundo partido en el Gobierno es la composición del Bundesrat que representa a los länder y donde la democracia cristiana carece de la mayoría suficiente. Hacer obstrucción desde esta segunda cámara a las propuestas legislativas que el Gobierno lleva a la primera (Bundestag) no sería precisamente una novedad en la historia reciente alemana.
DE NUEVO una enseñanza para nosotros: a nadie se le ocurre allí confeccionar un Gobierno a base de juntar a todos los partidos contra el que ha ganado las elecciones como ha sido frecuente en algunas comunidades autónomas españolas. Por cierto con los desastrosos resultados que bien conocemos. Y ello porque sería entendido como un fraude a la voluntad de los ciudadanos.
A anotar además que el Partido Socialdemócrata Alemán –y lo mismo ocurre con los verdes– rechaza con firmeza cualquier pacto con los comunistas, representados por Die Linke, argumentando que nada les une a ellos en el terreno programático. Sépase que una alianza de todos ellos impediría la formación de un gobierno encabezado por la señora Merkel.
Y en tal sentido se han pronunciado los jefes de estas formaciones políticas en un debate ante las cámaras de televisión protagonizado por ellos a las dos horas de haberse cerrado los colegios electorales y que, en el lenguaje de los medios de comunicación, recibe el nombre de «ronda de los elefantes». De nuevo una diferencia con nosotros: son todos ellos quienes dan la cara juntos y no por separado en sus respectivos refugios explicando ya en ese momento posibles pactos y acuerdos, aunque remitiendo la decisión definitiva a los órganos de su partido.
La participación ha sido alta: más del 70%. Vemos por último cómo el sistema tiene capacidad de renovación, pues un partido histórico desaparece –con anuncio de dimisión de sus máximos responsables– y otros, aun sin entrar en el Parlamento, pueden exhibir ya su perfil de fuerzas políticas emergentes. Tal es el caso de la Alternativa para Alemania o de los mismos piratas. Justamente en esto, se convendrá con nosotros, consiste la esencia de los sistemas democráticos en los que es indispensable mantener una ventana abierta para que se produzca la necesaria ventilación y la dispersión de las miasmas. Lo contrario produce sistemas agarrotados o democracias escoltadas.
Hay algo en estas noches electorales de lo que sí podemos estar orgullosos los españoles: el recuento de votos y la difusión de esa información se hace en España de forma mucho más ágil y transparente.

*Francisco Sosa Wagner es catedrático y eurodiputado por UPyD. Mercedes Fuertes es catedrática de Derecho Administrativo. El último libro de Sosa Wagner es Juristas y enseñanzas alemanas (I): 1945-1975. Con lecciones para la España actual (2013, Marcial Pons).