29 octubre, 2011

Por qué lo diría Peces-Barba

Ya sé que estamos en pausa en este blog, pero solo hoy y un ratito nada más, ¿vale? Luego, a seguir con la labor debida, hasta dentro de unos días.

Me he tronchado a base de bien con la que se ha armado con las frasecillas de don Gregorio en el gran congreso de la abogacía en Cádiz, conmemorando la Constitución de allá. Está genial: en los congresos de abogados se dedican, en 2011, a festejar la Constitución de Cádiz, de 1812, y llevan de ponente al doctor Peces-Barba, que es padre de Constitución, sí, pero no de constituciones en general, y menos tan viejas. O será que aquí en cuanto perpetras una, te las cuelgan todas. El caso es que imagino yo que los abogados ya ven más viva la Constitución gaditana que la de 1978, que se va quedando chuchurría y despeinada y que entre unos y otros la tienen trabajando en un garito de mala muerte, con bidé y en tandas de veinte minutos.

La prueba de que andamos desconstitucionalizados y de que nuestra Carta Magna nos la sacamos por los pies cada vez que nos vamos de farra es que en casos como este no se discute sobre ella o a partir de ella, sino que nos cagamos en nuestras madres directamente y dejamos el Estado constitucional para retornar al de naturaleza, de donde nunca quisimos salir en verdad. Ya TARDÁbamos en reconocerlo. Pero lo interesante sería preguntarse, Constitución en mano, si es más inconstitucional preferir a los portugueses o hacer referendos en los ayuntamientos para ver si dejamos a los castellanos, o si lo es en mayor o menor medida bombardear retóricamente Barcelona o incumplir las sentencias del Tribunal Supremo, sacándole la lengua, encima, mientras se le enseña la barretina erecta.

Pero yo iba a otra cosa, a la pregunta que da título a esta entrada sobrevenida. Conozco de hace tiempo a Gregorio Peces-Barba y durante un puñado de años fue buen amigo y persona que hacia un servidor tuvo grandísimas deferencias. De buen nacido es ser agredecido. Luego vinieron las circunstancias y el blog y retorné a la vida civil y me echaron de las tinieblas interiores. Ahora las cosas están bien, con Gregorio me saludo muy cordialmente cuando nos encontramos y con algunos de los chusqueros me saludo cordialmente cuando ellos no echan a correr si nos encontramos o no les sobreviene un ataque de tos o no se les adelanta la regla de reconocimiento.

Y a eso vamos, un poco. Estos chistes de catalanes y bombardeos y conde-duques, sobre todo de conde-duques, se los he oído yo a Gregorio un montón de veces y siempre se los hemos reído todos mucho, los hemos celebrado a base de bien y ahora mira a ver si tienes algún dicho de vascos o cuéntanos uno de sabinos y sabinas. Nos reíamos sin reservas, aplaudíamos y hasta los catalanes presentes, generalmente autoridades ya o que iban camino de serlo, no replicaban más que con un "Ayssss, Gregooorio, cómo eressss". No digo yo que tuviéramos que organizar un seminario internacional en San Sebastián para sacarle punta a los chistes que no eran más que eso, humor gris con estampados, ni que nadie debiera picarse o retar a duelo al otrora diputado por Valladolid y rector siempre. No es eso. Pero caramba, quizá aplaudíamos un pelín más de la cuenta, dos horas o así, y nos quedábamos con la sonrisa puesta hasta la noche, hasta que en la habitación cada cual se desmaquillaba y se estiraba el rictus.

Esa es mi explicación. Don Gregorio no se lo esperaba, y menos en Cádiz y con unos abogados melancólicos. Le salió como otras veces y estoy seguro de que los de casa se reinstalaron la sonrisa y cabecearon que sí y se dieron el típico codazo de jo cómo es Gregorio y qué bien se conserva. Lo que pasa que estaban los otros también y no son tan cariñosos, y encima algunos harán dictámenes convergentes o tendrán una señora o un señor que es subsecretario de algo en Girona o serán aficionados al teatro o administrarán un liceo o estarán hasta las pelotas o los senos de ver a los andaluces en el bar o a los extremeños jugando a las siete y media, después de su jornada laboral, o estarán en el Consejo Social de alguna universidad con nombre de prócer comarcal o vaya usted a saber si simplemente es que les encantaría que los bombardeara don Gregorio o cualquiera con un par de aviones, porque hay gente masoca también, eso no lo perdamos de vista.

Así que, sin que nadie me haya dado vela en el entierro, rompo una lanza por mi viejo amigo, por mi amigo de antes, y sugiero al resto que deje de ponerle emboscadas en tacita de plata. Y las palmaditas, mejor en los periódicos que en la espalda, tropa.

26 octubre, 2011

Hagamos una pequeña pausa en el blog

Este que suscribe y alimenta el blog anda estos días sin tiempo y sin resuello. Además de las ocupaciones habituales y propias de un digno trabajador, me ha salido un asunto laboral teórico-práctico de mucho interés y al que debo dedicar todas mis horas disponibles de las próximas jornadas. Ya lo contaré un año de estos, cuando se pueda.
Así que, con el permiso de ustedes, me tomo una semana de pausa bloguera y retorno a mediados de la próxima, a no ser que vuelva antes porque me dio muy fuerte el síndrome de abstinencia, o que cierren el país en este plazo y haya que comentarlo aquí antes de emigrar o tirarse al río.
Nos vemos. Hasta la semana que viene.

24 octubre, 2011

Dorada prejubilación

(Hoy adelanto el texto que acabo de enviar a El Mundo de León para mi columna del jueves. Para que no pierda actualidad. La información en que me baso está aquí y aquí).


Vaya por delante que uno tiene que alegrarse de la prosperidad de los conciudadanos a los que favorezca la suerte o que se lo ganen con el sudor de su frente o con su habilidad, siempre que no medie delito ni grave atentado contra la decencia y el buen gusto. Así que me congratulo de que don Francisco Fernández cobre 520.00 euros con motivo de su prejubilación como esmerado trabajador de Caja España.

Pero si echo cuentas, a lo mejor me deprimo. Contaba este diario que esa cantidad corresponde al 90% del sueldo neto que le correspondería si se mantuviera en ese puesto laboral desde ahora, con sus cincuenta y seis años, hasta los sesenta y cuatro. Son ocho años. Así que si dividimos 520.000 entre ocho, salen 62.500 euros al año. Puesto que, si no se sacrificara al prejubilarse, don Francisco percibiría un diez por ciento más, tenemos que su sueldo por año es de 68.750 euros. Dividido entre doce meses que tiene el año, resulta una remuneración mensual de 5.729 euros. Viene a ganar más que un catedrático de universidad, pero es lógico, pues un catedrático tiene carrera universitaria, doctorado e investigaciones acreditadas y, además, no se ha dedicado a la política y ha sido toda la vida un egoísta que va a lo suyo y no se ocupa de la administración de lo público ni de la atención al interés general. Por eso se entiende también que el premio por prejubilación de don Francisco sea compatible con su próximo sueldo como diputado, mientras que si un catedrático se fuera al Parlamento tendría que renunciar al salario y quedaría en servicios especiales, y hasta el mismo don Francisco, si no se prejubilara, debería pedir la excedencia en la Caja y dejar de cobrar de ella.

Súmese que, como leonés de adopción, me parece intolerable que nuestros próceres financieros se lleven mucho menos que los que han hecho parecida labor en Galicia o la Comunidad Valenciana, mismamente en Caixanova o la CAM. Deberíamos los de aquí protestar por ello y manifestarnos en contra de tamañas discriminaciones.

Voy a abrir de inmediato una cuenta en Caja España, o como se llame ahora. Y pienso solicitar un puesto de trabajo ahí. A ver si levanto cabeza de una vez. Porque para diputado ustedes no me votarían, ¿verdad?

23 octubre, 2011

Buenas perspectivas para el País Vasco

La alegría por la promesa de ETA de no volver a matar ya se expresó en este blog hace un par de días. Y ahí sigue. La antipatía hacia los etarras y sus mamporreros se me mantiene intacta también. Para que a uno le resulte desagradable alguien, propiamente no hace falta que sea homicida. Hay antipáticos que nunca han asesinado a nadie; y los hay que siguen siéndolo aunque dejen de cometer crímenes.

Bueno, ya saben cómo son estos dilemas de uno. Pero hoy he visto en un periódico danés una gran noticia y tengo que volver a reconocer que estamos de enhorabuena, porque parece que en efecto se acerca a toda velocidad el final del “conflicto vasco”. Según información que ese diario nórdico toma de la Agencia Danesa de Noticias y que esta atribuye a fuentes vascas generalmente bien informadas, está prácticamente listo un gran acuerdo entre vascos, acuerdo que la próxima semana quedará plasmado en una declaración ante los medios de comunicación de todo el mundo.

Los puntos decisivos de ese documento que viene y que ha de marcar un cambio de época en Euzkadi son los siguientes:

1. Los escasos kommandos de ETA que hasta ahora se mantenían activos o disponibles enterrarán sus armas en lugares que nadie más que ellos debe conocer, conscientes todos, y los de los kommandos los primeros, de que esas armas pueden caer en malas manos sin son alegremente entregadas al Estado o si más gente conoce dónde se han guardado.

2. A ese conjunto de depósitos subterráneos de armas se lo denominará Museo Secreto de la Memoria Armada Vasca. El Gobierno Vasco creará una Fundación para su cuidado y administración y al frente se pondrá, con sueldo, coche y secretariado particular, a los miembros de los kommandos pasados o presentes que en su momento no disfruten de acta de diputado en el Parlamento español o en el vasco o de concejalía.

3. Los que hasta la pasada semana, con grave riesgo de sus vidas, su libertad y sus conciencias, han actuado para ETA como delatores, correveidiles, alcahuetes y pelotas verán reconocido su derecho a no ser criticados por sus conciudadanos ni señalados por el dedo de nadie, ni siquiera si esos dedos están descargados.

4. Quienes durante las últimas décadas en Euzkadi han guardado un prudente silencio, no vaya a ser qué, por lo que pudiera pasar y porque la vida son cuatro días y allá se las compongan los locos que se la quieran jugar, se comprometen a hablar ahora y a decir muchas cosas muy bonitas, si bien en tal compromiso no debe entenderse implícito ningún impedimento para retornar a la boca cerrada si la situación empeora y se vuelven a cagar de miedo. También se muestran dispuestos a votar a los de Bildu o Amaiur o como se llamen ese mes, porque han traído la paz a la nación y así da gusto.

5. Las llamadas víctimas del terrorismo dejarán de tener la condición de víctimas del terrorismo, pues ya no lo hay, y reconocerán que ahora les toca a ellos estar silenciosos, porque no siempre van a hablar los mismos, ya vale de tanto protagonismo y es tiempo de que se oiga a los que antes no sabían qué decir o se lo guardaban para sí.

6. Para el seguimiento de este gran acuerdo de todos los vascos y vascas y para velar por su estricto cumplimiento se nombrará una Comisión Internacional de Aquí Paz y que en Gloria Estén, Comisión que será presidida por Coffe Anal a cambio de unos modestos emolumentos y más que nada porque no hay cosa mejor que servir a una buena causa.

Expectantes quedamos. Y contentos.

22 octubre, 2011

Ciudadanos complejos

Hay una razón principal por la que la educación, en el más amplio sentido del término, como formación integral y constante, es una condición sine qua non de esa sistema de organización de la vida social y política que llamamos sociedad democrática y Estado de Derecho, y de la efectividad de las garantías que lo constituyen y definen. A veces se afirma que un país no puede funcionar en verdad como democrático y con un verdadero sistema garantista y objetivo de legalidad si no ha alcanzado cierto grado de desarrollo económico o si en él no se ha instaurado alguna forma eficiente de capitalismo. No sé cuánto habrá de verdad en dicha tesis, pero, si algo hay, será nada más que una media verdad. Lo que en muchas zonas del planeta impide que la gente viva y opine en libertad y bajo normas para todos iguales y aplicadas con decencia es ante todo el peso de ciertas tradiciones y el predominio de determinadas mentalidades. Una democracia y un Estado de Derecho que en sustancia pueda llamarse tal requieren una ciudadanía con una altísima capacidad para separar sus sentimientos e impulsos particulares, o los de su familia, clan, tribu, barrio, región, etc., de las reglas que tienen que regir la convivencia de todos en el Estado y bajo la ley. Ese ciudadano moral y políticamente maduro, que es un ciudadano con un punto de esquizofrenia, si así se puede decir, se caracteriza porque es capaz de distinguir con bastante rigor entre, por un lado, el “esto es lo que a mí me gusta”, o “esto es lo que a mí me han inculcado en casa” o “esto es lo que amaban o creían mis antepasados” o “esto es lo que a mí me pide el cuerpo”, y esto otro: “esto es lo que como grupo nos conviene” o “este es el interés general” o “estas son las normas bajo las que debemos de convivir en este Estado”.

Este ciudadano, que, al menos en el ideal es el ciudadano moderno, con lentitud evoluciona moralmente a partir de los postulados del racionalismo y la Ilustración, es el que acierta a resolver de peculiar manera una de las paradojas cruciales de la vida social, la de cómo convivir entre diferentes: diferentes sexos (perdón, géneros) y diferentes orientaciones sexuales, diferentes colores de piel, diferentes opiniones sobre lo divino y lo humano, diferentes credos, diferentes atributos personales y grupales, en suma. Las salidas que para esa paradoja esencial caben y se han intentado son tres: suprimir la diferencia, diferenciar en la igualdad e igualar en la diferencia.

Suprimir la diferencia quiere decir homogeneizar, convertir lo diverso en uniforme, y hasta ponerle uniforme, si hace falta. Se puede hacer por la fuerza, eliminando al distinto, o por vía ideológica o adoctrinadora, forzando a que la diferencia se oculte, a que no tenga presencia social. Lo común y a la postre inevitable es una combinación de las dos estrategias. El castigo fuerza al ocultamiento, a la clandestinidad. Pensemos en la represión de la homosexualidad o de la discrepancia religiosa, que llevan a que el homosexual o el que tiene otra fe o ninguna se finjan, por miedo y necesidad, homogéneos, idénticos a los otros; a que se queden “dentro del armario”. Otra estrategia para el mismo fin consiste en jugar con los conceptos y clasificaciones: el otro, el diferente de la pauta impuesta, es “descatalogado”, es privado de la categoría de persona o es colocado en un estatuto intermedio entre la “personalidad” o la condición animal o de puro objeto. Según las épocas y las culturas, así se clasificó a la mujer, al esclavo, al indio, al negro, al judío… De esa manera no se prescinde, por distinto, del que puede ser explotado y utilizado. Un buey y un ser humano “no persona” son útiles por igual y comparten condición.

Nos hemos acercado así a la segunda posibilidad, la de diferenciar en la igualdad. Todos somos iguales, pero unos más iguales que otros. Aquí el problema no se solventa por el camino de las categorías antropológicas o de las catalogaciones “naturalísticas”, sino por el de las clasificaciones jurídicas. Se admite que “todos nacen libres e iguales en derechos”, se parte de la idéntica dignidad originaria, pero se postula acto seguido que la organización social no puede basarse en el reconocimiento del igual valor de los atributos de cada uno. Todos seres humanos e hijos de Dios, pero los hay que por su circunstancia personal o social no se hallan en condiciones de decidir sobre sí mismos y, menos, sobre las pautas de la vida colectiva. Estos son personas, sí, pero como menores de edad, medio inimputables. En unos casos, porque su inteligencia o su capacidad de pensamiento abstracto es menor, como se ha dicho tantas veces (aquí, en España, hasta hace cuarenta o cincuenta años) de las mujeres; en otros casos, porque esos individuos eran considerados perversos, víctimas de algún desarreglo que, si no se ataja, puede repercutir en el caos social o en la destrucción de las sociedades, como la homosexualidad o la falta de fe verdadera; otras veces, porque sus circunstancias sociales no los ponen en situación de poder ponderar adecuadamente las razones atinentes al bien común y no los dejan salir del puro egoísmo más elemental; tal era el caso de los pobres cuando, en los albores de la teoría democrática moderna, se propugnaba el voto censitario. El todos los casos, el “nosotros” político se divorcia del “nosotros” social y solamente un grupo o una minoría se entiende apta para tener voz en la dirección de lo público y en la organización del Estado, apta para poner las normas y aplicarlas.

La tercera opción, la de igualar en la diferencia, implica “desindividualizar” al ciudadano político y hacerlo mero ciudadano abstracto. Se desindividualiza al ciudadano político sobre la base de reconocer la radical diversidad del ciudadano-individuo. Las diferencias ni se evitan en su origen ni se toman como referencia para clasificaciones con efectos políticos y jurídicos, sino que se ignoran a esos efectos. Somos diferentes, pero iguales. La sociedad lo es de iguales a la hora de regular el juego de las diferencias. Lo que solamente se puede traducir en el reconocimiento del igual derecho de los diferentes, en la idea de que las diferencias no marcan preferencias. Se aplica una especie de propiedad simétrica: si A es diferente de B, B es diferente de A. Sin más, sin que uno de los términos de la diferencia sea considerado superior y preferente, modélico, pauta a la que ligar su mejor presencia en la deliberación política y en los procesos de creación y aplicación de las normas comunes, que son ante todo las normas jurídicas. Ni A tiene por qué ser como B, ni B como A. Lo que hay que resolver es cómo conviven y cómo deciden juntos, y desde la peculiaridad de cada uno, lo que a ambos (a todos) les concierne.

Es al llegar a ese reconocimiento de la igualdad en la diferencia cuando los sujetos tienen que adiestrarse en el pensamiento abstracto, deben aprender a ver las cosas tanto desde sí mismos como desde fuera de sí mismos, desde la “perspectiva del otro generalizado”. Para debatir y codecidir con él no es que tenga yo que ponerme exactamente en el lugar del otro, pues eso significaría ser como el otro, plegarme a su identidad y renunciar a la mía; tengo que ver en el otro nada más que lo que a él y a mí nos es común, desindividualizándonos y manejando a la vez dos espacios: el espacio que es de cada uno, por sus diferencias, y el espacio en el que podemos encontrarnos, porque es el espacio común, el espacio de las coincidencias. Sólo coincidimos en cuanto individuos abstractos, no en cuanto individuos concretos. Y no podemos encontrarnos sin esa capacidad de abstracción.

Por eso en la vida política y en el debate social en general se requiere un ciudadano capaz de ver lo que en su identidad individual –y en la de los demás- hay de contingente: todo lo estrictamente personal, las creencias particulares, la fe propia, la biografía individual, los gustos específicos, los ideales propios. Yo soy yo y mi vida, mis convicciones y mis planes son lo primero para mí, pero mi identidad personal es tan esencial como contingente. En cambio, las pautas de vida en común no son ni contingentes ni esenciales, pero son necesarias y hay que configurarlas de modo que sean compartibles, en cuanto comunes, con la peculiar identidad de cada uno. Por eso, en una sociedad así, tienen que resultar de los acuerdos, de acuerdos que se apoyen en el coto vedado del respeto a los individuos y al tiempo, en el terreno común de las coincidencias reflexivamente sentadas. Lo bueno para mí, en suma, no puedo pretenderlo como lo bueno para mi sociedad, pero sin una sociedad “buena” no podré vivir lo bueno para mí, salvo si, en un retroceso a las formas sociales anteriormente descritas, estoy en situación de usar a los demás como inferiores y a mi servicio.

Ahora aterricemos. Aunque parezca mentira, todo esto se me planteó ayer al leer las noticias y mirar los vídeos sobre la captura y muerte de Gadafi. En mi fuero más personal me alegra que lo mataran como a una rata. Terrible, pero cierto. Pero no puedo querer una sociedad, ninguna, en que se mate a nadie como a una rata, ni siquiera a Gadafi. Porque cuando abrimos esa puerta todos podemos ser Gadafi, lo que quiere decir que siempre puede haber algunos que, por nuestro modo de ser, de vivir o de pensar, nos tenga por despreciables, por infrahumanos, por desecho. No puedo aprobar, por tanto, esa muerte de Gadafi, no puedo aprobarla si me considero algo más que una síntesis de dogmas e impulsos primarios. No puedo aprobar eso si además de ser yo soy o me quiero ciudadano de un mundo de conciudadanos.

Con el fin de ETA, o con la noticia de que ya no mata y las invitaciones al diálogo con los etarras y sus secuaces, me ocurre algo similar. Pera mí esos tipos son escoria, pero no deseo vivir en un mundo en que a las personas se las clasifique en escoria y no escoria. Ellos son así, pero uno no puede ser como ellos si de verdad uno se tiene en buena estima a sí mismo. En la difícil administración y combinación del desprecio y el respeto nos jugamos la civilización y la libertad. Todos. Por eso tenemos constantemente que educar y ser educados, por eso es tan importante el adiestramiento en ese pensar complejo que exigen el Estado de Derecho y la democracia, por eso la batalla más intensa y rigurosa debemos plantearla contra los que en la educación y con el mal ejemplo intentan que retornemos a la tribu, a la discriminación, a la mentira, a la horda, al ciego rebaño, al egoísmo sin luces, a la manipulación de las vidas y las conciencias.

21 octubre, 2011

ETA no mata más.

Hace un rato llamó a nuestra casa un pariente de mi mujer, alegre por la noticia y llorando por el recuerdo. Mi mujer tiene en un brazo una pequeña cicatriz que le dejó una bomba de ETA en Eibar, bomba que casi se lleva por delante su familia entera. Se salvaron por segundos, tuvieron suerte.

La de ayer fue una gran noticia, sin paliativos. Por supuesto que cabe darle a la hermenéutica y a la semiótica para buscar interpretaciones, implicaciones y variados sentidos del comunicado de ETA, y muchos lo están haciendo. Pero nada debe manchar la alegría por ese compromiso de dejar definitivamente de matar y de hacerle la vida imposible a tanta gente, tantísima. Bienvenido sea ese paso, que es bueno por sí, por encima de posibles intenciones ocultas y al margen de las estrategias políticas de cualquiera, empezando por ETA.

Y ahora qué. ¿Negociar? ¿Negociar qué? Se apela a la conveniente generosidad del Estado y de las víctimas. Haya generosidad, si parece justa y oportuna. Las víctimas tienen su voz, que merece todo respeto, y podrán opinar de lo que les compete. El Estado tiene que hablar con base en un sólido acuerdo de los partidos, al menos de los partidos con mayor responsabilidad en los asuntos comunes, en los asuntos de todos. Pero me parece que la generosidad no se negocia, se tiene o no se tiene, una vez que se sopesa todo lo que haya de ser tomado en cuenta. Mas esa generosidad, si la hay, no ha de ser por razón de agradecimiento a ETA por este paso final. A ETA no hay nada que agradecerle. Muy al contrario.

No hay nada que negociar con ETA ni con quien la represente o defienda sus intereses. Supóngase que un vecino nuestro se dedica a matar y lesionar a los del mismo portal para que entre todos le regalemos una casa. No lo consigue y, además, empieza a verse en serios apuros por su criminal comportamiento. Entonces, muy solemne, nos reúne un día y declara que no volverá a tocarle un pelo a nadie, pero que, a cambio, debemos sentarnos todos para ver cómo resolvemos lo de su vivienda por la cara. Pues no. Las razones para donarle la casa o no donársela serán razones buenas o malas, pero son las mismas, buenas o malas, si mató o si no mató. Si el matar no se aceptó como razón decisiva, el dejar de matar tampoco vale, por la misma regla de tres. Si no se la entregamos por miedo, tampoco se le ha de dar ahora por agradecimiento, por agradecerle que deje de hacer lo que no debió hacer nunca. Para que con él volvamos a tratar y para que sus razones puedan tomarse en consideración tendrá antes que pagar por lo que hizo y habrá que desvincular completamente sus pretensiones de su anterior conducta. Cuando vuelva a ser como nosotros y a portarse civilizadamente, podremos sentarnos y decidir, de igual a igual, sin el chantaje primero y sin darle ventaja ninguna porque ya no usa la violencia para esos fines suyos. Mientras sea un delincuente nada tenemos que tratar con él; cuando deje de serlo, ninguna carga o desventaja pueden suponer para nosotros sus delitos pasados.

Pues lo de ETA, igual. Las reglas del juego están puestas y son para todos las mismas. Bienvenidos al juego con esas reglas comunes, sin trampa ni cartón. Porque nosotros con ellos no tenemos ninguna deuda, ni de antes ni de ahora.