29 septiembre, 2011

Emprendedurismo

¿Por qué son así y hablan de esa manera? ¿Quiénes son ellos? ¿Qué les pasa? Son asuntos que merecen algo más que juramentos, aunque también. Está haciendo falta un poco de análisis.

Esta mañana los de Unileón recibimos el siguiente mensaje, que copio nada más que en lo esencial:

"CURSO DE EMPRENDEDURISMO DE BASE TECNOLOGICA (CEBT IBÉRICO)

La Fundación General de la Universidad de León y la Empresa (Fgulem) en colaboración con la Universidad de León organiza un 'Curso de emprendedurismo de base tecnológica' (CEBT IBÉRICO).

OBJETIVO: Este curso tiene como objetivo mejorar las capacidades necesarias para crear empresas de base tecnológica, tratando de proporcionar a todos los interesados el know-how acumulado por un cuerpo docente con amplia experiencia en materia emprendedora. Los participantes tendrán la oportunidad de innovar y fomentar las habilidades necesarias para la creación de empresas, así como el desarrollo de proyectos empresariales, convirtiendo el conocimiento en valor.

Los asistentes participarán en 7 sesiones formativas en las que se tratarán las siguientes temáticas:

* Idea empresarial y oportunidad de negocio

* Propuesta de valor.

* Plan de negocios y financiación.

* Estudio de mercado.

* Propiedad industrial e intelectual.

* Comunicación y negociación.

* Marketing y estrategia.

Así como 7 tutorías individualizadas obligatorias, en las que tendrán la oportunidadde mostrar y recibir retroalimentación sobre sus proyectos empresariales.

Este curso se organiza dentro del proyecto INESPO, que se encuentra enmarcado en elPrograma Operativo de Cooperación Transfronteriza España-Portugal (POCTEP) 2007-2013…”

Con toda sinceridad confieso que, como suelo leer estas cosas por encima y a la carrera, primero entendí que el curso versaba sobre “Emprendedurismo de base teológica”. Por eso me interesó, consideré que ahí sí había innovación de primera y transferencia a tope y me puse a mirarlo más despacio. Resultó que no, que era lo de siempre. Cursos de estos nos ofrecen quince o veinte al año, y premios al joven emprendedor y concursos de emprendedores y la monda así de lironda. Nuestro santo patrono debería ser San Eufemio; o san Eufemiano, aunque suene a bicicleta.

Esta vez el personal se ha quedado patidifuso con lo del “emprendedurismo”. Andan inventando palabros de este jaez porque les falta el sustantivo. ¿Les falta? No tanto, más bien es que necesitan el eufemismo, por razones que ya se comentaron aquí en broma hace unos días. Porque la cosa sí tiene nombre o expresión y bastaría decir “empresa” o “empresariado” o “iniciativa empresarial” (otra expresión algo tonta, pero menos esperpéntica). Lo que sucede es que la matriz expresiva “empresa” no parece progre en un título, pues en la vulgata al uso tiene connotaciones cuasidiabólicas y suena a “los mercados” y demás engendros de ideología simplona. Así que se pone “emprendimiento” o “emprendedurismo” y parece otra cosa. Es la diferencia entre organizar un curso titulado “Cómo follar a gusto” o uno igual pero que se llame “El amor multidimensional: su dimensión espiritual, física, y cósmica y sus relaciones con la inteligencia emocional”. Va idénticamente sobre cómo echarse unos polvos sin malos rollos, pero se marca más paquete y nadie te va a llamar obseso o guarro por ello.

Ya tenían de otras veces “emprendimiento”, pero a lo mejor ha empezado a sonarles a prender por parte non sancta. Ahora la emprenden con “emprendedurismo”, que parece prender por la parte más dura. Pronto alguna oficina para el lenguaje no sexista pondrá el grito en el suelo y tendrán que renunciar al hallazgo. Menos mal que todavía les quedan “emprendeduría”, “emprendición”, “emprendeciosidad”, “emprendiología” y “emprendiometrio”. Así que tenemos para rato. Lo importante es que en el título no salgan ni “empresa” ni “pito” ni “cefalópodo”, aunque esto último no sé por qué, la verdad.

Juegan a que mismamente los universitarios leoneses, profesores o alumnos, nos vamos a poner como locos a crear empresas. Ya ves. Están cerrando casi todas las que hay, en especial las pequeñas y medianas, más que nada porque nadie les compra y si les compra la Administración no les paga, pero a nosotros igual nos da por ahí y pensamos que qué cosa mejor y que ya verás cómo nos forramos y acabamos pagando impuesto sobre el patrimonio más felices que el pupas. No hay más que ir al cursito y luego ponerse. Cincuenta horitas de nada y ya estás que te sales para ser empresario. Según el programa que hemos visto más arriba, el cuerpo docente te inocula su know-how a nada que te dejes, luego tienes un rato de retroalimentación activa y pasiva, de dar y tomar, y ya posees el conocimiento convertido en valor y te atreves a lo que sea.

Y no sólo estarás ya empresarialmente cachondo, sino que hasta tendrás valor para poner una empresa de base tecnológica. Como no soy de Económicas y hablo como habla el pueblo con su vecino, no sé lo que es una empresa de base tecnológica, si una que usa mucha tecnología para envasar patatas, por ejemplo, o una que produce tecnología. Supongo que será esto último, porque si toda una fundación universitaria confesara que está pensando en el envasado de patatas, no quedaría fino. Así que es de esperar que en plazo corto tengamos en los alrededores de la capital que vio crecer a Zapatero y a otros prohombres y otras promujeres toda una fábrica de chips. O varias. Competiremos con Silocon Valley, pero en lliunés: Val de los Chisminos o así.

Pero la pregunta buena es la de quiénes son ellos, a quién se le ocurren estas churriminadas. Primero, las características generales que les podemos suponer: son sujetos con escasísima imaginación, empeñados en inventarse funciones que den sentido a su órgano y con la cabeza a pájaros. ¿Cursos útiles de verdad para los universitarios? Ya lo creo que podría haber, a montones. Mismamente alguno sobre “Emprende la emigración” o “Reciclado del promotor inmobiliario” o “Cómo dar palo al agua ahora que no hay manera de dar el palo” o “Crea tu propio partido político” o “La afiliación como emprendimiento: listas electorales, empresas públicas y oratoria circense”.

Llegará el fondo hondísimo de la crisis o el Día del Juicio Final y, media hora antes, recibiremos un correo en el que se nos ofrece un curso sobre “El fin del mundo: una oportunidad de negocio” o “Jodidos pero contentos: los secretos de la felicidad a palo seco” o “Emprendimiento y Más Allá: el Cielo puede ser tuyo si inviertes a tiempo” o “Técnicas de negociación con Dios: la salvación está en tu mano, y con beneficios”. Estos de las fundaciones y los variados chiringuitos palmarán con los cursos puestos. Antes muerta que sencilla.

Empezaron los pedabobos, en sagrada alianza con algunos psicólogos sociales deficientemente socializados. Su planteamiento fue sencillo: hagamos como si en las universidades todos fueran como nosotros y en poco tiempo así será. Ya casi es. Decidieron llamar “calidad” a lo infame y extendieron los controles de calidad para que nadie pudiera hacer cosa que valga la pena.

- ¿Usted qué es? -le preguntan a uno cualquiera.

- Yo catedrático de Química orgánica.

- Ah, pues vamos a pasarle un control de calidad.

- Vale.

- A ver esas probetas, ¿no las tiene verdes?

- ¿Verdes? No, por qué.

Porque según la última circular de la Oficina Verde tiene que haber un veinte por ciento de probetas verdes en cada laboratorio de esta universidad.

- Bueno, esto…, pues las compraremos, sí.

- Huy, huy, huy, ¿y estas probetas de aquí?

- ¿Qué les pasa?

- Tienen forma de pene.

- ¿De pene? No lo había pensado.

- Normal, ustedes los químicos llevan en las neuromas los esquemas de la vieja dominación.

- ¿Neuromas?

- Sí, en las neuromas de la cabeza.

- ¿Quiere decir neuronas?

- No nos líe con sus tecnicismos, sabe de sobra a lo que me refiero.

- ¿Entonces qué hago con las probetas estas?

- A la basura ahora mismo o daremos parte a la Dirección del Área de Igualdad y se quedará para el próximo curso sin el certificado ISO-MISMO.

- Caray. Pues lo necesito para la carrera horizontal.

- Hable con el sindicato. Pero ahora enséñenos las rotas.

- ¿Qué rotas?

- Las probetas rotas.

- No tengo, cuando se rompen las tiramos. Bueno, las echamos al cubo de cristal para reciclaje, no se crean.

- Pues tiene que haber un mínimo de rotas.

- ¿Por qué?

- Por cuota.

- Bueno, ¿les parece bien si rompemos estas dos?

- Sí, pero haga como que se le caen, sin violencia ¿eh?

Y así.

Luego, para resultar más espirituales, se aliaron con los economistas, que son lo más contrafáctico del campus. A pedabobos, psicólogos asociales y economistas contrafácticos se les reconoce enseguida. Usted les pregunta: ¿me puede decir por dónde se va a la calle Concepción Arenal? y ellos le contestan: ah, sí, Concha Arenal, y le ponen un power-point. No saben decir siga recto y en la tercera bocacalle gire a la izquierda. No, ellos le proyectan unos diagramas y unas curvas y van leyendo: “Calle: vía por la que se circula; fuera de las ciudades se llaman caminos”. Siguiente pantalla: “Concepción: resultado de la unión amorosa de hombre y mujer. Se celebra el 8 de diciembre”. Otra pantalla más: “Arenal: montón de arena”. Y salen unas fotos de dunas, preciosas, a ser posible con música de Tubular Bells. Pasamos diapositiva, o como se llame: “Calle Concepción Arenal”. Una foto aérea de la ciudad y, al lado, unas cifras: número de habitantes, renta per cápita, extensión en kilómetros cuadrados. Ahí el expositor al que usted había interrogado sobre por dónde se iba, separa la vista de la pantalla y le habla directamente, como si fuera humano; como si fuera humano él. Y le pide que redacte usted un breve escrito de no más de mil caracteres -con espacios- en el que cuente para qué sirve una calle, qué calles famosas del mundo recuerda usted y para qué sirven los pasos de cebra. Si previamente se ha ido la luz por un casual, se suspende la conversación hasta después del próximo puente.

Ya ve, y todo por preguntar cuál era el camino. Encima, el otro le lee la cartilla porque anda usted flojo de competencias y escasamente diestro en destrezas, zurdo casi.

Lo de los pedabobos, psicólogos psicóticos y economistas contrafácticos es un prodigio. Cuanto más yerran, más mandan; cuanto más la defecan, más pote se dan. Sólo se les comparan los políticos de esquina. Los de las psicopedagogías para batracios ociosos han transformado la enseñanza de tal manera que ya no hay alumno ni profesor que sepa hacer la o con un canuto o cuál es la capital de Polonia. Los economistas aplican previsiones retroactivas y disertan sobre la crisis cuando ya pasó, sospechando que seguramente sería por culpa de los mercados.

Bueno, pues esos figuras son los que andan aupados en fundaciones y variadas protuberancias y ahora van a hacernos emprendeduristas. Porque digo yo que el que haga el curso de emprendedurismo será emprendedurista y ya podrá poner un night-club para que la emprendamos bien.

Esto sin unos fusilamientos no se acaba. Les vamos a acribillar el know-how proactivamente. Luego ponemos una empresa de pompas fúnebres. De jabón.

Tienen bula

(Publicado hoy en El Mundo de León)

Les propongo un acertijo: cuál es el oficio en el que se triunfa por haber fracasado, en el que se asciende después de haber hundido lo que se traía entre manos. En efecto, era fácil: es la política; al menos la política tal como se entiende en este club de carretera que son los partidos dominantes. Y tal como a la política jugamos los ciudadanos del montón, claro.

Si usted es futbolista, juega de defensa central y mete cada domingo tres goles en la portería de su propio equipo, lo quitarán fulminantemente de la alineación y le recomendarán que se dedique a la jardinería hogareña, igual que si es delantero y tiene la manía de rematar con las posaderas. Si usted es fontanero y no deja grifo que no gotee ni tubo que no se atasque, no lo volverán a contratar, por barata que ponga su tarifa. Si usted es cartero y confunde los buzones con las papeleras, acabará buscándose serios problemas. Pero si usted tiene la política como profesión, ya puede dejar el ayuntamiento en coma y a los ciudadanos a dos velas, ya puede haber sido ministro del gobierno que convirtió un Estado próspero en un país para el desguace, ya puede, si estuvo de parlamentario, haberse pasado la legislatura dormitando o votando lo que le manda el jefe y prohíbe el sentido común: a la siguiente no le dan la patada, sino que lo ascienden o, en el peor de los casos, se queda donde estaba, para que no se deprima. La política se ha convertido por estos pagos en el arte de la impunidad con recochineo.

Que cada cual se quiera a sí mismo y se busque la vida como buenamente sepa es de lo más natural. Que los partidos amparen a su gente y se compadezcan de los suyos más torpes e incapaces, en especial si no tienen más oficio o dónde pescar beneficio, probablemente es fenómeno que explicará la ciencia etológica. Lo que no cuadra tan bien es que los ciudadanos apliquen una caridad tan mal entendida o una clemencia así de suicida y que sigan erre que erre, votando a los mismos partidos con candidatos que se cambian de puesto con ademán impasible. Y aquí no ha pasado nada. Nos pegan porque nos quieren, pensamos.

No es un problema de tal o cual partido, es un problema nuestro. Y no solo de León, aunque también. ¿Qué iban a hacer sin nosotros?

28 septiembre, 2011

Universidades tontas: se la meten doblada

Sí, parecen tontas. O lo son. Quiero decir que son del género bobo algunas de las autoridades universitarias. Sucede en muchas. Y, como a todos los lerdos, se la dan con queso. Hay ejemplos y muestras por un tubo, pero hoy les cuento uno solamente. Para qué deprimirse más de lo estrictamente imprescindible.
Un amigo de una querida universidad, sabedor de mi aversión a los timos y las mamonadas que hoy cuelan como ciencia superferolítica y avanzadísima técnica de gestión de recursos humanos y felicidad universal, me ha contado que el otro día fue a un curso de esos que las univesidades organizan para supuesta formación de su personal. Ni supuesta formación ni gaitas, qué carajo. Si usted quiere contemplar una auténtica antología del disparate y un desfile de friquis en toda regla, si quere ver a lo más imbécil de los campus españoles marcando paquete mientras vende mercancía averiada que el expositor tiene por exquisita, dese una vuelta por los cursitos esos y eche un vistazo. Con las excepciones correspondientes, por supuesto, que las habrá. Un diez o quince por ciento, como mucho. El resto, basura. Incluida una parte de los asistentes que, si no van nada más que por el titulejo que facilita las acreditaciones (¡manda pelotas!), se suele componer de "flipaos" que, cuando el profe se lo pide, ponen los deditos así con las yemas juntitas y piensan en un deseo, o que cierran los ojos fuerte fuerte, dirigidos por el genio de turno, para ver si son capaces de sentir una breve vibración en el clítoris o en un pliegue del escroto, lo cual será señal del poder de la mente del profesorado con cazcarria mental.
Bien, pues mi amigo visitó uno de esos cursos sobre cómo rascarse los güevos sin que el alumno te lo note y se pillo un cabreo bárbaro. Así que se fue a san Google y metió el nombre del figura que lo impartía. Y se encontró con estas cositas que ahora cuento.
El profe de profes guays se define tal que así: "muchos me consideran experto en coaching y en comunicación, pero prefiero presentarme como experto en felicidad o mentor de sueños. Pongo al alcance de las personas la pionera Metodología Autocoaching® que consigue mejorar la productividad de las personas, tanto personal como profesionalmente. Ofrezco métodos prácticos para saber cómo conseguir la felicidad, incrementando la motivación y profesionalidad". Mentor de sueños, míralo. Y yo sin depilar.
Señora (bueno, o señor, da igual), dígame usted la verdad: ¿usted se acostaría un ratito con un tipo que se define como experto en autocoaching? Auto, encima; que a lo mejor todavía tendria su gracia si fuera heterocoaching, que supongo que será hacerle coachinadas a otro. Pero, caray, encima el coaching es auto. Coach, coach, coach.
Escribe cosas que se titulan "¿Quieres tener razón o ser feliz?", "El poder de la mente" (se lo dije, lo de las vibraciones íntimas), "¿Cómo te sientes?", "A ver si despertamos", "Imaginando un mundo mejor". Huy, yo ya casi me siento bien, como renovado. Se me está poniendo contento el coaching.
Mismamente, miren aquí qué mono es lo de "El poder de la mente". Y sin tocarse ni nada.
A lo que íbamos. Que la vida está muy achuchá bien lo sabemos todos, y por eso se comprende que cada cual se busque las lentejas como pueda. El hombre este tiene todos mis respetos como buscavidas. Las universidades que lo contratan, no. Salvo que ya de una vez demos por bueno que las universidades se han convertido en nidos de tontainas haciendo el gilipollas.
En la noche de los investigadores ya son pardos todos los gatos. Y las gatas.
Mecagoentó.


26 septiembre, 2011

El pilón de Ovidio y la cosa de los ministros

Iba con mi hija dando un paseo por mi pueblo y llegamos a donde un manantial sale sobre una piedra que tal parece puesta por mano humana, aunque quién sabe. Qué es eso, me preguntó la niña, y yo, sin pensar más, le dije: es el Pilón de Ovidio. Era de esperar su inmediata reacción: ¿Y quién es Ovidio? Le conté solamente que se trataba de un señor que, hace mucho tiempo, se sentaba allí a descansar, y quedó conforme. Fue mi versión suavizada y políticamente correcta de lo que tantas veces había yo oído y que, expresado ahora sin tapujos, era que, en un tiempo que supongo que sería el de mis abuelos, el tal Ovidio era un vagabundo o trotacaminos que tenía el gusto de sentarse allí cuando pasaba por Ruedes y que, por alguna extraña inspiración, quién sabe si debida al manar cristalino o a la piedra combada, se dedicaba sin pudor a manosearse las partes con fruición impropia de su condición menesterosa.

Seguí pensando un buen rato cuán curiosa es la fama y qué traicionera la posteridad. Ya casi no me acuerdo del nombre de mis abuelos y los de los bisabuelos los ignoro alevosamente, pero Ovidio ha pasado a la posteridad local y perdurará el rastro de su ser mientras quedemos quienes transmitamos a la descendencia el nombre de los lugares. Y qué llamativo también que se perpetúe la memoria de un señor que no hizo en tal sitio más cosa que darse a las artes consoladoras del Onán apócrifo.

A los ministros les pasa igual. Y ellos lo saben, que es lo malo. Por eso, conscientes de lo efímero de su fama, si alguna vez fue tal, se esfuerzan en pasar a la historia más ínfima dejando su nombre en el Boletín Oficial del Estado, a ver si un par de generaciones más tarde todavía queda alguno que diga este fue el código de Mengano, aquel el reglamento de aguas menores de Zutano o el de más allá el proyecto de aire comprimido de Perengano. Les entra esa pasión soberbia cuando sienten periclitar la legislatura o cuando intuyen que mengua el deseo que un día les profesó el que preside el gobierno. Es cuando más peligroso se torna el inquilino de un ministerio, pues toma conciencia de que su faena se acaba y de que ha de verterse con prontitud si no quiere que, de vuelta a casa, lo acoja el olvido con su abrazo de témpano.

Podrían darse a la melancolía pasiva, abandonarse a su suerte esquiva, lamentar la fugacidad de las horas, lo inabarcable de los humanos propósitos, las veleidades de la fortuna. Pero no, se empecinan en lanzar hacia el porvenir su rastro, aunque no sea para la gloria de los libros o la alabanza fundada de los del mañana. Sólo quieren dejar algo, marcar el territorio antes de perderlo, como el gato famélico que sigue meando en los rincones mientras las gatas del barrio buscan amante más prometedor. Quién sabe si el propio Ovidio no fue gestor deliberado de su perduración en el recuerdo de mis gentes, tal vez no era placer inmediato el que se procuraba, sino el paso al catálogo de los próceres locales que ni ganaron batallas ni labraron haciendas, pero que ahí se quedan porque la humana memoria es injusta y trivial.

Tenemos ejemplos a porrillo, pero lo interesante es ver al ansioso en acción y, si pudiéramos acercarnos, notar en su vidriosa mirada la determinación fatal. Tengo para mí que en esas anda el actual ministro de Educación de este país, doctor Gabilondo, perito en metafísicas, rector que fuera de universidad madrileña que no recuerdo cuál sería, pues hay tantas, que nos confunden, miembro de un gobierno que ya había recibido la extremaunción cuando él juraba el cargo, y quien, con todo, puede que durante un par de semanas soñara con meterles mano a la enseñanza y la investigación y que ellas le sonriesen. Ahora ya sabe que no y que si te he visto no me acuerdo y para ese viaje no hacían falta alforjas ni tiros largos. El viento barre impasible los desiertos, y las alucinaciones son lo que son, como los sueños.

Vulnerables, se hacen vulnerables y toman por sirena a cualquier engatusador que les cante. Ven, corazón, quédate conmigo y sabrás lo que es bueno, que vas con mala cara y yo te quito las preocupaciones en un santiamén, tengo un colchón ahí detrás y por la cama no te cobro, tú nada más que déjame a mí y te sentirás como nuevo. Ovidio al menos era autónomo, pero no es lo más común.

El doctor Gabilondo, ministro de Educación, juega con las diez de últimas y espera mucho de ellas. Los sindicatos le dicen ven y lo deja todo. Manga por hombro, pero lo deja y corre a sus brazos flácidos y ya están diciéndole que si sube la edad de jubilación del profesorado universitario sin especiales condiciones de excelencia lo alaban una horita más, y que por una promulgación completa, mismamente del Estatuto del PDI, puede quedarse toda la noche y hablamos, vamos, promúlgate, mi sol, que nosotros nos haremos lenguas de ti y no habrá mañana simpatizante que no te busque para proclamar tu nombre a los cuatro vientos y agradecértelo, que ahí afuera hace frío, mi alma, y la gente es muy mala y los reaccionarios no te entienden.

Un ministro virtuoso debería conocer el percal y quedarse bien quieto, o amarrarse al mástil y cubrirse las orejas. Y nosotros, los ciudadanos, los mortales comunes con o sin oficio, pero de beneficio escaso, tendríamos que dedicar calles y plazas al ministro pasivo, al que hizo mutis como si nada, al que nadie recuerde por sus obras y los desarreglos del país, al que no salpique procazmente nuestros cotidianos ministerios, al Ovidio modesto que con lo suyo se conforma.

25 septiembre, 2011

Viaje y viraje de la identidad. Por Francisco Sosa Wagner

Desde hace años tenemos de moda en España hablar de las identidades de suerte que hay como una cadena de identidades, un rosario inacabable pues se superponen en capas sucesivas y al cabo forman un milhojas que nos confunde.

En las épocas pasadas y comedidas la identidad ha estado referida siempre a los individuos y ello se expresaba en el “carné” o documento de identidad. Uno se llamaba Roberto Alfredo y añadía sus apellidos, la fecha de su nacimiento, su huella dactilar, su foto con cara de asustado y poco más. Y con esa identidad iba por el mundo con cierta seguridad aunque a veces en el extranjero se podían cometer errores como el que cuenta Wenceslao Fernández Flórez a quien ponían en los impresos de los hoteles el nombre de Fernández, el apellido de Flórez y, como profesión, Wenceslao. Pero eso le pasaba a este escritor por tener un nombre tan raro que sonaba a polaco o a alguno de esos países balcánicos de historia desmesurada y atrabiliaria. Siendo gallego como era podía haber recurrido al de Santiago y se hubiera evitado molestias.

De esta identidad personal e intransferible pasamos a las identidades locales, a las regionales, a las nacionales y ahí empieza todo ya a embarullarse. Hasta el barrio en el que se vive pretende segregar una identidad propia, diferenciada del barrio de la estación del metro de un poco más allá. Este es el caldo de cultivo de esa confusión a la que aludía al principio y que lleva un poco al desconcierto de quienes, faltos de sindéresis, ignoran a qué identidad acogerse, no pareciéndoles suficientemente confusa la suya propia. Téngase en cuenta que la identidad es la circunstancia de ser una persona la que dice ser y ¿quién de verdad sabe qué es? Si todo en nuestras entretelas es un pozo negro de contradicciones, de saberes y de ignorancias, de memorias y olvidos, de seriedad y de picardía ¿con qué nos quedamos al final? Y es que quien realmente sepa lo que es ya está en disposición de entender hasta lo de la prima de riesgo.

Ahora, calcúlese si a la identidad personal se añade la de ser riojano, asturiano, salmantino o egabrense. El barranco de la mezcolanza se abre ante nosotros y no es extraño que en él, en sus hondones, haya crecido la planta de “lo identitario” que es palabro felizmente no aceptado por la Academia pero que circula entre gacetilleros y rascaplumas.

Porque “identitario”, aunque emparentado con identidad, es ya un escalón más arriba, un concepto más compacto y de una solemnidad bien precisa. Tanto que sobre él se tratan de edificar nada menos que instituciones políticas singulares e incluso un Estado con su jefe, sus banderas, su himno, sus carteros y su orquesta sinfónica. Hemos llegado tan lejos que disponer de una fiesta local propia con su virgen, su procesión y su suelta de vaquillas nos da derecho a reclamar un trato político diferente y deferente.

Buena parte del desvarío que vive España en estos momentos tiene su origen en el viaje que va de la identidad a lo “identitario”.

Y como en él estamos instalados asistimos a perversiones que ya dan mucha risa. Vivimos ahora muchas fusiones de Cajas de Ahorro por las trapacerías cometidas por sus directivos. Pues bien para tranquilizar a sus imponentes, expresión pomposa con la que se conoce al cuitado que tiene una cuenta corriente en números rojos, se le dice que puede dormir a pierna suelta pues “su Caja no va a perder su identidad”. Cuál sea la “identidad” de una Caja de Ahorros es un misterio para ese ser desesperado pero la existencia de misterios es lo que nos mantiene erguidos y con ganas de seguir bregando.

Me doy cuenta, meditando sobre estos asuntos, que soy un privilegiado pues compro la medicación en una farmacia con identidad propia y echo gasolina solo en surtidores con identidad definida. Esta es la ventaja de ser uno de letras.