31 marzo, 2011

Noticias que dan risa y asco

Aquí cualquier organización, institución, asociación o grupúsculo dice que hizo una encuesta y un sesudo estudio de los resultados ,y nos endilga cualquier patochada inverosímil. Si voy yo a un periódico y cuento que yo creo que la mayor parte de los manchegos varones echan gotitas fuera de la taza del inodoro cuando hacen pipí, me caerán docenas de parroquianos a decirme que de qué voy, que de dónde saqué tan malévolo dato y que por qué tango manía a los de La Mancha y los discrimino así, vulnerando la Ley de Igualdad última –que no sé exactamente cómo se llama, ni me importa-, que dispone tajantemente la igualdad de meada de los españoles y las españolas.

Ah, pero si llamo desde mi universidad y explico que es el resultado de un proyecto de investigación de envergadura y meona, entonces sí, entonces se recoge la sorprendente noticia con titulares gordos. O si me declaro constituido en asociación de control de urinarios y me empeño en que tengo una encuesta y tú no la tienes, chincha y rabia, entonces también me creen y me ponen en portada, en lugar de contestarme lo que merezco: que a quién carajo le importan esas gilipolleces y que por qué no me dedico a plantar berzas, que es lo mío.

Bueno, pues acabo de ver en El País que el 58,4/% de los españoles son antisemitas. Con un par. Con un par el periódico, digo. Digo son porque me imagino que a mí me tendrán en cuenta y les constará de algún modo que estoy entre el cuarenta y pico por ciento restante, aunque, como siempre, a mí nadie me pregunta nada. Cincuenta y tres años como cincuenta y tres soles y nunca un encuestador me ha preguntado ni para qué lado calzo ni qué opino de los tuaregs, pongamos por caso. Oye, porque igual resulta que una cuarta parte de nuestros compatriotas son, además, antituaregs y no nos hemos enterado porque a ningún menda se le ha ocurrido preguntar a diez o doce de una aldea cualquiera y luego sacar media, mediana, coda y pecho y poner en portada que con la crisis crece el sentimiento antituareg de los españoles. A mí lo único que me preguntan, un día sí y otro también, es si quiero estirarme el ADSL o un Motorola nuevo con dieciocho meses de permanencia.

¿La gente esta de los periódicos no tendrá sobre qué escribir? Usted funda un partido nuevo o un sindicato que no sea vertical como estos que hay, se agencia cincuenta o cien mil militantes o afiliados y ni dios informa de sus mítines, propuestas y programas. Pero va usted, dice que es de la Asociación para la Conservación del Pulgón Segoviano, y le sacan en primera plana unas declaraciones afirmando que según las últimas encuestas ha subido la valoración nacional de los pulgones autóctonos. No se entiende; o sí, que es peor.

Lo primero que no comprendo es cómo se puede hacer una encuesta a gente que por lo común no va a saber ni de qué le hablan. Vaya usted, señor encuestador, a una peluquería, un bar, una parada de autobús; qué digo, vaya a una junta de facultad universitaria o a una cafetería del campus y pregunte a los primeros diez que pille que si son antisemitas o no. ¿La tercera parte lo serán? ¿La cuarta parte? Ea, mentira, la mitad, por lo menos, no entiende la pregunta, porque no sabe qué significan semita o antisemita. Ni puta idea. ¿Y yo por qué voy a ser antisemillita, contesta el titular de escuela de alguna Ingeniería, que por edad ya podría ir leyendo algún periódico alguna vez, y el becario de la encuesta va y marca otra aspa en la casilla del sí, para abreviar y porque para seis euros que le pagan por hora, que ponga bien los datos su santa madre.

Titular de El País, nada menos que El País: “Un tercio de los españoles tiene una mala opinión de los judíos”. Me juego el dedo meñique a que la mitad de los entrevistados entendió judías y dijo que con un simple sofrito no le gustan, y otro más en contra de los pobres semitas. Pero eso ya lo he dicho. Lo que quiero añadir es que además es mentira, con malentendidos o sin ellos. Si en este país nuestro, esta España de trapo, fuéramos como dicen muchas encuestas que somos, tendríamos, mismamente, una extrema derecha potente y asquerosa como la francesa de Le Pen y su tierna fille. ¡Pero si destacamos –en el concierto de las naciones, como dicen los más cursis- por no enterarnos de nada y no formarnos opinión de ninguna cosa que no sea una trivialidad supina! ¡Pero si la inmensa mayoría no lee periódicos ni escucha o ve noticiarios, precisamente para no formarse opinión de nada y poder concentrarse debidamente en la observación de los juanetes propios o de ese grano que me está saliendo en la ingle, hombre! ¡Qué carajo vamos a ser anti esto o pro lo otro, salvo que la pregunta verse sobre Belén Esteban, el Real y el Barça o, ya en plan especialistas, sobre Eurovisión!

Me juego también el meñique de la otra mano a que las mentiras son de órdago. Miren esta: dice en su primer párrafo el reportaje de El País que “España figura a la cabeza de la Unión Europea en actos violentos y manifestaciones de odio racial y de desprecio a los judíos, con un incremento constante por la crisis económica”. O yo no sé en qué país vivo y es falso lo que veo en algunos periódicos extranjeros que cada tanto ojeo, o esto es una trola descomunal. ¿Por qué quieren crear fantasmas? ¿Por qué invocan a los fantasmas?

Y, por su fuera poco, la manipulación que el periódico hace o permite es asombrosa. Ser antisemita o antiasturiano es una cosa y otras cosas son otras cosas. Si a alguien le preguntan si le gusta la fabada y responde que no, no pueden ponerlo en la lista de antiasturianos; simplemente no le gusta la fabada. Si a uno le plantean qué opina del carácter de los asturianos y suelta que nos ve un poco “grandones”, no es antiasturiano por eso. Si lo interrogan sobre la política del gobierno asturiano durante los últimos años y dice que muy mal, no es antiasturiano por responder así, como tampoco es proasturiano si afirma que muy bien.

Bueno, pues ahora miren esto y vean la relación entre el culo y las témporas:

- El 58,4% de la población española opina que "los judíos tienen mucho poder porque controlan la economía y los medios de comunicación". Ah, y ¿eso es ser antijudío? Decir, por ejemplo, que la Iglesia Católica controla en España un porcentaje altísimo de los colegios donde se educa a los niños españoles equivale a ser anticatólico? Y si lo dice, la mar de orgulloso, un católico, ¿sería un católico anticatólico? Eso al margen de que sea más o menos el “control” de “los judíos” sobre la economía y los medios de comunicación. Por cierto, a mí me parece que los españoles ya los controlan más que nada los italianos más dados a las velinas, pero a lo mejor es que soy antiitaliano.

- El 34,6% “tiene una opinión desfavorable de esa comunidad religiosa”. Nos ha jodido. Si me hubieran preguntado a mí, habría respondido que desfavorable también. Pero ¿saben por qué? Porque tengo opinión desfavorable de todas las comunidades religiosas. Y si le preguntan a un tipo de una determinada “comunidad religiosa” qué opina de tal o cual otra, replicará que tiene mala opinión. Para eso las religiones monoteístas aspiran al monopolio, como el propio concepto indica. ¿Qué opinión tienen de la comunidad católica española los miembros de la comunidad religiosa judía? A lo mejor descubrimos por ahí que son casi todos antiespañoles. Qué majaderías.

- Luego está la parte con la que abiertamente te descojonas y te quieres ir a un planeta con menos idiotas propalando encuestas: “Estos datos del titulado Informe sobre Antisemitismo en España 2010 avalan otros de una encuesta oficial entre escolares realizada hace un lustro, según la cual algo más de la mitad de los estudiantes no querría tener a un chico judío como compañero de pupitre pese a no poder reconocerlo físicamente”. ¡Pero si los chavales tampoco saben qué carajo es un judío –ni los chavales ni muchos mayores-, qué demonios van a responder! Vaya usted a una escuela y pregunte a cien niños si les gustaría que en el pupitre de al lado se les sentara un antropólogo, y verán como dicen que no, por si acaso y porque se imaginarán un monstruo. Bueno, en este caso tal vez no yerren tanto. Si, encima, va usted y les cuenta a las pobres criaturas que a los antropólogos no se los puede reconocer “físicamente”, seguro que la mitad, aterradas, se pone a llorar. Y con razón en este caso.

- Naturalmente, acaban todos haciéndose la pilila un lío, con perdón: “Curiosamente, es la extrema derecha la que menos rechazo tiene por las comunidades judías (un 34%), frente al 37,7% entre personas que se declaran de centro izquierda. "Si estos datos son correctos, España sería un caso único en Europa, y el país tiene un verdadero problema", destacó el presidente de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE), Jacobo Israel Garzón”. Me pregunto yo cómo sabrán qué entrevistado es de extrema derecha y a cuántos de ese lado habrán interrogado, dado que la muestra total de encuestados es de… 1012. Casi se hernian. Esta es la ley fundamental de las encuestas: a menos encuestados, más elaborados y sorprendentes los resultados. Tienen un morro que se lo pisan.

- Sonríe uno, sí, pero acaba poniéndose de mal café, de muy mal café: “El responsable del Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, subrayó a su lado esta percepción, con una queja severa ante el Gobierno, por no haber ejecutado el compromiso de reformar el Código Penal para castigar la incitación y apología del odio racial o antisemita en sus diversas manifestaciones. El mandato de la Comisión Europea para reformar el artículo 510 del Código Penal que se refiere a estos temas concluyó el 28 de noviembre pasado, sin haberlo cumplido España”. Maravilloso, retrato perfecto de la pocilga en la que vivimos: LOS QUE GRITAN CONTRA LA INTOLERANCIA PIDEN PENAS MÁS DURAS. Agárreme usted esa mosca por el rabo. Qué no harán los que están contra la tolerancia, si los que la defienden quieren palo para todo el que se mueva y diga pis o caca.

Por cierto, y para concluir (ya me he cansado y se me ha quitado el buen humor), compruebo en esa muestra de gran periodismo que ya hay varios observatorios contra le antisemitismo. Será por observatorios. Hétero el que no tenga obsevatorio. Aunque no sea más que para observarse las propias vergüenzas y mandarlas a cualquier periódico sin criterio.

30 marzo, 2011

Nuestro hombre en Helsinki. 8. Lo malo de Helsinki. Por Fernando Losada

No, esta vez no pienso empezar disculpándome por lo mucho que he tardado en ponerme de nuevo delante del ordenador a contaros cosas. Si no os he escrito es porque no he tenido el tiempo o las ganas necesarios para hacerlo como a mí me gusta, esto es, bien. Pero hoy por fin me he tomado el día libre para explicaros cómo me encuentro en este 2011 en Helsinki. Hasta ahora me he centrado en explicar muchas de las cosas que me han llamado la atención de este país y sus gentes, pero hoy la cosa va a cambiar un poco. Voy a intentar explicaros qué es lo malo de estar en Helsinki.

Y lo malo no es que acabando ya este mes de marzo aquí la nieve todavía esté empezando a derretirse, pese a que así le devuelva a la ciudad los matices que le había robado, permitiéndonos redescubrir sus aceras y parterres.

Lo malo tampoco son los infinitos vaivenes emocionales, el carrusel que nos lleva día sí y día también desde la euforia a la depresión: euforia al salir de casa para ir a trabajar y encontrar el pavimento seco después de seis meses de nieve, o al toparnos con que el sol, insultante, se ha empeñado por fin en escupirnos sus rayos; depresión por el shock que supone que al día siguiente se ponga a nevar, el golpe bajo de volver una vez más al mes de noviembre. No es malo aquí el invierno por frío, sino por largo.

Lo malo no es tampoco que uno poco a poco se vaya acostumbrando a planificar dónde y con quién comerá cada día de la semana, nunca más de tres personas, preferentemente dos, y se compre una agenda al efecto.

Y no es lo peor empezar a asimilar que comer con palillos significa comer, por fin, rico.

A fin de cuentas, no es tan malo sentirse como Deckard al comienzo de Blade Runner, inmerso en un barrio chino donde nadie le comprende y gritándole a un anciano que lo que quiere son “esos fideos… ¡FI-DE-OS!”

Lo malo no es, apenas un año después, no conocer ni de vista a los vecinos de mi edificio, ni la cara de espanto de la anciana de enfrente al verme salir del piso en el que suponía que vivía otra anciana como ella, ni siquiera es tan malo no poder desmentir la muerte imaginaria de su vecina por no poder hablar en finés.

No, para poder explicaros qué es lo malo de Helsinki, tengo que volver a Vigo, a aquellos años en los que para evitar el gasto de teléfono fijo los amigos nos gritábamos por el patio de luces para quedar en casa de uno o de otro. Víctor, que estaba en la clase de mi hermana (un año menos) era el compañero de esas tardes. Juntos, a la vuelta del colegio, nos merendábamos una pieza de fruta y un bocata y veíamos Barrio Sésamo. Por razones que se me escapan, y como sucede con tantas otras amistades de los primeros años, nuestra relación se fue diluyendo. En esto creo que influyen de forma determinante muchas circunstancias que tienen más que ver con el contexto que con las propias personas. En este caso, que Víctor se mudara a otra casa, en la misma calle, sí, pero con la que no había conexión directa a través del patio de luces, impidió que nuestra relación continuase igual de fluida que antes.

Pero a lo que voy, que quería explicaros lo malo de Helsinki. Resulta que de aquellas tardes con Víctor no sólo recuerdo nuestra amistad, sino también un gran legado adicional: su admiración por su hermano mayor, Alejandro. Ya se sabe que cuando uno es un niño una diferencia de dos o tres años resulta tan abismal, constituye una barrera tan infranqueable, que el patrón que adoptamos es el de indiferencia hacia esos pequeñajos infantiloides (si uno es el mayor) y la admiración nunca explícita hacia esa persona con tantas experiencias y vivencias incluso anteriores a nuestra propia existencia (si uno es el pequeño). El caso es que Víctor hablaba siempre de lo bien que jugaba Alejandro al baloncesto, de las buenas notas que sacaba y demás. Era sincera admiración, y ante eso un infante como era yo por entonces no tiene recursos ni experiencia que le permitan comparar y distinguir, así que sólo podía doblegarme y aceptar lo que Víctor sostenía con entusiasmo. Aún recuerdo como una afrenta el día en el que me dijo que él ya no veía Barrio Sésamo, que ese era un programa para niños pequeños. Ese día Alejandro hablaba por boca de Víctor, yo lo sabía, pero ahí me di cuenta de que esos dos o tres años marcaban la diferencia entre un joven y un niño. Yo era un niño, porque me seguían gustando Epi y Blas, pero lo que no podía imaginarme es que Víctor y Alejandro también lo eran aunque renegasen de ellos.

Todo esto os lo cuento para explicaros qué es lo malo de Helsinki. Porque durante mucho tiempo, y pese a compartir colegio y autobús, Víctor y Alejandro se convirtieron en unos más de los muchos compañeros que uno se cruzaba por los pasillos o en el recreo. Seguía viendo jugar al baloncesto a Alejandro y me decía “¡qué bueno es!”, y le veía tocar con su grupo en las fiestas del colegio (“A Forest” de los Cure, nada menos) y no podía evitar contagiarme del virus que Víctor me había inoculado, pero poco más.

La siguiente noticia que tuve de Alejandro, muchos años después, fue de forma indirecta. Reapareció de forma inesperada un verano indeterminado de entre mis 15 y 20 años. Todavía recuerdo estar en la cama un domingo por la mañana, seguramente tras haber pasado la noche con los amigos, y despertarme con una música atronadora en mis oídos. ¿De dónde salía aquello? Veraneábamos frente a un paseo que daba a las marismas… un remanso de paz. Y debían de ser las siete de la mañana, así que no eran los gaiteiros del mediodía ni actividad oficial alguna de las que habitualmente tenían lugar en el paseo. No, aquel ruido (porque cuando a uno le despiertan así la música no puede calificarse más que de ruido) estaba totalmente fuera de lugar. Escuché a mi madre levantarse y salir a investigar, y en nada yo ya estaba dormido de nuevo.

Al día siguiente mi madre nos cuenta que se ha encontrado a Alejandro, que qué simpático estaba y que qué anfitrión, porque se había llevado a unos amigos que estaban conociendo Galicia a ver el amanecer justo delante de nuestra casa… ¡Con la música del coche a todo trapo!

Aún pasaron muchos años más antes de que nos reencontrásemos. Resulta que tras las clases del doctorado, ya en Madrid, los compañeros nos reuníamos en el bar de la esquina de enfrente del Instituto Ortega, un pub irlandés, y precisamente allí pinchaba por las noches Alejandro. Mi sorpresa fue mayúscula al verle allí arriba y, encantado, me acerqué a saludarle. Pero algo había cambiado, esta vez me dirigía a él de tú a tú, olvidado ya el virus de la admiración. A romper el hielo acumulado durante tantos años contribuyó mi madre, porque lo primero que me soltó (y que siempre comenta cuando nos vemos) es que tanto a él como a sus amigos les resulta imborrable el recuerdo de aquella noche de juerga en la que la guinda la puso una señora en bata que parecía que venía a echarles una merecida bronca por el volumen brutal de su música y a la que Alejandro desarmó con su mejor sonrisa y diciéndole “¡Marisén! ¿Pero qué haces por aquí?”

Así fue cómo comenzamos a establecer una relación basada en la música: compartíamos discos. Cada dos semanas nos pasábamos cosas que pensábamos que al otro le podían interesar. A veces acertamos, otras no, pero un buen puñado de grandes músicas las conocimos gracias al otro. Y eso a los melómanos nos une. Pero lo mejor de todo es que pude conocer a Alejandro, al de verdad y no al hermano mayor idealizado, y me encontré con una persona con un sentido de la amistad fuera de lo común. Seguramente no sean estas las palabras adecuadas. Supongo que a lo que me refiero es a que lo que mejor le define es su relación con sus amigos. Uno puede descubrir en su mirada, la de ellos, el aprecio que despierta en los demás. Y no puede más que sumarse. Así, nuestra relación pasó de estar sustentada en una admiración infundada, vírica, a cimentarse en una admiración con plenos argumentos.

Pero nuevamente he de saltar en el tiempo, porque Alejandro estuvo dando vueltas por el mundo con su carrera de arquitecto. Pasó sus buenos momentos en Londres, Sidney e incluso creo que una larga temporada en Buenos Aires. Yo mientras me fui a León y nos encontrábamos de forma casual en algún bar vigués durante las vacaciones, pero lo importante es que por poco que nos viésemos siempre manteníamos un vínculo muy especial, ese que nos conecta a algunas personas sin saber muy bien por qué.

Y así hasta hace unos años. Primero nos encontramos en León, donde Alejandro decidió organizarle la despedida de soltero a Víctor, y un poco más tarde nos vimos con algo más de frecuencia cuando por las diferentes circunstancias de la vida acabamos los dos de nuevo en Vigo. Yo sin trabajo y él, con la crisis del sector inmobiliario, cada vez más asfixiado. Sus fines de semana en primavera y verano se los pasaba pinchando en bodas, con un éxito más que notable, y entre semana seguía trabajando en el estudio.

En esa temporada en Vigo acudimos a varios de los conciertos de los que regularmente organiza gente con la que Alejandro ha acabado teniendo contacto y que han colocado a Vigo de nuevo en el mapa musical, al menos en cuanto a conciertos de máximo nivel se refiere (el último ejemplo, Joanna Newsom, que ha actuado en el Teatro García Barbón hace apenas unas semanas). Alguno de esos conciertos ha resultado incluso memorables, como el que hace ahora año y medio nos ofreció Piano Magic, incontestable el sonido que consiguieron en una sala cuyo fuerte no es precisamente ese. Nos mirábamos asombrados y sonrientes escuchando unas canciones que no conocíamos, porque correspondían al último disco, pero que desde ese mismo momento ya se nos quedaron dentro (si ese disco, el “Ovations”, lo hubieran firmado los Cure serían portada de todas las revistas especializadas y sus fans nos hubiéramos reconciliado con una banda con la que quizás somos demasiado condescendientes por los extraordinarios momentos que nos han ofrecido, lamentablemente casi todos ya pasados).

En ese punto se quedó nuestra relación cuando me vine a Helsinki. En verano seguí vía blog sus peripecias recorriendo Sudáfrica (¡incluso escapando de elefantes!) mientras acompañaba a la selección que sería campeona del mundo. Salió en todas las televisiones, y varias veces, porque no eran demasiados los aficionados que estuvieron allí desde el primer día. Ya de vuelta a Vigo, en julio, nos vimos de nuevo y fuimos a algún concierto, claro. Como siempre, hablamos de lo divino y de lo humano.

Y así estaban las cosas, cuando este enero me escribió un correo firmemente decidido a visitar Helsinki en los próximos meses. Yo le respondí diciendo que me pillaba a punto de viajar a Oslo y que a la vuelta de unos días detallábamos fechas y demás circunstancias. No le escribí hasta un mes más tarde. No fue cuestión de dejadez, sino que como siempre estuve atareado con miles de cosas de trabajo. Su respuesta me llegó una semana después:

“Fer, llevo 10 días hospitalizado en Povisa por culpa d un accidente de bici que se ha llevado por delante mis costillas, mi clavícula y una parte importante (...) de mi cráneo, incluido el tímpano. He estado muy jodido, pero al menos hoy tengo fuerzas suficientes como para contestar a un par de e-mails desde el móvil.

Viaje a Helsinki: No me va a quedar más remedio q retrasarlo viaje hasta el mes d Agosto...ya me buscaré la vida para encontrar la forma de escaparme durante 5 o 6 días de la vorágine de bodas.

En cuanto me den el alta te escribo con un poco más d calma y con un poco más d detalle.

Un consejo: si alguna vez se te ocurre bajar Monteferro en bici, ponte el casco. No seas tan estúpido como yo.

Abrazo fuerte.

Ale.”

Lo peor de Helsinki es recibir un mensaje como este.

Lo peor de Helsinki es enterarse tarde de las cosas que le suceden a tus amigos, es no poder hacer nada por remediarlo ni por consolarles cuando pasan por tragos tan malos como este, es no poder enterarse con pelos y señales de qué narices ha pasado, de cuáles son las consecuencias y riesgos, de las posibilidades de recuperación…

Lo peor de Helsinki es tener que interpretar un mensaje como el que me envió Alejandro. Para mí lo crucial era esa apostilla: “incluido el tímpano”. Para un melómano no hay castigo mayor que algo así. Con tanta gente en el mundo disponiendo de audición estéreo pero utilizándola en mono, ¿por qué precisamente él, que tanta atención presta al sonido de sus vinilos o del concierto de turno, tendría que perderla?

Las noticias desde entonces son muy buenas respecto a las múltiples fracturas de costillas, clavícula y cráneo, pero la batalla por el oído todavía ha de pelearla. A petición suya he omitido a qué lado corresponden las fracturas, los golpetazos y los problemas de audición y vértigo, de modo que si queréis enteraros de cuál es, chicas, tendréis que probar susurrándole unas palabras de cerca. Pese a todo, no ha perdido el sentido del humor. Y lo mejor es que ya ha asumido que de algo tan traumático como lo que está viviendo va a sacar cosas positivas. A todas sus virtudes me parece que ahora unirá ese saber relativizar de las personas que vienen de vuelta de experiencias duras. Y eso lo celebro.

¿Por qué os cuento todo esto? Pues porque hasta que recibí este e-mail no era consciente (lo sabía, sí, pero no era consciente) de lo que implica vivir tan alejado de vosotros. No había sentido la necesidad de saber más cosas de las que os pasan, de conocer a vuestros hijos e hijas (que este año han venido en masa), de compartir las emociones prenupciales de unos cuantos o simplemente de poner en marcha algunos de los proyectos compartidos que hemos tenido mucho tiempo en mente y, por lo tanto, aparcados. Y eso, con diferencia, es lo peor de Helsinki.

Se os echa de menos por el Báltico. Un abrazo fuerte a todos.

F.

28 marzo, 2011

El hombre que soñaba con banqueros/as a cuatro patas... y un bidón de gasolina

Esperen, esperen, no se me alteren ni se me amotinen tan pronto. Va a ser políticamente incorrecto lo que me apetece contarles hoy, pues es puro desahogo, expeler humores malsanos y tal, pero a lo mejor acaba la mayoría de ustedes estando un poco de acuerdo conmigo.

No voy a hablar propiamente de Botín, aunque sí de su botín y el de sus secuaces y paniaguados. Tampoco pretendo referirme a que el muy cantabrón ha rogado a Zapatero que aguante y no se vaya antes de que se termine la legislatura, por el bien de Empaña y que, ahora que lo estás haciendo tan bien, muy bien, muy bien, cariño no pares y sigue chupando que lo haces muy bien. Con su pan se lo coman y que sea para bien el ayuntamiento de esos dos, el vejo creso y el craso bobo. Como recuerda hoy algún columnista majete en periódico de mi tierra, cómo no va a estar contento el banquero de banqueros, luz de luz, si la vergüenza cazurra acaba de proclamar bien alto que la legislación hipotecaria no se cambia ni de coña y que al que no le alcance con devolver el piso devaluado para pagar lo que le queda de hipoteca, que venda el rosario de su madre o haga la esquina comme il faut, y como corresponda a su clase social, que para eso hemos salido de la lucha de clases y pasado a las clases de hucha.

Me parto de risa amarga imaginando qué diría la veleta leonesa si gobernara otro partido y anduviera tan farolero con los banqueros su presidente, y qué estribillo tararearían los mariachis y las mariachas que mueven esta temporada el culete sucesorio. Pero me da igual. Zapatero ya no me pone. Del desprecio he pasado a la indiferencia y de ahí al asquillo. Así que prefiero no menearlo para que no huela. Que luego no disfruto la cena y hoy voy a prepararme unos guisantes con jamón que no se los salta un payo. ¿O debo decir gitano, porque saltar mucho es cosa positiva y si digo payo parece que no quiero reconocerles a los romanís la agilidad de sus piernas? Cielo santo, en qué nos ha convertido la corrección política y qué poco nos falta para comunicarnos sólo mediante balidos.

Yo iba a contarles esto otro. Resulta que mi santa esposa tenía hoy que preparar unos dineros para un pago suyo y fue al banco a decir que necesitaba un poco de pasta gansa para mañana o pasado, líquido, cash. No sé si ya he contado aquí que tenemos separación de bienes y que, por consiguiente, los negocios de cada cual son de cada cual. Mano de santo, lo recomiendo. Pues fue a un par de bancos donde tiene repletitas sus cartillas (¡cómo ahorra esta mujer! No como este menda que anda siempre a la luna de Valencia; es decir, casi aceptando trajes regalados con cualquier pretexto), les contó que quería disponer mañana de tantos mil acá y otros tantos allá y…, ¿qué creen que le respondieron? Esto: ¿Dinero? ¿Efectivo? ¿Dos o tres mil? ¿Mañana? Juas, juas, juas. Qué cabrones, cómo se reían, al parecer. Y seguían: juas, juas, juas. Los hijoputas. Ella, mi mujer, tan modosa, tan educada, tan en su sitio, tan señora como si fuera un señor igual de correcto, abría y abría sus libretitas de ahorros y se las mostraba, por si todo obedecía a un desgraciado malentendido. Que mire, que tengo, que hay, que fíjese que forrada anda una, dentro de lo que cabe. Y el otro, palabra arriba, palabra abajo, en cuanto recuperó el resuello después de tanta risa: que mira, guapa, que tú tendrás, pero el banco no. Y ella, más por perpleja que por ganas de porfiar: pero, señor, si yo lo tengo en el banco, cómo no voy a tenerlo: lo tengo aquí, en este banco. El otro: que no, que lo tiene aquí, pero aquí no está, ¿capisce?

Tienen los banqueros, con todo, su punto tierno, y un director de sucursal, que viene a ser como un furriel de mierda en cualquier ejército tercermundista y que se da el mismo pisto que los furrieles de mierda de cualquier ejército tercermundista, se avino a hacer unas gestiones consistentes en llamar a otras sucursales a ver cuánto tenían. Que no, que impósibol total, que entre las siete o diez de casco urbano y el extrarradio tendrían sueltos unos mil quinientos euros o así. Eso para mañana. Para hoy cero patatero y le cobramos comisión si vuelve a preguntarnos. El tres por ciento de lo que necesita y no le damos.

Ya sé, ya sé. Un banco no es un calcetín. Un banco huele peor y es más sucio que el más vil calcetín. En el calcetín se meten los billetajos y allí se quedan. En un banco se meten esos billetes y el banco los usa para practicar la usura, que antes era pecado, aunque ahora la mitad de los banqueros sean del Opus. No hay legislación que no cambie, hasta los mandamientos de Dios tienen su desuetudo y su desarrollo reglamentario. Dame la ley y déjame los reglamentos.

En un banco usted lleva su dinero, el suyo de usted, y en vez de guardárselo para que lo tenga allí, el banco se lo presta a otro a interés, pero a usted no le paga interés ninguno, o casi. A usted le cobra comisiones y cuando va a decir que necesita un poco de ese parné suyo de usted le contestan que se siente, qu´il n´y a pas y que de qué vas, so gilipollas, y que a ver si metes el mes que viene otros seis mil euros para que te den una cristalería de Embolemia para que te tomes la cicuta como se la toman los señores de verdad y no los pringaos como tú.

Mi compañera de fatigas vitales (aunque independiente en las económicas) me lo iba contando a mediodía, mientras comíamos y Elsa tumbaba jarrones con un hula hoop que le regalé yo mismo el sábado, que hay que ver también lo mío, y yo primero me encendía y luego, como a los postres y tras las copitas del vino reglamentario (hoy un Rueda bastante apañado) fui cayendo en gratas ensoñaciones. Y ahí sigo y las voy a compartir con ustedes.

Que me toca la loto, que para eso juego semanalmente, y me cae un premiazo de esos de seis millones de euros, o siete. Qué digo, la europea esa que te puede dar hasta quince o veinte milloncejos de euretes. ¿Que qué haría antes de nada? La gente suele contestar que si comprarse el coche tremendo, que si el apartamento en el mejor barrio parisién, que si liquidar antes que nada las hipotecas y demás trampas, minas y cepos. Yo no.

Yo iría de banco en banco, de sucursal en sucursal. Una semana enredando así, o dos. Que mira corazón, que m´ha tocao y que no sé ande diantre metel-lo. Educado y pelín chulillo al mismo tiempo, pero tardando en mostrar mis cartas por entero. Que qué me ofrecen aquí y qué tienen para picar. Y que si no hay champán francés cuando entra un clientazo o qué. Tranquilos, sí, que aquí está el boleto o el certificado o yo qué sé qué llevará uno para acreditar y acreditarse, pero algo será.

Los veo, los veo, babeantes, temblorosos, transpirando como bailarina de cabaret tropical sin aire acondicionado. Y que, con el champán, uno como que se va soltando y que se pone un poco Torrente, sin que sirva de precedente, y que qué tal unas pajillas y que mañana vuelvo y me gustaría verte con los labios pintados en forma de corazón, corazón, a ver dónde meto al fin lo mío.

Disculpen, lo haría igual con directores que con directoras de sucursal y de sucursala y al final les daría a todos calabazas con el dinero y, consiguientemente (me las darían) con todo, pero es que hay una torda en particular a la que le tengo ganas. Ganas de ver cómo se pone en pompa y finge interés en lugar de intereses, después de años sacándonos a mi santa y a mí comisiones como de mafioso ruso blanqueado y colocándonos tarjetas de crédito hasta en el sobaco.

Pues, eso, jadea y cuéntame qué me vas a decir y cómo te vas a portar cuando venga este cuerpo un viernes cualquiera a pedirte seis mil euros en efectivo para unas raciones que me voy a tomar ahí al lado y que te los sacas de la faltriquera porque los llevas ahí pensando en mí y que digo que así no, que de la caja fuerte, que sudados no los quiero y tal.

Bueno, y así todo el tiempo. Dos semanas. Luego no me importaría volver a ser pobre. Para otra cosa no quiero una fortuna de esas, soy bastante feliz tal como estoy y con lo que tengo. Pero, ay, cómo los putearía, cielo santo, cómo los putearía. ¿Te acuerdas, papito, de aquella vez que vinimos a pedir dos mil euros y nos miraste raro y sonreíste y dijiste que si pensábamos que un banco era un banco o qué? ¿Te acuerdas, julandrón? ¿Si, verdad? Pues ahora ponte ahí con tu compañero y jugad para que os veamos. Tú a cuatro patas, sí. Y el otro que se quite el peluquín asqueroso que lleva, eso para empezar. Y unas palomitas para zampármelas durante el espectáculo, ¿o es que no tenéis palomitas en este chiringuito, eh?


PD.- También cabe que no me toque la loto. En ese probable caso, ¿qué tal si un día nos apalabramos para un corralito inverso y sacamos la pasta de un día para otro y con un bidón de gasolina por si dicen que no tienen suelto?

27 marzo, 2011

Vamos a la guerra, oé

I.

Nápoles, 29 de marzo. El general norteamericano Pattonhanks cuelga el teléfono con cara de fastidio y se frota sus cansados ojos. Suspira. Lleva, desde el cuartel de la OTAN en tierras sicilianas, el mando de la operación aliada en Libia y la siente cada día más liada. Encima, desde que está en Nápoles ya le han robado dos veces el portátil y esta mañana le han informado sus contactos de la CIA de que un avión danés que había sido dado por desaparecido durante el cumplimiento de una misión sobre el Mediterráneo en realidad fue desguazado por una familia de la parte de Siracusa que ahora lo vende por piezas en internet. Del piloto no se tiene noticia, pero un confidente asegura que ha caído en una red rusa de las que ponen como cebo supuestas chicas que buscan matrimonio.

Pero no es eso, con no ser poco, lo que ahora preocupa a nuestro general. Acaba de llamarlo Rodríguez Zapatero, el presidente español. Es la séptima vez en las últimas cuarenta y ocho horas. Siempre con la misma petición, el mismo ruego, idéntica insistencia: que quiere que lo F-18 que se han mandado desde España peguen tiros de verdad, que lo de patrullar por el cielo y vigilar espacios aéreos está muy bien, pero que es como de becario y no hace honor a lo que España representa en el concierto de las naciones, y más desde que España está en el G-8 y en no sé cuántas cosas más.

El general Pattonhanks considera que ya ha perdido demasiado tiempo por causa de este asunto y ha decidido aceptar la petición del presidente hispano. ¿Hispano? ¿Español? ¿Cómo se dice? Bueno, como sea, del Zapasterio este tan plasta. Para ir curándose en salud, ayer mismo llamó el general a Obama, que andaba repasando la lista de las capitales árabes y muy puteado porque siempre se le atranca la de Siria, y le respondió este con un escueto “ok, dale algo a John Luis”. Esta mañana consultó lo mismo con Sarkozy, que también le brindó el visto bueno mientras le gritaba a alguien que se bajara de no sé dónde y se estuviera quieta.

Así que, muy harto ya, pero con la conciencia más tranquila, le ha dicho el general gringo hace un momento al presidente de los españoles que bueno, que de acuerdo, que iba a marcar una misión para un avión de los de aquí. Para cuál, preguntó Zapatero. Eso decídanlo ustedes, contestó la autoridad militar, y acto seguido se puso a explicarle los detalles del encargo, para lo cual el estratega leonés le pasó a una secretaria de La Moncloa que habla un inglés fluido porque estuvo casada con un sargento negro de la base de Rota antes de irse a Albacete muy enamorada de un representante comercial de Planeta y de apuntarse al PSOE e ir escalando puestos en el partido cuando Bono mandaba en La Mancha.

II.

Qué ha dicho el general, Dolores, preguntó José Luis en cuanto ella terminó de tomar sus apuntes y dejó el teléfono en su sitio. Pues que hay que destruir un pozo de agua en un oasis. ¿Un pozo en un oasis? Sí, parece ser que los camelleros vertebrados que llevan los víveres a la vanguardia de las tropas de Gadafi paran ahí para que sus camellos beban y si les quitamos esa zona de avituallamiento no habrá más meriendas antes de entrar en combate. Cómo que vertebrados, pregunta, extrañadísimo, el mandatario español. Espera a ver, dice ella, al tiempo que pasa hojas de su bloc y consulta lo anotado: bel… ve… de…res. Belvederes, camelleros belvederes. Yo estuve una vez con Timothy en un belvedere, creo que era en Viena. Precioso.

Que venga Bernardino León con urgencia, por favor, ordena el presidente desde el teléfono rosa de su mesa. Aparece el susodicho muy pronto y su superior le consulta cómo será eso de los camelleros belvederes y qué estrategia será la mejor para destruir sus pozos sin hacer víctimas inocentes. Bernardino hizo la carrera diplomática y Zapatero le profesa gran confianza para este tipo de imprevistos geográficos. Pero al hombre le cuesta un poco dar con la clave y al principio cree que es un malentendido y que no podía tratarse de camelleros, sino de camilleros. Hace tiempo que le insinúa al jefe que tiene que cambiar de secretaria, pero éste tiene en mucha estima a Dolores, Lola, porque es amiga de su Sonsoles y se evita quebraderos de cabeza. Bernardino hace que Lola lea de nuevo y despacio todas sus notas y al fin cae en la cuenta de que ni son camelleros ni camilleros belvederes, sino camioneros bereberes.

¿Estás seguro?, pregunta el presidente de León. Hombre, seguro no, responde el diplomático León, pero podemos salir de dudas si escuchamos la grabación. Es verdad, dice Zapatero, aliviado, se me olvidaba que todas las conversaciones quedan grabadas. Lola, avisa al de telecomunicaciones de Presidencia. Pero en lugar del reclamado aparece una servidora con cofia que explica que Benito, que así se llama el ingeniero que antes trabajaba en el CNI y que ahora lleva estos asuntos de las grabaciones aquí, está de baja. ¿Otra vez? Sí, señor presidente, parece que ha tenido una recaída de las cervicales de cuando aquella vez se dio un golpe en una rotonda porque la gente no sabe respetar su derecha y se le metió una señora que iba con prisa a buscar a su hijo al colegio y que ni sabía que las normas de la rotonda habían cambiado aquella vez que Rubalcaba se dio un leñazo porque un escolta… Huy, que me lo digan a mí, terció Dolores, que no hace ni una semana que tuve que clavar mi Honda porque un señor iba despistado y se me metió, y encima el imbécil de atrás me pitó y tuve que sacarle por la ventanilla el dedo así… Lola, Lola, interrumpió el Presidente. Ya sé, ya sé que es grosero, se apresuró ella a contestar, pero tenías que haber visto cómo me miraba el tipo aquel con su sucia pinta de machista…. Lola, Lola, insistió el Presidente, que tenemos que acabar de aclarar lo de los camioneros libios. Por cierto, ¿dónde está Bernardino? Acaba de salir al baño, explica la sirvienta de la cofia. Ah.

Feli, tráiganos unas infusiones y avise a mi mujer de que tal vez me retrase y que vaya ella adelantando tarea con las chicas. Salió Feli, retornó Bernardino y, luego de un par de repasos más, quedó claro que la misión asignada por la OTAN a nuestros F-18 era la de destruir un punto de abastecimiento de los camiones del ejército libio que se encontraba en un oasis del desierto. ¿Pero qué oasis sería? Decidieron dejar a los militares los detalles menores y, después de tomarse Bernardino su menta-poleo, José Luis un te verde y Dolores una manzanilla –ayer salí con mi Rodolfo a cenar unas migas y me sentaron fuertes-, se retiraron los tres. Eran ya las ocho de la tarde. La jornada había sido apretada y emocionante. Nunca me he sentido tan en mi sitio, tan presidente, iba pensando Zapatero, pero no quiso decir nada a sus interlocutores en retirada por temor a que una nueva conversación retrasara más su llegada a casa. Sonsoles no soportaba los retrasos, siempre había sido así.

III.

Cuartel del alto mando español. 09:55. 30 de marzo. Mi general, un mensaje del Ministerio de Defesa. Qué querrá ahora esa tía. No, mi general, sólo nos transmiten una orden de La Moncloa. ¿Y no comenta nada la tía esa? No, mi general, creo que hoy no está en el Ministerio, que tenía que hacer no sé qué en Barcelona, una reunión o algo. ¿Y tú cómo lo sabes? Por mi prima Nati, la novia del conductor, ¿no se acuerda? Ah, es verdad. Dile a tu prima que siga muy atenta. ¿Y mi pase a lo de inteligencia militar, mi general? A su debido tiempo, Somorrostro, a su debido tiempo; ahora te necesito aquí, ¿o no ves que estamos en guerra? No se puede decir guerra, mi general. Somorrostro, no me toques los cojones, ya sé que no se puede decir guerra, pero esto es el cuartel general y digo lo que me sale de las pelotas, ¿vale? Vale mi general. Venga, vuelvo a mi puesto en comunicaciones, mi general. Anda, ve, Somorrostro, ve, no descuides tus obligaciones.

El general Manteiga desdobla el papel que le ha pasado Somorrostro y lo lee despacio. Su gesto se altera, cambia de color su cara. ¡A mi despacho el estado mayor de inmediato! Aparentemente nadie a su alrededor se inmuta, pero el general sabe que la maquinaria se ha puesto a funcionar, implacable.

Hora y media más tarde están los once reunidos a puerta cerrada en el despacho de Manteiga. Es seria la expresión de los rostros. Sólo conserva un atisbo de sonrisa el general Orfila, de Intendencia, que casualmente se incorporó hace solo dos días, después de una larga baja porque se rompió nada menos que el fémur por una caída en el hoyo quinto de un campo nuevo de Sanlúcar, a cuya inauguración había sido invitado en representación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Precisamente en este instante está Orfila cuchicheando los pormenores al almirante Diéguez, de la Armada, como es lógico, quien finge que no lo escucha y mantiene el gesto inescrutable, aunque para sus adentros se ríe de la torpeza del colega y de su empeño tardío en aprender a jugar al golf, deporte para el que no está dotado; para ese ni para ninguno, esa es la verdad, piensa Diéguez, mientras Orfila le está narrando ahora que la ambulancia tardó más de media hora en llegar con todo y con que el alcalde de Sanlúcar vociferaba e iba llamando por el móvil uno por uno a sus concejales que estaban allí mismo. El general Manteiga tocó palmas y el silencio fue total. Orfila le hizo a Diéguez un gesto circular con el dedo, queriendo indicarle que más tarde seguirían con el asunto de su lesión.

Señores, a nuestros aviones en la operación de los aliados contra Gadafi el mando central les ha encomendado la misión de destruir un centro de abastecimiento de las tropas del dictador en un oasis cuya ubicación exacta no ha sido hasta ahora revelada por motivos de seguridad. Pero ya he puesto al Servicio Cartográfico a ubicarlo con exactitud y me han asegurado que a comienzos de la tarde tendremos sus coordenadas precisas.

Levantó la mano discretamente Menchaca, de Caballería, cuñado de Manteiga y de quien se rumoreaba que sería su sucesor cuando, antes de un año, este pasara a la reserva, al menos si no cambiaba la ministra por unas desgraciadas elecciones generales anticipadas. Sólo ese detalle del trato con la ministra hacía discutir a los cuñados que, por lo demás, se entendían a las mil maravillas, no como sus esposas, hermanas que siempre andaban a la gresca por nimiedades. Manteiga era un militar al viejo estilo y ni siquiera soportaba bien que hubiera mujeres en los ejércitos; qué decir de que el mando, desde el ministerio, lo tuviera una ministra, catalana por más señas. En cambio, Menchaca había sabido adaptarse pronto a los nuevos tiempos y hasta había redactado un pequeño manual titulado “Instrucciones para un lenguaje no sexista en la instrucción de tropa”. Se rumoreaba que la ministra lo tenía como lectura de cabecera y que desde el gobierno se estaban haciendo gestiones para donar miles de ejemplares a ejércitos amigos, como los de Bolivia, Argentina, Marruecos –aquí previa traducción al francés, claro- o República Dominicana.

Dígame, general Menchaca. Lo oficial de la reunión obligaba a guardar las formas. No, quizá es una cuestión secundaria y en ese caso me disculpa, general Manteiga, pero me gustaría saber si está contrastada la orden del mando central, pues hoy mismo dicen los periódicos que mando central propiamente todavía no hay en esta guerra. Manteiga vio caras de inquietud y súbitas muestras de interés en algunos que hasta ese momento no parecían completamente despiertos. A este Menchaca ya le daré una colleja a la hora del vino, pero no puedo dejar que esto se me vaya de las manos a la primera de cambio, se dijo. Menchaca, sí hay mando central, pero no espere que le cuente esta prensa amarilla que tenemos dónde está y quién da las órdenes. Lo sabrá y lo sabrán todos ustedes cuando corresponda y por el conducto reglamentario. Ahora lo único que nos importa es que de la mismísima Moncloa acaban de transmitirnos la instrucción que les he comentado. Extraoficialmente me han comunicado, y confidencialmente se lo transmito a ustedes, que el propio general norteamericano al mando ha llamado desde Italia repetidamente al presidente don José Luis Rodríguez Zapatero y que este al fin ha accedido a la insistente petición de que nuestros aviones entren en combate. Celebrémoslo, compañeros.

Como un solo hombre, todos los presentes se pusieron en pie, recogieron de los percheros o de encima de la mesa las gorras de sus uniformes y, mientras gritaban tres hurras, las lanzaron al aire. Hubo risas y chocar de cuerpos al perseguir las viseras y el general Manteiga tuvo que carraspear de manera bien audible para que las aguas volvieran a su cauce. Luego, a propuesta del propio Manteiga y sin la más mínima discusión, se acordó que el mando de las operaciones se transfiriera al general Tejuela, allí presente, quien de inmediato dejó la sala y se fue a dirigir la operación desde el cuartel central del Ejército del Aire. Los demás pidieron cafés y bollos y se quedaron un rato más departiendo amigablemente sobre variados asuntos de la actualidad del día. Orfila buscó la compañía de Diéguez, que había tratado de alejarse fingiendo que observaba las metopas que adornaban las paredes, y siguió explicándole con pormenor la peripecia de su lesión, en particular lo doloroso de la rehabilitación después de que lo operara un muy reputado traumatólogo gaditano que, lo que son las cosas, tenía un hijo en la Academia de Marín y aprovechó para recomendárselo.

IV.

31 de marzo, 10:20. Base secreta de operaciones en el Sur de Italia. Volaréis en escuadrilla invertida hasta que estéis a catorce millas del objetivo. Entonces pasaréis a rasante y pondréis el teflón en grado tres. Mi capitán, el teflón de mi avión no funciona; cuando lo pongo en dos se calienta y en tres ya ni le cuento. Álvarez, ¿no habíamos dicho que se lo tenían que arreglar anteayer? Sí, mi capitán, pero el alférez Pertierra, que es el que controla de teflones, está de permiso. Cómo que de permiso, si se vino con todos nosotros hace semana y pico. Sí, mi capitán, pero a su mujer se le adelantó el parto y Pertierra ha vuelto a casa con licencia por paternidad. Creo, además, que va a coger él todo el tiempo de licencias y conciliación porque su mujer es funcionaria y no tiene problema para amamantar entre horas. Joder, Álvarez, pues pilla tú el avión cinco, el de Benjumea, que está de baja por lo de la alergia. Mi capitán, prefiero llevar el mío porque el de Benjumea tiene los mandos muy duros y me cuesta hacerme con él; temo que si hay que hacer un picado o una remontada súbita se me atoren. Bueno, lleva el que te salga de los cojones, pero a diez millas del objetivo ponéis el aparato en teflón dos. Más no puedo rebajar y ya bastante me arriesgo así a que me caiga a mí un puro. ¿Está claro? Sí, mi capitán. Las tres voces al unísono.

Vale, pues sigo. En cuanto el objetivo esté al alcance, Restrepo le mete el pepinazo con un maverick. ¿Con el maverick, mi capitán? El acento de Restrepo delataba su origen colombiano, de Santa Fe de Antioquia. Llegó a España con veinte años, huyendo de la violencia de su país, y en poco más de diez ya era cabo del Ejército del Aire y, a decir de muchos, con un brillantísimo pasado a sus espaldas. Cómo así, Restrepo, no jodamos más. Mi capitán, recuerde que el comandante nos indicó antes de salir de Cartagena que los maverick no habían pasado del todo la última revisión y que eran mucho más fiables los sparrow, que están nuevecitos. Hostia, Restrepo, pero los sparrow son de fabricación nacional. Restrepo guardó silencio. Tenía cierta fama de enigmático, aunque había quien aseguraba que más bien no había cogido del todo las variantes dialectales de la Península Ibérica. El capitán Da Silva meditó y concedió al fin: bueno, pues le metes un sparrow al puto oasis y si ves que no queda bien le arreas un maverick y salís todos pitando. ¿Cómo regresamos, mi capitán? En vuelo libre trucado y con la radio en clave tres. Ah, y al que se le olvide pasar los teflones a standby le arranco los huevos nada más aterrizar, ¿está claro? A la orden, mi capitán. Otra vez las tres voces unidas, fuertes, decididas. La suerte estaba echada, la operación lista para cumplirse. Esa noche Restrepo soñó con músicas de Guayacán y se vio abrazado a la mulata de Envigado con la que a través de internet se escribía últimamente. En su próximo permiso se va a enterar la tal Juliana de cómo se las gasta un piloto de combate del ejército español.

V.

1 de abril. 12:40. La familia de Ibn-Al-El-Acheb levanta la vista de los bocadillos. Los siete niños apuntan con sus deditos hacia los tres aviones que se acercan como centellas. El cabeza de familia corre a poner a salvo los camellos. La abuela, sorda y medio ciega, no se inmuta. Su hija, Fatima Irisa, movida por una súbita intuición, grita a su marido que no sea hijoputa y que recoja primero a los niños, pero su marido se aleja al trote de los camellos mientras los pequeños siguen al lado de Fatiama Irisa y ríen excitados. El mayor ha empezado a lanzarle a la abuela puñados de arena y otros cinco lo imitan. El bebé sigue sentado y clava una y otra vez un palito en la arena. Fatima Irisa, desesperada, se quita el pañuelo de la cabeza, se saca la chilaba, se desabrocha el sujetador y apuntando hacia los aviones con sus senos, dice barbaridades que los niños, que de repente han dejado en paz a la abuela, no entienden. El ruido de los tres F-18 es atronador, pero pasan de largo. Media hora después regresa el marido con un solo camello del ramal y vociferando. Los pequeños han vuelto a su diversión y la abuela ya está sepultada de cintura para abajo. Fatima Irisa ahora se ha puesto la chilaba por la cintura y sigue con los pechos al aire. Su marido grita y de las alforjas del camello toma un palo con el que se aproxima a Fatima Irisa. Dónde has puesto el kalashnikov, maldita, aúlla. Aquí, responde muy bajo Fatina Irisa y lo saca de debajo de sus sayas. Dispara a ráfaga. El marido cae y el camello da unos pasos más, indiferente. Los niños se han quedado quietos y la abuela cambia de postura y pregunta qué pasa.

En la base aliada el capitán le cuenta a Restrepo que menos mal que falló el sistema de tiro en el último momento, pues ahora dicen del Estado Mayor que las coordenadas que les habían pasado eran erróneas y que Zapatero ha declarado hace media hora a La Sexta que los aviones españoles no abrirán fuego si no es en defensa propia. Restrepo asiente. Juliana acaba de escribirle que espera que estas navidades la visite en Envigado y que le preparará lechón y buen aguardiente antioqueño y que lo va a bombardear con besos y carantoñas y que le gustaría que le comprara una casita con un mostradorcito fuera para vender arepas.

26 marzo, 2011

Vuelve la geografía. Por Francisco Sosa Wagner

Estoy muy alejado de las aulas escolares pero imagino que, en los nuevos planes de estudio ideados por esos pedagogos a la violeta que diseminan el desaliño intelectual, habrá desaparecido hace tiempo la geografía. Si se estudia, será para describir el arroyo del pueblo o la colina que se ve allá a lo lejos, mucho mejor arroyo y mucha mejor colina que la del pueblo vecino que, bien mirados, son dos birrias de arroyo y de colina.

Menos mal que existen los equipos de balompié porque así nos suenan Manchester, Milán y Stuttgart.

Andamos pues flojos de geografía pero a suplir esta deficiencia nuestra ha venido la tormenta de acontecimientos que pueblan desde hace meses los periódicos. Nos traen clases sencillas si se quiere pero están henchidas de enseñanzas que nuestras mentes acogen y que están enriqueciendo la alcancía de nuestros conocimientos, tan deteriorados ellos.

El curso empezó con los problemas bancarios y financieros de Islandia. Nadie sabía donde quedaba eso y además su capital -que tiene un nombre impronunciable- no participa en la NBA ni en la Champions, pero enseguida nos explicaron que Islandia no está en la Unión Europea, noticia que todos recibimos con alivio pues sus problemas eran de ellos pero nuestros ahorros estaban a salvo en los bancos de la Unión Europea.

Se nos torció el gesto cuando nos dijeron que Grecia tenía en sus cuentas más agujeros que una red de pesca. Grecia sí está en la Unión Europea pero, para tranquilizarnos, vinieron a aclararnos que España no es Grecia. Y, cuando le pasó lo mismo a Irlanda, que también queda cerca a efectos económicos, supimos que España no es Irlanda.

Ahora, en estos mismos días, añadimos otro conocimiento precioso: España no es Portugal y nos acordamos de Aljubarrota, de Felipe II, del conde duque de Olivares y de fastos pasados y nefastas jornadas. Como los acontecimientos financieros y quiebras de Estados, regidos por manirrotos, se precipitan, también las cuestiones geográficas se nos amontonan: Bélgica no es Grecia ni Irlanda; Italia no es Portugal; Francia no es Italia ...

A completar todo este cuadro tan vivo ha venido el terremoto japonés. Gracias a él nos enteramos de que Burgos no es Fukushima ni Cofrentes Burgos. Confusiones pues que para siempre debemos borrar de nuestras turbias mentes.

En fin, desde que desapareció el protectorado de España en Marruecos no nos habíamos ocupado de África más que para ir a Marrakech a ver la plaza de Jamaa el Fna o a Túnez a pasar unas cálidas vacaciones de invierno. Ahora, con esas turbulencias en las que los pueblos están abriendo caminos y las almas aprendiendo a respirar, se acumulan las lecciones: empezamos diciendo que Egipto no es Túnez, luego que Libia no es Egipto, ahora que Marruecos no es ni Túnez ni Egipto, tampoco Libia. Yemen no es Bahrein y Siria no es Jordania.

¿Quién da más? Tantos años de sequía geográfica, tantos esfuerzos destinados a ver la geografía como un parvo capítulo de nuestra identidad intransferible reflejada en el Estatuto de Autonomía de nuestro pueblo, para acabar moviéndonos con esta soltura por el mapa y distinguiendo arcanos: Portugal no es Irlanda, Burgos no está en Japón ...

Y así, poco a poco, vamos haciendo el Bachillerato. La letra con sangre entra, decían nuestros abuelos. Ahora es la geografía la que con crisis y terremoto entra.

25 marzo, 2011

Un día en la vida de Wilson Petrachinski. 1.

Le espera a Wilson otra jornada dura, intensa, cargada de compromisos. Pero le gusta, llegó la hora de recoger el fruto de tantos años de brega. Cincuentón bien cumplido, suele dedicar en cada vuelo, y especialmente en los del Puente Aéreo, unos minutos a la reflexión sobre lo sinuoso de su vida y lo dichoso de este último tiempo. Se va quedando absorto y, al cabo, echa una cabezadita. Siempre lo despierta el golpe de las ruedas sobre la pista de aterrizaje.

Nació en Tucumán, pero no le gusta hablar de su juventud ni de los estudios de Pedagogía y Psicología en Rosario. Sí, en cambio, rememora con gusto su doctorado en la Universidad de Barcelona, cuando vivía en casa de aquella hermana soltera del abuelo republicano que se exilió en Argentina, y se ganaba unas pesetas a mayores cantando lo mismo tangos de Gardel que canciones de Atahualpa Yupanqui en algunos bares de regular fama.

Pareciera que las cosas vinieron rodadas, pero hubo que ponerles esfuerzo y, por qué no decirlo, esa pizca de genio. Veinticinco libros no son moco de pavo. Ni él mismo es capaz de recitar a bote pronto todos los títulos. Recuerda bien el tercero, cómo no, pues era una versión de la tesis doctoral, abreviada y descargada de morralla erudita: “Pulsiones básicas del niño recién escolarizado. Estudio de diez casos”. Era el tercero, sí, pues el primero que publicó se llamaba “El niño integral. Consejos para una educación que vaya al grano”. Antes había hecho otro, pero ese no apareció con su firma, sino bajo el nombre de su maestro, don Higinio Rabanal i Cervera, toda una institución académica, modelo de honestidad intelectual y de rigor científico y forjador de una de las más influyentes corrientes de la contemporánea teoría de la educación, la conocida como “Educación Numérica Alfabetizada” (ENA), cuyo principal mensaje, desarrollado en múltiples artículos y monografías y en un sinfín de tesis doctorales, viene a ser que el niño, en sus primeros años en la escuela, debe recibir una dosis equilibrada de letras y de números y que conviene que aprenda a escribir las cifras también en letra y que tenga claro el número de rasgos o trazos básicos que componen cada letra mayúscula. Por su gran aportación recibió don Higinio muy abundantes reconocimientos y variados homenajes, entre los que se cuenta el doctorado honoris causa por la Universidad de Rosario, ocasión en la que conoció a Lioba Petrachinski, prima de Wilson, que le habló de este y se lo recomendó.

La suerte hizo que un discípulo de don Higinio ocupara entonces cargo importante en el Ministerio de Educación, en Madrid, y que pudiera ayudar un poco para que Wilson recibiera una beca mediante público concurso. Siempre ha entendido Wilson que el afecto que en todo momento ha profesado su maestro a su prima Lioba, por la que continuamente pregunta ahora que ya tiene muy mermadas sus facultades, obedece a lo muy agradecido que el viejo le está a ella por haberle puesto en la pista de su avispado primo, él, Wilson. Aunque, para decirlo todo, también recuerda que, con ocasión de una visita de ella a Barcelona allá a comienzos de los ochenta, los sorprendió, a Lioba y a don Higinio, besándose apasionadamente en el despacho de la facultad, pequeña travesura a la que nuestro hombre jamás dio mayor importancia, y máxime cuando, al poco, don Higinio enviudó y ella retornó a su país sin nuevos incidentes y para casarse con su novio de toda la vida, un conocido poeta y articulista de La Nación.

Pues aquel primer libro que redactó para don Higinio y por encargo de este se titulaba “Experiencias educativas en una favela de Río de Janeiro. Análisis desde la obra de Paulo Freire”. Nunca le confesó a su mentor que el escrito era poco más que la traducción de un libro salido años antes en una muy poco conocida editorial de Curitiba, O Seculo do Neno, y traducida precisamente por la hermana de Lioba, Francisca Petrachinski, que había trabajado en tiempos en el consulado en Porto Alegre, antes de casarse con el rector de una universidad privada de la Patagonia, la Universidad Pedagógica de la Santísima Trinidad. Temió al principio Wilson que su fechoría fuera descubierta, con la inevitable pérdida del favor de don Higinio, pero nada sucedió, a pesar de que el libro apareció en la Editorial Akal y fue, incluso, traducido (retraducido, a decir verdad) al portugués , traducción que sirvió, entre otras cosas, para que don Higinio recibiera un nuevo doctorado honorífico, esta vez por la Universidad Metodista Nelson Mandela de Guarulhos (Brasil), de la que era en aquel tiempo rector el doctor Regino Cagigal i Lloveras, quien, siendo aún un joven dominico, hizo su doctorado con don Higinio sobre “Métodos estadísticos de cuantificación infantil” y luego se casó con una mulata brasileira, al poco de llegar a su primer destino misionero. Dicen que fue por amor o por los ardores de esa mujer, Guadalupe Covinhas, por lo que el doctor Cagigal no sólo colgó los hábitos, sino que cambió de fe y se puso a trabajar en esa universidad que en los años sesenta había fundado un tío de Guadalupe que era íntimo de un general muy influyente en la zona y sumamente preocupado por la formación plena de las crianzas.

De por qué jamás se descubrió esa inconfesable y azarosa historia del libro al que don Higinio puso nombre y la prima de Wilson traducción tuvo noticia nuestro protagonista cuando, en un viaje privado a Curitiba a mediados de los noventa, preguntó muy discretamente en una librería por el autor de la obra original, Joao Damasceno Cunha da Silva Portopreto, y dio la grandísima casualidad de que había sido primo segundo de la librera y que había muerto por causa de unas extrañas fiebres al volver de un viaje a París y el mismo año en que don Higinio recorría las capitales catalanas haciendo presentaciones de su obra.

(Continuará)

24 marzo, 2011

Corrupción y Fórmula 1. Una propuesta para que los políticos tomen ejemplo de los pilotos. Por Igor Sosa Mayor*

(Publicado hoy en La Nueva España)

Con la inevitabilidad con la que llegan las estaciones (en este país al compás marcado por El Corte Inglés), los españoles nos vamos acostumbrando a la aparición pertinaz, cual sequía franquista, de casos de corrupción en esta España nuestra tan felizmente plural cuan uniformemente pícara. La corrupción, esa procacidad del servicio público, se ceba despiadada a diestra y siniestra del espectro político, arriba y abajo del escalafón, dentro y fuera de la administración, y ya solamente el alcalde pedáneo parece a salvo de las componendas y trapicheos... Por nuestras tierras un consejero de Educación ha conseguido acumular (presuntamente) unas hazañas delictivas que solamente de un consejero de Vivienda las hubiéramos esperado. Los politólogos buscan el bálsamo de fierabrás en las listas abiertas, los mandatos limitados, los controles de agencias independientes... Todo ello, lo sabemos ya, no conduce más que a la melancolía cívica y la desesperanza democrática.

Sin embargo, tal vez la solución sea tan descaradamente fácil como dirigir nuestra mirada a otros ámbitos profesionales alejados del gremio político. Por eso yo modestamente propongo que nuestros políticos tomen ejemplo de los pilotos de Fórmula 1. A poco que uno se fije, advierte que estos intrépidos individuos salen a la palestra portando un traje ignífugo tachonado con una miríada de nombres de empresas patrocinadoras: bancos, aseguradoras, empresas de neumáticos... Nadie espera de ellos que se presenten impolutos, actores de una farsa en la que ellos solitos han conseguido un coche estratosférico, cuarenta y siete mecánicos, miles de litros de gasolina, etc. Al contrario: muestran sin remilgos las cicatrices morales de haber llegado donde están.

¿Por qué no hacer lo mismo con nuestros políticos? Así, en lugar de aparecer ante los votantes disfrazados de representantes de ideologías tan campanudas como esclerotizadas, el político aparecería con un traje constelado de los nombres de bancos, empresas farmacéuticas, consorcios energéticos... De todos aquellos, en suma, que estuvieran contribuyendo a que él pudiera desplegar esa fanfarria cansina de mítines y contramítines, esa faramalla sempiterna de propuestas y contrapropuestas, esa parla desconchada de promesas y contrapromesas. Los votantes podríamos así ejercer nuestro derecho con la conciencia tranquila de saber que «esta vez voto por las farmacéuticas», «yo me inclino por los ofimáticos»...

* Ígor Sosa Mayor es investigador del Instituto Universitario Europeo de Florencia

Fracaso escolar

(Publicado hoy en El Mundo de León)

Resulta que hay gran preocupación en las altas esferas porque nuestro abandono escolar es de los mayores de Europa. Los chavales dejan los estudios con un portazo y se van a sus casas o a buscar trabajos no cualificados. Por lo visto, se llama fracaso escolar al hecho de que los estudiantes que se matriculen de algún estudio lo abandonen sin conseguir el título pertinente. Me parece que a nadie se le ha ocurrido todavía pensar que más fracaso será que lo terminen sin tener ni noción de lo que se supone que debían aprender. Ahora esa misma idea llega también a la universidad y se quiere que todos aprueben. No sé por qué, en cambio, no llaman fracaso futbolístico al hecho de que, de los muchos que empiezan en juveniles, poquísimos acaban jugando en primera división. ¿Por qué cada alumno de Biología o Filología ha de agenciarse su título, para que no haya fracaso, y, en cambio, cada atleta federado no va a las olimpiadas o la selección nacional?

Una vez tras otra se intenta reformar las instituciones educativas para que los jóvenes no se larguen con su música a otra parte, a ganar dinero más rápido, a vivir de la familia o a intentar colarse en El Gran Hermano u Operación Triunfo. Es raro que no se nos haya ocurrido aún que lo que hay que reformar es la sociedad. Se piensa que los muchachos van a aficionarse al estudio y a valorar el esfuerzo intelectual nada más que por arte de birlibirloque. Casi todo el mundo, empezando por sus parentelas, pendiente nada más que del fútbol o de las andanzas eróticas de cualquier descerebrado que aparezca en la telebasura exhibiendo su currículum de macarra o de hetaira de lujo, casi toda nuestra tropa admirando babosamente al que vive del cuento o del cuerpo, del balonazo o del pelotazo, y resulta que a los chavales les va a apetecer más leer a Shakespeare o resolver unas ecuaciones bien complejas que acompañarnos en el sofá, en camiseta y chanclas y con unos regüeldos de cerveza.

La prueba de que el asunto no tiene arreglo es que todos nuestros gobiernos pretenden resolverlo bajando la exigencia y aflojando el rigor académico. Así podremos presumir pronto de que todos los que se pasan el día cual momias ante la tele son titulados superiores. Qué lujo

22 marzo, 2011

Nuestros evanescentes bien alimentados

Muy breve, que llevo todo el día disertando para estudiantes a la boloñesa y en casa me esperan una familia y una cena (que hacer).
Hace un rato puse a los estudiantes a comentar unas sentencias por escrito -no suelo escaquearme con esos trucos, pero hoy había que meterlos en vereda- y, mientras, me dediqué a hojear El País del día, edición en papel. Casi me da un soponcio. Todo quisque ahí a favor de que los zapaespañoles vayamos a la guerra de Libia, que a este paso ya es casi guerra santa.
Yo no me pronuncio sobre el fondo, sino sobre la superficie. Concretamente, sobre lo superficial que es la gente que parece seria y profunda. Debe de ser que yo no me entero y que, corroído siempre por las dudas, no capto que mis contemporáneos más resultones viven en la certeza y cambian de certezas según sople el viento o dependiendo de con quién vayan a salir esta noche. Sus convicciones son como sus tangas, vaya, los tienen de distintos colores y algunos hasta con sabores. Pa que veas y pa que no te pares nunca a debatir en serio y como si te fuera la vida en lo que ellos se ponen a modo de calzoncillo mínimo.
Qué le vamos a hacer, a mí se me abren las carnes, pueblerino birrioso que soy. Nunca llegaré a nada, me falta cintura ideológica y tengo el alma más rígida que confesor tridentino. Dudo, sí, hasta sobre algunas guerras. Pero no se me quitan las dudas al ver qué decide mi amo. No tengo amo, y conste que reconozco que vendría bien. Y si fuera simple, tontorrón y veleta, como el de estos ideólogos de la falta de sustancia, mejor que mejor. Ni ama. A muchos los veo más bien con ama: cueros, antifaces, látigos y unos alfileres o imperdibles que les colocan ellas a ellos cara al sol en los cataplines para que griten que les gusta. Y ellos gritan que sí y que más y ahora Zapatero que mande a la Legión y todo y que corten a Gadafi en finas rebanadas y lo echen a los cerdos y que jamás se habrá visto ni oído guerra más justa, oremos.
Ya me había excitado con las primeras treinta páginas, de las cuales dedica el diario oficial dos tercios a glosar las virtudes de esta guerra nuestra y las excelencias de nuestras armas y las de nuestros aliados, incluido EEUU, que ahora es de los buenos más mejores, de los nuestros de toda la vida. Pero cuando llegué a la 31 y me encontré la tribuna de Vicenç Fisas, que pone que es "director de la Escuela de Cultura de la Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona", me vine con todo y me quedé como vacío.
De la Escuela de Cultura de la Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona, manda cojones. Lo que son las universidades hoy en día. Alucinas.
Se les ha quedado la ideología oficial chuchurría por culpa del ama, y sus escuelas de la paz se han puesto a declarar la guerra. Si quieres pacer, para bellum. Ya lo decían las vacas de mi aldea, tan cucas. Que tu mano derecha no sepa a quién dispara tu mano izquierda.
Tienen un descaro cósmico y una infinita hambre de pesebre y buen pienso. Luego existen.

21 marzo, 2011

Según va en la feria

Voy a describir los hechos tal cual, aunque saque al protagonista con los ojos velados, como en esos periódicos donde reconoces perfectamente a tu vecino presunto, pues no hay en todo el barrio otro con unas bermudas así ni con esos pelillos sobaqueros. Será inútil mi tonta prudencia, pues alguien se me molestará de todos modos: el protagonista real y otros cinco que se darán por aludidos aunque no vaya por ellos. Todo sea por la patria.

Hace unos cuantos días me encontré en un tren con un profesor al que conozco de tiempo ha. Se acreditó para catedrático hace un par de años o así y ya usa y disfruta la correspondiente plaza en su universidad. Me alegro por él. Llegar le costó unos cuantos revolcones en concursos diversos y habilitaciones. Por lo común, ninguno de los que ha pasado por tan duro trance te dice lo de que vaya faena que había otros candidatos mejores, o que estuvo flojito el día de las pruebas, o que iba nada más que a foguearse porque no se consideraba todavía maduro para esa empresa. No, todos han sido víctimas de cósmicos agravios y conspiraciones universales. Al creyente lo discriminaron por culpa de su fe y al ateo por no ir a misa, al de izquierdas por rojo y al derechoso por contaminar; todos vienen, heridos, de la injusticia y cada uno ha padecido la fechorías de cada sistema, menos uno, y de todos los colegas malditos, menos uno: el sistema con el que triunfaron y el o los colegas últimos que, conocidos o no, los evaluaron positivamente al fin. El bebé no se huele su propia caca, o no le molesta; decía Freud que hasta disfruta, pero no me acuerdo de por qué era.

Le pregunté al buen hombre que cómo le iba y no tardé ni un minuto en arrepentirme. Me contó que muy bien, y me lo contó por extenso, sin respirar y sin acordarse antes de preguntarme que qué tal yo por casa y cómo marcha la familia. No, catapún, puso el disco y me soltó el recital completo. Resumo de modo muy esquemático:

1. Que hay mucho hijoputa en estas asignaturas y que yo bien lo sabré. Te quedas con la duda sobre la intención, quizá de hacernos cómplices, quizá de ponerme en la cola para el Averno, pero sigues con la mueca de sonreír porque ya te estás preguntando quién te manda ser amable con los desharrapados.

2. Que ahora sí que es feliz, pues, por primera vez en su vida y en este oficio, tiene buenos asideros y magníficos cargos. Como no le pregunté cuáles, pues me había quedado medio absorto mirando los muslos gigantescos de una de Reus que iba en el asiento de al lado -sé que era de Reus y sé muchas más cosas porque se pasó el viaje contando su vida a los de enfrente o a los que llamaba por teléfono; ya ven qué viaje, entre gordas facundas y cátedros histéricos-, me lo contó por propia iniciativa. Me dijo: “Ahora estoy en la ANECA y en la ANEP”. Se quedó mirándome con una ceja levantada, cual si fuera la suya una valía de presidente cazurro, y yo empecé a lamentar que nunca hubiera leído este blog ni el de Faneca. Mucha gente ya se corta de decirle a uno determinadas cosas, por si luego voy y las casco; como así ocurre.

Me puse a pensar qué cargos serían esos en tan altas instituciones de la academia y la macadamia. Pero, como otra vez tardaba en preguntarle, empezó a darme las explicaciones pertinentes, henchido e hinchado. “Ahora me mandan de la ANEP proyectos para evaluar y estoy de evaluador de acreditaciones en la ANECA”.

Los cargos eran esos. Ya ves. A media humanidad -o a más de la mitad de los cátedros y titulares con algún sexenio- les suele mandar la ANEP proyectos de investigación para evaluar, y para lo de la ANECA piden voluntarios y luego hay un sorteo, como para las tómbolas y lo de la muñeca Chochona de cuando las verbenas en los pueblos. No digo que esté bien ni mal ser evaluador de tal o cual cosa, líbrenme los dioses y ya he confesado a veces que yo de adolescente me masturbaba y que ahora, cuando no aguanto más, evalúo. Pero no sabía que eso era tener un cargo y que había que estar así de contento. Debió de notarme la perplejidad mi feliz interlocutor, pues añadió un nuevo dato, crucial:

3. “Ahora soy yo el que tiene poder y verás cómo me respetan”.

Me miró retador. Yo me fui al baño un rato. Al volver, me desvié hasta el bar del tren para tomar una cerveza a morro. Cuando regresé al asiento, seguía allí y me sonreía, sobrado. Se relamía con su bífida lengüita. Me puse a comentarle detalles del paisaje, que si mira qué monte, que si fíjate qué aguilucho sobrevuela esa laguna. Pendejadas. Él me observaba satisfecho, quizá convencido de que me tenía acojonadísimo. Cierto que se me contraía un tanto el gesto, pero es que cada vez que lo miraba me volvían los apretones, con perdón.

Llegó su estación al cabo, menos mal. Al despedirse, todavía añadió algo más:

4. “A ver cuándo me invitas a una conferencia en León, ahora que estoy en mi mejor etapa y que tengo influencia”. Para acabar de hundirme, remató así: “Tú y yo tenemos que hablar y podemos hacer muchas cosas juntos”.

Este sistema actual de acreditaciones tiene una gran virtud, la de permitir que, cada tanto -y sin que tampoco sea la regla sin excepción- salgan adelante buenos profesionales que, por problemas de escuela y de componendas, estaban atascados y desasistidos y merecían mejor suerte que la que se les estaba reconociendo antes. Muy cierto. Como cierto es igualmente que padece un gran defecto: permite que se cuelen los imbéciles. Como te lo digo. Antes, cualquier tribunal (bueno, cualquiera no, si eran de la misma camada, bailaban al mismo son y se enfangaban al compás) los detectaba en cuanto abrían la boca y se colocaban tal que así, y era poco menos que inevitable marcarles la suela del zapato en el culo. Ahora pasan porque tienen muchas estancias en el extranjero, en casa de una tía carnal, y porque les han indexado la punta del... Bueno, dejémoslo así.

Toda la vida lo he dicho, repitiendo lo que era una frase hecha en mi pueblo: hay que matarlos de pequeños, antes de que crezcan e invadan las agencias.

En fin, me disculpo. Pero así está el ofidio; perdón, el oficio.