27 julio, 2006

Vacaciones

Como diría un locutor pedante, se impone un paréntesis vacacional. Ahora en cristiano: este bloguero se va de viaje una semanita, a explorar a golpe de kilómetros de carretera el Benelux. Luego, a practicar esa resistencia civil consistente en estar tranquilamente en casa en agosto. Y voy a ver qué se siente sin esta cita diaria con el blog y sus amigos. Posiblemente síndrome de abstinencia, pero aprovecharé para refrescar y cargar mis ya muy resecas neuronas.
Pendientes me quedan las muy sabrosas polémicas que en los últimos tiempos se traen por aquí los más fieles e inquietos. Algo habrá que decir de todo eso dentro de unas semanas.
Total, que UN SERVIDOR REGRESARÁ A ESTA PLATAFORMA VIRTUAL HACIA EL 20 DE AGOSTO. Abierto queda, no obstante, el lugar para que, entretanto, sigan con sus interesantes debates los amigos que lo deseen.
Mil gracias, una vez más, a todos los compañeros de este viaje, a todos los que me han ayudado hasta aquí a comprobar que no existen las distancias, que son compartidas las inquietudes y que sigue habiendo ocasión y lugar para dialogar.
P.D. Les contaré a la vuelta cómo le va a un bloguero cuarentón terminal el matrimonio con una mujer bandera ;)

25 julio, 2006

Qué memoria me importa más.

No debe una sociedad decente perder la memoria, pero es muy complicado recuperar los recuerdos y transmitirlos ecuánimemente. Las políticas de la memoria colectiva son un terreno abonado para la manipulación y está siempre presente el riesgo de que sucumban ante estrategias interesadas, partidistas, políticas de memoria selectiva, de memoria parcial o fragmentaria, que son de desmemoria. Ya hemos dialogado aquí algo sobre el empeño de las fuerzas parlamentarias hoy dominantes para rescatar la conciencia de lo que fue la II República o la guerra civil, y no quisiera repetirme. A este propósito, sólo pretendo volver a resaltar que tales remembranzas sólo se justifican por el afán de hacer justicia a las víctimas y por el de aleccionar a las generaciones actuales sobre las consecuencias de determinadas maneras de entender la lucha política y el debate social. Propósitos nobles ambos, pero que requieren el esfuerzo de la equidad, de dar a cada uno lo suyo y, sobre todo, de no convertir ese plan en baza electoral o en revancha de despiste. Nada más contraproducente que reabrir heridas y fomentar maniqueísmos so pretexto de traer el pasado al presente. Tanto el silencio como el grito militante y furibundo contaminan de ilegitimidad un designio necesario. No debe importar tanto quién mató más o quién tuvo mayores culpas de aquellos atentados contra la libertad y la dignidad de las personas como enseñar a todos, y sobre todo a los que aún pueden aprender, qué procesos de demencia colectiva y de fanatismo amenazan a las comunidades que no profesan fe bastante en las reglas del juego democrático. En mi opinión, la reflexión sobre nuestro pasado ha de enseñarnos ante todo que una sociedad no imbuida de la convicción liberal, en el sentido político más noble de este término, es una sociedad potencialmente cainita, siempre al borde del abismo y tentada por el exterminio del otro. Debemos mostrar a la juventud que el rival político que juegue en buena lid no es jamás un enemigo, menos aún un demonio o un apestado, sino un compañero en la empresa común del gobierno, alguien que nos propone alternativas y las somete a nuestro juicio libre, ya se exprese éste en las urnas o en el debate social. Poco se percibe de semejante filosofía política en las agresivas proclamas de los partidos actuales, todos, sea cual sea el campo en que se enfrenten, incluido aquel de la llamada memoria histórica.
Personalmente me interesaría aún más una política, a ser posible pactada y leal, orientada a explicar a la juventud cómo fue la vida bajo el franquismo, atendiendo en particular a la vida ordinaria, al día a día de las gentes. Mi personal y bienintencionado ajuste de cuentas lo quiero con aquella época oscura, cutre, triste. De la República sé por los libros y me sumen en sana perplejidad intelectual las polémicas de esos historiadores, de acá y de allá, que tienen más de militantes que de científicos sociales. De la guerra conocí por mis padres y otros de su generación historias de espanto de todos los colores. Ellos mismos me narraron muchas veces los horrores de la primera postguerra, la prepresión que mi padre contempló, aún como soldado, en el penal de Burgos, el hambre desesperada de toda la familia de mi madre, que salía a los caminos y a los campos a mendigar restos de comida o a buscar simples hierbas con las que poder hacer una sopa aguada para no morir de inanición. Y he leído bastante de lo que en aquellos años cuarenta escribía un miserable hatajo de intelectuales del régimen, paniaguados que iban cambiando los tonos de su discurso a medida que se modificaban las circunstancias del régimen, primero con acentos abiertamente hitlerianos y después tejiendo aquella perversa síntesis de autoritarismo personalista y de lectura sesgada de los clásicos del pensamiento tomista y de la Escuela Española de Derecho Natural. La vileza de arribistas cultos, representados de modo eminente por un Legaz Lacambra, por citar un solo caso, debería quedar como testimonio indeleble de nuestra historia nacional de la infamia. Pero hablar, todavía hoy, de estas últimas cosas sigue resultando problemático, pues ahí aparecen, con sus miserias al aire, muchos de los que fueron maestros y parientes de más de uno de los que todavía cortan el bacalao, ya sea en el parlamento, la academia o los medios culturales. Alguna vez he pensado publicar una antología de aquellos escritos, en colaboración con alguno que fue doctorando conmigo y trabajó a fondo estos temas. Ya veremos.
Sí tengo recuerdos personales de la vida bajo la dictadura, pues murió Franco el mismo año en que comencé mi carrera. Me sorprende lo ajenas que mis vivencias juveniles les suenan a los muchachos de hoy. Y me gustaría que entre muchos fuéramos capaces de mostrarles, a ellos que piensan que la libertad es gratis y la democracia una institución natural y espontánea, cómo era la vida bajo una dictadura, bajo una dictadura represora, obtusa y confesional.
Puede que a muchos de los que vamos siendo mayores nos atenace una especie de amnesia deliberada. Enternece ver a padres y abuelos adaptarse con el mejor espíritu a los aires de tolerancia y libertad que barrieron de nuestro país, después del setenta y cinco o del setenta y ocho, los recuerdos de aquel oprobio, de aquella vida domesticada, de aquel miedo. A las buenas gentes las posee una especie de pudor, de vergüenza, de sano deseo, también, de mirar hacia adelante y de recuperar en lo posible el tiempo perdido en temores, conformidades y forzadas oraciones. Y muchos de los que nos gobiernan, a un lado o a otro, tienen poco interés en destapar esa parte más inmediata del pasado, pues habría que explicar dónde estaban o qué hacían sus propios parientes, o ellos mismos.
Comprometámonos los que podamos a relatar, del modo que sea y en los foros a los que logremos acceder, cómo era la vida en aquellos tiempos oscuros de la represión y la censura. No con ánimo meramente justiciero, con designio aleccionador más bien y para que por contraste se perciba cuánto vale esta libertad, que no es una libertad natural, sino un muy frágil equilibrio entre las presiones de tarados y trepas de todo pelaje.
Fueron muchos los muertos durante la guerra y durante la persecución que la siguió, y bien está recordarlos y lavar su nombre cuando fueran inocentes vilmente ajusticiados y torturados, sin duda. Pero hace falta también rendir homenaje a todos los que siguieron viviendo en medio de aquel poder asfixiante que vigilaba todos sus actos y castigaba al que se saliera de la ortodoxia, en la calle, en la casa, en el bar, en el trabajo, hasta en la cama.
Otros días iré, como modesta aportación personal, sacando aquí mi pequeña memoria de tantas pequeñas cosas de aquellos tiempos indignos. De aquella abuela que tenía catorce hijos y se volvió loca, mientras el cura de su parroquia le decía que era una puta y se condenaría si no seguía dándose a su marido y pariendo toda la prole que dios le enviara. De la guardia civil multando a mi padre por segar en domingo las hierba que habrían de comer sus vacas. De mi mismo, con mis trece o catorce años, psicológicamente torturado por aquellos curas que aseguraban que poseían prueba científica de que se nos secaría la médula espinal y nos quedaríamos inválidos si nos masturbábamos. De esto no hace setenta años, hace treinta u cuatro, solamente treinta y cuatro.

24 julio, 2006

Registro (in)civil.

Dicen que el Derecho, como el aire, está por todas partes. El sábado no lo notamos mayormente, pero hoy tocaba ir al registro civil a llevar el papelillo para que nos inscriban en la nueva condición. Casi un acto de resistencia civil, en estos tiempos en que las instituciones jurídicas se desjuridifican y, por contra, las relaciones sociales que antes eran espontáneas y al albur se llenan de normas y condiciones.
Así que llegamos al lugar en cuestión con el despiste propio de los profesores de la cosa. Vemos un letrero que pone "Matrimonios" y "Extranjeros" y pensamos que, obviamente, debe de ser allí. Un espacio extenso, lleno de mesas vacías propio de oficina en horas de café. Al fondo, una muchacha joven con ese inefable brillo en los ojos que da la condición funcionarial. Nos dirigimos hacia ella con paso decidido y nos para en seco con un gesto terminante de su mano. Reparamos en que tiene un teléfono adosado a su mejilla. Amplía el gesto y nos indica que esperemos en la puerta. Retrocedemos, esquivando mobiliario, y nos quedamos en la entrada, yo con el mosqueo burocrático habitual y ahora un poco más, como de ácrata casado. Pongo la oreja, guiado por la intuición más morbosa. Acierto. Suena en susurro la voz de la joven funcionaria. Sugerente combinación de palabras y onomatopeyas:
- Mmmmm... uy.... aaahhhh.... sí, yo también.... en casa.... ñññññññmmmm.... claro.... esta noche....muamuamuaremuá....jajajajajaja....y yo más....como otras veces...ay, tontín....sí, solos....mmmmmmmmmmm...fsssss....¿y la cosita?....ay, no me digas...ñanñamñam...aaaaaaahhhhhh.
Cinco minutos de nada. Era rápida la chica, menos mal. O lenguaraz la contraparte.
Escuchamos el clic y un suspiro y nos aventuramos de nuevo por los vericuetos de la enorme estancia, confiados en encontrarla receptiva para nuestros requerimientos registrales, contenta.
- Que mire, que para inscribir un matrimonio.
- Ah, eso es en el mostrador de al lado.
- Es que vimos que ponía "Matrimonio" aquí, ¿sabe usté?
- Aquí es para matrimonios civiles, para los expedientes y eso.
- Ah, lástima no haberlo sabido antes.
Temerosos de un nuevo yerro y de ir a parar a la sección de matrimonios militares, nos ponemos a la cola de un mostrador general. Pronto se capta que a la funcionaria de ese lado hace una buena temporada que no la llaman por teléfono en horas de trabajo.
- Cubran este impreso.
Lo rellenamos aplicadamente y con conciencia de que no nos va a alcanzar el ejercicio ni para un notable. Yo no recuerdo la fecha de mi sentencia de divorcio. Dichosas efemérides. Pensábamos que resultaría más romántico esto del registro. Para colmo, en el renglón siguiente interrogan sobre el número de orden del matrimonio. Esto ya nos da para unas cuantas interpretaciones. No discutimos, buena señal y prueba inequívoca de mi acierto al elegir a esta mujer. Con todo, el acertijo tiene su intríngulis, por lo del orden del matrimonio. Será el último, se supone. A ver, si llego y digo, no, inscríbame el anterior. ¿O se tratará de decidir quién es cónyuge A y quién cónyuge B?
Le entrego los papeles a la recta funcionaria y le explico, con cara de luna de miel y por favor no me jorobe mucho, que no me sé muy bien esos detalles de la otra vida.
- No importa, es que nos lo piden los de estadística. Ya me lo dirá cuando venga a buscar el libro de familia.
- ¿Y eso cuándo será?
- Pregunte dentro de tres meses.
¿Eso qué es? ¿Una prórroga?, ¿un periodo de reflexión?, ¿una discriminación positiva?, ¿aplazamiento del vínculo civil?, ¿exceso de gasto telefónico? ¿escasez de celulosa?
Culminado el trámite, nos vamos con nuestra dicha a otra parte.

Se casó el bloguero.

21 julio, 2006

Guerra

No soy pacifista. No porque le encuentre a la guerra ningún goce estético ni valor moral en sí, para nada. Se debe más bien mi actitud a un asunto de antropología filosófica, a que no contemplo con demasiado optimismo los recovecos de la naturaleza humana. Hay gente verdaderamente mala, con inclinación al abuso, el maltrato, la dominación violenta, con ambiciones desmedidas, insensibles a todo freno moral, que encuentran placer en el ensañamiento, el escarnio más cruel, la violencia más insana. El culmen de esa degenerada manera de ser nos lo presentan esos dictadores que llenaron de muerte el siglo XX, sin ir más lejos, los Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Videla... Y tantísmos más, tantísimos. Pocas cosas ilustran mejor que la lectura de sus biografías. Casi siempre sujetos cargados de complejos, de taras sicológicas, necesitados de compensar con su poder criminal su compulsiva inseguridad, su problemática relación con padres, vecinos, mujeres... Y con esa sobrecogedora habilidad para la oratoria encendida, para arrastrar a las masas, ignorantes y también acomplejadas, a base de quiméricas promesas de paraísos terrenales, de edenes de justicia, con su capacidad para manipular ese atávico instinto religioso de las gentes y trasmutarlo en la convicción de que luchan y matan por la beatitud social que seguirá al juicio final más cruento, más implacable. Considero legítima, moral, necesaria, inapelable, la abierta resistencia, violencia incluida, contra semejantes alimañas.
Me ponen muy nervioso los pacifistas guapos, de consigna tribal e inconsciente uniforme, con sus desfiles, sus fofas cancioncillas, su presunta superioridad moral alimentada de irreflexión y comercio de baratijas. Alguna vez en los últimos años he asistido, brevemente y con cierta desgana, he de reconocerlo, a algún acto contra la guerra, contra guerras de muy difícil justificación. Y con frecuencia la nobleza de la causa se nublaba a mis ojos ante lo incómoda que me resultaba la compañía, unos con el dichoso pañuelito de Arafat, menudo ejemplo, otros transidos de misticismo de tres al cuarto, otros poseídos por un maniqueísmo pueril, otros, los peores, aquejados de sangrante inconsecuencia y haciendo muy selectiva su antiviolencia de pacotilla.
Por si tuviera para mí poco con eso, he de añadir cuánto desprecio profeso por los nuevos profetas sanguinarios, por los nuevos fanáticos encabalgados en la enésima síntesis de fundamentalismo religioso y afán por deshollar infieles. No veo diferencias dignas de fundar distinción moral entre aquellos asesinos masivos que antes mencionaba a título de ejemplos extremos y los criminales dirigentes de Hamás, Hezbolá, etc., etc.
Dicho todo esto, tengo que proclamar ahora que no imagino con qué argumentos racionalmente convincentes y moralmente aceptables se puede disculpar la masacre que estos días está ejecutando Israel en el Líbano. Por mucho que se conceda a ese Estado el derecho a defenderse frente al fanatismo terrorista que lo rodea, y yo se lo concedo, por mucho que se estimen reprobables los continuos ataques y atentados terroristas de los grupos palestinos más extremistas contra su población civil, por mucho que condenemos la doctrina y la práctica de teocracias como la iraní o de dictaduras implacables como la siria, esa fiebre destructiva de los israelíes, que los lleva a bombardear población civil y a destruir los medios vitales de todo un publo, no puede comprenderse, no puede provocar más que indignación y desprecio.
También en la guerra hay clases y categorías. No me costaría admitir que el ejército israelí atacara de frente con todos sus medios las bases de Hezbola ni me dolería, francamente, que aplastara sus campamentos combatiendo en buena lid. Pero las víctimas son casi todas población civil sin culpa, niños que nada malo pueden hacer y que a nadie amenazan, enfermos, viejos. Es una miseria, un asco.
Parece que ya no caben más guerras que las guerras sucias. Los estados mayores organizan sus estrategias con un ojo puesto en la opinión pública, la del "enemigo" y la del país propio. Al rival se lo desmoraliza con el castigo de los más indefensos de su entorno, a la población propia se la quiere consolar con el dato de las pocas bajas de los suyos. La trinchera es estadística, la táctica mediática. Las ciudadanías veleidosas que disculpan el martirio del pueblo ajeno se vuelve críticass y reticenes, y hasta pacifistas, cuando ven retornar los ataúdes con los soldados de su lado. Los cuarteles generales adoptan maneras de empresa de marketing. Ejércitos que resguardan a sus soldados y se vengan en quienes no pueden defenderse, para estar a la altura de esos sus ciudadanos sin alma, innobles, vengativos, infantiloides.

20 julio, 2006

Comunicación juvenil.

Nueva charla en curso de verano y vuelvo a reflexionar sobre las circunstancias y razones de la muy marcada pasividad de los jóvenes asistentes. Es comentario general de profesores. No se animan los estudiantes a preguntar, cuestionar, debatir, por mucho que se los invite y se los anime.
Una primera razón para considerar se halla seguramente en la propia naturaleza de tales cursos, pues se inscriben a la pura búsqueda del crédito fácil y cómodo, sin que las más de la veces el tema y las conferencias les importen un bledo. Si un día se acaba el truco de la libre configuración, se van al garete por falta de matrícula la inmensa mayoría de los cursos que en todas las universidades surgen en este época como hongos en pinar de otoño. Y a los profesores se nos acabará entonces ese chollete con que cambiamos cada año las cortinas de casa o prolongamos unos días el alquiler de la casa en la costa.
Pero es bien cierto igualmente que tampoco en las clases ordinarias es nada fácil hacer a los contemplativos asistentes salir de su mutismo, cuando no del plácido letargo. Siempre es tentador creer que la causa está en la escasísima formación, unida al mortecino interés por cualquier cosa. Sin embargo, cuando se les fuerza a expresar sus ideas y opiniones por escrito los resultados no suelen ser tan desalentadores.
Se me ocurre otra hipótesis, relacionada con lo mediatizado de la comunicación juvenil, con sus condicionamientos. Si los profesores echamos una ojeada hacia atrás y recapacitamos sobre nuestro propio comportamiento en las aulas cuando teníamos esas edades, habremos de reconocer que tampoco lo nuestro era para lanzar cohetes, pues en nuestros tiempos estudiantiles ocurría algo similar y casi nadie decía ni pío. Sospecho, sin embargo, que las razones eran algo distintas. Entonces nos retenía principalmente la suma de nuestra natural timidez y de las convenciones sociales. La actitud de los profesores acostumbraba a ser mucho más autoritaria, menos liberal, no tan fomentadora de la participación y la interacción con los alumnos. Nos retenía el temor reverencial, la exagerada y artificial distancia entre los saberes nuestros y los que al docente se le suponían, el temor de no estar a la altura. Hoy no sólo ha cambiado mucho esa disposición del docente sino que, además, no parecen los chavales poseídos por aquellos reparos sociales y por semejante inseguridad compulsiva. ¿Entonces?
Creo que actualmente están mediatizados por la máquina. Si uno se fija, tampoco en los pasillos se aprecian grandes diálogos ni tertulias entre los propios jóvenes, desde luego no como antes, se han tornado mucho más silenciosos y solitarios. Ha cambiado la forma y el lugar de la comunicación. Donde ahora dan muchos rienda suelta a sus ocurrencias y a sus inquietudes es ante un teclado de ordenador. El correo electrónico, el msn y el chat están remplazando a la comunicación en vivo. En presencia impera la desconfianza, el reparo, mientras que se buscan los interlocutores y las almas gemelas y se intenta disipar las dudas de cualquier tipo a base de navegar por el ciberespacio y de rastrear en él almas gemelas o compañeros de fatigas. Es probable que ahí esté la causa de que nos sorprendan para bien cuando en lugar de abordarlos en vivo y en directo les pedimos que se expresen mediante los medios electrónicos. Pierde importancia la cultura oral a marchas forzadas y ocupa su lugar esa forma nueva de comunicación escrita, al tiempo que las convenciones ligadas a la inmediatez del interlocutor son sustituidas por todo un complejo entramado de reglas sobre las formas de esa otra relación a distancia.
Cómo no vamos a entenderlo nosotros, los mayores que hablamos y nos desahogamos también desde un blog, con alias casi siempre, los mismos que corremos un montón de veces al día a comprobar si alguien nos dice alguna cosa por correo electrónico.

19 julio, 2006

Humor juvenil

Lo viví de nuevo ayer mismo, en un aula de verano bien repleta de juveniles cazadores de créditos de pago, en medio del bochorno; me refiero al climatológico. Los jóvenes de hoy no se ríen con ironías, provocaciones o juegos de palabras más o menos ingeniosos. Sobran con ellos los alardes imaginativos o los guiños sutiles. Su actitud y su expresión son hieráticas, circunspectas, distantes. Cultivan una irrefrenable vocación de mobiliario, se complacen en ser adorno, adusta decoración de conferencias y clases. Molestar no molestan, no, ni se inquietan ni se impacientan aparentemente. Lo que les echen, pero no se pida más. Pasivos porque pasan, ajenos porque no se quieren de sí mismos.
Por lo que sé y lo que alguna vez he observado, sí saben reírse. Creo que con algunas series de televisión se tronchan, al compás de las risas de lata programadas para dar la señal. Sobre todo si, por ejemplo, sale un señor que dice un taco porque se le cayó la mesilla de noche encima del dedo gordo del pie. Te meas, hija. En el cine también los oigo carcajearse de vez en cuando, en las películas de terror o en las tragedias, cuando muere alguien y se queda con la boca abierta, o cuando la sangre le salpica la corbata al homicida de turno. Serán los tiempos, las modas o la alimentación, yo que sé. Pero bien claro dejan con su gesto impasible que están de más con ellos el humor político o la sátira o el guiño histórico o cultural. Para qué, sólo faltaba, este tío de qué irá, qué rollo más raro se gasta, de dónde habrá salido.
Me pregunto cómo reaccionaría uno de estos jóvenes estandarizados y pasados por la turbomix televisiva si se le hiciera leer un texto de aquellos de Julio Camba o de Tono, o ver entera una obra de Jardiel o Mihura. Alguno hasta mugiría, muy probablemente. Ni conocieron ni quieren saber nada del mundo anterior al petitsuisse. El tamiz de su agudeza tiene los agujeros muy gordos, su ingenio está virgen y su inteligencia asilvestrada. Les pasa con el humor igual que con la comida. Del mismo modo que prefieren un big mac o un hot dog chorreante de ketchup mucho mejor que una buena carne roja o un potaje de abuela, aprecian infinitamente más el chascarrillo chabacano o el eructo a destiempo que cualquier ironía sutil o envenenada o que una parodia certera.
Ellos no tienen la culpa, angelitos. Nadie les ha pasado la lija por las destrezas mentales. Al fin y al cabo, tampoco los jilgueros cantan igual de bien en su jaula que en los árboles, ni tienen los periquitos encerrados el plumaje tan lozano como los que vuelan libres. Los hemos hecho así entre todos, desde la cuna, los hemos castrado a base de cuidados, les hemos amputado las capacidades de tanto evitarles las fatigas, los hemos puesto miopes a base de indicarles que no miren nada que los canse o los alarme. Bien recogiditos en sus jaulas de oro, como los tenemos, no vaya a ser que sufran, se estresen o se paren a pensar. Pobrecillos. Criaturitas. Deberían poner a los más monos en las vitrinas y venderlos por lotes en los supermercados, para que nos realicemos dándoles toneladas de amor y comprensión en casa. Póngame aquel de allá, sí, el que masca chicle con la boca abierta; y también aquella otra, la de los michelines bajo la camiseta cortita. ¿En cuanto me los deja? Son para navidad, ¿sabe?

Corazón.

Visito a mi madre en su residencia al caer la tarde, después de mi charla en un curso de verano en Avilés. Comenzaba a llover. Está muy poco consciente, débil, agotada. Ese corazón ya no puede repartir energía por su cabeza y su cuerpo que se achica. Y hoy tiene fiebre, arde. Estoy con ella unas horas a solas y le pongo paños fríos en la frente para aliviarle la calentura. Le hablo y mueve la cabeza tenuemente para responderme. Sólo un par de veces logro que entreabra los ojos. Pienso mucho en silencio al principio, pero luego caigo en la cuenta de que oye todo y creo que posiblemente le gusta que le cuente cosas. La animo a que resista, pese a que sé que instintivamente y sin aspavientos se va acomodando para el definitivo viaje, aceptando el final con la naturalidad de esa parte animal que conservamos siempre para los momentos extremos y que nos honra y nos eleva.
Luego se me ocurre repetir lo que más le gusta en los últimos tiempos, que cantemos juntos las canciones de la tierra de los dos y de los tiempos de ella. Me sigue sin abrir los ojos, sólo moviendo levemente los labios, y le retorna a la boca la expresión de niña que tanto le noto estas semanas. Así vamos repasando juntos, con mi voz y con su alma, los viejos cantares.
Fui al Cristo y enamoreme,
mal haya de enamorar.
Desde que te vi aquel día,
morena mía, ya no te podré olvidar.

O aquella otra:
Soy de Verdiciu,
nací a la vera
del cabu Peñes
xunto a la mar
.

O la de:
Baxaron cuatro alleranos,
todos cuatro de madreñes
y en Santullano pidieron
fabes, tocín y morcielles.
Les fabes non taben buenes,
morciella no había ninguna,
el tocín taba en el gochu,
válgame Dios qué fartura.

Me pareció que sonreía, allá en el fondo. Ansiaba, seguro, esa juventud nueva a la que se acerca, para quedarse, ese mar de recuerdos eternos.
Antes de irme la propuse un trato, que resistiera unos días más para que, a cambio, el domingo podamos ir a llevarle ese ramo de flores que también es suyo, porque la ayuda a perpetuarse y le permitirá viajar tranquila, aún más tranquila. Asintió con más energía. Pero haga lo que haga, está ya para siempre en su derecho, y hará bien. No me debe nada, nada.
Al irme la besé de nuevo y acerqué mi cara a su boca y le pedí que me diera un beso. Me dio tres, con los ojos cerrados y las últimas fuerzas. Creo que ya está descansando en paz.

17 julio, 2006

La privatización de las universidades públicas.

La universidad pública está siendo subrepticiamente privatizada. O, por mejor decir, asistimos a una paraprivatización. No sucede solamente en la Universidad, también en muchas otras entidades de titularidad pública. No se trata de que pierdan legalmente su estatuto jurídico-público y sean puestas a la venta, para que abiertamente se haga con su propiedad el capital privado, conforme a las leyes del mercado. No, para nada. Es algo bastante más perverso y sutil.
Intentemos una definición a vuelapluma de las entidades públicas, del tipo del que supuestamente la universidad debería ser un buen ejemplo. Se trataría de entidades regidas por el derecho público, que prestan un servicio público de interés general y que se gobiernan y gestionan ateniéndose al interés general de sus prestaciones y a la búsqueda de un beneficio prioritariamente social, no privado, no particular. Pues bien, sostendré aquí brevemente que de esa definición sólo queda, en lo referido a las universidades públicas el cascarón, la apariencia, las grandes declaraciones y la retórica enunciación de los principios.
Desde los años ochenta para acá y en las sucesivas reformas, con los matices que se quiera en cada caso, se aprecia una descarada, indecente, puesta de las universidades públicas a la pura disposición de los intereses particulares y particularistas, una entrega gratuita de sus medios, estructuras y decisiones a poderes que en ningún caso se guían por aquel interés general que justifica el estatuto público de semejantes instituciones. Con la reforma última, a punto de consumarse, se puede decir que dicho proceso se cierra y se consolida, ya sin vuelta de hoja.
Esa cesión de la universidad pública tiene dos dimensiones. En una primera, la menos profunda, pero tremendamente importante ya, la universidad se convierte en mero juguete en manos de los rectores y de sus respectivas camarillas. Rectores los habrá buenos y malos, presentables y lamentables, como no puede ser menos. Pero, en cualquier caso, quedan todos formalmente convertidos en amos absolutos de lo que pasa a ser su huerto particular. Se hace ya, y se hará aún más en cada lugar, en materia de plazas profesorales, derechos de alumnos, titulaciones, nombramientos y ascensos de personal administrativo, planes de estudios, etc., etc, la política que a cada rector más le agrade porque más le convenga para su interés inmediato, que es acrecentar su poder hacia adentro, y para su interés de futuro, que es seguir trepando en otros circos. Y, ahora, hasta determinará cada uno de los que hoy gobiernan las manera de elección de sus sucesores, que siempre se procurará que sean los de su confianza, los de su grupete. Toda la parafernalia normativa, con reglamentos para todo, se dispone y se aprueba a mayor gloria rectoral.
Por supuesto, una persona sola, con unas ideas y un programa, jamás podrá ya acceder al cargo de rector. Es necesario procurarse una clientela, un ejército de vasallos, prometiendo favores y aplicando beneficios y represalias en función de un interés que inmediatamente es político, de poder, de dominación, aun cuando en el fondo esconde objetivos bastante menos aceptables, como veremos luego. Ya estamos en las universidades bien acostumbrados a tal proceder y sabemos de sobra que si pretendes medios que no sean los comunes raquíticos, si aspiras a configurar un área o un equipo bien dotado de plazas funcionariales, contratos decentes y personal suficiente, tienes que pasar por el aro y portarte como un leal servidor del magnífico y excelentísimo de turno y de sus corifeos. Dialéctica amigo-enemigo llevada al paroxismo. En mi propia universidad acabo de ver un ejemplo que rebasa todos los límites conocidos de la deshonestidad y el ridículo, simultáneamente. Son tiempos propicios para los listillos más incompetentes, para los magreadores de mandamases, para los sibilinos peloteadores sin categoría intelectual, sin moral y sin escrúpulos. Se crea en torno al poder mal llamado académico una tupida red de intercambios, mezquindades y veladas amenazas, de lealtades feudales, de servilismos humillantes, cosa que toman muchos como mal necesario, cuando no como terreno abonado para canjear las miserias peores por influencia y prebendas.
Lo anterior ocurre en el nivel más superficial y visible. Sólo podrán negarlo los ciegos voluntarios y los pescadores de revuelto río de orines. Por debajo late algo todavía más preocupante. Escasos serán los rectores y altos mandatarios de la universidad que acceden al cargo y se mantienen en él por idealismo académico y con el propósito de que se alcance un mejor rendimiento de profesores y estudiantes, un más esmerado y limpio servicio público. Y si los hay de ésos, bien poco se les oye, pues los comunicados y las políticas de la Conferencia de Rectores hacen sospechar unanimidades más interesadamente gremiales que aspiraciones sinceras a la excelencia académica y al trabajo investigador, docente y discente bien hecho. Creo que la mayor parte de esos gobernantes universitarios buscan ante todo su propio medro y actúan dominados por móviles bastante diferentes. Al fin y al cabo, bien débil es la vocación académica de quien accede a cargos burocratizados y absorbentes, que frustrarían la vocación de quien tenga en los libros y los laboratorios el lugar de sus deseos. La mayoría no ansía más que utilizar el puesto y la gestión para tejer un entramado de favores y privilegios del que puedan beneficiarse personalmente, tanto durante el cargo, disfrutando de ese poder que se hace omnímodo, como después, para no tener que retornar a la inhóspita cátedra y al silencio de las bibliotecas.
Me parece que durante su mandato prima el puro placer de gobernar al libre antojo, sin trabas ni oposición, a golpe de palo y zanahoria. De formar una corte de tiralevitas, muertos de hambre y vendeciencias que hagan sentirse importante y fuerte a quien en muchos casos no pasaría de ser un segundón en la academia y un mendigo de distinciones vacuas. Ensoberbecidos, como todo el que goza de poder absoluto, toman por justa apreciación de sus méritos el descarado halago de quienes comen de su mano e imploran su benevolencia. Es una simbiosis perfecta, una sociedad de beneficios mutuos: la soberbia de los unos, bien alimentada de pleitesías y obediencias de los otros, a cambio de favorcillos y concesiones: este carguete, aquel nombramiento, tal plaza, determinada subvención.
Mas, como todo se acaba y todavía no han conseguido, de momento, imponer la figura del rector vitalicio, conviene asegurarse el día después, el incierto mañana sin coche oficial ni tropa de secretarias. De ahí que deban también ellos entregarse al halago de los que pueden más, hacer concesiones a los poderes fácticos y complacer a los politicastros locales, a la caza de futuro nombramiento para cargo público o de candidatura en partido con posibilidades de trincar poder o de consejo de administración en empresa con finanzas pujantes. Nada les excita más que visitar a consejeros o comer con presidentes de potentes sociedades, anónimas y limitadas. Una vela a dios y otra al diablo, y si se juega bien cada baza, algo caerá. A seguir mandando, a seguir gozando, a seguir sin investigar ni dar más clases. El que me pida ejemplos está ciego, seguro.
Con lo uno y con lo otro, con la posibilidad que las leyes les regalan de gestionar la universidad como si fuera una finca de su propiedad, y con las que se buscan por su cuenta al plegarse ante los grupos económicos y políticos, incluidos los más cutres, se consuma de hecho, bajo apariencia de ejemplar juridicidad, la expropiación de un servicio público y su entrega, sin justiprecio e impunemente, a los intereses más turbios que en la sociedad pululan y se arrastran. Un perfecto microcosmos de mentira y disimulo, de engaño, de baratas corruptelas, de ambiciones y vergüenzas. Una pena. La suerte está echada y el día que la docencia de calidad o la investigación puntera vuelvan a ser necesarias, tendrán la sociedad o el Estado que inventarse otros lugares, otras instituciones y otras prácticas. El corazón de las universidades, la academia, ya no late, y durarán solamente lo que tarden los gusanos en roer lo que de su esqueleto queda. Descansen en paz.
Puede que no me acompañe ni un ápice de razón y sean mis críticas infundadas y gratuitas. Pero, entonces, que alguien me explique por qué llevan décadas los rectores, con alguna puntual excepción tal vez, implorando reformas que aumenten sus atribuciones y su control y que conviertan a las universidades en lo más parecido a una empresa en la que el miedo y la prudencia de los trabajadores fuerce a éstos a la dependencia, la sumisión, el silencio y la reverencia. Que me lo expliquen.

Memoria histórica.

Recibo del Departament de Relacions Institucionals i Participació de la Generalitat de Catalunya un folleto magnífico sobre el coloquio internacional que los días 24 a 27 de septiembre se celebrará en Barcelona sobre “Políticas públicas de la memoria”. Parece un buen programa.
Esto de la memoria histórica es algo necesario, pero que en los últimos tiempos me desasosiega, como todas las ideas buenas que se tornan eslogan y comedero de burócratas. Y sí, seguro que nos hacen mucha falta políticas públicas de la memoria, y más en estos tiempos en que son tantas las políticas de falseamiento histórico, la memoria esquizofrénica o de homenaje a diversos hijos de mala madre y lerdos varios.
No sé cómo salir de esa inquietud que me produce la combinación de dos sensaciones: la convicción, por un lado, de que muchos acontecimientos del pasado, historias de sacrificios, persecuciones, torturas y muertes, no deben caer en el olvido, para lección de futuras generaciones, desprecio eterno de los despreciables y admiración infinita de los valientes y honrados; y el temor, por otro, de que muchos quieran manipular a los muertos, seleccionar con parcialidad a los represaliados, alistar a conveniencia a los caídos o discriminar entre verdugos.
Así que se me ocurren un puñado de muy elementales criterios para el cultivo público de una memoria referida a luchas y represiones que sea digna de un esfuerzo colectivo y servidora del interés de todos, por encima de disputas de cortas miras.
1. Objetiva.
Ni siquiera a este propósito vamos a hacer de la historia una ciencia exacta, pero aquí interesa especialmente el esfuerzo para evitar la parcialidad. Por ello, lo primero que ha de buscarse es la definición de criterios rigurosos y claros para el hallazgo y público conocimiento de los acontecimientos del pasado que se estimen dignos de recuerdo permanente y de recordatorio colectivo, sea para el ensalzamiento de algunos comportamientos, sea para el desprecio y vilipendio de otros.
Mal se sirve desde relativismos diversos a una memoria histórica decente. Porque es necesario delimitar pautas objetivas. ¿Qué debe recordarse? ¿sobre qué debe proseguir el esfuerzo de la investigación, el impulso de revelar los hechos tal como ocurrieron? ¿Sobre asesinatos, secuestros, torturas por razones políticas? ¿Sobre represión de ideas y expresiones? ¿Sobre entramados políticos, militares, económicos, empresariales? Sea lo que sea, no debería quedar este trabajo previo definitorio al albur de las ocurrencias de algún director general o de los intereses torticeros de un consejero autonómico o un ministro de este o aquel pelaje. Ni a merced del péndulo y sus leyes.
2. Inclusiva y no sesgada.
Aclarado qué es lo que se quiere recordar, en este punto se hace énfasis en la imparcialidad de la aplicación de aquellos hechos así definidos y que han de averiguarse. Si buscamos que queden al descubierto asesinatos políticos, que queden todos. Si buscamos fosas comunes, destapémoslas todas. Si pretendemos desenmascarar verdugos, salgan a la luz los nombres de todos. Si nos interesa que se exhiban las miserias de los políticos miserables, aireémoslas todas sin conmiseración con ninguno.
Ese esfuerzo de trabajo imparcial con la memoria acabará haciendo justicia a las verdaderas responsabilidades de cada grupo, ideología o doctrina en el pasado. Particularmente pocas dudas me caben de que, en su conjunto, la represión franquista durante y después de la guerra civil fue más intensa y más miserable (aún) que la de los diversos grupos que después del 31 y durante la guerra decían que luchaban por la república y la libertad, mientras que algunos eran puros esbirros de aquel otro genocida llamado Stalin. Un esfuerzo de memoria no selectiva acabará dando a cada uno lo suyo y poniendo a cada cual en su lugar, en el que merece ante la historia. Fusilara o torturara por este totalitarismo o por aquel otro; o por creer de buena fe que defendía la mejor justicia y la libertad más excelsa.
El franquismo, por ejemplo, también hacía ostentación de su memoria histórica, la de sus caídos exclusivamente, glorificados como héroes y mártires. Una memoria histórica antifranquista incurriría en la misma tacha de memoria sesgada, por mucho que se quieran mejores, y lo sean muchas veces, las razones morales de los antifranquistas que las de aquellos otros. O, por poner otro ejemplo, ¿alguien considerararía aceptable un cultivo aleccionador de las víctimas de ETA que no diera cuenta también de aquella otra aberración ética que se llamó GAL? La diferente proporción no es excusa, pues una memoria histórica sometida a cálculo y promedio no es más que vil utilización de los muertos para manipulación de los vivos.
3. No partidista.
Esta nota es secuela o consecuencia evidente de la anterior. Toda memoria partidista es memoria parcial, sesgada, condicionada por el prejuicio o el interés más rastrero, estructuralmente maniquea. Se trate del partido de que se trate. Si en algo tiene gran sentido el pacto y la política de Estado, suprapartidista, es en este tema. Porque las razones para rememorar los errores y las abominaciones del pasado tienen mucho más que ver con la construcción en común de reglas y límites, con el acuerdo social civilizatorio, que con cualquier ajuste de cuentas. La memoria parcial, selectiva, partidista, es la prolongación del enfrentamiento, sublimado ahora en una división en muertos buenos y malos y en ejecutores comprendidos y verdugos reprobados. No es eso, no debe ser eso.
4. Pacificadora, no agitadora de odios y revanchas.
Los móviles del que abona la memoria son determinantes por mitad de la valía moral de tal empresa; las consecuencias del recuerdo, aun las no queridas, constituyen la otra mitad que se debe ponderar para dar el visto bueno a esas políticas. Nada a este respecto menos conveniente que el "y tú más" o el "comenzaste tú". Que hablen los hechos, pero que quien desde el Estado los saca a la luz lo haga para lección general y desde el respeto a los muertos y represaliados de cada uno, independientemente de las proporciones. ¿Nos imaginamos el efecto tan benéfico que aquí y ahora tendría un gran acuerdo entre los grandes partidos de un ala y de la otra para homenajear juntos y con lealtad y respeto a todos los que padecieron persecución, represión y muerte, con una condena unánime para todos los casos y con total independencia de si fueron más culpables los de aquí o los de allá? Para hacer ciencia histórica están los historiadores, y bien la escribirán si son independientes y profesionales. Las políticas públicas de la memoria están para hacer sociedad cohesionada por las comunes reglas de juego, para hacer convivencia y para evitar la catástrofe de la guerra en cualquiera de sus formas.
5. Reparadora.
Recordar a las víctimas del fanatismo y del abuso político es hacerles homenaje, significa solidarizarse con sus destino trágico y demostrar que no fue vana su entrega ni estéril su sacrificio, que hemos aprendido la lección y que trabajamos, desde la claridad que da el recuerdo, para que no se repitan infamias tales. Esa es la reparación que se les hace, ese es el canon que se les paga, en ese colectivo reconocimiento late la justicia que recordar significa en esos casos. Es cosa diferente de las posibles responsabilidades civiles o penales que correspondan, y aún cupieran. La pública memoria ni reemplaza ni complementa otras responsabilidades u otras reparaciones, es meramente retribución social de lo colectivamente considerado como injusto, aberrante, aleccionador. Para hacer justicia individual a los perseguidos o a sus herederos existen otros caminos, admisibles y debidos en tantísimos casos. Pero son procesos paralelos que ni tienen por qué confluir ni deben reemplazarse.
6. Ilustrada.
También el recuerdo es praxis, pero debe ser praxis ilustrada, es decir, práctica vinculada a razones y movida por ellas, teniendo que integrarse esas razones en una doctrina que nos hable a todos de lo que puede ser y lo que no y que por todos se entienda como ratificación de una forma de convivencia mejor y de lealtad a las formas sociales y política más respetuosas con la integridad y la libertad de cada uno. No ha de consistir mero lamento, aunque también, crítica negativa de lo un día acontecido, sino antes que ndada ratificación de los valores que deben aglutinarnos para que el vivir juntos no equivalga a luchar contra nadie ni a excluir a ninguno. El culto a la memoria de los de antes no está reñido con las políticas de perdón y reconciliación, más bien las exige. Sin ese propósito, se convierten tales políticas en lo contrario de lo que les da su fundamento moral, en acicate para nuevos desmanes, en amenaza.
Dicho todo lo anterior, una pequeña historia familiar. Mi padre perdió en nuestra guerra civil a un hermano. Se llamaba Valiente y cuentan en mi pueblo que era un hombre recto con inquietudes intelectuales. Llamaba la atención que en aquel tiempo y en aquella aldea porque tenía un diccionario en casa y se pasaba horas cada día leyéndolo. Luchó en el bando de los republicanos y jamás regresó. Muchos años después, mi padre se encontró en un bar con un señor y se pusieron a hablar de aquellos tiempos. Mi padre le mencionó a su hermano desaparecido y aquel hombre le dijo que lo había conocido y había compartido con él cautiverio por unos días. Los habían apresado juntos y los habían encerrado en un túnel. Cada noche sacaban a unos cuantos y se los llevaban en un camión. Uno de los guardianes era del mismo lugar que este hombre que narraba a mi padre el suceso y le advirtió que se escondiera cada noche que fueran a buscarlos, pues en ello le iba la vida. Así lo hizo y sobrevivió. A mi tío se lo llevaron una noche y lo fusilaron. Lo fusilaron los del bando franquista. Si yo pudiera averiguar dónde lo enterraron, le llevaría unas rosas y un diccionario. Y le prometería que no volverá a ocurrir, para que descanse en paz. Simplemente.

14 julio, 2006

Fiestas ciudadanas.

¿Conocen ustedes cosa más patética que una ciudad en fiestas. Sólo con ver los programas se desanima el más optimista, eclosión de chenoas, desfiles de grupos regionales ucranianos y de Santovenia de la Valdoncina, deportes autóctonos sin masas, misa obispal y calles cortadas al tráfico, las luces de navidad sin la estrella de Belén. Y el caso es que la gente se agita de aquella manera, venga paseos para arriba y para abajo sin saber qué más se puede hacer. ¿Habrá algo más triste?
Se dice que en tiempos las fiestas eran populares y participativas. Ahora son peripatéticas y pasivas y cobra un concejal por el apaño. Supongo que populares ya no son porque ya no hay pueblo, sólo masa movida por la masa. Y lo de participativas... Participar se reduce a ver y mostrarse. Matrimonios cuarentones con uniforme, ella el vestido de flores y la rebequilla por si refresca, que han dicho en la tele que este calor ya no puede durar; ellos, su pantalón ligero de raya bien marcada, polo clarito y jersey sobre los hombros, con ese toque desenfadado del paseíto con la parienta, que son ya veinte años de casados y no nos perdemos una. Mira la del quinto, va sola y sin los niños. Una pasadita calle arriba, una pasadita calle abajo. Y vuelta a empezar, salvo el ¿te apetece que nos timemos un helado en esta terraza? Pero si está hasta los topes, Pepe, y además mira cómo te estás poniendo, que no te vale la ropa del año pasado.
Cuentan las crónicas que antaño en las fiestas la gente bailaba, cantaba, jugaba a cosas o se desmadraba de lo lindo. Ahora, vamos, Luisa, que la canguro dijo que a las una se iba y tu madre ya no está para hacerse cargo. Se acuerda uno, inclusive, de cuando por lo menos se gastaban unos duros en las tómbolas (qué locura, qué alboroto, otro perrito piloto), se hacía gala de infame puntería en las barracas de tiro y se subía a la chavala aquella a la noria para ponerle la mano en la rodilla, mismamente, en cuanto fingiera vértigo. Ahora el personal ya ni finge nada. Ni baila.
¿Y los fuegos? Los artificiales, digo. Eso es lo máximo, el culmen, el climax del disfrute multicolor. ¿Qué se le ha perdido fuera de casa al personal la noche de los fuegos? Caen sobre el descampado correspondiente como hordas sedientas de pólvora y perritos calientes. Momentos de íntima comunión familiar, abuela arree, que no llegamos para los fuegos, cada día está más lenta esta mujer. ¿Y lo que disfrutan los niños? Mira, María Jennifer, los fuegos, ay, qué bonitos. ¿Te gustan? Y María Jennifer con la play station de última generación, eligiendo, para destrozar al siguiente enemigo, entre un mortero, una mina antitanque o un simple kalashnikov AK-47 y echándole paciencia con los progenitores. Mamá, me duelen los pies, grita desesperado Enol, mientras pisotea con saña al señor de al lado. Espera un poquito, cariño, que faltan los más preciosos, luego te ponemos otra vez en la sillita. Deberíamos escribir un manual: "Cómo llevar a los niños a los fuegos y otras mil putadas con amor". Qué duda cabe de que la primera crisis de confianza entre vástagos y progenitores acontece en esa primera noche de fuegos artificiales, cuando los pequeños descubren, con íntimo desgarro, que sus papás no sólo parecen bobos. De ahí en adelante, una cadena de desencuentros, bien se sabe, y una convicción irrefutable.
Ah, si recuerdo aquellas romerías de la aldea sí me pongo insufrible. Cuánto caminar. Los de la pandilla de Ruedes no nos perdíamos una en muchos kilómetros a la redonda. Fueron los primeros bailes, iniciáticos, yo creo. Recuerdo que la primera que me dio un sí (las de Rudes no contaban, eran como hermanas, más o menos), después de horas de noes de aquellas estiradísimas adolescentes, era de Fontaciera y se llamaba Pili. Taquicardia. Luego, a las dos o las tres de la madrugada, nos juntábamos de nuevo los del pueblo y echábamos a andar para casa, una, dos, tres horas, lo que tocara. Cantábamos, hacíamos risas y aprovechábamos el regate a los charcos para rozar algo de carne del otro lado, aunque fuera fraterna.
Me parece que la alegría de las fiestas, su condición propiamente festiva, se acabó cuando desertaron los jóvenes. Eso debió de ser a fines de los sesenta y en los setenta, cuando el contraste entre los hábitos de diversión heredados y las nuevas costumbres juveniles se hizo radical. Antes se divertían todos en los mismos lugares festivos, con las variantes propias de la edad, sin ocultarse, salvo en las contadísimas ocasiones en que un afortunado pudiera pasar a mayores; o sea, casi nunca. De un día para otro, la mirada paterna empezó estorbarles a ellas y la materna a ellos. Surgieron discotecas por las esquinas y la muchachada decidió, no sin razón, que eran lugar ideal para la exploración impune de mundos ignotos. Pero seguía habiendo usos bien firmes, como el rato de "las lentas". Uno se acodaba en el mostrador y se iba armando de valor a base de 43 con cocacola o, ¡cielos! cocacola con pippermint. Así lucimos ahora estos cuerpos gallardos. Mientras sonaba rock o pop y las luces giraban y giraban, sólo bailaban ellas y algún descerebrado con ínfulas. Pero, ah, amigo, cuando, de repente, las luces se ponían quietas y tenues y sonaba Nicola di Bari salíamos todos de la barra, a puros empellones, e íbamos, en rigurosa fila pidiendo baile a todo lo que tuviera faldas y/o apuntara pechillos.
Nunca envidié tanto a las mujeres. Cómo se vengaban de sus seculares opresiones -sic transit gloria mundi-, qué caras de fastidio, que noes tan hoscos, cuánta suficiencia. Creo que a los cuarentones bien cumplidos y a los cincuentones se nos debe una revancha. ¿Se imaginan? Nosotros apostados en medio de una pista enorme y ellas, de tres en fondo, implorándonos con la mirada, estirándose y atusándose, forzando sonrisas, ensayando los tonos más convincentes y el mohín más fiable. Y nosotros venga a decir que no, con la vista perdida en la lejanía, con cara de tener cosas más importantes en qué pensar, presto el rictus para poner distancias. Qué placer. Y luego, a aceptarle un lento bien insinuante (je t´aime moi non plus, jeje) a la más fea o la más golfa. ¡Quietas!, no se me alteren las amazonas, no es lenguaje sexista ni cristo que lo fundó. Es parte fundamental del desquite soñado, pues siempre los que acababan pillando pareja para unos cuantos bailes sin soltarse eran los que tenían más espinillas y más duro el resto de la cara, los más perros, los guarretes. De buena gente no te caía ni una de Nino Bravo.
También me acuerdo de mi primer baile de discoteca vespertina. En el viejo Náutico, en Gijón. Íbamos a por todas Marcelino, amigo de entonces y coterráneo, y un servidor. Habíamos tomado el tren cerca de Ruedes y lucíamos nuestras mejores galas: pantalones de pata de elefante y jersey apretado y corto, marcando la inconfundible huella de la fabada casi diaria. Nos costó varias vueltas a la pista el primer triunfo. Glorioso. A la muchacha veinte dejabas de fijarte y podías hasta tocarle el codo a un camarero para implorarle clemencia bailable. O será que el novillo embiste con los ojos cerrados. Sea como fuere, fuimos a dar con dos que nos aceptaron simultáneamente la invitación. Nos abalanzamos sobre sus cinturas generosas como náufragos a tablas. Y vaya tablas. La de Marcelino era la mujer más fea del mundo. La mía la segunda. A la primera la volvimos a encontrar muchas veces en semejantes lugarejos. La llamábamos "La Checoslovaca". No se nos ocurrió nada más exótico e intimidador, imaginábamos que el país de los checos estaría en las antípodas y lleno de nativos con espanto. Cuando terminó la pieza y las soltamos, nuestras sensaciones eran francamente contradictorias: qué bien que bailamos al fin, pero podríamos haber tenido algo más de suertecilla. Así que, crecidos en medio de todo, retornamos a la fila y seguimos probando, ya más atentos al probable origen geográfico de las candidatas. Nones. Las melodías propicias tocaban a su fin y no habíamos catado más de las mieles de la danza minimalista. Nos miramos y no necesitamos decirnos más nada: volvimos a sacar a La Checoslovaca y a su amiga. Esta vez con la eslava bailé yo, que siempre he sido un tipo legal y amigo de mis amigos.
A ver si consigo parar, que se me está poniendo cara de folklórica y, a este paso, puedo acabar en Tele5 inventándome por precio que me pulí a La Checoslovaca. O en Popular TV, vista la elevada virtud que resplandece en mis historias. Me permito sólo una anecdotilla más, para ilustración de jovenzuelos y solidaridad de los viejos compañeros de fatigas. El siguiente paso era ligar. Había que ligar bailando, claro, y ese breve rato de las lentas requería no sólo la suerte de un sí, sino la inspiración oratoria que siempre acababa faltando. Con las veces que uno lo había ensayado para sus adentros. Sobre lo primero, lo del sí, existían ciertas tácticas, que uno iba descubriendo a base de concienzuda observación o por los consejos de algún compañero mejor adiestrado. La principal, fijarse dónde quedaba una chica sola. Sabíamos que en grupo eran implacables con casi todos, etología pura, pero cuando las otras bailaban y una se iba quedando sola... vulnerable, a por ella. Como pasa talmente en la vida animal, el que se queda descolgado de la manada suele tener alguna tara o defectillo. Pero para exigir estábamos.
Así me topé yo con Ignacia, mi primer ligue. Ina para los amigos. Trabajaba en una fábrica de camisas, en el barrio de la Calzada. Yo cruzaba a pie medio Gijón un par de días a la semana para esperarla a la salida de la fábrica, te recuerdo Ignacia, las calles mojadas. Lo que se dice personalidad, creo que no tenía. De cara bien y el cuerpecillo por lo menos no tenía aquel otro aire de Bratislava. Pero personalidad poca, pues siempre iba a remolque de sus dos amigas, que tenían ligues anteriores al nuestro, y por eso fui vilmente utilizado, para mi eterno desdoro. Que sus amigas bailaban con los suyos, Ignacia bailaba conmigo. Que se dejaban dar un par de morreos, Ignacia me permitía cuarto y mitad de uno. El momento de mayor dicha fue cuando las tres parejas pasamos a la fase siguiente a la de la discoteca: la boite. Toda la música lenta y mullidos sillones de a dos. Luz, la justa para soñar sin ser visto. Allí sus amigas se mostraron mucho más tolerantes e Ignacia hacía lo que podía con este desastre que ahora escribe por no llorar. Tampoco fueron los éxitos para tirar cohetes, pero menos da una piedra, y nunca mejor dicho. A ver cómo lo digo: conseguí, entre temblores, hacerme brevemente con la primera mitad de una parte par situada en el anverso. Mis colegas en el empeño habían alcanzado minutos antes las dos cimas, a pares.
A la semana siguiente, crecido, dominador, optimista, me fui a buscar a Ignacia a la fábrica. Ese mismo día me dejó, pues me había cortado en exceso mi amago de melenilla y me quedó al descubierto mi buen color campestre. Maldito peluquero.
¿De qué estábamos hablando?

Ante todo análisis.

Esto que copio abajo es un comentario del perseverante AnteTodo. Me parece muy digno de consideración, y ahí va. Da para pensar un rato.
Los líderes inestables (ZP, Rajoy) piensan en términos de plazos muy cortos (las próximas elecciones), y los que dominan el aparato del partido (González, Aznar) en términos más largos... pero también electorales. Por eso, estructuralmente PP y PSOE no persiguen objetivos distintos, sino el mismo: ganar. Las diferencias derivan de que su audiencia "target" es distinta.El PP ha decidido invertir a largo plazo, modificando la demanda de los votantes (creando la necesidad en el mercado para luego satisfacerla). Era la apuesta de Aznar: no volver a ser los "votados por defecto", sino crear en la sociedad española una masa crítica basada en "values".
Llega la hora de rentabilizar. El PP hace el primer movimiento en clave de Kulturkampf: nuestros valores (los vuestros, auditorio) son atacados por ZP (ZP himself, no "Maragall", "Patxi López", etc.). No hay que hablar de objetivos políticos, de resultados en la gestión, de si la política del PSOE nos deja mejor, peor o igual. Si nos enrocamos en los principios ganaremos seguro, porque: a) los definimos nosotros; y b) los principios no admiten transacción. Así se legitima la radicalidad más brutal (teorías conspiranoicas en las que la Guardia Civil asesina a 192 personas el 11-M; identificación de PSOE y ETA, etc.) y el nulo ánimo de conciliación, pues saben que con la transacción se verían derrotados publicitariamente (resumiría Iurisprudent: "We are guided by a signal in the heaven"). Todo esto, contra la voluntad de Rajoy (sensato y cortoplacista -su liderazgo es inseguro-), que ya no manda. En el PP se manda desde fuera (FAES, COPE, etc.). El PSOE sigue su estrategia suicida: da igual todo porque no perderá las siguientes elecciones. Ningún otro objetivo está a la vista. Gastemos poco para rentabilizar mucho (derechos civiles y políticos, que son baratos) pero no demos respuesta a lo que se está gestando desde la ultraderecha. Se está apoyando mucho en la propia estrategia del PP, porque a corto es útil y barato: con el tono AcebesZaplana, cualquier cosa que rechace el PP será apoyada por la mayoría de los españoles (¿quién quiere firmar con quienes llaman etarra al Gobierno de España?). Pero eso se va a acabar. Apoyarse en la coyuntura del rival es pan para hoy: Aznar lo supo ver bien ("sólo nos votarán hasta que el PSOE se limpie"), y por eso quiso crear una "demanda específica de PP" en la sociedad.
Para ganar ZP debe rehuír el debate de principios, porque le restaría votos. No puede debatir si se debe o no se debe transigir con precios políticos (tampoco puede cuestionar otras políticas candentes, como la política criminal, la penitenciaria o la de menores): sigue la pauta del PP porque le dañaría electoralmente reclamar una identidad política propia, "invirtiendo" en la sociedad para generar una demanda electoral PSOE. POR ESO EL DEBATE SE PLANTEA EN EL TERRENO DE LOS HECHOS. Porque el debate en el terreno de los fundamentos predispondría al electorado en su contra. Como dice Chomsky, a la izquierda le cuesta mucho más explicar sus postulados que seguir el populismo derechista: decir en la TV USA "muera Saddam" cuesta 5 segundos y da millones de votantes; explicar una posición algo más compleja supera el umbral de atención del televidente y da impresión de debilidad; trasládese esto al tema ETA.
Por eso el PSOE quiere encauzar el debate por la vía de si yo estoy negociando o sólo entablando contactos, si antes negociaba o sólo buscaba el escenario previo para el contacto. Como mucho, en el terreno de los fundamentos irá a señalar la falta de autoridad moral del PP ("tú hacías en 1998, al año de morir M. Á. Blanco, lo mismo que yo hago ahora"; "no: a Suiza sólo fuimos en plan Gila, a decirle al enemigo si se rendía"). Este debate bizantino es consecuencia del recorte que ambos partidos pretenden darle al debate. El PP quiere denunciar que "atacas mis principios" ("sangre de los muertos", etc.); el PSOE no quiere llevar la contraria en principios, por lo que sólo puede negar los hechos ("no los estoy atacando"; o "no más que tú").
Lamento no controlar mi monomanía. Dice la terapeuta que se me pasará. Debe tener razón, porque ahora pienso cada vez más insistentemente en la terapeuta.

13 julio, 2006

Honrar a los muertos.

Se ha muerto mi tía Obdulia. Yo había convivido con ella y con su marido, Rufino, durante seis años, de lunes a viernes cada semana del curso, cuando estudiaba el bachillerato en Gijón. Siempre fue un modelo de buen ánimo y vitalidad. Ya no me queda casi nadie, de tantos como eran.
El contacto de los últimos tiempos con la muerte me ha hecho pensar en lo poco que se atiende a los muertos. Es muy difícil, por ejemplo, encontrarse en la sala correspondiente del tanatorio ante el féretro que acoge el cuerpo de un ser querido. La gente va y viene, se para de espaldas al cristal y tapando su visión, habla, habla y habla. Lo intenté ayer de nuevo, quería henchirme de recuerdos y contarle en silencio mi gratitud. Imposible. Todo el mundo alrededor, cada cual a su bola y con su particular milonga, venga hablar y hablar, sin ton ni son, como en el bar mismamente, promiscuidad de conversaciones, anécdotas, risas. Al muerto, ni caso, para qué.
Me coloqué ante el cristal del recinto en el que está expuesto el ataúd con las flores y traté de agarrarme, un poco náufrago, a la memoria de Obdulia, de conversar con ella unos minutos, de despedirme con afecto. De inmediato se me incrustó al lado una pariente que pugnaba por narrarme con todo lujo de detalles y pormenores sus dolencias y peripecias de los últimos veinte años. Raja que raja a voz en grito, entre risas y suspiros. Reculé y fui a caer en poder de un grupo de varones desconocidos que debatían sobre asuntos de alta política. Me zafé y huí del tanatorio, sin haber logrado reconcentrarme en el recogimiento con mi tía.
Hemos perdido el trato personal con los muertos, seguramente porque tampoco hacemos demasiado caso a los vivos que no nos resultan pedestremente útiles. Primero el rito remplazó a todas las fes, si algún día las hubo medianamente puras. Luego el propio ritual se disolvió en definitiva intrascendencia, en frivolidad mundana. El fallecido pierde todo el protagonismo, es puro objeto, pretexto apenas para otro superficial encuentro social. Parece que no somos capaces de dar con un espacio para el respeto que no esté colmado de interés, trivialidad y disimulo, ni con un territorio para la piedad que no se impregne de superstición.
Los muertos se nos están perdiendo en el vacío. La muerte es el evento más natural de la vida, más que el nacer, que es puro azar, y la muerte más natural de todas es la que representa la suma de la edad y las enfermedades. Mi visión es materialista, con las reservas que se quiera, que son reservas de esperanza y miedos. No añoro ni liturgias ni ritos ni bálsamos ni placebos. Sólo la humana piedad que debemos a los nuestros que se acaban, que culminan la vida yéndose. Para demostrarnos, a nosotros mismos, que no pasaron en vano.
Cuando murió mi padre, me encerré a solas con él media hora. Lloré, le hablé, me despedí de tú a tú. Luego salí a las luminosas salas y los acogedores espacios del tanatorio y volví a representar los viejos papeles. Pero con él ya estaba en paz. Tan sencillo como eso; y tan difícil.

Tratos preliminares.

Cada vez entiendo menos al Gobierno y a la oposición. ¿Será que me estoy centrando? Lo que me faltaba. Lo último, el ridículo rifirrafe sobre si el Gobierno negoció con ETA el modo de negociar con ETA. Me recuerda aquellas asambleas estudiantiles de mis tiempos -gloriosos tiempos de estudiantes inquietos y profesores activos-, cuando se acababa siempre votando si se votaba y estallaba la reunión por los efectos de la paradoja.
Francamente, no lo entiendo. No entiendo que alguien pueda pensar de buena fe que dos se van a poner a negociar por impulso espontáneo e irrefrenable, de sopetón, por puro apretón incontenible, si se me permite la expresión, que no está tan fuera de lugar, si bien se piensa. Supongo que en ocasiones anteriores también ocurriría así, poniéndose de acuerdo para reunirse y buscar algún entendimiento, o para sondear la firmeza y las convicciones del adversario, su moral de lucha o su moral en general (puede ser este último el caso de ahora). No que aparecieran los unos y los otros en Suiza o Argelia por arte de birlibirloque, hombre, ¿usted por aquí?, pues sí, soñé que usted vendría y aquí me tiene, qué casualidad, pues ya que estamos dialoguemos, y tal y tal.
Así que ni logro comprender por qué los rajoyanos se hacen cruces por causa de los preliminares ni cómo es que los zapaterianos no responden lo obvio, que a falta de iluminación súbita del Espíritu Santo, alguien habrá tenido que sondear si el otro estaba mínimamente por la labor de quedar y echar una parrafada. Esto parece un concurso de torpes, los unos haciéndose la vieja señorita ofendida y estrecha y los otros con más capas que una cebolla, pero antes muertos todos que sencillos para decirle al pan pan y al vino vino.
Esto de los tratos preliminares da problemas en cualquier ámbito de la vida. Me está recordando mucho los viejos debates familiares y eclesiásticos sobre las relaciones preliminares. ¿Se acuerdan? Los más jóvenes ni se lo imaginarán. Pues resulta que antes la norma era estricta y las relaciones de pareja sólo podían ser matrimoniales, tras el casorio en vicaría. Antes (r)ajo y agua. Y duchas frías. Y carabina. Advertencia para jovenzuelos ajenos a las delicias de la historia: llamábase carabina a la mujer, fuera amiga o pariente, que acompañaba a la niña de la casa en los románticos paseos por parques y jardines, para que no pasaran de preliminares sus tratos con el pretendiente, primero, o prometido, más tarde, si pintaban oros. Qué benemérita institución la de la carabina, cuántos daños colaterales se ocasionaron en triángulo tan morboso. Tiempos idos de ansias y contenido arrebato.
En lo conceptual el problema era similar a este otro de ahora, y parejas las discusiones. Pues, si estaban prohibidas las relaciones prematrimoniales, ¿qué relaciones cabían antes del matrimonio? Uno que se tomara al pie de la letra semejante veto podría creer, como parece que lo hace el PP en el otro asunto, que tenían vedado los novios el hablarse, mirarse tiernamente a los ojos, calcular el precio del pisito futuro y planear lo cuantioso de su prole mañana, si dios quiere. Si no hay relaciones, no hay relaciones. Pero no, la cosa iba de eufemismos. Lenguaje eclesiástico de antaño. Como el lenguaje político de hogaño, ni por azar hablan con propiedad y sin segundas.
La única relación perseguida era, hablemos en plata, el folleteo. En lo demás se iba abriendo la mano (vean qué hermosa ambigüedad) a medida que progresaba el noviazgo y se consolidaba el proyecto de ayuntamiento legal futuro. La familia dejaba a los prometidos sus buenos ratos a solas en la salita de estar, se licenciaba a la tía acompañante y se les permitía acudir sin apósito consanguíneo al cine de los domingos en sesión de tarde. Ahí se iba tentando el terreno (otra expresión afortunada), se ensayaban diversas tácticas de aproximación, se hacían más intensas las relaciones prematrimoniales que no eran relaciones prematrimoniales condenadas. De esos tiempos y maneras viene una de las más acrisoladas prácticas de nuestros ancestros, práctica que ha quedado grabada en nuestros genes, impregnada en las neuronas de generación en generación y que, por lo que se ve, sigue determinando nuestros esquemas y valores. Me refiero a la puntita nada más.
Porque no me digan que lo de Rajoy y Zapatero no es tal cual lo de la puntita nada más. El uno que sí, que es obvio, que se te nota en la mirada que vives enamorada, que yo a ti te conozco y eres ligera de cascos (¡?), que no te haces valer, que un día nos vas a dar un disgusto y nos avergonzarás a todos, que parece mentira, según te hemos criado y con lo que nos hemos sacrificado por ti, cómo puedes pagárnoslo de ese modo, mujer fatal siempre con problemas, qué hace una chica como tú con gente como esa. El otro, que no, que de verdad, que te lo juro, que me conservo íntegra y pura, que sólo fueron miraditas, que en serio que no es mal chico, pero ha llevado mala vida y te prometo que va a cambiar, que no me engaña, que ni tocamientos ha habido, ni un besito siquiera, no, ni en la mejilla, me puedes creer. Un horror, parece mentira que todavía sigamos así.
¿A quién le importa realmente si el gobierno ha tenido tocamientos con Josu o se ha dado algún magreo a oscuras con Arnaldo? Es la naturaleza, es impulso. A qué rasgarse las vestiduras. Lo dice el refrán: el hombre pone la mecha, la mujer la estopa, viene el diablo y sopla. Deberíamos concentrarnos en que la relación no acabe en embarazo indeseado, hacerles ver a estos chicos, unos y otros, que es mejor sincerarse y no andarse con hipocresías y ñoñeces. Y enseñarles a usar condón, que hasta en política tiene sus ventajas.

12 julio, 2006

¿Instituciones naturales?

Parece que seguimos dándole vueltas a la naturaleza, cual noria. Cuando a una institución social o jurídica le ponemos como apellido lo de natural se me erizan los pelillos. En cualquier sociedad que haya rebasado mínimamente el primitivismo las instituciones son artificiales, artificios sociales con los que desde el azar y el poder el grupo reacciona ante el medio y se adapta a él para asegurar su propia perpetuación. Lo único natural se halla en lo fisiológico y lo puramente instintivo. Es natural tiritar de frío, respirar, comer, aparearse y cosas así. Pero esto sólo se hace naturalmente cuando el humano se encuentra en ese nivel que se conoce como estado de naturaleza, si se me permite una expresión tan contaminada de doctrina, cuando el individuo carece de socialización y predomina por completo en él la dimensión puramente animal, primaria, solitaria. Porque, por ejemplo, siendo natural comer, todas y cada una de las prácticas alimenticias que podemos toparnos en cualquier sociedad suponen ya prácticas institucionalizadas, pues es en cada sociedad donde se determina qué se come, cuándo se come y de qué manera se come. Y lo del apareamiento no digamos. Institucionalización de las prácticas quiere decir sustitución de las maneras naturales por otras sometidas a reglas artificiales, reemplazo del impulso meramente instintivo o fisiológico por modos de hacer reglamentados. Es el precio que pagamos por la cooperación social. Los luhmannianos y otros de la simpática calaña sistémica llaman a eso reducción de complejidad, pero no nos metamos en honduras.
Si hemos de colaborar para beneficio mutuo (aunque sea siempre un beneficio desigual), tendremos que atenernos a reglas comunes. Y para que nos ejercitemos en el acatamiento de las reglas más vitales para el grupo se nos fuerza primero a la obediencia de lo accesorio. Al niño no se le explica antes lo que es una constitución o lo que importa una tradición o cómo se configura el tipo penal de robo con fuerza en las cosas; se le dice que debe hacer caso a lo que le digan el papá o la mamá (bueno, tal vez eso era antes), que no se le arrebata por las malas el juguete al hermanito o que no se grita en misa (puede que también esto esté anticuado, no voy a misa; de todos modos, si sigue en vigor esa norma para los pequeñajos, ¿por qué sí los dejan vocear en los restaurantes?). Todas las reglas implican socialización, pues socializarse no es otra cosa que plegarse a las reglas comunes, a las reglas sociales. Y todas las reglas sociales son artificio, invento, creación; y bien está, ya que no puede ser de otro modo. ¿Alguien es capaz de mencionar una regla que, de tan natural, no tenga o haya tenido excepción en algún pueblo y en algún tiempo? Los iusnaturalistas, aquéllos que creen que las normas de su pueblo y de su tiempo son universales y eternas y que el centro geométrico del cosmos está en su ombligo, aducirán de inmediato que natural y omnipresente es el impulso protector de la propia descendencia, por ejemplo. Y tendrán que habérselas con que a Moisés lo rescataron de las aguas mientras las surcaba en canasta o que Abraham se mostraba dispuesto a cargarse por la brava a su vástago, y con mil contraejemplos de pueblos que mataban a las niñas o a los pelirrojos o a los que no daban cierta talla. Y así hasta donde queramos. Con lo que hasta los pueblos elegidos acaban siendo pueblos depravados, a tenor de tal punto de vista.
¿Y el matrimonio? Civilizaciones han existido con poligamia, poliandria, amor libre y homosexualidad exquisita. ¿Degenerados todos? Y no digamos la visión de la mujer. De hace cincuenta años para acá es de derecho natural, por lo que se ve, que la mujer tenga los mismos derechos que el varón, exceptuado el sacerdocio y un par de detalles menores. Pero hace cien años y pico bramaban los papas contra las que se ponían pantalones, pretendían trabajar fuera de casa o querían votar. Unas machorras contra natura, engendros, así se pensaba. Para qué seguir con las muestras, lo evidente y bien sabido no necesita mucha letra.
Enseñaba Oakeshott décadas ha, un muy conservador y muy inteligente filósofo político, que las actitudes políticas básicas se explican por una diferencia de temperamento. Los conservadores son aquellos que se complacen en que nada cambie, que se sienten cómodos con los moldes heredados, que se guarecen en la tradición, se extasian con los ritos ancestrales y se recrean en las repeticiones. Buscan la seguridad de lo conocido, la certeza de lo consabido, rehuyen la sorpresa, se inquietan ante las innovaciones. Y los progresistas, los que disfrutan de la aventura, de la creación, los que se gustan abriendo caminos nuevos y aventurándose en lo incierto. Me parece que tiene mucha razón y que su esquema ilustra mejor que la superficial contraposición por razón de partidos y siglas. Eso nos ayuda a entender que haya tantos conservadores en los partidos que se dicen de izquierda y algún que otro progresista en los de la llamada derecha. Los conservadores por temperamento se oponen sistemáticamente a los cambios, prefieren la estabilidad de las tradiciones a la peligrosa capacidad innovadora del derecho positivo, siempre al albur de las coyunturas y, si se está en democracia, de las mayorías. Son los grandes perdedores de la modernidad; de momento, pues retornan fuertes, ahora con galas de posmodernos y nuevas vestimentas nacionales para su afán de masa.
La era moderna supuso el triunfo, pensábase que definitivo, de la libre configuración de las sociedades, del espíritu cuestionador y reformista. La mentalidad moderna es inquisitiva, discutidora, exige fundamentos y razones donde los otros sólo invocan el siempre ha sido así y no puede ser de otro modo. Ese es el progreso de los progresistas, el remover evidencias con pies de barro, el cuestionar naturalezas fingidas, el exigir convicciones razonadas donde sólo se aducen tradiciones incuestionables. Unido, cómo no, a la suprema creencia de que la autonomía de cada individuo vale mil veces más que todas las autodeterminaciones comunitarias.
Lo anterior nos aboca al dilema último de los unos y los otros, conservadores y progresistas temperamentales. Los primeros no son capaces de asumir el cambio; los segundos no asimilan la permanencia. Los conservadores sólo pueden ser felices a base de estancamiento, de parar la historia, de ponerle trabas a la evolución. Por eso resultan sus ideas tan disfuncionales cada vez que tesituras nuevas exigen romper esquemas y cambiar hábitos. Su peligro es el totalitarismo: todos a una, y esa una la de siempre. Los progresistas son rehenes de su propio vértigo y añoran el imposible de una sociedad sin normas, sin pauta común. De ahí que tuerzan el gesto siempre ante el Estado y el Derecho, que, por definición, frenan la historia y aspiran a durar, por mucho que cambien en la superficie mientras su esencia perdura. Su peligro es la anarquía.
El Estado y el Derecho modernos representan el equilibrio más perfecto y, al tiempo, inestable, entre esas dos contrapuestas exigencias, permanencia y cambio. Son el recipiente que se quiere constante para que, en su seno, todo pueda mutar, pero paso a paso y jamás todo de golpe. Están abiertos a la evolución, pero dentro de un orden. A los unos, claro, les gusta más su cara de orden; a los otros, su seno mutable. Y cada cual tira de su lado, los conservadores del lado del orden, con la esperanza del retornar a un orden sin Estado, pura dictadura de las convenciones sociales más añejas; los progresistas, del lado del cambio, guiados por la ensoñación de un Estado sin orden, sin compulsión, sin fuerza. Unido todo ello a que los conservadores opinan que nuestra naturaleza es horrenda y más vale que nos aten corto, mientras que los progresistas creen que somos por naturaleza bondadosos y basta sólo que nos dejen en paz y a nuestro aire. Y, si hablamos de Derecho, los conservadores quieren normas jurídicas sin vuelta de hoja y duraderas, mientras que los otros anhelan un Derecho a la carta, con tantas opciones como personas. Dos quimeras.
Cada sociedad ve naturales sus modos y de derecho natural sus instituciones, evidente lo artificioso y libre opción lo imperativo. Socializados como estamos con determinados esquemas, tendemos a hacer una muy peculiar síntesis dialéctica entre el forzamiento, que nos parece libre opción, y la libertad, que se niega cuando nos sometemos por incapacidad para imaginar alternativas. Vestimos como se nos dicta y pensamos que con ello exhibimos una personalidad propia; tarareamos los ritmos colectivamente impuestos en la confianza de que de esa guisa expresamos nuestro verdadero ser; nos reproducimos según los manuales al uso -ay, cuanto daño nos están haciendo los manuales, esos catecismos de nuevo cuño- y criamos a nuestra prole todos igual, en bien del libre desarrollo de la personalidad. Es así y así tiene que ser mientras haya sociedad, pero, al menos, no nos engañemos.
Mas que así tenga que ser no quita para que podamos opinar, dentro de inevitables márgenes, sobre cuánto hay de ontológicamente impepinable y cuánto de relativo y perecedero en esas instituciones en que nos resguardamos para no padecer las penas del excéntrico o el loco. Y esto vale para lo del matrimonio, que andamos discutiendo. No hay una forma natural y necesaria de familia, ni de pareja ni de matrimonio ni de nada que sea social. Los conservadores aquellos temen que el cuestionamiento de las instituciones consideradas -por imperativo social también- primeras repercuta en crisis de la obediencia y que todo acabe en desenfreno sin límite. Por eso revisten instituciones como la matrimonial con los ropajes de lo ineluctable y cargan de ontología presunta lo que no es más que provisionalidad abocada a caducar. Y los progresistas se piensan que hacen la revolución cuando se acogen a los nuevos modelos que la sociedad con sus normas innovadoras les permite, como el matrimonio homosexual. Pero siguen cumpliendo normas; y más, buscándolas para homologarse en ortodoxias alternativas, no se pierda de vista la contradicción.
No hay tu tía.

11 julio, 2006

Anónimo se enamora.

Me repito, lo sé, pero insisto en que este Anónimo oficial tiene madera de literato. Así que, una vez más, paso a primera plana su narración de un evento amoroso que, por lo que se ve, lo tiene contento. Ah, y enhorabuena por tan sonado triunfo.
30 de junio 2006, fin de las fiestas de León. Paseo Papalaguinda, carpa dominicana y el Anónimo como de buitre. Suena el regetón y la salsa y el merengue y todo ese berreo : mi gataaaa perreaaaaa esta nocheeee entre travesuraaaaa. Ya salía por pies de allí dirección a la carpa Amigos de Rusia cuando la vi, apoyada en un árbol, con su vestido corto completamente rojo resaltando su piel criolla, parecía una rosa de carne que saliese del árbol. Me dirigí a ella mientras se recogía el pelo con una goma dejando libre su cara bonita, ¡quién fuese tu marido!, sonrió, ¿y cómo se llama ese marido mío?, Cecilio Salvarrosa contesté... Yo Maiglys, y sin dejarme respirar me pregunta: ¿dónde está tu esposa? Está en la cárcel, respondí, la pillaron comiéndole la pirula a un niño de 6 años detrás de una iglesia y tiene para rato.
Me invitó a un trago, una amiga suya llevaba la barra y ella se invitó a unas Ponderosas con Tequila. Cuando le empezaron a brillar los ojos la besé entre el carrillo y la comisura de los labios, me agarró la mano y me trepó hasta el corazón una añoranza de amor. Soy de Venezuela. ¿Estás de paso? Pretendo quedarme, allá la broma está muy jodida con Chávez. Me contó un poco su vida, que se había quedado preñada con 19 años, que si lo del futuro mejor... yo capeé sus preguntas, ese día me tocaba ser electricista de la empresa Lux-Electrolux, con domicilio social en Valladolid (una que se inventó Mª Angustias en su libro de prácticas).
Ya teníamos agarradas las dos manos, una música más romántica sonaba en esos instantes y le dije ¿no estás un poco cansada de hacer el gringo aquí?, déjame que te enseñe un poco esta ciudad tan clásica...Nos despedimos de su amiga. Fuimos al hostal Reino de León y me derramé sobre Maiglys como palpando, pero con los ojos bien abiertos, sintiendo que sus besos me cuidaban, y pensé que había llegado de su remota tierra para extender su belleza junto a mí. Estábamos en la soledad silenciosa, que pronto fue quebrada por una dicha que acabó con el silencio a golpes del corazón que ama. Fueron unas horas en que la hermosa de Venezuela arrojó sobre mí el Atlántico que tan sólo hacía dos meses nos separaba. Fui suavizado por las uñas de sus dedos, que recorrían tecleando mi columna vertebral descargando voltios que parecían llegar del cielo, hasta que en el estremecimiento más intenso parecía que me acariciaban un volcán de manos. Competimos en el goce y debimos de parecer un Leviathan de sólo dos ciudadanos unidos por un pacto momentáneo.
Tras ducharnos escogimos un tiempo de reposo sonriente, mezcla de ese llevarlo bien de los estoicos y del desvanecimiento de una hoja de roble. Y, al fin, en la pequeña habitación, mientras Maiglys se vestía para volver a ayudar a su amiga a recoger la carpa, quise decirle que quería tomar algo de su existencia de algún modo, para roerla poco a poco cuando ya no estuviese conmigo, pero me quede sin habla, como si me hubiese ahogado una bruma. ¿Qué habrá en ESPAÑA para mi amada de Venezuela? .... (¿Continuará?).

Reglas y masas.

Cuanto más una sociedad relativiza y disuelve las normas jurídicas que habrían de regirla, si se trata de sociedad moderna, más retornan, y con mayor fuerza, las normas sociales. El acabarse del Estado y del derecho positivo, de naturaleza artificial y designio deliberado, no significan, como creían ácratas y marxistas de primera hornada, don Carlos incluido, la implantación de una libérrima anarquía feliz, sino el imperio de una normatividad más viscosa y atenazante, menos respetuosa de las personales opciones de los individuos y que aún con mayor saña reprime desobediencias y heterodoxias con sanciones que se adoban de desprecio social y exclusión colectiva. Es el reino del inconsciente colectivo y de la inercia social, de la superstición común, de la tradición anquilosada, de la historia rígida que busca perpetuarse en homogeneidades infinitas, en repetición eterna.
Me refiero a las reglas sociales espontáneas, los usos, los hábitos que la gente ni cuestiona pues se le escapa su naturaleza optativa, que sí sabe ver en las leyes del Estado. Se toman aquellas pautas normativas por naturales, sin saber que no tienen nada que no sea también artificio y manipulación, si bien con el disfraz de lo inexorable. Son reglas que se alimentan del temor que esparcen, el temor sobre todo a ser tildado de diferente, excéntrico, loco.
Creo que en España, puede que igual que en medio mundo, vivimos ese retorno, tal vez por el alocado cuestionar del Estado que, precisamente, nació en la era moderna para protegernos de la dictadura de las convenciones acríticas de la masa social.
Allí donde hace mutis una asociativa sociedad civil surgirá siempre el incivil grupalismo, reemplazará la masa irresponsable a la agrupación consciente, y los ciudadanos, queriéndose súbditos más bien, harán dejación de su autogobierno, individual y colectivo, y se abandonarán al rito comunitario más irracional, a la exaltación de fantasmagóricas almas colectivas y a la defensa de problemáticos honores suprapersonales. Lo acabamos de ver nuevamente, y multiplicado, como era de esperar, en el Mundial de fútbol, ese desahogo de pueblos con más víscera que seso y más premodernos que modernos a secas. Y lo contemplamos a diario en esta sociedad que no quiere serlo y desea mutar en una promiscuidad de comunidades cutres. Buena cuenta se dan los politicastros estos, todos, felices de convertirse a toda marcha en señores feudales, en caudillos de una masa social boba, en lugar de perseverar como gestores responsables de los designios libres de ciudadanos reflexivos. Por eso ansían, entre otras muchas cosas, selecciones nacionales de lo que sea, los que aún no las tienen. Y los que ya cuentan con ellas a su favor, las adornan de medallas y recepciones y las ofrecen a vírgenes y santos; por eso se empachan de eslóganes y retóricas hipnóticas, para hacernos en serie, clones, muñecos de colorines, rebaño dócil.
Qué pena.

10 julio, 2006

Gustoso cumpleaños.

9 de julio. Este blog acaba de cumplir un año. Vamos por las cuarenta y dos mil visitas. Así pues, en este espacio virtual levanto una imaginaria copa llena del bebedizo que a cada uno más agrade y brindo con y por los amigos que me vienen acompañando en esta humilde empresa que para mí es divertimento, desahogo y terapia, a partes iguales.
Gracias y va por vosotros. Seguiremos aquí mientras la neurona aguante y no os falte la paciencia.

Obviedades necesarias sobre religiones y Estado.

Con los años no ha dejado de crecer mi tolerancia en asuntos religiosos, al tiempo que se atenuaban, creo que casi por completo, mis prejuicios con los creyentes. Otra cosa es que reclame para mí idéntica consideración, que generalmente recibo de ellos, todo hay que decirlo. Diríase que en esta sociedad los enfrentamientos por cuestiones de fe o de su ausencia han pasado felizmente a la historia. Por eso sorprenden tanto algunas opiniones que de tiempo en tiempo se vierten en los medios de comunicación y determinadas posturas de personas con responsabilidad pública y, se supone, con la cabeza bien amueblada. Incluidos los gubernamentales que quieren hurgar en viejas heridas de nuestras guerras de religión. Pero hoy toca hablar de los otros.
Un ejemplo, el editorial de ayer, sábado 8, en ABC, titulado "Desaire a la mayoría católica". Como si el editorialista hubiera resbalado y se hubiera caído en el túnel del tiempo, calzada retro. Deberían quitarle unos puntos por conducirse así. Extracto, sobresaltado, algunos párrafos con miga:
"El ciudadano José Luis Rodríguez Zapatero es una persona libre para albergar en su conciencia personal las creencias o descreencias que considere oportunas, pero el presidente del Gobierno se debe a ciertas obligaciones de respeto a la mayoría de los ciudadanos. Por ello, su ausencia -y la de la Vicepresidenta- en la Eucaristía que el Papa celebrará mañana supone una desconsideración relevante a la mayoría católica de la nación y a la propia figura de uno de los principales líderes espirituales del planeta.
"Es probable que Zapatero haya calibrado perfectamente la valoración política de su gesto -de su no-gesto, más bien- como expresión de lo que sin duda considera un talante de laica modernidad, pero lo que en realidad va a hacer es un desaire deliberado a millones de ciudadanos de los que también es presidente
". Etc.
Aquí me tienen, sin que sirva de precedente, dispuesto a defender al Presidente.
Qué curiosa idea del respeto maneja el autor de estas líneas. Yo pensaba que el respeto mejor que a los fieles de cualquier credo religioso se debe consiste, además de no perseguirlos ni denigrarlos por sus creencias, en no tomarse a chufla sus ritos ni hacer de fariseo en sus ceremonias, cual si se tratara de eventos mundanos más propicios para las relaciones públicas y el mamoneo que para el recogimiento sincero y la comunión con su razón de ser. Pero parece que no, estaba yo en un error. Por lo visto, sigue habiendo católicos que prefieren recibir en sus misas, como si tal cosa, a un Presidente que honestamente proclama su condición de descreído en materia religiosa, tal vez les gustaría incluso que pusiera falsa cara de devoción, orase con estudiado gesto contrito y, por qué no, recibiese algún sacramento, total qué más da si de ese modo se somete, aunque sea sin ganas, a lo que hay que someterse y hace propaganda de lo que se pretende propagar como sea. Pues muy mal. Si así frivolizan ésos sus más sagrados ritos y sus ceremonias más significativas, que no se lo tomen a por la tremenda cuando los traten como lobby de intereses o como asociación descaradamente secular. Repito lo evidente, no son todos así, pero el editorialista de ABC les hace flaco favor a quienes a sí mismos se respetan como católicos y no quieren que se humille su fe a base de fingimiento y poses estudiadas.
Y que no nos vengan con que no se refieren a la persona de Rodríguez Zapatero sino al cargo que ostenta, a la institución. ¿Todavía hay que recordar que en un Estado aconfesional las instituciones públicas ni pueden en buena ley ni deben comprometerse con confesión ninguna ni humillar sus cargos ante la cabeza visible o invisible de ninguna iglesia, ni ante el Papa de Roma siquiera, de Roma. Sin perjuicio de que, a título personal y privado, estén tan legitimados como cualquiera para vivir con arreglo a la fe que elijan, si alguna escogen. ¿Añoranza de la religión de Estado?, ¿nostalgia de la confesionalidad estatal, desaparecida hace poco más de veinticinco años? Ya bastante escozor nos provoca a muchos ver a los miembros de la Casa Real de misa en recepción pontificia, y tiro porque me caso con Letizia. Insisto, en lo que toca a su vida privada, como si se hacen mormones, no nos afecta. Como cabeza del Estado, chitón. Pues cuando se casa Felipe en la Almudena no es el Príncipe de Asturias y heredero de la corona el que propiamente se casa en la iglesia y, otra vez, con la Iglesia, es un señor cuya fe vale tanto como la del último mindundi del país y cuya acción es suya y a nadie más que a sí mismo representa. Igual que opción personal y no concesión institucional o compromiso de Estado con una idea sería si resultara ateo, se casara con otro de su sexo y celebrara su banquete nupcial en un club gay. Ateos y gays, a día de hoy y Constitución en mano, valen tanto, ya sea en cuanto ciudadanos o en cuanto detentadores coyunturales (o vitalicios y hereditarios) de los poderes del Estado como el más fervoroso católico o el luterano más entregado. Exactamente lo mismo, ni más ni menos.
Menos mal que, según cuenta el mismo periódico, algún obispo terció ayer mismo para decir que la Iglesia no tiene ningún interés en que nadie, ni un Presidente de Gobierno, vaya a misa a hacer el paripé. Pero hoy mismo vuelven los diarios a la carga, al hilo de las palabras del Papa sobre la importancia de la familia tradicional. Debería puntualizarse mejor: la importancia que la iglesia católica concede a la familia tradicional. Están en su derecho, tienen sus razones que serán sus buenas razones. Pero me pregunto: ¿alguien aquí está impidiendo que los católicos formen familias, las mantengan con arreglo al espíritu de su más pura tradición y perseveren en ellas con sacrificada vocación de servidores de su fe y cultivadores de sus convicciones? Diríase que sí, a la vista de lo que los periódicos recogen hoy domingo, después de los actos del Papa en Valencia. Dice por ejemplo La Nueva España, en su titular interior, que Benedicto XVI reivindica la "vigencia" del matrimonio entre hombre y mujer. Ah, ¿pero lo habían derogado? ¿ya no está social y legalmente en vigor?, ¿está prohibido?, ¿se pena en España o se discrimina al señor y la señora que contraen nupcias entre sí? Yo creía que ese supuesto de matrimonio heterosexual se hallaba claramente amparado por el artículo 32 de la Constitución, pero igual se lo ha cepillado Zapatero y ni me he enterado, en qué estaría yo pensando.
Naturalmente que está vigente, y hasta lozano. Y más lo estaría si no hubiera tanto católico practicando el emparejamiento meramente fáctico, o divorciándose a mansalva, o yéndose de putas el sábado sabadete. Están en su derecho, sí, para mí no cabe duda. Pero poco coherentes son con su fe, mucho menos que los que hacen cualquiera de esas cosas, en su caso, porque estiman que a nada ofenden que merezca respeto o sumisión. Así que atienda Benedicto XVI los usos anárquicos de su grey antes de dar tanto la tabarra para que no se nos deje a los demás vivir abiertamente y con coherencia lo que tanto católico practica de matute o con estrepitosa inconsistencia. No sea que le digamos aquello de la paja; de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Lo único que no está vigente es la imposición por narices del modelo de ellos como modelo de todos.
Parece que el Papa estuvo machacón, pues el mismo periódico explica en otro titular que "El Papa pide a los gobernantes que las leyes respeten el matrimonio tradicional". Vuelvo a lo mismo, a mí me parece que lo respetan. Tanto, que hasta otorgan efectos civiles al modo canónico de contraer el matrimonio tradicional. Pero qué lenguaje tan poco inocente, qué sibilinos eufemismos vaticanos, qué birlibirloque conceptual. No se quejan de falta de consideración a su matrimonio, no; expresan el malestar de quienes desean que el modelo que se sustenta en su fe, la suya de ellos, sea el modelo de todos, por bemoles; de los que desean que no resulte legal lo que para ellos es pecaminoso o nefando. ¿Eres ateo o partidario del amor libre o militante de convicciones sociales vinculadas a modelos no tradicionales de familia?, pues te aguantes, te casas uno con una del sexo de enfrente (no de la acera), para siempre a ser posible (¿se nos olvidó la lata del 82 y los apocalípticos a-nuncios de la Iglesia Católica con ocasión de la ley del divorcio? ¿Cuántos católicos han sido obligados a divorciarse por causa de esa legislación infame? ¿Lo fueron -suponiendo que sean o se tengan por católicos, que ni lo sé ni me importa- el puñado de ministros del PP que disolvieron vínculo matrimonial en vía civil cuando estaban a las órdenes de Aznar? ¿Por qué no regañan los papas al PP por andar dando tan mal ejemplo a las huestes de la Iglesia de Roma?).
Otra cosa es que a muchos católicos les desagrade, porque afrente a sus convicciones, ver que el vecino del quinto se ha casado con otro hombre y topárselos ahora en al ascensor haciéndose arrumacos. O que les moleste que en el segundo izquierda viva una pareja liberal que organiza una vez al mes cenas de matrimonios para no limitarse a desear en vano a la mujer o el marido del prójimo. Pues a aguantarse, ya que otros habrá a los que les produzca reparo, y hasta grima, el apego de los católicos a los moldes más rancios de la institución familiar, con lo que ha llovido y las que han caído. Que cada uno viva según sus convicciones, haciendo lo que quiera, siempre que los tratos sean entre adultos con capacidad para consentir, y que cada cual respete al otro y pondere con seriedad y consideración sus razones. Dios en la casa del que lo quiera y la Constitución en la de todos. Que hasta los refranes deberíamos ir cambiando.
Primicia exclusiva sobre este su humilde bloguero, aprovechando que el Pisuerga pasa por Pucela: pues resulta que servidor se va a casar en menos que canta un gallo con una católica. Y que dicho tengo, y lo mantengo, que no finjo la fe que no profeso ni recibo sacramento en que no creo. Por respeto a las ideas de mi mujer, precisamente. Así que nos fuimos a ver al cura de su parroquia de antaño y, aleluya, me dice que ojalá hubiera muchos como yo. Matrimonio mixto, dos papeles más para firmar, asumo compromiso de respetar la fe de mi compañera y a otra cosa, mariposa. Me quedo pensando que algo ha cambiado para bien en la Iglesia cuando hasta palmadas de felicitación le dan a uno por no disimular, mientras que hace cuatro días semejante doblez era obligatoria, bajo severa sanción social, eclesiástica, y hasta jurídica a veces. Pero viendo a muchos de los de Valencia estos días empiezo a pensar que simplemente di con un cura razonable que respeta a su Dios, ama a su prójimo y predica con el ejemplo. No llegará a Papa, descuiden. Como tampoco alcanzará púrpuras eclesiásticas el capellán del hospital en que mi madre se encuentra, que discretamente pasa a verla y es todo respeto, discreción y amorosa dedicación. Yo los dejo solos, pues ella es creyente, para que hablen de lo que deben o procedan según el rito que quieran. ¿Me dejarían muchos en paz a mí por no serlo? La mayoría de los amigos y compañeros católicos que tengo sí, sin duda; los obispos y cardenales, no lo sé, francamente, no estoy nada seguro. No habrá paz con ellos mientras no dejen de meterse con nosotros. Y no me refiero a que traten de convencernos, eso me parece muy bien, que hablen y escuchen a partes iguales. Me refiero a que quieran que la ley nos prohíba ser como somos y vivir como creemos que debemos hacerlo. Eso ya nunca más, nunca, cueste lo que cueste, pase lo que pase. En este reino de los suelos las ideas del Pape valen exactamente igual que las mías y tiene el mismo derecho que yo a imponerlas a los demás: ninguno.