30 septiembre, 2008

Las dificultades legales para disolver un Ayuntamiento. Por Francisco Sosa Wagner

(Publicado en El Mundo hoy, 30 de septiembre)
Hoy está perfectamente prevista en nuestra legislación la posibilidad de disolver los órganos de las Corporaciones Locales «en el supuesto de gestión gravemente dañosa para los intereses generales que suponga incumplimiento de sus obligaciones constitucionales». Así lo determina el artículo 61. 1 de la Ley de Bases del Régimen Local, que incluye un complejo procedimiento, alicatado de garantías, para la adopción de esta medida extrema.
Porque, en efecto, se atribuye la competencia al máximo órgano político-constitucional del Estado, es decir, al Gobierno de la Nación. Este ha de actuar siempre con conocimiento del Consejo de Gobierno de la comunidad autónoma correspondiente, y puede iniciar el procedimiento bien a iniciativa propia, bien a solicitud del Ejecutivo regional. Pero necesita para ultimarlo y poder aprobar la medida el «acuerdo favorable del Senado», en cuyo seno es la Comisión general de las comunidades autónomas la llamada a informar (artículo 56, letra n del actual Reglamento de la Cámara).
Este sistema procede de la regulación de nuestras Administraciones locales aprobada en abril de 1985, pero por ley orgánica de 10 de marzo de 2003, llamada de Garantía de la Democracia en los Ayuntamientos y la Seguridad de los Concejales, se añadió un párrafo (que no tiene carácter orgánico) en el que se concreta un supuesto de gestión gravemente dañosa para los intereses generales, aunque existe la obvia posibilidad de que pueda haber otros. Sería el caso de aquellos «acuerdos o actuaciones de los órganos de las corporaciones locales que den cobertura o apoyo, expreso o tácito, de forma reiterada y grave, al terrorismo o a quienes participen en su ejecución, lo enaltezcan o justifiquen, y los que menosprecien o humillen a las víctimas o a sus familiares».
Se sabe que el mecanismo del artículo 61 ha sido ya empleado por un decreto de abril de 2006 para disolver el Ayuntamiento de Marbella, por haber contravenido éste «de forma sistemática» la legalidad en el otorgamiento de licencias urbanísticas y haber incurrido en otras lindezas que el Decreto desmenuza. Por su parte, el párrafo nuevo, fruto de la reforma de 2003, podría ser hoy aplicable a aquellos ayuntamientos afectados por las sentencias de los Tribunales de justicia que han declarado la ilegalidad de determinados partidos o grupos políticos.
Ahora bien, de acuerdo con los principios generales propios de las actuaciones públicas y con la forma prudente en que el precepto está redactado, es evidente que la actuación del Gobierno habría de respetar, entre otros, el principio de proporcionalidad que, nacido en la jurisprudencia del Tribunal europeo, se halla acogido por los distintos Tribunales constitucionales y administrativos de los países de la Unión. Incidentalmente diré que al mismo, y en referencia al Tribunal Constitucional alemán, ha dedicado un magnífico trabajo Bernhard Schlinck, catedrático de Derecho Público que es muy conocido como escritor y como autor de El lector, una novela apasionante que ha sido leída por miles de personas en todo el mundo y desde luego en España.
Pero sigamos con nuestro asunto. Para decirlo muy resumidamente, nuestros Tribunales, el Constitucional y el Supremo, conectan la proporcionalidad con el valor de la justicia y con los principios de interdicción de la arbitrariedad y del Estado de Derecho. De suerte que, para que se ajuste a los mandatos constitucionales, se necesita que la medida a emplear sea la idónea, es decir, adecuada para el fin pretendido; necesaria, especialmente exigible cuando se trata de limitar derechos fundamentales, lo que obliga a analizar cuidadosamente la posible existencia de alternativas menos aflictivas; en fin, respetuosa con el análisis que en economía se llamaría de coste /beneficio, es decir, que no vaya a producir más desventajas que utilidad. Dicho en lenguaje coloquial, que no pretenda abatir gorriones a cañonazos.
Todas estas cautelas, como se ve exquisitas filigranas, son las que obran en nuestro Ordenamiento para poder disolver, de acuerdo con la legalidad, los órganos democráticamente elegidos de un Ayuntamiento.
Y ahora procede explicar la curiosidad que ofrece nuestra historia reciente y lo hago para posible pasmo de aquellos que contemplan el pasado con la mirada superficial de quien habla de oídas o lee con pereza, cum incuriam, que dirían los clásicos.
Porque en ese pasado, en la Monarquía de la Restauración y en la II República, técnicas similares a la analizada, a saber, las de suspender un Ayuntamiento o desplazar a los alcaldes elegidos era algo habitual, juego de niños, podría decirse. El lector ha leído bien: la II República, esa época que hoy algunos se empeñan en presentar como un compendio afortunado de respeto a las reglas democráticas, hacía y deshacía en las corporaciones locales con maneras de dómine de malas pulgas.
Cuando en 1931 se revisa la obra de la Dictadura de Primo de Rivera (Decreto-Ley de 16 de junio, luego convertido en ley) se deja subsistente el Estatuto municipal de 1924 (de Calvo Sotelo) pero se vuelve en algunas materias a la ley de 1877. En especial, se acogen sus previsiones acerca de la suspensión temporal de alcaldes y ayuntamientos, atribuida a los gobernadores civiles, y con una participación ex post del juez tan débil que en los intentos de reforma de Maura (1907 - 1909) se quiso rectificar tal estado de cosas disponiendo garantías más afinadas. La opción que los gobernantes de 1931 hicieron por la legislación de 1877 constituyó pues una apuesta decidida por un sistema de injerencia gubernativa en la vida de las corporaciones locales que había sido criticado por muchas voces durante la Monarquía alfonsina. El proyecto de Maura y la supresión de estas técnicas de intervención por Primo de Rivera es consecuencia de ello, si bien es verdad que el Dictador no se tomó jamás en serio la obra de Calvo Sotelo y por tanto su contenido fue en la práctica papel mojado.
En el año 1931 no se desconocía pues que el manejo del arma de la suspensión en épocas electorales había sido algo absolutamente habitual e incluso que tenía a veces carácter cómico. Según Gumersindo de Azcárate, buen estudioso del régimen local de la época, un Ayuntamiento fue suspendido en período electoral porque no había ordenado el encendido de todas las luces. En un libro, cuyo autor es Pedro Pérez Díaz, publicado a principios de siglo y dedicado justamente a este tema, puede advertirse la desesperanza del autor cuando escribe que «los derechos políticos son para los amigos, los cuales además no delinquen nunca ni quebrantan el Derecho».
Es decir, se diseñó el cañamazo para que, a lo largo del periodo republicano, en ayuntamientos grandes y pequeños, las suspensiones de alcaldes y su sustitución por personas afines nombradas por los gobernadores fuera constante. Hace poco, en esta misma página, contaba yo mismo el ejemplo curioso de las elecciones para nombrar a los representantes de las regiones en el Tribunal de Garantías constitucionales, momento en el que fue necesario discutir largamente si los corporativos suspendidos -muchos y en todos los territorios- podían o no participar en los comicios.
En fin, al atender la República a la Administración local con una ley específica, en 1935, se autorizó la suspensión gubernativa de alcaldes «cuando la provincia a que pertenezca el término municipal se halle en alguno de los tres estados de prevención, alarma o guerra definidos por la Ley de Orden público». Estados excepcionales que en aquellos años fueron los normales por lo que el recurso a esta medida resultó tan frecuente como son los rebaños de nubes en los cielos.
Hoy, lo hemos visto, la legislación de régimen local es muy respetuosa con los poderes locales elegidos. Justamente por ello, aplicarla no sería sino empuñar la batuta de la legitimidad democrática.

Brevísimo sobre congojas.

Aun de viaje, no me abandona la congoja nacional. Sigo acongojado. Dos rápidas muestras (la vida turístico-universitaria es muy exigente y no deja tiempo para nada).
He oído aquí, en Italia, que Berlusconi ha dicho lo siguiente: El Norte tendrá más dinero, el Sur no perderá ni un euro y los ciudadanos pagarán menos impuestos. ¿A quién me recuerda esta manera de cuadrar el círculo económico-territorial? ¿Será que los extremos se tocan o que no son tan extremos en el fondo?
Para colmo, miro los periódicos españoles y veo que Solbes ha declarado que los ahorros de los españoles no corren peligro. Date por jodido. Si tuviera ahorros ahora mismo iría preparando el calcetín casero. Como no tengo, me siento a fumar y a tomarme un orujo (comienzo aquí con una grappa), a la espera de ver pasar el cadáver de la cartilla de ahorros de tanto guaperas con talante.
Va bene.
ADDENDA VESPERTINA.- No, no, no, no quiero comparar. Ya se sabe que todo lo que va fatal tiende a empeorar. Sólo los faltaba Berlusconi para tenerlos a todos. Sólo pretendo señalar analogías discursivas, por así decir. Que no es poco. Porque miren lo que sigue, añadido horas después de la breve nota anterior.
Caramba, caramba, caramba. Por la tarde vuelvo a oir las noticias y resulta que Beltroni critica a Berlusconi y éste y los suyos responden que la oposición no es constructiva, que rechaza sistemáticamente el consenso, que parece que está en campaña electoral permanente y que su manera de oponerse no es ni responsable ni patriótica. Y sigo con la sensación de déja-vu. ¿Será que el parecido es con el señor Blanco, don Pepiño?
Cambio de tema. En la tele contemplo, perplejo, un reportaje sobre el “Festival del Derecho” que se acaba de celebrar en Piacenza. Entrevistan brevemente a Zagrebelsky, Rodotà y Ferrajoli. No está mal, con un poco de suerte Italia nos da ejemplo de cómo convertir los congresos jurídicos en un espectáculo mediático. Ya imagino a alguno de los nuestros bailando ante las cámaras el can-can con “culottes” de reglamento, o disfrazado de Sisí Emperatriz. Le haría tanta ilusión...
Mañana cuento el desenlace de mi delicada misión evaluadora. Palabra.

29 septiembre, 2008

Crónica sur-realista

Diré para empezar que espero -creo que fundadamente- que este blog no se lea en Italia. Aunque sorpresas de ese calibre se ha llevado uno ya. Y lo espero porque voy a intentar narrar estos días lo que me está pasando en este país maravilloso y divertido. He venido a una hermosa ciudad italiana como parte de una comisión de evaluación de uno de los departamentos universitarios, departamento que integra las áreas de Filosofía del Derecho, Derecho canónico e Historia del Derecho. ¿Qué por qué un escéptico como un servidor ha aceptado tal encargo? Hombre, para empezar, no sea usted envidioso y no se delate con tales preguntas. Y porque estas cosas hay que verlas desde dentro para hablar con motivo, además de que interesa comprobar si en otros países las cosas están igual de chungas. Consolémonos: están peor.
Llegué anoche. Un taxi me esperaba en Venecia y llegué al hotel pasada la medianoche. Había leído la agenda y había entendido que el día de hoy lo tenía libre hasta la tarde-noche. Primer error, hacerle caso a la agenda oficial. A las nueve suena el teléfono en mi habitación. La secretaria del Departamento me pregunta que cuándo quiero que me recoja para ir a la Universidad. Le digo que qué tal a las diez. Me responde que otro profesor que viene para lo mismo ya está listo. Le respondo que lo siento, pero que yo no sabía que ya había que estar dispuesto esta mañana, pues en la agenda venía otro plan. Me replica con ironía italiana y un toque de mala leche que será a las diez si es la hora que a mí me agrada.
Al final, nadie estaba preparado para las diez, fui el primero en comparecer. Me encuentro con los dos compañeros de tarea: una profesora italiana de Historia del Derecho y ¡un cura español que ha sido durante treinta años juez en la Rota Romana! Me relajé de inmediato previendo lo que se avecinaba. No me equivoqué: vamos a trabajar poquísimo.
La profesora italiana nos soltó un largo discurso sobre la conveniencia de hacer una evaluación muy positiva, pues si criticamos a los colegas de nuestras disciplinas aquí, los perjudicamos frente a esos iusprivatistas y iuspublicistas que se lo llevan todo por el morro y sin compasión. Il “monsignore” quería guerra y venía crítico, creo que un poco ofendido por cuestiones protocolarias. Yo me sumé al sector complaciente de la comisión, pues quién me manda a mí buscarme problemas también por estos pagos. Con todo, algo habrá que hacer y la comisión tuvo esta mañana su primera reunión, donde todo el rato habló la colega italiana, de lo divino y de lo humano. El cura me dice todo el rato al oído que si hemos venido aquí nada más que para escuchar conferencias de esta tía. Mi natural bonhomía me pilla siempre en medio de estas disputas. Además, reconozco que pasé buenos ratos de tal parlamento de la dama pensando en mis cosas y planeando mis momentos de asueto en esta histórica villa. Conste que la señora es simpática y bien dispuesta. No nos dejó solos ni un momento un italiano, profesor del Departamento, que supongo que tiene el cometido de espiarnos y controlar si merecemos o no las copiosas pitanzas con que nos obsequian. El cura sufre ocasionales arrebatos de desconfianza y le pregunta por qué él está ahí. El italiano sonríe y hace como que no entiende la pregunta.
A todo esto, a cada uno de nosotros se nos había encargado que, antes de viajar, redactáramos una evaluación individual y provisional del Departamento. Como soy el típico pringao, sólo yo había cumplido el cometido. El cura ni la había hecho ni se arrepiente por ello y la profesoressa había escrito unas líneas a mano esta mañana, mientras venía en el tren. Conviene aclarar que dicha evaluación tenía que basarse en la relación de publicaciones de los profesores del Departamento. Pura relación, al peso, como si estuviéramos en España en estos mismos tiempos.
No sé si de este caos va a salir el informe final que se espera. La profesora italiana lo tiene clarísimo, hay que decir a todo que sí y que muy interesante y meritorio. El cura insiste en la necesidad de la crítica, constructiva si no hay más remedio. Yo no sé a qué atenerme. Consecuencias, en mi caso, de la falta de fe. Como para nuestro juicio no tenemos más elemento que la lista de publicaciones de los últimos años, se me ocurre que podríamos echar un vistazo a los escritos y reunirnos con los profesores para preguntarles cosas. Consternación. Nos dicen que casi todos los profesores están fuera de la ciudad. Casualidades. Al ir a comer, nos encontramos a uno de los cátedros que se va para su casa en bicicleta. Otra casualidad y más consternación. Queda para comer con nosotros mañana.
Tras el caos de esa primera sesión, nos vamos a comer. Opíparo menú. El prete y un servidor se ponen hasta arriba de un vino blanco riquísimo. El cura se desmelena haciendo chistes del Papa y poniendo a caldo a los cardenales. Según sus propias palabras, no hay un cardenal que tenga un ápice de seso y son casi todos unos malandrines, comedores, bebedores y perezosos. Caray, si digo yo eso me condeno y me caen aquí cuarenta comentarios indignados. Fuera de esos ratos de intimidad anticlerical, lo que se ve y se oye en la mesa tiene también su aquél. Nos acompaña un profesor de la Facultad que es caballero de la Orden de Malta y que, como corresponde, ha sido embajador en Malta. La conversación gira de pronto hacia apasionantes temas procesales relacionados con la jurisdicción competente para resolver los litigios de esa Orden. Cuántas cosas no sabe uno, qué barbaridad. Y qué cosas saben algunos, hay que ver. Yo ya había leído que ésta era una de las universidades más tradicionales y tradicionalistas del país. Pero no pensaba que era para tanto. Nos topamos con un iusfilósofo que nos suelta que hay que acabar con la peste del igualitarismo. Me quedo pensando a qué se referirá exactamente, pero en la comida explican que es férreo defensor de una monarquía papal para Italia. Mira, para que luego nosotros nos quejemos del PP. De extrema izquierda parece Rajoy. ¿O pensará lo mismo?
Es interesante lo que cuenta el sacerdote sobre el proyecto que tiene el Vaticano de hacer su propio código laboral y penal. Derecho penal del Vaticano, eso promete. Este hombre está en la comisión vaticana que lo redacta. A lo mejor podríamos invitarlo a nuestro seminario leonés de Penal y Filosofía del Derecho. Sería la bomba. Le pregunto cómo se van a cumplir en El Vaticano las penas privativas de libertad. Me responde que tales penas son un atraso por inútiles y contraproducentes. Diablos (con perdón), he ido a dar con un abolicionista con alzacuello. Aprovecha para contarme algunos casos de cardenales que se habían apropiado del cepillo para gastarse los cuartos en vicios. No doy crédito. Cada vez estoy más contento de haber venido.
Ya puestos a avizorar el Averno, lo interrogo sobre para qué necesita El Vaticano una ley laboral. Responde que son un problema los despidos colectivos de los operarios que tienen, pues, a falta de ley, siempre se echa primero a los trabajadores que no son hijos de cardenal. No gano para sobresaltos. Hay que ver cómo está la Curia.
Por la tarde volvemos a reunirnos. Definitivamente han desaparecido todos los profesores. La profesoressa de la comisión decide llamar al responsable del programa de evaluación, que habría debido recibirnos. Al cabo de un par de horas aparece consternado. A él le habían dado otra fecha para nuestra presencia. Nos insiste en que es muy importante que nos reunamos con investigadores y doctorandos del Departamento. Le decimos que vale, pero que dónde están. Averigua y resulta lo que nos temíamos: no están.
De pronto nos avisan de una nueva incidencia: se va a cerrar la Facultad y hay peligro de que nos quedemos dentro sin remisión. Huimos despavoridos. Menos mal que mañana tenemos un programa interesantísimo: iremos a ver los famosos frescos de Giotto.
Qué alegría da constatar que la universidad española es de lo más normal, parecidísima a ésta. Aquí la queja continua es que faltan medios económicos para la investigación y para todo. Se están suprimiendo doctorados y todo tipo de actividades por falta de recursos. Y para que estos tres fulanos tan raros hayamos venido a hacer esta evaluación tan sesuda y tan bien fundada se gastan un pastón. En fin. Prometo que no volveré a quejarme de pedagogos y burócratas. Gracias a ellos me voy a dar estos días unos paseos la mar de interesantes. Y conste que yo venía de buena fe. No tengo arreglo.
PD.- Se admiten apuestas sobre si la volveré a "defecar" por andar contando estas cosas al pueblo llano.

28 septiembre, 2008

La memoria gastronómica. Por Francisco Sosa Wagner

Es hora de proclamar la defensa de la memoria gastronómica. Y con urgencia. Se impone buscar ya, sin más dilaciones, en los viejos arcones, en las buhardillas de las casas antiguas, en los aparadores jubilados de los desvanes, las recetas de nuestras abuelas que yacen allí a la espera del soplo amigo y efusivo que las honre como se merecen después de años y años de olvido, de incuria, de deshonor ... Recuperar la memoria gastronómica es un acto de justicia, tardío si se quiere, pero imprescindible para volver a estar en paz con nosotros mismos y poder mirar en nuestras intimidades sin avergonzarnos, con esa cabeza erguida y altiva que gasta quien nada tiene que ocultar.
Yo -aun desde mi poquedad provinciana- convoco a los españoles a esta labor patriótica, a este desescombro histórico, a este remover de restos que ha de ser una empresa nacional que a todos nos una y que a todos nos galvanice. Y, si no se atiende este llamamiento mío, si por pereza o por ignorancia acerca de lo que nos jugamos, continuamos indiferentes a este desafío de la historia, entonces habrán de ser las autoridades de todos los gobiernos quienes actúen de manera coactiva. Y, si por desventura tampoco lo hicieran, que venga el legislador, que entre en el escenario el Parlamento para aprobar una ley de recuperación de la memoria gastronómica con su Exposición de motivos, sus decenas de artículos y sus disposiciones derogatorias, transitorias, manducatorias y contradictorias.
Y, si tenemos la osadía de dar la espalda a la ley o de hacerle un descortés corte de mangas o esta acabara durmiendo el pegajoso sueño del Boletín, entonces será irremediablemente el juez el convocado: sí, el juez de instrucción para que diligencie la causa criminal que abra el proceso penal. A ver entonces quien es el guapo que se le resiste.
Porque resulta que, en la época de las identidades y de la España plural, se nos quiere imponer la uniformidad gastronómica, la uniformidad de hamburguesas y pizzas en multinacionales de los asuntos de boca, de la “bucólica” que se decía en el Siglo de Oro. No y no.
Los signos que ya conocemos son inquietantes: en todas las ciudades se multiplican los burgers, los macdonalds, las pizzerías, y lo que es peor, la juventud, esperanza de la sociedad, se vuelca en ellos, y en ellos se alimenta mancillando el honor gastronómico patrio, que es el mejor fundado de cuantos honores existen. Jóvenes briosos de fornidos hombros y muchachas de adorables pechos, os exhorto: ¡enarbolad un botillo y acorralad al happy meal! Porque ¿cómo se atreve a competir uno de esas bazofias rociadas de ketchup con nuestros callos? ¿es que una blancuzca salchicha con mostaza puede sustituir a un montadito de lomo, a unos mejillones al vapor? ¿Nadie ve la locura?
Y todo es porque tenemos enterradas y sin dar cristiana sepultura, en la fosa común del olvido, las recetas de nuestras abuelas y de nuestras madres que glorificaron figones y fogones. Pues ¿qué decir de los dulces sobrenaturales de las monjas? Mesarme los cabellos o lanzarme al río Bernesga con una piedra al cuello es lo que me pide el cuerpo cuando veo en el mostrador de una cafetería esos bollos insustanciales, que encima aparecen metidos en un condón, para más humillación de todos: de nosotros, de los bollos y del condón.
Yo os digo que, si nos aplicamos a desenterrar recetas, encontraremos sin dificultad las de esos dulces de almendra que llevaban en su superficie dibujos de azúcar que reproducían el acueducto de Segovia o los frisos de la Alhambra. Pues ¿qué de las hojuelas, pestiños, mostachones, bizcotelas que dieron ánimos a nuestros antepasados para las hazañas a las que debemos nuestro ser?
O daremos con la del pollo que se llama “en pebre”: se asa en parrilla, frotado con manteca, zumo de limón y ajos. En la cazuela o marmita se pone perejil, pimienta, sal, laurel, el jugo del asado, aceite y agua caliente para que hierva. Después se vierten en la salsa ocho o diez yemas de huevo, se baten para espesarlas y se deja hervir todo otro poco. Adorable el pollo, memorable el guiso.
Sépase que la pérdida de la memoria gastronómica nos lleva al escorbuto y al deterioro del semen. O lo que es peor: al sushi y a las comidas orientales pues empezamos con los chinos pero hoy son también los vietnamitas, los tailandeses y los coreanos quienes protagonizan una invasión implacable que es la avanzadilla de otra más amenazadora. ¿Quien no piensa que lo que hoy son inofensivos rollos de primavera y arroces tres delicias no serán mañana obuses y misiles cuerpo a tierra?
España debe sin más demora recuperar la dignidad defendiéndose ante el peligro de la desmemoria gastronómica. ¡Todos al desván de la abuela con el pico y la pala!

26 septiembre, 2008

Hombres (y mujeres) "de partido"

Muchas veces oímos que de un fulano o una fulana se dice eso de “es un hombre/mujer de partido”. ¿Qué significará esa expresión?
Yo jamás he militado en un partido y cuando he estado cerca de alguno se me a encabritado la psoriasis rápidamente. De todos modos, en tiempos la expresión no me sonaba mal, pues en mi cabeza bullía una ecuación de cuyo error los tiempos me han convencido a gorrazo limpio. Era tal que así: ideología definida = partido = militantes convencidos = hombres/mujeres de partido.
Pues no, no era eso. O, si un día fue, ya no lo es. Sólo hay que mirar alrededor. Podríamos fijarnos en cualquier parte, pero quedémonos aquí mismo. Nada resulta más enternecedor que ver a peperos y pesoeros esmerarse por marcar diferencias ideológicas. Eslóganes distintos sí que se gastan, y gestos para la galería y posturitas. Jolipa, si el otro día en Rodiezmo hasta cantaron la internacional con el puño en alto Zapatero y sus chicos/as. Viva la gente, la hay donde quiera que vas. Bueno, pero con la letra de antes. Así que no sé por qué se cortan los del PP de cantar el Cara al Sol cualquier día después de tomar el té con Espe. Vamos, que mucho fingir discrepancias, pero todos van a lo mismo, como de los machos decían antes las madres preocupadas a sus “vástagas”.
Veamos: Zapatero dijo la semana pasada que él no es intervencionista. Si sabe lo que quiere decir, se dará cuenta de que está dando gustito por ahí a los neoliberales, ésos que él afirma que son tan malos tan malos, casi tan malos como los neocons, en su opinión. Y el hombre del saco y el coco. Uuuuuh, qué miedo. Este Zapatero es el mismo que el otro día fue a Nueva York a apoyar sin reservas y a tope el plan de Bush para rescatar a los banqueros más fulleros con el dinero de los contribuyentes de allá. ¿Diría el PP cosas distintas? Y ya sabemos qué pasa por aquí con la inmigración, la mano dura penal, etc., etc. Eso sí, sobre lo que pasó en este país hace sesenta años discrepan duramente ambos partidos. Que no decaiga la tensión competitiva.
Así que, con perdón de ustedes, lo de que nuestros dos grandes partidos tienen una ideología que los diferencia un servidor no se lo cree ni por el forro. Oigan, y entonces cómo nos explicamos la fidelidad de muchísimos votantes y la fogosidad con que tantísimos simpatizantes se emplean en lo que parece un debate político y no es más que escaramuza de patio de colegio. Pues se explica porque hay mucho hombre/mujer de partido. Eso sí, entendiendo por partido algo muy parecido a un equipo de fútbol. Juegue bien o juegue mal, gane o pierda, yo soy del equipo X... y del partido Y. ¿Por qué? Porque ya lo fue mi padre o porque mi padre era del rival o porque fue la suya la primera camiseta que me regalaron o porque me gusta ganar... Y así. Puede el líder de un partido decir hoy una cosa y mañana su contraria (Zapatero y Rajoy andan esta temporada intercambiándose papeles de un modo alucinante), puede pasarse por el arco del triunfo (electoral) los principios que ayer mismo declaró sagrados, puede imitar a la perfección lo que del contrario criticó ayer acerbamente. Da igual, el hombre y la mujer de partido van a seguir a su líder aunque rebuzne y se van a aplicar con saña a su defensa frente al enemigo del progreso o de la nación que intente atacarlo.
Por eso a mí me cae mejor la gente religiosa que la gente de partido. Porque es lo mismo, pero con más solera y, aunque los dogmas y los ritos también cambian, al menos lo hacen más pausadamente y sin que al fiel se le noten tantísimo las (des)vergüenzas.
PD.- Pinche aquí y verá un buen artículo muy relacionado con este asunto.

Contubernios

Página 7 de El Mundo, edición en papel (supongo que aparecerá lo mismo en los demás periódicos madrileños, pero hoy en edición impresa no los he visto). Publicidad de página entera. Arriba, el nombre de la universidad privada que se anuncia: "Universidad Francisco de Vitoria". A continuación, a la izquierda, una foto en color. Tres personas en la foto. La del medio es Esperanza Aguirre, risueña y veraniega. A su izquierda y su derecha dos muchachos sonrientes, con cara de haber pasado buena infancia hace una temporada y vestidos como para ir a jugar un campeonato de polo. Al lado, la siguiente inscripción, en letras bien grandes: "La universidad privada con mayor número de alumnos con becas a la excelencia académica", becas que, según la letra pequeña, concede la Comunidad de Madrid. Naturalmente, no dicen qué proporción de tales becas tiene esa universidad en comparación con las universidades públicas. Qué importa, con la cantidad de malandrín y de jovenzuelos del arroyo que estudian en lo público.
Con su pan se lo coman, puesto que pan no ha de faltarles, pero lo que me parece un poco chocante es lo de la presencia de la señora Presidenta de la C0munidad de Madrid en la publicidad. Me encantaría saber de ese Derecho raro que conocen cuatro gatos y poder decir si hay o no alguna norma que regule la aparición de presidentes de comunidades autónomas, presidentes del gobierno, ministros, consejeros y cosas así en reportajes publicitarios que promocionen empresas privadas. Si hay tal, que alguien eche un vistazo a ver si la Espe se ha saltado alguna norma. Y, si no hay, debería haber.
¿Qué pensaríamos si su imagen fuera utilizada de modo tan claro para un anuncio de Cola Cao o de alguna marca de mortadela de pavo? Mal, ¿verdad? Pues, francamente, no veo la diferencia, tan negocio privado es lo uno como lo otro.
Y, para decirlo todo, yo creo que a los estudiantes de las universidades privadas no se les deberían dar becas públicas. Pero ése es otro cantar.
Por cierto, nada tengo contra la Universidad Francisco de Vitoria, aunque no conozco ni una sola investigación o publicación de algún relieve que de ella provenga. Supongo que están a otra cosa; y para otra cosa.
O a lo mejor es que la Espe quiere abrirse camino de actriz, nueva Cruz, doña Pene-lope. Si es así, suerte, chata.

25 septiembre, 2008

De mal en peor

(Publicado por un servidor en El Mundo de León, hoy, 25 de septiembre)
¿Qué pensaríamos si en un restaurante de muchos tenedores los cocineros se escogiesen nada más que por ser sumisos y guapos de cara, sin preocuparse de si saben distinguir entre una lubina y una morcilla de Matachana? ¿Comería usted tranquilo? ¿Serían tragables los platos? ¿Pagaría de buen grado la factura? ¿Y qué se diría de un taller cuyos mecánicos fueran ahí colocados por los partidos políticos del lugar, aunque no tuvieran ni idea de cómo se cambia una rueda o se ponen unas pastillas de freno?
Obviamente ningún taller que no desee ir a pique y ninguna casa de comidas que no quiera envenenar a sus comensales procedería de manera tan estúpida. Pues entonces que se nos conteste a la siguiente pregunta: ¿por qué para cubrir los puestos de las más altas magistraturas del Estado, y en particular aquellas que garantizan a los ciudadanos sus derechos más básicos, se procede solamente con criterios de amiguismo, entrega a los partidos y poca atención a la experiencia y la competencia que para cada puesto se requiera?
Don Enrique López ha sido propuesto por el PP de Castilla y León como candidato para magistrado del Tribunal Constitucional. Fue juez en León y es persona a la que conozco y contra la que nada personal tengo. Pero lo cortés no quita lo valiente. Y resulta que en sus años como miembro del CGPJ ni una sola vez ha votado en contra de los intereses o las propuestas del PP, y como portavoz de dicho órgano del gobierno judicial se ha pasado el tiempo defendiendo cada tesis de ese partido. Eso explica por qué les cae simpático, pero no justifica que lo propongan, al menos si nos tomamos en serio el significado de la Constitución y las funciones del TC.
En Castilla y León hay unos cuantos constitucionalistas de primera y también un puñado de jueces y magistrados independientes, con amplísima experiencia en su oficio y que no han dejado de ejercerlo para dedicarse a otros menesteres más vistosos. Pero a los dos grandes partidos, aquí y en toda España, no les interesan tales cualidades. En lugar de la competencia académica y profesional prefieren el chalaneo y los apaños. Nada les espanta tanto como los independientes y sólo quieren a los que entregan su obediencia a cambio de medro y relumbrón. La conclusión se impone: al PP y al PSOE la Constitución les importa un rábano y nuestros derechos más sagrados, los derechos fundamentales de los ciudadanos, les traen sin cuidado. Por eso ignoran a quienes pueden defender mejor la Carta Magna y amparar tales derechos nuestros. Sólo pretenden hacer impunemente de las suyas. Nos traicionan a nosotros y traicionan las más elementales reglas del juego constitucional. No son decentes.

24 septiembre, 2008

Ni santa ni pura, aunque virgen

¡Ay, qué mundo éste! En la última de El Mundo de ayer, martes 23, viene una noticia que es la monda, acompañada de una foto que corta el aliento. Resulta que una italiana protuberante y que tiene una grupa como para darse la vuelta al mundo al trote (ustedes ya me entienden, y pido perdón a los fanáticos de la corrección política y del género tonto) ha sacado su virginidad a subasta y el precio de partida está en un millón de euros. Fruslerías. Se llama Raffaella Fico la torda y puede ser la que dé la puntilla al vacilante sistema bancario. Alguno firmará una hipoteca basura para morir tan arruinado como contento.
Lo espectacular del caso (bueno, una de las cosas espectaculares del caso) es que la tal Raffaella se presenta como “católica devota y declaradamente casta”. Esta señora en España podría dedicarse a la política, pues tiene el talante que aquí más gusta: hace lo contrario de lo que proclama. Expresamente declara la virgen venal: “No sé lo que es practicar el sexo, y si alguien pagase un millón de euros por mí está claro que me sentiría cohibida”. Puesto que en Italia la familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y todas esas cosas, tercia su hermano, quien sentencia que “No ha estado nunca con ningún hombre. Pongo la mano en el fuego y desafío a quien diga lo contrario a demostrarlo”. Prueba diabólica llaman a eso los procesalistas, y nunca mejor traída la expresión. Para que no quede lugar a dudas, apela el fratello al argumento de autoridad: “Mi hermana es muy devota del Padre Pío”. Es estupenda la manera de ser píos que tienen los italianos.
Es más, como corresponde a la presentación, la ragazza está dispuesta a montárselo en plan mártir y declara que “Si no me gusta (se refiere al varón que se le presente con los euros en los belfos), me beberé un vaso de vino y adelante”. Espero que no sea vino de misa lo que se tome esta versión posmoderna de María Goretti.
Lo de la santa moza pase, pues tanta abstinencia le habrá nublado el sexo, y vaya usted a saber si no está malamente influida por algún teólogo de la liberación propiamente dicha. Pero lo de los caballeros que pujen y empujen tiene más difícil explicación. Porque, vamos a ver, esto es como si le ofrecen a usted un coche de lujo de a millón, pero con la advertencia de que vaya usted a saber cómo rueda y si no se le gripará el motor en la primera curva. Una cosa es que algunos sinceramente creamos que son mucho más eficientes y agradables las señoras un poquito devotas, mucho mejores que las militantes estragadas que te cuestionan tu estilo y tus maneras, como si tú tuvieras tú la culpa de que los dioses te crearan con un apéndice así en lugar de con una flor de loto para la ocasión, y encima pretenden orgasmos a ráfaga y de manual de autoayuda mientras se comentan en la cama las obras completas de Lyotard o la Kristeva, y otra cosa es que los hombres tengamos que entrar al trapo de cualquier oferta y lanzarnos a gastar nada más que porque nos encanta el chasis. Lo de perfumada con incienso para la ocasión, pase. Pero que sea tan inexperta, se emborrache para no verte la jeta, avise de que a lo mejor se cohíbe y amenace con tatuarte en las posaderas una estampita del Padre Pío ya me parece demasiado, francamente. O a lo mejor es que hoy ando poco romántico, todo puede ser.
Además, deberíamos los varones rectamente ideologizados protestar por el agravio que a nuestro género se hace con promociones así. Ya no es sólo que esta señora se salga de todas las tarifas vigentes, a base de dárselas de bendita. Es que debemos preguntarnos qué pasaría si cualquiera de nosotros, que tampoco es que estemos tan mal y que para eso nos matamos en el gimnasio y hemos dejado de fumar y de beber Fundador, se presentase con una propuesta similar: “se ofrece varón, con alguna experiencia pero torpe como el primer día, acojonadillo y dispuesto a perder la resignación con cualquier señora que me pague generosamente por la faena, aunque sea fea como un demonio. Soy creyente, practicante y coleccionista de sellos, y si no me gustas me pondré hasta arriba de Jumilla para que se me pase el susto”. ¿Alguien nos pagaría un céntimo? No ¿Daría cuenta de nuestra arriesgada empresa el nuevo periodismo? No. ¿Se apiadaría de nosotros Raffaella? No. Pues entonces, y en aras de la paridad, resistámonos, pasemos de ella, defendamos los sacrosantos valores de nuestra cultura tradicional, demos ejemplo de entereza y proclamemos que como en casa no se está en ningún lado.
No como ese “industrial de Treviso de 50 años” que le ha ofrecido medio millón de euros. Que ya hay que ser cutre, porque, ya puestos, para qué vas a quedar mal por quinientos mil euros de nada. Así andamos, y así nos luce el pelo.

23 septiembre, 2008

Derecho hacia Bolonia

Semana loca de correcaminos: Santiago, Pamplona, un par de días en casa y Padua. Ayer, en Santiago y bien organizado por jóvenes laboralistas, como José María Miranda, seminario interesante y agradable sobre esos asuntos misteriosos de Bolonia, el Espacio Universitario Europeo y los métodos que los pedagogos nos van metiendo sin juegos preliminares. En resumida impresión, me llaman la atención varias cosas.
Una, que el sistema tiene una contradicción inmanente, consustancial, que lo hace inviable ya de entrada. Por una parte, se pretende la convergencia de los estudios universitarios europeos, darles una cierta unidad material y metodológica. Pero en sentido contrario tiran con ahínco dos fuerzas. Una, la tan cacareada autonomía universitaria, invento que algún sentido tuvo en sus orígenes, pero que está sirviendo en las últimas décadas para matar lo que de universitario quedaba en esas instituciones que universitarias propiamente ya no son ni van a ser. Otra, la soberanía mortecina, pero resistente, de los estados europeos o, en casos con el español, el afán de las comunidades autónomas por marcar competenci y sentirse exactamente eso, autónomas. Así que entre fuerzas aglutinadoras y fuerzas disgregadoras, lo que está quedando y va a quedar es un engrudo inverosímil: en aras de la convergencia, máxima divergencia, en pro de un lenguaje común, una babel de planes, títulos e inventos varios.
Un administrativista italiano de la Universidad de Trento, Fulvio Cortese, nos hizo una descripción desopilante de la situación italiana. Él hablaba bastante en serio, pero el panorama era como para morirse de risa; o de llanto: lo más parecido al caos absoluto. Y en España las cosas no pintan nada diferentes. Para empezar, por las razones que conocemos hasta los que no queremos mirar: convergencia europea sin directrices ministeriales para cada título, con lo que cada universidad puede hacer de su capa un sayo y dar gusto a los grupos de presión locales, desde los propiamente académicos hasta los políticos, pasando, como no, por los económicos, que no suelen ser muy letrados. El Estado hace dejación de su responsabilidad en la educación universitaria al grito de a mí me la refanfinfla y bajo el lama de para eso he trasferido la competencia sobre universidades, qué alivio. Y las comunidades autónomas, refugio del aldenismo y reinos de taifas de auténticos agamenones (no me refiero al personaje griego, obviamente, sino al que salía en el Tiovivo. Y mira qué a cuento viene lo del tío vivo) y generalmente dominadas por caciques con poco seso y muy mal café, deciden coger a los rectores por unas bolitas sensibles que duelen cuando se las aprieta, y tenerlos dominados porque, para qué engañarse, manda el que maneja el grifo de los dineros.
En medio de tanto desconcierto, algunos responsables de facultades o escuelas universitarias exponen sus intentos de adaptar títulos a los nuevos tiempos y, cómo no, se les ve sumidos en la desorientacion y la más rotunda perplejidad. Eso sí, cuando uno lanza la caballería y sube la voz, muchos reculan y afirman, con una boquita muy pequeña, que no va a ser tan malo y que algo positivo va a salir y que vaya bien que iremos todos juntos en unión defendiendo la bandera de la nueva tradición. A ver quién es el guapo que se cisca en reformas tan progresistas y chachis. Ahí es donde uno va captando una cierta brecha generacional o, quizá, servidumbres y hábitos de escalafón, pues son algunos catedráticos los que manifiestan un mosqueo subido de tono. Conclusión obvia: será mejor que nos jubilen a todos los catedráticos, elementos pequeñoburgueses, cómplices de sistemas periclitados y alienados obtáculos en el glorioso camino de la revolución autonómico-sindicalista que se dice europea por decir algo. Viva la convergencia divergente.
Cierto, muy cierto es que reformas ya estaban haciendo falta. Pero el itinerario que con ánimo innovador vamos a recorrer en las universidades ya lo describió Marx (Groucho) con precisión: de la nada a la miseria. Sea.

21 septiembre, 2008

La Comisión Nacional de la Competencia no tiene competencia

La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) acaba de publicar un informe sobre servicios profesionales y colegios profesionales. En aras de una competencia más libre, se pretende que no sea necesaria la afiliación a un colegio profesional para ejercer el correspondiente oficio. Por ejemplo, que no haga falta estar inscrito en un Colegio de Abogados para hacer de abogado.
Más sorprendente es otra parte de dicho documento, donde se afirma que “Es necesario romper con la unión automática de una profesión y un título... de tal forma que se permita que profesionales con titulaciones diversas puedan competir en un mismo mercado”. Habría quedado más fino sin el “con”, pues se rompe con un amigo o con la pareja, pongamos por caso, pero no se rompe con la unión del toro y la vaca al separarlos, simplemente se rompe esa relación. Pero vayamos al grano. Afirma la CNC que sólo en casos excepcionales y en razón del interés general puede estar justificado “que una determinada profesión solo sea ejercida por los poseedores de una titulación concreta”. Ya nos imaginamos a todos queriendo ser la excepción.
Si las cosas se hicieran como la CNC sugiere y si no funcionara de nuevo el principio de que hecha la ley, hecha la trampa, podría ser divertido. Veríamos a arquitectos defendiendo a acusados ante los tribunales, a licenciados en Derecho ejerciendo como arquitectos y diseñando edificios inestables, a veterinarios que en lugar de curar bichos harían de tocólogos de señoras, a médicos que ocuparían plaza de ingeniero agrónomo, a ingenieros agrónomos que pondrían una farmacia, a farmacéuticos que se ganarían la vida con la topografía y a topógrafos llevando barcos como si fueran oficiales de la marina mercante.
Uno irá al odontólogo y se topará con un experto en avestruces, y a su amigo que estudió biología y se especializó en zoología le pedirá que le haga de procurador en un pleito o de masajista en la zona lumbar. Hasta ahora eran los masajistas los que tenían más competencia imprevista, pero ese modelo se va a generalizar. Veremos licenciados en Filología Hispánica anunciarse como protésicos dentales y a pilotos de aviación operando de hernia inguinal.
Que a los graduados en Biblioteconomía se les permita hacer de enfermeros y a los graduados en Enfermería se les faculte para la ingeniería aeronáutica será cosa muy buena para el mercado, para la competencia y, sobre todo, para los consumidores, que se sentirán muchísimo más seguros en manos de profesionales tan competentes.
Y, por cierto, ¿quién le hace competenica a la Comisión Nacional de la Competencia? ¿Es un monopolio? ¿Y con qué títulos se accede, ya que estmos con eso?

20 septiembre, 2008

Lo pez que está el TC

Ay, hija, no gana una para alegrías. Así se me está poniendo el cuerpo. Efectivamente, dicen que el PP de Carguillo y León va a proponer al Senado que hagan a don Enrique López, hasta hoy portavoz del CGPJ, magistrado del Tribunal Constitucional. Lo mires por donde lo mires, no tiene más que ventajas. Me refiero al asunto, no al Sr. López.
Son varios los juristas eminentes que en los últimos tiempos andan proponiendo que se suprima el Tribunal Constitucional o que, si hay que mantenerlo por aquello de que viste mucho, le pongan la sede en Cacabelos o Verín. Mi amigo Sosa Wagner escribió algo de esto no hace mucho. Parece que el PP se suma a la idea de ir apagando poco a poco el TC, hasta que llegue un día en que se funda y se confunda con la clientela de cualquier bar donde los jubilatas jueguen al tute después de comer o las viudas más orondas hablen de sus cosas a la hora de la merienda. Por la cosa de la paridad, supongo que se mantendrá el número igual de jubilatas varones y viudas negras o de cualquier otro color.
También está muy bien que para los que se pasaron un puñado de años en el CGPJ se busque una salida digna, ajustada a sus merecimientos y a la altura del nivel que mostraron hasta ahora. Es muy conveniente que se produzcan esos tránsitos entre instituciones constitucionales de tan similar prestigio: escaso hasta no hace mucho, hoy nulo.
Que el señor López, don Enrique, acceda al más alto órgano de control constitucional (de órgano a órgano y me toco el armonio), también es una sutil forma de aflojarles la vanidad a los constitucionalistas. ¿Que usted es un cátedro de Derecho constitucional con doctorado en Heidelberg, conferencias en Harvard y Cracovia, quince monografías de lo más sesudo y un carretillo entero de artículos sobre las más recónditas intimidades de la Carta Magna? Pues ajo y agua y a ver si vamos bajando esos humos. Mindundi, que es usted un mindundi, todo el día venga estudiar e investigando como si no tuviera cosa mejor que hacer o no aspirara a nada en la vida. Al fin y al cabo, si para que a uno lo propongan para magistrado del Chisme Constitucional, y hasta para llegar a serlo, no hace ninguna falta ni ser experto en la Constitución, ni haber escrito gran cosa, ni haber puesto una sentencia en los últimos diez años, ni haber demostrado imparcialidad e independencia de juicio, ni nada de nada, es probable que dentro de poco esas magistraturas de alta cuna y baja cama (como decía aquella canción) se sorteen directamente entre los militantes de los partidos o entre los criados de sus líderes. Y, mira por donde, a lo mejor en una de ésas, y por las cosas del azar, sale del bombo, o del armario, un constitucionalista competente para el Tribuanal Constitucional (¿donde está la errata...?) y nos deja a todos con la boca abierta y la mano en salva sea la parte.
En fin, que le deseo mucha suerte a don Enrique López porque, a fin de cuentas, si las cosas son como son y van como van, mejor que sea un conocido el que nos dé por el amparo, y porque hace años que lo conozco y me consta que todos sus compañeros de la carrera judicial, y muy en particular los leoneses, lo tienen por modelo de vocación y ejemplo de entrega. ¿Vocación de qué y entrega a qué? Oiga, no pregunte usted bobadas. A la carrera, carajo, a qué va a ser. Además, los que más lo han tratado insisten en que seguro que don Enrique arde en deseos de poner sentencias otra vez. “Es lo que más echo de menos y considero que por mi país ya he sacrificado más de la cuenta mi vocación de juez de a pie”, declaró con voz susurrante una noche a una periodista de Telva.
Pues eso, ánimo y suerte, don Enrique.
PD.- Por cierto, luego no se extrañará el PP de que el PSOE quiera incrustar a Conde Pumpido en el TC, ¿verdad? Oigan, y dicho sea sin ánimo de comparar.

19 septiembre, 2008

Terrorismo y Derecho penal. La engañosa pesadilla de la prevención. Por Manuel Cancio Meliá

Hemos pasado en León un par de días estupendos con discusión bien interesante entre penalistas y iusfilósofos a propósito del tratamiento penal del terrorismo. Era la novena edición del seminario que cada año organizamos conjuntamente mi colega y amigo del alma Miguel Díaz, catedrático de Derecho penal, y un servidor, con nuestras respectivas áreas. Y siempre andamos en torno a la cincuentena de asistentes que son o acaban siendo amigos. Por supuesto, y como corresponde al estilo y la idiosincrasia de los organizadores y de más de un visitante, también se come, se bebe y hasta se canta con alegría impropia de estos tiempos de estiramiento y vida supuestamente sana.
Uno de los ponentes, nuestro amigo y admirado Manuel Cancio Meliá, ha escrito este resumen de su conferencia, que aparecerá mañana en el suplemento leonés de El Mundo. Aquí lo recojo, para que siga el debate o se amplíe.
Desde los atentados de Nueva York, el Derecho penal antiterrorista está en auge en todo Occidente. Son muchas y muy profundas las ampliaciones que han sufrido los ordenamientos penales, tanto en las conductas incriminadas –incluyendo comportamientos de mero apoyo ideológico–, como en la severidad de las penas, como, finalmente, en sensibles recortes de los derechos de quien es acusado de terrorismo en un proceso penal. Dentro de este panorama, puede afirmarse que el Derecho penal antiterrorista español ha alcanzado tanto en su diseño legislativo como en su aplicación judicial en los últimos años –al menos, desde el año 2000– una extensión y profundidad desconocida en nuestro entorno. Este proceso es impulsado con mucha decisión por las dos fuerzas políticas mayoritarias en España, embarcadas en una carrera para mostrar quién es más duro en este ámbito, y acompañado por diversos jueces de la Audiencia Nacional que compiten por la atención de los medios con nuevas interpretaciones ampliatorias. El resultado es un Derecho penal antiterrorista en el que se confunde la manifestación de apoyo político al terrorista con el ejercicio del terrorismo, en el que las penas alcanzan cotas inconstitucionales y en el que existe un régimen de ejecución segregado. Un Derecho penal en el que la Audiencia Nacional envía a prisión a quien entrega un mapa de carreteras –sin anotaciones conspirativas de ninguna clase, sólo un mapa corriente– a un militante de ETA, en el que en nuestro Derecho penal de menores es más grave, en cuanto a la medida que puede acarrear para el autor menor de edad, quemar un cajero y pintar “gora ETA” que violar y asesinar a una persona, un Derecho en el que se monta un vodevil judicial para saber si la omisión de cambiar el nombre de una calle dedicada a un etarra es delito de terrorismo, etc. El Derecho penal antiterrorista más severo de toda Europa occidental obliga –como hemos visto hace unos días– a los agentes políticos, preocupados ante el triste hecho de que ya “no queda recorrido” en este camino de endurecimiento, a sacarse de la chistera ocurrencias como la de la vigilancia postcumplimiento, ya que, según parece, aquí aún no estamos maduros para Abu Ghreib, Baghram o Guantánamo.

Esto sucede mientras nuestro terrorismo autóctono (por mucho que disguste a quienes se llaman “izquierda patriota” –como si este adjetivo pudiera acompañar a ese sustantivo– vasca, no hay cosa más española que ETA) está en barrena desde hace años, tanto en el plano operativo como en el plano de su influencia social, mientras que el nuevo terrorismo de orientación religiosa islámica (aún) no tiene, afortunadamente, una implantación intensa – los terribles atentados de hace cuatro años siguen siendo un episodio aislado. ¿Cómo es posible que un fenómeno en evidente declive –ETA– o (aún) marginal –terrorismo islamista– pueda ocupar tanto espacio en la discusión pública en España? ¿Cómo es posible que cuestiones técnico-jurídicas de la legislación terrorista sean objeto de debate encendido en la opinión pública? Desde el punto de vista aquí adoptado, uno de los factores que explican este protagonismo está en la hegemonía prácticamente incontestada de un determinado entendimiento acerca de cómo funciona el Derecho penal y de cuál es su tarea en nuestro sistema constitucional: la idea de la prevención instrumental. Dicho en las palabras del actual Ministro federal del interior alemán: “El Derecho penal es parte de una misión de seguridad del Estado de orientación preventiva. Tenemos que combatir el terrorismo, también con el Derecho penal, allí donde comience a ser peligroso, y no sólo una vez que se hayan producido atentados”. Ante los saltos cualitativos del más reciente terrorismo, la cuestión que se plantea es, nada menos, la de si nuestra sociedad está dispuesta a sucumbir o prefiere, en cambio, asumir recortes en las libertades.

Sin embargo, en el plano empírico de la eficacia preventiva frente a esos riesgos terminales, la experiencia en otros países de nuestro entorno respecto de organizaciones terroristas surgidas en los años sesenta y setenta del siglo XX muestra que la escalada punitiva no ha conducido tanto a evitar delitos como ha contribuido a atraer nuevos militantes a las organizaciones en cuestión, retrasando en cierta medida el proceso de disolución endógeno. Por otra parte, no hay que subrayar especialmente que las cuestiones de prevención negativa y de eficiencia de la persecución penal se presentan de un modo completamente diverso al habitual (es decir: mucho peor) cuando se trata de terroristas suicidas de orientación religiosa, organizados en pequeños grupos de acción autónomos, pero con conexiones transnacionales. Aquí, son fuerzas de policía y de inteligencia las que, en su caso, pueden prevenir, no la pena.

De hecho, no se trata, en realidad, de prevenir. Lo que se hace es construir unos enemigos archimalvados, mucho más allá de la categoría del (mero) criminal. Y este proceso de demonización coincide con la estrategia terrorista: su intención fundamental es la provocación del poder, es ante todo obtener un cambio de status simbólico: el reconocimiento de la condición de beligerante. Son los terroristas los primeros interesados, como es sabido, en la militarización del lenguaje: los atentados son “acciones” u “operaciones”, sus presos (y las personas por ellos secuestradas), “prisioneros”, las víctimas, “objetivos”, etc. No debemos dar satisfacción a esta estrategia. En palabras de Lord Hoffmann, miembro de la Cámara de los Lores británica, referidas a la Ley antiterrorista británica del año 2001: “[la regulación excepcional] …no es compatible con nuestra Constitución. La verdadera amenaza a la vida de la nación… no proviene del terrorismo, sino de leyes como éstas. Ésta es la verdadera medida de lo que el terrorismo puede llegar a lograr. Es el Parlamento quien debe decidir si otorga a los terroristas tal victoria.” No rindamos la ciudadela que el terrorismo pretende tomar: el Estado de Derecho.

18 septiembre, 2008

Mérito y rapacidad

Uno, que es de pueblo, se quedó con aquella copla de cuando éramos críos: “Niño, estudia, que sólo estudiando podrás llegar a ser alguien. A ver si te crees que hacen ministro a cualquiera”. Luego leí en el artículo 103 de la Constitución eso tan emocionante del acceso a la función pública “de acuerdo con los principios de mérito y capacidad”, y seguí animándome. Hoy no sé qué pensar.
Lo de que lleguen a funcionarios exactamente los más competentes ya no se lo cree ni el más lelo de la comunidad autónoma. Promociones internas, prioridad de nativos con el cazo salido o que hablen no sé cómo, tribunales de amigos, sindicatos otra vez verticales... Cuando, con todo y con eso, se teme que se cuele un despistado que vaya por libre y no sepa a quién se ha de complacer y cuándo ponerse en pompa, los jerifaltes echan mano de los llamados cargos de libre designación para puestos de confianza, y ya se sabe lo que pasa cuando hay tanta confianza: a los ciudadanos nos da asco.
Acorralada ya nuestra inocencia, todavía nos decimos con la boca pequeña que tal vez las cosas sean distintas en las altas magistraturas del Estado. Ahí sí que no puede haber trampa ni cartón, eso debe de ser objetivo a tope. Mismamente el Tribunal Constitucional, de cuyos miembros dice la Constitución (art. 159) que serán todos “juristas de reconocida competencia” y, además, “independientes”. Siempre creímos los de la aldea que la competencia en cuestión se refería al dominio del Derecho. Pronto van a nombrar para ese Tribunal magistrados nuevos. Ya verán, ya. ¿Se acuerdan de los que todavía están? Un nivelazo. Y qué me dicen del Consejo General del Poder Judicial. Gracias a él, hasta los más ingenuos han caído de la burra la semana pasada. Sus miembros los acaban de escoger Zapatero y Rajoy con el mismo espíritu con que uno elige los calcetines cada mañana: los que mejor me vayan con lo que pienso ponerme. También hubo uno para el PNV y otro para CiU, que los buscaron entre los más íntimos y en plan aquí están mis vergüenzas al aire, qué pasa.
Ahora a ver qué les decimos a nuestros hijos para que estudien. Ministros ha habido que ni tienen carrera ni la han necesitado nunca para subirse al coche oficial. Se lo hacen por el morro o por el género. Y juristas de altísimo prestigio les menciono yo ahora mismo cien, de lo mejorcito, que nunca van a llegar ni al Constitucional ni al CGPJ ni a nada, pues no se dedican años y años a ronronear alrededor de los partidos y a frotarse el lomo contra la pernera de los que tienen por el mango la sartén de la democracia.
Pues eso es lo que hay y lo que la mayoría vota cada vez que puede. Voto útil lo llaman. Así que ajo y agua.
(Publicado hoy en El Mundo de León)

17 septiembre, 2008

Yo soy el padre de su hijo. Por Francisco Sosa Wagner

Pasan y pasan los días y mi inquietud aumenta. Leo periódicos, compro revistas, me sumerjo en las profundidades de la red, pido auxilio a los más potentes y acreditados buscadores ... nada. Inútil todo el esfuerzo. En el horizonte no vislumbro resultado positivo alguno. La desesperación es la única salida. Todo -me veo obligado a concluir- ha quedado en el anonimato más vengativo y humillante. ¿Cómo ha podido ocurrir algo así, algo tan lacerante para mí, para mi estima personal? ¿habrá algún médico del alma que pueda consolarme? ¿algún cura dispondrá del remedio espiritual que me serene?
Porque resulta, he de soltarlo de una vez pues ya la angustia me destruye, porque resulta, repito, que yo soy el padre del hijo de la guapísima soprano Ana Netrebko. Sí, esa mujer morena de labios de fruta, vestida siempre de deseo, cuerpo de maga, caderas para engarzar sueños ... Esa mujer de ojos que iluminan almas y turban ánimos, de manos enguantadas de caricias, de besos, ay, como obleas del cielo ... sí, es ella, Ana, Ana Netrebko, la coronada por los dioses, la espuma de la virtud, la que derrama fuego. El surco hirviente.
Ana, es decir, la “Susana” de las Bodas de Fígaro, la “Annina” de la Sonámbula, la “Pamina” de la Flauta, la “Rosina” del Barbero, la “Gilda” de Rigoletto, la “Violeta”, nada menos que la “Violeta” de la Traviata ... Ella y solo ella. Ha recorrido el mundo y lo ha estremecido con su voz, ha pisado los más encumbrados escenarios, ha recibido aplausos como ardores de auroras y mieles, ramos de flores con furia de rosas, ha reído, ha llorado, se ha descalzado y bailado cantando “meine Lippen” en “Giuditta”, se ha agotado del esfuerzo, se ha recuperado y ha vuelto con nuevo ritmo, con ritmo de risa, con alboroto de fuente ...
Ana es verde. Verde de esperanza, de río, de quien lleva ropa de hiedra. Es decir, verde de verde.
¿De dónde saca Ana su voz? De las anfractuosidades más anfractuosas del Universo, de las orillas más distantes, de los campanarios que hay en el fondo del mar, de los caminos que llevan al cielo, de los despertares de astros que se habían quedado dormidos hace siglos, de las agonías, de las alegrías, de los murmullos de las rocas, de los confines del oriente, de las notas de los pájaros, de las vibraciones de los crepúsculos, de los perdones y de las distancias, de los paisajes. Es decir, de la concha de los siglos.
Pues esta Ana, la Ana de todos los cielos, se me entregó. Ante mí se abatieron sus divinas cumbres, ante mí se incendiaron sus divinas lumbres, ante mí bramaron sus inmortales mares. Así de claro, hay que decirlo y hoy toca airearlo a los vientos de todos los vientos, a los espejos de todos los espejos y a las luces de todos los reflejos.
¿Tardó o fue víctima del rayo del amor? ¿Se me resisitió? ¿fueron muchas mis tretas? ¿fueron pocas? ¿fue en la noche cuando la historia descansa? ¿o fue durante el día, cuando se engarzan las vidas? ¿fue en ciudad de vasallos o en poblado ahíto de abuelos? ¿fue junto al río con peces escamados o junto a la soberbia montaña que desvaría en su libre albedrío?
Ah, lector, ya te gustaría saber todas estas intimidades. ¿Qué darías por tener noticias exactas? ¿Qué no empeñarías porque yo abriera el cofre de mis secretos y te los confiara? Reconoce que eres ascua de ascuas, curiosidad de curiosidades e indiscreción de indiscreciones. Pero seré una tumba, nadie me hará hablar de asuntos que no interesan al común. Que quedan entre Ana y un servidor. Para la tumba, allá donde reciben sepultura los ecos y las caricias.
Solo puedo proclamar que de la unión salió el fruto. Como sale del pincel el cuadro, del buril la estatua, de la pluma el poema. Como sale de la cajita de música la canción de Schubert. Así, con esa naturalidad que es propia de la naturaleza. Y solo de ella.
Nadie lo había contado. Ahora todos lo sabéis, hasta la propia Ana Netrebko espero que se entere de una vez pues es el caso que ella tampoco lo sabe.

Aquel post sobre notarios solteros

Esto del blog es un vicio, y seguro que pecado también, por el placer que da. Ya son tres años de darle a la tecla y ocurre como en las mejores parejas: se te olvida lo que un día dijiste, aquella promesa, aquella declaración de intenciones, aquella excusa... y pasa lo que pasa.
El otro día, ATMC mencionaba una vieja entrada alusiva a notarios. La recordaba vagamente y me puse a buscarla. Resultó ser de febrero del 2006 y me hizo gracia releerla. Así que aquí la traigo de nuevo. Se titulaba "Ahora sí que nos forramos":
Mi santa recibió hoy una revista que se llama “El notario”. Me la mostró y el brillo de sus ojos me hizo pensar que era un catálogo de notarios solteros. Pero no, era el brillo de siempre. Más que arrepentirme por ser mal pensado, me vino una posible idea lucrativa. Ahora que estoy decidido a pasarme a la vida privada y semiclandestina y que, por mi mal comportamiento y hosco carácter poco dado a los consensos, voy a ser menos invitado a dar conferencias alimenticias, debo replantearme maneras nuevas de sobrevivir a la hipoteca inmobiliaria que me tiene estrangulada la economía.
Así que busco socio(s) para poner mano a esta idea que nos puede rescatar de las fauces abominables de la pobreza: una página web, de pago, of course, que recoja el catálogo actualizado de notarios que no han pisado –aún- la vicaría, de notarios casaderos, vaya. También podemos incluir, sin particular desdoro, a registradores de la propiedad, que no son mal trofeo para este tipo de pesca sin muerte.
Imagínense la composición y las secciones. Cada pieza con su nombre o alias, su destino actual o previsible y una foto en la que se vea al sujeto todo rodeado de legajos y escrituras y marcando billetera en el bolsillo interior de su americana fashion total. Ideal será que hagan saber sus aficiones y el tipo de vida que ansían, con pormenor, incluso, de sus opiniones sobre el mundo financiero en general y la situación del peculio propio en particular. Podemos pedirles a estos candidatos que señalen sucintamente sus gustos y preferencias en lo tocante a la contraparte que los busque, con licencia incluso para confesar inocuas desviaciones y vicios asumibles por cualquier suegra de notario; o, cuando menos, morbosas pulsiones que no escandalicen en exceso al confesor de cualquier suegra de notario.
Y luego, cómo no, debemos contar en la página con un potente buscador, capaz de dar satisfacción a las más truculentas pesquisas. Pongamos que alguien busca notario de menos de sesenta y ocho años, con conocimientos de gallego oral, un ferrari rojo y vegetariano. Pues, si lo hay en el mercado, ahí tiene que aparecer con foto y todos los demás datos. De esta manera se evita de un plumazo la profunda decepción que han tenido que vivir tantas chicas de buena fe que han salido con notarios y han descubierto al cabo, con dolor y trauma, que ellos no eran lo que parecían ni daban lo que se les esperaba.
Bonita cosa sería igualmente si conseguimos mantener cada mes una sección de “promociones especiales”. Esto, a su vez, podría dividirse en dos partes. En la primera irían agrupados aquéllos de la última hornada, los que acaban de acceder a tan ilustre condición y, por tanto, aún no pueden exhibir un currilum en euros. Éstos podrían ser los “notarios de primera”, aun cuando esta denominación puede alguien cuestionarla por parecer publicidad engañosa. En la otra parte estarían los “notarios en promoción” y se trataría de los que, urgidos por algún afán perentorio o por ansiedades acumuladas, desean solventar en el menor tiempo y sin reparar en gastos el asunto de la grata compañía que completa la naranja.
Creo que puede ser buen negocio, pues se darían de alta y pagarían la cuota para visitar la web no sólo las mujeres y hombres en edad de merecer, ciudadanos y ciudadanas casaderos de todas las autonomías, sino también muchos papás y mamás de ésos que ponen su mejor esfuerzo en ayudar a sus vástagos a abrirse camino en la vida y labrarse un futuro razonablemente apacible.
Tendremos que tomar algunas decisiones que todavía no tengo muy claras. Por ejemplo, si mezclamos indistintamente notarias y notarios en nuestra exposición o si abrimos para ellas –que son cada vez más- una sección especial, que podría titularse “notarias que notarías”. Sí, creo que el apartado para ellas podría ser ése y que el de los varones se podría llamar “notarios de nota”; o, quizá, “notar(i)os”.
Para la web general tengo un nombre inigualable: www.pornotarios.com. Me apresuro a registrar el dominio, por si las moscas.

16 septiembre, 2008

Mirar y ver

Mi padre no sabía ver películas. Me refiero a verlas en la tele. Al cine nunca fue, al menos que yo sepa. Cuando yo era niño me enojaba la desazón de mi padre ante las películas o las series de televisión. Él sentía que le estaban tomando el pelo, pues en la realidad de las cosas el tiempo no va atrás y adelante a discreción, no hay esos saltos de un momento a otro ni ocurren esos milagros de que en un tiroteo bestial no haya ni un herido o de que con una sola bala el protagonista mate a veinticinco. Además, le parecía deshonesto eso de andar representando vidas ajenas e historias fingidas y tenía a los actores en el peor de los conceptos, por esa razón. Y más aún, sabía o sospechaba que existía el doblaje y eso acababa de sacarlo de quicio, pues ni la voz que oíamos era auténtica y no se correspondía con la cara que veíamos.
Era una de tantas cosas que no entendía de mi progenitor. Otra era su manía con el fútbol. Le gustaba bastante, pero siempre que contemplábamos en la televisión un partido de la selección nacional deseaba que perdieran los españoles. Me resultaba antipatriótico, excéntrico y antipático. Quien sabe si un niño no puede llegar a denunciar a un padre por ese tipo de desafecciones, cuando el régimen político lo fomenta o lo permite. Su razón, que siempre explicaba, la comprendí mucho más tarde. Decía que el fútbol, y sobre todo el de la selección, servía para adormecer al pueblo y para que el régimen de Franco se legitimara a base de goles y de la tan traída y llevada furia española, que aplacaba en realidad cualquier furia de los españoles. También me sorprendía su fobia al Real Madrid o al Barcelona, a los que invariablemente quería ver derrotados, con el argumento de que resultaba mucho más justo y meritorio que venciesen equipos más pobres, débiles y menos comprometidos con todo tipo de poderes fácticos y de los otros. Eso se lo he heredado al pie de la letra. Y casi todo, a la postre.
Pero volvamos a lo que hoy me interesa, aquella incapacidad de mi padre para entender y admitir cualquier representación de la realidad. Ni la más fiel recreación cinematográfica de hechos reales le merecía confianza ni le parecía suficientemente honesta. Estaba absolutamente convencido de que en todo momento acechaba la manipulación, la ficción y la trampa. Las cosas son lo que son y como son, y lo demás es cuento, engañifa, vil manipulación con algún fin torticero y, sobre todo, engañabobos. Sospecho que a esa mentalidad desconfiada y férreamente apegada a los hechos no eran ajenos muchos de sus contemporáneos en su medio popular y campesino. Y conste que tengo a mi padre por una de las personas inteligentes que he conocido. Me fui dando cuenta con el tiempo, demasiado tarde.
Hoy lo recuerdo a menudo en esa obsesión suya, cuando veo tanta gente que padece la incapacidad opuesta, tantas personas que son incapaces de discernir entre representación y vida real y que toman por hechos ciertos los puros simulacros, por autenticidad la impostura y por sinceridad hasta el disimulo más rastrero. Son los que se creen al pie de la letra los dramas de pega que, por precio, representan ante las cámaras de televisión y en los programas del corazón y la víscera ésos que relatan supuestas vivencias sentimentales y de camastro. Son los que se piensan que la prosa vacía de los políticos más descarados expresa ideas sinceras y propósitos sin tacha. Son los que viven convencidos de que esos gestos para la galería, para fotógrafos y camarógrafos, dan cuenta del verdadero ser de sus pícaros protagonistas. Los que comentan, por ejemplo, cuán llano y natural es el Rey, o la Familia Real por entero, gentes como nosotros, dicen, igualitos.
Impera por doquier la convicción de que a través de la televisión contemplamos las cosas exactamente como son. Se olvida que ante las cámaras se actúa, se representa el papel que mejor conviene y se busca precisamente ese efecto de realidad a base de inventarse caracteres y sucesos. La realidad se confunde con la representación, la teatralidad pasa por autenticidad, el papel del actor se toma como su persona sin aditamentos. No nos extrañe que tantos se refieran a las peripecias de El Gran Hermano con la misma convicción y rotundidad con que narran los sucesos de su propia vida o las de sus hijos.
Hace unos días, personas muy queridas me hablaban del programa de La Cuatro en el que se veía a Zapatero caminando por las montañas de León. Se admiraban ante su magnífico estado de forma, ante sus habilidades de caminante, y ensalzaban la tremenda naturalidad con que conversaba con los lugareños. Como si no hubiera cámaras delante, como si realmente lo conocieran en su caminata, como si las cosas fueran en verdad tal como en la televisión aparecieron. Como si resultara puro azar el que las cámaras lo hubieran grabado en esos momentos, como si él no supiera que estaban las cámaras allí, como si no hubiera previamente un guión y no fuera él el actor principal de una obra destinada precisamente a que lo creamos así.
Cuánta razón tenía mi viejo.

15 septiembre, 2008

¿Merece la pena tanta seguridad?

La pasada semana estuve en Toledo en un seminario con penalistas que trataban del tema del Derecho penal y el terrorismo. Esta semana seguimos en León con lo mismo. Me llamó la atención el tono de resignación de tanto profesor de Derecho penal. Lamentan esta obsesión punitiva que nos asalta y que galopa a lomos de los dos partidos mayoritarios, pero no parece que la resistencia vaya a ser muy fuerte. Además, una frase quedó para la posteridad: "En la doctrina todos somos muy partidarios de un Derecho penal liberal, pero luego hasta los profesores más progresistas van de asesores para las reformas legislativas de palo y tente tieso". Como diagnóstico no está nada mal.
Así que he vuelto más convencido de que hay que dar caña y plantarle cara a la opinión pública manipulada y paranoica. He perpetrado este escrito que va a continuación y que trataré de mandar a algún periódico de los que me publican cosas. Hay que pulirlo y acortarlo un poco, pero ahí va el borrador, por el momento:
Vivimos en plena histeria colectiva. Nos vencen los miedos, nos enervan supuestas injusticias legislativas y judiciales. Parece que por doquier campan por sus respetos los malísimos. Muchos medios de comunicación echan su cuarto a espadas y nos hacen pensar que en la esquina de cada parque espera apostado un pedófilo, en cada ascensor se oculta un violador y por todos los rincones pululan sanguinarios terroristas, muchos de los cuales ya han cumplido su pena después de “entrar en la cárcel por una puerta y salir por otra”, aunque sea con veinte años de diferencia entre la entrada y la salida.
Cierto es que cada tanto nos espanta alguno de esos crímenes, pero verdad es también que mata mucho más la carretera, que de los niños se suele abusar mucho más en casa y por los de casa y que para violaciones, el matrimonio. Pero la masa enardecida no entiende de estadísticas ni de cálculos probabilísticos, la bestia popular pide sangre al grito de que aquí hay mucho bestia y esto no puede seguir así. Los partidos entran al trapo y se agencian votos a golpe de reformas penales que ni disuaden más al delincuente ni protegen mejor la sociedad, pero que tienen mucho relumbrón mediático y amplio eco entre los bienpensantes que jamás rompen un plato, aunque defrauden a Hacienda, abusen de los subordinados, engañen a los clientes, pellizquen a las secretarias o conduzcan borrachos cada dos por tres.
Así que contémosle a la fiera algunas verdades elementales. El Derecho penal sirve para protegernos frente a los que atacan determinados bienes que consideramos básicos, comenzando por la vida, la integridad física y la propiedad. Pero el delincuente no es el único peligro que nos acecha. También es arriesgado vivir bajo el poder del Estado, ese Estado que monopoliza el uso de la fuerza y que tiene las leyes y los jueces, pero también las armas y las cárceles, ese Estado que puede abusar también de nosotros y que, cuando lo hace, nos deja en la más desvalida de las situaciones. Por eso debemos atarlo corto y no conviene que azucemos en exceso sus ansias de sangre. Bien nos enseña la Historia lo que sucede cuando al Estado se le pide que acabe con todos los malos sin reparar en gastos: los malos acaban gobernándolo y son los inocentes ciudadanos los que pagan con su vida y su libertad. Consecuencia de poner a Drácula a cuidado del banco de sangre.
En el Estado de Derecho se persigue el delito y se procura seguridad al ciudadano, pero no de cualquier manera ni a cualquier precio. El Estado de Derecho es una muy compleja y sutil obra de ingeniería jurídica y política y en él se trata de que gestionar los riesgos de modo que no nos quedemos sin libertad por querer tanta seguridad. También de que la búsqueda obsesiva de seguridad frente al conciudadano no nos deje inermes ante el Estado, frente a policías, jueces y carceleros. Y todo ello porque el Estado de Derecho constitucional y democrático que es propio de nuestra época parte de un principio que resume su razón de ser: lo más valioso y digno de protección es el ciudadanos individual, y todos los ciudadanos cuentan lo mismo, son iguales y, por tanto, ninguno vale más que otro por ser más bueno, más justo o más santo. En el corazón mismo de tal modelo de Estado yace la idea de que ninguna persona puede ser usada como simple instrumento al servicio de fines individuales o colectivos. Tampoco de la seguridad. Por eso sólo tiene que pagarla el que la hizo y nada más que en proporción a lo que hizo. Y, además, ha de ser así por nuestro bien, pues cuando le pedimos al Estado que quite de la circulación de cualquier manera y por cualquier medio a los malos, estamos corriendo un grave riesgo: el riesgo de que el Estado se equivoque o se desmadre y nos tome por malos a nosotros; o a nuestros hijos, por ejemplo.
Vivir en libertad y valiendo lo mismo la libertad de todos tiene también sus riesgos. Por eso la preferencia por vivir en un Estado de Derecho supone asumir ciertos riesgos. Pero compensa, pues pretender eliminarlos por completo es aún más peligroso. Es un remedio peor que la enfermedad. Veámoslo en tres supuestos básicos, atinentes a los fundamentos del sistema penal en que vivimos (o vivíamos) y en el que debemos tratar de permanecer si somos mínimamente racionales, que es el sistema penal llamado liberal.
El primer límite al poder punitivo del Estado lo pone el principio de legalidad penal. No se puede castigar a nadie por ningún comportamiento que no esté de antemano definido en la ley como delito o falta. Esto tiene el inconveniente de que muchas conductas que no nos gustan se quedan impunes y mucha mala gente no padece castigo. Pero si prescindimos de tal límite, a cualquiera le puede sancionar el Estado cuando quiera y como quiera y quedamos en sus manos y en la inseguridad más tremenda. Recuérdese, por ejemplo, que en el nazismo no regía este principio de legalidad, expresado en la fórmula nullum crimen, nulla poena sine praevia lege. Allí se aplicaba el principio alternativo de que, con ley o sin ella, ningún criminal debía librarse castigo, y pasaba lo que pasaba. Cuando el Estado decide sin ataduras, todos somos meros rehenes del poder y es éste el que en cada momento decide quiénes son los buenos y quienes los que merecen palo. Adiós seguridad, en nombre de la seguridad. Seguridad para el Estado a costa de nuestra seguridad personal.
La segunda cortapisa se la ponen al Estado las garantías procesales. Todos somos inocentes mientras no se pruebe fehacientemente que hemos delinquido, y ha de probarse en un proceso con todas las garantías, comenzando por el derecho a la defensa. Esto tiene el defecto de que más de un culpable se libra, pero la gran ventaja de que así es más difícil que se condene a inocentes, que a cualquiera de nosotros se nos condene sin pruebas. ¿Qué nos parece mejor?
El tercer límite lo marca el principio de humanidad en la administración de las penas. Si preferimos que el sistema punitivo se ensañe con el delincuente y haga imposible la reincidencia, querremos la pena de muerte y castigos crueles que destruyan para siempre la libertad y la personalidad del que un día erró o tomó el mal camino. Los nazis también entendían de eso y era común en la Alemania de Hitler que después de salir de la cárcel muchos ciudadanos fueran internados, sin juicio ni garantía ninguna, en un campo de concentración. Muerto el perro, se acabó la rabia. ¿También es eso lo que deseamos? ¿Estamos realmente dispuestos a que sea tratado como un perro, sin derechos ni más oportunidades, el que un día se salió del camino marcado? ¿Nos sentimos dispuestos a asumir esos riesgos? ¿Queremos deslizarnos por esa pendiente resbaladiza? Al fin y al cabo, si ansiamos quitarnos de en medio al que puede volver a delinquir, ¿por qué no apartar también al que nunca delinquió pero es sospechoso de poder hacerlo un día de éstos? ¿Y quién puede estar seguro en un sistema social así, en un Estado que sólo permite vivir dignamente y usar su libertad a los que son considerados buenos y virtuosos por él o por una opinión pública histérica, asustada y sanguinaria?
Es cuestión de pensárselo. Con todo y con eso, habrá quien desee un Estado absoluto, tiránico, vengativo y cruel. Pero se engañará si piensa que así estará más seguro.

14 septiembre, 2008

Chulería de padre, qué caray



Bueno, bueno, bueno. No todo va a ser despotricar. Reconozcamos que a veces le pasan a uno cosas guapas. Voy con una mía, y disculpen si babeo y dejo todo el post hecho unos zorros.

Pues resulta que, como sabe cualquier ser algo leído, estos días se ha inaururado en el CERN (el mayor laboratorio mundial para la investigación en física de partículas) el LHC, el superacelerador de partículas. Todo un éxito, al parecer. Pues miren, tengo fotos de primera mano de esos momentos. Y entre ellas ésta de aquí:


En primer plano aparecen algunos de los padres del invento. El de la camisa blanca y el pelo cano que está a la izquierda es Lyn Evans, el que concibió el superacelerador (LHC). Está hablando con Carlo Rubbia, premio Nobel de Física. El trajeado de la derecha es el Director General del CERN. Bueno, pues, si se fijan bien, por ahí atrás asoma un chaval con camiseta roja (y pelo; ojo, no confundir). Pues es David, el hijo de un servidor. Un cerebrín y uno de los dos mil quinientos de todo el mundo que trabajan en Ginebra en el CERN. Y pensar que cuando era un mocoso sus padres nos comíamos la cabeza pensando si sería bueno que enredara tanto con los ordenadores... Nunca se sabe, verdaderamente.
Sí estoy contento, sí. Y orgulloso. Que conste. No todos los mimos y parabienes se los va a llevar la pequeña Elsa.

13 septiembre, 2008

El Tribunal de Garantías y otras añoranzas. Por Francisco Sosa Wagner

De quienes todavía siguen invocando con admiración la Constitución republicana, puede decirse que propenden a coger el rábano por las hojas, es decir, suelen tergiversar su contenido y su práctica. Entre otros extremos, se ha olvidado que tal texto no estuvo en vigor en toda España casi nunca, sobre todo en aquellos de sus títulos más sensibles, como fue el tercero, que albergaba las libertades fundamentales de los españoles. Bien bonitos fueron los derechos a la libertad de expresión, de residencia, de reunión y demás, pero bien fea fue la ley de Defensa de la República (luego Ley de Orden público) que permitía arruinarlos, como en efecto ocurrió hasta 1936, cuando la gran batahola destruye sin más todo atisbo de filigrana jurídica.
Debemos a Manuel Ballbé haber demostrado en Orden público y militarismo en la España contemporánea (Alianza, 1985) la lejanía que existió entre el texto constitucional en punto al ejercicio de los derechos y libertades individuales y la realidad diaria, así como la aguda anotación de que las técnicas jurídicas destinadas al mantenimiento del orden público siguieron estando impregnadas de militarismo. Todo ello condujo a que las limitaciones del derecho de reunión o de expresión fueran desde un principio clamorosas. Miguel Maura cuenta en sus memorias (Así cayó Alfonso XIII, Ariel, 1982), cómo a raíz de un conflicto reunió a los directores de periódicos, «incluso a los suspendidos», para explicarles que «estaban ante un ministro que dispone de plenos poderes en materia de orden público». Y bien que entendieron la advertencia: nadie se atrevió a publicar una línea acerca de los sucesos que el ministro quería ocultar a la opinión pública. Y parecidas referencias son constantes en el propio Azaña. Lo más relevante pues de esta legislación no es su existencia, ya grave, sino su uso continuo, tanto en el bienio social-azañista como en el radical-cedista y, por supuesto, tras la victoria del Frente Popular. Por todo ello, puede afirmarse que, por meses y bien pocos, se cuenta la vigencia de la normalidad constitucional en el conjunto del país. Afirmación que se halla bien documentada y al alcance, en cualquier librería española, del curioso que quiera atenerse a hechos y no a ensoñaciones sectarias.
Por otra parte, en un momento como el presente, en el que a nuestro Tribunal Constitucional tanto se le critica -y con avaladas razones-, conviene recordar el precedente que supuso el Tribunal de Garantías Constitucionales alumbrado por la Constitución de 1931 (y estudiado con rigor, entre otros, por Ruiz Lapeña y Bassols). Su composición nos orienta acerca de la calidad del engendro que salió de la mente de los padres constituyentes que, como se sabe, escribieron el texto en sesiones que terminaban «a la hora de ir a tomar los churros», lo que hizo decir a Azaña que aquella República no era de «trabajadores» sino de «trasnochadores».
En la cúspide de aquel Tribunal republicano había un Presidente designado por el Parlamento. Curiosa la discusión suscitada acerca de los requisitos que debía reunir. Si en el Anteproyecto figuraba el de ser licenciado en Derecho, en el Proyecto del Gobierno desaparece tal mención, sin duda por considerarlo un tiquismiquis o porque, según Alvaro de Albornoz «tampoco necesita serlo el presidente del Gobierno o el ministro de Justicia», afirmación que demuestra el desparpajo con que el político radical-socialista se movía en los mundos de la política y el Derecho. Pero lo bueno es que este caballero fue el presidente del Tribunal de Garantías hasta que dimitió con motivo de los sucesos de octubre de 1934. Le sucedería Fernando Gasset, del partido radical, que también dimitió en julio de 1936, probablemente al advertir que de poco servía el Tribunal cuando ya chorreaban sangre «los muros de la patria mía».
Venían después: dos diputados elegidos libremente por las Cortes; un representante por cada una de las regiones españolas; dos miembros nombrados por todos los Colegios de Abogados; en fin, cuatro Profesores de Facultad de Derecho.
Naturalmente los diputados pertenecían a las distintas formaciones políticas y fueron cambiando en función de las mayorías parlamentarias. Entre los vocales abogados hubo nombres como Calvo Sotelo y César Silió, figurón que fue del maurismo. Y, entre los salidos de las filas de las Facultades de Derecho, deben anotarse los catedráticos Miguel Traviesas, privatista asturiano, Salvador Minguijón, historiador aragonés, Francisco Beceña, procesalista asturiano, y Carlos Ruiz del Castillo, constitucionalista, vinculado a la CEDA y que ocuparía cargos en el franquismo.
Pero el grupo verdaderamente pintoresco de aquellos jueces era el procedente de las regiones españolas. Eran nada menos que 13. Como regiones no había más que una, Cataluña, las demás tuvieron que ser inventadas ad hoc: Asturias, Andalucía, Castilla la Nueva, Castilla La Vieja, Extremadura, Galicia, León, Vascongadas, Valencia ... En ellas, al carecer de órganos propios, votaban los concejales de los Ayuntamientos. El proceso de selección se convirtió, sin melindre jurídico alguno, en un asunto político de primer orden. De tal importancia que la derrota que sufrió el Gobierno de Azaña condujo a la postre a la disolución de las Cortes en octubre de 1933. Las derechas se habían organizado y las izquierdas, en el dulce uso del poder, no prestaron la debida atención aunque muchos gobernadores civiles desempeñaron su función muñidora al mejor estilo de los tiempos de Posada Herrera o de Romero Robledo. En sus Memorias, Azaña apenas si quiso dar relevancia a esta contienda que, sin embargo, acabó determinando la caída de su Ministerio.
Una cuestión significativa se planteó. Elegían, como hemos visto, los concejales de los Ayuntamientos. ¿Pero qué ocurría cuando los Ayuntamientos estaban suspendidos? Porque era práctica corriente en aquella, hoy añorada, República que las corporaciones locales se hallaran suspendidas -sin intervención judicial- y sus órganos de gobierno sustituidos por comisiones gestoras o concejales interinos designados gubernativamente en función de la filiación política. Sólo a lo largo de una ardua discusión se llegó a la conclusión de que tales concejales irregulares no estaban legitimados para votar.
En aplicación de este procedimiento, hubo jueces regionales socialistas, radicales, cedistas, tradicionalistas, radical-socialistas, del republicanismo gallego, tan alejados entre ellos en sus concepciones políticas como unidos por un lazo común: ninguno de ellos necesitó para acceder a la magistratura ostentar el título de licenciado en Derecho.
De este engendro no podía salir más que una jurisprudencia para el olvido: nadie recuerda hoy, en los medios especializados, qué dijo el Tribunal republicano sobre tal o cual cuestión. Un sonrojante silencio ha caído sobre aquella obra, sombra de sombras o verduras de las eras, según prefiera el lector.
Resultado este anunciado pues, ya en su concepción, buenas invectivas había recibido el Tribunal. Desde la derecha, el diputado Royo Villanova, catedrático de Derecho Administrativo, le dedicó discursos demoledores destinados a demostrar que, con el Tribunal Supremo, la Justicia española se sobraba para depurar el Ordenamiento, tal como ocurría en los Estados Unidos. Pero, desde la izquierda, y sin florituras, Indalecio Prieto se despachó afirmando que «el Tribunal equivaldrá en el sistema constitucional al apéndice en el sistema intestinal: no servirá más que para producir cólicos».
Quede dicho lo que antecede, en este otoño de 2008 que la economía apuñala, para aplacar las añoranzas republicanas de tanto incorregible laudator temporis acti o elogiador del tiempo pasado, un latinajo horaciano que, por cierto, recuperó un diputado de la República, el escritor Ramón Pérez de Ayala. El sectarismo tiene que buscar hoy más afinadas fuentes de inspiración histórica.

10 septiembre, 2008

Desfachatez, según El País

El editorial de hoy de El País se las trae. Se titula Desfachatez. De facha y tez, tez de facha. Trata muy críticamente de la renovación del CGPJ por acuerdo entre los partidos y aquello de que para ti la Cheli y para mí la Rosi, y que la tuya que te hace, pues la mía fela que mola; anda, pues la mía va a pasar a los anales, etc., etc., etc. Bueno, El País no lo dice con estas palabras, pero se entiende igual. Léanlo, léanlo, y no olviden que es El País, no un periódico antisistema.
Porque los verdaderamente antisistema son los partidos establecidos, especialmente los dos llamados grandes y de cuyo lomo pican algunos pájarillos más, en una convivencia de ésas que debe de ser o simbiosis o parasitismo. Los antisistema son PP y PSOE, porque ellos pervierten cualquier sistema constitucional de lo que sea, convierten la Constitución en papel mojado, de doble capa, eso sí. No es que el procedimiento que la ley establece para la elección de los miembros, miembras y membrillos del CGPJ esté en sí irremediablemente mal o sea ontológicamente vicioso (¿han visto qué palabra? Ontológicamente. Sembrao, estoy sembrao), es que da igual lo que leyes y Constitución dispongan: estos partidos se lo pasan por el arco del triunfo y sale con su aroma de rancio ambientador y jacuzzi con cloro y bichitos flotantes.
A este paso, abandonarán el barco, esos barcos, todos los que conserven algunos principios o un punto de fe en lo que llaman democracia, Estado de Derecho y similares. Es decir, los medios de comunicación leales, tipo El País o ABC, se pondrán críticos, los militantes que no lo sean con ánimo meramente alimenticio se retirarán a los cuarteles de invierno, muchos votantes tomarán las de Villadiego al grito de "bien está joder, pero no arrancar los pelos" (es una nueva cita del refranero popular de mi aldea; pido perdón, pero es para que no se nos mueran las tradiciones y que se vea que somos nación). Y así todos menos... los útiles del voto útil. Ésos se quedan, vaya que sí, forever. Su lema es: "Sí, los que yo voto lo hacen fatal, pero jooooó...". Si usted les preguntan: "¿jooooó qué?", invariablemente le responden: "Jooooó, es que, si no, vienen los otros que son malísimos de la muerte y que nos van a fusilar a todos". Y de ahí no salen, ni a tiros, precisamente. Y usted les replica que vean cómo lo hacen de horrible y qué sinvergüenzas son ésos que ellos defienden, trátese de los del PP o los del PSOE; pero también para eso poseen respuesta inmediata nuestras útiles lumbreras políticas: "Jooooó, pero es que los otros son entoavía peores".
Pues vale. Así progresamos, adecuadamente: adecuadamente a lo que somos, hacemos y tenemos. En la próxima renovación del CGPJ todos los miembros y miembras serán parientes por consanguinidad de algún cargo del PP y el PSOE o de sus mamporreros nacionalistas. Y nuestros ilustrados votantes dirán: "Joooó, pero es que peor serían los parientes de los otros". ¿Qué otros, si se han repartido los puestos, a pachas, a partes iguales, mitad para tus primos, mitad para los míos? "Joooó, pues imagínate que todos los puestos fueran para parientes de los otros, de los malones". Y no hay tu tía.
Pues es lo que tenemos. Menos mal que en estas cosas de las corruptelas, amiguismos y nepotismos variados estamos mejor que cuando Franco, joooó.
PD. 1 .- Propongo un nuevo lema para nuestra campaña de desratización: "Eres lo que votas". Y ustedes ya me entienden.
PD. 2.- Al parecer, hace unos meses se ha celebrado en Fátima un congreso conjunto de votantes empedernidos del PSOE y el PP. He AQUÍ el vídeo en el que se exponen las conclusiones acordadas por unanimidad.
PD. 3.- Hace un par de días oí en la radio unas declaraciones de Don Enrique López y decía que está muy mal esto de que los partidos manipulen el CGPJ y no busquen a los más competentes para integrarlo ni respeten la voluntad de los jueces. Sí, sí, lo decía Enrique López, Superlópez, el portacoz hasta hoy. Con un par: un par de kilos de plomo en el rostro. A éste ya lo conocemos de cuando por aquí, por León. Y nuestras churris también. Creo que ahora se queda en la Audiencia Nacional. Se lo ganó a los puntos. ¿O fue poniendo sentencias?
PD. 4.- Ay, cómo me gustaría poder decir como mi queridísimo AnteTodo: los que yo conozco personalmente no están mal. Joer, yo personalmente no conozco a ninguno. Porca miseria. Antes conocía a Enrique López, pero lo deja. Mecachis.

09 septiembre, 2008

Muñoz Molina retrata otro tic chic

Me gusta mucho este texto que publica Antonio Muñoz Molina en el último Babelia. Así que aqui lo copio. Disfruten.
Desmemorias. Por Antonio Muñoz Molina.
La doctrina oficial es más o menos la siguiente: en España, hasta hace muy poco, no se pudo escribir y casi ni hablar de la Guerra Civil o de la posguerra desde el punto de vista de los vencidos. Primero fue la represión franquista; luego el así llamado "pacto de silencio" de la Transición, por culpa del cual, y en nombre de una dudosa concordia democrática, se suprimió la memoria de los perdedores. Por fin, sólo hace unos pocos años, algunos libros empezaron a romper el silencio, algunas películas, gracias al Gobierno de Zapatero. Se estrena Los girasoles ciegos y un oyente llama a la radio para expresar su alivio, su alegría: "Por fin se puede hablar sin miedo".
Es una doctrina confortable. Permite el sentimiento halagador de estar participando, sin mucho esfuerzo ni peligro, en la reparación de una larga injusticia, en el descubrimiento de lo escondido durante muchos años. También de estar al día: de recibir, de algún modo, la legitimidad de los derrotados, hasta de alzarse en rebeldía contra el fascismo o la dictadura, con la ventaja no desdeñable de que esa rebelión virtual sucede en el espacio clemente de una democracia. Los libros, las películas de moda ofrecen una memoria tan gustosa de saborear como un caramelo, con ese aire en el fondo tan acogedor que tiene el pasado en el cine de época: los automóviles, los peinados, los sombreros, los pupitres de madera, la lluvia, la nieve acogedoras; cuando no el heroísmo igualitario: chicos y chicas con uniformes impolutos de milicianos, haciendo una guerra que se parecería mucho a una fiesta o a un domingo de excursión si no fuera por esos malvados de bigotito fino y camisa azul o de sotana negra que lo estropean todo. Los buenos, los nuestros, son poéticos, inocentes, entrañables, soñadores, no sexistas. Los otros no sólo son opresores y canallas: también son feos, groseros, machistas, maníacos sexuales, maltratadores de animales. La moda la empezó probablemente Ken Loach en Tierra y libertad, donde ya se insinuaba algo que viene teniendo mucho éxito en las patrias periféricas gobernadas inmemorialmente por una mezcla curiosa de nacionalistas y ex socialistas o ex comunistas cuyo principal rasgo ideológico es volverse más nacionalistas todavía que sus socios: los malvados de esta nueva memoria oficial, aparte de opresores, canallas, feos, groseros, machistas, maníacos sexuales, son algo todavía peor, si cabe: son españoles. En estas patrias, unánimes por definición, la Guerra Civil no es posible, porque no puede haber conflicto interno en una comunidad idílica. La Guerra Civil, el franquismo, fueron en realidad una invasión española, en la que los autóctonos, por el hecho de serlo, estuvieron libres de toda complicidad, y además fueron y siguen siendo víctimas.
El resultado de esta sentimentalización y oficialización de la memoria es el olvido de aquello mismo que se pretendía recordar. Quien dice que sólo ahora se publican novelas o libros de historia que cuentan la verdad sobre la Guerra Civil y la dictadura debería decir más bien que él o ella no los ha leído, o que los desdeñó en su momento porque no estaban de moda, en aquellos atolondrados ochenta en los que la doctrina oficial del socialismo en el poder era la contraria: con lo modernos que ya éramos, qué falta hacía recordar cosas tristes y antiguas.
No hubo que esperar a la Transición y ni siquiera a la muerte de Franco para leer por primera vez una novela antifranquista sobre la Guerra Civil publicada en España: Las últimas banderas, de Ángel María de Lera, ganó hacia finales de los años sesenta el Premio Planeta. Probablemente no era gran literatura, pero yo me acuerdo de la emoción de leer el drama de los últimos días de la República en Madrid, la urgencia y el miedo, el sentimiento de derrumbe. Por aquellos años cayó en mis manos otro de esos libros que se quedan impresos vivamente en la imaginación adolescente y resultan igual de iluminadores cuando uno vuelve a leerlos mucho tiempo después: Tres días de julio, de Luis Romero, que tiene la inminencia trágica de lo que todavía casi no ha sucedido y ya es irreparable. Hablo de libros que estaban al alcance de cualquiera y que fueron decisivos en mi educación de ciudadano y de escritor, en mi descubrimiento temprano y todavía indeciso de los mundos literarios que yo querría indagar en mi propia ficción.
Pero no sólo libros: aún no había muerto Franco y la gente llenaba los cines para ver La prima Angélica, de Carlos Saura, que retrataba con sarcasmo y crudeza a los vencedores de la guerra y exploraba un tema que fue crucial para los que empezamos a escribir novelas en los primeros años ochenta: el vínculo entre el presente y el pasado, la necesidad de saltar sobre el paréntesis de plomo de la dictadura para vincularnos a una tradición literaria, política y vital que se había roto con la guerra.
Qué insulto, qué injusticia para Max Aub decir que sólo en los últimos años se ha escrito de verdad sobre los vencidos: en los primeros ochenta Alfaguara había publicado ya todos los volúmenes de El laberinto mágico, que sigue siendo el gran ciclo de novelas sobre la Guerra Civil y la diáspora. También por entonces se reeditaban los tres volúmenes de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, el último de los cuales está el testimonio atroz, contado por un socialista intachable, de los crímenes sin justificación que se cometieron en Madrid entre el verano y el otoño de 1936. La misma angustia moral de Barea, ajena a todo sectarismo, atenta al desgarro de la experiencia humana concreta, está en Días de llamas, de Juan Iturralde, que es del final de los setenta, o en los relatos insuperables de Largo noviembre de Madrid, de Juan Eduardo Zúñiga, que combinan la poesía y la ternura, la vaguedad espectral de la fábula con el severo testimonio del sufrimiento, el heroísmo y el despilfarro de las vidas humanas. En los primeros ochenta estrenó Fernando Fernán-Gómez Las bicicletas son para el verano y al principio nadie le hizo ningún caso. Aprendiendo de aquellos maestros, recordando lo que nuestros mayores nos habían contado, algunos de nosotros empezamos publicando ficciones alimentadas por la memoria de la Guerra Civil y la derrota de la República: yo no me olvido de la impresión que me hizo leer en 1985 Luna de lobos, de Julio Llamazares, donde está el coraje de la resistencia pero también la lenta degradación de quien se ve reducido por sus perseguidores a una cualidad casi de alimaña.
España es país muy propenso a las coacciones de la moda literaria o política, de modo que yo no voy a poner en duda el mérito de Los girasoles ciegos ni de ninguna de las ficciones sentimentales sobre la guerra y la posguerra que han tenido tanto éxito en los últimos años. Lo que sugiero, tan sólo como un ejercicio, es que se lean intercaladas con algunos de aquellos libros que no tuvieron el reconocimiento que merecían por el simple hecho de no haber sido escritos teniendo a favor los vientos caprichosos de la moda.