29 abril, 2009

La lengua de los impostores

¿Será mejor rendirse? ¿Habrá que asumir las memeces del medio politico-burocrático-caciquil con la misma resignación con la que se acepta el pedrisco o se sobrelleva una pertinaz sequía? Quieren que creamos que sí, que así hay que tomarlo, como se resigna uno ante lo inevitable, lo que no tiene vuelta de hoja ni marcha atrás. Da igual que andemos en crisis económicas, que los electores del país o de algunas comunidades empiecen a castigar ciertos excesos, que no haya demanda social real de lo que cuatro aventados con la mano extendida presentan como reclamación multitudinaria y urgentísima, nada importa. Ellos van a lo suyo, a su aire, a su bola, como si tal cosa. Son autónomos, medio autistas y, desde luego, pajilleros. Impasible el ademán y tira p´alante. No los moveremos, piensan. No nos van a dejar más remedio que tirarlos al mar un día de éstos y con unos boletines oficiales atados al cuello, para que no floten.
Vean una muestra última y particularmente boba. La Consejería de Cultura del Gobierno de Asturias acaba de crear una Unidad de Traducción. ¿Para ayudar a los profesores universitarios que quieran publicar sus trabajos en inglés? No. ¿Para apoyar a las editoriales que quieran publicar en español grandes obras extranjeras de cualquier materia? No. ¿Para dar cobertura a los empresarios que quieran invertir en Finlandia o Ucrania? No, hombre, déjese de payasadas. Es para traducir textos del asturiano al castellano y del castellano al asturiano. Acabáramos. Eminentísima tarea. Consumado ridículo.
Pero vayamos al cuerpo serrano de la noticia: la nueva Unidad (de destino en lo universal, se supone) “se encargará tanto de traducir al asturiano textos oficiales, o bien al castellano, textos que los ciudadanos presenten en 'llingua' asturiana a la Administración”. ¿Eh? ¿Qué me dicen? ¿Cómo les queda el cuerpo? Ya sé, el redactor se lió un poco. Debe de ser bífido. Y más: “También se traducirán al asturiano los documentos que en esta lengua se hayan de publicar en el BOPA, o aquellos requeridos por los poderes públicos y los órganos consultivos, además de otras que se encomienden desde el ordenamiento jurídico”.
Si por un casual un sueco o algún húngaro leen este post o la noticia en el periódico, se preguntarán si será que un castellanoparlante no entiende lo escrito en asturiano o que un asturiano que hable algo de la “llingua” no se enterará de lo que lea en castellano. Falso de toda falsedad. Vayamos descuartizando. En primer lugar, estamos ante uno de esos casos, tan actuales, en los que la traducción no tiene como objetivo permitir el entendimiento de un texto, sino dificultarlo. El propósito no es hacer que se comprendan ciertos escritos, pues yo o cualquier asturiano que no se gane la vida con su “llingua” les podemos asegurar que no hay un solo asturiano que no entienda lo escrito o dicho en castellano. ¿Entonces para qué traducirlo a la lengua asturiana? Para dar trabajo al traductor y, de rebote, a los que enseñan lengua asturiana. Lengua asturiana que, si se enseña, es porque no la sabe esa población que la tiene como seña de identidad. Complicado, ¿verdad? El proceso completo es así: primero una lengua se crea más o menos artificialmente, recomponiendo de aquí y de allá trozos y variantes. Después se afirma que es la lengua de todos, aunque ninguno pueda hablarla ni escribirla mientras no la aprenda en esa versión oficial y uperisada que ninguno ha hablado ni escrito jamás de los jamases. Por último, se impone su oficialidad o, como mínimo, se van haciendo obligatorias ciertas traducciones, para que sea la lengua oficial de una nación que nunca la habló de esa manera, que ahora tiene que verla a la fuerza en ciertos papeles y que, se ponga el personal como se ponga, en la puñetera vida la va a hablar, porque ni es la que mamó ni le beneficia en nada ni le da la maldita gana. Pero, entre tanto, ahí creamos unos puestos de trabajo para algún primito y colocamos unos enchufes guapos.
Me disculparán que repita un poco cosas que ya se habrán escrito aquí otras veces. Pero viene a cuento. Soy bableparlante de cuna. Me crié en mi pueblo hablando asturiano o bable, y en bable me relaciono con toda la gente de mi infancia y con muchos amigos asturianos. Con muchos amigos asturianos que manejan el bable con la misma naturalidad que yo, no como esos fantasmas de cursillo que tratan de hacer traducción simultánea de sí mismos y que acaban chapurrreando mal castellano y nada de asturiano, salvo un par de terminaciones puestas a boleo. Para mí el bable es la lengua de la infancia, la del campo y la de la ternura. Hasta con mi hija ahora me salen espontáneamente muchas expresiones que de ahí vienen.
Dicho esto, también he de reconocer que cuando leo algún texto en “llingua” producido por esos “llingüistas” y traductores, ni entiendo todo ni me identifico con nada. La impostura rezuma por las mal pegadas juntas de esos discursos postizos. Lo cual puede hacernos pensar que, en efecto, hasta los asturianos que más mamamos Asturias y más hablamos su lengua podemos un día de estos necesitar un traductor, un traductor de esos engendros al castellano o, incluso y por qué no, al asturiano nuestro, al bable de nuestros padres y nuestra aldea. Y eso ya sería la perfecta cuadratura del círculo, la culminación del propósito que subyace a todas estas carajadas: inventarse una lengua para dominarla y, desde ahí, controlar a sus forzados usuarios. Conmigo que no cuenten. Modestamente, uno no puede traicionar de esa manera a su tierrra, a su gente y a su memoria. Uno no puede entregar sus raíces a cuatro niñatos encaramados en algunas consejerías y que se creen el pito del país. No, señor, no. Al agua con ellos, a tirarlos al mar desde la Escalerona en día de tormenta y a comentar, mientras chapotean: "mirai, un puñau de fatos afogándose. Dai a esi, mecagoenrós, que quier sacar la cabeza, embúrrialu p´abajo y aguántalu ahí"

28 abril, 2009

Mola más saber menos

(Publicado esta semana en Gaceta Universitaria*).
¿Se aplicará a la ciencia y la universidad ese dicho minimalista de que menos es más? ¿Será cierto que los conocimientos cuanto más escasos mejor? Se pinte como se pinte y aunque se vista de seda, una de las más claras consignas actuales en las enseñanzas universitarias es que se debe rebajar el nivel de exigencia de los títulos y de las correspondientes asignaturas. No ha de ser necesario, en suma, que el estudiante acredite tantos conocimientos como antes. Al parecer, que los que acababan la carrera supieran bastante suponía un gran fracaso, pues sólo se titulaban los que estaban muy bien preparados, mientras que lo bueno y moderno a tope es que cualquiera obtenga fácil y sin deslomarse su título de médico, ingeniero filólogo o lo que desee.
Es como si en un equipo de fútbol de primera se acortaran las horas de entrenamiento con la esperanza de que los suplentes y los del filial tengan así las mismas oportunidades que los titulares. Engañabobos y trampa saducea, pues el equipo siempre será de once y o bien se alinean los once mejores, o bien el equipo se va a la porra por enredarse en tamañas gansadas demagógicas. Y, en cualquier caso, los mejores serán siempre los mismos. Aflojar el entrenamiento de todos simplemente servirá para que los once más capaces de este equipo rindan menos que los de otros equipos que trabajan más. Así nunca se ganará la Champions.
En España se nos cuenta que la bajada del nivel y la reducción de la exigencia universitaria tienen como finalidad nuestra convergencia con Europa. ¿Acaso aquí éramos más competentes y estábamos más preparados que alemanes, franceses o ingleses y se trata de que relajemos un poco a fin de no acomplejarlos más? Raro, raro. Más bien es de temer lo contrario: ya andábamos en el pelotón de los torpes y se pretende dar estatuto legal a la torpeza y homogeneizarla de puertas adentro. Aquí nunca nos han gustado ni los listos ni los que suben la media. Igualemos por abajo. Y viva nuestra boina convergente de paletos titulados.
Este infiltrado se encontró hace unos días un amigo que enseña en una universidad privada de las de a tanto el título y un juego de toallas de regalo adicional. Me contó que una vez se le ocurrió suspender a un alumno y que el jefe de su Departamento le corrigió la nota y a él casi lo despiden. ¿Es el ejemplo que han de seguir las universidades públicas?
(*Por cierto, Gaceta Universitaria estrena web. Ahí estaremos).

Este oficio

Qué oficio tan peculiar es este de profesor universitario. Según un viejo dicho, sería un trabajo magnífico si no fuera por ese par de horitas de clase a la semana. Será esa la razón por la que tantos no imparten ni ese promedio semanal. Conviene evitar los sacrificios excesivos.
Mi relación con mi oficio es peculiar, aunque supongo que no me pasarán a mí solo estas cosas que paso a contar. Hoy toca parrafada intimista con unas gotas de tabasco.
Cada día me hace más ilusión que un año de estos me ofrezcan una buena prejubilación. Ando por los cincuenta y uno y parece pronto, pero, al fin y al cabo, muchos viejos amigos asturianos que son de mi quinta y se dedicaron a la mina están sabrosamente prejubilados desde hace algunos años. ¿Y por qué es posible que me tentara una oferta de prejubilación si aquí el que quiere no hace más que lo de las dos horitas y luego dice que tiene al niño en francés y que por eso no puede pasar por la Facultad en los próximos ocho días? Pues para trabajar fuertemente en lo que me gusta. ¿Y qué es lo que me gusta? La investigación universitaria, ni más ni menos. Es decir, me encantaría quitarme de en medio de la universidad para poder hacer verdaderamente y en paz lo que se supone que hay que hacer en la universidad. Me pasaría mis siete u ocho horas diarias leyendo y revisando cosas de mi disciplina, escribiría ese par de monografías que hace tiempo que he ido pensando y a lo mejor hasta me animaba a redactar el manual que tengo en la cabeza y que ahí se me está poniendo rancio.
Quien no sea del gremio universitario pensará que estoy como unas maracas, que menuda ventolera y que cómo es eso de querer retirarse para trabajar en aquello por lo que uno cobra cuando está en activo. Muy sencillo, permítanme que se lo explique.
En la universidad actual, al menos en lo que yo conozco, ya no se puede hacer el trabajo normal de un profesor: preparar e impartir buena docencia e investigar con una mínima dedicación. Ahora estamos para otras cosas y somos la sección cutre del PAS. Todo el día con papeles para arriba y para abajo, todo el día de reuniones, todo el día evaluando o siendo evaluado, todo el día escribiendo memorias para solicitar proyectos, acreditaciones o reconocimientos o todo el día redactando informes sobre el resultado -siempre falso como falsa monea- de los proyectos, las acreditaciones y los reconocimientos. Ahora también hay que dedicarse a elaborar nuevos planes de estudios. Llevo más de veinticinco años en esto y es la tercera vez que me veo metido en reformas modernísimas y definitivas de los planes de estudios. Si no me largo rápido, no será la última.
Recuerdo con tremenda nostalgia los tiempos de doctorando. Llegaba a la Facultad, que entonces era la de Oviedo, me metía en el pequeño despacho y pasaba las horas leyendo, tomando notas e intentando perpetrar algunas páginas. De vez en cuando asomaba algún amigo para tomar un café o sonaba el teléfono porque alguien se había equivocado y pensaba que allí era la sala de maternidad del hospital, pero eran interrupciones mínimas y muy llevaderas. En estos tiempos es muy distinto, pues hay una conspiración universal para evitar que el universitario haga de tal, que el investigador investigue y que el profesor explique como Dios manda. Los primeros que se proponen ese sabotaje radical son los chupatintas del Ministerio y de la Consejería del ramo, y de ahí para abajo todos igual, todos convencidos de que lo peor que puede suceder dentro de los muros académicos es que alguien lea un libro o escriba un artículo. Vade retro. La consigna con los profesores es: tócales continuamente las narices, mantenlos ocupados en lo que menos importa, entretenlos en mentecateces y distráelos con imbecilidads, conviértelos en oficicinistas grises y en cucarachas de papel.
Tengo algún indicio muy claro de la buena marcha de tales programas de combate contra la vocación universitaria. Por razones que en este momento no importan, en los últimos tiempos he tenido acceso a los datos con el rendimiento que muchos grupos de investigación de distintas universidades de España han tenido en los últimos cinco o seis años. Una conclusión se impone sin dudar a dudas: en el 2008 el promedio de rendimiento ha caído un veinticinco por ciento. Créanme, he visto cientos de expedientes con los datos. Por supuesto, hablo de puros números, de cantidad de artículos y libros publicados y de ponencias y comunicaciones en congresos, y me refiero solamente al campo de las humanidades y las ciencias jurídicas y sociales.
Un descenso de la productividad en una cuarta parte. ¿Por qué? Sería muy interesante un estudio detenido de las causas, pero a mí una hipótesis me parece bastante evidente como explicación: con la llegada de los nuevos sistemas de acreditaciones para titular, catedrático y profesor contratado de cualquier tipo y con la elaboración de los nuevos planes de estudios, las gentes de la universidad ya carecen de tiempo para investigar y para escribir nada que no sean unos pocos refritos de las cosas que aprendieron muchos años antes. Ahora los días se dedican por completo a rellenar aplicaciones informáticas, recopilar certificados de todo (certificados absolutamente de todo, cientos, miles de certificados), consultar a oscuras agencias si las ponencias en seminarios entran en “aportaciones a congresos”, en “actividades formativas” o en “otros méritos”, asistir a cursos en los que idiotas redomados enseñan a un público cautivo la mejor manera de parecer definitivamente imbécil a los alumnos a base de jueguitos y posturillas, etc., etc., etc.
Últimamente me ocurre muchas veces que, al pasar ante los libros de mi área, me ataca durísimamente la melancolía. Son miles de libros, bien seleccionados, que yo mismo he ido pidiendo, uno a uno, desde hace quince años. También están los que otros adquirieron antes de llegar yo. Es una biblioteca realmente estupenda. Paso ante los estantes, echo un fugaz vistazo a los lomos con los títulos y me entristezco al pensar lo poquísimo que voy a leer de todo eso que ahí me espera. Y lo que de ahí no lea yo, no lo leerá nadie. Ésa es otra, pero no mezclemos churras con escalafones. A lo mejor cojo un volumen un momento para aumentar mi dolor ojeando el índice, e impepinablemente suena el teléfono y algún compañero me recuerda que no entregué el memorándum sobre consumo de papel y que ayer terminaba el plazo; o una amable funcionaria administrativa me informa de que estoy convocado para una urgentísima reunión sobre la reforma del reglamento de reformas de los reglamentos reformadores de la comisión de investigación ordinal primera segundo piso ascensor.
Si consiguiera deshacerme de todos esos incordios, si lograra evadirme de todos esos encargados de que no haga lo que debería hacer, si fuera capaz de darle a la perra institución el corte de mangas que merece, si pudiera agenciarme una baja prolongada o un retiro a tiempo, volvería a ser feliz con los libros, con los problemas, con las reflexiones, con los escritos; volvería a leer y a tomar notas como antes, debatiría seriamente con colegas, redactaría trabajos con alguna aportación original, me sentiría útil, íntegro y justificado. En resumidas cuentas, recuperarían su sentido el oficio que un día elegí y la nómina que cobro. Pero para ello debo alejarme de la universidad, debo apartarme de sus miserias, debo liberarme del atroz dominio que en este antro ejercen los que en su maldita vida han leído un libro ni piensan leerlo, los profesionales del timo y los maestros de la apariencia, los lameculos y soplagaitas, los burócratas impotentes, imbéciles y ciegos, los feladores de ministros, consejeros y capos, los mercenarios del cargo y la encomienda, los corruptos, los ineptos y todos los hijos de la chingada.

26 abril, 2009

Psicología académica. Una historia inventada, pero verosímil

(Dedicado, con afecto, a mis colegas enfermos)
Hace un rato me he encontrado en la T-4 con un colega catedrático al que no veía desde hacía un tiempo. Yo he estado mucho en mi casa últimamente y creo que a él lo han echado de la suya hace un par de cuatrimestres. Me llegaron diversos rumores sobre la causa de sus desarreglos familiares. El director de mi Departamento, que es persona discreta y conservadora, me aseguró un día que a mi colega lo había pillado su mujer probándose en el baño unas bragas de encaje y un liguero fucsia que ella no conocía, pues suyo no era. No sé de dónde sacó mi Director esa información, pero insistió en que la sabía de buena tinta. Siempre cuenta a quien tiene a mano algún chisme así antes de despedirse porque se va otro mes a Tomelloso, donde, al parecer, está rehabilitando una vieja casa que se compró con lo que le pagan como asesor ocasional del Ministerio de Transporte. Sí, hace años que no existe un Ministerio de Transporte, pero a él todavía le pagan por sus asesorías para ese Ministerio, pues es un consumado especialista en intríngulis administrativos y tiene muchos amigos en las altas esferas. Algunos insinúan que es masón y hay quien afirma que es homosexual, pero por qué no va a ser ambas cosas, que no tienen nada de malo. Donde sí se le ve mucho es en misa, pero eso tampoco tiene nada de particular.
Otros cuentan que los conflictos familiares de mi colega han sido causados porque su mujer se ha liado con la mujer de su Decano y que el Decano le propuso a mi colega que por qué no se entendían ellos también, y mi colega de mano aceptó, pero a los tres días se arrepintió y ya era tarde, por así decir. Esta versión me la dieron el otro día en el Ministerio, en una reunión de evaluación. Fue a la hora del café de media mañana y me lo contó de un tirón una catedrática de Prehistoria de la Universidad Rovira i Virgili con la que me tocó hacer equipo para revisar los contratos de profesores de Sociología y de Estadística. Yo no supe qué responderle, la verdad, porque ese colega me trae al fresco desde hace mucho, desde que una vez me lo encontré a las tantas de la noche sentado en las escaleras de la entrada de un hotel y, al preguntarle qué le pasaba, me respondió que lo dejara en paz porque estaba a punto de desentrañar un intrincado problema de lógica deóntica. Es persona con muchas rarezas y a mí me enseñaron que quien piensa mucho de madrugada no es de fiar.
Aquí en Barajas yo lo divisé primero a él. Caminaba medio ausente y llevaba puestos unos auriculares. Luego me explicó que anda haciendo un curso de música tántrica y que había aprendido a relajarse muchísimo en los aeropuertos. Pero eso ya fue cuando habíamos empezado a hablarnos con la máxima desconfianza. En cuanto lo vi, caminé hacia él y lo saludé con fingido alborozo, a sabiendas de que seguramente no le apetecía nada encontrarse conmigo y tener que hablarme. En realidad yo también habría preferido ignorarlo y seguir mi camino, pero sucumbí a la tentación de abordarlo porque pensé que su incomodidad sería mayor aún que la mía. Tras los saludos de rigor y un fugaz apretón de manos, los dos nos dijimos exactamente al mismo tiempo lo de qué haces por aquí y adónde vas. Y también fue simultánea la respuesta de ambos. Él me dijo “tengo una cosa en Vigo” y yo le recité “tengo una cosa en Sevilla”. Y ahí nos paramos ambos, sin añadir más. Por esa razón la desconfianza se pintó de inmediato en el rostro de cada uno y las miradas se nos pusieron torvas y huidizas.
La psicología profesoral es bien elemental en el fondo. Cuando dos colegas se encuentran y va cada uno camino de hacer algo presentable y lucido, se quitan la palabra con furia porque cada cual quiere presumir de sus bazas y exhibir su orgullo. Me han invitado a participar en Barcelona en un Seminario con dos premios Nobel, voy a impartir un curso en la Escuela Judicial, tengo una ponencia en un congreso internacional que financia el Ministerio de Medio Ambiente, voy a presidir el tribunal de tesis doctoral de la hija de Fulano, la que está tan buena pero es lesbiana. Cosas así, méritos que nadie discutiría y que envidiaría cualquiera. Ay, pero cuando un profesor se pone esquivo y al colega no le cuenta más que eso de “tengo un asunto, pero regreso a casa esta misma tarde”, o “los rollos de siempre, ya sabes”, o “nada, una presentación en un pequeño simposio de la universidad tal”, malo, malo, malo. Ahí hay gato encerrado. Alguien va a cometer actos inconfesables y no acierta a disimularlo como le gustaría. Se están rifando putadas.
En esta ocasión me parece que mi colega y yo estábamos en la misma situación y con idéntica sensación de clandestinidad. Yo lo mío lo sabía, claro. Concretamente, voy a valorar en Sevilla un proyecto sobre “Métodos y técnicas de investigación interdisciplinar en supradisciplinas”, proyecto firmado y avalado por mi colega. Es más, mi veredicto va a ser negativo, según decidí en cuanto le eché un vistazo hace unos días, pues la prosa de este tipo es empalagosa y sus bibliografía muy desfasada. Además, cita numerosos autores franceses, y a quién le interesa hoy en día la literatura metodológica francesa, vamos a ver. No me daba mala conciencia, más bien me divertía estar ante él, con esa cara de cretino que se le pone cuando coincidimos, y sabiendo yo que le iba a poner semejante zancadilla; plenamente merecida, eso nadie podrá dudarlo. Pero, ¿y por qué él, presumido donde los haya, petulante hasta la náusea, parecía intranquilo y no entraba en detalles sobre los propósitos y las razones de su viaje? ¿Dijo a Vigo? ¡Cielo santo!
En Vigo funciona la Agencia de Evaluación Académica de Galicia Sur. Hace un puñado de años que a mí me invitan para muchas de sus labores. Soy el más veterano y mejor considerado de los evaluadores en campo de las ciencias jurídicas, sociales y religiosas. Extraoficialmente he sabido que a raíz de la reciente designación de nuevo presidente de la Agencia de Evaluación Académica de Galicia Norte, con sede en Burela (uno nunca tiene todas las claves e ignoro por qué este antiguo puerto pesquero de la costa lucense acoge esa Agencia, pero imagino que, como tantas veces, habrá algún parentesco de por medio o un nombramiento de hijo adoptivo), el presidente de la Agencia de Galicia Sur, temeroso por su puesto, ha decidido organizar una evaluación de los evaluadores. He llamado a Laura, la secretaria de la presidencia, con quien me une desde hace tiempo una amistad sobre la que prefiero no entrar aquí en detalles, y le he preguntado por qué no han contado conmigo para calificar a los evaluadores. Ella, que me conoce bien, sabe que puedo ser perfectamente objetivo y totalmente riguroso aunque tenga que valorar mi propia labor. Pero me respondió con un misterioso “hay órdenes de arriba”. No logré, pese a todos mis esfuerzos, sonsacarle ni un solo nombre de los evaluadores de evaluadores. Sé que la próxima vez que nos veamos conseguiré, así, en persona, que me lo cuente todo. Pero me temo que algo ya lo he averiguado yo mimo aquí en Barajas hace un rato. Quién sabe si volverán a reclamar mis servicios desde Vigo, pues este colega cabrón seguro que se ceba conmigo. Sé que nunca he sido santo de su devoción. Además, puede que le hayan llegado habladurías sobre lo de mi dichoso expediente por aquel tema que ya tengo medio olvidado. En este mundo no hay más que cotillas y correveidiles.
No debí decirle que viajo a Sevilla. Me podría haber inventado otro destino y cualquier cometido de los habituales. Esto ya es el colmo. Tal vez asocie Sevilla con el proyecto del que está pendiente. Y pensará que si ando en eso, seguro que no lo trato bien. Pues ahora sí que se va a enterar. Ni de broma pasará la criba su proyecto. Que se joda. Que hubiera sido sincero conmigo y que me hubiera reconocido a qué iba a Vigo. Y si quiere perjudicarme, que me lo diga a la cara. Al fin y al cabo, somos colegas, aunque no compartamos universidad ni maestros.
Lo que me duele es acabar así mi relación con Vigo. También lo siento por Laura. Aunque, bien pensado, es otra cabrona que no me ha avisado de lo que se me avecinaba. Quién sabe si no está conchabada también con ese mierda. Verdaderamente, hace tiempo que la noto rara y sus mensajes ya no son tan naturales, tan espontáneos, tan cariñosos.

25 abril, 2009

Obama y las fotos

Primero hablemos de Obama y de mí. Humildemente, claro. No, no es que nos parezcamos gran cosa. Los parecidos los tiene con Zapatero, ya saben: clavaditos. Solamente quería aclarar que Obama me parece muy bien, que el color de su piel me importa un bledo, que me alegré cuando ganó y que confío en que unas cuantas cosas mejoren en el mundo bajo su mandato sobre el mundo. Tal cual. También considero que al menos algunas de las primeras medidas que ha tomado en su Presidencia son loables y seguramente acertadas. Doy buena parte de razón a mi amigo Ante Todo cuando hace unas semanas me invitó a no perder la fe, a retornar a la esperanza y a aplicar debidamente la caridad, después de que pareciera que un servidor equiparaba a Obama con Bush. Dicho queda.
Lo que me pone las bilis efervescente son las paparruchas del pijerío progre, su renovado entusiasmo con Estados Unidos, su repentina convicción de que el capitalismo tiene los días contados gracias a Obama y las babitas que se le caen cuando comparan las fotos y los discursos de Obama y Zapatero y concluyen que son similares como dos gotas de agua con gas, y eso sin contar que a ambos les gusta el baloncesto y el ketchup. En fin. Necesitamos con urgencia un nuevo Berlanga que retrate a esta gentucilla del régimen en una película que podría titularse La Pistolita Plurinacional.
Aclarado lo anterior, hoy quiero plantear a los amigos una duda, una genuina duda. Pues he visto en las noticias del día que la Casa Blanca da luz verde para que se hagan públicas unas docenas de fotos de torturas a prisioneros en Irak y Afganistán. Hasta ahora teníamos el reconocimiento oficial de que se había torturado, la crítica a los responsables de dichas prácticas y la afirmación de que no se procesará a los torturadores. Lo primero lo veo con los mejores ojos. Tengo dudas sobre cuál ha de ser el destino jurídico de los que aplicaron la picana a los detenidos, aunque, desde luego, estoy convencido de que, como mínimo, los responsables políticos habrían de pagar por las órdenes que dieron o las practicas que a sabiendas consintieron, y aunque dicho precio fuera nada más que simbólico. Pero lo que definitivamente no veo claro es lo de las fotos de los torturados.
Si se trata de demostrar que se torturó, ya está más que demostrado y reconocido, sin perjuicio de que se siga investigando y de que se exijan las responsabilidades pertinentes. Pero ¿las fotos para qué? ¿No será peor el remedio que la enfermedad? ¿Se compensa así algún mal? Imaginemos que en una ciudad nuestra ha habido una serie de violaciones. Se sabe quiénes fueron los violadores y se reprocha su conducta, pero, dados sus vínculos con el Estado, se decide que no serán procesados. Sin embargo, a cambio se opta por publicar unas cuantas fotos en las que se puede contemplar el delito o el padecimiento de las personas violadas, a las que se ve ensangrentadas, aterradas, heridas, humilladas. ¿Qué ganaríamos con eso? Lo pregunto, repito, desde la más sincera duda.
Crecerá la indignación de las víctimas, nuevos justicieros jurarán venganza, más personas sensibles llorarán de pena o de rabia. ¿Y qué habremos avanzado? Que la imagen no oculte lo que se debe saber ni retrase lo que se ha de hacer. Que se cierre por fin Guantánamo, que se explique cuáles son y donde estaban las otras cárceles, las clandestinas, que se haga pública la lista de países y gobiernos que colaboraron voluntariamente con la tortura o pusieron los torturadores, que se compense a las víctimas, que se muestre, en suma, que esos comportamientos de los norteamericanos fueron un paréntesis desgraciado que no ha de repetirse en ningún caso y bajo ningún concepto. Pero que el morbo de las imágenes no sirva para empañar el juicio moral sosegado ni para evitar el ponderado peso de la ley. Es lo que me parece, en medio del estupor; pero, más que nunca, someto esta opinión a mejor consideración.

24 abril, 2009

¿Hasta cuándo Zapatero?

¿En qué medida debe la política subordinarse a la aritmética? ¿Por qué el tiempo de los mandatos electoralmente determinados ha de ser inmune a cualquier otro periodo o acontecimiento? Esto de que en cuatro años no puedan cambiar las cosas es una especie de método Ogino aplicado al país de un modo muy raro: de tal a tal fecha te pueden joder con tranquilidad y sin preocuparse de nada, impunemente, todo el día salto del tigre por aquí y ahora en pompa por allá. Pero en ciertas épocas resulta embarazoso; como ahora, mismamente.
Nos preside un incompetente que, salvo que disimule de maravilla, no tiene ni puñetera idea de nada de lo que se trae entre manos, a no ser lo referido a decirle al personal las cosas que le gusta oír cuando toca votar: que si te voy a poner un piso que no veas, que si toma estos cuatrocientos euros y quédate con la vuelta (¿se acuerdan de la coña marinera de los cuatrocientos euros para que nos tomáramos algo?), que si somos los mejores y los que mejor nos lo hacemos, que si olé tus pezones renegríos, que si mírame cómo llevo la paridad. Oiga, y funciona. Once millones de votos la última vez, cuando ya hasta el más inadvertido sabía que es un jeta de tomo y lomo y un cantamañanas de libro. Pero, chica, te canta esas cosas y te pone esa carita tal que asín con el morrito sacado y la zeja toa p´arriba y qué vas a hacer, pues te das, te das y te das, tómame o déjame, Zapa, y haz con mi voto lo que quieras, cuerpo, privilegiado cerebelo.
Permítanme un pequeño paréntesis sobre cuestiones de estilo. El comienzo del párrafo anterior inicialmente quise escribirlo así: “nos preside un cretino que no tiene ni puta idea de nada de lo que se trae entre manos”. Pero lo corregí y lo suavicé un poquito, pues cada vez que cargo contra nuestro Forrest Gump cazurro, contra el taradillo que nos gobierna, unos cuantos amigos y conocidos me aperciben, me sacan tarjeta amarilla, me comparan con ese tal Pepe que es defensa del Madrid y me insinúan que a lo mejor es que tengo mi inteligencia emocional hecha unos zorros. En ese momento siempre oigo como extraños acordes de músicas orientales. Poinggggg, gonggggg, tilintilinnnnng, pachanggggg.... Y me da por pensar que el amable interlocutor que me llama al orden zen se va a poner de pronto una túnica azafrán y a danzar a mi alrededor recitando curiosos mantras: conseeeeeensoooooo, paaaaaaaz, todos semos bueeeeenos, poingggg, poingggggg, déjate querer, mujer déjate querer, déjate querer, mujer, mujer, tlongggg, pachinggggg, perdona a tu pueblo, Señor, pongggg, cálmate, Toño, que destilas odio a ZP, poinnnggggg, paaaaaaz entre los hombres de buena voluntad, tachunggggggg, amoooor no sabes qué hora essss, no por favor no digas naaaada.... ¡Puf!, auténticas alucinaciones así me vienen cada vez que la gente me dice que no es para tanto, que ellos a ZP lo ven bastante normal y que peor fue lo del maremoto en Tailandia. ¡Joer! A ver si en verdad van a ser cosas mías y resulta que a Zapatero jamás se le escapa una mentira, que sabe lo que hace, que el paro es una broma, que sus ministros y ministras son de lo más listo y preparado del país y que no importa un carajo que vayamos a llegar este año a cinco millones de parados, puesto que hay dinero de sobra para todos y para todo y la política social es chuli a tope y no pasa ná. Goingggg, plachonggggg, pingggg, pinggggg. ¿Ven? He vuelto a escuchar las músicas celestiales que me tienen frito.
Con la que está cayendo y uno, antes de decir esta boca es mía y la uso para cagarme en tus muertos, tiene que andar mirándose la raya del pantalón por si no está recta. Mecagoentoloquesemueve. Esto es como cuando, en tiempos, una violada iba a la comisaría a denunciar y le insinuaban que si no sería ella un poco puta y que a ver esa honestidad. Ahora uno afirma que Zapatero parece bobo de remate y le replican con un ya lo sé, tontín, pero no te excites, que mira lo que tengo aquí para ti y te va a gustar. ¿Será posible?
A Zapatero lo votaron once millones de personas la última vez. No se cansa uno de repetirlo. Son prodigios, como cuando se abrieron las aguas del Mar Rojo o cuando aquellos profetas se piraban para el cielo en un carro de fuego. Flipas, pero pasa mucho. Bueno, que cada palo aguante su vela y cada cual conocerá sus (auto)móviles. Muchos lo hicieron (me refiero a lo de votar a ZP, no a lo de echarse al mar a ver si se abría o a lo de largarse en carros celestiales) para evitar la inminente invasión de los marines de Bush por Algeciras y por lo de pararle los pies al capitalismo salvaje y tal. Semos combatientes tenaces de las causas más nobles y ponme otra de gambas, Marilú. Esperen un momento, que se me ha movido la hernia por lo de la risa floja. Vale, ya está, recolocada. Sigamos hablando como en serio.
Hace poco más de un año, cuando la campaña de las últimas generales, Zapatero y su vicepresidente económico, cesado la semana pasada, repitieron hasta la saciedad que era mentira que se avecinara una gran crisis económica y que, aunque algo se removiera por ahí, nuestro país y nuestro sistema económico y financiero eran los más sólidos y fiables del mundo. Puro pedernal de país y menudos bancos que no necesitan nada. Más aún, Zapatero dijo que eran unos antipatriotas del copón los que manejaban malos presagios. La pregunta del millón: ¿creía de verdad lo que decía o disimulaba como un timador profesional? Si se trata de lo primero, me reconocerán hasta los zapateristas más viciosos que su líder carismático es un auténtico zote y sus asesores son tan indocumentados como él. Para eso nos valdría igual que presidiera el gobierno Jesulín de Ubrique. Y que me perdone Jesulín por la comparación, pero que entienda que a él le tiraban bragas como a éste le tiraron votos. Si es lo segundo, tendríamos que nos manda un mentiroso enfermizo, un inmoral de libro y un psicópata de película. A mí me parece más probable esto último, pero seguramente porque soy yo el que anda con algún desarreglo, como dicen los de la Asociación de Zapateristas por el Retorno a Altamira (AZARA).
Hace cosa de un par de meses, o menos, con estas mis orejas pecadoras oí a Zapatero decir en la tele que en marzo se notarían una barbaridad los buenos efectos sobre el paro de unas medidas que el Gobierno había tomado. ¡Cielo santo! Pues menos mal, porque en marzo ya se ha superado el número de parados que las lumbreras monclovitas habían calculado para todo el 2009.
Y uno, que está acostumbrado a lidiar con problemas teóricos muy abstractos y extraños, pero que de la vida real no sabe un pimiento, se pregunta: ¿el personal cuándo va a reaccionar un poco? ¿Cuando los desempleados sean cinco millones?, ¿seis?, ¿diez? ¿todos? Al decir personal pienso en los sindicatos (¿cuándo hostias se lo van a sacar de la boca esos cochinos?), pienso en el propio PSOE (¿pero no queda en ese partido nadie con autoridad para dar un puñetazo en la mesa y salvar al menos las siglas y un par de diplomas?) y el público en general. Oigan, y cuándo van a salir unos pocos actores y actoresas con unas camisetas que digan “No más paro, que pare ZP”?
Yo no sé lo que percibirá usted, amigo lector, pero por aquí la gente está de lo más tranquilo, en actitud de “son desgracias que nos trae el destino, qué le vamos a hacer; el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, alabado sea el Señor”. Y les mientas con cara de malas pulgas a Zapatero y vuelven todos a lo mismo: ay, del chiquirritín, chiquirriquitín, metidito entre pajas..., etc. Pero con música tibetana: goinggggg, clonggggg, tachunggggg. Ya no sé dónde meterme ni con quién hablar. Joer con el chiquirritín de las pajas, ha hipnotizado a todo el mundo. ¡Zapatero, poséeeme ya, quiero dejar de pensar, quiero volverme budista como tú y estoico estólido como tus votantes y que nada me importe salvo la maldad de Rajoy!
En fin, que no sé. Que iba yo a escribir aquí un post para implorar un gobierno de coalición o un golpe de timón en el PSOE, pero me ha entrado el canguelo de que vuelvan todos a llamarme aburguesado kulak, revisionista pendejo y antizapaterista bisceral (no es una errata, es que me lo llaman de ese modo), así que me callo y que nos den por el saco a todos. Que nos dé nuestro chiquirriquitín metidito entre pajas.

23 abril, 2009

Modélico modelico

Qué cosas se encuentra uno o una en los periódicos. Y cuántas maneras hay para que hablen de una o de uno. Hace un par de días vi en ABC la noticia de que una señora, modelo y, al parecer, famosa, está muy indignada porque la revista Vanity Fair la saca en bolas al lado de otra famosa exhibicionista que también está desnuda y agarradas ambas a un jambo vestido y con los párpados caídos como si acabara de subir a las dos en brazos hasta la azotea. Creo que ésta que se ha cabreado para dar más que hablar se llama Eugenia Silva. Mucho gusto. Tengo que mirar en las páginas del ISBN a ver qué ha escrito. ¿O es que ya tengo deformación profesional y se me olvida que hay gente que no necesita darle a la pluma para tener consideración social, pues su éxito lo lleva grabado en el culo?
Es que, si lo piensa uno, es de cajón. Pongamos que a mí me dice el Decano de la Facul que si me importa posar en pelota picada y con el pirulín visible para un cartel promocional que van a poner en todas las parroquias para que la gente haga la carrera en masa y con alegría. Yo pregunto que cómo será la pose y me explican que salimos mi amigo Miguel Díaz y yo con los pelillos al aire y las velas al viento y agarrados a una señora del PAS vestida de sierva de Jesús. Dos horas así ante el fotógrafo, ponte para acá, enfoca para allá, tómame así o déjame del otro modo, ponme la mano aquí, Macorina, qué tal un primer plano del currículum y esto y lo otro. Y después de consentir y de pasarme así el rato, o hasta de cobrarle al Decano unas cañas con tapa por el esfuerzo, cuando sale el cartel y mis carnes lucen lozanas como código decimonónico voy y me mosqueo y llamo a todos los periódicos para decirles que vean cómo me han sacado, que fíjense que culete más terso y que estoy enfadadísimo de la vida, cabreado del todo y que ya no sé qué pensar de la norma jurídica, chica por Dios y tal y que me pongan un piso y unos abanicos.
Ya me imagino la consternación mediática. El ABC dando la noticia en primera página y, al igual que en este caso, recortando la foto para que de mi cuerpo serrano sólo aparezcan las neuronas y un poco del belfo. El Mundo aprovechando para informar de que seguramente mi próxima sesión publicitaria será con la Aido subida a mis hombros y apretándome la yugular con los muslos, y Libertad Digital predicando la libertad del mercado sexual para los profesores que acepten la relación íntima entre universidad y empresa. Oye, empiezas así y acabas haciendo una película en Jolivú, como diría ZP, con Kevin Costner y una prima de los Bardem y echándole un quiqui a alguna actriz manchega en promoción mundial.
En fin, por de pronto, y como primera medida por lo que pueda pasar, voy a depilarme las ingles y a ensayar miradas así como de evaluador de la ANECA.

21 abril, 2009

Europa y las comunidades autónomas. Por Francisco Sosa Wagner

(Publicado hoy, 21 de abril, en El Mundo)
El Gobierno se asesora bien pues, en cuestiones de mucha trascendencia, acude al Consejo de Estado. Lástima que luego sus recomendaciones duerman un sueño pegajoso en alguna gaveta del Palacio de La Moncloa y sean, en las mejores ocasiones, cuidadosamente evitadas a la hora de adoptar decisiones políticas y administrativas.Y es una lástima -como digo- porque el Consejo de Estado es una organización seria que, aunque lleva muchos años recorriendo los caminos memoriosos de la Historia de España, sigue, joven y ágil, dejando en ellos huellas duraderas.
En la II República -cuando se discutió la Constitución- una parte de la izquierda quiso suprimirlo porque algunos de sus portavoces creían que era un invento malintencionado de Alfonso XIII. Tuvo que levantarse en las Cortes Fernando de los Ríos -socialista y catedrático- para recordar a aquellos ignorantes el origen y la alta cualificación técnica del Consejo que al cabo quedó como «cuerpo consultivo supremo de la República».
Viene todo esto a cuento porque un dictamen del 14 de febrero de 2008, emitido a instancia del Gobierno, analizaba la inserción del Derecho comunitario en el ordenamiento español. Se trata de un documento de casi 300 páginas, sabias y suculentas. En ellas se aborda una miríada de cuestiones que es imposible citar en el espacio de un trabajo periodístico. Fijémonos, sin embargo, en una de ellas: el papel de las comunidades autónomas en la política legislativa relacionada con Europa, especialmente tras la aprobación de los nuevos estatutos de autonomía.
La lectura de los preceptos recientemente redactados apuntan, como señala el Consejo de Estado, «a reafirmar un protagonismo cada vez mayor de las comunidades autónomas en el escenario europeo, lo cual, en lo relativo a la fase de incorporación de las normas comunitarias, se manifiesta en dos puntos concretos: relaciones bilaterales y transposición por las comunidades autónomas sin necesidad de una previa ley estatal básica».
Se trata de dos novedades de mucho bulto a las que se han apuntado estatutos recientes como el de Cataluña, el de Andalucía y el de Baleares. En concreto, la bilateralidad entre la comunidad autónoma y el Estado se erige en eje vertebrador de la participación en los asuntos europeos. Es verdad que tan solo referida a aquéllos que afecten a la concreta comunidad, que serán difíciles de aislar, pues las decisiones europeas involucran casi siempre al conjunto de los territorios españoles. Por ello, tal bilateralidad acabará convertida en una multilateralidad de facto. Pero las intenciones y la alegría con la que las Cortes generales han dejado pasar estos excesos procedentes de las comunidades autónomas quedan patentes.
Por lo que se refiere a la ejecución normativa del Derecho comunitario, los estatutos remozados ofrecen distintas soluciones. Así, el de la Comunidad Valenciana opta por afirmar la competencia exclusiva para el desarrollo y ejecución de las normas europeas. En otros casos -como los estatutos de Cataluña, de Andalucía y de Castilla y León-, la comunidad autónoma aplica y ejecuta el derecho de la Unión Europea en el ámbito de sus competencias.
Cataluña en concreto -y de análoga forma, Baleares-, incorpora mecanismos de consulta del Estado a la Generalidat en determinados supuestos. Y, por último, en el caso de que la Unión Europea establezca una legislación que sustituya a la norma básica del Estado, la comunidad autónoma puede adoptar la legislación de desarrollo a partir de las normas europeas (en tal sentido, véanse los estatutos de Cataluña y de Andalucía).
Hasta ahora, el Estado -único actor responsable ante Europa- ha asumido las tareas de transposición sin mayores dificultades; sin embargo, las nuevas previsiones estatutarias empiezan a llenar de dificultades el camino, por lo que en el futuro se avizoran problemas de competencia cuya solución no resulta clara.
El Consejo de Estado no descarta por ello la utilización de la técnica de las leyes de armonización a que se refiere el artículo 150.3 de la Constitución española, especialmente cuando, aun viéndose afectadas las competencias exclusivas de las comunidades autónomas, sea necesaria la aprobación de una normativa uniforme y de general aplicación. Un instrumento éste que permitiría al Estado -incluso con carácter preventivo- «establecer los principios necesarios para armonizar las disposiciones de las comunidades autónomas que tuvieran por objeto transponer determinada norma comunitaria». Para recurrir a este mecanismo, el Consejo cree necesario regular en una ley el uso de tal técnica armonizadora.
Advertirá el lector que acabamos de citar otra ley y vamos viendo cómo se enredan leyes, Estatutos y otras previsiones normativas, configurando este lujoso panorama el banquete con el que sueña cualquier rábula bien conformado. Todo cocinado al fuego lento de una sintaxis tortuosa y, según un lenguaje esotérico que, como ya nos enseñó Voltaire, es una estupenda red para atrapar al conjunto de los ciudadanos.
Desde la perspectiva de la conformación de las posiciones españolas a la hora de debatir en Europa, el Consejo de Estado detecta muchas «carencias y debilidades» por problemas de coordinación entre los distintos órganos de la Administración del Estado, y también porque las comunidades autónomas, una vez lograron su participación directa en las formaciones del Consejo de Ministros de la Unión Europea, a menudo se desentienden de sus deliberaciones.
Sin embargo, no existe «homogeneidad en la configuración y funcionamiento de las oficinas y delegaciones autonómicas ni en la articulación de la participación autonómica ante las instituciones europeas».Es por ello urgente «una racionalización y plasmación normativa que dé estabilidad y seguridad al sistema» porque -como se señala al hablar de las decisiones europeas- es muy importante «que la posición estatal esté sólidamente definida».
Los alemanes -siempre salen los alemanes- han vivido estas experiencias mucho antes que nosotros. En la República Federal Alemana, los Länder han intentado desde hace tiempo ostentar el máximo protagonismo en Europa: a través del Bundesrat, del Comité de Regiones, o activando el mecanismo del principio de subsidiariedad. Incluso se llegó a hablar de una Europa de las regiones, una aspiración sobre la que ha caído una gruesa capa de olvido.
La característica del sistema alemán radica en el citado Bundesrat, pero la reforma constitucional derivada del federalismo acordado en julio de 2006 ha recortado sensiblemente el protagonismo de los Länder. En efecto, el Gobierno federal tiene la obligación de tomar en consideración la posición que adopte el Bundesrat, incluso en ámbitos de «competencia exclusiva» de la Federación, siempre que se vean afectados intereses de los Länder. Ahora bien, el Gobierno federal no queda vinculado por sus acuerdos.
Cuando la decisión europea «incida de lleno en la competencia administrativa o legislativa de los Länder», el Gobierno habrá de tener en cuenta también la opinión sustentada por el Bundesrat, pero queda a salvo la decisión última del Gobierno federal que es a quien compete definir el «interés general». Y, por fin, cuando un proyecto europeo invada «materias específicas de competencia exclusiva de los Länder» en ámbitos como la educación escolar, la cultura y la radiodifusión, la salvaguarda de los derechos de la República Federal pasan al Bundesrat, pero la misma se ejerce con participación y aquiescencia del Gobierno federal en cuanto responsable último del conjunto de la Federación.
Por esta senda circulan los esfuerzos alemanes para lograr que no se haga añicos la cohesión de la República. Una vez más vemos cómo, cuando se trata de crear una estructura federal -y no de construir con el cincel averiado de la ocurrencia la degeneración confederal-, la prudencia aconseja mirar en dirección al Rin, el más noble de los ríos, el que nace libre, según cantó Hölderlin.

20 abril, 2009

Investigadores al peso

Medio kilo de garbanzos, cuarto y mitad de morcillo, un cuarto de gallina, dos huesos, un par de chorizos... Con eso y poco más se elabora un cocido de garbanzos al estilo madrileño. Ahora veamos la receta de una acreditación de profesor o del pase para un contrato universitario: unos años de experiencia docente, media docena de artículos en revistas de distinta categoría, dos o tres capítulos en libros colectivos, una decena de comunicaciones y una o dos ponencias en congresos, participación, aunque sea de grumete, en un puñado de proyectos de investigación, algunas estancias investigadoras en ciudades con muchas consonantes y un mes de la vida, en total, en cursillos de actualización pedagógica sobre temas peregrinos dictados por especialistas peripatéticos. Éxito asegurado.
Y el que no sea del gremio o no esté en el ajo se preguntará: ¿así?, ¿a tanto alzado?, ¿al peso? Pues sí. Ahí comienzan las diferencias. Cuando cocinamos no le compramos la carne al pescadero, ni el pescado el bodeguero, ni las zanahorias al criador de cerdos. En la universidad es distinto y la última moda es que todo el mundo juzgue de lo que no sabe y que, a ser posible, ningún especialista opine de lo que sea su especialidad. Lo explicaré más claro. Y téngase en cuenta que lo que viene a continuación es una descripción rigurosa, no una broma o una exageración. Tengo pruebas.
Para evaluar cualquier cosa relacionada con las universidades funcionan agencias públicas que, a su vez, designan comisiones de expertos. Esas comisiones se forman por grandes sectores del conocimiento. Por ejemplo, ciencias jurídicas y sociales. Cada una de esas comisiones la integran unos pocos profesores, entre dos y cinco normalmente. Como es obvio, no figura un experto por disciplina o rama de conocimiento. De ahí que sea perfectamente común que un expediente de Derecho Administrativo lo valore alguien de Derecho Romano, o que uno de Derecho Romano lo evalúe un profesor de Economía de la Empresa, o que el de Economía de la Empresa sea puntuado por un erudito de Filosofía Medieval. ¿Cómo consiguen esas comisiones funcionar en medio de tal absurdo? Muy fácil, con criterio puramente numérico, al peso. Se parte de un baremo que dice, por ejemplo, que por cada libro publicado se asignarán entre uno y tres puntos. De cajón: entre una y cien páginas, un punto; entre ciento una y trescientas, dos puntos; más de trescientas páginas, tres puntos. Y misión cumplida. Lo mismo con cada uno de los otros méritos: artículos, ponencias, estancias, proyectos, etc., etc.
El ingenuo exclamará: ah, ¿pero no lo leen? So ingenuo, en efecto. No olvide que la mayoría no entendería nada, aunque lo leyera todo, pues se juzga lo que no es de la propia rama o área. Además, y por si acaso, esas agencias nunca piden a los aspirantes a la evaluación copia de sus trabajos, todo lo más fotocopia de las páginas primera y última. ¿Y si lo que hay en medio de ese libro o artículo es una solemne estupidez, una vergonzosa simpleza o un plagio como la copa de un pino? Don´t worry, be happy. Nadie se enterará. Mejor dicho, los de la disciplina del autor sí pueden estar al tanto o serían capaces de descubrirlo. Pero para eso se procura que no sean del área de conocimiento del aspirante los que lo califiquen. Si yo, que no sé de Contabilidad, califico un curriculum de tal materia, ni entenderé los títulos ni sabré de la calidad de las revistas ni conoceré el prestigio de las editoriales ni nada de nada. Así que al peso, a boleo, a ojo. Sin embargo, es tan probable o más que sea yo el llamado a dar tal calificación como que lo sea un profesor de Contabilidad. Viva la ciencia. A tal proceder se le suele llamar hoy en día evaluación de calidad, no de cantidad. Alguien se equivocó con el nombre.
¿Y semejante sistema quién lo ha inventado e impuesto? Unos genios en pantuflas que pretenden que siempre sea de noche para que los gatos nunca dejen de ser pardos. Gentes cuyos currículos están llenos de cientos y cientos de cositas, de inanidades, de jueguecitos, de trabajitos para dummies y de tópicos políticamente correctos. Gentes convencidas de que si los méritos se computan así, como el que cuenta patatas o pesa sardinas, ellas saldrán ganando y se harán con todos los resortes del poder académico. Y ya casi lo han conseguido por completo. Ahora hasta nos obligan a asistir a sus cursitos.

18 abril, 2009

El misterioso caso de un diputado leonés

El otro día, en Madrid, me contaron algo que me cuesta creer, pero me insistieron en que es rigurosamente cierto, y así se lo transmito a ustedes, amigos, por si tienen alguna información adicional que acabe de disipar mis dudas: cierto diputado leonés, con veteranía de varias legislaturas, habló. Sí, habló, y habló dentro del hemiciclo.
Por qué habrá roto su silencio de tanta solera, se pregunta uno. Quién sabe. A lo mejor tuvo un pronto incontenible o le vino alguna indisposición. Quizá gritó “me ahogo” o exclamó “que cierren la ventana, coño, que hace frío”. Pero el caso es que hablar, habló, al parecer. Se me ocurre que también se puede deber al desánimo, al comprobar el buen señor que no se respeta el precedente parlamentario y que su partido no va a recompensar su acrisolada discreción haciéndolo secretario general y líder de la oposición.
También cabe que mis interlocutores hayan exagerado y que lo del diputado cazurro no fuera exactamente un discurso deliberado. Igual habló, sí, pero en sueños -acostumbra a echarse sus cabezaditas en el escaño-, o tal vez emitió nada más que un sonido gutural que los oyentes, llevados por el hábito de la casa, confundieron con una parrafada articulada sobre algún vital asunto del Estado o algún derecho natural de los ciudadanos.
Sea lo que sea, imagino que el buen hombre se habrá quedado preocupado por las consecuencias que su palabra o resuello pueda tener para su carrera política. ¿Y si a los líderes de su partido les gustaba precisamente porque creían que era mudo y que de esa forma rellenaba una cuota? ¿Y si ahora lo sacan de las listas para las próximas elecciones por considerarlo alocado de carácter o comprometido en conspiraciones contra la dirección del partido o la dirigencia del grupo parlamentario?
La verdad es que se trata de comportamientos que conviene mantener a raya. La incontinencia nunca es buena consejera, ni siquiera la verbal. Pase por una vez, pero que no se repita. ¿Se imaginan ustedes en qué se convertiría nuestro modoso Parlamento si a todos aquellos tribunos les diera por hablar? Y no digamos qué imagen se iba a dar si cada uno se sintiera llamado a debatir y legitimado para cuestionar o pedir explicaciones a otros. Un desastre y un desorden.
Así que me parece que León, justamente, debe seguir dando ejemplo de sentido de Estado y de compromiso con la democracia deliberativa, y entre todos hemos de procurar que nuestros representantes parlamentarios no sólo parezcan mudos, sino que de hecho lo sean. El país nos lo agradecerá, pues este país ya no soportaría que, otra vez, un diputado de León que parecía mudo (además de tonto) acabara hablando de seguido como si tal cosa.

17 abril, 2009

Lo que valen los ministros

(Publicado por un servidor ayer, 16, en El Mundo de León)
Para ejercer algunos oficios existe la exigencia legal de titulación académica adecuada. Se supone que se trata de las profesiones de mayor relevancia social y en las que se toman decisiones de las que dependen las vidas y las haciendas de la gente. Así, uno no puede ejercer como notario, juez, arquitecto, médico, farmacéutico, ingeniero, etc., sin los correspondientes estudios previos y por mucho que los del pueblo de uno aseguren que, con lo listo que es, lo haría de cine en cualquiera de esas tareas.
Lo que sí cabe es que usted sea el supremo responsable de todas las obras públicas sin tener ni pajolera idea de ingeniería ninguna, o que la medicina del país dependa de las decisiones de usted aunque no sepa distinguir un músculo de un hueso o se maree cuando le cuentan una operación de juanetes. También puede llegar usted a autoridad política de los ejércitos aunque esté convencido de que toda granada es fruta comestible que se pone en algunas ensaladas. ¿Que no me creen? Pues entonces miren a los ministros. En este país se exige mayor y más esmerada formación cuanto más elevado es el cometido y más delicadas las misiones, pero, de pronto, en lo más alto se hace la excepción: para ser ministro de algo no hace falta tener ni la más mínima noción de la materia de marras. Basta ser hombre o mujer de partido y/o caerle en gracia al Presidente. También conviene tener el sexo adecuado para la paridad del gobierno. Pero, por lo demás, ni carrera se requiere. ¿Y experiencia profesional? Tampoco. Los hay que nunca han sido más que políticos maniobreros y jamás han tenido otro oficio ni beneficio y que, sin embargo, con eso se consideran capacitados por igual para organizar aeropuertos, hacer códigos, disponer el cultivo de células o establecer las alturas máximas de los edificios. Al político la competencia se le presupone. Y así nos va. Hay ministros que no aprobarían ni la más sencilla oposición para conserje, y que me perdonen los conserjes.
Luego dígale usted a su hijo que si quiere ser alguien en esta vida debe estudiar una carrera. Pero primero procure desenchufar la tele, apagar la radio y retirar los periódicos del día, no vayan a salir Pepiño o algún futbolista de primera.

16 abril, 2009

¿Matrimonio unipersonal?

Por lo que he oído, en lugares tan distintos y distantes como Los Angeles (California), Los Ángeles de San Rafael, Manchester y Andorra está surgiendo, dicen que sin previa coordinación, un pujante movimiento social en pro de la legalización del matrimonio unipersonal. Es decir, se pretende que el Derecho admita sin restricciones ni trabas el matrimonio de una persona consigo misma.
El precedente jurídico está claro, una vez que hace ya tiempo que la doctrina y la legislación han acogido la sociedad unipersonal, que es, como el nombre indica, la sociedad de un único miembro y que, por tanto, ya no puede desmembrarse más.
Próximamente se celebrará en Córdoba (Argentina) el Primer Congreso Internacional de Narcisistas, movimiento que en el último año ha tomado en sus manos esta novedosa reivindicación. Su presidente, Ruperto Damián Lombroso, ha declarado que el amor a uno mismo es el amor primigenio, más puro y más imperecedero, y que es un injusticia que no pueda plasmarse en la institución matrimonial. Al casarse consigo mismo -añade Lombroso-, el individuo sustituye el egoísmo por la autoestima, de tal manera que demandas que en otro caso suponen imposiciones heterónomas, comenzando por la exigencia de fidelidad al cónyuge, se muestran como sana consigna vital: cásese consigo mismo para que quede claro a los ojos del mundo hasta qué punto está usted dispuesto a mantenerse fiel a su propio ser y a desarrollar libremente su personalidad como ser en sí y para sí que consigo se acuesta cuando parece que se acuesta solo.
Diversos colectivos de autoenamorados están tratando de organizar en alguna capital europea el Día del Orgullo de Sí Mismo o Día del Autoerotismo Con Amor. Otros prefieren denominarlo Día de Cómo Me Quiero. Está en pleno debate la adopción de símbolos, banderas y emblemas de este novedoso movimiento. Parece que por el momento se impone la figura de un caracol ante un espejo, y muchos quieren, al tiempo, establecer como lema el siguiente: “No te quedes Narciso, hazte hermafrodita”.
La Sociedad Internacional de Psiquiatras Psicóticos (SIPSIPSI) se ha sumado a este clamor con el argumento de que el casamiento con uno mismo puede tener extraordinarios efectos terapéuticos en casos de personalidades esquizofrénicas y de trastornos bipolares. En lugar del clásico son dos que parecen uno, ahora regiría lo de es uno que parece dos. El Secretario General de dicha Sociedad, Napoleón Buongiorno, ha manifestado en un artículo publicado en “Nueva Neurosis”, órgano científico de dicho grupo, lo siguiente: en tal matrimonio los dos polos se unen y las dos personalidades se aúnan con una fuerza tal, que el hombre no podrá volver a separar lo que casó el alcalde.
Por otro lado, una muy peculiar organización clandestina que opera en El Vaticano bajo las siglas CANAR (Cardenales Narcisos) ha puesto en marcha una intensa campaña ante la Curia para que en una próxima reforma del Código de Derecho Canónico se reconozca el carácter sacramental del matrimonio monocónyuge, expeditiva y definitiva manera de santificar el autoerotismo y de permitir a sacerdotes y monjas el acceso al casorio sin demérito del celibato.
Es este sector católico el que también está subyrayando la indisolubilidad constitutiva del automatrimonio, indisolubilidad que es más profunda que la del matrimonio convencional, ya que ni siquiera cabría ahí el “hasta que la muerte nos separe”. La pareja unipersonal comparte plenamente la vida y muere al mismo tiempo, lo cual, además, representa la suprema apoteosis del amor romántico.
Esperemos que el Gobierno español, siempre atento a las más justificadas demandas sociales, se plantee en esta misma legislatura las reformas legales pertinentes para este propósito. Probablemente sea la Vicepresidente De la Vega la llamada a culminar con éxito tal empresa.

15 abril, 2009

¿Necesitamos endurecer las penas?

¿Les interesa el tema al que el título alude? Pues lean este artículo, con ese título, de un querido amigo y amigo también de este blog, Jacobo Dopico. Les gustará y/o les dará pie para un buen debate. Anímense. Pinchen aquí y disfruten.

14 abril, 2009

Carta a un punitivista exaltado

¿Usted, estimado amigo, cómo se considera habitualmente, como una persona legal y muy de orden o como un delincuente real o potencial? Si no se fía mucho de su apego a las normas o de lo recto de su carácter, a lo mejor se tranquiliza un poco al pensar que hay bastantes cacos que se libran de las garras de la ley. Por fortuna para ellos, tal parece, la policía debe respetar ciertas barreras legales y los jueces a veces hasta tienen que absolverlos aun cuando están en su fuero interno convencidos de que son culpables. Por ejemplo, la policía no puede pincharle el teléfono a alguien al buen tuntún, simplemente porque le ve mala pinta o de manera aleatoria, a ver si por un casual caza a un delincuente inesperado a base de espiar sus conversaciones. Tampoco pueden los policías entrar en su casa y hacer registros así como así y por ver qué pillan. Si le estuviera permitido a la policía hacer esas cosas, muchos malandrines serían descubiertos y apresados, pero, como no puede, pues se libran, al menos de momento.
En cuanto a los jueces, muchas veces tienen que abstenerse de condenar a acusados sobre los que pesan pruebas obtenidas ilegalmente, o cuyas garantías procesales no fueron respetadas durante la instrucción o el juicio. Semejante suerte de los malvados suele producir indignación en la gente de bien, que estima que las leyes están hechas para beneficio de asaltantes, violadores, narcotraficantes, pedófilos y homicidas, entre otros, aunque no para evasores fiscales o conductores cargados de orujo de garrafa. Luego veremos si tienen razón esa buenas personas que piensan tan mal.
Si usted es persona muy honrada y sumamente respetuosa con las normas legales, pensará que no le acecha más riesgo que el de ser atacado por alguno de esos asociales que, para colmo, puede acabar librándose del castigo gracias a aquellas zarandajas legales. Pero si ése es su parecer, querido amigo, usted se equivoca grandemente. Digo más, usted padece esa forma de infantilismo propio de adultos que proyectan sobre el Estado los mágicos poderes que el niño atribuye a los papás antes de llegar a convertirse en un adulto moralmente maduro. Del mismo modo que el niño ve en el papá -o veía, tal vez hasta eso está cambiando- un ser sabio y poderoso al que nada se le escapa y cuyas órdenes son incuestionable ley que vela por los más débiles, hay mayores que piensan que el Estado es infalible y que la palabra de sus instituciones es palabra de Dios. Así, si un policía detiene ha de ser porque ha dado con un indudable culpable, y si un juez condena es porque está fuera de discusión la culpabilidad del acusado. Pero los adultos maduros y equilibrados sabemos que en toda actuación humana cabe el error y que, hasta con el mayor cuidado, cualquiera puede pifiarla.
Si usted es de los que a menudo se cabrean al pensar cuántos culpables andan tan campantes por la calle sin que nadie los moleste o beneficiándose de aquellas garantías procesales que tanto le inquietan, le aconsejo que medite también un poco sobre cuántos inocentes serán condenados y estarán pagando pena por lo que en realidad no hicieron. Más aún, si usted es del sector de los buenos, de los que no delinquen ni con el pensamiento, dígame concretamente y con sinceridad qué le preocupa más, si que le absuelvan de algún delito que sí cometió o que le condenen por el que no es suyo. Yo, en su lugar, estaría más preocupado por lo segundo. Usted sabe que a veces se dan casualidades terribles: un tremendo parecido entre dos personas, un testigo miope, el azar de que usted también andaba por allí cuando todo sucedió, que calza el mismo número y llevaba un modelo igual de zapato, que la matrícula de su coche es casi idéntica, que, incluso, la muerta había sido en tiempos novia suya y habían roto de muy mala manera. Qué sé yo. Y alguna tele dándole caña, claro. También sabe usted que, a veces y en algunos países, cuando a los policías no se los ata corto falsean pruebas y amañan testimonios. Hay muchas películas sobre eso. Así que dése usted cuenta de que es sumamente terrible y no es del todo improbable que un día le carguen a usted -o a un hijo suyo, por ejemplo- con el muerto de otro. Más le digo: es tanto más probable que esa desgracia le ocurra cuanto menores sean aquellas garantías procesales que, según tanto dice usted en el bar a todas horas, sólo sirven para que los ladrones y asesinos se vayan de rositas. Fíjese, le voy a poner algunos ejemplos.
Usted seguro que ha oído hablar de la presunción de inocencia. Le parece horrible, claro. Significa que o la acusación demuestra fehacientemente y con pruebas que el imputado es culpable o éste debe ser absuelto aunque no se haya tomado ni la molestia de defenderse. Y no sólo eso, dicha demostración -que es siempre una demostración relativa, lamentablemente- ha de hacerse con pruebas legalmente obtenidas, dándole al acusado la ocasión de contraargumentarlas o de ofrecer las suyas y procurando que no esté en situación de inferioridad humana y procesal ante quien lo acuse. Terrible, sí, pero ahora dígame si no le alivia un poco pensar que esa presunción de inocencia y las dificultades para derribarla hacen un poco menos probable que usted sea condenado como autor de lo que no hizo y nada más que porque alguien mete la pata o le tiene ojeriza. No basta que contra usted declare el policía o la vecina del quinto, o que alguien que le haya espiado a hurtadillas muestre una foto supuestamente acusadora: hay que convencer al juez con argumentos y pruebas legales y fiables. ¿Verdad que ya se siente un poco más tranquilo?
¿Y le suena lo del principio de in dubio pro reo? Sí, lo sé, le suena fatal por lo del pro reo. Claro, eso es porque nunca se imagina que el reo sea usted o uno de sus seres queridos, y menos todavía piensa que puedan ser ustedes los encausados por error o mala fe. Mire esta historia, no tan infrecuente. Por algún mal querer, una señora que la tiene tomada con usted lo acusa de haberla violado. Tiene unos moratones que usted no le hizo, pero los tiene. Estuvo en verdad aquel día en el despacho de usted a una hora en que no quedaba nadie más en el edificio y usted sabe que nada malo ocurrió, pero ella dice lo contrario. En su ropa interior aparecen varios pelos suyos, que vaya usted a saber cómo llegaron allí o quién los puso. Además, un viandante declara que desde la calle oyó gritos de mujer que salían por la ventana de su oficina a la fatídica hora. Usted es inocente, repito, todo es un montaje. Alguna vez ha ocurrido, lamentablemente. Pero los medios de comunicación han saltado a su yugular y exigen medidas extremas y condena ejemplar. Ha habido incluso manifestaciones ciudadanas para pedir la cadena perpetua para usted y todos los violadores de su calaña. Pero resulta que usted no es un violador ni le tocó un pelo a aquella dama, cosa que no sabe esa gente que así se manifiesta y se alborota, de la misma manera que usted lo ha hecho otras veces cuando asistió a manifestaciones por el mismo motivo o se excitó a la hora del café pidiendo mano dura con toda esa chusma.
Qué tristeza, ahora le ha tocado a usted mismo la china y escucha desde su celda el rechinar de los dientes de sus conciudadanos. Mas una última esperanza le queda. Le ha tocado un juez íntegro y que no se deja amilanar por las presiones ni influir por las campañas con las que algunos medios infames tratan de aumentar su audiencia o su tirada. Y ese buen juez tiene la mosca detrás de la oreja, duda seriamente sobre si usted será autor de la reprobable acción de la que se le acusa, pues ha visto en las pruebas alguna inconsistencia, no se fía del todo de algunos testimonios y no ha observado en usted los indicios habituales en el que comete fechorías de ese cariz. En suma, que duda y duda y no sabe que hacer. Mejor dicho, si es un juez de los buenos y si se atiene a los principios que rigen la justicia penal en un auténtico Estado de Derecho, sí sabe qué hacer en esa su dubitativa situación: aplicar el in dubio pro reo y, por tanto, absolverlo a usted. Se arriesga a que lo crucifique la opinión pública y, además, a que resulte que si en realidad usted sí fuera un violador y un día, en el futuro, comete una nueva agresión sexual, se le venga a él, el juez, el mundo encima. Pero algo le preocupa más: que usted pueda ser inocente y que, si él le condena, acabe pagando por lo que no hizo. Y ese juez sabe que esa preocupación es la que inspira garantías como la del in dubio pro reo. Así que cumple con su obligación, se atiene al hacer de un buen profesional y dicta sentencia absolutoria. Se ha librado usted por los pelos de los que, como usted, quieren que los jueces den leña a discreción. Ha tenido mucha suerte de que aún queden jueces en lugar de tiralevitas y trepas.
¿Verdad que ya se siente usted un poco mejor? ¿No le parece que, para nosotros, los buenos y legales, es una gran fortuna que rijan esos principios de presunción de inocencia y del in dubio pro reo? Pues a ver si no nos olvidamos de esta pequeña lección, so mindundi, y no se pone usted a pedir sangre otra vez y a la mínima, sin darse cuenta de que, si le hacen caso y el Estado se convierte en ese monstruo que usted invoca, lo probable es que esa sangre sea la suya y que sea él mismo, el Estado, el que se la saque sin miramientos y por un quítame allá esas pajas.
Y, por cierto, ya que estamos en confianza, contésteme sinceramente otra pregunta: ¿a usted qué le da más miedo normalmente, sus vecinos o el Estado mismo? Piénselo despacio y no se apresure con la respuesta, pues si me va a decir que teme más que nada a sus conciudadanos porque pueden ser sangrientos asesinos o insaciables atracadores, y que, en cambio, el Estado y sus servidores le parecen buenos por definición, puros, castos e insobornables en todo caso, y que prefiere entregar su libertad y su tranquilidad por entero al Estado para que lo proteja contundentemente frente a tanta mala gente que hay por el mundo, si me va a decir todo eso, tendré que replicarle una cosa, aunque me duela: es usted un perfecto cantamañanas, un inconsciente y un ignorante; y, además, es usted carne de cañón de todas las tiranías pensables y, posiblemente, sería usted, so capullo, una de sus primeras víctimas. Así que ojito con lo que gritamos y lo que pedimos. La historia enseña que los más fieros monstruos nacen de las manifestaciones multitudinarias de las gentes de ley y orden. Que no se le olvide.

Monerías

Estoy indignadísimo. El machismo nos acorrala por doquier. Tenemos la lengua contaminada y no hay frase que no sepa a varón, con perdón. Puaj. Fíjense en esta noticia, que he dejado enfriar varios días para intentar calmarme, pero que no deja de ponerme de los nervios. Venía en El Mundo del pasado jueves, 9 de abril, con el siguiente titular: “Las chimpancés ofrecen sexo a los machos a cambio de carne”. Y miren la explicación que sigue: “Las chimpancés hembra tienen relaciones sexuales más frecuentemente y durante mayor tiempo con machos que comparten con ellas su comida. Ésta es la llamativa conclusión de una investigación publicada ayer en la edición digital de la revista PLoSONE”. Y añaden: de las investigaciones resulta que “las hembras -de chimpancé, claro- copulan con mayor frecuencia con machos que comparten la carne fresca con ellas”.
No me digan que no es para cabrearse. Para empezar, noticias así son las que hacen que las monas queden etiquetadas como casquivanas y frívolas y jamás logren en los zoos la paridad con los machos. ¿Acaso alguno de esos investigadores se ha puesto a mirar si un macho de chimpancé con bastante hambre no le permitiría a su colega del mismo género unos toqueteos o vaya usted a saber qué achuchones a cambio de unas raciones de algo? Pero, claro, seguro que los autodenominados investigadores son todos unos varones falócratas y prejuiciosos, de ésos que cuando ven, por ejemplo, al presidente de cualquier equipo de fútbol andaluz de primera división de la mano con una modelo jovencita y del copón se piensan que no hay amor, sino puro interés de la dama por la carne que con ella comparte el vejestorio. Con ese modo de pensar estamos destruyendo el romanticismo, la familia cristiana y la capa de ozono, no me digan que no.
Y luego está la forma de dar la noticia. No les vale explicarlo según los patrones románticos, tal que así: “entre los monos y las monas el amor puede surgir por un trozo de carne”. Tampoco, por supuesto, están dispuestos a hacer una lectura feminista, mucho más equilibrada y fiel a los hechos: “los machos ofrecen carne a las monas a cambio de sexo”. No, tienen que exponer el caso dejando bien claro que las tarascas son ellas, que sólo se fijan en los monos con visa oro y traje de Armani. Cosa que, sin duda, es mentira y que, además, aunque así ocurriera, seguiría siendo mentira y no debería decirse.
¡Paridad en las noticias ya!

13 abril, 2009

Religión y políticos. Por Francisco Sosa Wagner

Por estos pagos celtibéricos nos creemos todos muy racionalistas y aun peligrosos volterianos pero lo cierto es que el pensamiento religioso sigue guiando nuestros rezos laicos: no hay más que ver lo que está sucediendo con el nuevo presidente de los USA, convertido en santo de todas las bondades, hacedor de todos los milagros, y en un mesías especializado en salvaciones ¡sobre todo por quienes dicen no creer ni en santos ni en mesías! Es decir, quienes se permiten chanzas sobre san Timoteo y no digamos sobre santa Hermegilda son incapaces de admitir la más mínima bromita con el inquilino negro de la Casa Blanca.

Muchos sin embargo sabemos -porque nos ha suscitado curiosidad la historia de la Iglesia y de las religiones- que, en el proceso de secularización vivido sobre todo a partir del siglo XVIII, una obligada sutileza nos lleva a diferenciar ámbitos como las creencias personales, la participación en las prácticas religiosas, el papel de la religión en las instituciones públicas, su importancia en la opinión, su contribución a la formación de la identidad colectiva e individual y, desde ella, su relación con las creencias populares y la cultura de masas. Y por ahí, seguido... Todos estos apartados no van en modo alguno unidos: así, mientras se diluye la asistencia a misa gana en extensión la influencia religiosa en la esfera pública.

Ahora se suele citar al denostado ex presidente Bush -a quien la Providencia haya acogido en su rancho do imperan las quebradas luces- porque invocaba a Dios como numen para la adopción de sus decisiones políticas pero se olvida que personajes como W. E. Gladstone, el gran político liberal inglés (los liberales eran entonces los “progresistas”, aclaración para el papanatas contemporáneo), era muy piadoso y apelaba asimismo a Dios para decretar medidas en el mercado del trigo. Y este hombre está unido al victorianismo, una época que se las daba de muy laica y modernilla. Su coetáneo, a quien hoy tanto se recuerda, el notable agnóstico -el diablo para los hombres de Iglesia- Charles Darwin fue honrado, en la hora de su muerte, con una impresionante ceremonia religiosa en la abadía de Westminster con el arzobispo de Canterbury de oficiante.

Y así podríamos seguir ... Ahora es momento de retomar las experiencias vividas entre nosotros con el presidente americano a quien acreditados descreídos de la vida política toman por Emeterio y Celedonio juntos, los santos cuyas cabezas trajeron de cabeza a más de uno a lo largo de los siglos y que acabaron sentándola en algún lugar del camino de Santiago.

Sabemos que los eremitas, que se abstenían de probar la carne, que iban descalzos, que rezaban los salmos cada dos horas por la noche y que apartaban de sí, no ya a la mujer, sedes libidinis, sino incluso su voz por lo que de conjuro y de embeleso tiene, los eremitas, digo, mostraban sus más lamentables debilidades humanas cuando se trataba de afanar una reliquia. Ahí perdían toda compostura. Y así, ante el descubrimiento de los dientes de un obispo mártir en los primeros tiempos de la Cristiandad o una astilla del sarcófago de un monje del siglo VI, eran capaces de todo, olvidaban su santa hermandad y se enfrentaban entre ellos como si fueran concejales revisando el plan general de urbanismo.

Pues bien ¿qué no harían hoy los seguidores de Obama por la bandeja del avión en la que comió el snack del catering, por una tecla de su Nokia, por el excusado en el que se alivió, o los restos de las uñas de los pies que un pedicuro le arregló para poder subir más ligero a la cumbre del G-20?

Según una fotografía, puso su mano sobre nuestro presidente y con ello le armó caballero, hidalgo, noble de las noblezas más extremas. Su árbol genealógico quedó adornado con frutas exóticas y con méritos sublimes su carta ejecutoria. Santo ha sido proclamado en el santoral mundano de la modernidad. Ni la mano que el arzobispo pone, afectuoso, sobre el misacantano alberga significados y significantes más excelsos.

Esta experiencia me recuerda lo que contaba el escritor Alejandro Sawa, a quien Valle Inclán inmortalizó en sus “Luces de Bohemia”. Al parecer Verlaine le besó en la frente (aunque a Verlaine a quien gustaba besar de verdad era a Rimbaud, con quien vivió) y, a partir de ese momento, Sawa aseguraba no haberse lavado nunca más esa zona nimbada por los labios -mojados de absenta- del francés.

¿Es extraño que Sawa esté en la historia también como un enemigo de los fetiches de la religión?

11 abril, 2009

Julio Camba, psicólogo infantil

Repaso páginas marcadas de "Haciendo de República", de Julio Camba, libro del que tantísimo se aprende aún sobre política, políticos y otros padecimientos sociales, y me encuentro con esta maravilla que copio y que debería obligatoriamente colgarse en las puertas de las actuales facultades de Educación Flojita de la Puntita Nada Más. Es un fragmento del artículo "Libros para niños", que Camba publicó en 1935. Dice así:
"Decididamente, los hombres no sabemos una palabra acerca de los niños. Los niños, encanto de la vida, nos sugieren las ideas más tiernas y delicadas, pero si nosotros les interesamos algo a ellos, no es por nuestra ternura ni por nuestra delicadeza, sino más bien por nuestra fuerza y nuestra brutalidad. De ahí el que los niños se aburran tanto cuando, creyendo ponernos al nivel de su sensibilidad, les hablamos de pájaros y de mariposas en vez de hacerlo de ballenas, tigres, hipopótamos y elefantes, o les contamos un cuento de hadas en lugar de describirles la Revolución de octubre. Es inútil que pretendamos engañar a los niños. Los niños son mucho más listos que nosotros y, si ellos nos admiran por algo, no es por nuestra bondad, en la que probablemente no creen, sino por nuestra maldad que seguramente adivinan. Nos admiran porque hacemos negocios y guerras, porque andamos a tiros, porque vamos al café, porque tomamos licores fuertes, porque fumamos, porque tenemos barbas y bigotes y porque hemos inventado una serie de instrumentos para correr, volar y atropellarnos unos a otros; pero, lo que es por la ternura y delicadeza de nuestros sentimientos, no nos hagamos ilusiones, por eso no nos admiran ni mucho ni nada".

10 abril, 2009

Psicopatología zapateril

Creo que sí es posible entenderlo. Es más, su actitud tiene algo así como una lógica vital aplastante. Ahora se hacen cruces muchos comentaristas porque parece que quiere llevar de propia mano cuanto de relevante haya en el gobierno de la nación, desde la economía en crisis radical hasta el deporte. Ahí es donde hasta muchos de los que lo votaron y de los que a brazo partido lo defienden en foros y tertulias comienzan a hacerse cruces. Ellos también son más simples que el mecanismo de un chupete, como vulgarmente se dice. En realidad, se trata de una superposición de simplezas. Comencemos el análisis por los simpatizantes dizque ilustrados y terminemos con el propio Zapatero.
Una de las más curiosas circunstancias que se observan en los debates de los últimos años sobre Zapatero y su política es la esquiva actitud de sus defensores cuando los más críticos le imputan al Presidente atributos muy negativos. Por ejemplo, éstos que yo mismo, modestamente, sintetizo ahora mismo aquí con plena convicción y sin el más mínimo afán hiperbólico: Zapatero intelectualmente es un zote, moralmente es un cretino, políticamente es un trepa infantiloide y personalmente es individuo plano, carente de cualquier habilidad -más allá de un enfermizo afán de poder por el poder y nada más que para sentir que tiene poder, aunque no sepa qué hacer con él- o encanto y que, sabedor en el fondo de su propia inanidad, procura rodearse de sujetos grises y maniobra para alejar e inhabilitar a cualquiera que pueda hacerle sombra, lo cual, dada su ruindad y lo infame de su carácter y su intelecto, le lleva a rodearse de sujetos tan mezquinos como él y de luces aún más escasas que las suyas.
Pues bien, es rarísimo toparse con algún defensor de Zapatero que se anime a discutir este tipo de retratos del personaje, cada día más frecuentes y, desde luego, no exclusivos de la llamada derecha. Es más, lo común es que en privado lo concedan todo y aun añadan de su cosecha algún otro epíteto poco caritativo. ¿Quién no conoce a algún alto cargo del PSOE que al segundo vino y en confianza pone a Zapatero de chupa de dómine? Y, sin embargo, unos y otros lo votan y lo defienden de puertas para afuera. Misterios del alma humana, pero que han de tener alguna explicación.
Hace poco más de dos horas escuché en la radio las palabras del cardenal italiano que ofició la misa por los fallecidos en el terremoto del centro de Italia. Hablaba de la necesidad de encomendarse a Dios, a su amor y su caridad. Supongo, aunque eso no lo oí, que también exhortaría a los que se salvaron a dar gracias al Señor por su suerte. En lugar de pedir cuentas a Dios por la desgracia que no evitó, agradezcámosle su misericordia por no haberla querido mayor. En lo que marchen mal las cosas de los hombres, pidámosles cuentas a ellos por el mal uso de su libertad o preguntémonos cuán grandes serán sus pecados si los hacen merecedores de tales castigos; en lo que sonría la fortuna, no olvidemos que no es fortuna sino Dios el que nos protege y nos salva y rindámosle la gratitud correspondiente. Pues, mutatis mutandis, lo de los zapateristas es parecido, secuela de religiosos atavismos. Por mal que marchemos bajo la guía de semejante cantamañanas, no podemos olvidar que sin él estaríamos infinitamente peor, devorados por una derecha inmisericorde que come niños, viola mujeres, cocina en escabeche ancianos y explota trabajadores. No hay una vara de medir, sino dos. Con una se juzga lo que “los otros” hagan y se califica como expresión de su maldad congénita; hasta cuando en algo aciertan o nos benefician lo hacen con luciferino propósito, con el designio oscuro de que acabemos en sus manos o sucumbamos a sus perversos halagos. Con la otra vara de medir juzgamos a “los nuestros”. ¿Cómo podemos considerarnos de los mismos que Zapatero?, ¿cómo podemos rebajarnos a pensar que un tipejo como Zapatero y una gentecilla como los que suelen bailarle el agua en carguetes y agasajos son de “los nuestros”? Pues porque el mundo se divide a partes iguales entre las fuerzas del Bien y las fuerzas del Mal y Zapatero y nosotros estamos en el lado bueno, en el sector de la Luz, aun cuando ni él ni nosotros seamos perfectos y aunque tengamos que perdonarnos algunos inconvenientes. Maniqueísmo para dummies. Y como él y nosotros nos hallamos, por metafísico designio, en la zona positiva, no podemos sustraernos a este elemental razonamiento: por mal que vayan las cosas bajo la batuta de Zapatero, que es la batuta de “los nuestros”, lo que da pánico es pensar en cómo podrían marchar sin mandaran los otros, las fuerzas del Mal, los representantes de lo Oscuro, los rehenes del Pecado, los ejércitos del Averno. ¿Y quiénes son esos malos? Todos los que no sean Zapatero o no le den la razón.
Nadie es perfecto, y los buenos tampoco. Lo que distingue y califica a los buenos es nada más que eso, que son los buenos y los son por definición y por narices, cosa que no impide que alguno pueda, por lo demás, salir torpón, ignorante, pícaro o hasta mentiroso y cínico como un demonio; mas será un demonio bueno en el fondo. Ahí está la alquímica síntesis: un bueno malísimo e hijoputa será siempre mucho mejor que un malo que no sea malo del todo. Esto es lo que permite a los zapateristas saber siempre a qué atenerse: joer, por mucho que sea verdad que Zapatero sea un cabronazo calamitoso, tenemos que defenderlo, pues es la última trinchera del Bien y de la Bondad, el resabio final de la Decencia, el vestigio terminal de la Inteligencia. Al final, para semejantes mentalidades cuasireligiosas lo de menos es que se trate de Zapatero o de Perico de los Palotes, lo que cuenta es la función, no la persona; y la función es semisacerdotal, papal, pastoral, paterna, mítica: es al que por designio del Destino le ha tocado dirigir a los buenos, a nosotros, en su lucha a brazo partido con la diabólica legión. Si en lugar de Zapatero fuera un Mister X cualquiera, plenamente analfabeto, criminal y ladrón, nada cambiaría: lamentarían sus huestes y votantes que no les haya salido mejor, pero se consolarían pensando que si éste es así, cómo serán los líderes de “los otros” y qué podría esperarnos con ellos en el gobierno.
Con tal mirada pseudoreligiosa y con semejante esquizofrenia ideológica, en materia política no cuentan los hechos o los datos, sino las intenciones, y las intenciones que cuentan no son intenciones reales, sino intenciones siempre presuntas y meramente presuntas. El hecho de que con Zapatero aumente a lo loco el paro no importa como importa su intención -presunta- de luchar contra el aumento del paro con las mejores armas de las que en el país se disponga; y las mejores armas serán, por definición, las que Zapatero use, pues para eso está ungido por la gracia de ser el líder de los nuestros. El peor de los datos económicos, sociales, educativos, etc., siempre será un dato mejor que el que tendríamos si no gobernara este que gobierna, representante de los buenos, representante nuestro. Como la fe genuina o como el más desesperado amor romántico, la adhesión política que es propia de este tipo de mentes es profundísimamente contrafáctica: es empecinada, se mantiene contra viento y marea y de cada decepción saca fuerzas para hacer más profunda la convicción y más ardiente la pasión. Con ellos no hay quien pueda y es perfectamente inútil todo argumento. Contra la fe no valen razones. Juran que ven moverse las montañas.
Ahora bien, los zapateristas sí que tienen un argumento recurrente: el rollo del tu quoque. Uno les recuerda las vergüenzas del líder al que votan y te responden que sí, que una pena y que qué pena, pero que fíjate Rajoy o fíjate éste o fíjate la otra. Y uno se pregunta: ¿alguien los obligará a votar? ¿Tan extremo es su compromiso con la democracia representativa? ¿No les cabe en la cabeza que, al menos alguna vez, uno puede abstenerse o votar en blanco para protestar sutilmente porque todos los políticos en ejercicio le dan algo de asquillo? No, no pueden. Sobre esto véase la nota anterior. Tienen que votar a Zapatero porque, si no gana Zapatero, viene la derecha y eso sí que puede ser el apocalipsis. ¿Y la derecha cuál es? Todo lo que no sea Zapatero o apoyo a Zapatero. Claro, claro. Tienen que votar a Zapatero porque es mejor el malo de los buenos que el mejor de los malos. Vale, siempre se me olvida. Pero no lo cuentan exactamente así, sino que el apego a su dios pedestre lo justifican rebajando a los demás dioses ante quien critica al suyo. Que mira Alá cómo se las gasta, que está bueno para hablar Manitú, que vaya timo lo de Zeus. Y uno se queda con ganas de decirles: a ver, guapete, estás hablando con un ateo y me importa tres narices que las otras divinidades del firmamento este sean una caca, yo sólo te digo que si no te da vergüenza ponerle velas al bobo ése al que adoras y por el que gastas toda esta saliva o tanta tinta. Pero no hay tu tía, te responde el machaca de turno que un sobrino cuarto de Zeus fue pillado el otro día haciéndose una pajilla en el portal de Diana Cazadora, y con eso siente que justifica de sobra su culto a Zapatero. Manda güevos. Por qué no lo dicen todo claramente y de una vez, con gallardía: mira, ya sé que Zapatero es un perfecto tarado y un tonto de baba, pero me importa tres narices porque yo soy hombre/mujer de rebaño; será una mierda, pero es mi mierda. Vale, así sí. Así ya entendemos que para qué vamos a intentar entendernos. Cada mochuelo a su olivo y el que sea ateo o no tenga olivo, que se jorobe. Tomamos nota de la profunda racionalidad del juego.
Ahora veamos por qué Zapatero está crecido y pretende arreglar los desaguisados del país a base de rodearse de ministros cada vez más inconsistentes y de acumular él mismo más poder. La hipótesis reza así: es rehén de su propia suerte. Dados su formación y sus alcances, posiblemente nunca ha sido capaz de procurarse a sí mismo una explicación rigurosa y coherente de cómo llegó a presidir el Gobierno de España. No es raro que él mismo esté perplejo con tal hecho, pues, sin duda, sobre esa cuestión tendrán que debatir durante décadas los historiadores y científicos sociales. Que un país del que se decía que se estaba modernizando a toda velocidad, que estaba acabando de integrarse entre los más desarrollados del planeta, que tenía una economía de las más dinámicas del mundo y una sociedad de las más abiertas, de pronto, sin ton ni son, acabara votando a un personajillo así para llevar sus riendas es algo que puede dejar perplejo al más pintado. Y que, para colmo, a la segunda volviera a votarlo en masa -¡once millones de votos!-, cuando ya no había cabida para el engaño y todos sabían ya más que de sobra que miente como un bellaco y que en lugar del famoso buen talante tiene una psique traicionera y cobarde, es misterio difícil de desentrañar. Quizá, en el fondo, había un profundo desarreglo en la psicología social de este pueblo que no se consideraba merecedor de su buena suerte en otros órdenes, o que quiso mostrarse a sí mismo que, si se había convertido en favorito de los dioses, lo de menos era quién lo gobernara y hasta podía marcarse la chulería de colocar en tal función al más memo del pueblo.
Ante una situación tal, una persona capaz y bien formada que se encontrase en la situación de Zapatero reaccionaría con ironía y distanciamiento, con cierta sorna y diciéndose que hay que ver cómo es el azar y las bromas que tiene el destino. Más o menos, como cuando a alguien medianamente despierto le toca la lotería y hasta le toca dos veces. En cambio, cuando un premio gordo de la lotería le cae a alguna persona poco avispada o de escaso bagaje intelectual, puede acabar creyendo que se trata de predestinación o de que los hados saben bien a quién otorgan qué privilegio y con qué misión. Posiblemente esto último le sucedió a Zapatero y hay que reconocer que, si, como es probable, padece cierta inclinación narcisista y un punto de idiocia, debió de ver, complacido, cómo se le multiplicaban los indicios. Se hizo con las riendas de un partido lleno de políticos con experiencia y con buena cabeza, pero que se habían dedicado a devorarse entre sí y a apuñalarse por la espalda. Ejerció la oposición frente a un presidente del gobierno, Aznar, metepatas, superado por su propia incompetencia, deslumbrado por las bendiciones económicas y convencido él también -es una cruz de este país y otra constante histórica que habría que examinar reposadamente- de que estaba llamado a llevar a España a lo más alto e influyente de las potencias mundiales, ya fuera en la economía, la política internacional, la guerra o el deporte. Ganó sus primeras elecciones con ayuda de un atentado feroz y a base de desunir al país en momentos en que políticos de talla noble y de moral exigente habrían depuesto el interés personal para ayudar a restañar las heridas sociales -cierto que no tenían mucha mayor talla ni más loable moral los políticos de enfrente: tal para cual-. Y volvió a vencer en otras elecciones quitándose ya toda careta y mostrándose abiertamente como el mentiroso que es y el impostor ideológico y moral que no se oculta, y, encontrándose, para colmo de la sorpresa, que el pueblo lo adoraba así, falsario, hipócrita, superficial, ignorante y pretencioso, pues posiblemente el pueblo se creía, como ya hemos dicho, tocado también por la mano de los dioses, ya que nunca una sociedad tan cutre y tan lerda había vivido tan bien y con tan grande optimismo.
¿Nos puede sorprender que se sienta bendecido, llamado a las más altas metas, comprometido con empresas mesiánicas, redentor de todos los males del país? Si fuera normal, se tentaría la ropa y preferiría no seguir enredando con la suerte, consciente de lo improbable de que la lotería toque varias veces más. Pero, siendo como es, ha de imaginar que nada se le puede poner por delante y que la historia de España no es sino el camino que a él lleva y en él culmina. Pensará: si alguien como yo llega a gobernar aquí es un milagro, y si existen los milagros no puede ser porque sí o al buen tuntún, ha de ser para algo grande, debo de ser el elegido, el llamado, el destinado. Que me echen a los etarras, que los pacifico; que me enseñen el mapa de la organización territorial del Estado, que la reparo. Le salió mal casi todo, pero, como volvió a triunfar después, se sintió ratificado en su providencial misión. Todo lo anterior había sido precalentamiento, amago, lo grande viene ahora, al fin voy a ocupar mi sitio en la Historia, definitivamente toca dar sentido a mi sorprendente presencia en el poder: estoy aquí para solucionar la crisis económica. Y allá va, impasible, convencido, encantado, optimista. Ave, Zapa, morituri te salutant. Él nunca va a asimilar el leñazo y creerá que alguna conspiración judeo-cristiana (masónica no, eso no) torció el destino y contradijo la divina voluntad. Zapatero es de los que palman en el manicomio jugando a nombrar nuevos gobiernos y proponiendo carteras a todas las compañeras del comedor. Pero el trompazo que nos vamos a dar nosotros va a ser de órdago, histórico, monumental.
Eso sí, será gran consuelo que los curas de la secta zapaterista nos griten a todas horas que con Rajoy habría sido peor y nos racionarían hasta la viagra, que en Izquierda Unida hay epidemia de dengue y no es plan y que al partido de Rosa Díez se ha apuntado uno de Soria que es hermano de uno que no sé qué. Consuela un huevo todo eso. Y son todas razones de mucho peso para que los pobres diablos sin dios pero con ganas sigan hasta el fin de los tiempos votando al político más ignorante y menos fiable del país.
Ah, y que no se me olvide: debo flagelarme porque entradas como ésta hacen el juego a la derechona y ponen trabas a la política socialista y avanzada de Zapatero. Todavía habrá alguno que tenga cara para decírmelo. Los hay que los tienen cuadrados; los prejuicios, digo. Aprovechando estas fechas, deberían sacar a Zapatero de procesión y a hombros. Ya puestos a hacer las cosas, al menos hacerlas bien.

09 abril, 2009

Ministro

Riiiiiing, Riiiiing
- Parvulario Ana Belén y Víctor Manuel, dígame.
- ¿Podría hablar con la señorita Nerea?
- Al aparato, ¿quién me llama?
- Soy José Luís Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno.
- ¿Del Gobierno?
- Sí, señorita.
- Ay, espere que me atuse un poco.
- No se preocupe. Yo en realidad querría hablar con Erwin Dalmacio.
- ¿Con Erwin Dalmacio? Pues, verá, ahora mismo no va a ser posible, créame que lo siento mucho.
- Dígale que lo llama el Presidente.
- Es que, pues... le están cambiando el pañal en este momento. Cambiamos a todos los niños a las once, ¿sabe?
- Eso está muy bien. Hemos de mantener la higiene con la confianza y el esfuerzo de todos.
- Sí, Presidente, eso decimos aquí también, pero créame que hay madres que no lo entienden. Mismamente ayer llegó una que se empeñaba en que a su niño...
- ¿Y tardará mucho Erwin Dalmacio en estar aseado y listo?
- Huy, listo sí que es, sí. Ya sabe pedir caca él solito y hasta se pone el baby al llegar sin que nadie se lo pida.
- Pues por eso me interesa. Quiero hacerlo ministro de cultura.
- ¿Ministro? ¿A Erwin Dalmacio? ¿De agricultura?
- Sí, sí, ministro. Pero de cultura, de cultura. Para que se ocupe de las cosas de la cultura y todo eso, usted ya me entiende.
- ¿Y él sabrá?
- Seguro que sí. Sus padres son los famosos cantantes Fina y Fino, ¿verdad?
- Sí, sí. Una maravilla. Por navidades siempre interpretan unos villancicos para todo el colegio. Un encanto de gente.
- Sí, los conozco bien. Participaron en mi última campaña. Ellos cantaban aquello de “El Señor hizo en ti maravillas, Zapatero”.
- Ah, ya me acuerdo. Yo lo voté a usted también, ¿sabe?
- Ya sé que ese es un colegio progresista. Muchas gracias. Con la confianza y el esfuerzo de todos mejoraremos cada día la educación.
- Ya viene Erwin Dalmacio. ¿Se lo paso?
- Sí, por favor.
- Erwin Dalmacio, ven, mira, es el Presidente. Dile hola.
- Pente.
- Hola, Erwin Dalmacio. Encantado de saludarte.
- Darte.
- ¿Te gustaría ser ministro de mi gabinete?
- Ganete.
- Para mandar y todo eso.
- Eso.
- Tendrás tu propio despacho.
- Pacho.
- Y podrás merendar todos los días chocolate.
- Late.
- ¿Entonces aceptas?
- Tas.
- Estupendo, estupendo. Dile a mamá que mañana te ponga pantalones largos y una chaquetita, que tenemos que ir a la Zarzuela.
- Uela.
- Y dales muchos recuerdos a papá y mamá. Diles que un abrazo de José Luís.
- Papá, mamá, luís.
- Hasta mañana, chiquitín, creo que nos vamos a entender.
- Quitín.
- Juntos saldremos de la crisis con la confianza y el esfuerzo de todos.
- Caca, caca.
Clic.