02 octubre, 2014

De plastalanes y embudos. Y sobre el Senyor G.



                Esta mañana fui a dar con la lista de los eminentes juristas que acaban de ser designados por el Parlamento de Cataluña para formar parte de la Junta Electoral de lo del referéndum y el derecho a decidir decidiendo y todo eso. Plastaluña, pues. Para los susceptibles, recuerdo que plastalán no es sinónomio de catalán, sino que se alude a aquella parte de los catalanes que son eso, unos pelmas empedernidos. Allá ellos, es legítimo ser un plasta, igual que ser gordo o miope o con poco pelo o aficionado a los dulces o flojo de vientre.
                Pues resulta que, con algo de curiosidad, me puse a mirar los nombres de los juristas de la Plastajunta Electoral y, eureka, conozco un poco a uno o una. Voy a referirme en masculino sin prejuzgar por ello el plastagénero de la tal persona y, para abreviar, lo denominaré Senyor G.
                Una vez, hace lo menos doce años, estaba un servidor en una isla perdida en medio de un lago de un país centroamericano, solitario yo y relajado. Me sonó el móvil y resultó que me llamaba el Señor G, a quien no conocía en persona y apenas de nombre. Se presentó, amable, y me dijo que presidía cierto organismo de un Ministerio (del Estado español, claro) y que necesitaba con urgencia evaluadores para las solicitudes de unas ayudas especiales que se habían convocado y que me ofrecía integrarme ahí. Le dije que bueno, que estaba dispuesto, y en ese momento me preguntó si no habría yo por casualidad solicitado una de tales ayudas, pues evidentemente ello sería incompatible con la designación mía para evaluar. Le contesté que no, que para nada. Y en el Ministerio un día nos conocimos en persona.
                Fue ese primer encuentro en una reunión de bastante gente y para tomar colectivamente las últimas decisiones sobre las ayudas aquellas. Presidía el Senyor G. Comenzaron los debates y defendía el Senyor G que deberíamos graduar el importe económico de las subvenciones de manera tal que, de entre las solicitudes que pasasen la nota de corte, había que dar mucho más dinero a las cinco o diez que tuvieran la puntuación más alta, y a los otros repartirles nada más que unos restos. Llegó la hora de ver las calificaciones que había obtenido cada expediente y, oh sorpresa, el Senyor G tenía su propia solicitud de subvención y resulta que era la mejor puntuada, cien puntos de cien. Alguien preguntó quién se la había evaluado y levantó la mano otro de los presentes, llamémoslo Senyor F, reconociendo que la había puntuado él. Eran compañeros de área y creo que hasta de departamento, o lo habían sido. Para mayor pasmo, la segunda solicitud mejor calificada, con noventa y nueve puntos, pertenecía a este Senyor F, y se la había evaluado el otro, el Senyor G. Perfecto ayuntamiento cuasicarnal, conspiración para dar el palo.
                Y yo pensé: la madre que los parió. Y protesté un poquito y alguien más protestó, pero sin éxito. Escribí a la semana siguiente una carta el responsable del Ministerio para esas cuestiones, un Secretario de Estado o algo así. Me contestó amablemente que era preocupante lo que yo revelaba y que se tomarían medidas. Y, en efecto, las tomaron: mi nombramiento iba a ser para más de un año, pero me echaron de inmediato. El Senyor G siguió por largo tiempo, según creo, supongo que por ser eficaz y expeditivo, o por su garganta profunda, vaya usted a saber.
                Me tropecé con él unas cuantas veces más, siempre en Madrid y estando él al mando de alguna comisión o comité y siempre tratándose de repartos de dinero para cosas de la universidad y así. Por ejemplo, en una oportunidad se trataba de unas becas especiales y él iba con dos listas bajo el brazo, en las que había apuntado quiénes eran los candidatos con más méritos, ni comparación, los únicos que merecían sin dudar las tales becas. Los primeros eran de su facultad y los segundos de otras facultades catalanas.
                Me viene a la memoria todo esto y algo más que me callo al ver en la lista de plastajunteros electorales al Senyor G. No digo nada, está muy achuchada la vida y cada día cuesta más levantarse un buen cliente, hay temporadas en que tiene una que enseñar más canalillo o llevar falditas imposibles para estos muslos. Tampoco cuestiono vocaciones ni conversiones y respeto el derecho de cada cual a estar en la procesión y repicando. Pero no sé, me pongo en el lugar del Senyor G, como en el de tantos de la misma camada y similares ardores, y me digo que habrá sufrido de lo lindo al desdoblarse tanto y al irse a la cama por igual con quien ama y con el enemigo. O que se prostituye con conciencia plena y a sabiendas, en cuyo caso estoy por alegrarme por él y porque el día que Plastaluña sea Estado ya tendrá quién se encargue de avaluar tugurios allá, o de gestionarlos.
                Dicho lo cual, lo de Plastaluña ya no hay parroquiano que lo aguante, está uno hasta la boina de semejante patuleta de tocapelotas y del derecho a decidir y de que parezca que la gente es tonta. Voto por el referéndum y votaría sí en el referéndum, si pudiera. Palabra de honor. Aunque sólo sea para no volver a encontrarme en Madrid a tipos de esos que llevan en la frente el anuncio de griego integral y francés completo. Porque imagino que cuando el Senyor G sea extranjero no lo seguirán llamando de los pérfidos ministerios del Estado español.
                Senyor G, go home.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también votaría SI, porque esto no quien lo aguante. Yo también estoy cansado de tanto victimismo.

roland freisler dijo...

Vale , vale , profesor, muy bien y tal, pero ¿me puede dar su opinión acerca de si el Señor G está cometiendo en estos momentos algún delito?

Anónimo dijo...

Pues fíjese en que lo que yo no soporto ni un instante más es Plastaña y los plastañoles como usted. Qué le vamos a hacer.