10 enero, 2015

Sobre terrorismo islámico. Cómo pensar y qué hacer



  El terrorismo fundamentalista islámico acaba de atacar brutalmente en Francia. No es la primera vez que ocurren estos ataques, ni será la última. Me parecen chocantes algunas reacciones y absurdos ciertos comentarios. De eso quiero hablar.

  Creo que para poner a prueba nuestros modos de razonar y los fundamentos de nuestros juicios ante situaciones así lo mejor es ir modificando los hechos y viendo si ciertos cambios afectan o no a nuestros enfoques y planteamientos. Vamos con eso.

 Lo que ha ocurrido es que dos radicales islámicos nacidos en Francia y con ciudadanía francesa y antepasados magrebíes entraron en la redacción de la revista Charlie Hebdo y mataron a tiros al director y a varias personas más, y al escapar hirieron a un policía y luego lo ejecutaron fríamente cuando estaba tendido en el suelo y les hablaba. La razón que invocaban los criminales es que querían vengar la ofensa a su religión islámica y a su profeta infligida cuando aquella revista satírica publicó unas caricaturas de Mahoma, pecado tremebundo para esa estúpida religión o rama religiosa. También estamos al corriente de que las organizaciones a las que esos terroristas pertenecían, trátese del IS o de Al Qaeda, quieren instalar en todos los países un régimen confesional islámico. 

 Fórmese cada cual ahora su opinión sobre esos hechos terroristas, sobre sus ejecutores, sobre los móviles de tales autores y sobre las ideas por las que así actúan. Bien, ahora trabajemos con un supuesto imaginario, igual en todos los detalles, menos en uno: los terroristas son neonazis furiosos que desean implantar un régimen nazi basado en la idea de superioridad racial aria, a la manera de lo que fue el sistema hitleriano. Añádase, si se quiere, que desearan vengar las ofensas al nazismo por ciertos artículos de la revista y, a la vez, limitar la libertad de expresión en ese punto. 

 ¿Modificaríamos nuestro juicio en algo por esa distinta circunstancia? A mi modo de ver, quien juzgue diferentes los crímenes en razón del talante ideológico o los motivos de los criminales tiene un serio problema de congruencia.

 Jugamos con unas cuantas variables. En primer lugar, lo que es atacado con tal terrorismo, principalmente el sistema de libertades propio del Estado de Derecho; en segundo lugar, las ideas que los terroristas tratan de imponer contra el régimen democrático y su sistema de libertades. 

 Con el sistema político liberal-democrático cabe estar de acuerdo o en desacuerdo. Para quienes lo asumimos, ciertas libertades individuales (libertad de pensamiento, libertad de expresión, libertades políticas, igual dignidad de todos los ciudadanos al margen de su sexo, sus opiniones, etc.) son la base intocable sobre la que en democracia se dirime el debate entre concepciones diversas acerca de cosas tales como cuál es el modo más justo de repartir la riqueza, de organizar la propiedad y de atribuir funciones y tareas al Estado. Así, conservadores y progresistas, liberales económicos o socialistas proponen programas políticos y sociales distintos, pero sin poner en cuestión asuntos como la igualdad fundamental entre hombres y mujeres o el derecho de cada uno a expresar sus convicciones o vivir en consonancia con sus personales creencias. En cambio, ni islamistas radicales ni nazis (y no sólo ellos, ciertamente) aceptarían esa base común, esos principios primeros del sistema democrático y del Estado de Derecho. 

 Asumamos que el diálogo que aquí estamos manteniendo es entre quienes asumen aquellos principios básicos de la moral moderna e ilustrada. Y ahora pensemos en qué diferencias podemos ver entre el terrorismo fundamentalista islámico y un hipotético terrorismo de inspiración nazi.

 ¿Aporta la religión algún elemento capaz de condicionar nuestro juicio o apto para introducir matices importantes? En mi opinión, no, en modo alguno. Quien de ese modo mata por sus razones religiosas o quien de tal manera pretende acabar con la democracia y los valores propios del moderno Estado de Derecho no merece ni un ápice de respeto más que quien obra por móviles políticos sin aquel respaldo religioso. Da igual que se inspire en un libro sagrado que afirma, por ejemplo, la superioridad de los hombres sobre las mujeres o en una creencia política que postula la superioridad de una raza o un pueblo sobre todos los demás. 

 Sin embargo, en nuestras actitudes y en nuestras leyes se aprecia una cierta disparidad en el trato. Aquí y ahora, en los países europeos, no se tiene la misma actitud o igual tolerancia con el islamismo y con el nazismo. Sé bien qué se puede replicar de inmediato frente a lo que acabo de decir: que no todo el Islam es igual y que no todos los creyentes en la fe islámica son enemigos de la democracia y las libertades y que, desde luego, no todos los de fe islámica matan o aprueban el terrorismo de sus correligionarios. Es muy cierto. Pero me parece que tampoco están todos lo que se proclaman simpatizantes del nazismo o militantes de partidos neonazis dispuestos a hacer atentados terroristas o a asesinar fríamente a los que se les opongan u ofendan a sus líderes o sus ideas.

  A los nazis se les ponen trabas legales y hasta se les persigue penalmente porque se entiende que, si pueden, obrarán en conformidad con sus ideas y acabarán con nuestras libertades y desterrarán los principios en que asentamos la convivencia en nuestros Estados. A los de fe islámica se les permite un margen de libertad mucho mayor entre nosotros. ¿Por qué? ¿Acaso porque el fundamento religioso de la actitud de unos los hace dignos de mayor consideración? Discrepo totalmente de quien así lo crea. 

  Dicho de otra manera, ¿acaso si lo que moviera al Islam no fuera un libro sagrado y una fe religiosa, sino la proclamada convicción de la superioridad de una raza o una nación y su derecho a someter a los demás a sus intereses y su credo reaccionaríamos con mayor contundencia? ¿Por qué? Si alguien quiere, por ejemplo, que mi hija carezca mañana de libertad para ser dueña de sí misma ¿debe importarme que sus razones tengan un fundamento religioso y no en otro tipo de ideología? ¿Debe importarme que ese que la quiere esclava o sometida alegue que ella es inferior porque es mujer y el Profeta ordenó, en nombre de Alá, que esté bajo el mando de los hombres o que diga que puede ser esclavizada porque no es aria? Si pueden los unos levantar sus mezquitas y predicar libremente su fe discriminatoria, ¿por qué no han de poder los nazis tener sus asociaciones, sus partidos y sus sedes en las que proclamen la superioridad racial de los unos sobre los otros? ¿Cambia algo importante si los homosexuales son perseguidos y condenados a muerte por razones ligadas a ideologías políticas o por razones que tienen que ver con un credo religioso? ¿Es menor el crimen contra los homosexuales cuando los ejecuta el Estado iraní que cuando los perseguía y los mataba en sus campos de concentración el nazismo? ¿Puedo yo ciscarme en Goebbels tranquilamente, entre el aplauso general, pero debo ser más considerado a la hora de calificar a imanes y ayatolás? Insisto, ¿por qué? ¿Ha de ser mayor la tolerancia con las librerías que vendan panfletos islamistas que con las que comercien con literatura nazi? ¿Por qué?

 También me parece un tremendo error presentar la situación como una especie de enfrentamiento entre religiones, con el argumento de que aquí, en Europa, somos cristianos y en otros lugares son musulmanes, y como si nosotros tratáramos de imponer nuestra fe de la misma manera que ellos luchan por la suya. Para empezar, porque algunos de los que creemos en los valores del Estado de Derecho y la democracia, en la igualdad de hombres y mujeres y en libertades como la de expresión somos ateos. Yo soy ateo. Y los referidos valores no los defiendo, pues, ni por ser cristiano ni como valores cristianos, sino como valores perfectamente laicos que, en verdad, también pueden ser asumidos por gente de cualquier confesión religiosa o sin religión. 

 Yo puedo ser y proclamarme ateo en España, en Francia, en Alemania o en Noruega. En Arabia Saudí, no. Yo puedo aquí criticar al Papa o mofarme de la Biblia. En Arabia Saudí no puedo ni burlarme del Islam ni burlarme de los líderes religiosos. Bien reciente está, en Arabia Saudí precisamente, el caso del bloguero condenado a diez años de cárcel y mil azotes por unas pequeñas críticas de este tipo. No hay paralelismo ni simetrías: aquí las creencias religiosas son libres, en muchos países islámicos no lo son. En España un musulmán puede cultivar su fe libremente. Y cuando un musulmán, aquí, se radicaliza y mata por su fe, no nos mata meramente porque seamos infieles, nos mata para que dejemos de tener nuestras libertades y para tratar de que aquí y en todas partes no haya más religión que la suya ni más libertad que la que su libro sagrado permita. 

 En suma, al defender, ley en mano, nuestros valores de libertad y democracia con un fundamento no religioso, puramente laico, no somos inferiores; si acaso, seremos superiores. Y no olvidemos que, aquí, la libertad logró imponerse en pugna con la religión. ¿Vamos a dudar ahora porque se digan religiosos quienes la combaten? ¿Qué diríamos si fuera la Iglesia Católica, o alguna secta o grupo dentro de ella, la que peleara, hasta violentamente, para que retornáramos al Estado confesional católico, a la sumisión de las mujeres, a la persecución y castigo del que no acepte esa fe? Seguro que nos opondríamos casi todos sin dudar y con absoluta contundencia. Entonces, ¿vamos a dudar porque no sean católicos o cristianos, sino musulmanes, los que atacan nuestro sistema de vida, el sistema que permite la convivencia en paz de los que no tienen religión y de los que se acogen a credos religiosos bien diferentes? ¿No nos ensañábamos muchos, en España, con el cardenal Rouco, por ultraconservador o retrógrado? Pues me temo que al lado de la inmensa mayoría de los imanes y ayatolás Rouco sería poco menos que un libertario ultraprogresista. Entonces, ¿por qué nos tentamos la ropa tanto antes de poner de vuelta y media a imanes y ayatolás y a quienes los siguen y obedecen? ¿Por qué, en las palabras y los hechos, respetamos menos a los católicos de aquí que a los musulmanes de aquí o de otros lados? ¿Acaso hay mayor racionalidad en el Corán que en la Biblia o más alta humanidad en los preceptos del Islam que en los del cristianismo? ¿Desde cuándo y por qué hasta a los que nos decimos ajenos al sentimiento y la práctica de la religión nos parece tan estimable la fe del Islam y tan digno de cuidado el fiel musulmán? 

 Se está poniendo esta temporada muy en solfa el multiculturalismo. Pero ¿qué significa multiculturalismo? Lo contrario de las políticas de multiculturalismo es la política de imposición de homogeneidad cultural, de cultura única. Opuesto radicalmente a la multiculturalidad sería, por ejemplo, el régimen en el que se forzara a todos los ciudadanos a profesar una sola religión o a vivir según un único y exclusivo sistema moral. Contrario a la multiculturalidad sería un Estado en el que legalmente se discriminara a los que no se rigieran por la pauta oficial. El Estado franquista, mismamente, era así en los tiempos en que no se permitía la libertad religiosa y cuando se castigaban cosas tales como la blasfemia y el trabajar en domingo. La mayor parte de los actuales Estados islámicos son de esa manera, radicalmente enemigos de la multiculturalidad. 

 La política de un Estado es multicultural, repito, cuando dentro de él se permite, a los nacionales y a los extranjeros, a los nativos y a los inmigrantes, ir a la iglesia o a la mezquita o a la sinagoga o quedarse en casa, celebrar la Semana Santa o los ritos del Ramadán o ir al cine o a bailar en tales días, ayunar cuando lo marca el precepto religioso o comer a dos carrillos en la misma época. Una sociedad es multicultural cuando en ella conviven personas y grupos con las más diversas creencias y tradiciones sin que nadie sea perseguido o discriminado por seguir las suyas. Los Estados de Derecho son en esencia y por definición multiculturales, desde el momento en que en sus constituciones y su legislación se amparan libertades como las de creencia, expresión y religión. 

 Pero hay un aspecto de la cultura del Estado de Derecho que sólo puede funcionar como axioma y sin concesiones ni desfallecimientos, el de la cultura política. El multiculturalismo se niega cuando se amparan las culturas o prácticas que son por definición contrarias a la pluralidad y la libertad. Porque si multiculturalismo significa igual respeto para los que no admiten la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y los iguales derechos de todos, sea cual sea su religión, su sexo o su raza, tendríamos que empezar por dar libertad plena a los defensores y apologetas del nazismo, mismamente. 

 Los que creemos en las libertades y en el máximo valor de la autonomía individual no somos de menor categoría, no valemos menos. Porque nosotros sencillamente queremos que cada cual viva según le dicte su conciencia o le reclame su fe. Lo que no podemos tolerar es que ninguno, en nombre de la libertad suya, nos imponga su fe a nosotros o quiera matarnos o discriminarnos por cultivar otra distinta o no tener ninguna. Nuestra defensa frente a fanáticos y fundamentalistas es plenamente legítima. Dudar es perder, es asumir anticipadamente la derrota, aceptar para nuestros hijos la esclavitud de la que nosotros hemos sido liberados gracias al sacrificio de tantos como se resistieron a los dogmas y las inquisiciones. Y, si hubiera que escoger, más nos valdría prohibir todas las religiones que resignarnos a la certeza de que una de ellas se nos va a imponer a todos nuevamente. Pero no hay por qué pensar en prohibirlas todas, pues, ahora mismo, solamente algunos fanáticos de una tratan de ponernos entre la espada y la pared. Si nos declaran la guerra, la nuestra, al defendernos, será una guerra indudablemente justa. ¿O acaso habrá quien sostenga que no hay guerras justas, pero que sí es comprensible o disculpable el crimen del fanatismo islámico?

 ¿Que hay musulmanes, muchos, que respetan la libertad, que no pretenden la sumisión de las mujeres a los hombres o que valoran altamente la convivencia pacífica entre confesiones diferentes? Magnífico, seguro que así es. Pero, en ese caso, esos musulmanes están en nuestro bando y nosotros en el suyo, son de los nuestros, comparten nuestros propósitos. 

 Merece la pena detenerse todavía en un par de falacias frecuentes. Hay quien resalta que los crímenes actuales del fundamentalismo islámico son una especie de reflejo e histórica compensación de los que antes cometieron los europeos y el cristianismo. Hubo tales tropelías y fueron muchas, sin duda. Mas ¿es racional esa especie de sangrienta justicia histórica? Usted, amigo lector, no ha matado a nadie hace mil años en las Cruzadas o hace trescientos en una colonia africana. ¿Le parece que es justo y razonable que hoy muera un hijo suyo, que tal vez es dibujante de una revista satírica como Charlie Hebdo, a manos de un coterráneo de aquellas víctimas de antaño? Por esa regla de tres, tendría sentido y justificación que las mujeres de hoy empezasen a matar indiscriminadamente varones, ya que fueron muchísimas las que a manos de los hombres murieron en  todas partes; o que los indígenas peruanos o bolivianos se dedicaran ahora a asesinar españoles en justa represalia por los crímenes de la llamada conquista de América; o que los españoles nos fuéramos a poner bombas en Argelia o Marruecos, como retaliación por los ochocientos años de dominación árabe en la Península Ibérica, o que yo, asturiano, me hiciera con un kalashnikov y entrara a tiros en un cine de Roma, ya que los romanos, en tiempos de Augusto, acabaron sometiendo y humillando a los astures; o que los negros en Estados Unidos atentaran contra los blancos porque por blancos fueron allá esclavizados sus antepasados. Sencillamente absurdo e impresentable. 

 ¿Que los Estados Unidos invadieron hace poco Irak y torturaron? Así es, y se trata de injusticias gravísimas que se deben compensar y castigar. Pero admitimos eso como razón que disculpe o atenúe el carácter criminal de los asesinatos de anteayer en París? ¿Qué lógica seguimos y qué clase de cabeza tenemos si así razonamos? Si a usted, querido lector, mañana un secuaz de Al Qaeda le mata a un hijo con una bomba que colocó en un supermercado, estará dispuesto a asumir que es una muerte justificable porque el otro estaba vengando a los niños muertos en los bombardeos de Irak? ¿Se sentiría también legitimado usted por ello para poner mañana unas bombas en Yemen un matar en represalia a unos pequeños de allá? ¿Es de ese tipo la racionalidad de sus convicciones políticas y morales? ¿Es usted de los que piensan que un crimen justifica otro crimen y así hasta que un grupo venza a base de exterminar a todos los otros? Porque, por cierto, si lo de Estados Unidos en Irak justifica el actual terrorismo islámico, el terrorismo islámico en EEUU cuando el 11-S también justificará la acción de EEUU en Irak y en otras partes. Y así hasta el crimen final o hasta que en la cadena de justificaciones nos remontemos a Caín y Abel. 

 La otra falacia tiene que ver con las alusiones a la pobreza y la marginación en la que se vive en muchos barrios árabes o musulmanes en países como Francia. También en eso hay, sin duda, injusticia y fracaso de un Estado y una sociedad. Pero ¿es la pobreza o la marginación económica y social excusa o atenuante para crímenes como los de estos días en Francia? Según tal pauta, no debería sorprendernos ni escandalizarnos que, en España, mañana un grupo de gitanos ultraviolentos y fanatizados se dedicaran a ametrallar a cualquier payo que se le pusiera por delante. O que marginados sociales y económicos franceses o españoles de pura cepa, de tantísimos como a día de hoy viven en la miseria, tomaran las armas y asesinaran a cuantos encontraran en la sede de una empresa pujante. 

 Pero no, los terroristas de anteayer no mataron por razones económicas ni en reclamación de un orden social más justo en lo económico. Mataron llevados por una idea asquerosa de la religión y como venganza por un puro ejercicio de la libertad de expresión de los que hacían una revista satírica. Además, y como es bien sabido, quienes alimentan económicamente ese fanatismo religioso, ciertos jeques, no son precisamente pobres ni obran guiados por una intención de justicia social y de lucha contra la pobreza y la discriminación. 

 Usted y yo, amigo lector, no somos culpables ni de la pobreza de los pobres ni de las tropelías que en el pasado perpetraran los gobernantes o negociantes de otros países o del nuestro. Y a usted o a mí nos pueden matar mañana porque estamos en el local en el que estalla la bomba o en la empresa en la que entra a tiros el tarado que busca así imponer su fe o conseguir la soberanía para su pueblo o afirmar la superioridad de los de su raza o su estirpe. Usted y yo, amigo lector, no podemos dudar de que el crimen es crimen, de que la el Estado debe perseguirlo con toda la contundencia de la ley hecha por ciudadanos libres para proteger la libertad. Porque si dudamos perderemos, y si perdemos, nuestros hijos no serán libres ni para dudar y los matarán, a ellos no por azar, sino precisamente por permitirse la duda. 

 Ni un paso atrás y que se vea que el apego a la libertad no es un sentimiento ni de cobardes ni de pusilánimes. No puede haber más dios que el dios que ampare la libertad. A los otros dioses, a los dioses absurdos y sanguinarios hay que despreciarlos y combatirlos con toda la saña que nos brinda el amor a la humanidad, sin concesiones, sin desfallecimientos, sin pausa, sin complejos. Ningún libro sagrado, ninguno, puede valer más que la vida y la libertad de un solo hombre y una sola mujer. Y hay momentos en que hasta la blasfemia se convierte en supremo imperativo cívico y humano. Si algún buen dios existe, lo comprenderá y estará de nuestro lado. Y si existiera, que no, ese infame dios de los asesinos, sólo mereceríamos vivir si nos rebeláramos contra él, cueste lo que cueste.

PD (una hora más después de escribir lo anterior).- Un gran amigo penalista, casi un hermano, me escribe esto, que suscribo y que me parece adecuado para añadir aquí: Estoy de acuerdo en todo lo que dices en tu post en relación con el terrorismo islámico y demás. (...) Añadiría un matiz: que algunos (creo que tú también) somos tan liberales, demócratas y superiores en eso que pensamos que a los nazis, a los que defienden desigualdades entre sexos, a los que sólo quieren que se permita su religión, a los que reniegan de un determinado país queriendo crear otro excluyente y propugnan hacerlo fuera de los cauces legales del primero, a quienes suprimirían derechos fundamentales, a quienes cambiarían profundamente el modelo de Estado para pasar de uno de Derecho a otro tiránico, etc. también hay que dejarles expresarse, mientras no inciten directamente a otros a delitos (y similares) o actúen para ello, es decir, mientras sólo hablen y opinen (entre adultos libres, etc.). Eso no lo hacen desde luego "ellos", pero tampoco algunos de "los nuestros"; naturalmente, esto no iguala a unos y a otros, siguen siendo mucho peores "ellos".

3 comentarios:

Carmen dijo...

Me gustaría añadir dos cositas: el ejemplo que ha puesto de los nazis me parece perfecto pero creo que el de los gitanos no es del todo adecuado porque tienen su propia ley.
Respecto al matiz de su amigo apuntar que en su disquisición se encuentra el quid de la cuestión. Uno puede tener ganas de practicar sexo con otra persona y expresarlo pero no por ello lanzarse a violar a la primera que pase ni incitar a satisfacer el instinto aunque sea a la fuerza. "Ellos" no se expresan, sentencian porque sus expresiones son dogmas de vida.

Un cordial saludo.

roland freisler dijo...

No es nada acertada la comparación entre islamismo y neonazismo. Es como tratar de igualar a neoconstitucionalistas con positivistas.
Y me hace hasta gracia lo tremendos que nos ponemos cuando matan a X europeos en Europa y en eso tiene razón el Wily Toledo que eso de entrar en un local y liarse a tiros con los que hay dentro y encima en nombre de la democracia y las libertades, no en nombre de Dios, es a diario en Oriente. Y ¿no le parece grave profesor matar en nombre de la libertad y los derechos fundamentales? Pero matar con cojones eh no a 10 dibujantes 2 maderos y 4 ciudadanos en un supermercado.
Lo que pasa y a ver si abrimos los ojos, es que hay una guerra entre ricos de occidente y ricos de oriente y la carne de cañón son los pobres de los dos bandos lo que ocurre es que unos matan en nombre de Alá y otros en nombre de la democracia y por eso son "diferentes".
Pero que ha pasado, que de repente han muerto cerca eh y se nos hace el culo gaseosa, uyyyyy, por poquito y claro dice Vd que : "Nuestra defensa frente a fanáticos y fundamentalistas es plenamente legítima." y yo digo ¿pero a la trinchera quién va? Muchos con la cara seria y con cara de pena como si los muertos fueran de la familia y yo suis charli y tal y cual pero a pegar tiros los maderos, nosotros no que "semos" muy amantes de la libertad y bla bla.

José Manuel Paredes dijo...

Aunque, por supuesto, estoy de acuerdo con muchas de las afirmaciones que se hacen en el artículo, me parece que, hablando en general, la argumentación peca de entremezclar cuestiones (morales, políticas y jurídicas) muy distintas entre sí, que merecen respuestas diferenciadas, así como de apoyarse en afirmaciones de hecho más tópicas que probadas. Comenzaría poniendo en cuestión la afirmación sufre de un pecado original, que en absoluto es irrelevante: no distingue, como se debe, entre las distintas cuestiones; y, dentro de estas, entre la cuestión de qué debe promocionar el Estado, qué debe permitir, qué debe prohibir, qué debe castigar.
En todo caso, he intentado reconstruir el debate y hacer una réplica ordenada en mi blog, aquí: http://josemanuelparedes.blogspot.com/2015/01/terrorismo-islamista-desmontando-topicos.html