24 junio, 2016

Tontos con derechos



                El otro día andaban revolucionadas algunas maestras del curso de mi hija, en escuela pública, pues había llegado al colegio la protesta de una madre. Resulta que, durante una excursión, las profesoras habían hecho fotos de los niños de las tres clases de ese curso de primaria y algunas las habían distribuido entre familiares de sus alumnos. La mamá en cuestión se manifestó indignada porque había circulado la imagen de su hijo en algunas de esas fotos que vieron unos cuantos. Al principio de curso esa familia había firmado la autorización correspondiente para que pudiera ser retratado su retoño de las narices, por cierto.
                No voy aquí a la dimensión jurídica del tema, sino a otra cosa que puede que socialmente tenga consecuencias tanto o más relevantes. De lo que me parece un gran ejemplo este caso es de cómo hay más de cuatro tontainas que cuando se ven poseedores de unos derechos muy finos los usan para hacerse notar y para sentirse importantes, lo que viene a ser lo mismo que joder a los demás sin ton ni son y solamente por el aquí estoy yo y ya veis como somos iguales los imbéciles y los pasables y el que sea normal que se chinche y achante. Estamos pasando del un hombre un voto, que está bien, al un hombre un veto, que está mal.
                No digo yo que haya que privar de sus derechos a los que no tienen muchas luces pero se reproducen ordinariamente, pues la función reproductiva es independiente de la inteligencia y hasta tienden a cumplirla con mayor dedicación los menos avispados. No es eso, los derechos iguales de los ciudadanos han sido conquista que hay que defender como irreversible, aunque más de cuatro veces perjudique a muchos. Por cierto, hoy es el día del Brexit, ayer una mayoría de los británicos votó para salirse de la UE y a muchos es como si los estuviera viendo, los imagino con el mismo realismo con que le pongo cara y papada a la mamá de mi historia.  
                Tampoco estoy por la democracia censitaria bajo ninguna forma imaginable, ni siquiera por una en la que para poder votar para cualquier cosa se tuviera que demostrar que se sabe hacer la o con un canuto o que no es uno un majara completo. Cierto que limitaciones de ese tipo vendrían al pelo por ejemplo en las reuniones de las comunidades de propietarios, donde todos podemos observar, si a ellas pese a todo seguimos asistiendo, lo más horrendo de la naturaleza humana en su versión sub, y en las que hasta la más pacífica de las personas suele salir con unas irrefrenables ganas de matar con torturas previas, pues siempre hay un idiota maligno que vota en contra del interés común más obvio y siguiendo un impulso propio de los de su percal, que seguro que no viene de los primates, sino de algún gen de una fase evolutiva previa que nos quedará por ahí, tal vez un anfibio estreñido.
                A lo que voy es a que, sin perder las formas ni derogar las normas, a esto de los derechos generales hay que meterle mesura, pues en caso contrario empezarán por no ser generales y acabaremos quedándonos sin derechos y a dos velas. Esa gente torpe y con su alta soberbia lo rompe todo si no la tenemos a raya y entretenida en cosas a su nivel. Y supongo que esa debe de ser tarea bien principal de jueces, gestores públicos y operadores jurídicos en general. El lema podría ser, derechos sí, pero los que vengan al caso y en su punto.
                Porque vamos a ver, las maestras del cole de mi niña se quedaron sorprendidas y temerosas al pensar en la que les podía caer si la madre boba perseveraba en su empeño fastidioso. Este curso, al hablar con bastantes profesores de primaria he caído en la cuenta de cuántas cosas dejan de hacer por nuestros hijos ante el temor de que un padre monte el pollo si su vástago se hizo una pupita así o a su retoño se le moja la camiseta de Zara. ¿Solución? Pues cada niño en su pupitre calentito todo el año y que las excursiones, actividades y diversiones las organice el maestro armero o el progenitor de esos niños tan churris a los que cogen los papás con papel de fumar.
                Alguien debería armarse de valor y explicarle a la madre de la cosa que claro que hay un derecho a la imagen de los niños, pero que ni ese derecho ni otro están pensados como pistolitas de agua y para mojarle la la paciencia de la ciudadanía, que no son disculpas para que el primer mindundi con ínfulas de hombre público o mujer pública se suba a la burra y se proclame tribuno de la plebe y defensor de los derechos naturales de los nacidos de él o ella con figura humana, sino que de los derechos conviene hacer un uso razonable y que cuando nos volvemos irrazonables no cultivamos derechos propiamente, sino que nos mostramos ante el prójimo como somos, un sorprendente cruce entre simio y espárrago.
                Claro, pero vaya usted a decirle a la madre o el padre de la pobre criatura que eso de no salir en la foto del cole tiene más sentido para hijos de padres que sean algo, secuestrables mismamente, y no para descendientes como el suyo de ellos, que va a ser lo mismito que ellos están siendo, nada, cero a la izquierda y a tiro porque les toca, una imagen para proteger imaginariamente cuando todo lo demás sigue perdido.
                Insisto y repito, hay que velar por los derechos de cada uno por encima de todo, pero no estará de más que los ciudadanos y las instituciones empecemos también a preocuparnos por cómo encontrar amparo frente al tonto que nos lanza sus derechos como si fueran piedras, a lo mejor porque su hijo es más feo que los del resto o porque al adulto mismo le sigue supurando la conciencia. Porque como no nos despabilemos, en menos de nada se nos pondrá cara de británicos y luego será tarde para llantos.

23 junio, 2016

¿Qué son los de la foto?

Estos sesudos y despampanantes varones han sido condecorados hace poco con una medalla muy sonora. ¿Alguien me puede decir qué son y qué méritos grandísimos son los suyos?
(Pista: la respuesta puede tener relación con los suicidios a los que se aludía aquí en el post de hace unos días).


RIP

20 junio, 2016

Cada uno vota como lo que es



(Publicado ayer, domingo, en El Día de León)

                No seré yo quien indique a los sufridos leoneses lo que deben votar en las próximas elecciones ni en las que vengan más adelante, cuando se tercie. Ni a los leoneses ni a los de Viana del Bollo ni a nadie. No es eso. Cada palo aguanta su vela y cada uno con su voto hace lo que le apetece, siempre que, a ser posible, no sea delito o pecado. Al fin y al cabo, un voto no es más que un voto, muy poquita cosa, un papelito entre miles y miles, entre un buen puñado de millones, si juntamos los del todo el país. Así que no vaya usted hacia la urna dándose tanta importancia ni se ponga tan pavo ante los cuñados. O tan combativa con la suegra. Que no es para tanto y que, la verdad sea dicha, nunca un candidato gana por un solo voto, y menos por el de usted; o el mío.

                Dicho lo cual, añadiré algo con toda la modestia que corresponda, pero con mi toque de orgullo también, qué caramba. Algunos descubrimientos no son desdeñables aunque los patente un tranquilo ciudadano de a pie, como este que suscribe, y no un científico social que haya estado unos meses en una universidad británica y ya lo ponga en la tarjeta de visita como si morara en Cambridge todos los días laborables y parte de los festivos. Que bien sabemos que hay más de cuatro profesores que se hacen pasar por genios reconocidos mundialmente y reputados a más no poder, y, luego, cuando vas a tocar, todo es relleno, bótox en el currículum, silicona mal cosida en las hojas de méritos, académica cirugía para que los compre el que no los conozca y para fardar a base de bien los domingos en el cocido familiar o en Nochevieja después del brindis.

                Al grano. Quiero compartir con el amable lector un hallazgo mío. Para cada elección política, sea de diputados y senadores o de alcalde y concejales, ya estoy seguro de lo que no hay que votar jamás, te digan lo que te digan y aunque te aseguren que ganarás el cielo si respaldas a Fulano o que te bajará la tripita y volverás a ligar si votas a Mengano. O Mengana. Entiéndanme, sigo sin estar muy seguro de a quién me apetecerá regalarle el voto, y si lo supiera no lo diría, para no hacerle a nadie gratis la propaganda aquí; pero al menos ya sé sin lugar a dudas a qué candidatos o partidos ni de broma les presto mi papeleta. Se lo explico ahora mismo.

                Busque usted a ese compañero que tiene una jeta tremenda, a ese pariente que no da palo al agua o a ese vecino que es tan impertinente en cada reunión de la comunidad de propietarios y que, para colmo, siempre deja que su perro haga las cacas al lado del portal y no las recoge. Cualquiera de esas personas de nuestros círculos que tenemos en mal concepto y sin que nos falten mil y una razones para la ojeriza, por descarados, pillos, aprovechados y algo bellacos. Alguno de esos que sabemos que en el fondo se alegran del mal ajeno y envidian cualquier suerte que no sea la suya, el que piensa que todos los demás ganan más de lo que merecen y a todas horas predica que a él nunca se le paga lo que vale, por su trabajo o por su palmito. ¿Ya tiene usted en mente cuatro o cinco ejemplares de ese pelaje? Bueno, pues ahora repare en lo que votan esos elementos. No será difícil averiguarlo, pues suelen ser de los que van altaneros, fardan de enteradillos, pregonan a los cuatro vientos sus opiniones como si fueran las de personas de más talla y ni siquiera se cortan de amenazar sutilmente a quien se ponga a tiro, indicando que cuando ganen los suyos ya van a ver más de cuatro lo que es bueno y se acabó el cachondeo. Sí, para cachondeo el suyo, claro, pero ellos se sienten perfectos e interesantísimos, inmaculados y deseables.

                Pues ya está. Si algo de autoestima nos queda, no se nos ocurrirá votar igual que esos botarates. Sea lo que sea. Y no, no votan a cualquier partido o candidato. Ellos se acompasan con alguna manada, pero fingiéndose autónomos, machito alfa o hembra de aquí te espero. Las gentes de ese percal oscilan entre pocas opciones y nada minoritarias, tiran al bulto y, más que reflexionar, sueñan con venganzas y desquites, se solazan al imaginar manejos y amaños, ruinas de otros y fulgurantes ascensos propios. Votan por resentimiento y con la envidia a flor de piel, anhelantes del perjuicio ajeno y enamorados de sí mismos, tristes narcisos. 

                Un servidor debe todavía meditar a quién apoyará el veintiséis. Pero al menos tengo un criterio fiable para descartar algunas papeletas. Pruebe usted también y ya me contará qué tal. De nada.

18 junio, 2016

Investigación universitaria y burocracia. O de cómo algunas instituciones se suicidan



(También publicado en http://almacendederecho.org/)

1. Delimitemos el tema que quiero tratar.
- Me referiré solamente a la carga burocrática de los profesores universitarios relacionada con la investigación. No tomaré en cuenta lo que tenga que ver directamente con la docencia (actas, elaboración de guías docentes de asignaturas, etc.). Y en adelante, cuando diga “investigador” estaré aludiendo al investigador que, como profesor funcionario, forma parte de la plantilla de una universidad pública española.
- Con la expresión “carga burocrática” aludo a la elaboración o cumplimentación de documentos más o menos complejos (a veces sumamente complejos) que el investigador debe presentar para fines como los siguientes: conseguir financiación para la investigación suya o de algún grupo del que forme parte (por ejemplo, concursos para la financiación de proyectos de investigación por entidades públicas o privadas); justificación de resultados de investigación (por ejemplo, elaboración de memorias periódicas o finales de resultados de proyectos de investigación); administración y justificación de gastos referidos la actividad investigadora (por ejemplo, llevanza de la contabilidad de un proyecto de investigación, acreditando documentalmente cada gasto e incluyéndolo en el apartado correspondiente de la aplicación informática que se use); organización y gestión de eventos relacionados con la presentación, debate o transferencia de resultados de investigación (congresos y seminarios científicos, etc.); cumplimentación de documentos diversos derivados de la participación en actividades y eventos relacionados con la investigación (inscripción para participar en congresos o seminarios científicos; presentación anticipada de resúmenes o esquemas de ponencias o comunicaciones, etc.). Esta enumeración no es exhaustiva, sino meramente ejemplificativa. Porque otra característica de la burocracia universitaria es que no está compuesta de unas pocas acciones grandes y muy complejas, sino de un sinfín de pequeños trámites que van surgiendo día a día; es como una lluvia fina y constante.
- Al hablar de carga burocrática aludo a las actividades de ese tipo que el investigador realiza personal y directamente, no a las que, para tales temas, correspondan al personal administrativo de las universidades. Una de las soluciones consistiría en asignar para esas labores personal de gestión en ellas especializado. Además, y muy en especial, todo depende en última instancia de regulaciones que podrían simplificar muchísimo esos papeleos y procedimientos. Al final de este escrito defenderé la tesis de que si tal personal no se brinda a los investigadores y si las normas no simplifican los procesos burocráticos, sino que los enredan más, es porque detrás hay un ánimo perverso: frenar a los investigadores mejores e igualar a la baja al profesorado universitario. Las instituciones dirigidas a la investigación, igual que los equipos de fútbol, son elitistas por naturaleza. El gobierno democrático de las mismas y la equiparación de su personal en derechos, régimen de trabajo y remuneraciones nunca hará que puedan rendir más los mejores. Si las alineaciones del Real Madrid se hiciesen por votación entre todos los jugadores de la plantilla y si no hubiera estímulos económicos para todos por ganar la Liga o la Champions, es probable que Cristiano Ronaldo jugara bastante menos. Si el entrenador se escogiera entre todos los jugadores y siguiera sin haber esos estímulos, acabaría siéndolo el que menos exigiera en los entrenamientos y el que tuviera el apoyo de los más torpes de la plantilla.
- Es de suma importancia que se entienda y se asuma lo que sigue: todos los profesores universitarios con estatuto funcionarial (catedráticos y titulares de universidad) tienen formalmente la doble condición de docentes e investigadores, pero no todos cumplen en igual medida con las reales o supuestas obligaciones de enseñar e investigar. Prescindo aquí de cualquier consideración sobre la docencia. En lo que con la investigación tiene que ver, es de todos sabido que hay profesores universitarios españoles que tienen un rendimiento constante, extenso y de muy alta calidad, se mida todo ello como se mida, mientras que la producción investigadora de otros es absolutamente nula. Sabemos que hay más de un treinta por ciento de profesores funcionarios que no cuentan con un solo sexenio de investigación. No es difícil en cualquier departamento o facultad dar con algún profesor que durante los últimos quince o veinte años de desempeño académico no ha publicado nada de nada ni ha participado de manera ninguna en labor investigadora de cualquier tipo. Entre esos dos polos, máximo rendimiento posible y rendimiento nulo, se dan todas las situaciones intermedias.
- Inevitablemente, tengo en mente el modelo del investigador en ciencias sociales y humanas, y, más en concreto, el investigador en derecho. Habrá matices cuando se trate de otras disciplinas científicas y académicas, y en particular en lo concerniente a las llamadas ciencias duras, aunque creo que las coincidencias sobre esto serán mayores que las diferencias.
2. Juguemos con tres personajes imaginarios, tres investigadores a los que llamaré X, Y y Z. Supongamos que, con plena objetividad (hagamos abstracción de los problemas que en la práctica surgen a la hora de evaluar la investigación), el rendimiento científico de cada investigador puede calificarse en una escala de 0 a 10. Tenemos que
 X es un investigador de rendimiento máximo, 10.
Y es un digno investigador de resultados medianos, 5
Z es un profesor universitario que no investiga absolutamente nada, ni lo pretende, por lo que su calificación aquí solo puede ser de 0.
La tesis primera que defenderé se puede enunciar en dos pasos.
                (i) La carga burocrática de cada investigador es más que proporcional a su rendimiento. Por decirlo de alguna manera, podemos pensar que, como mínimo, dicha carga es la resultante de multiplicar el rendimiento de cada uno por la misma magnitud. Creo que o no exagero nada o exagero bien poco.
                Asumamos tal hipótesis. Quedaría de la siguiente manera la carga burocrática de X, Y y Z.
                X, cuyo rendimiento es 10. Carga burocrática (10 x 10) = 100
                Y, con rendimiento 5. Carga burocrática (5 x 5) = 25.
                Z, con rendimiento investigador 0. Carga burocrática (0 x 0) = 0.
                (ii) Como fácilmente se aprecia, no solo en este modelo que propongo sino, y sobre todo, en la cruda realidad cotidiana de nuestras universidades, el zángano tiene premio y el esmerado recibe castigo. El perezoso o incapaz, Z, es premiado, porque su falta de trabajo investigador no tiene que compensarla con labores alternativas. Ciertamente, desde hace unos años se ha incrementado la carga docente de quienes no tienen sexenios de investigación o no los tienen al día. Eso ha hecho que pongan el grito en el cielo más de cuatro como Z, pero a los que sí son productivos en investigación eso los ha beneficiado escasamente, ya que:       
                - A ellos, X o Y, sus obligaciones docentes se les han reducido muy poco a cambio de que se incrementen bastante más las de los otros.
                - A X o Y el aumento de las horas de docencia obligatoria de los del estilo de Z no los libera nada de su carga burocrática ligada a la investigación.
                Adicionalmente, es dudoso que para la calidad de la docencia sea muy conveniente el que de ella se encarguen de modo principal los que menos investigan o no investigan nada de nada. Por supuesto que hay grandísimos docentes universitarios que no ejercen de investigadores. No serán más de un cinco o diez por ciento aquellos que para investigar son como Z, pero enseñan muy bien las asignaturas de su campo o disciplina. Creo que está fuera de toda duda que la mayoría de los que andan como Z en investigación también son unos alcornoques a la hora de transmitir conocimientos a los estudiantes. Tiene toda la lógica y todo el sentido que así ocurra, pues nadie puede dar lo que no tiene ni entusiasmarse con lo que no le gusta. Los Z suelen ser de los que se lo montan en clase a base de encargar trabajitos en grupo, exposiciones de los estudiantes y debates sobre simplezas y para ir pasando el rato. En Derecho o en disciplinas como la mía (filosofía del derecho), dígame qué profesor gasta horas en perpetrar debates en clase sobre la pena de muerte o el aborto y, sin margen de error apenas, le indicaré dónde hay un memo, un ignorante y un docente poco laborioso.
                3. Llegamos a lo que me parece más importante. La cantidad de cosas que cada persona puede hacer tiene, obviamente, un límite. Hasta el más fuerte, laborioso, sacrificado y mejor entrenado necesita dormir unas horas, comer, cumplir con determinados compromisos sociales, satisfacer algunas necesidades emocionales y afectivas, dedicar algún rato al ocio para oxigenar la mente, etc., etc. Todo eso consume tiempo. Una semana tiene 168 horas, de las que nada más que una parte podrá dedicar el investigador a la investigación.
                Juguemos nuevamente con un modelo imaginario y concentrémonos en X. De X habíamos dicho que su rendimiento investigador era de 10 (sobre 10), lo que le suponía una carga burocrática de 100 (10 x 10). Pero ahora hay que matizar mucho más realistamente esas cifras. 10 es el potencial de rendimiento investigador de X bajo condiciones ideales. Quiere decirse que si a X se le permite dedicar todo su tiempo laborable a investigar (pongamos que cincuenta horas semanales), si dispone de los medios materiales necesarios para la investigación y si tiene todo el apoyo de personal y material que necesite para que las tareas no esenciales no le consuman tiempo, X obtendrá ese resultado, 10. Va de suyo, pues, que si X debe reservar un parte notable de su tiempo, su concentración y sus energías para cosas tales como rellenar documentos, calcular ingresos y gastos, redactar explicaciones y justificaciones, manejar complejas aplicaciones informáticas relacionadas con la gestión de presupuestos, etc., X no podrá emplear las 50 horas semanales en sus investigaciones. Póngase que nada más que puede aplicar a la investigación 30 horas a la semana. En ese caso, y si entendemos que se mantiene constante la relación entre dedicación temporal y rendimiento investigador, tendremos que X ya no rendirá 10, sino 6.
                Lo que trato de mantener es que, en la situación actual en las universidades españolas (y me temo que en las de muchos países), los investigadores más capaces y más vocacionales tienen que ajustar su rendimiento a la baja, como consecuencia de que la carga burocrática unida a la investigación se incrementa en proporción superior al incremento del rendimiento investigador. Si X solo investigara y las demás cosas de carácter puramente administrativo las hiciera personal especializado en tales labores y que las universidades asignaran, la producción científica real de X sería más alta, pues a su rendimiento posible no habría que aplicarle el descuento por burocracia. Tal como están las cosas y con esa carga burocrática de los investigadores, hay una pérdida evidente de producción científica en las universidades, debida a la mala organización del personal de las propias universidades y a que se trata de instituciones absolutamente incapaces de discernir seriamente entre buenos, medianos y malos investigadores y de dar un trato distinto a cada uno de esos tipos de investigadores. Lo cual no sucede ni por azar ni porque las universidades carezcan de posibilidad o medios para organizarse de otra forma, sino por una razón infinitamente más terrible y dolorosa: porque a las universidades no les interesa seriamente la investigación de su profesorado. Digo más: la mayoría de su personal académico prefiere que se investigue menos y que no haya nadie con perfil superior en ese campo.
                Supongamos que usted, amable lector o lectora, tiene tres hijos que, además, son trillizos. Tienen diez años. Los vamos a llamar A, B y C. A es sumamente responsable y laborioso y en su colegio saca las mejores notas. B tiene un rendimiento escolar mediano, es listo, pero se esfuerza poco y, además, cada tanto organiza una buena travesura. En cuanto a C, es tan inteligente como sus hermanos, pero se trata de un pillo redomado, perezoso, mentiroso y que no se esmera ni lo más mínimo en las tareas del colegio y da pie a continuas quejas de sus profesores. ¿Trataría usted igual a sus tres hijos a la hora de repartirles regalos por sus cumpleaños, de permitirles ver la televisión más o menos tiempo, de comprarles ropas o darles algún capricho, de dejarles salir más o menos rato a jugar con sus amigos o de forzarles en casa a dedicar más tiempo a estudiar y a cumplir con los deberes del colegio? Si usted me responde que sí, que tendría con los tres el mismo trato, la conclusión es evidente: a usted le importa muy poco que sea tan diferentes la actitud y el rendimiento de sus vástagos y en el fondo le tiene sin cuidado lo que mañana vaya a ser de ellos y de su familia en conjunto.
                Bueno, pues las universidades, igual. Si en materia de investigación nos tratan a todos básicamente de la misma manera, es porque, a fin de cuentas, nuestras investigaciones les importan un bledo. No hay más tutía ni cuentos que valgan. Si las universidades quisieran maximizar el fruto investigador de sus profesores, los descargarían de las tareas administrativas relacionadas con la investigación (y con algunas otras) que, precisamente, merman ese fruto. Y si, como viene pasando, las universidades y, en general, las instituciones políticas que gobiernan la investigación, suben las cargas burocráticas de los investigadores, la conclusión se impone por sí sola, aunque suene chocante: se trata de frenar a los investigadores, y de frenarlos tanto más cuando mejores sean y mayor pudiera ser su producción. Si esto es cierto, y a fe mía que creo que lo es, requiere alguna explicación. Intentémosla ahora mismo.
                4.  Retornemos a nuestros amigos X, Y y Z. Sabemos que, pase lo que pase, Z sigue feliz en su dolce far niente o fingiéndose ocupadísimo en mamarrachadas (director del área universitaria de eventos folklóricos, miembro de cinco subcomisiones para la reforma de cinco planes de estudios, evaluador de propuestas de cursos de extensión universitaria, secretario de la delegación para la alimentación saludable en el campus…), pues nada es más sencillo en la universidad actual que fingirse o sentirse ocupadísimo mientras no se hace nada que valga la pena o tenga sentido, solo camelos y patochadas. Ahora bien, en un contexto en el que a los gobernantes de cada universidad los elige principalmente el profesorado, importa mucho establecer cuántos son los radicalmente improductivos, pues votan como los demás y su voto vale lo mismo que el de los otros. Si son mayoría, es probable que ganen e impongan a los de su cuerda.
                Lo segundo es que, como ya he tratado de exponer, por puro imperativo material, porque las horas del día y de la semana son las que son, en la práctica el rendimiento de X y el de Y se aproximan mucho, tienden a equipararse. X podría llegar a 10, pero debe bajar a 6, ya que solo así puede con la carga burocrática consiguiente. En cuanto a Y, tiene la producción en 5, pero en 5 está también su umbral de rendimiento investigador máximo. Es decir, aunque Y no tuviera faena burocrática, sus resultados no serían mejores. X tiene que investigar menos de lo que podría si no tuviera que ocuparse de burocracias, y si contara con más tiempo, mejores serían sus resultados, dadas sus capacidades. En cambio, Y está al límite de su rendimiento posible, lo que significa que aunque aplicara a investigar todas las horas que actualmente dedica a la burocracia, sus resultados efectivos no mejorarían.
                Así puestas las cosas, tenemos que la carga burocrática de la investigación no perjudica en nada a Z, pero a Y en cierta medida lo beneficia. ¿Por qué? Porque, en términos de rendimiento, resultados, prestigio científico o como queramos llamarlo, Y queda equiparado a X, ya que, vuelvo a decir, su “nota” como científico seguiría a siendo de 5 aunque no tuvieran ni él ni X carga burocrática, mientras que, sin carga burocrática, la nota de X no sería de 6, sino de 10. Los rendimientos decrecientes de la investigación sólo duelen a los buenos investigadores, no importan nada a los no investigadores y en cierto sentido benefician a los investigadores mediocres o medianos.
                5. Si algo hay de cierto en lo anterior, el fomento real de la investigación a base de facilitar en lo posible el trabajo de los investigadores y de liberarlos de labores que acortan su rendimiento posible sólo podría acontecer en una de estas dos situaciones: o que los investigadores de alto nivel fueran mayoría en las universidades o que quienes gobiernan las universidades o el personal todo de ellas tuvieran estímulos muy fuertes para proteger y primar a los investigadores más capaces.
                Imaginemos, muy simplificadamente, que los Z son el 30% del profesorado de cualquier universidad, que los Y son el 40% y los X, el otro 30%, y pongamos que, como ahora, el rector se elige democráticamente entre todos los profesores. ¿Posibilidades de que triunfe un candidato a rector que proponga que los X reciban apoyo especial para que puedan ampliar sus logros en investigación y estén exentos de papeleos? Ninguna posibilidad real. Los Z votarían masivamente en contra por despecho y porque preferirían que tales costes se aplicasen a subvencionar cafeterías en el campus o a pagar cursitos para dummies y cretinos, y los Y se opondrían porque no querrían tales subdivisiones por arriba.
                Podríamos pensar que ese candidato a rector sí ganaría si su propuesta de descarga burocrática a base de poner medios especiales no favoreciera solamente a los X, sino también a los Y. Pero creo que no vencería tal candidato, pues si todos estuvieran por igual liberados de burocracias, los X llegarían al 10 y se haría patente que a los Y su valía no les permite ir más allá del 5. Los gatos pardos prefieren la semioscuridad que hace a todos de su mismo color.
                Esa tremenda atadura que asfixia toda posibilidad de que en las universidades se investigue más y mejor cambiaría si cada uno de los que en las universidades trabajan se jugara algo. Si a todos, desde los Z hasta los X, se les subiera más el sueldo cuanto mejores fueran los resultados globales de la investigación en esa universidad, seguramente todos admitirían que se estimulase especialmente y se dieran particulares facilidades a los que más pueden hacer que aumenten esos resultados. Otro tanto pasaría si acabasen cobrando menos los de las universidades en las que proporcionalmente menos investigación se produzca. Si las universidades estuvieran primadas y recompensadas en función de la investigación que hagan y si entre ellas pudieran competir para captar a los mejores investigadores a base de ofrecerles mayores sueldos y mejores condiciones de trabajo, habría una buena razón para que nadie quisiera ningunear en la universidad suya a los más.
                El funcionamiento y los resultados de una institución están determinados por la combinación de unas pocas variables: qué estímulos o incentivos, positivos o negativos, tienen los que las dirigen, cuáles tienen los que eligen o controlan a quienes las gobiernan y cuáles son los incentivos y estímulos que afectan a los que en ellas trabajan. Todo ello depende de las regulaciones, depende de normas que en su parte más importante son jurídicas. Cuando una institución, a todos esos efectos (incentivos para los gobernantes, incentivos para los que los escogen e incentivos para cada uno de los que tienen una tarea remunerada dentro de la institución), se convierte en rehén de su propio personal y su propio personal se mueve por propósitos individuales opuestos a los fines teóricos que justifican la institución (y el gasto que la institución supone), tal institución está abocada a una muerte lenta que empezará por la huida del mejor personal, sea el que tiene o sea el que podría tener. Es el caso de la universidad española (con unas poquitas excepciones quizá, no digo que no). RIP.