Circula un manifiesto de intelectuales de
“izquierdas” en contra de la secesión catalana que quienes ni somos
intelectuales ni de izquierdas saludamos con el mayor de los gozos aunque
lamentamos lo que han tardado estos sabios / sabias en caerse del guindo. ¿O no
recordamos que intercambiar besos y zalemas con los nacionalistas ha sido,
durante decenios, “tener cintura”? ¿no era el tacto de codos con ellos vivir
bajo el sol del progreso, fuera de la caverna?
Mas demos la bienvenida al lugar en el que tantos
duros de mollera y rudos intonsos llevamos ya instalados hace tiempo.
Lo divertido es la seriedad con que estos abajo
firmantes se califican “de izquierdas” exhibiendo en el trance la gravedad de
quien dirige una ceremonia litúrgica. He oído a algunos de ellos en las radios,
personas que merecen -y esto lo digo sin ironía alguna- el mayor respeto
intelectual por sus escritos. Y la pregunta es ¿cómo es posible que tales
individuos, alicatados de lecturas, sigan poniendo unos mojones tan simplones
en el pensamiento político? ¿No son conscientes de que esos marbetes no son más
que añagazas usadas por los dirigentes de algunos partidos para retener unas
clientelas capturadas por embelecos?
Hubo un tiempo, hace poco, en el que la línea
divisoria entre la derecha y la izquierda consistía en defender que el barco
“Prestige” tenía que haberse colocado en esta o en aquella posición marina pues
de la contestación dependía ser recibido con alborozo entre los progresistas o
expulsado a las tinieblas, allá donde anida el atraso. Parecidos dislates han
sido, entre otros, los debates en torno a la prolongación de la Castellana en
Madrid, la prórroga del contrato del Mobile World Barcelona, el rescate de
algunas concesiones, las procesiones de Semana Santa o las corridas de toros.
Ocasiones todas ellas para que papanatas diplomados hayan establecido fronteras
electrificadas entre esos mundos, para ellos excluyentes e incompatibles, de la
derecha y la izquierda.
Puros disparates de simplificación que tienen
únicamente de bueno el hecho de devolvernos a la adolescencia, ese tiempo en
que nuestra vida la envuelve una nube de credulidad e ilusión.
A Miguel Mihura le dieron mucho la tabarra con este
asunto porque se le tenía por un señor de derechas que, sin embargo, había
escrito los “tres sombreros de copa”, una obra revolucionaria. Por eso, harto
de la majadería de sus entrevistadores, solía contestar que “era de derechas
por la tarde, cuando leía el ABC, y de izquierdas por la mañana, cuando acudía
a su casa un obrero a arreglar algo”.
¿No se ve que es muy fatigoso ser todo el día, sin
descanso, de uno o de otro bando? ¿sería mucho pedir a los intelectuales del
manifiesto que nos permitan consoladores respiros para aliviar la rigidez
ideológica? ¿Es que no es posible practicar la travesura y cruzar brincando las
barreras que nos ponen -envueltas en sus saberes- y que son grilletes en
nuestras cabezas? ¿no podemos, como quería el poeta, “bogar en incendios como
en mares, segar mares como trigales”?
Estos sabios me recuerdan al vegetariano que hace de
su animadversión a un muslo de pollo la prisión de su vida.
Yo me quedo, muy al contrario, con el consejo que me
dio don Francisco Grande Covián un día aromado y armonioso de verano en el
Palacio de la Magdalena de Santander: “coma usted de todo un poco y su vida
será un brindis diario a la sensatez”.
¿No es un buen menú para el intelectual abajo
firmante?
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