24 noviembre, 2005

Hay esperanza, pero lejos.


No dejo de sorprenderme. Y no es que sea yo novato en estas lides. He cruzado el Atlántico alrededor de cuarenta veces para dar clases o conferencias en universidades e instituciones de gran parte de Iberoamérica. Y en esto que me asombra apenas hay diferencias en los países que he tenido la fortuna de recorrer. Acabo de vivirlo de nuevo en Brasil. Es tan fuerte el contraste con lo que ocurre en España que parece irreal lo de aquí.
Con tanto misterio me estoy refiriendo a la actitud de los estudiantes. Y cuando digo estudiantes incluyo no sólo a los de grado, que hacen aún su carrera, sino también a los profesionales (jueces y magistrados, abogados, funcionarios) que se matriculan con voracidad en todo tipo de cursos. Podría contar docenas y docenas de experiencias, y todos los colegas que han estado por aquí regresan repitiendo lo mismo. Pero utilicemos el ejemplo de hoy mismo. Seis horas de clase en un sólo día para un grupo de estudiantes, de grado, maestría y doctorado, todos juntos. Para colmo, muchos no hablan español y yo no hablo portugués. Así que les tocó soportarme en español, aunque procuraba hablar menos rápido de lo habitual. No importa. Aguantan lo que les echen. No se van, no se duermen, no bostezan, no ponen malas caras. Al contrario, andan todos ansiosos por levantar la mano, por preguntar, por participar, por dar su punto de vista. Después de las seis horas aún hacen cola, al acabar, para plantearle dudas al profesor y, para mayor asombro, pedir indicaciones bibliográficas adicionales, con las que profundizar en lo tratado.
Tienen auténtica sed de lectura, ansiedad bibliográfica. Si le ven a uno algún libro que se trajo para leer o refrescar cosas, se abalanzan en masa para pedir por favor, que se les preste, que se les permita al menos fotocopiarlo. En la comida me rodearon y no me dejaron ni enterarme de lo que estaba engullendo, tanto era su afán por solicitar aclaraciones y nuevas explicaciones. Uno de esos estudiantes de maestría, de veintitrés años, acaba de traerme en coche al hotel. Tan enternecedor y fantástico como terrible. Casi me mata, después de todas esas horas, a base de explicarme cuánto había leído él de Habermas y cómo lo interpreta. ¡Veintitrés años! A esa edad la inmensa mayoría de los estudiantes españoles (y que me disculpe la escueta minoría) no lee ni el periódico. Si acaso, un vistazo por encima al Marca, pues conviene estar al día de si a Ronaldo le ha salido un forúnculo o a Etoo una fístula. Más para qué.
En mi área en la Universidad hay seis mil libros de mi disciplina, de lo que yo explico a mis alumnos. Llevo diez años en esa Universidad. Ni uno ha caído por allí ni una sola vez para pedir un libro, ni siquiera para ojearlo. Antes les invitaba a hacerlo. Ahora me corto. Es difícil soportar esa mirada entre irónica y escéptica cuando se les dice que por qué no leen algo al margen del examen y que no cuente para notas ni historias. Con lo que tienen que hacer, por dios, cómo se te ocurre. Leer. Bastante tenemos con estar al tanto de la Campions.
Más allá de los juicios particulares sobre personas y situaciones concretas, parece bastante claro que el juicio de la historia va a ser implacable con nosotros. Nos van a devorar, nos van a superar, nos van a desbordar. Es justo y necesario. Si queremos renovación, inventiva, inquietud y progreso no nos quedará más remedio que abrir las fronteras y dejar que entren éstos de aquí. Eso o la decadencia más aplastante.
Algún estudiante me replicará que soy un prejuicioso o que les tengo manía. Mis estudiantes saben que no, que todo lo más soy algo visceral, pero que nada tengo personal contra ninguno. Pero digo yo que la compasión es un sentimiento que tiene algo de noble. Y siento compasión por ellos y la pobre vida que les espera, y eso aunque una minoría se hagan ricos a base de pelotazos o de las rentas heredadas. Pero no hablamos de dinero, hablamos de vida, de inquietud, de capacidad de disfrute, de espíritu de aventura, de esas cosas que se aprenden en los libros y se viven, que se viven y se recrean en los libros. De esas cosas que se pierden para siempre cuando el culo ha tomado la forma y la textura del sofá y uno sólo se interesa por las gilipolleces de Salsa Rosa y similares. Y siento compasión de mi, entregado a la más inútil de las profesiones que hoy existen.
Pues eso, que el estudiante anónimo que me va a poner verde por contar esto procure no hacer muchas faltas de ortografía. Y no va por ti, anónimo oficial de este blog, pues aunque uno discrepe radicalmente de muchas de tus cosas, tienes a tu favor el haber sido el único estudiante que en los últimos años ha hecho algo más que vegetar en esa Facultad de nuestros pecados.
Y otro día hablamos de los profesores, por supuesto que sí. No será mucho más halagüeño el diagnóstico. Pero, entretanto, evitemos la falacia de tu quoque o "y tú qué", que consiste en justificar lo que uno hace mal con el argumento de que igual de mal están las cosas que hacen otros. Esa sociedad de excusas mutuas entre profesores y estudiantes es un engaño que no debemos tolerar más. Que cada palo aguante su vela. Y leña por doquier.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Ante todo muchas gracias profesor por valorar mi actitud ante el estudio, permítame no obstante defender a algunos de los compañeros con quien he tenido el placer, el honor y la fortuna de compartir y competir en mi formación de eterno aprendiz de jurista (eterno porque siempre hay algo que aprender en el mundo del ordenamiento jurídico español).
Nuestra querida facultad de Derecho de León es exigente y no creo que sea justo minusvalorar el esfuerzo de aquellos estudiantes que forman parte de lo que yo he venido a llamar el "feudalismo intelectual", es decir, un conjunto de alumnos competitivos y de expediente, que a base de competir hace que el nivel de clase suba porque al competir se implicaban en el estudio, bien es cierto que ninguno era de subir a los despachos, ni de consultar demasiada bibliografía que no fuera el manual recomendado por el docente de cada asignatura, ahora bien, ese manual en concreto se lo comían.
Y las clases en las que el docente no se limita a caer bien al alumno daba gusto, porque bien es cierto que la primera pregunta del profesor procuraba responderla yo (con mayor o menor acierto)para romper el hielo, pero acto seguido ya se generaba el efecto "y yo más que este viejo" y al que más pudiera, con lo que se lograba una armonía difícil de conseguir : enemigos en el aula y gross coalition en los pasillos y doy testimonio que en mi corrillo de la facultad (ausente la izquierda) llegó a no hablarse jamás de fútbol y siempre algo de Derecho y de política.
Quizás en filosofía del Derecho nos ganen los brasileiros, tal vez, quizá en elocuencia y oratoria, tal vez, pero apostaría el cuello (me gusta el riesgo)a que no serían capaces a delimitar el concepto de responsable del tributo o la justificación de esa figura mejor que un alumno de la facultad de León, o no se que tal les iría tratando de justificar que el sistema de atribución de competencias y el modo de su ejercicio, por parte de las Corporaciones locales , sólo puede entenderse conerctado con el principio democrático, ...
lo siento, tengo que cortar el rollo, me llama la patria

Lorenia dijo...

Estudié más o menos dos semestres de universidad en México y en EEUU, y toda mi carrera en España, y, ¿sabe? Hay más entusiasmo en las aulas en EEUU. Flipante. No es tan sólo desalentador para los maestros, sino también para los alumnos. Yo estaba acostumbrada a clases donde participas, preguntas, discutes, e incluso tienes el atrevimiento de poner en duda lo que te están lanzando los profesores. Y en España, todos se sentaban, callados, simplemente a hacerse los que estaban escuchando, mientras oían su minidisc a escondidas o leían la Cosmopolitan de ese mes. Hasta incomodaba alzar la mano, opinar, quedarse después de clase, porque, ¡vaya bicho raro que se queda más tiempo de lo justo y necesario!

No era ni la más inteligente ni la más simpática; sin embargo, siempre fui la "consentida" de mis profesores. Y creo que nunca me había puesto a pensar en el por qué, simplemente me auto-halagaba pensando que tenía una madurez más allá de mis años o un espiritú "mayor".

Gracias por aclararme con esta entrada que simplemente era por tener entusiasmo y por mostrar interés en lo que intentaban enseñarme. :P

Anónimo dijo...

Profesor, quizás el asombro (decepción) que manifiesta se debe a las distintas culturas que usted está comparando. Aquí me estoy columpiando, puesto que no conozco Brasil, ningún país de Sudamérica. Pero sí que conozco algo más este trozo de península en el que estamos (y nada de llamarle patria ni chorradas similares. Anónimo tú a tu casa le llamas hogar, no por el hogar en el que está ubicado, sino por lo que allí dentro tienes y para ti representa, pero da igual que sea en León o Casablanca).
Aquí, es posible que el problema no esté solo en nosotros mismos (estudiantes), sino en la mala formación que nos ha llevado a estar aquí. Me explico, hay mucha gente que tiene la FALSA opinión que "la universidad es una continuación del instituto". Entiendo que este pensamiento erróneo se debe a una mala formación del instituto, quizás los bachilleratos de hoy en día, "preparan" a todos los alumnos para la universidad, sin preguntarles qué es lo que quieren cursar, o si realmente saben lo que quieren hacer. Existe muy poca información (previa) en general: poca información acerca de las carreras que podemos realizar en nuestra ciudad..., con nuestro bachiller, qué nota piden para entrar en las distintas facultades... Pero es que aún hay menos información de los módulos profesionales que hay después del bachillerato. Y por supuesto nada hay de las oposiciones de grupo C, que no están del todo mal, sobre todo para el nivel académico que exigen. Creo que esta sea una de las razones por las hay tanto fracaso en la universidad. Conozco muchos casos de gente que ha dejado la carrera pensando que era "otra cosa", y se ha puesto a hacer otra (universitaria o no) en la que han finalizado con "exito", pero también a la inversa, primero realizan un módulo profesional y después continúan con una carrera superior de la misma rama, con lo cual con la titulación superior al ser de la misma rama anulan el módulo realizado, perdiendo igualmente tan preciados años de juventud.
Después hay otro grupo muy numeroso, que no ha accedido al estudio de esta carrera por "vocación", sino porque no había otra cosa en León, no le llegaba la nota para otra carrera... quédándoles la única esperanza de acabar la carrera para olvidarse cuanto antes de este mundo jurídico y tener acceso mediante el título a un trabajo que no les cree complicaciones y les permita disfrutar de lo que realmente les gusta (lo que sea menos derecho).
Estas diversas situaciones o circunstancias, considero que son muy tristes y gran parte de culpa se debe a los orientadores que hay en los institutos (ay!! pero si no hay ninguno, pues entonces va a ser eso).
Respecto a los que sí hemos sabido lo que queremos, y aún así, no mostramos ese entusiasmo de nuestros compañeros sudamericanos, supongo que se deba a muchos motivos, uno de ellos puede que sea, la escasa ambición, hay mucho conformismo entre nuestros compañeros. Aquí discrepo en parte con el Anónimo, sí tiene razón que hay cierta competencia entre nosostros (aunque parezca incongruente lo que estoy diciendo, no lo es). Pero esta es una competencia insana, de ser mejor que tú, simplemente por envidia, aunque no me guste nada en lo que estoy compitiendo, quiero esforzarme por ganarte, me da igual qué materia sea y hasta donde llegue, como bien dice: solo se comen el manual de turno de cada asignatura. Eso para mí no es la verdadera competencia, ésta es cuando tenemos la ambición y las ganas de aprender más del que nos ha enseñado, porque no estamos del todo de acuerdo con él, y queremos saber más que él para rebatirle, o porque nos ha ofrecido el dulce de la curiosidad y queremos saber todo acerca de tal materia (esta por desgracia es la que escasea, y se ve en contadas ocasiones). Aún así, es posible que en estos 10 años no haya encontrado ninguno con tales características. Yo le aseguro primero por mí, y segundo por alguno de mis compañer@s, que sí existen alumnos que se apasionen con ciertas materias. Quizás, no en su asignatura, no en su área, o no en la facultad, quizás. Pero "haberlos hailos", supongo que no todos los seres humanos reaccionamos igual y nos expresamos de la misma manera manifestando nuestro entusiasmo por "X" materia acudiendo a la biblioteca del área. Puesto que hay otras muchas bibliotecas, y más aún, hoy día con las posibilidades que nos ofrece internet a la hora de compartir (y no robar) información. Por otro lado, es posible que nos interese más los profesores de fuera que los que vemos a diario (esto ocurre en muy diversos sectores de nuestra vida, es curioso). En mi caso hasta que no me fui fuera a un Congreso de una determinada materia (y no hizo falta ir muy lejos), no comencé a disfrutar con ella. No creo que en la materia objeto del congreso, fueran mejores profesores de los que tenemos aquí (aunque por supuesto fueron auténticos maestros). Fue a partir de ahí, cuando comencé a apreciar este mundo y quizás a admirar a alguno de los profesores que lo integran (tanto algunos que escuché allí, como algunos [pocos, eso sí] que me han impartido aquí).
Por último, no estoy de acuerdo con usted, profesor, que tenga una de las profesiones mas inútiles, aunque sí de las mas ingratificantes. Fuí alumno suyo de Filosofía el curso pasado (y a riesgo de ser pesado, pelota, y demás lindeces, que por otro lado me da igual), me hizo abrir la mente de nuevo (la primera fue en el Congreso) y ver el mundo jurídico de otra manera, es verdad que hubo muchos de mis compañeros no entendían esa forma de dar clase (como parece que está ocurriendo este año), aún así es uno de los profesores con los que más he aprendido; y aprender no significa saberse un artículo de memoria, puesto que eso es estudiar como un loro, me refiero a su significado más abstracto.
Sin embargo, nunca he ido a pedirle un libro (ni a ningún otro compañero de profesión), y a riesgo de ser osado, creo que es porque no lo he necesitado. Puesto que he considerado suficiente los libros y materiales que aconsejan en sus clases, junto a los que en la búsqueda de tales libros descubres pululando por internet o en las bibliotecas; para los fines que me he marcado, que no son otros que profundizar exclusivamente en aquello que me interesa y me gusta; mi intelecto y mi tiempo de estudio=trabajo no da para más.
Releyendo esto para que quede bonito, me acabo de dar cuenta el rollo que he soltado, suscitándome la duda, si todo esto viene a cuento, pero bueno, ahí queda, que me he quedado muy a gusto.
Por cierto, es la primera vez que escribo; enhorabuena por el blog profesor.

Anónimo dijo...

Será verdad, sin duda, lo de los seis mil libros y lo de la nula consulta por parte de los estudiantes, pero recordando mis tiempos de tal (en Oviedo) creo que subí muy pocas veces a un departamento, con ocasión de contadas prácticas.
Creo que, en particular, en materias tan áridas como la Filosofía del Derecho o el Derecho Natural, tan áridas a los veinte años, es más que suficiente con el manual (en aquellos tiempos el de Maciá -imagínese la clase por el prof. Barrio, que me daba por las tardes- o los apuntes de Roldán). Creo que es un factor a tener en cuenta.
Posiblemente esté relacionado con el hecho de dar esa materia al inicio de la carrera y no al final, cuando por tener más conocimientos del derecho positivo, se pueden entender mejor los principios, dicho sea en términos no técnicos.
Es posible que a un estudiante de Derecho, en un principio, le importe poco el mundo de los valores (dicho sea en términos neutros) y sí más el derecho positivo. A lo mejor, andando el tiempo, le coge el gustillo a los fundamentos.
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Enhorabuena con el blog, con cuyo contenido me siento identificado: también mis padres tuvieron vacas y nací en casa con agua corriente pero sin ducha hasta que a los diez años nos cambiamos a otra. Hasta entonces valía con el balde aquel de latón o de no sé qué. Y la sensación de las sábanas frías en invierno, y otros muchos aspectos con los que me siento identificado. Y el año pasado también mi hija estuvo en un país nórdico con un Erasmus.

Anónimo dijo...

muy buena reflexión teté, muy bien expresada y sin victimismos, una visión personal muy válida.
Te diré no obstante, que yo no percibí que la competitividad por destacar en el estudio se realice exclusivamente por fastidiar a nadie, sino porque te obligan los otros compañeros y tal vez si meditas largamente puedas ver que la competitividad en el aula sirve para profundizar en el estudio aunque sea sólo de un manual, la crítica y el desacuerdo en la opinión con el docente tampoco tiene que producirse en el aula necesariamente.
teté, me concederás que la patria para tí pueda ser una chorrada y que tu hogar se encuentre en Casablanca o en León, pero deja que sea yo quien decida lo que es para mí la patria y que jamás en mi puta vida desee establecer mi hogar en territorio moro, me podrías argumentar que yo no leo , ni veo el futuro y que que se yo dónde darán mis huesos de aquí a x, pues te diré que prefiero vivir debajo de un puente y comiendo y cenando sopa de centeno en ESPAÑA que ser califa en Rabat o en alguna morolandia, para mí ser español es más grande que un expediente con todas matrículas que es lo que sueño todas las noches que traen mis hijos en la mano, un expediente con todas matrículas.

Anónimo dijo...

Anónimo, no te puedo conceder nada, porque no soy quien para conceder nada a nadie. Aunque me disgusta (y no te creo) que prefieras vivir debajo de un puente a vivir en Casablanca o donde sea, es posible que lo pienses convencido, pero, si llegado el caso tuvieras que elegir, te tragarías tus palabras, pero bueno esto es lo que yo creo y como era una comparación (y cada uno, somos como somos), no le voy a dar más importancia de la que tiene.
Si me gustaría que me explicaras qué es para tí ser español, y que diferencia en tu respuesta habrá si se lo pregunto a un Sudafricano que significa para él pertenecer a su país?

Anónimo dijo...

Bueno teté si no eres concedente, déjame al menos seguir a mi gondi con mi patria.
Respecto a tu comentario de tragapalabra, me he visto ya en situaciones que era mejor para mi "cantar", ya sabes, colaborar con la justicia y las fuerzas del orden y no me tuve que tragar ninguna palabra, simplemente no las dije, ni por las buenas ni por las malas y las malas eran jodidas teté.
Lo de que es ser español para mí : es lo máximo, vas como con el pecho de romano por la calle, te sientes muy bien aunque estés en situaciones desagradables, como si cada día se enamorase de tí una mujer y te quisiese muchísimo, lo mismo que tú a ella, ... pero esto me pasa sólo a mí teté, que tengo el fascismo subido a la chepa, para un Sudafricano ni se si será lo mismo que para mí, ni me importa, ni me interesa ... ni quiero saberlo.