03 noviembre, 2005

Las naciones las miden los herreros. Y las riegan los zapateros.

Allá por el 26 de septiembre Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, padre de la Constitución, pero que ha cedido la custodia de la misma y ya no le pasa ni pensión de alimentos, declaraba al periódico La Nueva España, de Oviedo, lo siguiente:
“Tener, como Asturias, una acusada identidad territorial por razones geográficas, históricas y culturales no implica que esas identidades se vivan al margen de España. A mi juicio, sin embargo, sí hay autonomías que tienen identidad nacional propia. En ese caso estarían Cataluña, el País Vasco, Navarra y probablemente Galicia”.
Confieso humildemente que esas palabras me quitaron el sueño un par de noches. Como asturiano de nacimiento y corazón que soy, me enteré de que mi identidad y la de mis paisanos es mera “identidad territorial”, eso sí, “acusada”. O sea, que de las identidades territoriales, de las que más. ¿Cómo serán –me preguntaba en mis desvelos- las gentes que no tienen identidad territorial, o que la tienen pequeña? Y hasta pesadillas padecí, imaginándome pueblos enteros de sujetos pálidos, mustios, alicaídos, tipos que ni fu ni fa, monigotes sin sustancia, maniquíes con derecho de ciudadanía por pura caridad, personajillos de segunda-b. O como angelotes, todos orondos y rubicundos, pero todos iguales y sin pito, por no formar parte de alguna identidad nacional que pite. Pobrecillos. Pensaba en los sorianos, sin ir más lejos, y se me saltaban las lágrimas. O imagínate cómo se sentirán los de Las Navas del Marqués y qué pensará el tal Herrero de ellos. Yo creo que si se topa con uno ni lo distingue, lo tendrá por mero adorno del paisaje. Pero qué paisaje, ahora que recapacito, pues si no tienen ni identidad territorial, digo yo que será porque no están siquiera en tierra alguna, son evanescentes, fantasmas desarraigados, ánimas en pena del purgatorio de los apátridas. Pues identidad nacional castellana no van a tener, o parte de la nación española tampoco van a ser, ya que Herrero se habría dado cuenta de inmediato y los habría mencionado entre los que tienen identidad nacional o identidad territorial, que esto último debe de ser algo así como que no te toca el gordo pero te cae una pedrea.
Ya soy también castellano de adopción (bueno, en sentido muy lato, si prefieren soy leonés, que es otra cosa allá por la parte donde León se parece Asturias, pero sin ser tampoco Asturias. Tengo que repasar mis viejos apuntes de metafísica el próximo fin de semana) y si me imagino castellano (que no lo soy, insisto, pues nací en Asturias y viajo mucho) me veo preguntándome por qué Castilla no tiene identidad nacional ni territorial acusada. Repaso y repaso y voy viendo la luz: pues por qué va a ser, porque Castilla (o León, rediez) no tiene lengua propia (bueno León sí, eso nadie lo discute), ni historia particular, ni cultura que la identifique, ni derechos de antes que resuciten ahora en esa cosa zombi-jurídica que se denomina derechos histéricos (¿se me deslizó una errata? Ay, los duendes de la imprenta), ni ná de ná. Aquí no pasó nada nunca, esto siempre fue un desierto sin gente, pues la que hay levita, es extraterritorial, ahistórica y abstracta, gaseosa, ni chicha ni limoná, aguachirles.
Así que repasemos. En esto que llaman el Estado español conviven tres tipos de seres. Los totales o fetén, que participan de identidad nacional propia. Herrero ya ha comprobado que ésos están en Cataluña, el País Vasco y Navarra. De los gallegos aún no está seguro, como hemos visto en su ilustrativo párrafo, y se ve que todavía habrá de hacerles algunas pruebas más. Quién sabe qué tendrá que mirarles para decidir su definitiva clasificación, pero por si acaso que vayan mudados.
Luego aparecen los mediopensionistas, los que pululan entre Pinto y Valdemoro, aunque precisamente por donde esas localidades no hay ni uno. Me refiero a los que, como los asturianos, no son nación pero tienen identidad territorial acusada. ¿Esto cómo lo explicamos? Pues podríamos llamarlos los cuarto-y-mitad, o los demediados, como aquel Vizconde de Italo Calvino. O tal vez son como centauros, una mitad humana y la otra de plastilina, yo qué sé.
Al fin y al cabo, de qué se quejan. Que reparen en los otros, los sin tierra, los fantasmas sin identidad, i castrati, y verán cómo se consuelan. Un madrileño, por ejemplo, figúrense, qué va a reclamar, cómo va a pretender autodeterminación, autogobierno, transferencias o derechos si no tiene identidad, si es un cero a la izquierda (?). Cómo va a tener derechos lo que no tiene identidad. ¿A quién nombramos titular de un derecho del que no posee sustancia ni nacional ni territorial? Así que chitón y que se callen.
A todo esto, el tal Herrero de Miñón nació en Madrid, según se señala en una buena página de euskalnet.net que cuenta algo de su vida y recoge muchos de sus escritos periodísticos. Figúrense lo que sufrirá este hombre, todo el día calibrando, untando y afilando las identidades de los que la tienen y viendo que él mismo no da la talla ni posee esa sustancia tan buena, repitiéndose todo el tiempo aquello de no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir ni ser feliz es mi color de identidad. Ah, cuánto dolor causa el destino a algunos al repartir las identidades. Aunque vaya usted a saber. He oído que el señor Herrero de Miñón casó con vasca y a lo mejor tenemos que la identidad nacional también se pilla con la cosa del himeneo, como tantas otras cosas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La parte que corresponde a las naciones las miden los herreros, increíble la ironía y las risas.
Me he quedado con ganas de la parte ... y las riegan los zapateros.