30 septiembre, 2005

SOBRE INMIGRANTES, COSMOPOLITAS, NACIONALISTAS Y CARADURAS.

A raíz de las avalanchas humanas en Melilla y Ceuta hay en la blogsfera revuelo de voces que se indignan ante el hecho de que las fronteras, con sus vallas y alambradas, sean la barrera que impide a los pobres y desgraciados africanos entrar en nuestro mundo opulento. Por las dudas, y para anticiparme a posibles malentendidos, aclaro que servidor hace tiempo que publicó en revista sesuda un artículo en defensa de la supresión paulatina de los Estados-nación y las fronteras y en pro de una república mundial con igualdad y pan para todos. Esto, por si no me explico bien en lo que viene a continuación. Conste que mis simpatías todas están con el universalismo cosmopolita. Abajo, pues, las fronteras... y las naciones.
En la filosofía política de las últimas décadas la discusión, a escala mundial, tiene sus dos polos principales en dos posturas opuestas, la nacionalista o comunitarista, por un lado, y la cosmopolita o universalista, por otro. Para simplificar, hablaremos aquí meramente, y sin más matices, del debate entre nacionalistas y cosmopolitas, y trataré de mostrar con brevedad lo mucho que se relaciona ese debate con estas discusiones sobre la inmigración. Y cuánto de contradictorio o paradójico hay en la postura de muchos que se dicen progresistas y defienden postulados entre sí incompatibles.
Las doctrinas nacionalistas son antiindividualistas, no en el sentido de que no valoren al individuo, sino porque entienden que lo que a cada sujeto individual le da su ser social, su personalidad, su identidad, sus convicciones y sus valores es el grupo cultural en el que nace y vive. De manera que si las señas de identidad de ese grupo se pierden o se reprimen, el individuo queda como un ser desarraigado y anónimo, vacío, sin peso ni referencias. Por esa razón, junto a los derechos individuales y a su misma altura (y muchas veces en conflicto con ellos), estarían los derechos colectivos, ya sean de cariz político, como el derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones, ya de cariz cultural, como el derecho del grupo a usar y fomentar, y hasta imponer, el uso de su lengua propia en su territorio, etc. Este modo de pensar suele ir unido a algún grado de relativismo cultural, doctrina ésta que mantiene que no hay parámetros valorativos universales, que no es posible una ética universal o un patrón universal de justicia, pues cada pueblo y cada cultura tienen en todo eso sus propias convicciones, asentadas en su historia y en sus tradiciones, y que todas esas convicciones son igual de respetables y merecedoras de protección. Esto se hace particularmente relevante a la hora de preguntarse si hay derechos humanos individuales universales (por ejemplo la no discriminación de la mujer, la libertad religiosa, etc.), esto es, que en todo Estado deban respetarse y que la sociedad internacional deba tratar de imponer a todos, por medios pacíficos o, incluso, con algún grado de coacción violenta.
Pues bien, los nacionalistas no pueden ser demasiado críticos con la idea de frontera, con la diferenciación de derechos entre nacionales y extranjeros y con los frenos a la inmigración. Para ellos el Estado-nación es algo central e irrenunciable. Tiene que haber Estados, cada uno de los cuales debe encarnar, idealmente, la organización jurídico-política de una nación, una nación con su lengua, su idiosincrasia, sus gustos, sus valores, su folclore, etc. Y entre los deberes primeros de cada Estado nacional está la protección de sus nacionales frente a los que no lo son, por un lado, y, por otro, la salvaguardia de las señas de identidad colectiva (lengua, folclore, religión...). Esto último requerirá poner límite al número de los que de fuera, los no nacionales, pueden entrar y restringir también la libertad con la que esos foráneos puedan vivir en territorio “nacional”. Por eso el texto del Estatuto catalán, aprobado ayer mismo en el Parlament, reserva para Cataluña la competencia para regular el número y origen de los inmigrantes que podrán instalarse en aquella “nación”.
Por lo dicho, si uno simpatiza con esa filosofía nacionalista y comunitaria, tendrá que estar en contra de la supresión de las fronteras y de la irrestricta libertad de tránsito para los que vengan de otras culturas, con otras lenguas y con diferentes valores, y ello por la amenaza que suponen para la integridad espiritual y cultural de la nación a la que entran. Si se considera que las naciones son importantes y que la forma política mejor es la del Estado-nación, habrá que oponerse a la eliminación de las fronteras y a la libertad de movimientos de los que quieren entrar. Considerar que es bueno que las naciones se autodeterminen y se autogobiernen como Estados y, al mismo tiempo, pensar que se deberían abrir las fronteras a los pobres que vienen del otro lado es una forma de esquizofrenia teórica que lastra la práctica actual de muchos que se tienen por progresistas.
Por contra, las teorías universalistas proclaman que no hay valor grupal o comunitario que sea superior y pueda imponerse al individuo, que la libertad individual y la vida plena de cada sujeto son valor último y que todos los seres humanos, sea cual sea su raza, género, idioma materno, religión o lugar de nacimiento, deben tener garantizado, y garantizado por igual, el disfrute de sus derechos básicos: vida, integridad, libertades, educación, alimento, sanidad, etc. De ahí que el ideal de estas posturas sea el de un Estado mundial que tenga por norma básica el respeto de los sujetos particulares y sus derechos fundamentales, y que el Estado-nación aún subsistente se vea como un resabio del pasado y una rémora que paulatinamente hay que ir superando y dejando atrás. Secuela de esto es la insistencia de los universalistas en que el Derecho internacional y la sociedad internacional asuman cada vez mayores competencias, en detrimento de los Estados y en pro de los individuos. Consiguientemente, desde la óptica universalista y cosmopolita se ve con muy malos ojos el que un español o un catalán tengan determinados derechos o disfruten de ciertas ventajas por el hecho de ser español o catalán, y que, por lo mismo, se prive de tales bienes a los nacidos fuera del respectivo territorio nacional, por ejemplo a los subsaharianos, y, dentro de poco, a los cacereños o salmantinos.
Así pues, si uno considera que lo progresista es suprimir las vallas fronterizas y permitir que los inmigrantes entren sin traba, está manifestando un planteamiento cosmopolita y universalista, y deberá, si es que algo le importa la coherencia, entender que el nacionalismo es profundamente reaccionario, ya que frente a la igualdad de todos proclama que los nacionales deben tener más derechos, y frente a la libertad de movimientos defiende que no se deje pasar a tantos como para que puedan disolver las esencias grupales nacionales o poner en peligro la buena vida de “los nuestros”. Bien claro lo expresaron, no hace tanto, la señora Ferrusola o don Heribert Barrera –y si no lo recuerda usted, amable lector, pinche en el link de su nombre y vea, vea-.
O suprimimos las fronteras para hacer del mundo un territorio único bajo el imperio de la libertad y la igualdad o mantenemos el Estado-nación, con sus fronteras bien defendidas, para que se realice y florezca dentro de ellas el espíritu de cada pueblo y su identidad colectiva. Lo que no se puede es querer las dos cosas al tiempo, que es tanto como estar en la procesión y repicando. Deberían los psiquiatras tomar la iniciativa y echarnos una mano. Soñar simultáneamente con la alianza de las civilizaciones y con la eclosión de nuevas naciones-Estado es indicio de desarreglo psicológico y promiscuidad ideológica. O de una cara más dura que el cemento.

LOS ASESINOS QUE AMAMOS


¿Acaso no habría que pedir perdón? ¿Han cumplido ya con alguna penitencia todos aquellos intelectuales que babearon ante asesinos patológicos como Stalin o Mao? ¿Han reconocido ya que el Libro Rojo estaba hecho del rojo de la sangre de miles de inocentes?. Porque afortunadamente los secuaces de Hitler han ido recibiendo lo suyo, al menos en forma de rechazo y desprecio por lo que hicieron. Pero, ¿y éstos?
No son cosas mías, no. Veáse la portada del Spiegel de esta semana, con un título que lo dice todo: "Mao, anatomía de un asesino en masa". Y me permito incluir aquí mismo el mensaje que me acaba de enviar un querido amigo:

Veo la portada del Spiegel de esta semana que lleva el siguiente titular: “Mao, Anatomie eines Massenmörders”. ¡Quién me lo iba a decir en el 68 cuando vivía yo en T. y tenía que aguantar al progre de la época con el libro rojo a cuestas! Recuerdo a un cretino que estudiaba derecho llamado P. y a otros pero sobre todo recuerdo a mi amigo J., a la sazón estudiante por allí como yo. Recuerdo asimismo a un obrerete que me invitó a dar una charleta en Stuttgart en un medio obrero: ¡la bronca que me echó al volver -en su coche- a T. porque yo me había expresado como un revisionista que creía en la democracia, en las libertades y zarandajas por el estilo! Me reprochó no haber leído a Rosa Luxemburgo ni las obras de Mao -lo que era bien cierto, desde luego-. Un abrazo.

29 septiembre, 2005










Juguetes
J.A.Gª.Amado

Pequeño tratado de lógica elemental para nacionales y extranjeros

Érase una vez un país donde se vivía bien. Se llamaba Pluripaña. Tenía frontera con otro país donde se vivía muy mal y en el que las gentes pasaban hambre y penurias de todo tipo. Entre otras cosas, porque estaba gobernado por un tiranuelo que se hacía llamar rey y que tenía una fortuna incalculable a base de expoliar a su pueblo y a todo el que pillaba, lo cual no impedía que el gobierno de Pluripaña lo considerara un amigo muy majo y enrollao. Los habitantes de este segundo país querían a toda costa pasar a Pluripaña e inventaban todo tipo de argucias y artimañas para colarse por sus fronteras, jugándose la vida en el empeño, y perdiéndola muchas veces.
En Pluripaña sucedió lo que a continuación vamos a narrar. Rogamos al amable lector que trate de: a) buscar el hilo o trabazón lógica entre los siguientes puntos de la historia; b) Reproducir tal historia en un esquema o presentación sucinta en power point.
1) La mayor parte de los intelectuales y gobernantes pensaban que la Ley de Extranjería, que pone trabas y dificultades para que los habitantes del otro país entren, vivan y trabajan en Pluripaña, es una ley muy injusta y que debería suprimirse o atenuarse mucho, para que aquellos otros pobres ciudadanos del otro lado puedan entrar y ganarse la vida honradamente en Pluripaña.
2) Esos mismos intelectuales y políticos mantenían que las fronteras entre países y las diferencias de derechos entre nacionales y extranjeros no son mala cosa y deben mantenerse. Es más, dentro incluso de Pluripaña se quiere construir nuevas fronteras y nuevas distinciones entre los derechos de unos y otros de sus ciudadanos.
3) En Pluripaña hay ejército, formado por soldados que llevan armas, son adiestrados para luchar contra enemigos y entrenados para disparar, usar bayonetas, etc.
4) La mayor parte de los ciudadanos de Pluripaña y de los políticos que la gobiernan dicen que es malo que haya ejércitos, que los ejércitos lleven armas y, si las llevan, que las manejen. Varias asociaciones de madres y parientes de soldados han solicitado, con importante eco popular y mediático y con la expresa simpatía del Ministro de Defensa, que en lugar de fusiles los soldados porten rosas y que en lugar de guerreros se les considere cooperantes, bajo el mando directo de las principales ONGs.
5) En Pluripaña se fabrican armas (pistolas, fusiles, ametralladoras, cañones, misiles, barcos de guerra...) y hay gran preocupación política y social ante el riesgo de que un día una crisis del mercado armamentístico pueda obligar a cerrar algunas de esas fábricas, con la lamentable secuela de paro y crisis económica.
6) Esas armas se venden muchas veces a países gobernados por ex-militares golpistas y pendencieros, o a dictaduras cleptómanas y profundamente corruptas, pero confiando siempre en la promesa de que sólo se utilizarán para el progreso y la producción de bienes de primera necesidad de las respectivas poblaciones, palabrita del Niño Jesús. Nuestras armas de guerra no son para la guerra, declaró recientemente un alto gobernante pluripañol con su más beatífica sonrisa. Queda, pues, más que justificado que se sigan fabricando en Pluripaña tales armas.
7) Pluripaña también tiene policías y guardias que llevan pistolas y toletes y que saben usarlos, más o menos. Ellos dicen que son para defender a los ciudadanos y sus derechos, pero hasta el ministro que los manda anda con la mosca detrás de la oreja y declara que antes de llegar él al cargo andaban matando y torturando de mala manera en sus comisarías y cuarteles. Menos mal que ya no.
8) Un día en el país vecino se juntaron cien personas que querían atravesar la frontera con Pluripaña, echaron a correr y saltaron, todos a una, la valla que separaba los dos países. Los guardias que estaban en la frontera no pudieron pararlos a todos ni convencerlos por las buenas de que regresaran. Uno de aquellos extranjeros murió y los guardias recibieron críticas e investigaciones porque tal vez la causa había sido una pelota de goma lanzada por uno de ellos.
9) El gobierno progresista, con el apoyo de la mayoría social progresista, decidió que: a) pobres extranjeros, es una putada no dejarlos entrar; b) no dejarlos entrar; c) reforzar la frontera haciendo más alta la valla; d) enviar más guardias para que, sin herirlos ni poner en peligro su integridad, impidan, a mano, la entrada de nuevas oleadas de aquellos extranjeros.
10) Unos días después, se juntaron quinientos extranjeros, construyeron escaleras más altas, saltaron con ellas la valla y entraron a la carrera. Los guardias no pudieron parar, a mano, más que a unos pocos, y en el fragor de los choques, saltos y carreras murieron más extranjeros.
11) El gobierno y la sociedad volvieron a preguntarse si aquellos guardias no se estarían pasando y si no serían unos abusones de los pobres extranjeros, razón por la cual se decidió: a) hacer más alta la valla; b) enviar más guardias para proteger la frontera frente a las entradas en tromba de extranjeros; c) contratar a varios entrenadores de rugby para que enseñasen a los guardias las técnicas del placaje inocuo.
12) Al poco tiempo se juntaron mil extranjeros que, con escaleras más altas, volvieron a saltar la valla y a correr hacia territorio pluripañol, con el resultado de que algunos no lo consiguieron, pero muchos sí, y algunos más resultaron muertos.
13) A todo esto, los que conseguían rebasar a los guardias y penetrar unos metros en territorio pluripañol ya se quedaban en él, pues no podían ser devueltos ni reenviados al país desde el que habían saltado, ya que las autoridades de éste siempre declaraban “Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita”. Se formó una comisión mixta para estudiar el significado enigmático del dicho aplicado al caso, pero tras meses de reuniones y después de consumir un alto presupuesto en viajes y dietas, llegó a la conclusión de que lo que los vecinos habían querido decir era “Al que Alá se la dé, Mahoma se la bendiga”. Hubo satisfacción general, pero ninguna recomendación adicional, más que nada para no herir sensibilidades multiculturales.
14) El gobierno, con amplio apoyo social, decidió: a) hacer la valla más alta; b) enviar al ejército a proteger la frontera, pero no porque el ejército tenga más armas o sepa usarlas mejor, que eso no cabe, sino porque se habían acabado los guardias disponibles y en aquellos días de frío las viejas apenas salían de casa y los soldados ya no tenían que ayudarlas a cruzar las calles; c) contratar a varios ex-jugadores de fútbol americano e incorporarlos el ejército con grado de subteniente.
15) Pocos días después se juntaron cien mil extranjeros al otro lado de la valla, construyeron ascensores y la rebasaron en masa. Los soldados, que eran unos diez mil, consiguieron parar a algunos, pero otros muchos pasaron. Murieron un buen puñado de extranjeros y unos cuantos soldados.
16) En esos mismos días, el gobierno y la mayoría social que lo respaldaba cayó en la cuenta de que por qué no los dejamos entrar libremente, si son nuestros amigos y aliados. A todos esto, estaba dicho gobierno trabajando con gran éxito en una iniciativa llamada Alianza de Civilizaciones.
17) Un periódico descubrió que la anterior política de fronteras de Pluripaña era fruto de una conspiración conservadora para sabotear la Alianza de Civilizaciones y para sembrar la división entre pueblos hermanos y fomentar la violencia entre las naciones.
18) El Ministro de Defensa y varios de sus asesores fueron ejecutados al amanecer, después de juicio sumarísimo.
19) El Presidente del Gobierno se convirtió al Islam a cambio del apoyo parlamentario del grupo inmigrante tras las recientes elecciones. Ha pedido perdón por sus pasados errores y jurado que no volverá a nombrar ministras. Dice que seguramente los anteriores fallos se deben a vicios constitutivos del sistema democrático y a las sucias maniobras conspirativas del imperialismo yankee. También ha decidido que en el plazo de un año todas las ikastolas habrán sido sustituidas por madrasas.
20) El pueblo ya no sabe cómo expresar su entusiasmo y no dice nada.

27 septiembre, 2005

CONCEPCIONES DE LA PENA Y FINAL NEGOCIADO DEL TERRORISMO. Filosofía - con perdón- de la pena para no juristas.

La posibilidad (?) de que ETA abandone las armas como resultado de una negociación con el Estado español (o lo que diablos sea esto), o, para ser más exactos, con su Gobierno, está poniendo de los nervios a tirios y troyanos. Unos porque creen que esa negociación es legítima; otros, que no. Unos porque piensan que es posible; otros, que no. Unos porque opinan que puede llegar a buen puerto; otros, que no. Unos porque confían en la buena fe o disposición sincera de los que mandan entre los macarras; otros, que no. Y así sucesivamente, todo un catálogo de discrepancias y desencuentros.
Otro de tales desencuentros se da a propósito del precio que, sin perder su legitimidad y razón de ser, hipotéticamente pueda el Estado pagar a los matones a cambio de que entreguen las armas. Entre las cosas que al respecto se ponen siempre en la balanza destaca la referida a la reducción o condonación de penas, amén de condiciones agradables –por ejemplo, estar cerca de ama y aita- para el cumplimiento de los que no recibieran por completo ese perdón. Y los partidarios y opuestos a que el cumplimiento de las condenas sea moneda de cambio en dicha negociación se acogen a alguna de dos opuestas filosofías del castigo penal. De eso quiero hablar brevemente y, a ser posible –la condición profesoral de uno es serio inconveniente para tan noble objetivo- con claridad. Y que los penalistas me perdonen por invadir su huerto, aunque sea sin cobrar y por puro afán de ilustrar al vulgo. No volverá a ocurrir (al menos lo primero), palabra.
Desde los orígenes del Derecho Penal moderno se vienen enfrentando dos concepciones diversas sobre los fines que justifican el castigo penal. Porque, no olvidemos, castigar penalmente a alguien, por ejemplo encerrándolo en una cárcel o quitándole de sus bienes a modo de sanción pecuniaria, supone hacerle a ese sujeto un mal. Y la causación de cualquier mal tiene que estar justificada, pues si no equivale a arbitrariedad e intolerable abuso. Así que la pregunta versa sobre qué razones justifican que a un individuo se le inflija ese mal, cualquiera que sea, en que el castigo penal consiste.
La respuesta más fácil y que a cualquiera se le ocurre a la primera está en mantener que ese mal de la pena es pago o retribución por el mal que el castigado, el delincente, previamente causó con su acción. El lema aquí podría ser el viejo aforismo de que “el que la hace la paga”. Fuiste malo, pues ahora toma, soporta esto. Estas son las llamadas –entre otras maneras, pero no seamos prolijos, pues hablamos para gente normal- teorías retribucionistas de la pena. La acción delictiva (por ejemplo, el matar, el robar, el calumniar, etc., etc.) supone introducir en el mundo una injusticia y, con ello, un desequilibrio entre dos sujetos, el que delinque y su víctima. Y la pena restablece ese equilibrio roto, reconduciendo las cosas a su sitio: tú hiciste un mal a Fulano y ahora te hacemos a ti un mal de alguna forma equivalente. Con las variantes que no vienen ahora al caso, esta era la justificación de la pena que daban filósofos de la enjundia de Kant o Hegel. Para Kant, por ejemplo, era obligación moral absoluta hacer que los delincuentes condenados cumplieran su pena, y ninguna excusa, consideración o conveniencia podrían bastar para eximir de esa obligación primera y crucial del Estado. En términos de hoy, y vulgarizando, podríamos suponer que, por tal razón, Kant estaría radicalmente en contra de toda exención o atenuación de penas de los etarras, hagan éstos lo que hagan y prometan lo que prometan.
Tales doctrinas retribucionistas han encontrado a lo largo del tiempo objeciones muy potentes. Una, la de quienes se preguntan qué bien es ése que consiste en causar otro mal, qué rara metafísica es ésa de que el mal que a mí me hizo Mengano se sana o compensa haciéndole otro mal a ese Mengano. La suma de dos males, afirman los críticos, no da un bien, sino dos males. Como quien dice, peor el remedio que la enfermedad; o igual de malo.
La segunda crítica se basa en la pregunta de cómo se calcula la proporción o equivalencia entre el mal causado por el delincuente y la pena con que lo debe pegar. Los autores clásicos, como los mencionados (otra vez con matices que aquí no importan), eran partidarios del “ojo por ojo, diente por diente”: si mataste, que te maten; si robaste, que te quiten otro tanto (¿o que te corten la mano?). Sí, pero ¿y sí injuriaste a alguien? ¿A cómo ponemos el kilo de injuria? Por imperativo constitucional, y según la doctrina también de nuestro Tribunal Constitucional, las penas tienen que ser proporcionales o proporcionadas a la gravedad del delito. Y por causa de esa desproporción, en opinión del Tribunal Constitucional, anuló éste hace años la condena a los Miembros de la Mesa Nacional de Herri Batasuna.
Y, como tercera crítica, mantienen los antirretribucionistas que, si de pargar por un daño se trata, por qué no se sustituye la pena por la indemnización a la víctima, pues ¿qué saca la víctima, como compensación por el mal sufrido, de que su ofensor esté en la cárcel o pague una multa al Estado? Así que menos penas y más indemnizaciones, podría ser la consigna.
A semejantes objeciones los retribucionistas responden que entonces qué hacermos, ¿acaso premiar a los delincuentes en lugar de castigarlos, para que a un mal no se sume otro? ¿O suprimimos los castigos penales y los sustituimos por otro tipo de medidas, de cariz no punitivo?. Esto es lo que proponen los llamados abolicionistas y es también la aspiración de mucha de la llamada Criminología Crítica. Sí que conceden los retribucionistas que la pauta no es la del ojo por ojo, sino la de una valoración, siempre relativa y socialmente condicionada, de los bienes en juego. En ninguna parte está escrito de antemano cuántos años de cárcel o euros de multa vale un ojo mío que me sacaron de un puñetazo, pero socialmente algún baremo habrá que sentar y aplicar. Y aplicar, la que sea, férreamente, sin concesiones y al margen de indemnizaciones civiles (que no se excluyen como complemento y con otra función) pues la deuda del delincuente no es sólo con la víctima, sino con toda la sociedad, a la que daña con su ejemplo e inquieta con su accion.
Así que quienes simpatizan con el retribucionismo tenderán a ver con ojos críticos el que el cumplimiento de las penas por los terroristas sea objeto de transacción. La pena es un deber absoluto, su cumplimiento es pago de una deuda con la sociedad y eximirla o atenuarla es defraudar a dicha sociedad y socavar sus más cruciales reglas de funcionamiento. Y nos podrían preguntar cosas tales como si también estaríamos dispuestos a perdonar a los violadores si nos prometen que no volverán a hacerlo y creemos que podemos confiar en su palabra; o a los maltratadores de esposas que se hayan arrepentido o den su lamentable lucha por perdida.
Y a esta pregunta los otros, los utilitaristas, responderían seguramente que por qué no, que qué ganamos con mantener encerrado, por ejemplo, a alguien del que con certeza supiéramos que no va a reincidir; que eso es puro afán vengativo, cosa poco civilizada. Estas teorías utilitaristas o preventivas de la pena nos explican que lo que justifica el castigo no es el empeño de que el delincuente pague por su maldad, sino que ha de tratarse de un objetivo más práctico y social, un objetivo funcional: que él no vuelva a hacer lo que hizo y/o que no caigan los demás en idéntica tentación de cometer una acción así. Esas doctrinas se llaman de prevención especial cuando resaltan que la función de la pena, o su función principal, es disuadir al autor del delito, para que no reincida; y se denominan de prevención general cuando insisten en que dicha función básica consiste en informar al conjunto de la sociedad de que tal cosa no puede hacerse impunemente, disuadiendo así a todos, o al menos a muchos, de semejante propósito.
Puesto que para estas teorías utilitaristas la pena sólo se justifica por esos sus resultados, ocurren dos cosas importantes. Una, que si una determinada pena no sirve a semejante fin de disuadir al delincuente o a la sociedad, pierde su legitimidad. Si, por ejemplo, aplicando mano dura penal a los terroristas ni los condenados se arrepienten ni el terrorismo disminuye, la pena en cuestión habría que replanteársela. Y la otra, que una vez que estuviéramos seguros de que los actos odiosos no se van a repetir, por ejemplo porque todos los terroristas han dicho, de modo creíble, que no volverán a atentar, ya no habría base para mantener el cumplimiento de dichas penas o inconveniente para rebajarlas.
A esta postura los retribucionistas la atacan aduciendo, por ejemplo, que hace de asunto tan serio una pura cuestión de precio, pues si tú me aseguras que no vuelves a matar y que tampoco lo harán tus amigos, yo te pago con el perdón y te vas de rositas, o habiéndote costado muy baratas las vidas que sacrificaste. A lo que replicarán los otros que si acaso es preferible empecinarse en que la pena ni se compra ni se vende ni importan los efectos sociales de lo uno o lo otro, de forma que asumimos que por no perdonar hoy a los que mataron ayer a cien puedan otros, o los mismos, matar mañana a doscientos. A lo cual, a su vez, los retribucionistas contestarán que un Estado es una cosa seria y no una lonja o una casa de citas, y que la moral social se disuelve cuando se ve que cualquier cosa, y hasta los delitos más graves, se sana y se perdona si los delincuentes tienen fuerza bastante para chantajear al Estado y a sus gobernantes con sus amenazas.
Y así sucesivamente. Quédese el paciente lector con la teoría que más le guste. Permítaseme sólo añadir, para cerrar, que estas dos posturas se enlazan bien con dos opuestas opiniones sobre lo que debe ser la ética del gobierno y la acción pública. Se trata de las llamadas ética de principios o convicciones (Gesinnungsethik, que dicen los alemanes. Toque pedante que nunca viene mal en estos tiempos de culto a la apariencia), por un lado, y ética de la responsabilidad (Verantwortungsethik), por otro. La primera nos enseña que la práctica política tiene que estar guiada por principios firmes e innegociables, de modo que, pase lo que pase, un gobierno no debe apearse de la moral de fondo que lo inspira; no caben transacciones, concesiones ni chalaneos, aunque lo que se reciba a cambio sean bienes o ventajas sociales. Fiat iustia, pereat mundus. O: después de mí el diluvio. Un gobernante de talante así dimitiría antes de hacer lo que tienen por indebido, lo que contraría las convicciones que considera ciertas y orientadoras de su acción. Maldición, ¿por qué he dicho talante?
En cambio, los que sostienen que la ética propia de la política es la ética de responsabilidad entienden que un gobernante debe valorar sus alternativas por lo que valgan sus consecuencias. Así que si de una acción política moralmente discutible o contraria a principios que por regla general se deben defender, se derivan consecuencias buenas para la sociedad, en términos de mayor bienestar, mejor seguridad, más felicidad, en suma, bien está incurrir en la inmoralidad aquélla, pues lo que de mal supone se sana o contrapesa por las ventajas que reporta.
Casi todos los partidos propugnan una ética de convicciones cuando están en la oposición y practican una ética de la responsabilidad cuando alcanzan el gobierno. That´s life.

Derecho y poesía. Antología. XIII.

EN TORNO AL CASTICISMO

Uno quiere a su lengua porque es materia y útil
del oficio escogido, pero no, quede claro,
por su más que dudosa belleza. Nunca he sido
amigo de postrarme ante sus diccionarios.

Cabreros y ladrones, no monjes cluniacences,
forjaron sus palabras sin brillo ni euforia.
¿Qué cabía esperar de un hato miserable,
quemado por los soles, comido por la tiña?

Jamás tuve por cierto aquello del Espíritu,
del Genio de los Pueblos. Si escribo en español,
no es por Volkgeist alguno que en el albor de España
fluyera entre las barbas del Cid Campeador.

Aunque Rodrigo Díaz de Vivar debía
flablar un castellano más recio que una aldaba.
Oíanlo los moros al pie de la alcazaba,
y no les alcanzaba al cuerpo la chilaba.

Con todo, no era el pobre un pozo de elocuencia.
Al paso de los siglos, afortunadamente,
nos fuimos refinando, pero la poesía,
de sobra está decirlo, no ha sido nuestro fuerte.

No obstante, hay excepciones. Catad: el Arcipreste,
Manrique, Garcilaso. Quevedo no era manco.
Incluso entre los vascos tuvimos una de ellas,
pero eso antes de Franco.

Detesto sobre todo a la canalla rancia
que hace de esta cuestión cuestión de patriotismo.
Nuestro maestro en estro, Jaume el Conqueridor,
es catalán, inglés y un poco filipino.

En cuanto a mí, la tribu de que procedo, dicen,
moraba ya en los flancos del alto Pirineo
allá cuando Caín sembraba cañamones,
y yo, que me lo creo,

no voy a mendigaros un plato de lentejas
ni un sitio junto al fuego. A ver quién se aventura,
hermanos amadísimos, a negarme el derecho
de primogenitura.

Y si de vez en cuando perpetro un vizcainismo,
que a nadie se le ocurra venir a darme vaya,
y menos a vosotros, pecheros del idioma,
que soy hidalgo viejo, del Fuero de Vizcaya.

Jon Juaristi, Arte de marear.

26 septiembre, 2005

El matrimonio y los homosexuales.

El pasado sábado publicó Juan Manuel de Prada en ABC un artículo titulado “La destrucción del Derecho”. Admiro muy sinceramente la calidad de la prosa de este autor y su arrojo a la hora de defender sus convicciones. Más aún, creo que él y unos pocos más cumplen una muy saludable función en nuestro sistema democrático, pues frente a la escasa capacidad argumentativa que desde hace muchas décadas caracteriza a la derecha española, más dada al exabrupto cuartelario que al razonamiento sosegado, y frente al tópico pseudoprogresista de que la derecha no defiende en realidad ideas, sino intereses bastardos y talantes dictatoriales, plumas como las de De Prada nos demuestran que sí hay razones y convicciones serias y bien sostenidas en la derecha, al igual que las hay en la izquierda. Y que ser progresista no es evitar el debate con los conservadores fingiendo un olímpico desprecio que no esconde más que ignorancia y dogmatismo, sino que ser progresista y crítico supone batirse lealmente con sus propuestas y creencias, desde el respeto que se debe al contendiente al que se quiere ciertamente derrotar, sí, pero en buena lid y no cayendo precisamente en lo que retóricamente le reprochamos: dogmatismo, demagogia y autoritarismo.
Y servidor, modestamente, quiere aquí cuestionar algunas de las ideas que De Prada expone sobre el matrimonio en el referido artículo.
La primera tiene que ver con la disputa sobre si el derecho al matrimonio es el derecho de una institución social o es un derecho de los individuos particulares. La ley de matrimonio homosexual estaría “privatizando” el matrimonio, según nuestro articulista, pues hace que el casarse o no dependa de “la mera voluntad de los cónyuges”, de modo que “el matrimonio se convierte en un derecho del individuo que se casa con quien le apetece”. Y la secuela sería ésta: “De este modo, el Derecho claudica en su función primordial (que no es otra que la consecución de un bien social a través de la seguridad jurídica), para someterse a la voluntad del individuo y autorizar legalmente su capricho”.
Y digo yo, ¿qué van a ser, sino derechos individuales, los derechos relacionados con el matrimonio? Porque lo contrario de esa llamada “privatización” del matrimonio sería su socialización. Tiene gracia ver a la derecha, aunque sea la derecha civilizada y más culta, como la que puede representar De Prada, mostrándose a favor de la socialización de las instituciones. Pero así es, se trata de una paradoja frecuente. Analicemos despacio el caso. No es cierto que el Derecho haya hecho, aquí y ahora, del matrimonio una institución enteramente caprichosa. Cierto que ahora una persona puede casarse con otra de su mismo sexo, cosa hasta el momento legalmente impedida, pero siguen rigiendo múltiples prohibiciones: uno no puede casarse con menores de cierta edad, no puede casarse con ciertos parientes, no puede estar casado con varias personas al tiempo (poligamia y poliandria), etc. Sólo ha cambiado una cosa, aunque sea relevante, pero los partidarios de que el matrimonio de verdad se privatice seguramente impugnarán muchos de esos impedimentos que todavía rigen. Pensémoslo: tratándose de adultos que consienten, ¿por qué no va a tener una mujer dos o tres esposos –o esposas-, o un hombre dos o tres esposas –o esposos; o mitad y mitad-?. ¿Es tan distinto de tener un único cónyuge y algunos/as amantes?
Con eso último llegamos a otro aspecto importante. La subordinación, en materia de matrimonio o de derecho de familia en general, de los derechos individuales a los intereses colectivos es algo que ya se probó más que sobradamente en la Alemania nazi y el algunos países comunistas. Con los resultados bien sabidos. En tales regímenes, el derecho de cada cual a casarse con quien quisiera se subordinaba a intereses eugenésicos, reproductivos o productivos. Según los países, se ponían reparos legales a los matrimonios interraciales, o a los de personas con alguna tara física; o a los matrimonios con mujeres que ya no se hallaban en edad fértil; o a matrimonios que supusieran para alguno de los cónyuges una dificultad para su plena entrega a la industria nacional o a las labores del partido. Está muy bien documentado todo esto en múltiples estudios en los que ahora no podemos detenernos; pero es así.
Cierto, absolutamente cierto que De Prada no es en modo alguno un totalitario, y estoy dispuesto a batirme dialécticamente con cualquiera que tal cosa afirme. Ahora bien, él tilda de totalitaria y destructora del Derecho la ley de matrimonio homosexual. Y eso tampoco. Porque lo que los totalitarismos siempre han querido es exactamente ver en el matrimonio una institución al servicio primariamente de objetivos sociales, como la mejora de la raza, el aumento de la natalidad, el alza de la producción, la consolidación de la revolución o la construcción de una sociedad santa o virtuosa, en lugar de contemplar dicha institución como mero resultado del deseo de dos (¿o más?) personas de vivir juntos y compartir su vida en lo emocional o lo físico. Pero los conservadores dignos, como De Prada, no van tan lejos, por fortuna. Su preocupación es la reproducción, la perpetuación de la especie, puesta peligro, al parecer, por el hecho de que los homosexuales puedan casarse, en lugar de serlo toda la vida, pero como solteros, eso sí. Nos dice nuestro autor que “La institución matrimonial, tal como la concibió el Derecho, no atiende a las inclinaciones o preferencias sexuales de los contrayentes, sino a la dualidad de sexos, conditio sine qua non para la continuidad social. La finalidad de la institución matrimonial no es tanto la satisfacción de derechos individuales como la supervivencia de la sociedad humana, a través en primer lugar de la procreación y luego de la transmisión de valores y derechos patrimoniales que dicha procreación genera”.
Porque vamos a ver, ¿habrá menos homosexuales si los que lo sean no pueden casarse? ¿Será más alta la tasa de descendientes generados por los heterosexuales si a los homosexuales les está prohibido contraer matrimonio? ¿Deberíamos, en aras de la procreación, obligar a cada homosexual a reproducirse por medio de una relación heterosexual, con ganas o sin ganas? Y, si lo importante es el hecho de la reproducción, ¿por qué no fomentar la paternidad o maternidad de laboratorio, en lugar de ponerle trabas? Y, ya en el colmo, si se trata de que por razón del supremo interés social de la reproducción estén prohibidas las prácticas o instituciones que de algún modo saboteen o contravengan ese interés reproductivo, ¿por qué no declaramos ilegal el celibato sacerdotal u obligamos a que los conventos sean mixtos y con sexualidad frecuente y sin anticonceptivos? ¿Y por qué no decretamos la nulidad automática de todo matrimonio en que una de las partes sea estéril, obligando a la otra a casarse con alguien que sí sea fértil? Y ya puestos, ¿prohibimos los anticonceptivos? De tanto usarlos hay parejas de esposo y esposa que tienen tan pocos hijos como si fueran matrimonios homosexuales. ¿Los penalizamos al menos? Si la institución es social y los fines que la justifican no tienen mayormente que ver con los intereses y deseos de los individuos, todas estas medidas serían tan coherentes como prohibir el matrimonio homosexual por razones reproductivas. Igual de coherentes, ni un ápice menos.
Pero lo de la reproducción es una burda disculpa, bien lo sabemos. No preocupa a la derecha el que los matrimonios homosexuales no puedan reproducirse, no es eso en verdad. La clave nos la proporciona la última parte del párrafo que hace un momento citamos, cuando De Prada nos cuenta que la otra finalidad del matrimonio es “la transmisión de valores”. ¿Qué valores? ¿Los valores de quién? ¿Tienen sexo los valores? ¿Hay valores heterosexuales y valores homosexuales? ¿Son por definición perversos e inconvenientes los valores que pueda transmitir una persona o un matrimonio homosexual? Y, sin tan malos son esos valores que los homosexuales pueden transmitir, ¿sólo son peligrosos cuando los transmiten estando casados o convendrá reprimirlos en general, casados y solteros, para que ni hablen ni actúen con riesgo de escándalo para los buenos de la sociedad? ¿Censuramos, pues, la literatura homosexual? ¿Hacemos delito de los tratos carnales de los homosexuales? ¿Los obligamos a pasar por el aro de la doble vida o la clandestinidad? ¿Es más sana y se gobierna por mejores valores una sociedad en la que un homosexual tenga que tener una pareja hetero como tapadera y un amante de su sexo bien oculto? ¿Es moralmente más sano y mejor ejemplo social el de una pareja casada en la que uno de los cónyuges doblega su inclinación por miedo al qué dirán o por servicio a la reproducción?. ¿Es superior la moral de una sociedad que mantenga a los homosexuales en el armario y los castigue si intentan salir?
Sé que es muy probable que De Prada diera a la mayor parte de estos interrogantes una respuesta que se quiera bastante “liberal” y tolerante, en términos de que no pretende limitar derechos individuales de los homosexuales, sólo evitar que se cause daño a la institución social del matrimonio. Pero estos conservadores bienintencionados –cuando lo son, como creo que es el caso- también deben meditar sobre las consecuencias aterradoras a que puede conducir –e históricamente ha conducido- su empeño en socializar las instituciones del derecho de familia, su propensión a subordinar la libertad de los individuos, al elegir las formas de su vida privada, a los imperativos de la conveniencia social. Y ni siquiera de la conveniencia social en rigor, sino de una determinada fe o concepción del mundo que pretende hacer de la sociedad un modelo de virtud autoritariamente impuesto, en lugar de la sede de la convivencia entre ciudadanos autónomos que no deben tener en su libertad más límite que el de evitar el daño a los otros individuos y poner de su parte lo necesario para que todos puedan comer, tener educación y un mínimo aseguramiento de su integridad personal. El matrimonio no es un servicio social o público, es una institución privada y así debe seguir si amamos la libertad. Porque para que siga habiendo niños y niñas no es necesario el matrimonio, tampoco el heterosexual. Y para que las personas sigan queriendo y defendiendo a sus hijos no hace falta tampoco que estén casadas. Se les puede querer como quieren los curas a sus sobrinas, pongamos por caso.

23 septiembre, 2005

BLANCO NO DA EN EL BLANCO: NO TODOS LOS DERECHOS SON CONSTITUCIONALES.

Ayer escuché en los noticiarios radiofónicos unas declaraciones de José Blanco, Secretario General del PSOE, en las que decía, si no recuerdo mal, que cómo va a ser inconstitucional una ley que otorga derechos. Se refería a la ley que permite el matrimonio homosexual.
No pretendo explayarme hoy sobre si será o no será constitucional tal norma (véase, aquí mismo, la entrada de ayer, “Cuatro bodas y un Tribunal”). Sólo quiero referirme a que la mencionada afirmación de José Blanco es una perfecta... bobadita. ¿Por qué? Porque el hecho de que una norma jurídica conceda a alguien algún derecho no es mano de santo para hacerla, sin más y sólo por eso, constitucional. Para nada. Buscar ejemplos es facilísimo, caben miles en un momento. Pongamos que una ley me da expresamente el derecho de golpear a mi vecino si no me saluda cuando nos cruzamos en la escalera (cosa cada vez más habitual, por cierto; y la tentación, fortísima). O una que declarara que si estoy de copas y se me acaba el dinero, puedo sustraer de la cartera de cualquier cliente del bar la cantidad que necesite para soplarme otro lingotazo. Cuando alguien cuestionara dichas normas yo podría alegar, invocando la excelsa autoridad jurídica de Blanco, que quiero parao, que tales normas son perfectamente legítimas y constitucionales porque otorgan derechos. A lo que cualquiera con dos dedos de frente y tres nociones de Derecho fácilmente replicaría que esos derechos van a costa de los derechos de otros, lo comido por lo servido: se amplían los derechos de A, esto es, la lista de cosas que el Derecho le permite hacer, a costa de los derechos de B., quien, en los anteriores ejemplos, ve limitado su derecho a la integridad física, en un caso, y su derecho de propiedad, en otro.
Alguien puede con razón replicar que con dichos ejemplos no damos en el Blanco, pues en el caso al que Pepiño se refiere se amplían derechos de determinadas personas, los homosexuales, sin pérdida para los derechos de los demás. Se trataría, por tanto, de conceder a la expresión del prócer socialista el siguiente sentido: no es inconstitucional la ley de matrimonio homosexual porque concede derechos a los homosexuales sin dañar o limitar otros derechos de nadie. Con esto sí se pone más sustanciosa la discusión jurídica, y nos lleva a terrenos que tendrá que transitar el Tribunal Constitucional en su razonamiento.
La primera pregunta sería: ¿hay derechos de unos que no afecten negativamente a ningún derecho de otros? Imaginar casos es más difícil de lo que parece. Por ejemplo, mi derecho a beber de la fuente de la plaza del pueblo parece que no merma el derecho de nadie, pues todos pueden beber igual que yo... salvo que mane poco y haya que racionar para repartir. Mi derecho a la vida no impide que otros ejerciten tranquilamente el suyo... salvo que mi estado de necesidad obligue al otro a arriesgar su vida para salvar la mía, o que mi derecho a la legítima defensa me autorice incluso a matar al que pone mi vida en peligro cierto y grave. Y el derecho de un adulto a casarse de modo libre y consentido, ¿puede repercutir negativamente en los derechos de alguien? Parece que no, pero muchas veces sí. Puede afectar a los derechos e intereses de los hijos anteriores, o, incluso, de los que vengan. Afecta también a los herederos. Y hasta, si exageramos un poco, a los derechos de otros aspirantes a ocupar el sitio del esposo o la esposa. Si yo me caso con Fulanita, ya no va a poder ejercer con ella su derecho al matrimonio mi primo Alfredito.
En el caso del matrimonio homosexual, no van a tener muchas dificultades los impugnadores de la ley a la hora de enumerar derechos que, en su opinión, se ven dañados. Ya lo hacen cuando se refieren, por ejemplo, a los hijos que la pareja homosexual, conjuntamente o por separado, pueda adoptar, en su caso, o tener como fruto de alguna relación (física o de laboratorio) anterior. A esto hay que añadir que mis derechos no sólo pueden y deben estar limitados por consideración a y compatibilidad con los derechos de otros, sino también por razones de interés social. Así, cuando se limita mi derecho a portar armas no sólo se tiene en cuenta el derecho de los que con ellas puedo herir o matar, sino también el interés social general en una convivencia pacífica y ordenada. Mejor aún: cuando me obligan a ir en coche con el cinturón de seguridad abrochado están limitando mi libertad, y la razón para ello no es sólo, ni fundamentalmente, proteger a cambio otros derechos míos, como el derecho a la vida y el derecho a la integridad física, sino el interés social en una baja tasa de muertos y heridos en accidente, debido a los altos costes sociales (costes de seguridad social, laborales, etc.) que tales infortunios suponen. Y por ahí es por donde atacan también los denostadores del matrimonio homosexual, alegando que legalizar como matrimonio tales uniones supone el ataque grave a instituciones que cumplen una función social importantísima en su configuración tradicional, comenzando con la familia. Desde este punto de vista, ampliar derechos con una interpretación generosa del art. 32 de la Constitución supondría poner este precepto en conflicto con el art. 39 de la misma, que obliga a los poderes públicos a velar por la protección de la familia. Todo cuestiones de interpretación, sí, pero la práctica y aplicación del Derecho es ante todo eso, praxis interpretativa, no propaganda ni dogmatismo voluntarista.
En resumen, que el que una ley conceda o desarrolle derechos de alguien no es, en modo alguno, razón para que pueda afirmarse, sin más, su constitucionalidad. Que porque los homosexuales posean, gracias a esta ley, un derecho que no tenían, no se sigue automáticamente la constitucionalidad de tal norma. Y ello porque siempre cabe invocar otros derechos, de otros, que puedan resultar limitados; y, sobre todo, porque la Constitución no sólo trata de derechos y no se limita a instar su extensión y desarrollo, pues también consagra instituciones y prácticas con las que los derechos tienen que convivir, siempre en tensión y bajo alguna forma de recíproca limitación. Por eso el eje del juicio que realice el Tribunal Constitucional va a estar en la apreciación de si la concesión a los homosexuales de tal derecho es o no compatible con otros derechos, otras instituciones, otros principios y otros valores constitucionales.
Estas cosas tienen muchos más matices que los que pinta Blanco. Pero tampoco hay por qué pedir peras al olmo, ciertamente.

Derecho y poesía. Antología. XII

Desde abajo

Entonces nos colgaron de los pies, nos sacaron
la sangre por los ojos,
con un cuchillo
nos fueron marcando en el lomo, yo soy el número
25.033,

pidieron
dulcemente,
casi al oído,
que gritáramos
viva no sé quién.

Lo demás
son estas piedras que nos tapan, el viento

Gonzalo Rojas, Metamorfosis de lo mismo.

22 septiembre, 2005

CUATRO BODAS Y UN TRIBUNAL. ¿QUÉ SIGNIFICA "INCONSTITUCIONAL"? Nota para no juristas.

Parece que el PP se anima a presentar recurso de inconstitucionalidad contra la norma legal que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sus abogados alegarán que la norma es patentemente inconstitucional. Quienes defiendan la ley aducirán que su constitucionalidad es clara. Y el pueblo en masa se preguntará (si es que existe el pueblo en masa y si es que se pregunta algo) de qué diablos depende que una norma legal sea constitucional o inconstitucional. Porque la cosa parece ciertamente misteriosa, y más cuando se aprecia la seguridad con que unos y otros afirman que de su lado está la Constitución.
Una norma es contraria a otra cuando los contenidos de la una y la otra son incompatibles, es decir, cuando hay una contradicción entre lo que una prescribe y lo que prescribe la otra. Cuando tal contradicción se da entre una norma legal y un precepto de la Constitución, se dice que dicha norma legal es inconstitucional. Tal juicio de inconstitucionalidad estaría perfectamente fundado y sería difícilmente discutible si, por ejemplo, una ley estableciera la pena de muerte para los delitos de terrorismo. Puesto que la Constitución, en su artículo 15, dice que “queda abolida la pena de muerte”, parece fuera de toda duda que la norma que permita tal pena contradice sin remisión esa otra norma constitucional que la prohibe. Como si yo le digo al camarero “póngame un café” y en lugar de eso me sirve una fanta. Su acción incumple mi mandato o ruego.
¿Son habitualmente tan claras las cosas? Ni mucho menos. Sigamos con la comparación sencilla. Yo he dicho al camarero “póngame un café”, y él me sirve un café con leche. ¿Ha incumplido mi pedido? Depende de cómo se interprete mi expresión. Tanto servir un café solo, como un cortado o uno con leche son maneras de cumplir con el pedido de un café, pues son tres formas en que el café suele tomarse entre nosotros. Ahora bien, tal vez lo que yo quería era tomar un café solo. Pero no lo expresé con suficiente claridad, con precisión bastante. Puedo alegar ante el camarero que mi intención era ésa, y que cuando digo un café quiero decir un café solo, sin aditamentos ni añadidos, pues cuando quiero leche ya lo especifico. Pero el camarero me podrá replicar, con toda razón, que por qué no especifiqué que lo quería solo, y que él me sirvió un café en una de las formas en que suele tomarse, tal vez, incluso, la más común. Y que, en suma, no desatendió mi petición expresa, pues mi petición expresa era confusa. La diferencia entre esta situación y la problemática constitucional está en que el camarero me podía haber preguntado, antes de servirme, cómo quería el café, pero nosotros, y tampoco el TC, no podemos ya preguntarle ni a los padres de la Constitución ni al poder constituyente cómo quería el matrimonio.
Vamos con el matrimonio y la Constitución. Ésta reconoce expresamente el derecho a casarse. Pero no especifica si cortado o con leche, digamos. Es decir, no dice con precisión con quién se puede casar uno, a quién se refiere el derecho constitucional a contraer matrimonio, si a parejas de sexo opuesto solamente o también a parejas de sexo idéntico. Porque el tenor del art. 32 de la Constitución es éste: “El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Así que una cosa queda clara y otra no. La que está clara es que tanto los hombres como las mujeres tienen derecho a casarse. Si una ley excluyera a los unos o a los otros de tal derecho, dicha ley sería inconstitucional, sin lugar a dudas. Pero lo que no está claro es si tal derecho del hombre y de la mujer se refiere a casarse entre sí, los unos con las otras y las otras con los unos, o si de lo que se trata es de que cada uno, hombre y mujer, tiene derecho a casarse, en igualdad de derechos, con quien le dé la gana, en unión homo o heterosexual.
Puestas así las cosas, ¿es constitucional la ley de matrimonio homosexual? Depende. ¿De qué depende? De cómo se interprete el mentado artículo 32. ¿Qué significa interpretar? Interpretar aquí quiere decir asignar a la norma un significado preciso, eligiendo uno de los que su tenor indeterminado permite. Porque dicho tenor indeterminado, ya lo hemos visto, tanto admite un significado como el otro. ¿Y de qué dependerá que una persona, o un juez, interprete de una forma o de la otra, elija un significado o el otro y que, por tanto, correlativamente diga que hay constitucionalidad o inconstitucionalidad de la ley? De dos cosas, íntimamente correlacionadas: de su concepción del Derecho y la Constitución y de su ideología.
Si dicha persona o juez considera que el Derecho no tiene más contenido que el que se expresa en sus palabras, de modo que el Derecho manda claramente lo que está claro en sus normas y deja a la elección, discrecional y fundada, del juez o aplicador el inclinarse por unos u otros de los significados posibles en lo que en las normas esté indeterminado, entonces tendrá que concluir que una norma como el art. 32 de la Constitución no resuelve por sí sola la pregunta que aquí se. Esto es lo que pensarían la mayoría de los que se llaman positivistas jurídicos. Bajo esta óptica, la decisión que el Tribunal Constitucional habrá de tomar en este caso será de su cosecha, por mucho que la impute a la Constitución y a su artículo 32, junto con otros aún más indeterminados para el caso. Será, pues, una decisión predominantemente política, o político-moral, ideológica en cualquier caso. Salvo que aplique una regla decisoria que dijera algo así como que lo que la Constitución expresamente y claramente no prohibe debe considerarse constitucional, por compatible con la Constitución. Y puesto que expresamente no prohibe el matrimonio homosexual, puesto que el texto del art. 32 se presta a lecturas contrapuestas... Pero aun con esto la ideología estaría presente, pues ideológica es también la decisión de aplicar dicha cláusula u otra de sentido opuesto, que también las hay.
Por contra, otros, generalmente los conservadores, suelen mantener que la Constitución contiene más que lo que expresa y que sus normas mandan más de lo que dicen. Y eso porque, según dicha opinión, de la Constitución no sólo forman parte esos enunciados que configuran sus artículos, esas palabras que todos podemos leer, sino también otras cosas, como valores y naturalezas de las cosas, que cuentan y están ahí, en el fondo de la Constitución, aunque en ella no se lean y aunque su modo de conocimiento sea la reflexión o la meditación, tal vez reservadas a mentes privilegiadas o particularmente sensibles. Parten los que así razonan de que las cosas son como son, también a efectos jurídicos, y no como la Constitución o las leyes digan que son. Y, al igual que ningún círculo puede pasar a definirse como cuadrado por prescripción legal, ya que, por definición, por necesidad conceptual y por la “naturaleza” de los cuerpos geométricos, un círculo es un círculo y un cuadrado es un cuadrado, así también el matrimonio es la unión (antes decían que indisoluble, además) de hombre y mujer y no de hombre y hombre o mujer y mujer, por necesidad esencial, conceptual y natural, esta vez en razón de la naturaleza de los cuerpos humanos, se supone.
Puestas así las cosas, y así son, ¿es constitucional o inconstitucional la ley de matrimonio homosexual? Para los que creemos que no hay en la Constitución nada más y nada distinto de lo que la Constitución dice, no es inconstitucional, aunque no sea más que porque la Constitución no veta expresa y claramente tal tipo de matrimonio. O porque en caso de duda... la prioridad para el legislador, que es el que nos representa, mal que bien. Que en términos políticos, sociales, morales, etc. nos haga más o menos gracia que tal ley se haya promulgado es otra cosa que no consideramos que deba interferir ni determinar el juicio de constitucionalidad; es harina de otro costal. Por contra afirmarán rotundamente la inconstitucionalidad los que creen que, por encima de las voluntades de los hombres y de los textos de las normas que los hombres se otorguen para organizar la convivencia, están los dioses o las metafísicas naturalezas o el orden de la creación o un determinado sistema moral tenido por el único verdadero y cierto, y vinculante para todos por encima y al margen de toda consideración del pluralismo moral y de las mayorías políticas, por encima de cualquier forma de consenso.
Pero, en el fondo, todos, unos y otros, saben, sabemos, que una decisión como ésta que el TC va a tomar es fundamentalmente política y será evaluada en términos de apoyo al Gobierno vs. patada al Gobierno. Porque sólo razones políticas o morales, no propiamente jurídicas en el sentido más estricto, serán las que harán decir al Tribunal cualquier cosa al respecto, cualquier cosa que, sea la que sea, la Constitución no dice. Y que todos lo sepan, en este caso y siempre, es la razón por la que los partidos se pegan tanto a la hora de elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional o los del Supremo. No discuten sobre su competencia técnica, no. Ésta se supone y es casi siempre muy alta en todos los candidatos. Les importan más otras cosas. Es normal, no debemos escandalizarnos. No hay vuelta de hoja; ni se ha inventado sistema mejor.

Un dibujo de Avelino Fierro

21 septiembre, 2005

MA/PATERNIDADES POSMODERNAS

¿Cómo salimos adelante? ¿Cómo conseguimos sobrevivir a la infancia en medio de tales peligros? ¿Qué clase de irresponsables eran nuestros padres? ¿En qué libertinajes incurrimos desde bebés y que pudieron costarnos la vida y la integridad física y moral? Se me pone la piel de gallina sólo de pensarlo. Todos los de mi pueblo gateando por los prados cuando aún no habíamos aprendido a andar, tocando a las vacas, ay, embarrándonos, bebiendo leche recién ordeñada y, por supuesto, sin pasteurizar. Y nada de potitos, patatas desde que salía el primer diente. En mis recuerdos más lejanos me veo sentado a la orilla de la tierra de labranza, jugando con los terrones y tratando de coger lombrices, mientras mi padre y mi madre, azada en ristre, sembraban alubias (fabes) o plantaban lechugas. A la escuela íbamos desde los cinco años caminando solos, varios kilómetros, en invierno bajo la lluvia y el frío, con madreñes o chanclos. Dos o tres días a la semana comíamos fabada, también los más pequeños, con su dosis generosa de morcilla, tocino (entonces no sabíamos que comer tocino es de mal gusto, pero que bacon sí se puede), lacón y chorizo. Mi madre de niño me llevaba a la cama, al amanecer, un ponche a base de huevo crudo batido y vino blanco peleón. Toma pelotazo para echar a andar.
¿Era mi madre una asesina? ¿Mi padre un desalmado? ¿Mi pueblo el infierno de la infancia? No, amigos, aquello era el paraíso. Mis viejos trabajaban de sol a sol. Todos los niños éramos intensamente felices, alegres, dichosos. Y sanos. Y adquirimos buenas habilidades (trepar a los árboles, saltar zanjas, saber cómo sujetar a una vaca, plantar hortalizas, no respirar cuando se coge una ortiga) que aún hoy le permiten a uno, con la cuarentena más que servida, salir del paso cuando hay que saltar un charquito o rescatar a algún cuitado urbanita de las fauces temibles de una abeja.
Y luego en la ciudad, desde los diez años. Salíamos solos y en pandilla por las calles del barrio. Jugábamos al fútbol en descampados donde había de todo: piedras, cristales, palos, barro, perros. Íbamos solos hasta el colegio, caminando, sin que un papá nos llevara en coche masacrados de bufandas. Las actividades extraescolares nos las montábamos propiamente fuera de la escuela, en billares y boleras. A veces había peleas y puñetazos, y bien libre estabas de quejarte en casa si te había tocado con los perdedores, no fuera a empeorar tu situación.
¿Seré un inconsciente? ¿No me daré cuenta, acaso, de que mi psique padece todos los traumas imaginables como consecuencia de aquella disoluta y arriesgada vida impúber? ¿Será consecuencia de aquel ríspido ambiente el que yo ahora me indigne cuando veo a tanto capullín de mírame y no me toques? ¿Será por el abandono sufrido antaño por lo que ahora me provocan impulsos homicidas esos papás atildados y untuosos que vienen a mi despacho a explicarme que su hijo/a estudia mucho, mucho, mucho, pero que este modo de exigir no es normal y que pobre chico/a, por los traumas que los profesores le causamos está yendo ahora a una terapia tántrica muy buena, combinada con una dieta baja en aminoácidos, y que si no puedo, anda porfa, subirle la nota un poco, cuatro puntitos de nada? Mi alternativa, en el pasado, si los puntitos no me alcanzaban, estaba clara: a trabajar con las vacas, que ellas tampoco tienen carrera; ni la necesitan. O carrera o carro. Tú eliges. ¿Será que ahora me sigue gustando el fútbol porque en aquel tiempo era fútbol lo que jugábamos en parques, prados, campos y descampados, en lugar de asistir, conducido por un progenitor de gesto bobalicón y orgullo de canguro, a clases de ajedrez, o ballet, o tiro con arco, o esgrima, o clavicémbalo, o tuba?
No estoy bajo un ataque de nostalgia, no. Más bien de mala leche. Miro a mi alrededor. No veo a Pepita, que lleva años sin venir por el trabajo (esto es la Universidad, ya lo sé. Véase mi viejo articulillo recién colgado, ayer) más que una horita cada cuatro semanas. No pregunto dónde anda, pues sé la respuesta que todos me darían, con un mohín de reproche por lo intempestivo e inhumano de mi interrogación. Es que tuvo un niño, ¿no te acuerdas? Eso me contestarían. Y líbrenme los dioses de replicar, sí, ya sé, pero hace cuatro años. Porque el enojo crecería, al responderme que ahora es lo peor y cuando más atención requieren. Y que qué horror, porque los llevas a la guardería y te cogen todos los microbios. Antes mis amigos y colegas iban al bar todos los días un rato, y al fútbol una vez a la semana. Ahora sólo van al pediatra, con su criaturita, esa cosa enfermiza, fofa, ruidosa, impertinente. Sí, sí, me gustan los niños, aunque no lo parezca. Pero he dicho los niños, no los semovientes embutidos que hacen a diario la ruta entre la casa y el pediatra, o entre la casa y el lugar donde imparte las clases de tuba, a 100 euros la hora, ese exiliado ruso que sueña con tirarse a la mamá. O al papá. O a toda la familia.
No hace mucho un buen amigo tuvo descendencia. Enhorabuena, of course. Alguien deberá cotizar cuando a uno le toque pillar pensión. Pero, aparte de eso, la sensación es guapa, lo sé y lo recuerdo. Una monada de chaval, dicen. Digo dicen porque sus papis, al cabo de los meses, aún procuran no sacarlo de casa. No sea que se enfríe, se resfríe, se constipe, se acatarre o tenga una diarreíta, con tanto virus que hay por ahí, hija. El caso es que el otro día vi a mi amigo. Nos reunió un compromiso absolutamente ineludible, que por eso apareció él. No pude evitar preguntarle por qué ya casi nunca va a la oficina. Ni a ningún lado. Su mujer no trabaja. Antes creo que buscaba trabajo. Ahora, puf, imagínate, como para ponerse a trabajar, con lo que da que hacer un niño, que te tiene todo el día esclavo. Y eso que éste es bueno y duerme bien. Todos, al parecer, son especialmente buenos, lo que no les impide, a los muy cabronazos, esclavizar a toda la familia, la política incluida, y frustrarle el descanso al obrero del quinto a base de barritos nocturnos, matutinos y vespertinos. Pobres, es que se expresan así. A veces se me olvida. Lo que no puedes hacer es decirles que se callen o griten más bajito, porque luego vienen las reacciones psicosomáticas que les provocan angustia y anemia. El caso es que mi amigo me miró muy serio y, sin rastro de ironía, me contestó que tenían que estar los dos, papá y mamá, todo el día con su bebé, pendientes y atentos, pues no sabe cuándo se va a despertar, qué puede necesitar o cuándo surge un imprevisto. Que son muy absorbentes, los niños, ya sabes. Sí, ya veo. Absorbentes. Como los dodotis. Absorbentes. Tan ricos. Angelitos de los demonios. Con lo que ellos quieren a sus papás y lo que les gusta tenerlos todo el santo día mirándoles el pitín a ver si van a orinar otra gotita. No lo cojas así, Borja Xuacu, ¿no ves que nos dijo el pediatra que se le vienen gases si se le dobla la orejita? Ay, mira qué pedete. Tenemos que decírselo a la abuela, que ya tira pedetes. Mi niño. Le propuse a mi amigo, viejo juerguista con solera, irnos de copas, y me miró aterrado. Creo que hasta me odió un poco. No era envidia. Ni mucho menos. Era desprecio. Posiblemente me considera ya un perverso cruce de narcisista y hedonista. El otro día leyó que hay sujetos así porque no han salido de la fase anal, que diría un freudiano; o porque sus hormonas no producen una enzima que induce la empatía psico-física con los niños. Encima. Sí, venía el otro día en uno de los fascículos de Padres100. Los estamos coleccionando y aprendes cosas buenísimas y muy útiles. ¿Te los pasos y vas viendo?
Esto parece la guerra. Cada parto dos bajas, papi y mami. Más el bebé, que en su puta vida va a conocer el gusto de soltarle una pedrada a un vecino amigo, sacar un grillo de su cueva o merendarse a pelo una manzana recién caída del árbol. Un zombie, garantizado. For ever. Llegará a los treinta y nueve y seguirá convencido de que lo más sublime del mundo se halla en su pipí y sus pedetes. Es muy sensible mi John Xuaquín, todo le afecta, hija. Ya no sé que darle. A ver si acaba la carrera y se centra. Lo que pasa que hay un profesor que le tiene ojeriza. Ya va a hablar mi Borja Xuacu con un primo suyo que es vecino del Rector. A ver si lo arreglamos, pobrecíto mío, mi chiquirriquitín. Y eso que ahora está con el tratamiento que le da aquel psiquiatra de Barcelona que le recomendó mi cuñada y vamos tirando.
Probable, que no deseado, desenlace. EFE: Niño de cuarenta y dos años, de nombre John Xuacu, ataca a sus padres con una katana. Cuando la policía llegó, lo encontró chapoteando en un charco de orines y sangre. Y sonreía. Mi niño.

20 septiembre, 2005

Universidad

(Publicado por Juan A.Gª. Amado en La Nueva España el 6 de junio de 2004).

Me permito proponerle al paciente lector un acertijo. Quien más quien menos ha trabajado, y la mayoría lo habrá hecho por cuenta ajena y en una empresa. Así que el tema lo conocen. Quiero que atiendan a los datos y pistas que les iré dando y que traten de imaginar a qué empresa o institución “productiva” me refiero. Si no lo adivinan, mal asunto. Si aciertan, peor.
Pues imaginen una empresa en la que, según se dice, sólo se asciende después de esfuerzo denodado y sesudo estudio. A los treinta y tantos o cuarenta años un buen trabajador de ese ramo puede haber llegado al empleo más alto de su filial. Se supone que es cuando la empresa requerirá de él lo mejor y lo incentivará para que persevere en los logros de su especialidad, en la que tan notablemente se ha formado. Pues no, llegados a ese punto, un buen número de tales profesionales sienten que hay que dedicarse a la política, la de andar por casa o la otra, dejarse de análisis e investigaciones y agenciarse un puestecillo con mando en plaza y que nos alivie del desgaste de codos. Y me pregunto yo, ¿no sería mejor dedicarse desde jóvenes a la política, si lo que uno ansía es ser jefe de la banda municipal o director de agasajos y oropeles, pongamos por caso?
En tal empresa rige un código teórico muy estricto, a tenor del cual las máximas responsabilidades han de corresponder a los que más valen y se esfuerzan. Pero los más altos directivos periódicamente convocan a sus trabajadores para ascensos cuasiautomáticos, bajo lemas como “aquí todos somos iguales” y "todos tenemos derecho a lo mismo". ¿Y los que trabajan más? Será porque les gusta, y bastante premio tienen con ello, que no se quejen ni invoquen agravios comparativos.
Ah, pero ojo, que falta una información fundamental. Al jefe supremo de la empresa lo eligen democráticamente los trabajadores y usuarios. Y es perfectamente explicable, y hasta legítimo, que los trabajadores quieran el mejor puesto y el mayor sueldo, sí; y los usuarios el menor precio con las mayores prestaciones, por supuesto. E igual de explicable y legítima es la aspiración de cualquiera de esos vocacionales trabajadores para convertirse en supremo directivo de tan sacrificada grey. ¿Y cómo van a conseguir los votos si no es con un poco de manga ancha?
El ya sufrido lector se preguntará dónde quedarán en tal empresa las consideraciones de productividad y competitividad. Paciencia, que faltan más pistas. Una de las cosas que más quebraderos dan en tal sector productivo es la selección de personal. Cuando se ponen románticos e idealistas están tentados de decir que hay que buscar y escoger con esmero a los mejores. Pero, a la hora de la verdad, el que le preocupa a uno es aquel chico de su barrio que no aprobó para conductor y que tiene dos hijos, fíjate qué situación, y encima que su mujer lo dejó. Así que a los directivos de cada filial lo que paternalmente les obsesiona es que no vaya a venir un aspirante de fuera con un montón de méritos y una gran experiencia a quitarle la plaza al hijo de la Loles. Y eso, mal que bien, se va consiguiendo, porque se inventan sucesivos métodos de selección que aseguran casi siempre que el osado de fuera no se nos cuele, en primer lugar, y, en segundo, que no se quede sin su vitalicio cocido el chico éste, ¿cómo dices que se llama? Y eso que no acaban de reconocer nuestro derecho a exigir que el que quiera colocarse de oficial de primera tenga que demostrar que es un as de la “cuatriada”. Hosti tu, falta sensibilidad multicultural en este curro.
La política de personal no tiene desperdicio. Desciende la demanda y el trabajo escasea en los últimos tiempos. Pero que no cunda el pánico, que de aquí nunca se ha despedido a nadie (salvo a algunos colaboradores a tiempo parcial que comen de otro lado) porque no haya trabajo o porque no se desempeñe bien el que se tenga. Al contrario, cuando parece que va a sobrar gente se decreta un ascenso general y se promociona a todos a puesto más alto y bien blindado. ¿A los torpes también? Hombre, a esos los primeros, por razones de justicia y de sensibilidad social, como es obvio. No es nada nuevo, pues desde hace tiempo esta empresa se preocupa de que tengan colocación para siempre y vida tranquila todos sus trabajadores que se vuelven chalados o que se declaran radicalmente incapaces de dar un palo al agua. Y el que haya estado alguna vez en la empresa y diga que no es verdad lo que acabo de afirmar miente a sabiendas y con descaro. En esa empresa hay tantos empujones para mandar que los puestos directivos a veces duran mucho y otras veces poco. Pero se han conseguido dos cosas importantes. Una, que los cargos de más alta jerarquía conserven para siempre su sueldo. Sí, sí, como lo oye, amigo lector. Como si en su fábrica a usted un día lo eligieran para jefe de personal y luego, al cabo de unos años, lo cesaran y volviera usted a su lugar anterior. Volvería, sí, pero con el sueldo de jefe. Así da gusto que lo degraden a uno. Y si el puesto que usted tuvo y perdió no es de los más altos, tampoco se entristezca. Le mantienen un porcentaje en concepto de productividad. Debe de ser para compensarle la frustración por el tiempo que perdió sin producir gran cosa, entregado como estaba al desprendido servicio a los demás.
La vida privada se respeta más que en ninguna otra parte. Pongamos que usted trabaja en esa empresa en Huelva y que logra un puesto mejor en otra filial en Cáceres. Todos en Cáceres comprenderán que, si usted es de Huelva, si tiene en Huelva su domicilio, su familia y su huerta, cómo vamos a pedirle que renuncie a todo eso, cómo vamos a imponerle un horario laboral en Cáceres de lunes a viernes. Venga uno o dos días a la semana, en épocas de mucho trabajo, y no se estrese más, pobrecico mío. Y no digamos si usted tiene un hijo pequeño o una tía enferma, con qué cara vamos a exigirle que incumpla sus deberes familiares para atender a los profesionales. La empresa puede esperar y madre no hay más que una. Es el único trabajo en el que cuando le preguntan a uno por qué lleva tres días (o semanas) sin aparecer (no suelen preguntarlo, la verdad), queda uno como un señor o señora si responde que porque su hijo está jugando la final del campeonato intercolegios de parchís, o porque ha decidido cambiar el tresillo del salón y anda ojeando tiendas.
Pero, curiosamente, en esa institución bombardean continuamente a su personal con la cantinela de que tenemos que funcionar como auténtica empresa, nuestra razón de ser es el mejor servicio, nuestro objetivo irrenunciable la mayor productividad, nuestra consigna la transparencia, nuestra razón de ser la apertura a la sociedad, y bla, bla, bla. Y que conste una cosa, para acabar. Un buen número de los empleados, de todos los niveles y en todos los puestos, se toma su labor y su formación muy en serio y se aplica a su oficio con denuedo. Son los que tiran del carro y mantienen el chiringuito abierto, en todos los sentidos. Pero están sistemáticamente deprimidos, por el poquito caso que se les hace y porque les abruma la sombra alargada de “los otros”, que suelen ser mayoría y que más de una vez les afean su exceso de celo o su afán productivo con expresiones del tipo de "si tanto estás aquí será que no tienes otra cosa que hacer", o "para lo que nos pagan, buenas ganas tienes de matarte", o "me han ofrecido ser director de área".
Y aquí la pregunta. ¿De qué empresa, real o fingida, estoy hablando? No, no es Carrefour, no sea usted tan bromista. Que todavía hay clases.

19 septiembre, 2005

Bocetos para un catálogo de pelmazos. II. El capador de conversaciones.

(La escena transcurre en un restaurante, a la hora de la cena. Estás con algunos amigos con los que has quedado para hablar sobre las últimas cosas de la vida de unos y de otros. Al final, no habrá tal conversación, sino un monólogo, pues alguien no está dispuesto a escuchar nada de nadie, y menos si es bueno o grato -puede hacer una excepción durante un rato si cuentas que te ocurrió alguna desgracia-, sino a “colocar” lo suyo, caiga quien caiga).
TÚ (respondiendo a la bienintencionada pregunta de alguien).- Este verano he estado una semana en Buenos Aires y allí la comida...
EL/LA MONOLIGUISTA (interrumpiéndote despiadadamente).- Ay, pues para comida la que tomamos Pepe/a y yo la semana pasada en Torrelodones. Fuimos al Chorry´s, que es lo último. El otro día salía en el dominical de El País, en un reportaje sobre los cinco restaurantes europeos que mejor preparan las alitas de pollo con castaña rusa a la pimienta jamaicana. Increíble. Tenéis que ir un día. Mira, viene primero el camarero con un ponche de pippermint al aroma de cuscús y sólo con ver al camarero ya te das cuenta de todo. Te pone la copa en la misma mesa y te dice...
(El recital se prolonga quince minutos. Sin aliento. En la mesa todos los demás os miráis con desaliento. Tú intentas remediar la situación)
TÚ.- Creo que ha empezado a llover. Acabaremos mojándonos esta noche...
EL/LA MONOLOGUISTA.- Ay, como cuando Pepe/a y yo tomamos el año pasado aquel mojo picón con setas. Eso es lo último en mojo picón y lo llaman pimojo, porque lo empezó a preparar así un cocinero nuevo de La Palma que ahora ha abierto en Madrid, en la zona de Concepción Arenal. El Empty-Monty se llama el local. ¿No habéis ido? Uy, de lo más. Al entrar te recoge el abrigo una chica en patines y luego al sentarte en la mesa te traen una carta que es como un papiro y tienes que pedir primero un aperitivo de apio o de rúcola, porque el maitre te dice que no es comer por comer, sino que hay una filosofía que...
(Veinte minutos más, en los que tú y el resto de los comensales os enteráis en detalle de cosas tan vitales e interesantes como que: a) el maitre es de Logroño, pero estudió en Biarritz y Budapest; b) que dicho maitre se llama Luis, pero los amigos de confianza lo llaman Lu; c) que en el dichoso restaurante comió una vez un primo de Brad Pitt; d) que los baños de caballero tienen unas lámparas retráctiles y los de señora otras muy bonitas, pero que no son retráctiles; e) que sólo con leer en la carta la lista de entrantes ya alucinas, increíble; f) que la carta de vinos no es tan amplia, pero que el sumiller se parece así un poco a un primo de éste/a; g) que a media cena sale el cocinero a preguntar qué tal y que tiene un hoyuelo aquí en el mentón, ¿sabes?; h) que ese día estaba el restaurante lleno hasta los topes, pero que hay días que es peor aún, ¿sabes lo que te quiero decir?; i) que es caro, pero que un día es un día, chico/a, y merece la pena aunque sólo sea por ver cómo te lo ponen; j) que si te llaman un taxi desde la recepción del restaurante llega en un momentito, fíjate...
Ahí, ante las miradas de súplica y los bostezos del resto de la concurrencia, decides hacer un nuevo intento para salvar la noche y que aún resulte un poco civilizada. Para ello tienes que interrumpir al/la monologuista, que en ese momento está contando que el taxista era de lo más enrollado y que tenía un hijo que estudiaba Económicas en Deusto).
TÚ.- ¿Habéis visto la cantidad de incendios de este verano?
EL/LA MONOLOGUISTA.- Ja, ja, como el otro día, que creímos que era un incendio y sólo estaban flambeando unas peras al ron. ¿No las habéis comido nunca? Las ponen en ese restaurante que antes era de Luisi y Carlos y que ahora lo lleva el ex-marido de la que tenía antes el Sota de Copas en Cercedilla. Sí, hombre, que se separaron porque ella era alérgica. Nosotros coincidimos con ellos una vez en La Habana, en el Floridita, y fueron ellos los que nos contaron que si vas en octubre te dan al entrar un vale para un cóctel gratis si vuelves otro día, aunque nosotros nos volvimos, porque al otro día salíamos para Varadero y como llovía el avión se retrasó y mientras esperábamos en el aeropuerto nos encontramos con Charly, un compañero de carrera de éste/a que ahora es el que lleva allí la concesión para papel de imprenta y es el que sirve también el papel de carta a Fidel. Nos dijo que le encanta el papel tamaño folio y que escribe con tinta negra. Él se casó allí con una cubana que ahora tiene aquí una tienda de lencería, pero al parecer no le va bien...
(Y así horas, hasta el fin de la cena. O del mundo. Aunque la experiencia enseña un modo poco menos que infalible de hacer callar a semejante energúmeno/a: levantar la mano hacia el camarero y hacerle seña de que traiga la cuenta. En ese momento el energúmeno/a suele interrumpir su apasionada disgresión sobre los tipos de cebollino con que se aliñan las ensaladas tailandesas que ponen en un restaurante muy fino de Andorra, según información recientemente publicada en el libro Cebollinos con encanto de Andorra (ed. Aguilar), y pasa, sin transición, a decir una de estas cosas:
a) Bueno, voy al baño, que con tanta conversación llevo aguantando dos horas.
b) Bueno, invitarás para celebrar lo bien que dices que te lo has pasado en Buenos Aires.
c) Paga si quieres, pero a condición de que un día quedemos en el nuevo que van a abrir en Chiclana.
d) Ya que no has abierto la boca, si te empeñas en pagar...).

Una lección sobre el federalismo alemán.

Mi querido y admirado Paco Sosa ha publicado el pasado sábado un artículo de primera en la tercera de ABC, titulado "Federalismo alemán: un enfermo con ganas de vivir" Toda una lección para los que gustan de hablar sobre territorios, poderes, autonomías y federalismos. Y más todavía para los que no tienen gran hábito de documentarse antes de abrir la boca.
El autor prosigue de este modo la senda que hace poco abrió con la traducción y presentación del libro de Th. Darnstädt, Las trampas del consenso (ed. Trotta). Ay, si la gente leyera, otros gallos cantarían, y no los que en este tiempo promiscuo se fingen pavos por el corral.
Enhorabuena.

Refranes de mi aldea... global.

Al fin me detuve un rato en un autor colombiano que me habían recomendado reiteradamente mis amigos paisas. Se trata de Fernando González. En los años treinta editaba y escribía él solo una revista que se llamaba Antioquia. Hizo diecisiete números, entre el 36 y el 45, y acaban de reeditarse todos conjuntamente como libro. Y, al ojear, sorpresa.
Una vez vi una antología de refranes y dichos populares asturianos, se supone que muy autóctonos, o así. Y se me grabó este, en la versión de entonces: "El hombre pon la mecha, la muyer la estopa, vien el diablu y sopla". Y resulta que el tal Fernando González, en el número de 1938 de su revista, escribe un cuentecillo en el que el personaje, un cura de Medellín, dice:

"Yo la voy muy bien con todos; soy curita de misa y olla...¡Eso sí, el que me joda, le doy a entender quién es Casiano Restrepo!... Se me sube la restrepada... Soy curita de misa y olla, humilde... De vez en cuando veo por aquí cerca, después de mi casa, unas doncellitas en agüita, con galanes, conversando en la acera... Yo me bajo al pasar y les digo:
El hombre es el fuego;
la mujer, la estopa;
el diablo viene,
se acurruca y sopla...
A ellas se les sale la babita, y a los galanes, el prana... Me preguntan:
¿qué nos dijo, padre? Adiós, preciosuras, respóndoles, yo no acostumbro repetir".

Sí, ya sé, en numerosos repertorios de refranes castellanos aparece este otro tan similar:
La mujer es estopa,
el hombre fuego,
viene el diablo y sopla.

Sea como sea, ¿se explica la similitud entre la variante asturiana y la colombiana como señal de una globalización avant la lettre? ¿O tal vez porque en la colonización antioqueña hubo mucha presencia de emigrantes asturianos, tal como acredita la abundante presencia en aquellas tierras de apellidos como Arango o Arias, por ejemplo? ¿O será que apenas hay en parte alguna nada propiamente local que justifique cabalmente los localismos?
En una de estas resulta que el localista es un universalista y poco leído, uno sujeto en serie (o una serie de sujetos) con ínfulas de originalidad. O puede que nada quiera decir nada, sin más.

15 septiembre, 2005

Trabajo en equipo. O: por las culpas de Adán

Juan A.Gª.Amado
Bogotá, Iglesia de La Candelaria
15-sept.-2005

¿Idiosincrasia?














Juan A. Gª Amado
Bogotá, 15-IX-2005

Un poco de cuento (breve). V.

Sentimiento filial
Úrculo Combarro

Vi los ojos del taxista clavados en mi desde el retrovisor y me pareció que el espejo devolvía mi propia imagen, que sus ojos eran los míos.
- Usted es español.
El acento siempre nos delata y esta misma pregunta me la habían hecho ya antes muchos taxistas mientras circulábamos por la Séptima.
No me quitaba ojo y se tocaba el mentón con mano nerviosa. Antes de que me hiciera la siguiente pregunta ya sabía que le iba a mentir.
- ¿Tal vez su papá emigró a Colombia?
- No.
- ¿Usted es asturiano?
- No.
Pagué y me bajé del coche sin decir más. Me tragué las ganas de gritarle a la cara que yo no había conocido a mi padre.

14 septiembre, 2005

EL DATO HISTÓRICO Y EL JUICIO POLÍTICO. O DE PERAS Y MANZANAS

El debate político está siendo sustituido por la discusión histórica. Los periódicos y la red se llenan a diario de muestras. Una de las últimas, bien significativa, la tenemos en los comentaristas de un artículo que hace un par de días publicó Javier Orrico en Periodistadigital.com. No entro en opiniones sobre el artículo en sí, muy bien escrito, eso sin duda. Voy a otra cosa.
La política es labor eminentemente pragmática, prosaica, resolución de problemas comunes del día a día, con la mejor virtud en la prudencia y las habilidades necesarias de espíritu negociador, disposición pactista, capacidad de diálogo, sensibilidad para el sentir social y conciencia de la prelación entre los problemas que merecen el mayor esfuerzo. Por eso la política práctica no puede pretenderse científica ni lógica, del mismo modo que no son ni la ciencia ni la lógica las que determinan cómo puede y debe uno gobernar su casa, orientar su vida o administrar su tiempo. De ahí que la política buena, la que a los ciudadanos de a pie más nos conviene, es la que hacen sujetos con sentido común, no iluminados ni profetas. No estoy inventando nada, todo esto sobre la política lo han escrito magistralmente en el siglo XX autores como Isaiah Berlin o Michael Oakeshott, al margen de que el uno fuera más progresista y el otro más conservador, pero hermanados en un liberalismo de fondo que se espanta de los dogmtismos que intentan traducir a normas sociales supuestas esencias metafísicas o verdades intemporales. Con la que ha caído en el siglo XX, y no escarmentamos.
Una tal concepción práctica y humanizada de la política es por vocación democrática, pues nadie queda excluido de la capacidad de opinar por no ser lo bastante sabio o no estar en contacto con los dioses, la tierra, el espíritu del pueblo o los antepasados, y porque el objetivo que al pensamiento y la acción política se otorga no es otro que el de ir resolviendo, de la mejor manera posible en cada momento, los problemas fundamentales de los ciudadanos: que hemos de comer, que queremos trabajar, que necesitamos salud, vivienda, educación y ocio, etc. Se ha de renunciar, pues, a todo propósito de construir sobre la tierra o en la nación de uno cualquier variante del paraíso, inasible por definición. Esta del paraíso es suprema trampa para manipular incautos y engañar a bobos, ya sea paraíso de los proletarios, de los creyentes, de los del pueblo de uno o de los de sangre azul.
De esa idea práctica, democrática y con dimensión ciudadana de la política es de la que nos estamos alejando en nuestro país, Estado, nación o lo que diablos sea esto. Y ahora la disculpa es la Historia (así, con mayúscula). Otras veces fueron la Justicia, el Bien, la Fe, la Verdad. Ahora es le toca a la Historia convertirse en opio del pueblo y pretexto de la manipulación. Pero no porque los historiadores, pobres, vayan a ver crecido su estatus o aumentado su sueldo (salvo los más pillines que escriban al dictado de algún lerdo gobernante), sino porque los políticos con menos escrúpulos han encontrado ahí el último filón para mantener en vilo y sometida a una ciudadanía crecientemente escéptica y desengañada después de haber visto en que acabaron las otras metafísicas falaces: en abuso, explotación y sangre.
¿Por qué ahora la Historia? Al parecer, las decisiones cruciales de nuestra convivencia tienen que pasar por el aro de la Historia, y por eso se habla y se habla de derechos históricos, naciones históricas y cosas por el estilo. Late en el fondo de semejantes categorías un profundo prejuicio metafísico, un dogma perfectamente acrítico y exento de todo fundamento mínimamente racional y comprensible, aunque tremendamente conservador en todo caso. Según tal prejuicio dogmático, lo que un día fue debe volver a ser o tiene que seguir siendo. La idea de progreso histórico está siendo remplazada por la de regreso histórico, según unos, o la de estancamiento histórico, según otros. Me explicaré.
Los unos, tenidos por progresistas pero que gustan cada día más de volverse al pasado, consideran que si un día, hace un siglo o cinco, un pueblo le ganó la batalla a otro o fue independiente de él, tiene el derecho por esa sola razón a volver a aquella situación que un día se dio. O si una vez un rey eximió a ese pueblo de un impuesto, eximido queda para siempre, porque la Historia es intocable, sobre todo si hay pasta de por medio. Y ahí viene la discusión erudita sobre si fue verdad o no que tal batalla significó tal cosa o tal decreto tal otra. ¿Y qué más da? Sólo importa para esos que creen que el dato histórico, el pasado, es totalmente determinante de nuestras opciones presentes y futuras. Mama dicho prejuicio de la metafísica idea de que lo que un día fue debe volver a ser; un pasado no pasado en verdad, sino con permanente vocación de presente. Una quimera.
Ah, pero están también los otros, guiados por un prejuicio igual de metafísico, por no decir supersticioso, mas de contenido levemente distinto. Para éstos es el presente el que tiene vocación y propósito de eternidad, y el estado de cosas en que nos hallamos debe permanecer incólume, intocable y sustraído a toda discusión que lo cuestione o toda decisión que lo modifique, por los siglos de los siglos. Amen.
No hace falta, creo, que traduzca a términos más claros quiénes están en cada variante del dogma prejuicioso. Los primeros buscan la prueba histórica de que un día fueron nación política al menos un poco o un ratito, como justificación principal de que deban volver a serlo ahora y como causa de deslegitimación suprema de nuestra forma actual de Estado y convivencia. Los segundos se agarran al hecho de que ahora, o desde hace tiempo, o casi siempre, hemos sido lo que somos, un Estado-nación unitario, para elevar a intocable dicha configuración jurídico-política y a réprobos a quienes osan cuestionarla. Estos y los otros, los de acá y los de allá, ¿no tienen mejores argumentos para hacer política que éste, precisamente, que en el fondo excluye la política?
Y la excluye porque hace que gobiernos y ciudadanos eleven a preocupación suprema lo que menos importa en estos tiempos de tan cacareada globalización (qué nombre o dimensión tenga la unidad política en que organizadamente convivimos) y hurtan a la reflexión y la elección lo único que para el ciudadano y sus políticos tiene que ser preocupación central, inmediata y puramente práctica: que todo el mundo pueda vivir dignamente, a un lado y a otro de cualquier frontera, que a nadie le falte de comer, que a todos se les den las letras y las libertades que se precisan para entender el mundo, elegir la vocación de cada cual y participar con todos en el gobierno de los asuntos colectivos.
A esos patriotas de pega, a los que viven y cobran de perpetrar patrias y fosilizar historias, que los encierren juntos, a todos, en una isla lejana infestada de fronteras y bien dividida en cuadraditos, sectores y zonas que puedan llenar de banderas, himnos y discursos. Que los aguanten las gaviotas. O los pingüinos.

Colombia: las alternativas. Dos fotos


















Bogotá, 13 de septiembre de 2005
Juan A. Gª. Amado

13 septiembre, 2005

Poesía y Derecho. Antología. XI.

ALTA TRAICIÓN.

No amo mi Patria. Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal) daría la vida
por diez lugares suyos, cierta gente,
puertos, bosques de pinos, fortalezas,
una ciudad deshecha, gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
(y tres o cuatro ríos).

José Emilio Pacheco, No me preguntes cómo pasa el tiempo.

12 septiembre, 2005

Derecho y poesía. Antología. X.

ACTA DE INDEPENDENCIA

Independientemente
de los designios de la Iglesia Católica
me declaro país independiente.

A los cuarentaynueve años de edad
un ciudadano tiene perfecto derecho
a rebelarse contra la Iglesia Católica.

Que me trague la tierra si miento.

La verdad es que me siento feliz
a la sombra de estos aromos en flor
hechos a la medida de mi cuerpo.

Extraordinariamente feliz
a la luz de estas mariposas fosforescentes
que parecen cortadas con tijeras
hechas a la medida de mi alma.

Que me perdone el Comité Central.

En Santiago de Chile
a veintinueve de noviembre
del año mil novecientos sesenta y tres:

plenamente consciente de mis actos

Nicanor Parra, De la camisa de fuerza.

Días de amor a la colombiana

La foto no es muy buena, pero porque los del comercio no me dejaban retratar el cartel y tuve que recurrir a emboscamientos al más puro estilo de los paparazzi. El próximo 17 de septiembre Día del Amor y la Amistad en Colombia, ya ven. Nada de particular, un nuevo invento con fines comerciales diríamos si se tratara de otro país. Pero aquí... Ya me estoy imaginando la rumba y al desmadre. Porque la filosofía del amor que cultiva este pueblo no es exactamente parangonable a lo que puedan entender por tal cosa en Alemania o Noruega. No.
Este anuncio me trajo a la memoria otro que hace un par de años vi en los periódicos más serios de Bogotá con ocasión de otra celebración que se han inventado, el Día de la Secretaria. Estaban todos los comercios llenos de carteles del estilo del de la foto, con descuentos en todo tipo de regalos y regalitos con los que agasajar a las sacrificadas secretarias en su día. Pero aquel anuncio nos hizo reparar en esencias nacionales más profundas. Era de una cadena de moteles que ofrecía importantes descuentos con ocasión del Día de la Secretaria. Tal cual.
Ya lo cantaba Niche, ese gran grupo salsero de Cali:
Que bello es quererse así
y no saber si habrá segunda vez
Que minutos se vuelvan horas
y que llueva y no pregunte la señora.
Marca de la casa. Más colombiano que Juan Valdés. Porque el café, después.