11 enero, 2010

¿Comer y yacer a oscuras? Por Francisco Sosa Wagner

Se pone de moda comer a oscuras. Al parecer, tanto en restaurantes como en el seno del hogar familiar.
Hasta ahora, como sabe cualquier historiador diserto, lo que se hacía a oscuras era el coito, en un ambiente de luces apagadas, cortinas echadas formando penumbras y acogiendo quedos gemidos. Al menos en las casas decentes pues en las de contentamiento y en los “meublés” todo ha sido siempre una exaltación de luces y espejos, una orgía de lentejuelas y doseles y un olor penetrante, el propio del leño encendido.
Por el contrario, allí donde moraba la virtud y las costumbres morigeradas, el regocijo carnal se ha practicado con presurosa diligencia, sin demoras ni insistencias que pudieran poner de manifiesto un júbilo excesivo. Habría que preguntar a los especialistas pero aventuro que el origen de estas cautelas ha sido religioso pues los prebendados siempre han sostenido que tal acto, o bien era directamente pecaminoso, o por lo menos se hallaba en el filo de lo permitido. Por ello lo mejor era pasar el trance de la manera menos fogosa y menos visible, es decir, haciendo el menor hincapié posible.
Y ello aunque los celebrantes fueran jóvenes y mantuvieran el vigor de la tierra fértil y se apretaran con denuedo en un abrazo nudoso y corpulento. Pues, en caso contrario, cuando se hacen esfuerzos allá en la vejez seca, toda tiniebla ha sido siempre poca.
Pero, como digo, ahora de lo que se habla, no es del acto carnal, sino del acto de comer carne. ¿Es bueno o malo que se practique a oscuras? ¿cuál es el criterio moral ante este nuevo escenario del sacramento alimenticio?
Pues depende, amigo lector. Depende de lo que se coma. Por de pronto, adelanto que comer una paella a oscuras es un pecado -y de los gordos, de los que necesitan el perdón de un penitenciario con asiento en iglesia mayor o en basílica- pues que la paella pide luz, tartana abierta a los aires y a los soles, naranjos encendidos como pezones vigorosos, calor y, al fondo, un mar tranquilo cual ave que planea.
Y lo mismo vale para la fabada o el botillo. Son comidas estas del mayor rigor, de respeto, pero que reclaman luz, algarabía, el pequeño torbellino de la fiesta. Pues ¿qué decir del lechazo al horno? Tengo para mí que quien come con gusto un lechazo crujiente es un ser bienaventurado, tocado por la mano divina ... el lechazo no es apto para las almas quebradizas ni para las bocas de melindres. El lechazo es todo él una paradoja pues, en su fragilidad, tiene cuerpo de desafío y espíritu de combate. Del más exigente combate gastronómico. Por eso solo un ser depravado y con el alma aleve puede incurrir en una descortesía con el lechazo. Y descortesía es no encender las luces o descorrer las cortinas cuando llega a la mesa en albórbola de olores. Una marcha triunfal deberían componer para ese momento señero quienes saben desempeñarse en estas habilidades.
Entonces ¿hay algo que se deba comer a oscuras? Sí. Claramente las acelgas hervidas: a oscuras, a regañadientes y de luto. Igual ocurre con las judías verdes o los cardos o las fementidas borrajas que tampoco son dignas de la caricia de la claridad. Ahora bien, preciso es explicar que estas verduras merecen la clandestinidad cuando se presentan aisladas y severas. Porque cuando lo hacen juntas y adoptan la vestimenta de una menestra, ah, amigo, entonces, de nuevo, procede tocar la sinfonía del sol y convocar a los pífanos que canten a los colores, al balcón abierto, a los cristales brillantes ...
Conclusión: que en el coito como en la comida todo depende de la guarnición.

2 comentarios:

Lopera in the nest dijo...

En defensa de las acelgas. Rehogadas en aceite de oliva virgen extra (especialmente arbequino del Sur) y después con un chorreón de reducción de vinagre al Pedro Jiménez es casi, repito casi, orgásmico.

un amigo dijo...

La comida es muy cultural, efectivamente.

Yo estoy de acuerdo con Lopera - la mayor parte de la carne que el sistema nos empuja a comprar y comer es innecesaria. Y lo que es peor, de pésima calidad gastronómica. Pongo en la categoría de incomibles por una persona con respeto por su propio paladar al pollo y a la ternera industriales en bloque - mil veces más sabrosas unas buenas acelgas. O unas espinacas rehogadas con garbanzos y su poquito de ajo y comino.

De cualquier forma, viajamos hacia un mundo donde, por cuestiones de superpoblación y de crisis ambiental, se va a comer muy poquita carne. Es decir, se va a volver a comer muy poquita carne. Volver, volver, volver.

Salud,