Hace unos días recibí una llamada de uno del banco donde tengo mis cuentas, incluidas algunas cuentas pendientes. Ya se sabe, hipoteca, nómina, recibos… Es mi banco de toda la vida, aunque nuestra larga unión está totalmente exenta de amor y hasta de deseo, como suele ocurrir cuando la relación es añosa.
Tengo también un plan de pensiones desde hace no sé cuánto, puede que quince años o más. Cada mes voy metiendo ciento cincuenta euros, cual hormiguita tonta. Y ahí va y ya veremos si llego a disfrutar algo de ahorro tan sin sustancia. De eso quería hablar quien me citaba en el banco, que se presentó como mi asesor personal. Había oído yo que todos teníamos uno, al menos los del banco ese, pero al mío no lo conocía o lo había olvidado por lo poco memorable de nuestros anteriores encuentros. Esta vez sí lo recordaré.
Tras los saludos y el tenue protocolo, me sacó precisamente ese tema, el del plan de pensiones. Tenía ante sí mis cifras, con céntimos y todo, y me quería poner en la tesitura de un auténtico inversor, convertirme, si no en un tiburón de la finanzas, al menos en un salmonete de los intereses y los dividendos. Primero me explicó cuál es la mecánica de estos inventos, que en resumen consiste en que con lo que los parroquianos metemos en nuestros planes respectivos, el banco hace un montón que subdivide en montincillos y que va colocando acá y allá para buscarle rédito: que si tal porcentaje para renta variable, que si tal otro para títulos del Estado, que si aquella proporción en bienes inmuebles. No sé, un lío. A los veinte segundos yo ya me había puesto a imaginar que esta temporada el Sporting de Gijón se clasifica para la Champions y que a mí me piden unos poemas bien líricos para las celebraciones.
Pero volví a aterrizar, no sé al cabo de cuánto tiempo, cuando noté que me estaba haciendo una pregunta mi interlocutor. Le pedí que me la repitiera, con las consiguientes disculpas y fingiéndome algo duro del oído derecho, y venía a ser que si yo quería para mi inversión (¿inversión? Nunca se me había ocurrido) más seguridad o más rentabilidad. Por la expresión de mi cara debió de notar que no me había enterado de nada, por lo que, ante el temor de tener que empezar de nuevo y de que a mí se me volviera a ir la cabeza, simplificó todo lo que pudo la cuestión: que si quería yo que el grueso de mis dineros del plan fuera a títulos del Estado, deuda pública y tal, aprovechándome así de los riesgos de la prima (¿o era de la prima de los riesgos?) y de que al primo Estado lo tenemos (dijo “lo tenemos”) cogido por las pelotas, o si más bien prefiero algo que dé intereses menos espectaculares pero que sea de más vestir que lo de andar aprovechándose de mi propio Estado.
Le he pedido un tiempo para meditar y le dije que ya pasaría otro día con la respuesta, pero no sé por dónde salir. Entiéndanme, a mí lo de que me paguen un interés guapo por esas cuatro perras, de modo que cuando me toque jubilarme se hayan multiplicado como panes y peces de los de cuando aquello, me parece de perlas, pero temo que alguien venga y me diga que si no me da vergüenza ser de los mercados, ya que son los mercados los que están jodiendo la marrana y a los marranos que nos gobiernan. Eso pase, y entonces puedo decir que no, que nada de títulos de deuda pública o como carajo se llame la zarandaja.
Pero me ocurre otra cosa, aún más terrible: he empezado a desconfiar de todo el mundo. Me cruzo con un vecino en el rellano de la escalera o me saludo con un colega en la panadería y me viene la sospecha de que ellos también sean mercado y que les anden metiendo dinero a sus planes de pensiones, de jubilación, de inversión o de lo que sea, o simplemente en la cartilla de ahorros, y que con sus ahorrillos estén los mercados haciendo esas putadas tan horribles que nos cuentan los columnistas de Público. No sé, voy a llamar un día a los de Público y les preguntaré que dónde tienen ellos las perras y cómo se lo montan para librarse de burbujas y variadas especulaciones, para no ser mercado y no tener que hacerse el harakiri o que su mano derecha, la de escribir, no sepa dónde invierte su mano izquierda, la de la guita; o al revés, como sea, ustedes ya me entienden.
Con lo a gusto que yo vivía cuando pensaba que la culpa de todo era nada más que de cuatro cabrones, tipo Buffet, Soros y algún ruso, y ahora resulta que yo también puedo ser mercado, si me dejo porque me conviene la remuneración por la gran chingada que me ofrecen. ¡Joder!
PD.- La historia del banco y mi entrevista con el asesor financiero es puro invento, a mí sigue todo dios sin darme bola. Creo que a estas narraciones aleccionadoras las llamaban parábolas cuando ya eran sobre camellos y pajas. Pero el resto funciona en verdad como lo cuento, creo.
4 comentarios:
Primero, si le llaman de su banco diciendo que es su asesor personal, piense que ese "su" no es de usted, sino de ellos, pues a quién va a asesorar si no a quien le paga.
Por otra parte, quiera o no, usted es mercado, igual que todo hijo de vecino.
Si usted va mañana de León a Madrid en el Alvia, piense que esa obra se habrá pagado con deuda que fue emitida en un mercado y que el Estado tendrá que reembolsarla, convenientemente adobada de intereses, con los impuestos de su -esta vez de usted- frente.
Si usted llena el depósito de su casa con gasóleo calefacción porque sospecha que durante el invierno subirá el precio, usted se comporta como un miembro del mercado, que busca no pagar diez cuando por lo mismo puede pagar nueve. Cuando usted contrata un plan de pensiones, fondo de inversión o simple depósito a plazo fijo, usted actúa en el mercado, pues está ofreciendo, a quien lo precise, su dinero a condición de que se lo devuelvan, también adobado de intereses. Si usted suscribe un préstamo hipotecario, usted acude al mercado para que alguien le deje el dinero que necesita, con obligación de devolverlo con el correspondiente interés.
Si usted escribe un libro y lo pone a la venta, usted es miembro de un mercado, ofreciendo un bien a cambio de un precio que espera recibir.
De verdad, no es delito actuar como un sujeto que interviene en el mercado, y desde luego no es delito tratar de obtener un beneficio. Desde luego todos lo hacemos.
A Dios pongo por testigo que si algún día tengo algún excedente del cupo de gastos lo invertiré en ino y utas; y una huerta pa porsiacaso.
lo de sospechar de los vecinos es bueno...humor nos hace falta...sino dices que es inventado; ni se nota.
Una opción para no tener cargo de conciencia, en lo que a los asuntos bancarios se refiere, es hacer uso exclusivo de la banca ética (bancos del tipo Tríodos Bank, el proyecto Fiare, etc.)
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