29 agosto, 2012

Una guía para viajar por la Historia. Por Francisco Sosa Wagner

Acaba de publicarse en El Mundo y también pueden verlo aquí. No se lo pierdan. De nuevo, nuestro amigo Paco Sosa enseña refrescantemente, o deleita enseñando.

28 agosto, 2012

Semanilla sin blog

Creo que en los próximos ocho días no podré escribir esta tecla es mía, pues me voy un rato con la familia a Menorca (primer viaje en avión de Elsa) y al regreso salgo corriendo para Santiago de Compostela para empezar con las idas y venidas del nuevo curso. Digo yo que para el 5 o el 6 de septiembre andaré por aquí de nuevo, si no me viene antes la incontinencia virtual.
Nos vemos.

27 agosto, 2012

Don Margarito

(Me tomo una semanita de playa, con el permiso de ustedes, pero les dejo esta historieta universitaria, real como la vida misma. Que la disfruten).


                                                                                 
            Se iban turnando para limpiarle la saliva que le corría desde la comisura izquierda de los labios hacia la oreja de ese lado. Ahora había sido el turno de Aurora Laseca, becaria de tercer año y temblorosa como corresponde a su condición. Óscar Augusto Cascallana, el doctor Cascallana, la había mirado con reproche concupiscente cuando se le enganchó la falda plisada en la manivela de la cama. Aurora era doctoranda de Cascallana y el plácet del prócer, de don Margarito, lo habían obtenido en una reunión de hace ya algún tiempo.
            La aquiescencia del maestro para que Aurora Laseca se convirtiera en flamante doctoranda había llegado cuando ya no se la esperaban. A punto estaban de cumplirse los cinco minutos de rigor, concretamente iban cuatro minutos y cincuenta y seis segundos, cuando resonó con feliz contundencia la ventosidad de don Margarito. Mas para comprender la índole y el modo de la resolución deberemos detenernos en algunos pormenores reglamentarios. Entre las normas que regían estas periódicas reuniones de don Margarito con sus discípulos, una vez que el académico personaje había entrado en coma, se hallaba la que establecía que siempre que en la pertinente sesión de la escuela ante el maestro yacente se planteara cuestión que de él requiriese autorización, permiso o visto bueno, se interpretaría como respuesta positiva de su parte la emisión por su cuerpo de ruido o sonido del género que fuera y en un plazo máximo de cinco minutos desde que el asunto se hubiera sometido a su apreciación con claridad y sin ocultamiento de detalle significativo. El silencio corporal integral durante el referido tiempo -continuaba diciendo la norma- debería entenderse como negativa plena y no susceptible de revisión o recurso de ninguna especie.
            Fue con un proceder así como en los últimos cuatro años se habían tomado las más relevantes decisiones que afectaban a la escuela y a esa disciplina que, por si no lo hemos dicho todavía, es el Derecho del Turismo. Por ejemplo, que el doctor Everardo Cigales pudiera solicitar y disfrutar en Oporto un año sabático con fines de investigación, al cabo de un lustro como Secretario del Departamento de Derecho Turístico y Ciencias del Ocio Sostenible, se decidió por obra de un regüeldo tronante y aromático de don Margarito.  El permiso para que contrajera matrimonio Camelia Barrantes D´Auvignon, profesora titular de escuela universitaria, con Filócrates Urbasón Calcerrada, catedrático de Historia del Derecho y a la sazón cofrade mayor de la Cofradía del Santo Remedio y de la Virgen de los Descansos, por él mismo recientemente fundada, dicen que por amor a la mismísima Camelia, resultó de un borborigmo intenso pero no muy prolongado. Quiso la mala suerte que en ese instante pasara bajo la ventana de la lujosa residencia un camión de reparto y estalló la discusión entre los presentes sobre si en verdad las tripas de don Margarito habían rugido o si se trataba de un reverbero del sonido del vehículo en las acolchadas paredes del sacrosanto recinto. Sostuvo la tesis negativa el doctor Aníbal Gómez de las Infantas, profesor adjunto que fuera, compañero de doctorado del propio don Margarito y hoy el más veterano de los profesores titulares. Sucedía que el doctor Gómez de las Infantas, viejo solterón, había pretendido con esmero y muy molesta insistencia a la referida Camelia desde el día mismo en que la vio llegar, recién licenciada por Deusto, de la mano de su padre, primo segundo de don Margarito y bajo cuya custodia y tutela la iba a poner en tal instante, con la recomendación de que la hiciera catedrática lo antes posible y puesto que se trataba de muchacha de grandes valores y muy dotada para la lectura con fruto y la reflexión reposada. La tomó don Margarito bajo su égida y a los tres años escasos ya la había convertido en profesora titular de escuela universitaria y en secretaria de Facultad, ya que por entonces era decano Bienvenido Parabienes, que había coincidido con don Margarito en Burdeos cuando los dos elaboraban su tesis en la Universidad de aquellas tierras, el uno, don Margarito, en Derecho del Turismo y el otro, Bienvenido, en Derecho Tributario, ambos enviados allá por el gran don Miguel Olazábal, verdadero fundador y artífice del Derecho del Turismo español, que fuera íntimo del Caudillo y que aprovechó su buena relación en tiempos del Movimiento para llenar España de Escuelas de Graduados Turísticos, las que luego serían Facultades de Ciencias del Turismo y de donde habrían de salir los grandes tratadistas que en tiempos de la Transición supieron adaptar el Derecho del Turismo a los principios constitucionales y a las maneras del régimen democrático. No en vano el propio don Margarito coordinó en el año 82 un volumen titulado “Derecho del Turismo: hacia un nuevo Siglo de Oro”, en el que colaboraban con artículos señeros los quince discípulos que entonces tenía, todos los cuales se encargaron de subrayar en sus escritos el magisterio inmarcesible de don Miguel Olazábal y la gloriosa continuidad de su obra y sus tesis en la pluma y el buen hacer de don Margarito.
            Pues decíamos que el doctor Aníbal Gómez de las Infantas cayó prendado de la joven Camelia desde su mismísima llegada a las instalaciones del Departamento y que la convirtió en centro de su ansia y destinataria de sus requiebros al clásico modo. Mas habiendo ella al principio aceptado entre risas y cantarinas exclamaciones sus homenajes, fue firmar su toma de posesión como profesora titular de escuela y volverse con el pobre Aníbal esquiva, seria y a ratos hasta mal encarada, llegando en una oportunidad y ante todos los compañeros a afearle que de ese modo la acosara sin darse cuenta de que bastante más de treinta años los separaban. Se fue aplacando el profesor Gómez de las Infantas en su celo donjuanesco, si bien los planes de boda de su deseada Camila con el catedrático Urbasón habían desenterrado su despecho y le provocaron verdadera ira. Pero, como ya se ha mencionado, a la consulta contestó don Margarito con un crujido intestinal que don Aníbal no quiso oír y puso en cuestión, organizándose acto seguido un severo debate entre el susodicho, por un lado, y por el otro Camila y cinco más de las profesoras que ya gozaban de derecho reconocido para expresarse estando don Margarito de cuerpo y espíritu presentes; a saber: Bernarda Casares, Rebeca Pajares, Rosa de las Eras, Isabel Corral y Esperanza Pastizales. Fueron por lo menos quince minutos de dimes y diretes, de dardos y alusiones, de variadas figuras, de retruécanos y paronomasias inclusive, y justo cuando los dialécticos contendientes tomaban resuello y se aprestaban a enfilar nuevos argumentos, sonó, lúcido y transparente, otro rugido intestinal del sempiterno maestro. No hubo más que decir y corrieron los novios a reservar catedral para la ceremonia y restaurante para el banquete. Antes del señalado día, hicieron ante don Margarito exhibición y ofrenda de sus anillos de pedida y al día siguiente de convertirse en dichosos esposos, ante él comparecieron otra vez, ella para dejarle un trocito de tul del velo y él la corbata entera. A punto estuvo de acontecer ahí la primera discusión del flamante matrimonio, pues aseguraba Filócrates Urbasón que, en la despedida, Camila no se había limitado a besar en la mejilla a su venerado maestro, sino que le había dado un tenue mordisquillo en el lóbulo de la oreja izquierda, detalle que ella negó entonces y sigue negando a día de hoy.
            En esta ocasión de ahora se reúnen en torno a don Margarito para darle buenas noticias y arden en deseo de ver si con alguna sutil reacción corporal habrá de responderles. Esta boca abierta que en este mismo instante Aurora Laseca, Auro, vuelve a limpiar, y la respiración entrecortada, casi en estertor, les hacen augurar una feliz reacción y quién sabe si alguna adicional instrucción para aumentar la ganancia y hacer todavía más gustosa la victoria. Pues de una victoria en toda regla se trata y del glorioso desenlace van a dar cuenta a don Margarito. Como ocurría en las ocasiones más formales o siempre que la jerarquía había de marcarse, toma la palabra, previo carraspeo y unos compulsivos meneos del nudo de su corbata, el doctor Salvador Agraz Rutilio, que fuera el primer discípulo de don Margarito en llegar a catedrático y que en la actualidad combina el desempeño de la cátedra primogénita con el cargo de Vicerrector de Calidad y Sostenibilidad. En tanto que delfín de don Margarito y llamado a sucederlo el día, esperemos que lejano, en que la muerte lo libere de este coma profundo al que lo llevó la caída de un caballo durante un paseo en la finca que fuera de sus suegros, solo un dato nimio frustra al profesor Salvador Agraz Rutilio: que todos, absolutamente todos, en el Departamento, la Facultad y el campus entero lo llaman Salva, Salvador o Ruti, sin que ninguno se avenga a ponerle el don de don Salvador.
            Es el doctor Agraz hombre soltero, lleva mediados los cuarenta y luce panza que suele ceñir con chaleco. Con las profesoras más jóvenes gusta fingirse paternal y las aconseja en materia de novios posibles o eventuales relaciones amorosas, mas se mantiene a muy prudente distancia física y emocional de todas, si bien es verdad que a los de su pueblo, cuando los visita, les narra con lujo de detalles los polvos que les echa y los desplantes que tiene que darles para alejarlas y tomarse unos descansos. Se expresa hoy con prestancia y calma y va al grano, ya que desde que don Margarito yace en este triste estado, han entendido todos que es mejor ser sintéticos y precisos, por no acabar de cansarlo y para que pueda hacerse mejor idea de cuanto se le expone y a su superior criterio se somete. Así que con los índices metidos en los bolsillos del chaleco, postura que fuera típica del maestro mismo mientras mantuvo su prestancia física, va Salvador desgranando la buena nueva, interrumpido cada tanto nada más que por las exclamaciones o los monosílabos exaltados de Cari. Pero vayamos por partes y con un natural orden.
            Cari le dicen a Cariñena Sansegundo Peláez, cuarentona rotunda de caderas inclementes, muslos no reciclables, busto escurrido y voz de pacharán, que lleva cerca de veinte años a cargo de la fotocopiadora y, como ella misma suele decir, a sus pechos han crecido, desde que eran estudiantes, buena parte de los aquí reunidos, y con todos, recientes y veteranos, ha compartido las horas rutinarias del café y las celebraciones de toda clase de aniversarios, efemérides y festejos en general. Cuentan las malas lenguas que es la que más manda después de don Margarito, y no tanto, aunque también, porque conoce de la vida y milagros de los presentes, detalles que cada protagonista lleva en secreto pero con constancia de que en el secreto está Cari, como porque el propio don Margarito la señaló desde el primer día con su confianza y le permitió un grado de intimidad para los demás no imaginable. Basta recordar que es Cari la única a la que en todo el orbe académico se ha oído alguna vez retirarle el don y decirle Margarito a secas o, colmo de la perplejidad, dirigírsele con expresiones del tipo “conejillo”, “pitusito” o “Willy”, apelativo este último particularmente enigmático y del que nadie nunca supo dar cuenta. En verdad, fue Cariñena quien sentó la idea de que después del accidente y su terrible secuela los asuntos de la disciplina tenían que seguir sometiéndose a la consideración de don Margarito, y ella puso en marcha la logística de estas reuniones, en las que no faltan jamás el café y las pastas ni el aroma de colonia de lavanda con que la propia mujer, antes de empezar cada sesión y entrando ella la primera, asperja la cara, el cuello, las manos y los pies del prohombre.
            Pues va Cari subrayando con su acompañamiento airado la exposición del profesor Salvador Agraz, que en sus trazos básicos resumiremos como sigue, empezando por el final o desenlace, para que mejor se nos entienda y porque eso, el desenlace, era lo que más que nada se le quería comunicar hoy a don Margarito. Resulta que, a propuesta del Rector y por asentimiento de todos los asistentes, el Consejo de Gobierno de la Universidad ha aprobado el nombramiento de don Margarito como miembro vitalicio del Consejo de Departamento, la Junta de Facultad, el propio Consejo de Gobierno y cinco de las más lucidas y relevantes comisiones de este último, y se subraya en el acta oficial que los excepcionales méritos y las imperecederas aportaciones de don Margarito a la ciencia iusturística y al progreso de esta universidad lo hacen tan extremamente merecedor de las referidas distinciones, que debe tenérselo por siempre exonerado de concurrir a cualquier tipo de elección o de someterse a votación o refrendo del género que sea. De idéntica manera y por las mismas causas, se declara su consideración de miembro activo y de pleno derecho de los citados órganos de gobierno con total independencia de cuál sea en cada época su situación administrativa. Se proclama también el propósito de dar cobertura legal definitiva a esos nombramientos mediante una reforma del Estatuto de la Universidad que recoja la figura del profesor perpetuo ausente-presente, si bien se deja a expensas de lo que dictamine el Servicio Jurídico el espinoso tema de si cabría prolongar post mortem tales títulos y por si llega el desdichado día, seguro que bien lejano, en que don Margarito fenezca.
            Sentados frente al lecho del maestro y en tres filas de sillas, ordenados por riguroso escalafón y con Cari en el sillón de la esquina cercana a la cabecera, escuchan todos los detalles que el profesor Agraz va desgranando, ahora ya puro recordar la batalla que terminó en esta victoria que se celebra. Que fueron los de Derecho Agrario los que declararon la guerra al solicitar para uno de sus titulares uno de los tres despachos que seguían asignados a don Margarito, bien es cierto que el más pequeño y que no había usado en los últimos veinte años; que de la felonía tramada tuvieron noticia todos gracias a que se enteró Cari antes incluso de que la afrentosa propuesta se pusiera por escrito; que no tuvo el propio Salvador que decírselo ni dos veces al Rector para que este montara en cólera, les comprometiera su apoyo y decidiera suprimir de un plumazo las dos plazas de profesor asociado con las que en Derecho Agrario se suplía una baja por maternidad y otra por larga enfermedad de uno de sus catedráticos. Que, en fin, habían sido infinidad las llamadas telefónicas y los mensajes para solidarizarse con don Margarito y con la noble causa del grupo entero que defendía su más que indiscutible derecho a los despachos y a una eterna consideración sin tacha, amén de para denostar con gruesos términos la insolencia de los agraristas y la desconsideración para con quien, aun en el penoso trance de hallarse en coma y aparentemente privado de consciencia, seguía siendo y valiendo como maestro, orientador, protector y símbolo de cuantos entendían rectamente la Universidad y por ella daban su tiempo y su vida.
            Se está en ese placentero capítulo de la solidaridad gremial cuando Cariñena Sansegundo, Cari, empieza a mover las manos con gran agitación, se pone en pie, acerca su oreja derecha a la boca de don Margarito y empieza a gritar que no respira, ay, Dios, que no respira mi Willy, que no respira mi Willy. Tremenda consternación, lívidos los rostros de los mayores, boquiabiertos los más jóvenes, llorando a lágrima tendida Aníbal y Óscar Augusto, pugnando Auro por volver a pasar su pañuelo de seda por los labios ya secos de don Margarito, Salvador, rígido en pie, con las manos ahora separadas del chaleco y sin saber a dónde llevarlas, Cari deshaciéndose en suspiros e hipos y con su cabeza apoyada en el pecho del finado. Así habrán de pasar minutos, bastantes, puede que una hora o más. Pero a la postre volverá la calma y sabrá cada uno lo que toca hacer y nadie habrá que contradiga el indiscutible designio, no osará ninguno contravenir ni la naturaleza de las cosas ni lo que siempre estuvo claro aunque nadie lo hubiera enunciado jamás: que don Margarito es inmortal y que no habrá ahí afuera persona que pueda tener noticia de que dejó este mundo, pues en verdad no nos abandona, que habrá que embalsamarlo con exquisita discreción y sin reparar en gastos y que no tienen por qué modificarse ni un ápice los hábitos ni las jerarquías, aunque tal vez para tomar algunas decisiones habrá en adelante que votar, con voto ponderado y sin que la democracia esté reñida con el debido orden, siempre haciendo de cada resolución ofrenda a don Margarito y sabedores de que su magisterio perdurará idéntico desde el Más Allá que, para él, será siempre el Aquí Mismo.

25 agosto, 2012

Lo que cobran los políticos y cómo emplean su dinero


                Metámonos hoy en un buen berenjenal. Se contaba ayer en la prensa de aquí que los periódicos italianos de los que es propietario Berlusconi le han organizado a Monti una campaña de críticas porque se fue a pasar unas cortas vacaciones a Suiza, a una casa alquilada que le costó bastante cara. Las cifras no coincidían y a Berlusconi no le vamos a aplicar una presunción de veracidad. Sus periodistas en nómina dijeron que el alquiler de la casa valía diez mil euros a la semana, mientras que la oficina de Monti afirma que son doce mil quinientos euros por cuatro meses y que es la familia del primer ministro la que usa esa casa durante casi todo ese tiempo. El escándalo, fundado o forzado -de eso hemos de hablar-, estaría en lo supuestamente impresentable de que el Primer Ministro italiano gaste semejante cantidad en tiempos de crisis y, de propina, la gasta en Suiza y no en Italia. Ojo, es dinero de su bolsillo, no paga el Estado.

                Varias cuestiones resultan interesantes aquí. Una, la de cuánto dinero reciben los políticos y cómo lo consiguen. Otra, la de cómo lo gastan. Monti es profesor universitario de oficio, pero ha tenido otros empleos que le han proporcionado unos buenos ingresos. Pongamos que fueran trabajos perfectamente legítimos en los que se le pagó por la calidad de su tarea.

                Está de moda mantener que los políticos deben ser pobres, o al menos parecerlo. ¿Por qué? Vamos primero con lo que por su labor en los cargos públicos perciben. Hace poco, alguien me contaba que cenó con un ministro español que enseñó su nómina a los presentes: cuatro mil y pico euros. ¿Es excesivo? Hay altos funcionarios que ganan eso. ¿Es demasiado para un ministro? ¿Y para un inspector de Hacienda? ¿Y para un magistrado del Tribunal Supremo? Además de existir políticos sin más oficio ni beneficio y cuya competencia es más que dudosa, hay otros que pierden dinero al ejercer el cargo, pues en la empresa o en la Administración, como funcionarios, ganarían más.

                Algunas de las personas que critican el sueldo de ministros o alcaldes de grandes capitales se pasan el día quejándose porque les parece que es escaso su propio salario como profesores titulares o catedráticos de universidad, por ejemplo. ¿Debe un ministro o un presidente del gobierno percibir remuneración más baja que un catedrático de universidad? Hablo de los honrados, no de los corruptos que sacan sabrosas tajadas con oscuras maniobras y comisiones ilícitas. ¿Tendría Zapatero que, como Presidente, haber cobrado menos que un alto técnico de la Administración? Si nos parece que el sueldo es un buen incentivo en otras profesiones, ¿no debe existir tal incentivo para los que honestamente nos gobiernan?

                Luego está el asunto de cómo emplea un político sus dineros. Si el presidente de un consejo de administración de una importante empresa se alquila una casa en Suiza para sus vacaciones, no nos rasgamos las vestiduras. Si es Monti, sí, o al menos se alarman los berlusconianos, que tienen bemoles. Deben dar ejemplo de austeridad al emplear sus capitales, se dice. O sea, que si en vez de alquilar la casa de veraneo para la familia, deja esos euros en su cuenta bancaria es ejemplar; si los gasta, no. ¿Tiene sentido la crítica? Insisto, sigo hablando de dinero lícitamente obtenido y poseído, no de dinero negro o del producto de turbios negocios. ¿De verdad podemos reprocharle a Zapatero que se construya una buena casa en León?

                Yo puedo ser muy legítimamente partidario de un radical igualitarismo retributivo e indignarme porque un catedrático cobre bastante más que un conserje, un guardia civil o un peón de albañil. Nada que objetar. Pero, entonces, cuando me enfado por el sueldo de Monti, Zapatero o Rajoy, no deberé añadir que no hay derecho a que no ganemos bastante más los catedráticos.  Lo que no parece muy congruente es ese hábito de aplicar la ley del embudo o de ir con los de la feria y volver con los del mercado.

                Si en su labor en la política Monti o Perico de los Palotes roban o se corrompen, se les debe empapelar como está mandado. Si poseen dinero porque lo perciben en su nómina o porque lo ahorraron cuando trabajaban para la empresa X o porque lo han heredado, tienen el mismo derecho y la misma legitimidad que usted o yo para gastárselo en un crucero o en un alquiler veraniego. Salvo que prefiramos ver en los políticos unos perfectos fariseos que se nos parezcan.

                Convendría que analizáramos y distinguiéramos un poco. ¿Cuál considera usted que debe ser el sueldo de un presidente del gobierno o de un ministro o de un magistrado del Tribunal Constitucional? ¿Cuánto más cree que deberían ganar, si acaso, que un catedrático, un policía nacional o un peón del ayuntamiento? ¿Cree que a la hora de usar lo lícitamente obtenido deben todos ellos o algunos de ellos andarse con especiales miramientos porque hay gente que está en la ruina? ¿Estimamos que la situación de los que las pasan canutas mejoraría si un ministro percibiera menor remuneración o si veraneara barato? ¿Considera usted que ese hijo suyo que es juez o inspector de Hacienda gana más de lo debido o hace mal si se compra un apartamento en Marbella con sus ahorros?

                La justicia social tiene que ver con reglas generales atinentes a las oportunidades de cada ciudadano y al modo de evitar que haya ciudadanos que pasen hambre, no con consideraciones particulares sobre cuánto gana Fulano o qué compra Mengano. La justicia social ha de servir para que no haya ciegos, no para buscar consuelo en convertir a todos en tuertos o en dejar tuerto al vecino.

                Repito, el igualitarismo es un punto de vista perfectamente respetable y digno de muy seria consideración. Pero el igualitarista al que le ofrezcan un magnífico puesto perfectamente legal con seis mil euros al mes de paga debería pensárselo antes de aceptar a ese precio, al menos mientras haya mileuristas. O debería repartir. No pretendo, para nada, criticar a los defensores congruentes de la igualdad remunerativa, o de una cierta igualdad, pero sí a los que ven nada más que la paja en el ojo ajeno o a los que echan balones fuera haciendo que reparemos nada más que en lo que cobra un Presidente de Comunidad Autónoma, pura estrategia de despiste. Lo que no quita para que también veamos sueldos escandalosos e injustificadamente desmesurados. Pero, insisto, a la hora de hacer cuentas sobre remuneraciones y merecimientos debemos aplicar un planteamiento general. Berlusconi y los suyos tienen una cara muy dura. No son tan raros, por otra parte, y a lo mejor por eso los votan tantos, por demagogos de pacotilla.

24 agosto, 2012

Sobre gorrones y leyes, incluida la del embudo


                Lámase gorrón a aquel que se aprovecha de lo que otros hacen  o pagan, de modo que si todos actuaran como él, nadie podría ser como él, pues no habría de qué ni de dónde. Me explico mejor. Gorrón es, por ejemplo, aquel que, en un grupo de amigos que todos los fines de semana se va de copas, jamás paga las copas suyas, pese a que toma tantas como los demás. La diferencia entre él y los otros es que los otros pagan sus consumiciones de ellos y él no abona el precio de las suyas, sino que logra siempre que los otros lo inviten, aunque ningún motivo tengan para ello. Digo que el gorrón se aprovecha de su condición de excepción allí donde como regla rige el comportamiento opuesto al suyo, porque si ninguna persona pagara nunca las copas que ella misma se toma, si todos fueran como el jeta, no habría ni con quien ir de copas ni a quien darle el palo. Mírenlo con este otro ejemplo, que nos acerca a nuestro divertido tema de estos días: si todos los ciudadanos nos aprovecháramos de las redes wifi ajenas y ninguno contratara la suya, ningún ciudadano podría aprovecharse de una red ajena, de una que otro pague para su particular uso.

            El gorrón es una institución universal, naturalmente, pero en España abunda sobremanera y tiene una peculiaridad que hace únicos a nuestros gorrones nativos: mientras hacen la suya, te lo teorizan en plan doctrinal y se hacen pasar por vengadores del destino o compensadores de ajenas injusticias. Aquí, a ese que jamás saca la cartera para abonar los muchos vinos que toma con un amigo tú le dices un día: oye, creo que le estás echando mucha cara y estás abusando malamente de Fulano, que es el que todos los días apoquina las consumiciones. Y te responde así: que se joda, pues se niega a pasarle a su hijo la pensión de alimentos. O: que se fastidie, es un machista que ya se ha divorciado dos veces de mujeres a las que dejó muy deprimidas. O: pues que pague esto, claro que sí, ya que Fulano es un consumado evasor fiscal. Te lo cascan con cara de que no solo su gorronería está por esas razones justificada, sino que, además, ellos de esa manera hacen el bien y se tornan servidores de la Providencia o de una equidad cósmica. Como si por ser ellos unos puñeteros tacaños y abusicas fuera a mejorar la situación de aquel hijo, la de las aludidas mujeres o la del Fisco ante los que no cumplen con él. O sea, los muy cabritos encima degradan al que los mantiene y predican su propia superioridad moral sobre él. Cría cuervos… Es talmente como si alguien te magrea el culo sin tu permiso y cuando le vas a preguntar que de qué va, te replica que menudo sinvergüenza tú, pues se ha enterado de que durante la carrera copiabas en los exámenes. ¿Y por eso, aunque sea verdad, debes permitir que se dé gusto con tus posaderas sin que puedas ni rechistar?

            Volvamos ahora, pelín más en serio y sin acritud (palabra de que no hay acritud, pues el tema me importa en la práctica relativamente poco, aunque me entretengan mucho sus ribetes teóricos), con lo del pirateo de mi señal wifi, previa “ruptura” de mi clave, es decir, apropiándose de ella mediante algún aparato o programa “bajado” o adquirido para tan noble fin.

            Un argumento que ya he oído más de una vez y que creo que aquí, en el post anterior sobre la cuestión, repite, más o menos, un amable interlocutor, reza así: la señal de internet, bajo la forma de ondas o cosa por el estilo, entra en mi jardín y mi casa y circula por allí sin mi permiso, y por esa razón yo estoy legitimado para apropiarme de la clave correspondiente de algún usuario cuya señal esté a mi alcance y usar gratis el servicio que él paga a Vodafone, Movistar, Ono, Yoigo o la compañía que sea. Sometamos a prueba el argumento sin querer hacerle injusticia. Llamemos G a quien lo sostiene.

            G tiene un prado y un día entra en él una vaca de su vecino. Y piensa G: ah, esta es la mía, como la vaca está, sin mi autorización, en el prado de mi propiedad, pues la sacrifico, la despiezo y la meto en el congelador para ir zampándomela durante el año. O, en versión menos radical, decide G ordeñar la vaca del vecino cada vez que entra en su finca, sea para beber él la leche, sea para venderla. ¿Vale la comparación con lo de la wifi? Se me dirá que no, porque sobre la vaca rige un derecho de propiedad del vecino, ya que la vaca es un objeto tangible y no una onda o una señal radioléctrica o similar. Me hace muchísima gracia el nuevo tipo de comunismo en chanclas que rige últimamente entre muchos conciudadanos y que viene a contarnos que lo material o tangible es de cada uno, pero lo intangible es de todos. Por ejemplo, mi vaca es mía o mi coche son míos, y líbrense todos de tocarlos sin mi consentimiento, pero tu señal de wifi, la  onda electromagnética que emite no sé qué cacharro tuyo son de todos. Los libros que yo en papel compro en la librería, sean para el estudio o el asueto, son míos y actúa ilícitamente quien se apropia de ellos a la chita callando, pero las versiones electrónicas de esos libros son de todos.

            Fíjense que he dicho “mi vaca es mía, pero tu señal wifi es de todos” y no he dicho “las vacas son de cada propietario y la señal wifi es común o de todos”. No es casual ese modo de expresión. Porque lo que esa especie de comunismo con bermudas predica es el reparto de lo de los otros conmigo, es comunismo unidireccional o nada más que de lo de otros, es ley del embudo envuelta en celofanes de justicia social. Por lo general, el día que contrata un servicio de internet inalámbrico ese repartidor optimista, le mete una clave del carajo e imposible de romper, porque ya se sabe que hay por ahí mucho aprovechado y mucho amigo de lo ajeno. Es España, compadres, qué quieren que yo les haga.

            Dirá alguno, no sin su punto de razón: yo soy amigo de compartir mi red y por eso la mantengo abierta, sin password. Me parece muy bien, de verdad, y yo también lo haría así si la gente no me dejara sin megas a mí, el que paga, a base de bajar The Wire completo en siete idiomas diferentes. Pero hay un matiz crucial, como es que el que decide compartir está autorizando el uso de lo suyo por otros y, por tanto, ya no es el caso que aquí hablamos. No estamos debatiendo qué consideración jurídica, moral o social merece el que usa la red de uno que a postala dejó sin clave, sino el que contra la voluntad del primero rompe la clave para usar su red.

            Argumento que viene acto seguido: pues el que quiera tener clave, que se organice para tener una invulnerable. Si pretendemos decir que es más fácil aprovecharse del más tonto y que tonto eres si permites que, por no meterle un password de doscientos caracteres, otro se aproveche de ti, pues de acuerdo. Igual que bobo serás si no quieres que entren en tu casa a usarte el equipo de música o a mirar por el ojo de la cerradura mientras te duchas y pones una cerradura que se fuerza hasta con un mondadientes.  Vale, muy bien, pero creo que para el delito de allanamiento de morada no es atenuante ni eximente el que no haya doble ventana o el que la puerta no sea blindada. Y conste que es una comparación nada más que a esos efectos y no estoy proponiendo nuevos delitos ni llamando ladrón al feliz usuario clandestino de mi wifi.

            Aquí es donde toca darle los suyo a la empresa. Si usted contrató con una empresa de puertas y cerrajería para que le instalaran una bien segura, le pagó por ello y luego resultó que la cerradura la fuerza hasta un niño o que la hoja se tumba hasta soplando, usted podrá reclamar civilmente a dicha empresa para que le indemnice por el daño o, simplemente, le devuelva todo o parte de lo que le pagó por el servicio. Estoy de acuerdo en que por ahí deberíamos atacar a Movistar y compañía (compañías). El otro día, un técnico de Movistar que me atendía telefónicamente me lo soltó con todas las letras: mire, me dijo, esas claves que vienen con el router que le instalamos no valen para nada. Mas, insisto, una cosa es mi relación comercial con la empresa Movistar y otra cosa es la calificación jurídica, o del tipo que sea, que merece el vecino que utiliza mi red apoderándose de esa clave, falsificando o copiando mi llave, como quien dice. Lo primero no exonera lo segundo, si es que algo hay que exonerar, que de eso hablamos.

            Lo próximo que me argüirán es que la culpa y la responsabilidad también es mía, por no cambiar yo la clave mediante el proceder técnico pertinente. ¿Y por qué tengo yo que perder mi tiempo en eso o por qué debo saber hacerlo, al precio de que, si no, sé debo soportar sin rechistar que mi clave sea rota por el enmascarado del cuarto derecha? ¿Y si soy un buen señor de setenta años que no es o no se siente capaz de tales pericias técnicas? ¿Y si soy yo mismo, aunque no ande en tal edad? ¿Debemos establecer una diferencia sustancial entre los que saben defender lo suyo -dominan varias artes marciales, son maestros en la colocación de trampas para intrusos, instalan alarmas y petardos…-  y los que no son capaces o no tienen tiempo, de modo que la indefensión de los segundos haga perfectamente impune la acción de quienes los asaltan? La wifi para el que la trabaja, de modo que el que le aplica buenísimas claves la tenga como suya y sea compartida y común la del que no, la de quien la tenga con claves más sencillas. Sería un criterio ciertamente curioso y no sé si muy presentable en términos de justicia social, precisamente.

            Pero retomemos el hilo donde antes lo dejamos. Hablábamos de la propiedad de lo intangible o el derecho sobre cosas intangibles, como ondas, señales electromagnéticas y tal. A los de Derecho, por cierto, enseguida nos vendrá a la cabeza aquella polémica de hace más de un siglo sobre el “robo” de energía eléctrica.

            Si las ondas o señales que pasan por mi casa o mi huerta son también mías porque circulan por allí sin mi permiso, supongo que el argumento valdrá lo mismo para la comunicación mediante teléfono móvil. Como por mi propiedad circulan las ondas o señales del móvil de mi vecino, lo tengo a huevo: me hago con un programa -si lo hay, o suponiendo que lo haya- que me permita suplantar su identidad telefónica y con el móvil mío hablo con cargo al contrato telefónico de él. Si protesta, le suelto eso de que no me pidió el visto bueno para la circulación de su señal por mi cuarto. ¿Eso también lo veríamos bien? O, con un ejemplo más pedestre y tontón, si el cartero que le lleva las cartas a mi vecino tiene que pasar por una propiedad mía para entregarle a él la correspondencia, puedo quedarme con sus cartas o cogerlas cuando se me antoje?

            En suma, me suena la mar de gracioso ese argumento que basa en el derecho de propiedad el atentado contra el derecho de propiedad: lo que pasa por lo mío es mío aunque lo pague otro, de modo que mi propiedad es el fundamento de que no reconozca yo la propiedad del otro. Es lo que, a modo de chanza, antes califiqué comunismo unidireccional o de embudo, y que también podríamos llamar comunismo de chándal.

            Hay gente que evade sus impuestos escudándose en que el Estado administra muy mal sus ingresos. Lo que no quita para que esa gente sí circule por las carreteras construidas con el dinero de quienes sí pagan los impuestos suyos. A Dios rogando y con el mazo dando. En el asunto que nos ocupa, me interesa el tratamiento jurídico que tenga o debiera tener lo de la wifi y las claves, pero ya he dicho que me gusta más que nada como divertimento teórico. No propongo nuevos delitos e insisto en que los ilícitos no solo pueden ser penales, también los hay administrativos y civiles. Lo que no me entra en la cabeza con facilidad es que dichas acciones de “piratas” o gorrones no deban merecer ningún reproche jurídico. O, al menos, concédaseme la dimensión moral negativa del comportamiento del gorrón. Porque que, encima y para colmo, a mí, que pago por ese servicio, me dé lecciones de teoría de la justicia y de ética comunitaria el que se lo monta a mi costa me desasosiega un poquillo. Es aquello de que bien está joder, pero no arrancar los pelos. Y perdón por la vulgaridad de la expresión. Podríamos pagar a medias, y ganaríamos los dos, o los diez. O podría yo comprarme la antenita y bajarme el programa rompeclaves y ponerme a vivir de los tontos que pagan, al menos mientras alguno quede y no se vuelvan todos comunistas de pega, hasta que ya nadie tenga una wifi de la que chupar por la cara. Vale, que sea impune del todo el actuar de esos vecinos míos, pero déjenme al menos que pueda yo decir que no son muy buenos vecinos, aunque se sientan descendientes de Marx, de los dos, de don Carlos y de don Groucho.

            Última precisión, a riesgo de resultar ya más que pesado: no protesto en verdad contra el uso de mi red, aun con añagazas y pirateos, sino porque yo pago por seis megas y los que bajan películas con ella me están dejando los restos, una lentitud desesperante. Y no me vengan con que es culpa nada más que de Movistar por no dar un ancho de banda que nos satisfaga a todos. Que desenchufen ellos un rato y salgan unos días del Torrent y vemos si tienen alguna culpa o no de mis cabreos. Nada más que eso. ¿Me estaré convirtiendo en un capitalistón furibundo e insensible? Y lo último, de verdad: palabra de honor que si uno viene y me explica que no tiene con qué pagar el abono a internet yo le regalo mi clave de inmedato. Pero sospecho que más de cuatro cabrones de los que llevo subidos en la chepa tienen más dinero que yo, para colmo.