19 diciembre, 2016

Fórmula para enderezar el Estado de las Autonomías. Por Francisco Sosa Wagner



No hay nada como recurrir a la historia para ordenar nuestro presente. Esa ilustre matrona que nos acompaña como una sombra tiene respuestas para todo porque es buena verdad que, si bien muchos desearíamos un mundo pletórico de mudanzas, lo cierto es que nada hay nuevo bajo el sol, según nos enseña el Eclesiastés.

Por eso es oportuno recordar ahora el tiempo que llevamos dándole vueltas a este lío de las autonomías, de los nacionalismos y los soberanismos, en fin, de las regiones que quieren separarse de España y montar su tenderete aparte con sus ministros y sus asesores, sus repúblicas, sus pelucas, sus desfiles y sus fanfarrias.

Buscamos y buscamos modelos en los países de aquí y de allá, en los escritos de sesudos ensayistas dedicados a desvelar los arcanos de la Ciencia política, se escriben incluso tesis doctorales y, sin embargo, no se nos ha ocurrido echar mano de nuestro pasado, una alcancía que, engastada en peligros, esfuerzos y peleas, guarda los mejores tesoros y los más granados hallazgos.

A quien tal empresa acometa, le espera la satisfacción de encontrar una institución medieval que se llamaba el “privilegio de villazgo” consistente en otorgar plena jurisdicción y una amplia autonomía a los lugares o aldeas sujetos a la disciplina de una ciudad. ¿Suena el asunto, no es cierto? Pues bien, llegar a esa situación “privilegiada” se lograba solicitándolo al superior y se conseguía, solo que pagando, pagando a la Real Hacienda que manejó tal privilegio como una fuente de ingresos (igual que la venta de oficios).

El nuevo lugar podía ostentar poderes jurisdiccionales lo que llevaba aparejado disponer de horca y picota, de cuchillo, cárcel y cepo como si fueran municipios con la mayoría de edad alcanzada. Todo esto lo ha explicado muy bien la historiadora Carmen Pescador a quien ya es hora de que se solicite un dictamen para ordenar el endiablado Estado de las autonomías.

De manera que el asunto es sencillo. Si, usted, autonomía, provincia o lo que quiera que sea o quiera ser, desea independencia para tener, como las ciudades realengas, regidores, mayordomos, fieles y alguaciles propios, más el cepo y la cárcel (en la que no entren los míos sino los tuyos) pues no hay problema: entre nosotros hacemos el arreglo y usted adquiere la libertad pero, previamente, pasa usted por Caja a pagar.

¿Cómo es posible que al ministro de Hacienda no se le haya ocurrido leer a la citada profesora o a don Antonio Domínguez Ortiz para solucionar los problemas angustiosos de nuestra Hacienda? Una Hacienda -nos duele- escuálida e indigente, vigilada de forma pegajosa por esos amenazantes acrónimos de la vida contemporánea que tanta inquietud causan a las personas temerosas de Dios (BCE, FMI, MUS, MUR, MEDE...).

“Os hago villa” decían los documentos con que acababa el expediente del privilegio de villazgo. “Os hago autónomos, independientes y soberanos” rezaría el actual que bien podría llamarse “privilegio de soberanía”. Que se extendería con todos los sellos, firmas y protocolos pertinentes, una vez ingresada en el Tesoro la cantidad requerida.

A partir de ahí, a beber a sorbos la libertad y barra libre para los lugareños que podrán defenderse del expolio que, en la época de las cadenas, se han visto obligados a sufrir y también libertad para adiestrar a la infancia en un odio crujiente al vecino, a los símbolos del vecino, a su bandera, a su lengua, a su forma de preparar el cocido y a su santo patrón.
                                                                                             
La Historia -por fin- se habrá abierto en anchas avenidas, libres de angustias y estremecimientos dolorosos. Se vivirá un mundo en plenitud imantado por la brújula de la felicidad. Habrá costado dinero pera habrá merecido la pena.   

No hay comentarios: