Hubo
un par de décadas en las que la vida en este país nuestro resultaba bien
agradable. Me refiero al ambiente social, al clima entre la gente, más allá de
los problemas de cualquier tipo que pudiera tener cada cual. Fue la época del
vive y deja vivir, cuando España se convirtió en uno de los países más
tolerantes, abiertos y plurales del mundo. Suena exagerado, pero me remito al
testimonio de los que ya sean un poco mayores y, como yo mismo, hayan nacido
bajo la dictadura, hayan vivido en su juventud la transición y hayan llegado
hasta hoy con los vaivenes políticos propios de cualquier democracia.
Fue
un prodigio, algo inusual en cualquier parte y que raramente se repetirá.
Gentes que habían crecido en medio de la opresión y que habían padecido tantas
represiones se volvieron liberales y de mente muy abierta. Las artes rompieron
los corsés, la divergencia política se vivió con buen espíritu y mucha
comprensión, la libertad inundó las relaciones amorosas y sexuales, los
conflictos sociales existían, cómo no, pero en un marco en el que los acuerdos
eran más que las divergencias radicales. Y, sobre todo, la religión ocupó su
lugar, el lugar legítimo y debido, en la conciencia y la vida personal de cada
cual, pero sin ese toque autoritario y mal encarado que tanto había hecho
sufrir a las generaciones anteriores. Entre compañeros y amigos se podía hablar
pacífica y cordialmente de todo y cada uno exponía sus inclinaciones y
preferencias sin apenas temor a ser vilipendiado por sus gustos, opiniones y
prácticas, todo ello dentro de un orden sí, pero un orden flexible, laxo,
gratamente relajado.
Hablo
en pasado porque me temo que retornan los tiempos oscuros y que nos estamos
cargando buena parte de aquella libertad que nos habíamos procurado entre
todos. Reaparecen los dogmatismos, las censuras, los reproches, la inseguridad
al obrar ante los otros y al comunicarse con cualquiera, el temor a la machacona
crítica intolerante. Me atrevo a sugerir que la crisis de la religión oficial o
tradicional está dando pie a que aparezca un espíritu cuasireligioso más
dogmático y prosaico, de la mano de algunos que se creen adalides de mil una y mil
liberaciones y que acaban por no ser más que represores y fanáticos
inconscientes, a la antigua usanza y aunque se sientan muy modernos.
Tanto
es así, o tan así lo vivo, que, a día de hoy y para mi sorpresa, prefiero
conversar con un cura normal y corriente o con un católico conservador y
tolerante que con gran parte de mis conocidos, compañeros o amigos que se
tienen por el no va más del progresismo. Y conste que ni soy creyente de
ninguna confesión ni me tengo por conservador en nada, bien al contrario. Pero
algo raro ocurre cuando a uno, hoy, le resulta más fácil contarle un chiste
picante al sacerdote de su parroquia que al sindicalista de su empresa o si tenemos
que por un juego de palabras un poco atrevido, unos tacos a la vieja usanza o
unas chanzas con picardía te atizan más fuerte los amigos de ahora que los
viejos maestros de la escuela franquista o los catequistas de otros tiempos. Ha
renacido el puritanismo, un puritanismo polimorfo y camuflado, pero un puritanismo
tan puñetero y hediendo como todos.
En
consonancia con los temores que actualmente nos asaltan, me disculpo por la
expresión que utilizaré a continuación y que es esta: estamos confundiendo el
culo con las témporas. Me cisco en cuantos se consideran progresistas y defensores
de todas las libertades e igualdades a la vez que dedican su tiempo a reprimir
expresiones ajenas y a afinar el lenguaje suyo como si con eso bastara para
arreglar el mundo y garantizar la mejor libertad. Es al revés, todas las
agresiones a la libertad que en la historia se han conocido comienzan por disciplinar
el habla, por mandar callar sobre ciertas cosas y por imponer un lenguaje y un
estilo. Detrás de eso, y justificadas por eso, llegan las demás represiones.
Pondré
un solo ejemplo, para complicarme más la vida. La plena y absoluta igualdad
entre las personas y al margen de su sexo u orientación sexual es objetivo
absolutamente prioritario en cualquier sociedad que se quiera mínimamente dcente.
Venimos de una oprobiosa y odiosa historia de feroz dominación masculina y de
insoportable discriminación y sumisión forzada de las mujeres. Eso sin la más
mínima duda. Y con eso hay que terminar por completo. Pero la alternativa no es
una vuelta al puritanismo más rancio y a un enfoque pseudoreligioso de la
relación entre hombre y mujer, con la idea de pecado en el centro. Del “no
desearás a la mujer de tu prójimo” o el “no consentirás pensamientos ni deseos
impuros” no podemos pasar al “no dirás ni pío a una señora” o “líbrete Dios de
insinuarte a una dama si eres varón”. Claro que se ha de acabar con los abusos
y con tanta suciedad, con los viejos chantajes y con toda la violencia
masculina, eso no se discute. Pero la sociedad que me gustaría dejar a mis
hijos es una en la que hombres y mujeres sean libres para tratar de seducirse
con buenas maneras y libres para no hacer nada que no deseen. La libertad es
sencillamente eso. Lo otro es propio de obispos (y obispas) camuflados.
¿Se
acuerdan o han oído hablar de cuando en la dictadura hacía falta un certificado
de buena conducta para acceder a un trabajo y casi para cualquier cosa y de
cuando un simple juicio negativo del párroco del lugar condenaba a una persona
poco menos que al ostracismo? El que no iba a misa o no pasaba por el
confesionario, el que soltaba alguna blasfemia o palabra de mal gusto para los
censores, el que vivía con su pareja “en pecado” estaba poco menos que desahuciado,
y eso forzaba a todo el mundo al disimulo, la autocensura y el desdoblamiento.
Pues mucho me temo que en esas estamos de nuevo. Defendamos todas las
igualdades y defendámoslas con uñas y dientes. Pero no matemos la libertad ni
restauremos la represión.
2 comentarios:
En mi opinión, lo más molesto de los nuevos guardianes de la moral es que se presentan a sí mismo como enemigos de la represión y como modelos de tolerancia, mientras que en realidad son profundamente represivos e intolerantes. Los beatos de antaño, al menos, no se solían vestir en piel de cordero.
El puritanismo piramidal y nada menos que en el diario de LEÖN.
Analizamos ese puritanismo desde la llegada de esa libertad en nuestra CE. Qué complicada la cosa. Mucha mezcla de generaciones ya.
Esos paisanos progres que se emborracharon de libertad de una manera hueca, de palabras, palabras. El puritanismo moral de que ¿moral?
No veo ni un solo puritanismo en el ámbito de la corrupción.
No veo puritanismo por ese lado. Mas bien veo políticos apaisanados.
Ese artículo bien podía estar en un periódico de tirada nacional.
Pero en el de una provincia que carece de identidad colectiva propia. Por que la cosa debería estar ya a estas alturas para que cada vez que un político sale en la tele, o pasea por la calle intentando vendernos la moto.... la cosa está para correrlo a gorrazos. Es así que este artículo en el Diario de León es como oir llover... tanto como tener un móvil de ultima generación y sin cobertura de datos.
No hemos asimilado el primer concepto y ya nos colocan su sucedáneo.
En fin y de la corrupción qué? porque el puritanismo mencionado es cotilleo para progres pijos. A mi me gusta el puritbnismo radical, radical en la gestión publica eso si que mola, lo demás son chuches. De ese puritanismo no habla? A ver para cuando ese puritanismo en el que llegue a decir: No puedo ejercer mi labor como funcionario publico porque cada vez que enciendo la luz del despacho tengo que justificar en un formalario esa necesidad.
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