20 septiembre, 2005

Universidad

(Publicado por Juan A.Gª. Amado en La Nueva España el 6 de junio de 2004).

Me permito proponerle al paciente lector un acertijo. Quien más quien menos ha trabajado, y la mayoría lo habrá hecho por cuenta ajena y en una empresa. Así que el tema lo conocen. Quiero que atiendan a los datos y pistas que les iré dando y que traten de imaginar a qué empresa o institución “productiva” me refiero. Si no lo adivinan, mal asunto. Si aciertan, peor.
Pues imaginen una empresa en la que, según se dice, sólo se asciende después de esfuerzo denodado y sesudo estudio. A los treinta y tantos o cuarenta años un buen trabajador de ese ramo puede haber llegado al empleo más alto de su filial. Se supone que es cuando la empresa requerirá de él lo mejor y lo incentivará para que persevere en los logros de su especialidad, en la que tan notablemente se ha formado. Pues no, llegados a ese punto, un buen número de tales profesionales sienten que hay que dedicarse a la política, la de andar por casa o la otra, dejarse de análisis e investigaciones y agenciarse un puestecillo con mando en plaza y que nos alivie del desgaste de codos. Y me pregunto yo, ¿no sería mejor dedicarse desde jóvenes a la política, si lo que uno ansía es ser jefe de la banda municipal o director de agasajos y oropeles, pongamos por caso?
En tal empresa rige un código teórico muy estricto, a tenor del cual las máximas responsabilidades han de corresponder a los que más valen y se esfuerzan. Pero los más altos directivos periódicamente convocan a sus trabajadores para ascensos cuasiautomáticos, bajo lemas como “aquí todos somos iguales” y "todos tenemos derecho a lo mismo". ¿Y los que trabajan más? Será porque les gusta, y bastante premio tienen con ello, que no se quejen ni invoquen agravios comparativos.
Ah, pero ojo, que falta una información fundamental. Al jefe supremo de la empresa lo eligen democráticamente los trabajadores y usuarios. Y es perfectamente explicable, y hasta legítimo, que los trabajadores quieran el mejor puesto y el mayor sueldo, sí; y los usuarios el menor precio con las mayores prestaciones, por supuesto. E igual de explicable y legítima es la aspiración de cualquiera de esos vocacionales trabajadores para convertirse en supremo directivo de tan sacrificada grey. ¿Y cómo van a conseguir los votos si no es con un poco de manga ancha?
El ya sufrido lector se preguntará dónde quedarán en tal empresa las consideraciones de productividad y competitividad. Paciencia, que faltan más pistas. Una de las cosas que más quebraderos dan en tal sector productivo es la selección de personal. Cuando se ponen románticos e idealistas están tentados de decir que hay que buscar y escoger con esmero a los mejores. Pero, a la hora de la verdad, el que le preocupa a uno es aquel chico de su barrio que no aprobó para conductor y que tiene dos hijos, fíjate qué situación, y encima que su mujer lo dejó. Así que a los directivos de cada filial lo que paternalmente les obsesiona es que no vaya a venir un aspirante de fuera con un montón de méritos y una gran experiencia a quitarle la plaza al hijo de la Loles. Y eso, mal que bien, se va consiguiendo, porque se inventan sucesivos métodos de selección que aseguran casi siempre que el osado de fuera no se nos cuele, en primer lugar, y, en segundo, que no se quede sin su vitalicio cocido el chico éste, ¿cómo dices que se llama? Y eso que no acaban de reconocer nuestro derecho a exigir que el que quiera colocarse de oficial de primera tenga que demostrar que es un as de la “cuatriada”. Hosti tu, falta sensibilidad multicultural en este curro.
La política de personal no tiene desperdicio. Desciende la demanda y el trabajo escasea en los últimos tiempos. Pero que no cunda el pánico, que de aquí nunca se ha despedido a nadie (salvo a algunos colaboradores a tiempo parcial que comen de otro lado) porque no haya trabajo o porque no se desempeñe bien el que se tenga. Al contrario, cuando parece que va a sobrar gente se decreta un ascenso general y se promociona a todos a puesto más alto y bien blindado. ¿A los torpes también? Hombre, a esos los primeros, por razones de justicia y de sensibilidad social, como es obvio. No es nada nuevo, pues desde hace tiempo esta empresa se preocupa de que tengan colocación para siempre y vida tranquila todos sus trabajadores que se vuelven chalados o que se declaran radicalmente incapaces de dar un palo al agua. Y el que haya estado alguna vez en la empresa y diga que no es verdad lo que acabo de afirmar miente a sabiendas y con descaro. En esa empresa hay tantos empujones para mandar que los puestos directivos a veces duran mucho y otras veces poco. Pero se han conseguido dos cosas importantes. Una, que los cargos de más alta jerarquía conserven para siempre su sueldo. Sí, sí, como lo oye, amigo lector. Como si en su fábrica a usted un día lo eligieran para jefe de personal y luego, al cabo de unos años, lo cesaran y volviera usted a su lugar anterior. Volvería, sí, pero con el sueldo de jefe. Así da gusto que lo degraden a uno. Y si el puesto que usted tuvo y perdió no es de los más altos, tampoco se entristezca. Le mantienen un porcentaje en concepto de productividad. Debe de ser para compensarle la frustración por el tiempo que perdió sin producir gran cosa, entregado como estaba al desprendido servicio a los demás.
La vida privada se respeta más que en ninguna otra parte. Pongamos que usted trabaja en esa empresa en Huelva y que logra un puesto mejor en otra filial en Cáceres. Todos en Cáceres comprenderán que, si usted es de Huelva, si tiene en Huelva su domicilio, su familia y su huerta, cómo vamos a pedirle que renuncie a todo eso, cómo vamos a imponerle un horario laboral en Cáceres de lunes a viernes. Venga uno o dos días a la semana, en épocas de mucho trabajo, y no se estrese más, pobrecico mío. Y no digamos si usted tiene un hijo pequeño o una tía enferma, con qué cara vamos a exigirle que incumpla sus deberes familiares para atender a los profesionales. La empresa puede esperar y madre no hay más que una. Es el único trabajo en el que cuando le preguntan a uno por qué lleva tres días (o semanas) sin aparecer (no suelen preguntarlo, la verdad), queda uno como un señor o señora si responde que porque su hijo está jugando la final del campeonato intercolegios de parchís, o porque ha decidido cambiar el tresillo del salón y anda ojeando tiendas.
Pero, curiosamente, en esa institución bombardean continuamente a su personal con la cantinela de que tenemos que funcionar como auténtica empresa, nuestra razón de ser es el mejor servicio, nuestro objetivo irrenunciable la mayor productividad, nuestra consigna la transparencia, nuestra razón de ser la apertura a la sociedad, y bla, bla, bla. Y que conste una cosa, para acabar. Un buen número de los empleados, de todos los niveles y en todos los puestos, se toma su labor y su formación muy en serio y se aplica a su oficio con denuedo. Son los que tiran del carro y mantienen el chiringuito abierto, en todos los sentidos. Pero están sistemáticamente deprimidos, por el poquito caso que se les hace y porque les abruma la sombra alargada de “los otros”, que suelen ser mayoría y que más de una vez les afean su exceso de celo o su afán productivo con expresiones del tipo de "si tanto estás aquí será que no tienes otra cosa que hacer", o "para lo que nos pagan, buenas ganas tienes de matarte", o "me han ofrecido ser director de área".
Y aquí la pregunta. ¿De qué empresa, real o fingida, estoy hablando? No, no es Carrefour, no sea usted tan bromista. Que todavía hay clases.

1 comentario:

Anónimo dijo...

magnífica parábola garciamado, pero al igual que Camus hacía decir a Calígula, respecto de unos versos : "muy bonito, pero le falta sangre", aquí se hechan en falta nombres y apellidos de esos personajes. A la espera estoy.