09 agosto, 2006

Adiós, madre.

Cumplió como los buenos hasta el final, derrochó generosidad hasta en el morir. Llevaba bastante tiempo muy enferma, a veces muy grave. Me dio aquel plazo para el casamiento y sonrió buenamente cuando al día siguiente le llevamos el ramo de la novia. Pasó una semana y apenas mejoraba. Íbamos a iniciar un viaje de siete días y el médico me dijo que creía que saldría adelante. El día anterior a nuestra partida, hablé con ella y le dije espérame, nos vamos unos días y pronto regreso y quiero verte. Asintió y sonrió un poco. Nos fuimos animados. Nada más regresar, de domingo, salí aprisa para Gijón. La encontré muy mal, su cuerpo se rompía definitivamente, no admitía alimento ni líquido. Apenas podía hablar casi nada. Se excitaba un poco cuando me veía, se quejaba sin estruendo. Le hablé mucho, la acaricié, la besé, le recordé algunas cosas nuestras y le canté otra vez aquellas canciones. Cantaba ella un poquito, apenas sin voz, intentándolo y sin contrariarse porque no le salían las palabras. Ayer mismo, la última vez que estuve con ella, yo le canté un ratito mientras se estaba quieta con los ojos cerrados, yo pensaba que dormida. Me callé y un poco después ella entonó quedo y cantó tenuemente dos segundos.
Me contó anteayer una de las admirables cuidadoras de su residencia que el día anterior ella había llamado a mi madre por su nombre y le había preguntado cómo se sentía. Y que mi madre le respondió: estoy esperando a Enrique (mi padre), es el día de la fiesta y no acaba de llegar a buscarme, la fiesta empieza y yo no sé dónde se habrá metido este hombre, que no viene. Hacía bastantes días que no era capaz de articular una frase tan larga.
Ayer, antes de separarme de su lado, le dije que si quería ya podía descansar tranquila, que por mí ya no tenía nada más que hacer, que ya no me quedaba nada que pedirle, que ya había sido absolutamente generosa y que ahora se merecía reposar feliz. Asintió con la cabeza. Le arrimé mi cara y me besó, tres, cuatro veces. Yo la besé también, mucho, y me fui. Horas después, esta mañana, me llamaron y me dijeron que acababa de morir. No me sorprendió, diría incluso que me gustó mucho, y entiéndaseme bien.
Su expresión, muerta, era plácida. Estaba guapa.
Mañana la enterraremos en Ruedes, en nuestra tierra, que es la tierra de la que estamos hechos.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo siento mucho profesor, para mí cualquier madre de este planeta e insisto en "la que sea", es digna de un profundo respeto y de comprensión en sus actuaciones, incluso las negativas.
Que descanse en paz tranquilamente y se una quimicamente a su Ruedes.

Anónimo dijo...

El cortejo fúnebre encontró un tractor con hierba en el último tramo del camino al cementerio. La hierba, cuyos tiempos fueron suyos en vida, la acompañaba a la tierra en la que ya descansa para siempre.

Anónimo dijo...

Te acompaño en el sentimiento. Siento no haber entrado aquí estos días .

Anónimo dijo...

Ilmo Sr catedrático : le acompaño el sentimiento a VI. Esperando que de esta pérdida se recupere VI lo antes posible.

Anónimo dijo...

Le acompaño en el sentimiento

Anónimo dijo...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Un abrazo fuerte, aunque tardío. ¿Pero qué es el tiempo en estos casos?

Tumbaíto dijo...

Lamento su pérdida, profesor.

Anónimo dijo...

Gracias por esta hermosa ración de sentido.
Un fuerte abrazo,
ATMC