30 mayo, 2009

De minimis

No sé cuántas veces irán ya. Se ha instaurado una pauta, un protocolo. Mario llega entre dos luces y Elvira ya se ha puesto unas mallas negras con dibujos geométricos de un bermellón oscuro. Soy yo el que abre la puerta y Mario y yo nos damos un abrazo fugaz. Cuando es invierno, él cuelga en el perchero del hall su gabardina. Luego pasamos al salón, donde Elvira nos espera. Lo recibe con una sonrisa muy tenue y algo esquiva, no pronuncia palabra. Mario se queda en un saludo escueto. Mientras, yo descorcho una botella de vino tinto, siempre el mismo. Somos actores moviéndonos con precisión quirúrgica y supongo que a los tres nos choca igual ese latido furioso en el pecho de los autómatas.

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La niña del vestido de flores mete su mano en el estanque y contempla su cara deformándose en ondas. Sus brazos son muy blancos y se pegan briznas de hierba en sus piernas. Se ha quitado sus negros zapatitos con hebillas. Corre una brisa suave que no mueve su pelo recio, pajizo. Puede pasar así muchos minutos. Yo la contemplo inmóvil y ella finge que no repara en mi presencia. O puede que no repare en mi presencia. Los pájaros que van y vienen también parecen ajenos a cualquier sobresalto, como los grillos y las chicharras. Al cabo, como cada tarde, levanto mi mano derecha y alguien, silencioso, hace girar mi silla y me lleva de vuelta por el sendero de grava.

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Me despierta el ruido de la ducha en el baño contiguo. Se filtra un sol rojizo por los visillos. Me incorporo a medias y me quedo apoyado en los cojines. Estoy desnudo y noto un cosquilleo bajo las uñas. Me paso las manos por la cara, reconozco los surcos y lentamente me reencuentro. A los pies de la cama descansa un pequeño camisón blanco de ante. El sonido del agua sigue dibujando, muy cerca, un cuerpo que se demora. Huele a café y por el pasillo se alejan pisadas cuidadosas hasta que oigo cerrarse la puerta de la calle.

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Me concentro para tratar de que no haya temblor en mi mano al levantar mi carta. Alberto ya ha mostrado la suya. La lámpara proyecta su luz sobre la mesa y en el cuarto es densa la penumbra. Tengo enfrente a Úrsula, que me clava unos ojos destemplados. Lleva una blusa blanca con pequeñas flores que casi no distingo. Está muy quieta. Berta pone su mano sobre mi hombro y aprieta su cadera contra mi espalda. No me decido. La mano de Berta se desplaza con levedad hasta mi nuca y sus dedos aplican una suave presión. Entonces sí, entonces alzo al fin mi carta.

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En la disposición en mesa se dibujan todas las geometrías sociales, fluye la conversación al compás de las convenciones. Pronto llegará el postre y luego vendrán los cafés y los licores. Luis y su mujer fuman entre plato y plato. Pedro y Manuela nos han contado su último viaje, Magda y yo nos hemos quitado la palabra para narrar algunas graciosas desventuras domésticas. Ahora la cháchara decae un tanto, pero algunos rostros se quedan con la sonrisa grabada. Las manos de todos parecen movidas por sus propios códigos. Magda, a mi lado, parece perdida en alguna ensoñación. Pedro me mira cada poco y me hace sutiles gestos amistosos. Debo darme prisa, se me acumula la tensión, estoy nervioso. Dejo caer el cuchillo bajo la mesa y, muy rápido, me lanzo a recogerlo y hago un rápido reconocimiento. Creo que no he llegado a tiempo y me posee un ansia insoportable de marcharme.

1 comentario:

Elisenda dijo...

En un mes se celebran elecciones al Colegio de Abogados de Barcelona. En el mundo blogger podemos encontrar novedades al respeto en la candidatura de Màrius Miró (http://repensemoselcolegio.blogspot.com) con videos, cv de candidatos y noticias. También tienen una página web (www.mariusmiro.com) con los puntos y propuestas de su programa electoral para Renovar el Colegio de Abogados de Barcelona.