Recuerdo una novela de Wolfgang Koeppen, autor alemán que murió en los años noventa del pasado siglo XX, que se titulaba “Palomas en la hierba”, primera parte de una trilogía que continuaba con otra que trataba del suicidio de un diputado de la oposición y que continuaba con ... ya no me acuerdo. Pero la primera, la de las palomas, era un relato que describía un día en Munich con muchos monólogos, algo pesado el libro (un poco a la manera del Ulises de Joyce) pues pasar un día en Munich puede ser muy entretenido. Pero no con la pluma de Koeppen, aunque él era tipo fino y de sutil estilo.
Viene esto a cuento porque leo con retraso que un decreto de hace un par de años derogó el uso de las palomas por las Fuerzas Armadas como medio de transmitir mensajes. Había un palomar militar en los alrededores de Madrid y fue cerrado por vía gubernativa, ahuyentando sin más a las palomas y notificándoles su jubilación. ¡Qué altivez la de aquellas palomas, tan aguerridas ellas llevando noticias de un cuartel a otro! ¡Qué degradación sufrieron! ¡Qué humillación! ¿A qué se dedicarían una vez que vio la luz en el BOE el infame Decreto? Las imagino desprendiéndose las pobrecillas de sus anillas y volando contritas a buscar un sitio donde pasar su retiro, su jubilación de palomas trabajadoras, un día dedicadas a los nobles fines de la defensa nacional.
Viajaban en jaulas con los oficiales y cuando la artillería dañaba las comunicaciones, entonces entraban las palomas en acción. Atravesaban las trincheras y cruzaban el campo de batalla del enemigo sin ser derribadas. Volaban durante horas y horas y recorrían miles de kilómetros siendo más difíciles de abatir que un avión.
Si sabemos esto ¿qué destino puede haber para una paloma que ha llevado en su pico la orden de asaltar una fortaleza? ¿o de avanzar en orden abierto por las laderas de un monte para tomar un cerro? ¿a qué lugar puede ir que sea acorde con su pasado esplendor y la gloria que atesora en sus plumas? ¿es que puede ser destino la plaza de un Ayuntamiento llena de niños que le dan unos granos de maíz? O, peor, que se hacen una foto con ellas en el hombro.
Estas funciones están bien para las palomas normales, aquellas que, por sus limitadas habilidades y escaso compromiso con la sociedad, no han servido sino para ornato o para ensuciar los pináculos de las catedrales. O las estatuas pues es fama que se complacen en defecar sobre la cabeza de Felipe IV o en la túnica de ese magistrado a quien sus paisanos han erigido un monumento en la plaza del pueblo. Pero una paloma mensajera tiene otra dignidad... otro cachet como dicen ahora los tontivacuos.
Porque no podemos ignorar que estas palomas se entrenaban en los mejores clubes: haciendo vuelos en torno al palomar, luego aventurándose a vuelos más largos, dejándose ver las tardes soleadas con otras palomas del club de colombofilia, alternando entre ellas y comparando plumas, contándose cómo anda el escalafón, los destinos vacantes, tomando parte en concursos variados donde ganan premios y caricias ... ¿cómo se puede comparar todo esto con el animalito que, sin pasar de pichón, se va a la cazuela como es fama les ocurre a muchos en buena parte de Castilla? Salen unos guisos magníficos pero el papel poco glorioso del bicho es patente.
Nada que ver con la honrosa función castrense. Menos aún con la época medieval en la que llevaban cartas de amor cuando no existía el maldito correo electrónico. ¡Lo que se lloraba con el arrullo de las palabras tiernas del enamorado y, como acompañamiento, el zureo de la paloma que descansaba de su trajín postal!
¡Tiempo de barbarie el nuestro! Tiempos que me duelen como ligaduras porque ya no hay palomas laboriosas que crucen el cielo trabajándose el sustento, acompañadas de músicas, mecidas en vuelos...
Viene esto a cuento porque leo con retraso que un decreto de hace un par de años derogó el uso de las palomas por las Fuerzas Armadas como medio de transmitir mensajes. Había un palomar militar en los alrededores de Madrid y fue cerrado por vía gubernativa, ahuyentando sin más a las palomas y notificándoles su jubilación. ¡Qué altivez la de aquellas palomas, tan aguerridas ellas llevando noticias de un cuartel a otro! ¡Qué degradación sufrieron! ¡Qué humillación! ¿A qué se dedicarían una vez que vio la luz en el BOE el infame Decreto? Las imagino desprendiéndose las pobrecillas de sus anillas y volando contritas a buscar un sitio donde pasar su retiro, su jubilación de palomas trabajadoras, un día dedicadas a los nobles fines de la defensa nacional.
Viajaban en jaulas con los oficiales y cuando la artillería dañaba las comunicaciones, entonces entraban las palomas en acción. Atravesaban las trincheras y cruzaban el campo de batalla del enemigo sin ser derribadas. Volaban durante horas y horas y recorrían miles de kilómetros siendo más difíciles de abatir que un avión.
Si sabemos esto ¿qué destino puede haber para una paloma que ha llevado en su pico la orden de asaltar una fortaleza? ¿o de avanzar en orden abierto por las laderas de un monte para tomar un cerro? ¿a qué lugar puede ir que sea acorde con su pasado esplendor y la gloria que atesora en sus plumas? ¿es que puede ser destino la plaza de un Ayuntamiento llena de niños que le dan unos granos de maíz? O, peor, que se hacen una foto con ellas en el hombro.
Estas funciones están bien para las palomas normales, aquellas que, por sus limitadas habilidades y escaso compromiso con la sociedad, no han servido sino para ornato o para ensuciar los pináculos de las catedrales. O las estatuas pues es fama que se complacen en defecar sobre la cabeza de Felipe IV o en la túnica de ese magistrado a quien sus paisanos han erigido un monumento en la plaza del pueblo. Pero una paloma mensajera tiene otra dignidad... otro cachet como dicen ahora los tontivacuos.
Porque no podemos ignorar que estas palomas se entrenaban en los mejores clubes: haciendo vuelos en torno al palomar, luego aventurándose a vuelos más largos, dejándose ver las tardes soleadas con otras palomas del club de colombofilia, alternando entre ellas y comparando plumas, contándose cómo anda el escalafón, los destinos vacantes, tomando parte en concursos variados donde ganan premios y caricias ... ¿cómo se puede comparar todo esto con el animalito que, sin pasar de pichón, se va a la cazuela como es fama les ocurre a muchos en buena parte de Castilla? Salen unos guisos magníficos pero el papel poco glorioso del bicho es patente.
Nada que ver con la honrosa función castrense. Menos aún con la época medieval en la que llevaban cartas de amor cuando no existía el maldito correo electrónico. ¡Lo que se lloraba con el arrullo de las palabras tiernas del enamorado y, como acompañamiento, el zureo de la paloma que descansaba de su trajín postal!
¡Tiempo de barbarie el nuestro! Tiempos que me duelen como ligaduras porque ya no hay palomas laboriosas que crucen el cielo trabajándose el sustento, acompañadas de músicas, mecidas en vuelos...
2 comentarios:
Al fin y a la postre,un ERE como otro cualquiera.
Pues no sé si estas u otras palomas han anidado, con excelente resultado para la perpetuación de su especie, en los tejados de la Facultad de Derecho (y de Ciencias Económicas y Empresariales) de la Universidad de Córdoba, con gran satisfacción, a lo que se ve, de sus autoridades académicas, que asisten con pasividad digna de mejor causa a la proliferación de esta útil especie y al florecimiento de preciosos jardines en los dichos tejados, e incluso en los canalones que en sitios menos aventajados en cuanto a la cría de estas gallináceas sirven para canalizar las aguas de las lluvias, como las que en los últimos cuatro meses vienen cayendo en Córdoba. Estos jardines que hay en los tejados proceden de las semillitas que las palomas deponen en el tejado junto con otras cosas, y tienen acreditada una eficacia intachable en la remoción de tejas y otros elementos arquitectónicos que en otros lugares menos civilizados conforman la cubierta de los edificios. Una maravilla, oigan; es como el Caixa-forum de Madrid pero en los tejados.
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