Tenía pendiente comentar una noticia de hace días que me excita el celo teórico. Me refiero, nada menos, que a la que apareció con este titular: “La infidelidad ya se prescribe en televisión”. Primero me hice para mis adentros el tonto y jugué a preguntarme qué infidelidad sería esa. ¿Acaso aludía a lo infieles que son muchos políticos a sus electores? ¿O a la infidelidad de los poderes constitucionales frente a la Constitución que los amamanta? Bah, a eso nadie lo llamaría infidelidad, sino naturaleza de las cosas u otra lindeza por el estilo.
Así que el tema iba de lo que iba, para qué negarlo: de la infidelidad conyugal o paraconyugal. A dársela con queso a la pareja, vaya, con queso y una señora o señor de otra cuadra, a buscarse un impune revolcón extrahogareño.
Pero engañan las apariencias, en otro sentido. Porque, ¿acaso es noticia esa noticia? No, es cosa distinta, es publicidad camuflada. Primero lo que parece que nos cuentan: que algunas cadenas televisivas, que no destacan precisamente por su pudor, no han querido emitir una cuña publicitaria de una de esas agencias que a través de internet arreglan citas a ciegas o a tuertas, a cambio de modesto óbolo para el mediador. Luego, lo que la realidad esconde: una descarada publicidad consistente en ofrecer una lista de tales lugares virtuales de encame, con sus respectivos enlaces y unas cifras de asociados al evento que ponen los dientes largos al lobo (o loba) solitario o al harto de su camada. En fin, los periódicos también tienen que sobrevivir con sus trucos y sus infidelidades.
Al tema. A la infidelidad. La infidelidad es la otra cara de la relación de pareja convencional y normativa. Infiel es el que vulnera una norma reguladora de la vida de pareja, norma no puesta por la pareja misma, sino por el sistema de reglas que a las parejas homologa y estandariza. Hasta hace bien poco eran normas jurídicas las que sentaban la obligación de fidelidad, mediante la previsión de sanciones de diverso calado. Ahora el derecho se va retirando de esas procelosas aguas, pero sigue siendo una cierta moral social la que ponesienta las reglas de la pareja y de lo que como pareja socialmente cuenta.Cuando el derecho se retira de un campo, surge siempre una alternativa: u ocupan ese campo nuevas normas generales e impuestas desde fuera, aunque no sean jurídicas, o los individuos se lo adueñan para su libertad.
Sea con unas normas o con otras, el mandamiento de fidelidad está constituido como regla definitoria de la relación matrimonial o de pareja convencional. Por supuesto, los miembros (de las parejas, quiero decir) asimilan esa norma y entienden que es uno de los elementos definitorios de ese tipo de relación. Para considerarse pareja comme in faut, amorosa y todo eso, va de suyo que hay que guardarse fidelidad. O hacer como que tal. Se es pareja a tope porque se guarda fidelidad, no se guarda fidelidad por ser pareja. Expliquemos este último galimatías.
En cualquier relación humana basada en acuerdos se presupone una cierta lealtad. Pero la lealtad, al acuerdo y a la persona con la que se alcanza, se basa en la asunción reflexiva y libre de las condiciones que se estipulen. Dos personas pueden acordar que destinarán el treinta por ciento de sus respectivos ingresos a una cuenta común para comprarse juntas un barco. Si uno de ellos oculta parte de sus ganancias a fin de aportar nada más que el quince por ciento de lo que ingrese, engaña al otro, es desleal a los términos de acuerdo. ¿Podríamos decir que le es infiel?
Ahora pongamos que existiera una norma que estableciera que los vecinos de puerta en el mismo rellano deben poner en común el treinta por ciento de sus ingresos mensuales para comprar a medias un barco cuando tengan bastante dinero para tal fin. Si uno de ellos -o ambos- oculta rentas, ¿es infiel al otro? Raramente lo diríamos. ¿A qué es antes que nada infiel o desleal? A la norma que prevé aquella obligación para ambos.
Es posible que esos vecinos hayan asumido la norma como mandamiento inapelable e incuestionable. En ese caso, el reproche que uno podría hacerle al otro que no cumple como debe ¿en qué se basaría? Sentiría como afrenta personal lo que no es más que incumplimiento de la pauta que establece su relación y que ha sido acríticamente asumida. Se haría cuestión personal de lo que es asunto normativo antes que nada.
En nuestra cultura, tradicional y heredada, la relación matrimonial o de pareja se asimila a la exclusividad en el uso y disfrute del cuerpo del otro. En ese sentido, la fidelidad sexual se torna elemento definitorio del amor, y asistimos así a una de las más sangrantes paradojas de esta cultura supuestamente basada en el amor romántico, en el amor “amoroso”: no se separa el amor del sexo, y el tan cacareado sentimiento no se pone en el alma, sino en el cuerpo. Me quiere únicamente si su cuerpo es nada más que mío. O, incluso, si su cuerpo es nada más que mío, me quiere; si no, no. Y, entonces, yo ya puedo también quererla a ella, o a él.
También esa ecuación está estallando y se va a romper en poco tiempo. Infidelidades de esas ha habido siempre, qué duda cabe, pero tenían por lo común una doble faz: o eran accidentales –ese “rollo” que surgió medio casualmente, casi sin querer- o eran buscadas mediante la vía, también estandarizada, de la prostitución. Lo uno y lo otro se vivía, dentro de ese sistema “normativo”, como la excepción que confirmaba la regla, que la ratificaba. Es el esquema habitual ante las normas: si la vulneración de la norma no se descubre o se acoge a una excepción también “normativizada”, no hay sanción, y si no hay sanción, podemos seguir conviviendo con la norma. Con la ventaja de que saldrá ganando el más listillo o hábil. Por lo común, y por poner una comparación, el evasor de impuestos no cuestiona el sistema impositivo como tal, sólo quiere “escaquearse” él un rato o mientras pueda.
También en esto va llegando la hora del cambio. Naturalmente que es posible que una pareja acuerde la mutua fidelidad, nada habrá que objetar a semejante convenio, si se adopta bajo las condiciones generales de validez de los contratos, aunque sea aplicadas metafóricamente o por analogía: capacidad para consentir, ausencia de vicios del consentimiento, mínima paridad de las partes, ausencia de error. Ese es el camino, asunción plena y consciente por los individuos de las condiciones de sus relaciones. Que la libertad real vaya ocupando los espacios de las normas, que son la antítesis de la verdadera libertad. Que este tipo de relaciones sociales prescindan de mediaciones normativas y de definiciones normativas. Que las lealtades sean, aquí, estrictamente personales y no “institucionales”. Al carajo ideas heredadas y tradicionalmente impuestas de matrimonio, familia, amor o lo que sea. Aunque nada más que sea en aras de la salud mental, que se termine la esquizofrenia entre el yo vital y el yo institucionalizado y heterorreglamentado.
Me ha salido la dichosa vena teórica. Pero pongámonos más literarios e imaginemos el cuento. Él y ella, cada uno en su cubículo casero o en su despacho profesional, ambos conectados a una de esas redes pecadoras y buscándose la aventura. Se han visto sus respectivos perfiles, se gustan y se recuerdan vagamente de cuando antes, se intercambian unos mensajes, se cuentan unas fantasías, se desahogan un poco y quedan para conocerse pronto. Es la hora de mandarse unas fotos y acuerdan hacerlo simultáneamente. Cuando a cada uno llega la del otro, no los separa más que una puerta y un pasillo. Se levantan ambos, salen apresuradamente, casi chocan y lleva cada uno preparada la lista de imprecaciones pero, viéndose tan ridículos, frenan en seco.
Dejemos el final abierto. Piense el lector finales felices o desgraciados. Aunque, a fin de cuentas, ¿qué es la felicidad y qué la desgracia?
6 comentarios:
A la misma conclusión puede llegarse con un razonamiento mas breve: por uso social o imperativo legal –no perdamos de vista el artículo 68cc- se entiende incluido el deber de fidelidad dentro de la pareja, deber que pueden acordar excluir los miembros de ésta.
No hace falta aspirar a una desaparición general de la heteroregulación de la pareja en aras de la libertad para pactar la fidelidad cuando por ambas partes es deseada. Basta ejercer esa libertad para excluir el deber implícito y asunto arreglado sin necesidad de esperar ni postular cambios sociales ni nada. ¿No?
Un saludo.
Final feliz...final feliz...
Yo, por si acaso...siempre por delante. Le pongo los cuernos a mi pareja nada más comenzar, por si acaso.
Por cierto, los párrafos antepenúltimo y penúltimo son de dificil comprensión.
"Infidelidades", en plural. Porque infidelidad no hay una, hay muchas
- infidelidad del homo sapiens monógamo al propio paquete genético, afinado evolutivamente en algunos millones de años, paquete que pide inconfundiblemente tomate, y con frecuencia - que lo de recombinar y recombinar el ADN es un proyecto muy serio...
- infidelidad del homo sapiens que pone mala cara a su pareja por una gilipollez y la mantiene una semana...
- infidelidad del homo sapiens que se queda largas horas en la oficina buscando cualquier pretexto para no volver a casa..
- infidelidad del homo sapiens que se pasa largas horas y horas en interné o medio equivalente chateando y buscando como crear alguna situación picantilla, porque le falta algo en su vida de pareja y no sabe cómo afrontarlo...
- infidelidad a sí mismo del homo sapiens que se deja llevar por la nariz, y se encuentra a vivir una vida que no es la suya, simplemente por esta o aquella otra presión social... hasta que es demasiado tarde.
- ...
- y finalmente, la más inocente de todas (y probablemente la más infrecuente): infidelidad del homo sapiens que se encuentra de sopetón y sin particulares maquinaciones con otro ejemplar que le mola, pero que le mola mucho, husmea que es recíproco, y mediando las circunstancias y precauciones oportunas echa un polvazo glorioso, bendice su fortuna, y sigue por la vida con una sonrisa de oreja a oreja.
Lista por supuesto limitada y parcial, ¡complétenla Vds.!
Salud,
Qué tonto estoy, olvidaba la ilustración apropiada.
Salud,
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