Me encuentro en la T4, de vuelta de Colombia, donde he pasado estos últimos cuatro días. Transcurren unas horas de espera en la sala VIP de Iberia, no por mérito propio ninguno (¿alguien anda por estas salas por algún mérito especial?), sino gracias a mi tarjeta Iberia Plus Oro, resultado de volar tanto como si volara. Me aposento en un comodísimo sillón, cojo un café y una copa, y me dispongo a leer tranquilamente. Hay tiempo por delante, horas. En el sofá de al lado, en diagonal, se ha sentado una pareja de edad levemente inferior a la mía, yo diría. Él habla español con soltura, pero se le nota que es italiano de origen, claramente. Su voz suena como la de mi amigo Roger, si bien su español no sea tan perfecto, aunque sea muy bueno. Me parece que el deje de ella es argentino.
Han aparecido con un tentempié y unos refrescos. El hombre habla por el móvil todo el rato. Explica que acaba de leer el Cinco Días y que le parece bazofia demagógica. Que mismamente dicen algo de Zapatero que es una injusticia. No logro entender del todo el argumento. Aconseja a su interlocutor sobre la inminente campaña electoral. Dice, literalmente: “Tu amigo candidato está incluso por debajo de Rosa Díez en índice de aceptación social”. La mujer ha empezado a besarle el cuello y luego se lo lame; le lame el cuello. A mí se me escapa la mirada, sorprendido por la particular síntesis de conversación política y mimo ansioso, y mi vista se cruza con la de ella un instante. Bajo los ojos. Ella cambia de postura, cruzando las piernas en sentido inverso a como las tenía y dejando ver un trozo de espalda entre su blusa con manchas de leopardo y su falda negra. Es rubia no natural, tiene los ojos oscuros, la cara grande con marcados surcos, que no arrugas, la nariz afilada. No es guapa; tampoco fea; pero le gusta sentirse mala, eso parece obvio. Se creen buenos y se saben malos. Disfrutan.
El varón se levanta, con el teléfono en la oreja. Me echa una mirada de reojo y se va al mostrador a procurarse más frutos secos y otra coca-cola. Ella, entretanto, vuelve a la posición anterior y se enseña de perfil. Ha puesto los ojos en el infinito, como si meditara. Él retorna con sus provisiones. Ha dejado el móvil y, cuando se sienta, hay entre la pareja una breve conversación en italiano y con voz tenue. Pero de nuevo marca y empieza otra vez al teléfono. Ahora habla de sociedades e inversiones, de estrategias financieras. Alterna el español y el italiano y se apasiona ostensiblemente. Ella vuelve a besarlo en la cara sin que la voz de él se altere. Oigo que dice a su lejano interlocutor que, maldición, se ha olvidado en el coche el diploma de hijo predilecto. Exactamente eso. La mujer le hace fotos con una cámara digital minúscula. Mira luego la pantalla, sonríe, y otra vez se lanza a besuquearle la cara. Él comenta algo sobre unas acciones, ella le da lametones en el cuello, dejando ver la lengua, lame como una vaquilla acelerada.
La mano del hombre se posa en la pantorrilla de la dama. Están a un metro o metro y medio de mí. Se le oye sentenciar que ahora es buen momento para comprar, antes de las elecciones. La mano se ha detenido un rato en la rodilla y después acaricia el muslo con vaivén. Ella ha abierto las piernas lo justo para que la mano quepa. Su mano, la de ella, está en el muslo del hombre y su cuerpo se ha deslizado lentamente hacia abajo en su parte del sofá. Él la mira mientras habla, y sigue hablando, ahora ha pasado al italiano y sopesa los efectos de los cambios esperables en un ministerio. La mujer ha ido con la mano a su espalda, le levanta la camisa, recorre una y otra vez, lentamente, el camino entre los hombros y la cintura. Él se ha puesto a repasar con presteza las páginas del ABC. Tiene cuatro periódicos delante: El Economista, La Vanguardia, Público y ABC, el que ahora hojea. No deja de hablar y concluyo que ahora la conversación es más personal e íntima, pues se hace inaudible.
Diríase que la mujer se aburre un poco y tengo la sensación de que me ha mirado un segundo, tal vez preguntándose qué escribiré a estas velocidades. Paro un momento y me alejo para ir a ponerme una copa de Gran Duque de Alba. Descubro, muy sorprendido, que en el grupo de asientos de al lado hay otra mujer con un vestido de leopardo, con manchas idénticas a las de la camisa de mi vecina y que habla en italiano por el móvil. A lo mejor esto es un sueño raro. Regreso a mi asiento y ahora la mano de él hace una excursion debajo de la falda, bien abajo, por la parte de atrás. Le recorre las nalgas, demorándose y saltando. Está tumbada de medio lado, con la cabeza en su hombro y la boca muy cerca de la de su hombre. Él está en este instante contando algo de un teniente de alcalde. Lo juro. Su mano sigue bajando, se ha caído por la pendiente. Es una mujer más huesuda que voluptuosa, pero es hábil en las torsiones. Escucho que él pregunta a alguien por cuánto compró la finca. Va bene.
Mi vecino deja al fin su teléfono y la besa a ella profundamente. La mujer se ha colocado horizontal sobre los cojines. Al cabo él se incorpora y va a ver la pantalla con los vuelos y las puertas de embarque. Ella vuelve a apoyar su espalda en el respaldo del pequeño sofá, saca un tubo del bolso y se va poniendo crema en las piernas, hasta bien arriba del muslo. Tienen color de mostaza de Dijon. Es evidente que yo no estoy allí. O sí. Cuando el hombre se sienta de nuevo, ella se le echa encima, le coloca la mano muy cerca de la bragueta y le muerde el lóbulo de la oreja. Él, como si hablara solo, dice que, por lo que le han dicho, van a comprar a pesar de todo.
Saco un libro sobre positivismo jurídico incluyente que se titula “El caballo de Troya del positivismo jurídico. Estudios críticos sobre el Inclusive Legal Positivism”, coordinado por Juan Etcheverry y Pedro Serna en la editorial Comares. Lo estoy leyendo y es bien interesante. Ahora ando en esos temas nuevamente, no tengo arreglo. Decido acabar este post. Mis vecinos se están besando y él me observa asomando sus gafas livianas sobre la cabeza de ella. Viste completamente de negro, estudiadamente informal, barba de dos días, pelo colocado en controlado desorden. Tienen las manos entrelazadas y las mueven en arco, de las bocas a las piernas. Me pongo con el tema de si el positivismo jurídico incluyente presupone alguna forma de objetividad moral. Poco a poco, se me van aliviando las ganas de ser italiano; o asesor de algo; o inversor. En cuatro horas o así estaré en casa. Y muy bien.
PS1. Ya sé que con esta aclaración arruino el leve toque literario que pueda tener la entrada, pero quiero explicar que cuanto acabo de escribir es narración fiel y en vivo, no invento mío, como alguna otra vez.
PS2. He ido un momento al baño antes de ponerme a colgar esta entrada. Se han marchado. Dejan unas latas de Aquarius y de Coca-Cola y unos vasos. Les han sobrado almendras y con su servilleta de papel la mujer ha hecho una pajarita. Una pajarita perfecta que me contempla. Pero yo sigo con mi libro y me pregunto qué les ve esa gente a los valores constitucionales.
1 comentario:
wow primer post que veo con tanto lujo de detalles jeje, excelente...
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