17 mayo, 2012

Un lugar donde mirar. Por Francisco Sosa Wagner


Entre la población es un clamor. Por eso, con una u otra fórmula se oye a diario: la situación es de tal deterioro que no hay institución ni lugar alguno al que se pueda mirar.

Da igual que hablemos del tribunal constitucional, del supremo, del gobierno, de los bancos, de los parlamentos, de las cajas de ahorro, de la universidad, del rey y de la monarquía, de las comunidades autónomas, de los municipios o de las provincias... todo parece empantanado a los ojos de una gran parte de la ciudadanía que deplora aquí y acullá comportamientos irregulares o tropelías sin cuento. El resultado es una gran inquietud y un desasosiego continuo apenas aliviado con grandes dosis de balompié. 

¿Qué hacer? se hubiera preguntado Lenin si anduviera todavía preparando revoluciones por estos pagos. Descartadas estas porque a muchos nos pilla ya muy artríticos y desvencijados y los más jóvenes no aciertan a formular propuestas que calen entre las masas, habrá que buscar fórmulas salvadoras o que al menos mitiguen la situación de desconcierto y desamparo que estoy tratando de analizar. Al menos para seguir tirando...

La más tradicional es la de darse a la botella. Caldos hay para todos los gustos siendo hoy el conocimiento de añadas, denominaciones de origen y bodegas uno de los signos de desparpajo mundano más acreditado, parecido al que antiguamente confería seguir y conocer las cotizaciones de bolsa (lo que hoy a nadie se le ocurre hacer a menos que se haya forrado previamente de ansiolíticos). A partir de ahí, están el coñac, el whisky, el ron, el vodka y otros mejunjes que te disparan rápidamente y también otras bebidas explosivas que, por increíble que parezca, se venden en los supermercados con la tranquilidad de conciencia con la que venden unas pastas para el desayuno las monjas clarisas.

Entre los escritores ha sido la escapada del alcohol muy habitual, tanto que resulta un poco vulgar, y ahí están para confirmarlo Pessoa, Erich Kästner, Truman Capote, Hemingway, Simenon más un largo etcétera y no digamos Verlaine que luego vomitaba ante sus admiradores con serena templanza y aplaudida eficacia. El insigne poeta Max Estrella, el de las luces valleinclanescas, se pasea por la noche madrileña, noche con más ansias y penas que estrellas, con una pítima en relieve para olvidar el maltrato que a su musa le daba el paisanaje ignaro.

Todo esto es muy convencional y por eso debe descartarse para el tratamiento de las tribulaciones actuales. Como lo que se denuncia, y con razón por parte de la ciudadanía, es que no hay un sitio donde mirar conservando la mirada limpia -mirada de balcón sereno-, lo mejor es pedir a los ayuntamientos que apresten un espacio municipal para este fin. Ahora que los alcaldes se ven obligados a cerrar tantas empresas públicas y tantos servicios como habían creado, podrían habilitar lugares donde los ciudadanos pudieran depositar su mirada sin quedar heridos de angustia. No me refiero a un lugar virtual al que se accede por wifi -que eso es todo industria y embeleco- sino un lugar real, una zona concreta y acotada, prevista en el plan urbanístico, que sirva de descanso al batallar de los ojos contra tanto despropósito.

Habría allí una maqueta que reprodujera un tribunal constitucional funcionando, una caja de ahorros con aspecto de hucha y no de sumidero, una universidad cuyo rector aplicara la ley sin mirar a quien afectaba, y hasta un parlamento donde los diputados razonaran sin encalabrinarse ... todo ello envuelto en un paisaje de farolas acogedoras y de flores descaradas. Al fondo se oiría el sonar de unas campanas que darían una hora única, envuelta en un velo de fantasía, la hora que anunciara el disipar de esta tormenta interminable ...

¿No sería una meritoria iniciativa municipal?    

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo ya estoy recalificando suelo y hablando con Calatrava para ponerme a ello.

IuRiSPRuDeNT dijo...

Somos todos unos ingenuos