29 julio, 2012

Los chivos y la expiación


                Uno opina y opina y puede estar equivocado, juzga y vuelve a juzgar y cabe que haga injusticia. O se incurre en generalizaciones desenfocadas por carentes de adecuada base empírica o de muestra suficientemente representativa. No es descartable que usted y yo nos lancemos a decir esto o lo otro del mundo determinados nada más que porque los cuatro gatos que conocemos o tratamos con alguna asiduidad son todos negros, o pardos. Por eso antes de pontificar otra vez como Papa teutón, me van a permitir que les proponga un experimento para que ustedes mismos lo hagan y luego, si ha lugar, con ese apoyo me dan o me quitan razón sobre la tesis que al final mantendré.

                La prueba, sencilla, tiene unos poquitos pasos que ahora mismo les expongo. Antes que nada, elabore cada uno una lista de unos diez conocidos suyos y ordénelos según la estima en que tenga su seso. Pongan arriba los que consideren intelectualmente más capaces y moralmente más ecuánimes y vayan asignando los últimos puestos a los que vean más torpones o tirando a lerdos. A continuación, hagan memoria de las últimas ocasiones en que a cada uno de esos lo oyó opinar sobre algún tema importante e intrincado, ya sea en materia política, económica o moral. Para que no se líen ustedes con los datos, no sería mala cosa que al lado de cada nombre y para cada uno de esos temas fueran apuntando los argumentos por esos interlocutores esgrimidos en aquellas ocasiones que usted está recordando.

                Finalizada la labor, verá cómo se confirma su clasificación inicial, ahora con más detallado fundamento. Es decir, cuanto más tontainas los amigos, más dados a explicarlo todo y a solucionarlo todo a base de tópicos y cómodas fórmulas acríticamente aprendidas. Por ejemplo, que el déficit del Estado y la crisis económica entera se solucionarían quitando todos los coches oficiales o eliminando dos mil ayuntamientos o bajando un cincuenta por ciento el sueldo a los políticos. Para qué hacer cuentas, si el arreglo para cualquier cosa viene en cómodas grageas administradas por vía oral. Ojo, no es que no pueda haber buenas razones para aligerar el parque de coches oficiales o para suprimir algunos ayuntamientos, pero me refiero a los que dicen, convencidos, que con eso y poco más tendríamos la vida arreglada en el país y no haría falta ni tocar el sueldo de los funcionarios ni dejar de subvencionar el actual cine de barrio.

                Sí, me dirán ustedes que para ese viaje no hacían falta alforjas ni elaborados experimentos y que bien conocido es el percal del paisanaje sin necesidad de más vueltas. De acuerdo, pero falta la segunda parte, que tiene algo más de picante. Tomen aquella misma relación de nombres de gentes que conocen bien o hagan una nueva, pero ahora se trata de correlacionar estos otros dos factores: su mayor o menor condición de pícaros y la tendencia a echar de todo las culpas al prójimo, a un prójimo distante, completamente ajeno, y designado mediante conceptos muy genéricos y abstractos, bajo fórmulas del tipo “la culpa completa es de los tal o los cual” (los banqueros, los políticos, los alemanes…).

                Aquí no hablamos de meros cabezas huecas, sino de sujetos que pueden hasta tener buena inteligencia, pero que carecen de toda aptitud para el examen de conciencia, son portadores de una conciencia muy laxa y, pase lo que pase, jamás van a reconocer que también sus acciones tuvieron algo de torpe, inmoral o ilícito, ni que esos comportamientos suyos, junto con otros iguales de muchos, hayan podido cooperar, aunque sea en una millonésima parte, para la causa desastre. Son los que más de los nervios se ponen cuando oyen, por ejemplo, que de la actual crisis tremenda en España podamos todos o muchísimos ser en algo corresponsables. Es el pícaro inmaculado, el pillastre armado de indignación contra los lejanos que no sean de su casa, de su familia, de su oficio o hasta de su Comunidad Autónoma. Los malos, los único malos, siempre son otros y están lejos o no tienen trato cercano con nosotros.

                Vuelvo a la aclaración y al por si acaso. No estoy afirmando que todos sean o seamos pícaros así, con pinta de descerebrados y tremendamente autoindulgentes. Habrá quien jamás se ha apropiado de nada que no debiera o que no haya hecho ninguna trampa al Estado o a las Administraciones públicas o que nunca haya intentado dársela con queso a un vecino, un colega o una empresa. Y los habrá que lo hayan hecho de vez en cuando, pero lo reconozcan, aunque sea en confianza y con discreción. De esos no hablo. Me refiero a esos de los que nos consta que son tramposos a carta cabal y que vivían felices urdiendo ganancias indebidas o ventajas que no merecían y que ahora montan en santa cólera ante la más mínima insinuación de responsabilidades colectivas o te persiguen por esquinas y los pasillos para gritarte que todo lo robado lo robó  Botín en complicidad con unos cuantos ministros.

                Para afinar el diagnóstico, les sugiero un paso más. Como santos hay y ha habido poquísimos en estos tiempos y a lo mejor tampoco uno lo ha sido, busque cada cual algún compañero o amigo con el que haya urdido una fechoría que haya dado ganancia a costa de alguna institución pública y del erario común y dígale lo siguiente: Si nadie hubiera hecho eso que nosotros hicimos aquella vez ni cosas por el estilo, quizá las cuentas públicas no estarían tan esquilmadas o puede que la economía del país no se hubiera hundido tanto. Y a ver qué le contesta y a clasificar a los individuos.

                Si su interlocutor le mira con enojo y, sin más, se pone a soltarle una larga perorata sobre el sueldo de los políticos, la ganancia de los bancos o lo bien que les ha ido a los alemanes al vendernos sus coches, ya sabe dónde debe ubicarlo. Entre los pícaros que echan balones fuera y que tienen el innegociable propósito de seguir haciendo de salteadores de caminos y de rebelarse furibundamente contra cualquier gobierno, del partido que sea, que pueda tener el propósito serio de poner coto a los desmadres y los desmanes (hoy un partido así no tiene pinta de gobernar, eso es aparte). Si todavía conserva usted un resto de humor para seguir con las clasificaciones, puede entretenerse en dividir a esos pilluelos en cínicos e inconscientes. El cínico es el que se sabe truhán, pero ha asumido su propia naturaleza y no quiere dar pistas, a fin de seguir en sus trece y pase lo que pase. El inconsciente, abundantísimo, es el que se cree su propia verborrea de otros aprendida y hasta se disculpa de buena fe a sí mismo, en el convencimiento de que los que de verdad ganaron con sus propias tropelías de andar por casa o por la oficina fueron los bancos, o los políticos o los alemanes.

                La combinación de picaresca al hispánico modo (o griego, o italiano…), inconsciencia y autoindulgencia es una de las más fuertes razones para que lo nuestro no tenga arreglo. Somos profesionales de la instalación de pajas en ojo ajeno. Antes muertos que con reparos morales o remordimiento alguno. Por eso, para nuestro paisanaje resulta tan sumamente funcional el descrédito de la política y los políticos, de las instituciones, de ciertas empresas, de los gobiernos todos. Por eso, también, la picardía es actitud en el fondo desideologizada. Pues no es seria o auténtica ideología política la que, en boca de ventajistas de poca monta, se limita a repetir que ahí fuera nos hay más que ladrones y criminales. Eso, así, no es diagnóstico serio de la realidad que nos circunda, es íntima coartada. Porque lo nuestro, lo de muchos de nosotros, no es más que “el chocolate del loro” y por el chocolate del loro no se han podido torcer tanto las cosas. El chocolate del loro, eso dice todo carterista, mientras señala algún dato macroeconímico y pone un rictus de santidad en su cara. Miles y millones de loros repetimos “chocolate”, “chocolate”. Es un ruido infernal y no hay manera de oír otra cosa ni de aclararse de más. Y cuanta más hambre tienen los pajarracos, peor.

                Y naturalmente que no hay por qué tolerar los atropellos de las Bankias o en el BOE, por supuesto que no. Pero la norma bien entendida empieza por su aplicación a uno mismo. Lo otro se llama ley del embudo.

5 comentarios:

Pepe dijo...

Estimado Profesor, aún estoy esperando la valoración de la "brillante" actuación de su antiguo predilecto alumno Nacho Prendes en la Junta del Principado. Sin duda lo de los 6 asesores es un buen comienzo. Toda una declaración de intenciones. ¡Por mis ....¡. Que suerte tiene que los votos se los consiga Rosa.

Juan Antonio García Amado dijo...

Aquí sale otra versión del asunto, amigo Pepe:
http://www.diariolatorre.es/index.php?id=39&tx_ttnews[tt_news]=22237&tx_ttnews[backPid]=176&cHash=9f042af95e
No sé cuál será la buena, habrá que investigar un poco más.

Eloy Oliván dijo...

Estimado profesor;

No sabría decirle el tiempo que llevo accediendo de forma habitual a su blog, pero en términos generales comparto gran parte de sus opiniones y me resulta muy grata su lectura.

Tengo que decirle con respecto a la entrada que hoy publica, que sería la que yo escribiría si contase entre mis virtudes con su facilidad de escritura. Que difícil se nos hace hasta la más mínima autocrítica... y en efecto cuanto más "botarates" peor.

Reciba un cordial saludo desde tierras gaditanas y el reconocimiento más sincero al trabajo que le supone mantener este blog.

Rafa Escudero dijo...

Hola: Adjunto este link a un post publicado por uno de los asesores del diputado autonómico Prendes.

http://politikon.es/2012/07/26/ultima-entrada/

Parece que la cosa está entre 6 y 1.

Un abrazo. Rafa Escudero.

Pepe dijo...

Investigue, investigue… Yo le doy algunas claves. De los 6 dos son en calidad de asistentes por ser miembro de la mesa del Parlamento asturiano (puestos que, obviamente, deberían ser desempeñados por el personal del propio parlamento), otro es un Jefe de Prensa (parece que no le sirven los servicios de prensa del propio parlamento, vamos, como las teles autonómicas). Otro lo consiguió cedido por el PSOE a cambio de …. (por lo que se ve 5 le parecían pocos).
Investigue, investigue al pájaro.