05 noviembre, 2012

¿Dónde está todo el mundo?



            Mucho me importaría saber si son cosas mías o si esta misma sensación la tiene más gente, un número suficiente de personas como para que pueda uno pensar que no se está volviendo loco o maniático de remate. Me refiero a la impresión de que todo el mundo anda ausente, desaparecido, medio invisible, de que todo quisque ha hecho mutis y ahora apenas se encuentra a ninguno o nada más que se ve a alguno que otro mientras corre hacia su casa o lleva el niño a la guardería o acude a la consulta médica para pedir pastillas para la angustia o el estrés.

            A ver. Hace cuatro días de nada o unos pocos años todavía podía uno quedar con un buen puñado de compadres y comadres para correrse una juerga de día y medio o, al menos, para comer a las dos y estar de sobremesa hasta las cinco, chupitos mediante. Ya no. Ojo, tampoco está uno para nadie en estos tiempos, con lo que el problema no son los otros, sino que parece que tenemos todos un inconveniente de categoría.

            Me acuerdo de mis primeros años en León. Qué tiempos. Me pareció una Facultad llena de gente bien normal y amable. Errores de juventud, apreciaciones apresuradas, no hay más que vernos ahora. Pero el caso es que cada poco se organizaba una cena y allá aparecían quince o veinte profesores, relativamente jóvenes la mayoría, pero con más de un veterano también. Hoy no acudirían ni tres y aunque fuera gratis todo. Se defendía una tesis doctoral, por ejemplo, y allí se veía a media Facultad. En Oviedo era otro tanto. Hoy no se asoma ni el gato, o nada más que pasa un ratito el gato, y por puro compromiso. Ibas a otra universidad a hacer cualquier cosa y allá se dejaban ver los colegas del lugar desde la noche anterior, dispuestos a conversar hasta que amaneciera y a beberse las últimas cosechas del licor pertinente. Lo mismo hacía uno con los demás, cuando se era el anfitrión. Actualmente puede con facilidad ocurrir que vayas a formar parte de un tribunal de tesis doctoral y que ni un solo colega del otro lado se deje ver o te llame para preguntarte si llegaste bien, ni siquiera el director de la tesis. Luego te explican que es que tenían clase en el máster y que Purita va a yoga todos los martes. Tú no sabes ni quién diantre es Purita ni qué pinta en yoga o merendándose un chocolate con churros o porras ni qué relación guarda todo ello con que el colega esté huido en su casa, pero te da igual y ya ves el percal del interlocutor. Y así podría seguir con los ejemplos durante horas y cuartillas, si falta hiciera.

            ¿Qué ha pasado? Que nos hacemos viejos, sí. Pero los cuatro jóvenes que quedan no son ni como los viejos de antes, son como momias precolombinas, y que me perdonen las momias precolombinas. No, lo de la edad no es, pues bien recuerdo a más de cuatro cincuentones de hace veinte años que se comían el mundo y lo que hiciera falta y los encontrabas en la procesión y repicando y donde se terciase.

            La explicación que a la mayoría se le ocurrirá es que contemporáneamente anda la gente mucho más ocupada, mucho más enfrascada en variadísimas tareas. Será, pero habría que aclarar por qué, ahora que estamos más atosigados de cosas que hacer, por lo visto, producimos menos y peor que cuando nos pillaban la mitad de las noches de francachelas y amigotes y, para colmo, dedicábamos un par de tardes a jugar al fútbol o al frontón. No, no estamos más ocupados porque haya más labores pendientes. Lo que ha cambiado es la sensación de estar ocupados y, sobre todo, que nos hemos hecho rancios y arrastramos sobrecarga de alienaciones. Son servidumbres voluntarias estas a las que en el presente nos sometemos como si de condenas inapelables se tratara.

            Para empezar, la familia. Caramba, es que parece que hasta hace veinte años nadie tenía familia. Juro que hasta mis cuarenta y tantas primaveras no había oído jamás a un colega o amigo decir que no podía quedarse a tomar otro café y echar otra parrafada de sobremesa porque debía llevar al niño a judo o a la niña a bailes regionales. Por cierto, las madres tampoco se descolgaban con esas disculpas. ¿O es que de poco para acá pasa algo si una tarde de miércoles el niño de las pelotas no va a judo o a petanca, y más con lo torpón que es el jodido y puesto que todos sabemos que nunca en la vida va a destacar ni en el deporte ni en nada?

            Aquellas miradas cómplices de las parejas de antes, en qué quedaron. Con mi santa todavía me ocurre. Las tres de la mañana y con amiguetes y tragos. La niña, colocada con parientes o cuidadores y se supone que felizmente dormida a estas deshoras. Nos miramos con gesto de interrogación en ambas caras y los ojos hablan de sobra: que sí, que nos tomamos la última y luego ya veremos si fue la penúltima. Pero no, en esta época es más común esa mirada matrimonial de a ver cuándo nos vamos, Eliseo, que mañana tenemos que sacar el perro a orinar, a las ocho, y a las nueve el niño juega a bádminton en el cole. Y Eliseo y Reme van colocando la cara de estreñimiento y se van desplazando hacia la puerta, el trasero contra la pared y en actitud defensiva, no vaya a aparecer algún descerebrado amigote con un gin-tonic más y ya has bebido lo menos media copa esta noche, Eliseo, cariño.

            Luego está lo de la salud. Cuánto daño nos hace la buena salud. A día de hoy la gente muere igual de a menudo e igual de temprano que antes, pero después de haber vivido peor, eso sí. En mi círculo profesional y de amistades y conocimientos deberíamos palmar enseguida tres o cuatro y un servidor, y el resto tendría que durar hasta los ciento y pico si hubiera lógica o cósmica justicia. Beber no, pues hay que conducir y un taxi no lo vamos a pagar, con lo que nos está costando el clarinete del niño y que ahora la niña quiere un gorro neozelandés para natación; comer, sanito y poco, mayormente verde y sin salsas ricas. El café, descafeinado, porque luego no duermo. Bailar ya no, porque tengo una vértebra un poco descolocada de cuando fuimos al Machu Picchu y me retorcí para hacerme una foto con un tucán. Conversar, apenas, ya que el foniatra me ha dicho que si no cuido la voz puedo acabar con almorranas. Chico, si el foniatra ha encontrado tan cercana relación entre tu garganta y tu culo, él sabrá por qué. Y así. Sumado al gusto por tocarle las narices al normal que todavía disfruta. Estás tú a punto de zamparte esos callos a la asturiana con salsa gelatinosa que se te pega a los labios, y viene la enterada de las pelotas: pues el otro día en la tele vi yo en un programa que los callos son peligrosísimos para el riñón porque tienen mucho benceno. Mecachis en sus muertos, lo dice nada más que por envidia y porque está hasta el moño de su lechuga ecológica aliñada con limón y yogur de soja desnatado.

            Va desapareciendo el personal, diríase que porque cada uno tiene muchísimo que hacer, pero no es así. El aburrimiento, el puro hastío, la desgana persiguen a la gran mayoría mucho más que en cualquier otro tiempo, y cosas que merezcan la pena ya casi nadie hace. A ver, piense usted, amigo lector: de todos esos que conoce y con los que, por sus grandes ocupaciones, no puede contar ni para un rato de charla ni para una merienda con risas, cuántos hay que, por lo que usted sabe, hayan vivido algo notable, interesante o divertido en los últimos dos años. Casi ninguno, ciertamente. ¿Qué los ata, pues? Su propia inanidad, el susto pequeño, los cuatro mitos de las familias pequeñísimoburguesas, los terrores nocturnos a la tensión alta o el colesterol con una decimilla de más, la avaricia de no gastarse diez euros y no vaya a ser que no podamos en reyes comprarles la nueva Sony a Kevin y Susan.

            Es el signo de los tiempos, uno más. Pero tengo para mí, y creo que no me equivoco, que de la crisis económica y social no nos libramos mientras no pase esta decadencia psíquica, este apocamiento de teleñecos saludables, semejante mediocridad profiláctica. Sin juerguistas no hay futuro. Sin buena diversión y sana camaradería no cabe sociedad propiamente dicha ni país ni nada, solo ratoncillos inermes que dan vueltas en su jaulita y se suben al palo y se bajan, se suben y se bajan, se suben y se bajan, atareadísimos, serios, pareciera que pletóricos, sanos y pulcros, como si dijéramos.

10 comentarios:

robaliza dijo...

Qué ganas de volver a pasar por León para disfrutar de unas cuantas de esas noches, mira tú...

Perplejo dijo...

Decía Ortega que nada puede edificarse en la vida sin combinar la fuerza y la disciplina. En aquella época sobró el entusiasmo; pero faltaron clamorosamente la madurez y la responsabilidad.

Una generación, sí, de divertidos "juerguistas". Los cachorros del 68 (y del 69). Con el mismo lema en los bares que en los despachos del poder: "barra libre; champán para todos". La vida había que fundírsela (no disfrutarla sabia, responsable, epicúreamente); y, en efecto, se la fundieron. Pero la fiesta acaba y los barrenderos llegan con inmensas bolsas negras para recoger los desechos.

Como todas las sociedades jóvenes, los "juerguistas" de ayer querían llevarse la vida por delante. Precisamente por eso, hoy la vida nos da a todos por detrás.

No hay un hiato entre ayer y hoy, profesor. Hay consecuencia lógica. Una herencia.

¿Dónde está todo el mundo?

Pagando la factura.

Anónimo dijo...

Estoy con perplejo. Quizás es que las nuevas generaciones no están por la labor de llevarse de copas o de comilonas a un tribunal por el sólo hecho de ser una tradición y de quedar bien con el tribunal, cuando se trata, a fin de cuentas, de un trabajo en el que no debería haber lugar para esas copas (con los amigos, lo que sea, pero eso es otro asunto) ni tener por qué quedar mal si no se hace.

Fíjese usted, a mí me parece ese cambio de actitudes bastante sano si queremos ir cambiando poco a poco este sistema de corruptelas en el que el amiguismo vale más que otras cosas.

Juan Antonio García Amado dijo...

Me ha gustado mucho el comentario de Perplejo y su respuesta a mi pregunta: la gente está pagando la factura. Está bien.
Pero no nos pasemos. Andar con cierta alegría de vivir, antes o ahora, no es síntoma de corruptelas ni de despropósitos. Se puede ser un plasta aburridísimo y, al tiempo, un perfecto corrupto; o una persona alegre y que se divierte de vez en cuando tomándose unas cañas con los amigos y, a la vez, perfectamente honrado. A ver si ahora va a resultar que hay que hacerse medio budista para no pasar por amigo de lo ajeno o perpetrador de crisis económicas de la nación.
Y, estimado anónimo, cambie usted el ejemplo, suprima lo de tribunal. Yo estaba hablando de cortesías de las que antes se estilaban, no de compra de voluntades. Ponga usted que un primo suyo, al que hace tiempo que no ve y con el que ha tenido relación cordial, llega a su ciudad, de paso, después de varios años sin que ustedes se vean. ¿No lo llamaría usted para salir a tomarse unos vinos y cenar y conversar un rato? Pues cuando un colega mío apreciado viene a León, por ejemplo porque alguna institución lo invitó a dar una conferencia, yo, si puedo,procuro que nos veamos y nos comamos juntos y a mi costa unas mollejas o un poco de morcilla leonesa. ¿Serán esos amistosos gestos indicio de mi naturaleza caída y pecadora? ¿Estaré así haciendo para que la crisis económica y moral del país sea más aguda?
No nos pasemos, caramba. Si resulta que la culpa de nuestros males la tienen el sentido de la amistad y una moderada alegría de vivir, aviados estamos. Me proclamo, entonces, partidario de los males y defensor de la vida en crisis. Mejor pobrs que mortalmente aburridos y tristones sin remisión.

Anónimo dijo...

Pues si me quedara esperanza, yo diría que lo que no sean vidas ajetreadas o ahorros obligados, lo demás podría ser Vergüenza o impotencia.

Quiero decir, si se refiere a los cambios que observa en su sector, podrían deberse a que contemplar la basura de España y españoles que en parte ustedes han ayudado a formar o no contribuido lo suficiente a evitar, les llena de bochorno o de lagrimas.

No se enfade, culpe de todo a la herencia recibida como hace todo el mundo.

PD: Sin relación alguna, un titular que vi el otro día y me trae recuerdos: "Se sienta en una cornisa para "robar wifi" de un vecino y desata una alarma suicida".

Alberto Lafuente dijo...

Estimado Profesor: le diré lo que pienso. Creo que tiene Vd. una serie de convicciones muy personales acerca de lo que debería ser una vida plena y feliz y proyecta esas convicciones sobre el resto de la gente. Quien no se ajusta a su particular modelo ha de ser por necesidad un amargado pavisoso con problemas de estreñimiento y disfunción eréctil.

Sin embargo, creo que debería ir aceptando el hecho de que las personas son muy diversas y cada cual tiene su particular manera de difrutar de la vida. Hay algunos que ya nos corrimos nuestras buenas juergas de jóvenes. Por tanto, tampoco es algo que echemos de menos. Sin embargo, se nos hace cuesta arriba dejar a nuestros hijos con una "cuidadora" para que podamos irnos de cachondeo, juerga y tralará. No sé Vd., Sr. García Amado, pero yo desde luego no tuve hijos para que otros disfrutasen de su compañía, y encima a costa de mi bolsillo. Algunos no vemos a nuestros hijos como una engorrosa carga que hay que encasquetarle a alguien.

En definitiva: qué quiere que le diga, a mí no me apetece dejar de estar con mis hijos para echar unos vinos con los amigotes hasta las tantas de la madrugada. El trabajo ya me tiene bastante apartado de ellos y, al fin y al cabo, creo que merecen más la atención de su padre que mi primo de Toledo o aquel amigo de la mili con el que, fíjate que casualidad, me crucé el otro día por la calle. En fin, supongo que Vd. tiene sus prioridades y los "teleñecos" tenemos las nuestras.

Anónimo dijo...

O lo mismo es que le ignoran a usted cuando visita otros lugares porque no son tan amigos...

Unknown dijo...

Anda usted acertado, lo cual no es una sorpresa. La culpa la debe tener el telediario y, a mayores, la televisión de lo nutritiva que nos ha salido.
Muy literario el texto, muy bueno, acertado siempre. No sé porqué me ha dado por pensar en Casablanca después de leerlo...¿A usted no le va a quedar un París, o le va quedando el mismo todos los días? (aunque sea)
Un saludo

Rogelio dijo...

De acuerdo que el pobre desgraciado que está esperando a la comisión judicial que procederá a su desahucio no tiene el "chichi pa farolillos".

De parecido talante estará el que últimamente, cada vez que sale a dar un paseo por el campo, observa que a los cinco minutos le sobrevuela una bandada de buitres que, intuitivos ellos, le ponen ojitos tiernos.

La cría caballar es durísima y requiere de una ingente asignación de recursos humanos y materiales.

La edad modula a la baja esa bendita y añorada alegría despreocupada de la juventud, divino tesoro, que tanto repetía mi madre.

Si todos estos factores, y otros muchos, son negocios de tracto sucesivo, en los que tan sólo se cambia de adjudicatario, ¿ qué le ocurre hoy a la sociedad española ?, ¿ qué tendrá la princesa ?

España está inmersa en una crisis social, económica, de objetivos y de ilusión de cien pares de cojones, hija de una crisis de valores y nieta de una sobredosis de extemporánea inmadurez, por la que rezo a diario a mis dioses de cabecera.

Como decía Lola:
¡Ay, pena, penita, pena -pena-,
pena de mi corazón,
que me corre por las venas -pena-
con la fuerza de un ciclón!
Es lo mismo que un nublado
de tiniebla y pedernal.
Es un potro desbocado
que no sabe dónde va.
Es un desierto de arena -pena-,
es mi gloria en un penal.
¡Ay, penal! ¡Ay, penal!
¡Ay, pena, penita, pena!

Perplejo dijo...

No se apure, profesor.

Puse en mi comentario la dosis justa de exageración literaria para corresponder al estilo y el espíritu de su artículo.

Ignoro cómo están las cosas en tierras leonesas; pero, en las andaluzas, difícilmente podría uno darse por aludido con su texto.

Aquí, celebramos la fiesta en sesión continua: sobrevivimos en la orgía perpetua, bajo la tiranía de la juerga y el totalitarismo de la parranda. Francachela "after-hours" en el patio de Monipodio. Morimos, como Oscar Wilde, por encima de nuestras posibilidades.

Tire para el sur -si es que quedan caminos- cuando caiga en las trampas de la nostalgia.