09 noviembre, 2012

Periódicos y periodistas



                Me resulta doloroso y me impresiona bastante ver las reducciones de personal que están haciendo los periódicos españoles, empezando por los “grandes”. No se salva ninguno, por lo que se ve. Estos días las noticias de ese calibre son sobre El País y las dan los otros; hace poco fue al revés. Cada uno, en sus estertores, se recrea un rato comentando lo gravísimo que está el vecino.

                Me suena que ya lo conté aquí en su día, pero tal vez no fue así. Cuando cerró la edición o sección leonesa de El Mundo, donde yo tenía mi pequeña tribuna cada jueves desde que nació ese suplemento hasta que pasó a mejor vida, se hizo en un bar una reunión de despedida de los periodistas y demás colaboradores. Volví a casa con el corazón encogido al oír que casi todos se iban al paro. Y lo peor es que supongo que en el paro seguirán.

                Dejando aparte las consideraciones sobre personas, esta crisis de los periódicos me parece un indicio indudable, uno más, de que vamos hacia un mundo o un país de peor calaña, más ásperos, más toscos, con menos lugar y lugares para conversar y debatir. Y, sobre todo, con menos información, con gentes menos informadas y más eficazmente manipuladas.

                Justo cuando tenía esa pequeña colaboración en El Mundo de León me di cuenta de que es poquísima la gente que simplemente hojea algún periódico, y, de esa poca, la mayoría miran prensa deportiva. No es que esperara yo hacerme famoso por eso en el pueblo o que me sacaran de procesión, de verdad que no es eso y que mi tontería no llega a tanto. Pero suponía que los compañeros y conocidos me verían allí, para bien o para mal, con gusto o con desagrado. Pues no. No había lugar para partidarios o detractores, ya que la inmensa mayoría no se enteró. Llevaba dos años, quizá, con la columnilla de cada jueves y me encontraba un colega catedrático: hombre, he visto que el jueves pasado sacaste un artículo en EL Mundo. Bueno, sí, -respondo-, cada jueves me publican un articulito. Ah ¿sí? En otros casos, conversación con grupo supuestamente bien informado y dizque al día y con culturilla. Viene al caso y les explico que no sé qué cosa que estoy opinando es lo mismo que ya escribí la semana pasada en el periódico. Caras de sorpresa: ¿Qué tú escribes en el periódico? No dejes de decirme en cuál, me encantará leerte. No eran conversaciones en la majada, sino en el campus.

                Bueno, fuera ya mis tonterías personales. Ya no se leen periódicos, y punto, ni estos ni aquellos. Mi padre se moría por un periódico y, allá en la aldea,  el periódico encargaba a cualquiera que “bajaba” a la ciudad. Eran sus momentos de mayor disfrute, pese a que había ido bien poco a la escuela y leía silabeando en voz baja. Creo que nunca llegó a aprender a escribir y no pasaba de poder echar su firma, de la que, curiosamente, estaba orgulloso. Pero se apasionaba con los periódicos, de la primera página a la última, además de no perderse un telediario. Supe que había rebasado una frontera final de la vejez cuando, ya en Gijón y muy mayor, dejó de comprar cada día El Comercio.

                Los periodistas se van a la calle porque los periódicos no se venden. En realidad, se regalan ya. En cualquier facultad universitaria encuentra uno pilas de ejemplares gratuitos de los periódicos locales y de los nacionales, imagino que porque tienen que asegurar una distribución mínima para mantener la publicidad. La publicidad se va de los diarios porque la gente no mira los periódicos y, así, no ve la publicidad. Yo tampoco anunciaría algo mío en uno, y con harto dolor lo digo.

                Que tantos consultemos hoy en día las ediciones digitales de los periódicos –aunque nada iguala el placer de una mañana de domingo entre diarios de papel- influirá para que se vendan menos periódicos impresos, pero podría ser negocio si la gente los consultara mucho, aun en versión gratuita. Supongo que no sucede así, pues la huida de la publicidad es el indicio. No, en internet a muchísima gente le gusta más colgar una foto de sus juanetes recién operados o leer que un amigo suyo se fue a Tánger y vio un señor con un grano gigantesco en la cabeza. No digo que Facebook y compañía solo sirvan para eso, ni mucho menos afirmo tal, sino que son legión los que para eso lo emplean, para el “A Giliberto y ochenta amigos más les ha gustado la foto de tus macarrones con parmesano” y que te comenten lo de “Se ven deliciosos”, “A ver cuando invitas” o “¿Tú que queso les pones?”. ¿Qué esa gente antes tampoco leía periódicos? Pues miren, sobre eso habría que investigar en serio, pero yo creo que sí, que muchos los manejaban. Mi opinión es que las redes sociales, aun con todo lo bueno que tengan, quitan un montón de tiempo que de algo habrá que descontar. Y si te dedicas a las fotos de lasañas o a glosar la última puesta de sol en Facebook  (¿alguien ha averiguado ya cuántos millones de puestas de sol hay colgadas en Facebook?) no tendrás horas para estar al día de la última ocurrencia de la Merkel o de cómo se lo va a montar Obama.

                Está en el ambiente y sobrecoge pensar los desastres que hemos hecho en estas décadas posteriores a la Transición. Tuvimos dinero, tuvimos ayudas internacionales, tuvimos buenas cabezas en el país, tuvimos tiempo de sobra… y decidimos -decidieron- construir un país cada día más lerdo y abotagado. Luego decimos que mira la juventud cómo viene y que no leen los jóvenes y que el botellón y que escriben con faltas. Sí, son nuestros hijos, nuestros herederos, nuestras víctimas. Primero en eso, en la incultura inducida y la indiferencia aprendida, y ahora reciben también la ruina económica que les dejamos después de vivir sin seso y pensar que todo el monte era orégano. La revolución de esta juventud sin futuro deberían, al menos, hacerla contra nuestro pasado; tendrían que partirnos la cara.

                Está en el ambiente, digo, y ya no se sabe si los medios de comunicación son las víctimas o parte de la causa. Un ejemplillo casero. Entre mis hábitos más gozosos está el de ponerme a cocinar algo por la noche, cuando dejo los libros y el teclado, entre nueve y pico y diez. Delantal, copita de algo y emisora de radio con información general y comentario político. Salvo en los días marchosos en que me pongo salsa, Gilberto Santa Rosa, El Gran Combo y así. Bien, pues de lunes a viernes ya hay al menos dos días en los que ocho a once o doce no hay en la radio más que fútbol. Sin escapatoria: fútbol. ¿Solución? Para mí bárbaro, pues me pongo unos discos de inglés, ya que he vuelto al perfeccionamiento (je, déjenme que lo diga así) de idiomas con nuevas ansias. Pero es una catástrofe nacional. Después, los dueños de esos mismos medios harán unas convenciones para preguntarse por qué la gente ya no lee periódicos o no escucha noticiarios. Pues, respetados señores, es como si en la puerta de las iglesias pone usted unos puticlubs gratuitos y, además, con pinchos y tapas sin pagar, y luego se queja de que el personal no entra en misa. Ya ves. Y si, para colmo, es el párroco el dueño del garito, para qué contar más.

                Tampoco es tan raro que el público se canse de periódicos y periodistas. El sectarismo de muchos y la falta de honestidad personal y profesional de tantos hace sonrojarse hasta al más escarmentado. Pero, como siempre y en todo, pagan justos por pecadores. Son las mismas lógicas (al menos en este tiempo) las de lo privado y lo público. Si es la Administración y prescinde de empleados, cae el que toca, sin mirar si es el mejor y más currante y si no se estarán librando unas docenas de zánganos de allí mismo. Que nos lo cuenten en las universidades. Si es la empresa privada, pues irán por antigüedad o por parentesco, no sé, pero se quedarán en la calle bastantes buenos y resistirán mantas a la vera de los jefes.

                No cabe engañarse, estos periódicos que uno leía deleitándose y en los que cada fin de semana aparecían reportajes suculentos e informes completísimos se acaban. Porque no creo que vayan a ser iguales con cientos y miles de trabajadores menos. Ahora que tanto gritamos, y no sin razón, contra los recortes en la enseñanza pública, qué deberíamos decir igualmente sobre lo recortada que quedará la opinión pública libre sin periodistas decentes, sin periódicos serios y con todo el mundo nada más que oyendo de futbolistas o chateando sobre la mejor forma de broncearse las corvas aunque llueva.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay una revolución que viene gastándose desde hace años, que pronto alcanzara velocidad de crucero y que va a cambiar todo el mundo vigorosa e inopinadamente.

Es un hecho del que no pareces darte cuenta pero en el que sin embargo participas y a la hora de diagnosticar alguna de las "enfermedades" que va provocando el nuevo paradigma vuelves a los viejos pecados del "están locos estos humanos...".

Yo te doy una pista: mira a ver los datos de visitas en el primer post que pusiste en este blog y mira ver el del día anterior.

AnteTodoMuchaCalma dijo...

Y la muerte de El País y La SER supone, además, la definitiva colonización de TODA la prensa en papel. Han obtenido crédito de un nuevo amo (para sobrevivir al Janlismo)... y ahora la voz de su amo es la misma que la del resto de los periódicos en papel.

Oceanía nunca ha estado en guerra con Eurasia.

Anónimo dijo...

Pa lo que va a durar el papel o el "periodismo" de hoy...

un amigo dijo...

De acuerdo con los tres. La prensa en papel lleva años acercándose y acercándose al desbarrancadero. Y a fuerza de acercarse, un día se acaba por caer. Atentos: no es una cuestión de substrato (aunque contribuya) - reside en haberse entregado con armas y bagajes a dinámicas de las que no se sobrevive - la subvención, la publicidad, el estar de buenas con Menganito, el ser conciliadores con Zutanito...

Salud,