18 mayo, 2013

Por qué no están los mejores y cómo repartimos las culpas



                Esta temporada está habiendo algo de escándalo con las noticias sobre jóvenes y valiosos investigadores que triunfan por el mundo en sus ciencias, después de ser en España despedidos o despreciados. No exageremos, es un escándalo pequeñito y a la inmensa mayoría de la gente de a pie y de la gente en coche oficial le trae perfectamente sin cuidado. Pero bueno, siempre hay alguno que dice que menudo plan y que vaya despropósitos. Y son despropósitos, ciertamente. El penúltimo caso ha sido el del investigador español que recibió el premio al mejor físico joven de Europa justamente en mismo día en que por aquí le decíamos que no le correspondía una  beca Ramón y Cajal para regresar a España patria querida. El último, el de la investigadora española que hace un par de años fue puesta de patitas en la calle con ocasión de un ERE en un centro de investigación que iba para gran centro internacional de investigación, en Valencia, y que se quedó en la habitual cutrez casposa y el quiero y no puedo, supongo. Se acabó el dinero a base de hacer aeropuertos y de hacerse la manicura los gobernantes y, como siempre por estos pagos, se empieza por ahorrar en ciencia e investigación. Al fin y al cabo, en cualquier villorrio dejan de votarte si no les llevas el AVE o no les pones un museo de arte moderno para paletos viajados, pero ni tres votos pierdes si le atizas una patada en el culo al que iba para Premio Nobel y, encima, amenazaba la plaza que íbamos a crear para mi amol o para el novio de la sobrina. ¿Por qué se me viene a la cabeza una rectora andaluza? Misterios de la mente humana, ustedes disculpen.

                Pues bien está que nos alarmemos un poco, pero, ya puestos, habría que sincerarse y decirlo todo. Para empezar, esa manera de gritar los nombres de los que se marcharon no debería impedir que se oiga la filiación de los que nos quedamos. Porque esto es como el juego de las cuatro esquinas y resulta que somos cinco, o cinco mil. Interesa dolerse de los que no pillaron rincón o fueron sacados del local a patadas, pero también tiene su morbillo explicar quiénes somos los que atrapamos puesto y cómo es que nadie nos mueve la silla. Y la otra media verdad o verdad y media que no se suele decir en voz alta es ésta: como mínimo, la tercera parte de los que trabajamos en centros universitarios y no universitarios dedicados a la investigación y a la docencia somos unos inútiles, unos descarados y unos parásitos sin remisión. Más aún, esto segundo es causa de aquello primero, pues estamos en un contexto de recursos limitados y de lucha por la supervivencia. La diferencia es que en este medio tan poco natural no sobrevive el más apto, sino el más lerdo. O tal vez el más apto, sí, pero para otros menesteres, con otras habilidades o con diferentes medidas corporales, no sé si me entiendes, corazón.

                En cualquier facultad universitaria española, empezando por la mía, siempre hay algún profesor o profesora que no tiene ni la más lejana idea de la materia que explica, nada de nada, ni remotísima noción, y mira que lo de explicar cosas de Derecho es fácil y sólo hay que sacarse el dedo de la boca y estudiar un poco. Ni por esas. ¿Recuerdan, amigos, esos datos que circulan y que nos dicen que más del treinta por ciento de los profesores funcionarios de nuestras universidades no tienen ni un sexenio de investigación y más de la mitad tienen solamente uno, cuando por antigüedad ya les corresponderían tres o cuatro o más? No los condenemos a todos, todos, pero ahí hay un problema, no me digan que no. Sería interesantísimo tener también la estadística de cuántos indocumentados tienen o han tenido cargo de vicerrector o director de área del rectorado. Sí, lo sabemos, muchos. Se dedican a eso y se lo pasan de cine dándose pote e intentando joder al que trabaja.

                Con toda franqueza afirmo que me escandaliza más la torpeza de los torpes que están, que la valía de los competentes que obligamos a irse o que no dejamos entrar. Con estos últimos nada más que hay lucro cesante, como decimos los juristas, se pierde lo que podrían darnos y rechazamos; pero con los otros, con los zánganos y cabestros, el daño es efectivo, tangible, nos lo ponen todo perdido. ¿O acaso no tienen a su cargo estudiantes a los que nada enseñan y mucho engañan? Lo que me deja permanentemente perplejo no es, aun así, que el investigador gallego que es nombrado mejor físico joven de Europa no sea llamado por diez o doce universidades españolas, disputándoselo y ofreciéndole el oro y el moro; eso  es raro, pero pase. Lo terrible es que esas mismas universidades no hacen el menor ademán de quitarse de la plantilla a los profesores funcionarios de los que todo el mundo sabe, del rector al más modesto conserje, que son nulidades, incapaces absolutos, unos sinvergüenzas a menudo y, más de una vez, hasta unos ladrones, si se tercia. O unos pobres enfermos mentales, que también hay y en buenos cargos universitarios.

                Miren las prejubilaciones que durante dos o tres años se estilaron en casi todas las universidades de este país, tentando a los de más de sesenta años para que se fueran, hasta los setenta, con el cien por cien del sueldo. Para que se marcharan cobrando como si hubieran seguido. En teoría era para rejuvenecer las plantillas. Pero resultó mentira, pues se están amortizando esas plazas, y muchos de los prejubilados eran de lo mejorcito que había. ¿Qué se habría podido hacer? Muy sencillo, ofrecer esas prejubilaciones a los de más de sesenta o cincuenta que tuvieran menos de la mitad de los sexenios que por antigüedad les correspondían. Manta que huya, puente de plata. Pero no, a esos hay que mantenerlos porque son muy majos y se llevan muy bien con la cuñada del rector o el primo de la vicerrectora y trapichean de maravilla con votos y cotilleos.

                Mas dejémonos de preámbulos conocidos y vayamos al meollo de la cuestión. Debemos preguntarnos quién tiene las culpas de este desastre y de tamaña ineficiencia, para luego, hecho el diagnóstico, averiguar si cabe terapia alguna o si mejor dejamos que se mueran de una maldita vez la universidad y la investigación en España. Porque mejor sería cerrarlo todo que mantenerlo así, francamente. Los aptos seguirían encontrando plazas en el extranjero y sería divertido ver a los zombies sin sus nóminas y sus carguetes.

                Ante cuestiones así, llevamos muchas generaciones con la respuesta fácil en la boca. La culpa es del sistema. ¿Qué sistema? Ah, no sé, pero si nos piden que concretemos decimos que el malvado es el Estado, que legisla fatal. Lo que sea con tal de que cada uno de nosotros salga indemne y pueda seguir tomándose el cafelito con la conciencia a salvo. Así que vamos a hacernos un pequeño test, no sin que antes aclare un servidor lo siguiente: no soy mejor que muchos y ninguno de estos desastres me es ajeno. En la universidad, y en la medida de mis fuerzas y posibilidades, he visto muchas cacicadas, he tolerado unas cuantas y he hecho más de una cuando fue mi turno. Porque yo también soy sistema, y usted y usted, probablemente. Es a lo que voy.

                Cualquier mecanismo de selección de profesores e investigadores es bueno si son decentes y dignos y algo valientes quienes lo gestionan y ejecutan. De hecho, usted lee los preámbulos de cuantas leyes y decretos rigen en la materia y se queda sobrecogido ante tan elevadas proclamas y semejante alarde de buenas intenciones. Pero luego al bañista le ponen una corte de pirañas y el queso lo vigilan unos ratones.   

Vamos a hacernos un elemental test y luego hablamos otro poco. Las preguntas son sencillitas para el que conozca por dentro las universidades y centros investigadores, pero hasta podrá comprenderlas y contestarlas sin dificultad el que viva ajeno a ese mundo y simplemente haya nacido en estas tierras. Allá van y no hacen falta muchas.

                (i) Usted forma parte de un tribunal para acceso a plaza de funcionario en su especialidad. No hay más plaza que una. Entre los candidatos que concurren está un discípulo suyo que es regularcillo tirando a malo, pero también concursan unos cuantos más que son extraordinariamente buenos. Pregunta: usted votaría:
                a.- A su discípulo manta (con el que se lleva bien, claro; se me olvidaba el detalle).
                b.- Al mejor de los candidatos, el objetiva y evidentemente mejor.

                (ii) Usted es de una escuela de esas con maestro y árbol genealógico de discípulos. Otra vez lo del concurso y usted en el tribunal o comisión que juzga. El maestro de su escuela y jefazo de su grupo académico-científico-doctrinal, don Tal o don Cual, lo llama a usted para indicarle que vote a Fulano, que es de casa, de la escuela, pero usted tiene plena y absoluta constancia de que es mucho mejor otro candidato, Zutano. Pregunta: usted votaría:
                a.- A Fulano, el de la propia cuadra, que es malo.
                b.- A Zutano, el de escuela ajena o que va por libre, que es buenísimo. 

                (iii) Se convoca una plaza de profesor contratado doctor (o figura similar que sea de profesor no funcionario y con un sueldo algo digno) en su universidad y usted preside la comisión de selección. Hay un aspirante de esta misma universidad suya que con usted hizo su tesis doctoral y con el que se lleva bien, buena gente aunque mediocre en su rendimiento y sin más futuro que el de ir vegetando en ese antro provinciano y polvoriento. Y, oh sorpresa, ha echado también los papeles y se presenta uno de esos que vienen con un currículum que quita el hipo, alguien que ha recibido premios de investigación por el mundo o que ha estado trabajando con mucho éxito en el más puntero centro estadounidense. Sí, espere, antes de preguntar debo aclarar una cosa, pues ya se estará planteando todo el mundo por qué carajo aspira ése a puesto en la universidad de Villamelones, si tan bien le iba por el mundo, y que por qué no se queda allá con sus premios de pacotilla y que le den por el saco. Sí, así somos y esa es siempre la reacción primera, un cóctel de mala uva y urticaria. Aclaro, pues, que tiene razones personales muy respetables, como que sus padres viven en Villamelones y están enfermos y él quiere estar cerca de ellos, o que se acaba de casar con una de aquí que trabaja aquí, o…
                Bueno, pues preguntamos. En lo que de usted dependiera, el seleccionado para esa plaza sería:
                a.- Su discípulo atontado, pero buena gente.
                b.- El gran investigador que llega de otros países.

                ¿Seguimos? Se podría, pero para qué. Con plena y total certeza, con un convencimiento radical, mantengo que el 95% de los profesores e investigadores funcionarios españoles en situaciones como las reseñadas se inclinarían o nos inclinaríamos por la opción primera, la a, de cada una de esas tres cuestiones.

                Tampoco hay muchas alternativas, más allá de las siempre loables de la autoinmolación y el martirio. Porque si usted no da el parabién al de aquí y viene otro, se va a encontrar con que su rector lo pone a usted de vuelta y media porque fíjate qué roto nos haces en la plantilla, ya que la plaza la habíamos sacado para el nuestro; y los de su escuela no lo vuelven a llevar de conferenciante o ponente en su mísera vida, con la consiguiente pérdida económica y lúdica; y porque si usted tiene o va a tener más discípulos, éstos van a recibir en sus posaderas todas las patadas que los valientes no se atreven a atizarle a usted en las suyas; y porque en su propio departamento van a intentar hacerle la vida imposible hasta más allá de su jubilación, por ser usted un traidor que no tuvo en cuenta que el zoquete de casa tiene mujer e hijos o hijos y marido, o no terminó de pagar la hipoteca y mira ahora qué manera de sufrir, o no quiere irse a Canadá porque no sabe inglés ni desea estudiarlo, o canta en el coro de aquí y cómo los  va a dejar tirados después de tantos años de afinar, o está embarazado del tercero y qué pasa con la conciliación con la vida familiar, ¿eh? Y así.

                No trato de exculpar a nadie, bien al contrario. Pero también se ha de reconocer que hace falta un ánimo muy fuerte para sobreponerse a los imperativos sistémicos, al perverso diseño institucional y a los dictados de la tradición y los malos hábitos. La tesis es sencilla: el sistema es una porquería, sí, pero la talla moral de los que estamos dentro tampoco es gran cosa y escasean la madera de héroe o los arrestos para salirse de la fila. Sumadas la miseria institucional y la mezquindad personal, el resultado es el conocido: esto. ¿Ya estamos entendiendo por qué jamás de los jamases vamos a llamar de aquí o vamos  a admitir aquí ni al mejor físico joven de Europa ni a la investigadora que sale estos días en todos los telediarios porque está en el equipo de la Universidad de Oregón que acaba de sorprender al mundo con un nuevo adelanto científico?

                ¿Terapias? Bien, como creemos, pese a todo, en los derechos humanos, excluimos el empleo de raticidas y “zeta-zeta”, al igual que rechazamos la guillotina o la tapia de amanecida. ¿Queda alguna solución? No. Pero si alguna hubiera, pasaría por uno de estos dos caminos. El primero consistiría en objetivar absolutamente los procesos de selección. Esto se podría hacer de dos maneras. O bien con un sistema claro y bien cierto de valoración de los trabajos de los candidatos, pero no de valoración al peso, como ahora se hace en las acreditaciones. Es difícil, sin duda, en materias de ciencias sociales, humanidades y Derecho. O bien procurando que los currículos los tasaran personas totalmente ajenas a los muy mañosos profesores que estamos dentro. Pero tampoco sirven burócratas profesionales y, menos, los politicastros avezados a enchufar a los de su camada. ¿Queda alguien? Quizá deberían ser extranjeros los que seleccionaran, pero resultaría caro y complicado y, además, los extranjeros también se pueden vender por unas conferencietas y un  par de becarios o becarias que bailen bien y cuenten chistes.

                Sólo veo el otro camino, en el que aquí mismo ya he insistido en otras ocasiones: seleccionan los de la propia universidad o centro del candidato, pero se cobra por los resultados del equipo. Si yo soy catedrático, dos mil euros mensuales como sueldo fijo y el resto, hasta límites bien altos, en función de la producción científica real de mi departamento o de la parte de él que yo escogí. O científica y docente, todo ello bien medido. Si yo sé que pierdo quinientos al mes por cada tarugo que meto en mi disciplina, se me pasa la corrupción a toda velocidad y a los torpes se los recomiendo a un concejal amigo para que sieguen los jardines, en lugar de ficharlos yo para que en mi universidad expliquen ecuaciones diferenciales o filosofía del Derecho o latín. Sería mano de santo. Saliendo del infierno, pero mano de santo. Lo cual requeriría, ciertamente, una organización algo racional de departamentos, y cosillas de ese estilo.

                Pero, ¿se imaginan qué angustia para rectores y candidatos a tales si de repente se nos llenan las universidades de investigadores de primera, de docentes esforzados y de personal que no se vende por un plato de lentejas y que prefiere estar en su laboratorio o en su biblioteca antes que moviendo el pompis en las cafeterías del campus o poniendo sus posaderas en los mullidos sillones de algún vicerrectorado de sostenibilidad creativa o de reverbero incandescente? Qué angustia, por Dios, qué sin vivir.

                No, sigamos como estamos y que el que prefiera investigar y estudiar fuerte se vaya a otro país y a tomar vientos. O qué se han creído. A fin de cuentas, y por dar nada más que una muestra, llevamos desde el 78 eligiendo presidentes de gobierno que no hablan inglés ni nada; salvo uno, que no duró. A lo mejor por eso, porque era culto y sabía lenguas.

                Prometo que al menos en tres meses no vuelvo a escribir sobre esto. Así podré dedicar más tiempo a meditar sobre cómo conseguiré sacar a Elsa de este tugurio lo antes posible.

4 comentarios:

Gabriel Doménech dijo...

95 % es tirar por bajo

unediano sin causa dijo...

Buenos días,

Uno de los mayores problemas desde mi punto de vista es que muchas veces los profesores no tienen ganas de enseñar,es decir,dan clases por darlas y eso repercute en como afrontas como alumno la asignatura.

Un saludo y buen blog

Anónimo dijo...

Hablo por lo que me toca... yo soy otro de éstos, recién salido y con pocas o ningunas expectativas. Con menuda mafia me he topado... Si mafia, porque en las universidades abunda. Hasta por clanes genéticos se llenan departamentos enteros. Hace unos días, fui a comer con una amiga y se nos unió una conocida suya, las dos profesoras... Así que comenzó a preguntarme por mi cv, y yo más o menos algo le conté... Enseguida me preguntó: "¿y en qué departamento trabajas?". A lo que respondí que no tengo trabajo, formalmente, ni de mísero becario... ella me respondió: "claro, te falta un enchufe" ¡¡Un enchufe!! ya no es que me falte un idioma, o tal o cual especialidad o conocimiento, tengo que ponerme a buscar un enchufe... Pues ¡me niego! y así me va... Yo tengo también algún que otro premio, a nivel nacional, "currado" por mi mismo, sin proyecto de investigación subvencionado, ni vacaciones pagadas, ni hostias de ninguna clase. Pero sí premio nacional. También algunos trabajos he conseguido publicar sin que ningún "enchufe" los hiciera llegar por mí. Aunque vaya lento, voy avanzando. Antes, ni el gato, me decía de abordar un trabajo en equipo, ahora llevo por delante tres, con personas diferentes. No son todo aspectos negativos. Esta situación tiene también cosas muy buenas, si se opta por no abandonar el barco, claro. Debo pocos favores, por no decir ninguno, soy mi propio jefe y poco a poco voy llegando. No pienso en dejar de lado esta vía, eso debí haberlo pensado hace años... Y que ahora vaya el Estado y me pague otro doctorado, pero que espere también mis minutas...

Anónimo dijo...

Y en esto está el fallo de todo el argumento presentado :"Si yo soy catedrático, dos mil euros mensuales como sueldo fijo y el resto, hasta límites bien altos, en función de la producción científica real de mi departamento o de la parte de él que yo escogí." La premisa de que el catedrático dirige una estructura piramidal es justamente el origen de la endogamia. Hay que hacer titular a uno más para mi grupo que no inicie una linea nueva de investigación, que no compita commigo por proyectos ni por espacio de laboratorios... Ahí esta el fallo. Por que no se habla nunca del cuerpo único? Por qué no se habla nunca de limitar el número de personal fijo en los proyectos de investigación? Por qué nadie piensa que en la mejores universidades británicas (que es lo que conozco) un equipo de investigación es un Professor o un Lecturer (pero no los dos) con sus estudiantes de doctorado y sus postdocs pero nada más? Cuando en el extranjero el prestigioso investigador Prof. X se presenta diciendo que en su equipo están el Dr. Y y la Dra. Z que cada uno se encargan de dirigir a los estudiantes y postdocs, la reacción siempre es la misma "Asi cualquiera publica tanto!" Por que entre tanto informe de "experto" nadie habla de derruir las pirámides. Tal vez porque esos informes destilan un corporativismo rancio, de catedráticos "pata negra" imbuidos de un espíritu sacramental que les hace creerse los guardianes del santuario.