10 diciembre, 2014

Del sable a la pasta. Por Francisco Sosa Wagner



Viví un sablazo en mi época de diputado europeo. Al salir una tarde del Parlamento un señor de color procedente de un Estado africano impecablemente vestido se me acercó llamándome por mis apellidos e informándome de que al día siguiente nos veríamos en una reunión que en efecto yo recordaba en mi agenda. A renglón seguido me pidió cien euros que le urgían y que no podía sacar de un cajero por haber dejado la tarjeta en el hotel. Naturalmente me los devolvería y bla, bla... No sé la razón por la cual no me fié de mi elegante interlocutor pero lo cierto es que su sablazo quedó en el humillante grado de la tentativa.

No ha sido la única ocasión porque, ya en una ciudad española, hace poco, otro sujeto también me cubrió de elogios por mi pluma, me dijo que había comprado un bar y que tendría mucho gusto en invitarme a tomar algo y charlar despacio... A continuación me pidió una cantidad de dinero. En este caso mi pesquis no fue para celebrarla porque el sujeto no era muy abonado, como se decía antiguamente.

De donde el lector puede sacar la justa conclusión de que tengo cara de panoli y de que mi peligrosa exposición al pícaro debería preocuparme. 

Y hablando de épocas pretéritas, en la literatura española el caso de sablista más celebrado y de mayor prestigio fue el de Pedro Luis de Gálvez que ocupa páginas y páginas en los libros de Gómez de la Serna, de Cansinos, o más recientemente, de Trapiello o de Juan Manuel de Prada. Es fama -cierta o inventada pero eso es lo de menos- que Gálvez anduvo recorriendo los cafés de Madrid con un niño muerto envuelto en una manta como medio, en verdad aplastante, de mover las fibras de la misericordia de sus conocidos. Otras veces la caridad que le hacían la retribuía perpetrando un soneto dedicado a la luna, que es facilona y siempre se deja la pobrecilla, allá en su quietud pálida e inofensiva, o una décima al sobado atardecer que tampoco se sabe defender adecuadamente de los asaltos de la métrica.

La imagen del bohemio pidiendo un café con leche y media (tostada) es pues de las que son venero inagotable en todo relato de la España de usureros, trapisondas y ateneístas tronados. 

Hoy día no se esgrime el sable. Ha quedado anticuado. Hoy, como sabemos inglés y compramos camisas en Harrod´s, se practica el crowfounding. Nos encontramos con un amigo cuyo hijo está poniendo en marcha un blog para dar a conocer la vida de la grulla coronada cuelligris y nos pide por favor que contribuyamos a tan edificante propósito con unos euros de nada. Un vecino tiene un chico cuya afición a la literatura le ha llevado por los malos pasos de escribir una novela pero encuentra seria resistencia entre los abominables editores para darla a la imprenta ... con unas monedas podría sacarla en una página web pero le piden ... Idéntica astucia se emplea para filmar una película o formar grupos de jazz, de rock, de música electrónica, de funk o de pop ... o para fabricar un producto ecológico cien por cien y poderlo distribuir por un canal de comercio solidario destinado al Tercer Mundo ...  todo es bueno para sacar los cuartos al personal, ahora en plan políglota y cosmopolita. 

Conclusión: cuando la bohemia parecía haber quedado disecada por la historia surgió el crowfounding y así ha resultado inmune a los tiros que disparan los años.

2 comentarios:

un amigo dijo...

Errata… "crowdfunding" o sea financiación colectiva.
Salud,

un amigo dijo...

"crowfounding" sería algo así como "fundamentación corvácea", hehe... concepto útil en la exégesis ornitológica pero difícilmente aplicable fuera de ella...
Salud,