04 abril, 2006

Defensa terminante y terminal de mi Facultad.

Hoy me siento tan pendenciero como siempre, pero con una dosis nueva de soberbia, pues esta mañana me comunicaron que había logrado el segundo premio (accesit único, más propiamente) del concurso de innovación docente convocado por el Consejo Social de la Universidad de León. Enhorabuena. Gracias. Las que tú tienes. Solventado este trámite formal por mi entera cuenta y riesgo, me doy por felicitado y comienzo con la estopa.

¿Saben? Es la quinta convocatoria de tal premio. Y en al menos otras dos de las cuatro anteriores entre los premiados estuvo algún profesor o grupo de la Facultad de Derecho de León, mi Facultad. ¿Les digo más? Con ocasión del XXV aniversario de esta Universidad se convocaron premios a las mejores trayectorias investigadoras de su profesorado (entre los que quisieron presentarse, naturalmente), y en la rama de ciencias humanas, sociales y jurídicas el primer premio fue para su humilde servidor y el segundo para otro estimado colega de mi Facultad. Y el premio a la mejor tesis doctoral en esas disciplinas también fue para Derecho (para mi chica, je, dicho sea de paso y ya puestos a presumir. Lleva cinco premios de investigación, cuatro de ellos de alcance nacional, y nadie le hace gran caso ni tiene por eso más probabilidades de ascender ni dentro ni fuera de nuestra Universidad; trabaja por amor al arte, of course). Y también la Facultad ganó en esos campos el premio al mejor licenciado de los veinticinco años. O sea, copó los tres premios mayores que se convocaban. ¿Más cosas? En los años que yo llevo en esa Facultad, doce, su profesorado ha recibido más de treinta premios de investigación de todo tipo y en todo género de concursos y convocatorias de alcance nacional. ¿Seguimos con los datos? Para qué, es lohnt sich nicht.

Y ahora voy a explicar el porqué del para qué. Nada de eso ha servido para aumentar ni un ápice nuestro prestigio colectivo en el contexto de la Universidad de León. Fuera sí nos quieren a muchos, y unos y otros vamos de acá para allá por el mundo mundial, llamados por razón de la capacidad docente e investigadora, se supone, salvo que esas instituciones (universidades, judicaturas, administraciones...) sean masoquistas o gusten de derrochar sus medios sin criterio. Y digo llamados, y no arrimados a base de convenios que sirvan de pretexto para que viajen casi todos los más mangantes a la sombra de uno o dos buenos, para socializar el mérito y el demérito a partes iguales, en suma. Estamos en los congresos internacionales, las maestrías y doctorados de buenas universidades de varios países y en publicaciones de todos los continentes. Y por qué no decirlo, si es rigurosamente cierto y, además, molesta. Hoy mismo, en la Universidad bogotana en la que explico estos tres días, una de las cinco mejores de Colombia y de las veinte o treinta más prestigiosas de Latinoamérica, tiene nada menos que tres ponencias en un congreso internacional de Derecho penal nuestro decano y mi gran amigo Miguel Díaz y García-Conlledo. Y aquí mismo, y en Brasil, y en Argentina, y en México, etc., etc., saben bien de la obra de unos cuantos colegas más de nuestra Facultad de León y se pelean por traerlos o se disputan el privilegio de irse a León a trabajar con ellos. Y de vez en cuando ahí asomamos -para trabajar y publicar, no para hacer turismo académico decadente y ramplón- por universidades europeas y en revistas en todos los idiomas de nuestro entorno ¿Y qué? Pues y nada, ya que nadie nos hace en nuestra casa académica ni puto caso. Ni falta que hace, qué diablos. La consigna, ya saben, es clara: aquí nadie es más que nadie y métase su curriculum donde le quepa, maestro.

¿Pruebas? Vaya a las cafeterías de nuestro campus y ponga la oreja. Verá cómo mindundis y cantamañanas con más ínfulas que seso nos ponen todo el rato a los de Derecho a caer de un burro, como ejemplo de inoperancia, incapacidad y vagancia. Que si los de Derecho no trabajan, que si no están, que si no investigan, que si no se renuevan, que si dan unas clases lamentables. Rediez, no renovamos la docencia y resulta que nos llevamos la mayor porción de premios de innovación docente; no investigamos y resulta que tenemos más premios de investigación, como promedio, que la mayor parte de los demás centros, por no decir que todos. Somos malos en nuestra praxis académica y resulta que cuando hace unos pocos años se evaluó la calidad de las Facultades y los Departamentos, los de Derecho se llevaron infinitos parabienes y felicitaciones, y, en el caso de mi Departamento, una calificación de nuestra actividad investigadora que la tildaba literalmente de sorprendente y prodigiosa. ¿Y no trabajamos? Oiga, amigo, y usted, que va diciendo eso por ahí, ¿quién güevos es?, ¿cómo dice que se llama?, ¿en qué bar dice que para?, ¿me quiere mostrar sus credenciales, please?, ¿me permite ver cuáles son sus sublimes poderes, fuera de esa excepcional capacidad para dar la lengua en las cafeterías del campus hora tras hora?.

¿Cómo dice? ¿Que es usted un cargo académico? Perfecto, ahí lo quería yo ver. ¿Le importaría calcular la media de sexenios de investigación que han tenido los equipos de gobierno de nuestra Universidad en los últimos quince años y luego compararla con la media del profesorado de Derecho (o del profesorado en general, mire qué bien)? Somos un buen puñado los que en nuestra Facultad estamos al límite de los sexenios posibles, sin perder año ni convocatoria. Y esta Universidad ha tenido vicerrectores de investigación (¡sí, de investigación!) que no poseían ni un maldito tramo investigador, pese a encontrarse en una edad más que provecta. And so on, para qué seguir metiendo el dedo en ese ojo, si en el fondo todo el mundo sabe lo que hay y cuánto vale en canal cada uno de los que marcan paquete.

¿Y por qué nuestra mala fama colectiva? Mantengo una hipótesis sobre esa cuestión. Desde hace tiempo los más pringaos e incapaces de nuestra Facultad -o tal vez los de todas, pero los nuestros son más resentidos y villanos, más miserables y envidiosos- se arriman a los poderes universitarios y extrauniversitarios para acariciarles el lomo, en el mejor de los casos, o para ejercer de puros y simples mamporreros, en el peor y más común, y compensan sus congénitas incapacidades académicas con la difamación sistemática, unida a ese vil peloteo del mandamás, peloteo que hace que la imputación mezquina vaya entrando suavecita y placentera, cual si llevara vaselina. Hay una buena partida de ejemplos. Una auténtica conjura de los necios y los zánganos, unidos a algún demente obvio pero gran manejador de las destrezas orales. Esa simbiosis entre incapaces sin media bofetada intelectual y mandamases faltos de luces es lo que está asfixiando sin tregua y sin vuelta atrás no sólo esta o aquella Facultad, sino la Universidad toda, y no sólo la nuestra, todas.

Y no hablo únicamente de los jerifaltes de dentro, también de los de la pecaminosa cosa autonómica. Este que suscribe y su colega penalista venimos organizando desde hace años el que ya es el más importante evento interdisciplinar que en nuestras respectivas materias -y posiblemente en cualesquiera otras áreas jurídicas, así, con planteamiento interdisciplinar- se celebra en las universidades españolas. Y casi sistemáticamente la Conse(r)jería del ramo nos niega la subvención con el argumento de que no es interesante el evento o competente la concurrencia. O que en el impreso de rigor (mortis) no hemos reflejado bien la raíz cuadrada de pi partida por la hipotenusa del tramo horario. Y uno lo lee con la nariz tapada y aguantándose las ganas tirar de la cadena, irse definitivamente para casa, no dar ni maldito palo más al agua y seguir cobrando por el morro, como ellos, los que se lucran de un pesebre que no es precisamente el del Portal de Belén sino que diríase pesebre marbellí. Ya he dicho aquí una vez que todo queda explicado cuando se averigua quiénes andan de favoritos por Conse(r)jerías y tugurios y qué clase de dones prodigan entre sus señores. Con las excepciones de rigor, que también las habrá, no digo que no. Pero vaya tela. Y luego ve uno qué y a quiénes se financia y la incomodidad se torna incontenible arcada.

Conste que defectillos también hay en mi Facultad, sólo faltaba. Ni un mes hace que para mis adentros mandé a tomar por el saco a la institución toda, por culpa de la cerrilidad de apenas unos pocos y de los celos compulsivos de aún menos. Quedan viejos vicios, taras congénitas. Cierto. Pero, amigos, también acostumbro a asistir a reuniones con gentes de otros departamentos y otras facultades y escuelas. Y que risa, tía Felisa. Consuela un montón. Así que cántese eso de menos globos, Caparucita. Si aplicamos la rebaja la aplicamos por igual para todos y vamos a ver qué sale. Y, entretanto, datos cantan, así que datos sobre la mesa.

He titulado esta defensa de mi Facultad como terminal y terminante. Lo de terminante es por lo que ya se ha visto en las líneas anteriores, y que se resume en que cuidadín y antes de medirse a la Facultad de Derecho de León tiéntese la ropa, cuéntese los sexenios, mírese los galardones y pésese los atributos, no vaya a ser usted una piltrafilla universitaria con mala follá y paupérrima sintaxis, o un analfabeto funcional trabajándose nombramiento a base de boca, que viene a ser lo mismo.

Y lo de terminal es porque, pese a las apariencias, ya no le quedan a uno ganas de lucha ni de mover un dedo más para o por una institución universitaria que se complace en degradar a los mejores y encumbrar a los patanes. Que les den. Que se la queden. Para ellos toda. Los demás, la minoría currante y esforzada, los que suben el nivel del mérito y no el de los miasmas, a los cuarteles de invierno, a la torre de marfil, allá, bien alto, donde no alcancen los ladridos ni molesten las pestilencias. Y no por soberbia, no; por pura supervivencia, por autoestima, por decencia. En la feliz compañía de unos pocos. Elitismo a la fuerza, qué le vamos a hacer. Verdadera y pura resistencia civil.

Ah, y si alguien se queda con la curiosidad de saber por qué me presenté al premio en cuestión, pese a todo, con gusto se lo explico un día de éstos.

10 comentarios:

IuRiSPRuDeNT dijo...

Pues sí podía explicarlo en un artículo. Of course. Más que nada por los que vemos la historia desde fuera.

Por mi parte guardo un gran recuerdo en lo que respecta a la parte académica de un puñado de profesores. Creo que los alumnos saben a largo plazo separar la cizaña del trigo; la verborrea de la calidad. Y también he encontrado profesores que transmiten pasión y contagian. Me quedo con eso.

Aun recuerdo estar sentado en una cafetería al lado de la mesa en que estaban sentados un buen puñado de profesores y algún catedrático: Me olvidé por completo de mi grupo y mi oreja se integro plenamente en las conversaciones apasionadas de la dichosa mesa: Da gusto ver a gente apasionada, es estimulante. Lo demás minucias.

No se de que se extraña usted; la santa política podrida que solo entiende de caricias ya la conoce bastante bien. La mejor solución es seguir ahí ladrando cuando se deba. Mejor estar dentro del sistema, no entiendo muy bien esa aptitud cobarde del “Que les den. Que se la queden. Para ellos toda”

PD: De todas formas aun os queda mucho que quemar, y a García y Conlledo and company también, que prisas, dios mío, por cambiar las cosas

Anónimo dijo...

Viva la facultad de Derecho de León aunque pierda.

Anónimo dijo...

Vaya profesor, supongo que se haya quedado a gustito, ha repartido a diestro y siniestro, lástima que los de su gremio no lean estas líneas...
mi enhorabuena por el premio, se lo merece.

Anónimo dijo...

Oiga Teté... un respeto, eh? ;-) que aunque no alcancemos la maestría, el ingenio o la brillante oratoria de García Amado aquí hay varios "gremiales" que le siguen con mucha devoción...
Su fecundidad creadora y nuestra falta de tiempo nos impide ir contestando tanto como nos apeteciera (para cuando tenemos respuesta ya ha habido otras 7 contribuciones al blog y nuestra opaca contribución se pierde en las tinieblas), pero eso no significa que sus aportaciones caigan en saco roto...

Anónimo dijo...

Pues miren ustedes; a nadie con dos dedos de frente se le escapa que la nómina de la ULE (institución para la que trabajo) está llena a rebosar de patanes, ignorantes, patanes, tarados y apóstatas. Personalmente me trae al pario la facultad de derecho, y no sé por qué motivo ha de ser su personal si cabe más impresentable que el de otros centros.
Por otro lado, a nadie debe escapársele que la mayoría de los premios que se convocan son una jugosa merienda de negros sin un objetivo mas elevado que el de salir en la foto. Y hablo de los premios en general, desde el Planeta hasta los Nobel.
Y ya que menciono los Nobel, cuando Alfred N., en su lecho de muerte, pensó en quienes, por el hecho de resultar útiles a la humanidad, serían merecedores de tales agasajos, en su mente aparecieron médicos, fisiólogos, químicos, físicos y literatos. Con los años la academia se acordó incluso de los economistas. Pero nadie ha propuesto jamás a los juristas. Y eso que tengo a Suecia por un país profundamente civilizado. Por algo será.
Y por cierto, presumir de una charla en una de las veinte o treinta universidades más prestigiosas de Latinoamérica se me antoja un poco triste. Aunque no se lo crea usted, en esta universidad trabaja hoy gente que se formó en Oxford, Cambridge y Stanford (que se me vengan a la cabeza en estos momentos). Y por cierto, mientras escribimos estas tonterías no estamos investigando. Debería darnos verguenza.

Anónimo dijo...

Pepito grillo, ¡si la envidia fuera tiña...¡

Anónimo dijo...

que curioso... parece que erré en mi apreciación. Al final va aresultar que la mayoría que leen este blog son del gremio de profesores (serán todos amig@s suyos profesor?). Mis compañeros aprendices me han abandonado...

Anónimo dijo...

Me fascina que se hayan interpretado mis palabras como envidia. Yo gané también he ganado el premio de innovación académica. Y he sido premio nacional de física del consejo general de doctores y licenciados sin ser físico. Los gané. Quiero eso decir que los mereciera. Tonto el que no entienda a qué me refiero.

Anónimo dijo...

En primer lugar me gustaria felicitar a los ganadores de premios, tanto mas si son merecidos.

A continuación, desearia decir algo que creo una perrogrullada: lo que marca el nivel de la facultad es el NIVEL MEDIO del conjunt de profesores (y alumnos). Por otra parte uno puede ser bueno dando clase y un manta investigando y al reves, y aplicar o no las innovaciones que a uno se le ocurren, que son cosas distintas, y aplicarlas a diario. Ya sabeis esa frase: "El que lucha un día es bueno, los que luchan muchos días son mejores, los que luchan toda la vida, esos son imprescindibles." y todos sabemos que luchar todos los dias es bastante cansado, de modo que muchos profes y muchos estudiantes solo lo hacemos de vez en cuando. Por supuesto que en Derecho hay buenos profesores, innovadores y tradicionales, pero todos sabemos como anda el nivel medio, que hombre, no es para tirar cohetes, creo yo, por las razones que expuse una vez. Todo lo que se haga para mejorarlo, me parece estupendo.

Felices vacaciones a todos.

Anónimo dijo...

Que la ULE es un lugar con poca moral es obvio. Que ser funcionario-profesor es para muchos un chollo y que no dan palo al agua, es obvio. Que casi todos los profesores están a ver como cumplen con el menor trabajo posible, también es obvio. Que no somos un centro de excelencia, pues también.
Que los juristas, en general, me causen poca simpatia, no por lo que investigen, que me parece muy lobale, sino porque la mayoria son o visten muy pijos, y parece que su facultad es un centro de moda de gente bien, pues lo tengo asumido.
Pero basarse en Nobel para decir que la ciencia jurídica no sirve, o sirve menos que las otras, hombre... por dios, eso es pecar de pequeñez de miras, de escaso horizonte intelectual. A pesar de los sanguijuelas que puedan ser muchos abogadillos de medio pelo, creo que sin juristas todo el orden social o civil o mundo en general sería aún peor. Otra cosa es lo que ellos se hayan preocupado (salvense quien se crea excepción, que las hay)de trasmitir al resto de personas su función sin arrogancia ni estatus socila, de divulgar, de mirar por debajo o encima del hombro...