13 abril, 2006

Ratones y recuerdos.

Mi primer recuerdo consciente. Tengo menos de tres años, creo. Subo al piso superior de nuestra casa de Ruedes, donde están las habitaciones. Entro en el cuarto de mi abuelo, que más adelante sería el mío, donde estudié toda la carrera. Veo a mi madre y a Dulce recogiendo cosas y desarmando una cama, creo. Me dicen que salga de allí, que me vaya, pues está todo lleno de ratones. Salgo, sorprendido y asustado, preguntándome de dónde habrán venido esos ratones y cómo los estarán combatiendo. Años después, con ese recuerdo siempre presente, ato cabos y caigo en la cuenta de que ese mismo día habían enterrado a mi abuelo y eran sus cosas las que andaban recogiendo y su cama la que estaban desmontando.

Como campesinos siempre fuimos algo raros. Por ejemplo, mi madre toda la vida tuvo fobia a los ratones. Pese a tantas miserias como le tocaron, y tanta hambre, y semejante pobreza, se descomponía cada vez que aparecía un ratón. Y era muy a menudo, pues convivíamos con ellos. Iban muchos a la cuadra, buscando los restos de harina y pienso del ganado. Y alguno siempre se colaba hasta la casa, pese a la guardia permanente de los gatos. Y en el campo, cómo no, abundaban. Muchas veces al segar nos encontrábamos sus nidos.

Luego llegó el Chimi, nuestro perro ratonero. Era infalible en sus cacerías de ratones y topos. Un auténtico maestro, que le ponía a su trabajo toda la pasión imaginable. No se amilanaba ni ante las ratas mayores y más agresivas. Era un perro blanco y negro, alegre y valiente en grado sumo. Cada tanto desaparecía por un par de días. Al cabo, lo veíamos regresar buscando el incógnito, la hora menos transitada y el rincón más oscuro, afanoso de impunidades, pues sabía que lo aguardaba el regaño por su escapada intempestiva. Venía de la perrada. Así se decía cuando por algún lado, tal vez en otro pueblo cercano, alguna perra estaba en celo y se organizaba en su torno la competencia afanosa de los machos, días enteros de disputa y espera.

Yo maté muchos ratones. En el campo el hombre es parte de la cadena ecológica. Los ratones debían ser mantenidos a raya con espíritu militar, pues era real la amenaza de que nos invadieran. Los gatos eran nuestros aliados naturales. Como sucede con cualquier otro ser inteligente, los había de temperamentos muy diversos y de diferente laboriosidad. Eran más constantes siempre las gatas, menos volubles en su dedicación. Algunas llegaron a ser auténticas matronas, señoras de la casa y los establos durante muchos años. Me acuerdo de tres especialmente, la Musa, la Massiel y la Mikaela. Los ratones eran su rutina y cumplían frente a ellos con profesional seriedad. Pero su obsesión eran las golondrinas cuando, en verano, anidaban en los techos de la cuadra. De vez en cuando, a base de espera paciente y salto acrobático conseguían atrapar alguna, pese a que yo, cuando podía, vigilaba al gato que vigilaba a la golondrina.

De vez en cuando algún gato macho salía con inclinaciones salvajes en exceso y masacraba una camada de conejos recién nacidos. Entonces debíamos ejecutarlo a él de inmediato. La última vez me tocó matar a tiros a dos de ellos, negro uno y rojo el otro. La compasión sólo cabe en tiempos de abundancia. No era el caso. Defender el bocado es el primer derecho natural de hombres y bestias.

Estos días por mi cabeza bullen los recuerdos como ratones que huyen o golondrinas presas. Quizá porque mi padre se ha puesto a envejecer muy de prisa en unas semanas y porque a mi madre la cabeza se le está yendo lejos, definitivamente lejos, tal vez a la memoria primera de las cosas.

Intuyo a alguien que acecha al otro lado, en espera paciente, como un gato.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Juan Antonio,

la gente sana y fuerte se muere muy deprisa, cuando llega el momento. Es un regalo que se hace a sí misma y nos hace a quienes los queremos.

Y si algo nos puede enseñar un gato, más que a cazar ratones, es la extrema sencillez con la que la naturaleza afronta la muerte. Somos nosotros, sorprendentemente, quienes la hemos cargado de zarandajas, de personalizaciones, y de verbos raros.

La muerte no acecha, si me permites una opinión. De la muerte no se puede predicar nada. Es la vida la que es, y la que continúa, bajo infinitas formas, y con total y bendita indiferencia a lo que estuvo agregado, y lo dejó de estar, para volver a agregarse en otra forma.

Un abrazo fuerte,

Anónimo dijo...

Y en concreto para un creyente, de la religión que sea, la muerte es mejor que la vida pues te acerca al Creador.
Pero la ciencia hará posible la vida eterna en breve, con lo cual se cumplirá el Credo : "...y la vida eterna. Amén"