09 mayo, 2008

Pequeñas y apuradas reflexiones de un padre solo

Que nadie se alarme. El título es deliberadamente tremendista. No es que mi compañera de fatigas haya tomado las de Villadiego y me haya adjudicado a la pequeña Elsa de propina. Simplemente está de viaje y Elsa y un servidor se organizan en plan familia monoparental. Elsa ya va a cumplir pronto once meses. Y no hay queja, pues los pequeñajos tienen una cosa en común con los mayores: estarán encantados con usted si usted les dedica todo su tiempo y su esfuerzo por entero. La diferencia está en que con los pequeños no cuesta tanto trabajo, pues se pone más entusiasmo, o ellos se lo gestionan con más encanto. Su llanto es mucho más eficaz que los pucheros de los adultos.
No es mala experiencia lo de la paternidad tardía. Te cura escepticismos y te redescubres humano y sumamente vulnerable, tirando a piltrafilla. En otro orden de cosas, valoras como es debido todo el tiempo que has perdido en los últimos años, cuando tenías casi todas las horas para ti y las malgastabas leyendo editoriales de El País o contemplando los repostajes de Fernando Alonso. Al final, trabajo casi tanto como antes, ahora que las horas se escurren en pañales y biberones, y produzco prácticamente lo mismo. Prueba irrefutable de que en épocas de bonanza se nos va la vida en chorradas sin cuento.
¿Y los humores? Con los años el carácter se va agriando y nos puede la impaciencia. Todo el día rebotándose con cualquiera por un quítame allá esas pajas. Hasta que un bebé te pone en tu sitio. Justo cuando se te ha ocurrido una idea para el blog, la enana se pone a bramar porque se le ha caído el juguete. Bueno, propiamente no se le ha caído, lo ha arrojado ella para pedírtelo a voces exactamente en este momento, pues te ha visto cara de post o sabe que esa película tan interesante que estabas viendo llega a su esperado desenlace. Te levantas con cara de pocos amigos o de papá austriaco –perdón por el humor negrísimo y que nadie se me ofenda-, pero te para en seco con una sonrisa. Otra vez no eres tú, con tu famosa destemplanza, sino esa masa pringosa que se arrastra por el suelo y la abraza como un ectoplasma.
El futuro pinta incierto. Después de todo lo que uno ha despotricado y escrito, ¿seré verdaderamente capaz de librar a Elsa de las actividades extraescolares? ¿Conseguiré que no se me ponga cara de (H)AMPA? ¿Volverán los amigos a encontrarme en los bares? Ay, qué incertidumbres.
Acaba de despertarse y me llama a capítulo. Tengo que dejarlo aquí. Ustedes sabrán disculparme. Quien manda, manda. No somos nada.

4 comentarios:

Rafael Arenas García dijo...

¡Enhorabuena! Me hace gracia que después de tantos años coincidamos casi perfectamente en nuestro periplo vital. Estoy de acuerdo contigo en que los niños no hacen que produzcas menos. Yo también lo pensaba antes de ser padre y, no, resultó que las horas se aprovechan mejor.

Anónimo dijo...

muy cierto

Anónimo dijo...

Pocas veces coinciden así lo urgente y lo importante...

Anónimo dijo...

Mafalda y Felipe esperan agazapados dentro de todo bebé. Dentro de unos añitos, unas cuantas visitas a urgencias pediátricas y unos cursos académicos, ya me contaréis ProfeNieves y los Enanitos Inefables. Luego viene Tizitas de Oro y los Adolescentes, que es ya la bomba.