18 abril, 2009

El misterioso caso de un diputado leonés

El otro día, en Madrid, me contaron algo que me cuesta creer, pero me insistieron en que es rigurosamente cierto, y así se lo transmito a ustedes, amigos, por si tienen alguna información adicional que acabe de disipar mis dudas: cierto diputado leonés, con veteranía de varias legislaturas, habló. Sí, habló, y habló dentro del hemiciclo.
Por qué habrá roto su silencio de tanta solera, se pregunta uno. Quién sabe. A lo mejor tuvo un pronto incontenible o le vino alguna indisposición. Quizá gritó “me ahogo” o exclamó “que cierren la ventana, coño, que hace frío”. Pero el caso es que hablar, habló, al parecer. Se me ocurre que también se puede deber al desánimo, al comprobar el buen señor que no se respeta el precedente parlamentario y que su partido no va a recompensar su acrisolada discreción haciéndolo secretario general y líder de la oposición.
También cabe que mis interlocutores hayan exagerado y que lo del diputado cazurro no fuera exactamente un discurso deliberado. Igual habló, sí, pero en sueños -acostumbra a echarse sus cabezaditas en el escaño-, o tal vez emitió nada más que un sonido gutural que los oyentes, llevados por el hábito de la casa, confundieron con una parrafada articulada sobre algún vital asunto del Estado o algún derecho natural de los ciudadanos.
Sea lo que sea, imagino que el buen hombre se habrá quedado preocupado por las consecuencias que su palabra o resuello pueda tener para su carrera política. ¿Y si a los líderes de su partido les gustaba precisamente porque creían que era mudo y que de esa forma rellenaba una cuota? ¿Y si ahora lo sacan de las listas para las próximas elecciones por considerarlo alocado de carácter o comprometido en conspiraciones contra la dirección del partido o la dirigencia del grupo parlamentario?
La verdad es que se trata de comportamientos que conviene mantener a raya. La incontinencia nunca es buena consejera, ni siquiera la verbal. Pase por una vez, pero que no se repita. ¿Se imaginan ustedes en qué se convertiría nuestro modoso Parlamento si a todos aquellos tribunos les diera por hablar? Y no digamos qué imagen se iba a dar si cada uno se sintiera llamado a debatir y legitimado para cuestionar o pedir explicaciones a otros. Un desastre y un desorden.
Así que me parece que León, justamente, debe seguir dando ejemplo de sentido de Estado y de compromiso con la democracia deliberativa, y entre todos hemos de procurar que nuestros representantes parlamentarios no sólo parezcan mudos, sino que de hecho lo sean. El país nos lo agradecerá, pues este país ya no soportaría que, otra vez, un diputado de León que parecía mudo (además de tonto) acabara hablando de seguido como si tal cosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente parte:
"(...)
o tal vez emitió nada más que un sonido gutural que los oyentes, llevados por el hábito de la casa, confundieron con una parrafada articulada sobre algún vital asunto del Estado o algún derecho natural de los ciudadanos
(...)".

Y es que, intencionados o no, los discursos (parlamentarios o no) son, de manera cada vez más reiterada, sumamente vacuos (incluso en la literatura cintífica!!!!).

Fernando