01 abril, 2009

Rutinas y zarandajas

Ayer llegó a casa la nueva cuidadora vespertina de la pequeña Elsa. Caray, no hay manera de que una se mantenga ni un mes seguido. Pero está bien que Elsa conozca gente variada, no hay problema. Toda correcta, la tal señora nos lanza de buenas a primeras, e inmediatamente después de las presentaciones de rigor, la siguiente pregunta: ¿qué rutinas tiene la niña? Mi mujer y yo nos miramos, la miramos a ella y volvimos a mirarnos entre nosotros. ¿Rutinas? ¿Rutinaria nuestra hija? Oiga usté. Luego, todavía mudos, vamos cayendo en la cuenta: ah, se refiere a hábitos. Carajo, acabáramos. Yo me puse en guardia inmediatamente, pues estos cambios terminológicos me dan mucho flato y un punto de mal café difícil de controlar. Empecé a temer que de inmediato enumerase la buena mujer las competencias, habilidades y destrezas que ella le iba a inculcar a la niña. Por fortuna, no lo hizo. Se libró del despido fulminante y de la patada en el trasero. Como para aguantar pijotadas de ésas también en casa está uno.
Nos limitamos a explicarle, lo mejor que pudimos, que rutinas no tenía ni una y que hábitos pocos, pues qué hábitos va a tener si los padres llevamos una vida sumamente movida, irregular y muy poco habitual. No dijo nada, pues le iba el sueldo en el envite, pero en la mirada se le notaba el reproche: degenerados, desalmados, cretinos. ¿Será posible?
En estos casos se queda uno con las ganas de soltar una filípica del copón y de ponerse exquisito y hasta un punto clasista y demoledor. Está mal y, si lo hago, me arrepiento. Pero, de mano, me quedo con el resquemor por reprimirme. Porque uno podría decir:
“Vamos a ver, mi buena señora, con todos los respetos y desde la alta consideración que su persona y su oficio me merecen, resulta que yo, que voy a pagarle a usted por este servicio, no he tenido ni un puto hábito en mi vida, salvo el de estudiar mucho, que me acompaña siempre y que no es hábito, sino serena vocación. Y rutinas ni tuve ni tendré, así que un respeto y una cosa para mí y para toda la familia. De pequeño no tenía hábitos porque mis padres tenían que trabajar y no estaban tan ociosos como para dedicarse a cultivar mis rutinas como si fueran champiñones; si acaso, con ellos me habitué a currar duro, eso sí; y, de adulto, llevo media vida de acá para allá, en viajes que me hacen cambiar de horarios y costumbres y en trabajos más o menos intelectuales que lo mismo me tienen dos días sin dormir que me agotan y me tumban después quince horas en la cama. ¿Y sabe qué? Pues que me gusto así. Y esta mujer mía, la mamá de la niña, es otro tanto de lo mismo. En otras palabras se lo explicaré: somos extraordinariamente versátiles, pues podemos trabajar treinta horas seguidas o pasarnos treinta horas seguidas de fiesta, descansar de día o descansar por la noche, comer con el mismo gusto fabada asturiana o cualquier plato de cualquier parte del mundo, dormir en un hotel de cinco estrellas o en una estación de tren, sin problema, tranquilamente. ¿Y sabe cómo se llama esa virtud? Porque es una virtud, no se le olvide. Pues se llama versatilidad. Si lo prefiere, la puede denominar cintura, capacidad de adaptación, resistencia física y mental. Es una combinación de todo eso. ¿Que cómo se adquiere? Pues no siendo rutinario, precisamente; con trabajo, entrenamiento, fuerza de voluntad y buena disposición de ánimo. Se trata de no ser de piñón fijo, de almohada exclusiva o de plato único. Se trata de estar curtido para poder enfrentar la vida en cualquier circunstancia, en cualquier lugar y en las condiciones que se tercien. Y le diré lo último: es muy posible que mi hija no asista a muchas actividades extraescolares tipo ballet clásico o bandurria, seguramente no llevará el disfraz más guapo ni más caro el día que en su colegio celebren no sé qué mamonada para padres tontitos; pero versátil sí va a ser, a tope, como sus papás. Porque de lo que se trata es de que aprenda desde el principio que la vida que merece la pena es una vida llena de sorpresas, no de rutinas, y que por una buena causa o un placer grande se puede y hasta se debe abandonar hasta el más arraigado de los hábitos. Pues eso”.
El caso es que no se lo dije, mecachis. Pero a mí mismo he vuelto a repetírmelo, que tampoco viene mal en estos tiempos reafirmar las propias convicciones frente a tanto ganso que lleva bajo el brazo el manual del perfecto progenitor de inútiles.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Un clon perfecto de Perez-Reverte.

Anónimo dijo...

Lo de versátil, según le salga de por sí la nena cuando crezca un poco... Me imagino qué hubiera sido de mi hijo de ser, en vez de nuestro, que también somos gentes flexibles, versátiles y adaptables, de unos de esta nueva hornada: si así le fastidia que le des bocata de chorizo si no es martes(se aguanta, faltaría, pero es más feliz con sus rutinas),criado "a la rutinée" tendría que ir al psiquiatra cada vez que, de adulto, pretendiera, angelico, que el mismo vuelo al mismo sitio, desde el mismo aeropuerto, y con la misma compañía, saliera siempre a la misma hora que estaba prevista.

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

Extraordinario

Anónimo dijo...

Los padres que tienen trabajos sin rutinas fijas pueden permitirse criar hijos sin rutinas. Hay otros a quienes no les queda más remedio que imponérselas. Quizá convenga ser comprensivos con eso. Las demonizadas actividades extraescolares han sido una forma de "facilitar" el acceso de niños con menos recursos a actividades tradicionalmente "elitistas": pintura, música, ballet, expresión corporal, etc. Los que no tienen recurso alguno tampoco pueden ir a esas. Que no nos guste el ballet y no lo queramos para nuestros hijos no significa que no pueda gustar a otros padres y a otros niños.
Hay gente que no vería jamás la televisión, o no leería una revista, si sus hijos no tuviesen la rutina de irse a la cama a las nueve. Quizá a su niñera le falta psicología, y no se dio cuenta de que no era casa de rutinas.

Anónimo dijo...

La gente merece una buena respuesta de vez en cuando.
Como la última serñora de la limpieza que en la entrevista inicial decidió preguntarme si " recibo hombres " en mi casa.
Oigausté, pues en mi casa si me da la gana, recibo un rebaño de elefantes...
Faltaría más.

Carmen dijo...

Yaya, pero ¿continúa sin cuidadora?
jajajaja

Un cordial saludo.

rogelio dijo...

A ver si por ser consecuente va a tener a la muchacha 30 horas sin dormir.

Anónimo dijo...

un grupo de elefantes no puede ser un rebaño

Anónimo dijo...

¡Señor, cómo está el servicio!