Últimamente me da por pensar mucho en la señora Ceaucescu. Su nombre de pila era Elena y estaba casada con el dictador comunista de Rumanía. Pese a ser medio analfabeta, una burra total, quiso que la considerasen como una gran científica y, a la sombra del poder y aunque apenas tenía estudios primarios, hizo primero que le reconocieran un doctorado en química y luego consiguió que los científicos rumanos de entonces la veneraran como extraordinaria investigadora.
¿Que por qué se me ocurre recordar a aquella idiota? Porque me parece que nos equivocamos grandemente cuando creemos que sólo en las dictaduras es posible humillar a los supuestos científicos y a la gran mayoría de los profesores universitarios. No es así. Se humillan solos si les parece que con su inclinación de cabeza, sus silencios y hasta sus alabanzas a cualquier cretino pueden prosperar o, simplemente, se evitan perder alguna ventaja.
Miremos alrededor los que vivimos de la universidad y conocemos el percal. Preguntémonos que pasaría si por algún desgraciado azar -no lo quieran los dioses- un día de estos se instaurase aquí una dictadura cualquiera y los nuevos jerarcas quisiesen hacer a los profesores comulgar con ruedas de molino. ¿Lo conseguirían? Sin la más mínima duda. No pasarían de diez por ciento los que se resistieran de alguna forma, se exiliaran o, simplemente, guardaran un distante silencio a costa de poner en peligro sus carreras o de perder el tren del próximo ascenso. La inmensa mayoría firmaría donde hubiera que firmar para proclamar que los enemigos del gobierno son los enemigos del pueblo y los destructores de la ciencia, que la esposa y toda la familia del dictador son los más importantes científicos del mundo, aunque, con tanto enemigo fuera, no se les dé en todo el orbe el gran reconocimiento que merecen. Y lo que haga falta. Unos pocos obrarían así con íntimo desgarro, pero los más acabarían creyendo en la verdad de esas proclamas. Nadie está libre del síndrome de Estocolmo, y en las universidades, menos.
Es obvio que ni puede suceder ni me iba a dar por ahí en verdad, pero me divierte mucho pensar qué me gustaría hacer si, de pronto y por arte de magia, me viera convertido en tirano de esta nación, con poderes omnímodos, por un día señor absoluto de vidas y haciendas. No crean que me deleito imaginando tremendas orgías, derroches de oro o manjares exquisitos. No. Lo que me encantaría sería llegar a cualquier universidad y, muy serio, anunciar que pienso poner en marcha un nuevo sistema para el acceso a la cátedra o para el ascenso a catedrático de primerísima, y que ahí mismo, donde me encuentro, vamos a hacer una prueba piloto. ¿Se imaginan la expectación, el nervioso removerse del claustro reunido, la íntima comezón de los presentes? Y de inmediato lo suelto, lo aclaro todo: “Vamos a comenzar ahora mismo. Ahí afuera hay un par de camiones cargados con caca de oveja. Todos los presentes que se traguen una buena ración serán de inmediato promocionados. Hasta que se acabe”.
¿Qué les parece a ustedes, amigos, que sucedería? A lo mejor peco de pesimista, pero estoy convencido de que habría carreras, codazos y pesadas digestiones, combinado todo ello con vítores a mi persona y muy sesudos discursos sobre el inusitado nivel que el saber estaría alcanzando gracias a tan excelsa dirección de los asuntos educativos y científicos.
Es una gran exageración, ya lo sé. Ni la señora Ceaucescu ni un servidor vamos a darnos ese gustazo de ver a tanta lumbrera comiendo lo que más le gusta, pero, aquí y ahora podemos, en cualquier caso, preguntarnos por qué, con la que está cayendo, entre el profesorado universitarios casi nadie dice esta boca es mía y todo el mundo achanta y mastica. Porque cierto es que no es la mujer de ningún dictador la que organiza ahora mismo títulos y modos de enseñanza, pero, al fin y al cabo, hemos entregado la reformas de la universidad a los mismos que primero arreglaron la enseñanza primaria y luego la secundaria, con los resultados conocidos. ¿De verdad asistimos, por ejemplo, a tanto curso, seminario y reunión de pedagogos porque creemos que saben lo que hacen y nos llevan por buen camino, o será porque alguien nos ha asegurado que, si tragamos de eso, medraremos?
Entiéndanme. Lo que me dasasosiega no es cuánta gente come en la mano de tanto granuja, pues puedo entender perfectamente muchas razones para ello. No, lo que me sume en la más dura perplejidad es la fundada sospecha de que son legión los que ni critican ni cuestionan ni dudan, los que actúan con el convencimiento de que así ha de estar bien, si así es como el poder lo dispone. Entiendo perfectamente a quien tenga que prostituirse, sólo me cuesta comprender al que, después de trajinarse a algún gordo con halitosis, salga proclamando que no está tan mal y que, bien mirado, de algo hay que vivir y es un trabajo tan digno como cualquier otro. Lo diré más claro: cada vez resulta más difícil en la universidad rajar contra los poderes establecidos y los dictadorzuelos que se la están beneficiando. La mayoría de los compañeros miran hacia todos los lados con inquietud y aceleran el paso. Y eso cuando no te llaman retrógrado y enemigo de la educación de las capas populares. Supongo que en la Rumanía de Ceaucescu sería aún peor. Pero no me digan que no es raro esto: nunca en la universidad española hubo tanto conformismo, tanto dejarse ir y tanta incapacidad hasta para hacerse preguntas. Y tanto mandanga mandando y tanto ceporro disfrazado de expertísimo en didácticas y metodologías. Ni cuando Franco, seguro.
¿Que por qué se me ocurre recordar a aquella idiota? Porque me parece que nos equivocamos grandemente cuando creemos que sólo en las dictaduras es posible humillar a los supuestos científicos y a la gran mayoría de los profesores universitarios. No es así. Se humillan solos si les parece que con su inclinación de cabeza, sus silencios y hasta sus alabanzas a cualquier cretino pueden prosperar o, simplemente, se evitan perder alguna ventaja.
Miremos alrededor los que vivimos de la universidad y conocemos el percal. Preguntémonos que pasaría si por algún desgraciado azar -no lo quieran los dioses- un día de estos se instaurase aquí una dictadura cualquiera y los nuevos jerarcas quisiesen hacer a los profesores comulgar con ruedas de molino. ¿Lo conseguirían? Sin la más mínima duda. No pasarían de diez por ciento los que se resistieran de alguna forma, se exiliaran o, simplemente, guardaran un distante silencio a costa de poner en peligro sus carreras o de perder el tren del próximo ascenso. La inmensa mayoría firmaría donde hubiera que firmar para proclamar que los enemigos del gobierno son los enemigos del pueblo y los destructores de la ciencia, que la esposa y toda la familia del dictador son los más importantes científicos del mundo, aunque, con tanto enemigo fuera, no se les dé en todo el orbe el gran reconocimiento que merecen. Y lo que haga falta. Unos pocos obrarían así con íntimo desgarro, pero los más acabarían creyendo en la verdad de esas proclamas. Nadie está libre del síndrome de Estocolmo, y en las universidades, menos.
Es obvio que ni puede suceder ni me iba a dar por ahí en verdad, pero me divierte mucho pensar qué me gustaría hacer si, de pronto y por arte de magia, me viera convertido en tirano de esta nación, con poderes omnímodos, por un día señor absoluto de vidas y haciendas. No crean que me deleito imaginando tremendas orgías, derroches de oro o manjares exquisitos. No. Lo que me encantaría sería llegar a cualquier universidad y, muy serio, anunciar que pienso poner en marcha un nuevo sistema para el acceso a la cátedra o para el ascenso a catedrático de primerísima, y que ahí mismo, donde me encuentro, vamos a hacer una prueba piloto. ¿Se imaginan la expectación, el nervioso removerse del claustro reunido, la íntima comezón de los presentes? Y de inmediato lo suelto, lo aclaro todo: “Vamos a comenzar ahora mismo. Ahí afuera hay un par de camiones cargados con caca de oveja. Todos los presentes que se traguen una buena ración serán de inmediato promocionados. Hasta que se acabe”.
¿Qué les parece a ustedes, amigos, que sucedería? A lo mejor peco de pesimista, pero estoy convencido de que habría carreras, codazos y pesadas digestiones, combinado todo ello con vítores a mi persona y muy sesudos discursos sobre el inusitado nivel que el saber estaría alcanzando gracias a tan excelsa dirección de los asuntos educativos y científicos.
Es una gran exageración, ya lo sé. Ni la señora Ceaucescu ni un servidor vamos a darnos ese gustazo de ver a tanta lumbrera comiendo lo que más le gusta, pero, aquí y ahora podemos, en cualquier caso, preguntarnos por qué, con la que está cayendo, entre el profesorado universitarios casi nadie dice esta boca es mía y todo el mundo achanta y mastica. Porque cierto es que no es la mujer de ningún dictador la que organiza ahora mismo títulos y modos de enseñanza, pero, al fin y al cabo, hemos entregado la reformas de la universidad a los mismos que primero arreglaron la enseñanza primaria y luego la secundaria, con los resultados conocidos. ¿De verdad asistimos, por ejemplo, a tanto curso, seminario y reunión de pedagogos porque creemos que saben lo que hacen y nos llevan por buen camino, o será porque alguien nos ha asegurado que, si tragamos de eso, medraremos?
Entiéndanme. Lo que me dasasosiega no es cuánta gente come en la mano de tanto granuja, pues puedo entender perfectamente muchas razones para ello. No, lo que me sume en la más dura perplejidad es la fundada sospecha de que son legión los que ni critican ni cuestionan ni dudan, los que actúan con el convencimiento de que así ha de estar bien, si así es como el poder lo dispone. Entiendo perfectamente a quien tenga que prostituirse, sólo me cuesta comprender al que, después de trajinarse a algún gordo con halitosis, salga proclamando que no está tan mal y que, bien mirado, de algo hay que vivir y es un trabajo tan digno como cualquier otro. Lo diré más claro: cada vez resulta más difícil en la universidad rajar contra los poderes establecidos y los dictadorzuelos que se la están beneficiando. La mayoría de los compañeros miran hacia todos los lados con inquietud y aceleran el paso. Y eso cuando no te llaman retrógrado y enemigo de la educación de las capas populares. Supongo que en la Rumanía de Ceaucescu sería aún peor. Pero no me digan que no es raro esto: nunca en la universidad española hubo tanto conformismo, tanto dejarse ir y tanta incapacidad hasta para hacerse preguntas. Y tanto mandanga mandando y tanto ceporro disfrazado de expertísimo en didácticas y metodologías. Ni cuando Franco, seguro.
Cuánta razón tenía doña Elena (Ceaucescu) y cuánto debió de divertirse.
Y luego dicen que en la univesidad tiene su sede de honor el pensamiento crítico. Ja. Y yo con estos pelos.
Y luego dicen que en la univesidad tiene su sede de honor el pensamiento crítico. Ja. Y yo con estos pelos.
7 comentarios:
A lo mejor la condición de funcionario estabulado tiene mucho que ver con lo que usted, acertadamente, diagnostíca.
Hay algo de esclavo en esa comodidad funcionaril acrítica.
No es la condición de funcionario. Precisamente por serlo, los profesores funcionarios deberíamos poder decir lo se nos pasa por las narices sin temor alguno. Y no es así. Si criticas Bolonia, la acreditación o los grados, cualquiera con carguillo o similar huye como Drácula cuando sale el sol. La próxima vez que te ven cambian de acero o pasan a toda velocidad aduciendo el muchíiiiisimo trabajo que tienen.
Es otra cosa: miedo a perder la canonjía entre quienes la tienes, y miedo a no poderlo conseguir entre los que la tienen.
Perfecto. Sólo dos objeciones: el diagnóstico no es pesimista, sino realista; y la imagen de la caca de oveja tampoco es una gran exageración, sino una pequeña licencia.
Recomiendo la lectura de las Memorias de reforma de los Planes de Estudio: no sólo es petulante y ridícula, sino que revela el surgimiento de un nuevo género de confesionalidad que, no por idiota, es menos confesional
¿Dónde está el camión ese que dice....?
A lo mejor, Anónimo primero, a lo mejor, pero ¿qué pasaría en una privada llenita de contratados?
Comparto la opinión de que no es exageración sino licencia. Y aún peor. Habla el autor de qué pasaría si en toda España hubiera una dictadura. A sensu contrario, podría creerse que postula que en toda España existe una democracia.
No es así.
Para responder a la pregunta no hay más que volver la vista a regiones de España donde el debate ideológico no existe y la Universidad está inficcionada hasta el extremo por el pensamiento único (que tiene poco de pensamiento y mucho de único). Hablo de Cataluña pero especialmente del País Vasco.
La situación allí es (veremos si ahora empieza a cambiar) lo más cercano que tenemos en España a un régimen sin libertades.
Recomiendo ver la película "El infierno vasco" de Iñaki Arteta. En ella se narran entre muchas otras historias, la de Míkel Azurmendi, profesor de Antropología en la UPV que por posicionarse visiblemente contra el nacionalismo patibulario en todas sus formas, fue marginado por el resto de profesores universitarios.
"Primero le rompieron el cartel con su nombre del despacho, después le dejaron colgadas unas entrañas sanguinolentas en la entrada del mismo y cuando, finalmente, le pusieron una bomba junto a la puerta de su casa, Mikel Azurmendi decidió que lo siguiente sería su asesinato y lo dejó todo y se fue a Estados Unidos. "
Sobrecoge la narración de Azurmendi cuando explica cómo lo que más le ha dolido es la indiferencia, cuando no el desprecio, de sus compañeros en la Universidad.
Por supuesto recomiendo ver esta película que tuve la oportunidad de ver en el cine (ventajas de vivir en Madrid, sólo se estrenó en una docena de salas en toda España, ninguna de ellas en el País Vasco).
La conclusión es que la entrada que ahora comento no está muy lejos de la realidad: es mucho menos infame comer mierda de oveja qeu defender lo que defienden algunos catedráticos en artículos de prensa o manifiestos lameculos con el poder o sencillamente mirar para otro lado cuando se ven las barrabasadas que repelerían a cualquier persona con dignidad. Cierto es que eso también pasa en muchos otros ámbitos además del universitario, pero este último suele ser especialmente pagado de sí mismo.
De ahí que su grado de hipocresía sea mayor.
Saludos.
No es necesario el remitirse como ejemplo a la mujer del dictador rumano, aquí en España tenemos clarisimos ejemplos. Me refiero a los honoris causa que se les otorga a muchos de los miembros de la casa real y demás "cortesanos", incluso me gustaría saber si los que obtienen títulos universitarios son meritorios a dicho título.
En cuanto al pasotismo de los profesores universitarios e intelectuales de este país es legendario y conocido. No así en otros países.
Una cosa, sí tengo que decir al último comentario hecho por el Sr. Carlos Díez. El ambiente en el que vive la universidad del País Vasco lo desconozco, pero en cuanto al de Catalunya, discrepo firmemente al no ser así y en creer que es injusto y poco afortunado de calificarlo de totalitario. No es un pensamiento único el que reina.
Además de una apreciación bastante alejada de la realidad el califarlo como tal.
Ahora, si se quiere ir por otros campos ideológicos,,, ya se sabe.
Un saludo.
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