22 febrero, 2010

Eufemismos y fantasmagorías

Debe de ser por el cambio de horarios y de temperaturas, pero desde que en el avión leí el sábado la información sobre lo de Zapatero en Londres, me da vueltas en la cabeza y como que algo no me cuadra. Decía la noticia, en sus términos de la página 6 de ABC, que “El presidente del Gobierno criticó ayer en Londres la actitud de los mercados durante la mesa redonda...”. Y seguía: “Zapatero calificó de paradoja que los mercados que recibieron ayuda de los gobiernos traten ahora de ponerles dificultades. El jefe del Ejecutivo añadió que los gobiernos tenemos nombres y apellidos, mientras que los mercados son anónimos”.
No es por volver a meterme con Zapatero, pues a estas alturas qué gracia tiene zumbarle a un inimputable que no es más que reflejo de nuestra pijoparanoia. No, el pobre lo ve así, como de buenos y malos y conspiradores espectrales y taimados espíritus, de zombies que vienen del más allá para cargarse el PIB o de ángeles caídos que nos organizan unas ruinas del demonio. No, lo interesante son los conceptos en sí y su efecto general, pues he visto comentarios que dicen que Zapatero ha sido injusto o que parece una veleta movida por sus propias ventosidades, pero da la impresión de que a nadie le extrañan esos mercados anónimos que putean nuestra economía como si tuviesen carne, hueso y pasaporte. Así que veamos.
Al parecer, y por lo que raja don José Luis, cuando el gobierno español soltó un pastón para parar la crisis financiera de los bancos -supuestamente, o yo qué sé- no dio ese dinero precisamente a los bancos, es decir, a este banco de acá, a aquella caja de ahorros de allá, que si el Santander, que si el Popular, que si el Bilbao o el Sabadell y tal, no. Ese dinero fue al mercado, que es anónimo, sin nombres, sin apellidos, sin rosario de su madre ni perrillo que le ladre.
Nosotros lo habíamos entendido mal, probablemente porque los periodistas son unos torpes o porque el mercado como tal se camufla en botines y se pone apellidos como de pasar desapercibido, tipo gonzález y así. Dio Zapatero ese dinero que era nuestro y lo dio al mercado anónimo, manda güevos. Qué poca prudencia, que generoso descuido. Y, claro, ahora no lo localiza para que nos devuelva la pasta o, por lo menos, para que nos dé las gracias y se deje de hacer el gamberro. Si es tan anónimo y escurridizo, échale alpiste ahora; pero haberlo pensado antes de abrir la mano, so tontín.
Porque ya ven, ahora esos mismos mercados tratan de hundir la economía española y de dificultar nuestra recuperación, ésa que desde hace un par de años es cosa de mañana mismo y ya pasó lo peor y si tenemos confianza llega ya todo seguido y antipatriota y machista el que no me crea. Bueno, pues así iba a ser y ya estábamos alistados para celebrarlo, y en esto descubrimos que habíamos ayudado al enemigo que pensábamos que era un amigo del banco y que resultó ser un mercado anónimo y más perverso que vicepresidenta en celo póstumo.
Y los que somos aficionados a las quimeras teóricas o vivimos de ponerles citas al pie a los enigmas sociales nos mesamos los cabellos ralos y decimos ahí hay caso, ese tema justifica tesis doctoral, a ver si pedimos un proyecto de investigación interdisciplinar aunque no sea de cocina ni de tías y sensibilidades vaginales. Nos llaman a desentrañar la paradoja, pero no la que menciona ese pobre diablo que nos manda y que bastante va a saber él lo que es una paradoja o cómo se pela una panoja. La paradoja buena es la otra, la de que un político diga que ayuda a los bancos cuando da dinero a los bancos, pero no afirme que son los bancos los que le vacilan cuando especulan, supuestamente contra su natura y su razón de ser, sino que eche las culpas al mercado y lo tache de anónimo y marica. Ésa sí que es buena.
Aprendamos todos. Un servidor mismamente la próxima vez que me encuentre con ese vecino grandísimo y cabrón que me pone la zancadilla en la escalera, convocaré una rueda de prensa para tronar contra la vecindad como cosa en sí, contra la convivencia desagradecida por anónima y contra el mercado de los pasos perdidos. Se van a enterar. Al vecino matón, por supuesto le diré que tranquilo y que no va con él, que la culpa la tuvo toda Heidegger y que me cago en el Dasein y en su puta madre.
P.D.-«—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
—Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.
»

1 comentario:

Leónidas dijo...

Sí que estaría muy bien un remix del Quijote con Zapa de prota y De la Vega de Sancho Panza (potenciando la igualdad,que allá por el 1600 eran unos retrogados,mire usté)Nada más nos falta un Cervantes!